jueves, 24 de abril de 2025

EL SILENCIERO

 

«EL SILENCIERO»
Antonio Di Benedetto (1964)


«Lo tengo casi todo en la cabeza. Nada más me falta que elegir la punta: qué digo primero, con qué empiezo.»


SESENTA AÑOS DESPUÉS…

… de su publicación, la editorial Adriana Hidalgo ha recuperado este clásico de la literatura argentina EL SILENCIERO (1964) de Antonio di Benedetto. Fue su tercera novela, la segunda de la Trilogía de la espera, donde prosigue la especulación narrativa iniciada con Zama (1956), considerada su obra maestra con la que alcanzó la culminación su realismo profundo, y que se prolongará en Los suicidas (1969); formando un conjunto orgánico que se propone representar el mundo. Aunque son obras independientes, tienen en común protagonistas que buscan sentido a sus vidas.

Publicada en Buenos Aires (1964), recibió un año después el Gran Premio de Novela de la Subsecretaría de Cultura de la Nación, así como el Primer Premio de la Fiesta de las Letras de Necochea. En esta primera edición el ruido se abordaba como resultado del desarrollo urbano y demográfico producto de la industrialización en los años '50; el narrador, debido a su extrema sensibilidad hacia su entorno sonoro, padecía un creciente malestar manifestado primero con efectos fisiológicos, para desarrollarse hasta provocarle una cierta tendencia paranoide, que le llevará a desvincularse de su entorno.

En la segunda edición (1975), el autor revisó el texto y realizó significativas modificaciones. Práctica usual en sus reediciones, pulió la sintaxis, modificó términos, realizó ajustes temporales y actualizaciones de cifras (sueldos, ahorros y precios), incorporó objetos domésticos (como tocadiscos y televisores) y artefactos cotidianos. A su vez agregó el epígrafe: De haber ocurrido, esta historia supuesta, pudo darse en alguna ciudad de América Latina, a partir de la posguerra tardía, el año 50 y su después resultan admisibles, y intensificó la presencia del ruido y sus efectos en la trama, así como su vínculo con la crisis filosófica-existencial del narrador.

ESCRITOR REPRESALIADO

Antonio Di Benedetto (AdB) nació en Mendoza (2/11/1922). Tras cursar algunos años de abogacía, se dedicó al periodismo. El gobierno de Francia lo becó para realizar estudios superiores en dicha especialidad. Ejerció como periodista y crítico de cine, fue subdirector del diario Los Andes (Mendoza), corresponsal del diario La Prensa y colaborador de La Nación. En 1953 publicó su primer libro, Mundo animal.

El 24 de marzo de 1976, comienzo de la última Dictadura Militar en Argentina, fue detenido en su despacho de Los Andes: Creo, aunque nunca estaré seguro, que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente. Pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las torturas. Permaneció diecisiete meses detenido, los primeros seis en Mendoza y el resto en la Unidad 9 de La Plata. El 19 de mayo de 1976, durante un almuerzo en Casa Rosada, Jorge Rafael Videla recibió a Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, quién entregó una lista con once nombres intelectuales y personas relacionadas con la cultura que estaban desaparecidas, entre ellos AdB. Esta mediación sumada a la presión ejercida por otros intelectuales (Heinrich Böll, Mujica Lainez y Victoria Ocampo, entre otros), logró que el 26 de agosto de 1977 fuera liberado.

Humillado, golpeado y destrozado anímicamente se exilió en Estados Unidos, Francia y España, donde continuó trabajando, escribiendo y ofreciendo conferencias en universidades. Regresó definitivamente a Argentina (1985) y murió víctima de un derrame cerebral en Buenos Aires (10/10/1986).

Esa trayectoria marcada por la opresión le sumió en la depresión (las torturas hicieron mella): esa visión desencantada del mundo se refleja en su obra, en el punto de vista de sus protagonistas: taciturnos, apáticos, solitarios, abocados a la autodestrucción.

Escribió cinco novelas y más de cien cuentos. Pese a obtener reconocimiento nacional e internacional (su obra fue traducida y reseñada en publicaciones europeas y norteamericanas y recibió numerosos premios y distinciones), no alcanzaría la fama de otros escritores de su generación. Quizá por su tenaz decisión de llevar una vida ciudadana y profesional corriente, una existencia provinciana y de bajo perfil en la Provincia de Mendoza donde escribió prácticamente la totalidad de su obra.

Su obra, con aires de Fernando Pessoa y Franz Kafka, lo sitúa como una rara avis en la narrativa argentina. No obstante, su personalísimo estilo, su caracterización de personajes vivos, su inventiva, su aguda captación sensorial y su activa intencionalidad poética de reformador del mundo hacen que su obra siga viva, a diferencia de la de otros autores populares de su generación.

Cabe mencionar las versiones cinematográficas de sus novelas Los suicidas (2005), dirigida por Juan Villegas, Aballay. El hombre sin miedo (2010), dirigida por Fernando Spiner y Zama (2017), dirigida por Lucrecia Martel.

TITULO PREMONITORIO

Desde el título (toda una declaración de intenciones), AdB despliega precisión conceptual y capacidad para aprovechar las sutiles evocaciones del habla mediante un neologismo, construido añadiendo el sufijo «ero» al sustantivo «silencio» para denominar a quien cuida de que se observe silencio: así da nombre y adelanta las acciones que desempeñará el protagonista, ese personaje sin nombre que, recluso en su universo paranoico, solo logra prolongar la tortura cuando decide detener sus causas.

En la dimensión del paratexto (elementos que acompañan al texto principal de la obra) que conforman título, epígrafe y primera página, la novela introduce el pathos temático (la evocación de emociones a través de los temas y motivos centrales), con una operación que articula categorías de espacio, tiempo y causalidad mediante un recurso que sintetiza la peripecia:

La cancel da directamente al menguado patio de baldosas. Yo abro la cancel y encuentro el ruido.

Lo busco con la mirada, como si fuera posible determinar su forma y el alcance de su vitalidad.

La irrupción de lo nuevo, de lo desconocido, introduce un desajuste en la cotidianidad. A partir de la colisión de los sonidos con la percepción y la conciencia del protagonista, la presencia del ruido se hiperboliza, adquiere representación espacial, toma forma, el protagonista no lo escucha, lo encuentra, lo busca con la mirada, no con el oído.

A partir de ahí se desarrolla la historia del narrador. que tiene 25 años y un trabajo de tarde en una oficina. Un taller mecánico instalado junto a su vivienda, los altavoces de un circo próximo, aparatos de radio situados en locales comerciales… le perturban de forma tan intensa que le llevan a reformar tabiques, cambiar de vivienda, realizar denuncias, proferir amenazas e idear acciones resolutivas para acabar con su tormento. Todo narrado con un peculiar sentido del humor (como cuando se quema las cejas o sale a pasear con un palo, por miedo a las represalias de vecinos y trabajadores por su actitud intransigente) y envuelto en esa atmósfera kafkiana del individuo que se ve violentado por algo que es incapaz de asimilar (en este caso, de raíz completamente subjetiva). 

RUIDO / SILENCIO

No importa la época ni el lugar, pues lo que se muestra es una mirada hacia dentro, una forma de estar que conduce a un aislamiento más emocional que físico. El progreso provoca la proliferación de ruidos, de consecuencias fatales para el narrador, quien guarda rasgos coincidentes con la personalidad del autor: su odio al ruido, su disposición hacia el silencio. Sensible a toda clase de ruidos no naturales, le gusta escuchar a un volumen prudente música clásica en la radio, los sonidos habituales (como el fregado de platos y vasos), los sonidos de la naturaleza (como los arroyos y cantos de pájaros); pero le molestan los martillazos, los motores de coches y motocicletas del taller cercano. Su madre procura restar importancia a los ruidos para que no sufra.

Tiene un amigo bastante particular, Besarión: tipo excéntrico que busca señales, de carácter filosófico, que den un sentido a su vida: Besarión intenta ser, finge ser, para no ser. ¿No ser qué? ¿No ser quién? Él mismo. Besarión tiende decididamente a no ser. Se refiere a él con cierto desprecio, que más bien refleja esa parte de sí que no quiere admitir, pues ambos mantienen semejanzas: tienen conflictos existenciales, viven con sus madres...

Acaba casándose, formando un hogar, intentando llevar una vida ordenada. Su relación con su mujer, Nina, va experimentando progresivamente un inexorable deterioro al sufrir los cambios de humor del marido por los ruidos circundantes. Cambian de casa varias veces e incluso se van al campo, donde le esperan los ruidos de una herrería…

Desde el principio, se siente insatisfecho, parece no sentir ninguna emoción. Quiere ser escritor, pero no escribe. Admira a los intelectuales que se apartan del ámbito social, aunque la palabra, al fin y al cabo, sea una forma de comunicación. Siente que todo se conjura en su contra, pone excusas, responsabiliza a los demás. Porque cree en un estado primigenio sin ruido, un territorio idealizado (locus amoenus) anterior a la civilización humana: Considero al hombre como hacedor de ruidos. Sus ruidos son diferentes de los ruidos cósmicos y los ruidos de la naturaleza. El ruido introduce en el mundo el accidente, la asimetría, el sufrimiento, es decir, lo que escapa a su control y le perturba. Eso sí, con significados distintos; así, con respecto a la música, una amiga le explica que canta para aliviar la tristeza, mientras que en un local la prohíben por ser sinónimo de bullicio; y, en otra ocasión, agradece que su madre ponga música clásica mientras hace las tareas; no la valora como arte, sino por cuanto atenúa un ruido mayor. Necesita apagar el ruido para una existencia plena, tal como él la entiende, pero eso lo empuja a la soledad, a la renuncia de lo que pueda dar valor a su vida.

El problema no reside en el exterior, sino en sí mismo. En algunas observaciones atina dolorosamente, como cuando apunta que los inventos están hechos por el ser humano para el ser humano, y pretendiendo facilitar la vida, generan contratiempos con los que no siempre se contaba:

No sé qué es [el ruido], pero es tan perseverante que lo imagino de una máquina a la que un hombre se halla encadenado.

Además del ruido intrínseco del ser humano, el protagonista presta atención al ruido de las máquinas, desde las fábricas al televisor (novedoso entonces). Establece cómo el ruido deviene en mecanismo de pertenencia, de adaptación social: los humanos comienzan a hacer ruido cuando se organizan como sociedad; desempeñan trabajos generadores de ruido para producir o servir productos a los demás; quien no tiene televisor o cualquier otro ruidoso aparato, se queda fuera de la conversación pública:

¿...todavía no tienen un televisor? / Ha mencionado al invasor más nuevo y ese todavía nos descoloca, nos descalifica o alude a nuestra lentitud para acceder a lo que gusta y conquista a todos, ¡ese hipnótico!

HISTORIA EN DOS PARTES

La narración se estructura en dos partes. Comienza hablando de un pequeño problema doméstico: desde el patio, llega a su casa un ruido (segunda frase de la novela) que exaspera al narrador. Al comienzo de la novela, este hecho no rebasa el orden cotidiano de la narración. Durante la primera parte del libro, el protagonista habla de un compañero de trabajo, Besarión, de su amor en la distancia por una vecina, Leila, y de su relación con una amiga de ésta, Nina, así como de su madre y del trabajo en la oficina.

En la segunda parte llega el extravío, el descenso a los infiernos que no por previsible resulta menos efectivo. En esta parte ya no hay tregua, el ruido domina la vida del narrador, cada vez más alejado de la normalidad, de los otros, hasta su aislamiento total...

El narrador no pretende inspirar compasión; por el contrario, se presenta como un personaje turbio y distante, una influencia nociva (para sí mismo y para los demás), presto a la ironía incisiva y la queja perpetua: más que suscitar lástima, despierta la incomodidad de reconocer en él una tendencia que se ha acrecentado con el individualismo contemporáneo (de hecho, Juan José Saer lo emparenta con los personajes de Dostoievski).

Se presenta sin nombre, como flexión verbal de la primera persona del singular, relatando los distintos tipos de sufrimiento que le provoca el ruido cuyo asedio desencadena dolores de cabeza, alteración en la conducta, tratamientos médicos, huidas nocturnas a otros espacios de la ciudad, presentación de denuncias y redacción de normas de convivencia que, ante la indiferencia y la inobservancia, lo empujan a especular sobre su propia muerte.

Y ese amigo, Besarión, funciona en ciertas instancias como una contrafigura, entre los dos despliegan, a través de diálogos (durante visitas, paseos, encuentros y también, el intercambio de notas y cartas) un diálogo en torno al hombre y su existencia desgarrada, en la encrucijada de la vida moderna y el progreso. Los motivos que se van entrecruzando en esas reflexiones a dúo abordan el daño que los hombres producen, la vigencia del nuevo orden utilitario de las cosas, la ciudad mecanizada y también, la imposibilidad del amor, aspectos que agravan la violencia, la soledad y la enajenación. Reflexiona el protagonista fabulando y trastornando los lenguajes del silogismo:


Alguien está lleno de amor hacia todos. (No es Besarión, no soy yo.)

Alguien está lleno de odio hacia todos. (No es Besarión, no soy yo.)

Alguien está lleno de reservas, desconfianzas y sospechas hacia todos. (Puede que lo sea Besarión, que lo sea yo.)

Alguien está lleno de violencia hacia todos. (Es cada uno, son todos.)

Alguien está necesitado de ser respetado y amado. (Soy yo, Besarión lo es.)

¿Pero es que alguien puede estar lleno de amor hacia todos?

Ambos protagonistas despliegan sus acciones en tensión, el narrador no puede desligarse de los cánones de la sociedad burguesa (trabaja, es jefe, hijo, marido, padre) aunque fatalmente fracasa. Besarión, en cambio, renuncia y cambia de trabajo, se separa de su madre y viaja por el mundo, es el que está libre, aunque finalmente muera. 

DEPURACIÓN EXPRESIVA y PRECISIÓN

AdB logró un estilo propio, basado en la (aparente) sencillez, la precisión y la sobriedad (Saer, en el Prólogo, habla de economía y exactitud), que articula, pese a su parquedad y aparente pobreza expresiva, muchos matices, coloquiales y descriptivos, reflexivos y líricos, mostrando una probada eficacia, por su capacidad de extraer la esencia de la idea y la potencia máxima de la sintaxis (sin forzarla), obligando a releer despacio cada línea. Su habilidad estilística, junto a su discreto talante personal, determina que, si bien es la tensión interna del relato la que organiza los hechos, una singular concentración en lo esencial y una equilibrada mesura sean determinantes en el conjunto.

Ese estilo, que poco tiene que ver con el articulismo, se haya aquí aún más depurado, introspectivo y profundo: frases secas, cortas, lacónicas, que dan una impresión de burocracia, de discurso administrativo, técnico (a un paso de la abstracción) pero que, sorprendentemente, consigue transmitir sensaciones (dolor, ternura, amor o angustia) con elocuencia. El lenguaje, organizado en frases cortas, pero muy trabajado, despojado hasta lo esencial, determina aquí, más que en cualquiera de sus otras obras, un singular estilo lacónico que exige una lectura esforzada: quizá por ello se suele decir que su prosa no admite tibiezas, o entusiasma o se detesta.

El escritor utiliza palabras conocidas dotándolas de sentidos inesperados, cuidando la depuración expresiva y la precisión para provocar la reacción del lector. Con indudable lirismo, va acumulando escenas esquemáticas, que muchas veces se siguen sin transición que las enlace, como un homenaje al silenciero: el silencio solo puede romperse con lo esencial. Buen ejemplo son las apreciaciones del protagonista sobre su viaje nupcial:

Tomo esposa.

Nina ha consentido que iniciemos en una región mediterránea. Donde la gente ejecute, al modo antiguo, mansos trabajos, y el turismo no circule.

En efecto, el silencio como elemento de la oralidad y de la escritura, aquí se lo nombra, se recurre a las marcas de la grafía, a las palabras, que oralmente provocan, dentro del sistema de la lengua, sonidos. Se manifiesta mediante una marca (que, como el ruido, se ve y se busca con los ojos), mediante el uso del espacio textual: el blanco de la página, el punto, el punto y aparte, las tres estrellitas que separan un fragmento de otro, las oraciones de dos o tres términos, las elipsis entre fragmento y fragmento, los huecos de una narración que avanza saltando de párrafo en párrafo. En tanto fragmentos, cada uno condensa un cúmulo de sentidos que la lectura ha de articular para reconstruir los sucesos de un día, en la vida del protagonista: ejemplo paradigmático lo constituye cada fragmento del relato de un domingo (páginas 87-93) que se lee como unidad temática, separado por un espacio en blanco o la presencia de las tres estrellitas.

La presencia simultánea de los dos espacios, el de la palabra escrita y el del blanco, casi en las mismas proporciones, constituyen una particularidad que distingue la prosa narrativa de la novela, incluso de otras obras del autor, que comparten sin embargo ese lenguaje sucinto, reconcentrado, característico de AdB. Pero aquí, bajo la trama del conflicto entre sonido y silencio, los textos se desprenden de adjetivos y comparaciones de tal modo que cada oración, cada término, se rodea de blanco introduciendo una pausa en el registro sonoro en el que abre y plasma el silencio.

Por su parte, el ruido se registra en la escritura mediante diversas figuraciones. Se materializa mediante la sinestesia (como la del inicio, abro la cancel y encuentro el ruido. Lo busco con la mirada), que transforma el recurso retórico con un juego de percepciones en el que ve lo que oye y oye lo que ve. Mediante la prosopopeya (el ruido salta, da corcovos, gira y se aquieta [...] en un ronroneo intermitente), o la sinécdoque de la actividad productora de ruido (construyen un galpón [...] hoy llegaron y están ahí, invisibles y sonoros, descargando sus hierros y chapas de cinc), o la onomatopeya (El ruido es un tam tam).

El relato, en el que se entrecruzan percepciones, acciones y evocaciones (en los que se intercalan transcripciones de diálogos), está preferentemente narrado en presente de indicativo provocando una sensación de simultaneidad, de recursividad y de desajuste, porque las evocaciones también se reconstruyen en tiempo presente.

Se puede decir, sin la menor duda, que la singularidad y grado de depuración del estilo tienen tal potencia que a nivel narrativo pesan más que el propio relato. En el binomio fondo/forma, ésta se muestra absolutamente decisiva (incluso, radical).

VARIEDAD TEMÁTICA

El texto noveliza diversos temas (existenciales, filosóficos, fisiológicos, psíquicos, urbanísticos) que van y vienen, indescifrables, en la poética del texto. Contribuyen a esa irresolución, no solo los parlamentos de Nina, Besarión, Reato y la gente del texto, sino también las elipsis narrativas y la contaminación entre realidad, ensueños y pensamientos del narrador-protagonista.

Consecuencias del progreso

También en esta novela los recursos autobiográficos, recurrentes en la obra de AdB, están presentes. Por una parte, se sustenta sobre uno de sus rasgos personales más distintivos: su particular sensibilidad hacia el sonido y las profundas valoraciones sobre el ruido y el silencio. El silencio fue su estilo de vida, incluso una estrategia de supervivencia durante su detención en La Plata. Según Rodolfo Braceli, periodista, colega y compañero de Los Andes: El personaje de El Silenciero directamente estaba inspirado en él. Y por otra, el suicidio, que conformó parte de su historia familiar, marcando su infancia y juventud (si bien tangencialmente).

Esta novela urbana, desoladora y muy kafkiana parece escrita para lectores del futuro, pues con su rechazo del ruido, el protagonista asume su inadaptación como ente social. Como suele ocurrir con quienes adivinaron, en su momento, las consecuencias que podía tener la televisión en la capacidad de atención y los hábitos sociales, la novela resulta premonitoria (y hasta se queda corta) en lo que ha devenido luego con internet y las redes sociales. La búsqueda novelada de un individuo marginal, en la actualidad se ha multiplicado; esas molestias por el ruido (de algoritmos, de egos exhibiéndose, de trivialidades, de –reels– vídeos cortos adictivos, de insolencias, de tendencias que nacen con fecha de caducidad) se plantean cada vez más como sociales.

Denuncia ciertas consecuencias del progreso y, a su vez, la intrusión de molestias en la convivencia normal: el ruido, en más de una referencia en la novela, se une a la idea de progreso. Lo que entra allí es progreso, pero no está donde tendría que estar, porque todo, alrededor, se halla habitado, y la gente no puede ni dormir, ni comer, ni leer, ni hablar en medio del desorden de los sonidos. En oposición al ruido, que se despliega en torno al día, la vida y lo creado, el silencio se relaciona con un «más allá» que está fuera del mundo, donde el ruido es omnipresente debido a que no solo proviene de la máquina de la industria (de la máquina como objeto), sino también del «progreso» como máquina. A esta situación se encuentra encadenada la sociedad y contra esa contingencia lucha el narrador: 

El ruido me distrae, me saca de mí... ¿eso es apartarme de mi ser, o sencillamente enajenarse?

La instalación de toda clase de fábricas y talleres en torno a las viviendas con sus consiguientes perjuicios, el ruido de la ciudad (y su crecimiento), la proliferación de máquinas y actividades marcadas por el persistente sonido impuesto, impiden al protagonista ser, vivir de manera plena. Agrían su carácter y personalidad, hasta el punto de trastornar su identidad y lo limitan a la mera supervivencia, generándole una obsesión, un castigo, una excusa…

Presenta el ruido también como un elemento metafísico que coloca al hombre entre la rebelión (desobediencia y ataque) y el miedo a una realidad cotidiana y absurda. En efecto, uno de los aportes más interesantes es la noción de ruido material y ruido metafísico. Frente al ruido material, consciente y lógico en tanto se conoce su procedencia; el metafísico es aquel del que solo se perciben las consecuencias y que funciona inconscientemente, no se identifica qué lo genera y parece obedecer a una resonancia anterior. El ruido metafísico es destructor, opresivo, es un instrumento de anulación y bloqueo, de no-dejar-ser.

Ruido pues físico y externo, pero también mental y subjetivo. A través de tal otredad se presenta un personaje afectado, insatisfecho, desorientado, un escritor (porque hay un componente metaliterario) que busca crear su novela: reto abierto hasta la última página, porque escribir implica para él afrontar su vida entera sin importar las consecuencias (¿la locura?) y la idea de que la escritura nacerá al recuperar el silencio primitivo, esencial (si es que existe). La matriz silencio/ruido se construye mediante espacios, tiempos e imágenes opuestas: la constelación que se organiza en torno al silencio se relaciona con la noche, con el silencio previo a la creación, con el tiempo de lo increado, con el instante previo al nacimiento y con la muerte.

Por tanto, resulta inevitable pensar en la salud mental. La ola consumista apenas principiaba al comienzo de los sesenta, por eso ahora se lee como una advertencia precoz, a la que hoy se responde con la meditación o las experiencias de retorno a la naturaleza, al pueblo, a lo pequeño, en un intento de buscar la quietud, la paz.

Las relaciones

Siendo en la obra AdB un tema recurrente la relación que se establece entre el personaje y un otro amenazante (aquí el ruido), esta novela discrimina entre su relación con las personas de su entorno íntimo y los otros que son ajenos y provocan ruido o la policía que se cansa de su intransigencia. Curiosamente la Ley, como en las novelas de Kafka, no parece poder ayudar al protagonista: sólo conseguirá que se enfrente a los otros, a sus ruidos, sin posibilidad de victoria, o sólo alcanzando victorias temporales, insuficientes.

Su personalidad influye en su núcleo íntimo (su madre, su esposa y su hijo), que tiene que adaptarse a su exceso de sensibilidad a cualquier interferencia. En la huida de casa en casa (primero, con su madre y su mujer; luego con ésta y su hijo) el narrador recurre al médico sin conseguir que nada mitigue su molestia. Se encierra en una habitación que cubre de libros para camuflar el ruido y se llena los oídos con tapones de cera, lo que genera que su mujer le hable y él no escuche o que le hable fuerte o realice señas con los brazos y él le indique que no tiene puesto los tapones…, un modo de vida desquiciante al que su esposa comienza a oponer resistencia, para finalmente abandonarlo.

Así como su madre puede dormir con los ruidos del taller funcionando, los vecinos no firman los petitorios redactados contra las fuentes de sonidos molestos (denuncias, edictos y quejas que no prosperan) y Reato que primero (como periodista y funcionario público) lo ayuda, más tarde lo increpa acusándole de «enemigo del progreso», y los diálogos con su amigo Besarión fraguan los motivos de la problemática en torno a las vicisitudes del hombre y su vida en comunidad: entre ellos, el crecimiento demográfico y la falta de planificación urbana que provocan una mixtura de espacios benignos y hostiles.

El ruido empieza a descomponer la normalidad en torno al narrador: su relación con Besarión, posiblemente loco, obsesionado con organizaciones secretas; su vinculación con Nina, la amiga de Leila, la chica de la que se ha enamorado, y que acabará siendo su esposa; la despegada relación con su madre…

Sus intentos terminan en la nada; los otros lo miran como un alienado, un desadaptado. El encierro y la huida constante aparecen como posibles caminos (He perpetrado mi fuga), pero la itinerancia del protagonista y su familia viene marcada por el deterioro tanto familiar como personal, los lazos familiares se deterioran y su madre se va a vivir con el hermano; Nina lo abandona y el protagonista termina encerrado, acusado de provocar el incendio de un taller mecánico, cuya autoría no se narra en el texto.

El desdoblamiento

En ese ámbito de la enfermedad mental y las relaciones, el desdoblamiento (ya presente en el personaje de Diego de Zama), aquí se presenta de forma muy sugerente en el sentido de que el narrador, que está escribiendo un libro de corte policial, experimenta deseos de quemar el taller, prende una llama para ver como arde para incluirla en la novela y se quema las cejas. En la novela que pretende escribir su protagonista tiene deseos de matar a los operarios del taller y acaricia ideas suicidas; pero establece la diferencia entre la vida real y la novelada, afirmando que él sería incapaz de quemar, asesinar o suicidarse. Estrategia sutil de desdoblar la personalidad del narrador. Otra posible interpretación sería considerar a Besarion como su otro "Yo".

Filosofía y Existencialismo

El silenciero es, ante todo, una obra filosófica, reflexiva, de ideas imperecederas, (porque siempre se les encuentran nuevos matices), de las que cuesta explicar de qué va (aunque tampoco importe).

Los ruidos han molestado a los filósofos e intelectuales en todos los tiempos: la cita de Arthur Schopenhauer (filósofo muy apreciado por el autor) donde muestra su apetencia por los sonidos de la naturaleza y el silencio, y su desesperación por las voces altas de las personas y otros ruidos no naturales, es solo una de las reflexiones escritas que lee el protagonista.

En efecto, la novela introduce la filosofía en su temática: Schopenhauer y Søren Kierkegaard, filósofos impugnadores del sistema hegeliano; la «mosca», que puede ser leída como sartreana, trueca en abeja dorada; la negación a defenderse frente a la acusación de haber incendiado el taller, como recuerdo de una lectura sobre Sócrates y su demonio, que le prohibió que se defendiera; la mayéutica, literaturizada tanto en el diálogo con Besarión, como en el modo de reflexión acerca de las acciones futuras del protagonista…

El diálogo del protagonista con Besarión, hacia el final, resulta especialmente ilustrativo: Lo malo [...] es que el ruido no me deja hacer lo que quiero [...] no me permite existir. A lo que Besarión replica: Le permite vivir, aguántese. Más adelante, ya en prisión, se lee: "Mártir de la pretensión de vivir mi vida y no la vida ajena, la vida impuesta", clama la justificación dentro de mí.

Resulta pues una lectura estrechamente relacionada con el existencialismo, la novela existencialista y la novela metafísica (en tanto cruce entre filosofía y literatura que manifiesta, fabulados, aspectos de la existencia metafísica) dado que incluye todos los clichés del existencialismo: las reminiscencias de la filosofía de Jean-Paul Sartre y la literatura de Albert Camus; la recurrencia de la narración en primera persona del singular; la disposición de una problemática existencial en torno al protagonista y un mundo que le agobia.

Porque el ruido es la raíz de todo, el motivo por el que el narrador se pierde. Según él, desde que existe la civilización existe el ruido, todos los seres humanos han convivido con él… Y, sin embargo, existe el arte, la literatura; por tanto, si él no escribe, tiene que haber algo más; en él, ese motor creativo, esa llamada a la acción, no es lo suficientemente. Las condiciones de vida en la posguerra, sin olvidar cuándo y cómo se escribió la novela sin duda tienen mucho que ver con ese pesimismo.

La escritura

La voz narrativa quiere ser escritor, pero es incapaz de escribir su libro, del que solo tiene el título, El techo. Encerrado en el cuarto, cercado por libros, con cera en los oídos, no logra escribir una palabra. Por contra piensa, sueña, imagina pequeños relatos como el de matar al presidente del club que organiza los bailes frente a su casa; o, ante los ruidos de sus vecinos, reflexiona acerca de la acción redentora del fuego que inicia el motivo del incendio del taller sin que se narre lo sucedido. En la segunda parte, forma parte de su propia trama:


No me entiendo cuando regreso de una de esas imaginaciones bufas y ligeras. ¿Por qué me entrego hasta ser yo también algo de su trama? ¿Por qué en ellas rebajo o derivo mi amargura?

Ante el descontrolado crecimiento urbano, Besarión dice que no hay casa para el hombre sano y la casa que se menciona en el texto, no es una casa que facilite el silencio sino una casa donde la cerrazón sea tan hermética que no permita penetrar el ruido, de ese modo, la única casa posible para el protagonista es una casa nómada. La pérdida del techo que cobija y que protege resuena semióticamente en el título de la novela nunca escrita, «El techo», y en el encierro del protagonista junto a un ladrón de sobrenombre «el techista», por su habilidad de escurrirse por los techos; el techo es el espacio elegido para espiar a los vecinos del taller y también espacio sellado, techo de hierro, que impide la interferencia de las ondas de la radio vecina, con el interruptor de bobina que construye su primo.

En fin, el protagonista se muestra como un inepto que no puede escribir su novela, ni suicidarse, ni tocar el piano, ni cortejar a su vecina, ni ocuparse de su madre y de su familia… Hasta que, al final, ante la imposibilidad de resolver sus conflictos con el ruido, toma la justicia por su mano (las pestañas y cejas chamuscadas funcionan como sinécdoque del delito).

Y, en la cárcel, la mosca (motivo que aparece en los textos de escritores y pensadores desde la antigüedad) que ha revoloteado en torno a él y a Besarión, a lo largo del texto, una vez muerta, no trasmuta en abeja dorada como la de Besarión, al contrario, la abeja deviene mosca. ¿Cómo entender esa trasmutación mosca/abeja-abeja/mosca, en El silenciero? Acaso ese sea otro de los guiños del texto, una escritura que maniobra y resuena sus motivos temáticos y formales, tanto en el anverso como en el reverso.

Me siento tan lleno de nada...

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