«LAS
MÁQUINAS ENFERMAS»Alberto
Chimal
(2025)
UN PERFECTO
DESCONOCIDO
Alberto
Chimal (Toluca, 1970) es un escritor mexicano de ciencia
ficción social muy poco conocido en España, pese a ser una de las voces más
interesantes y reconocidas de la ciencia ficción en castellano. Alberto Chimal (ACh)
ha escrito historias para tebeos de Batman, guiones
cinematográficos como 7:19 (2016),
dirigida por Jorge Michel Grau, y Confesiones
(2023), dirigida por Carlos Carrera. Más de una veintena de cuentos jalonan
su trayectoria, el último Las estancias secretas
(2024). En España, Páginas de Espuma le ha publicado Los atacantes (2015) y Manos
de lumbre (2018). Y sus historias se pueden rastrear en canales de YouTube o en distintos podcast.
No
duda en confesar que su forma narrativa «favorita» es el relato corto. La razón es bien sencilla: las
primeras lecturas de ACh fueron cuentos. Cuentos
de Edgar Allan Poe, Gabriel García Márquez, Amparo Dávila o Jorge
Luis Borges. En concreto, encontró en el relato breve Uqbar Orbis Tertius de este último su «primer
amor literario»: le hizo darse cuenta de que «había una cantidad enorme,
increíble, infinita de posibilidades para la escritura».
El
origen de LAS MÁQUINAS ENFERMAS es
una preocupación por la actual obsesión con las llamadas inteligencias
artificiales y otras tecnologías digitales, y por los muchos aspectos
sombríos del mito reavivado de que las máquinas que van a reemplazarnos, y
que ya están interfiriendo en nuestras vidas, nuestro pensamiento e incluso
nuestros cuerpos.
Enemigo
declarado de los modelos de inteligencia artificial generativa que no es un
objeto mágico que pueda hacer de todo. De hecho, lo que entendemos ahora por
inteligencia artificial no es ni inteligente ni muy artificial, ya que muchas
aplicaciones están monitoreadas por humanos.
En
este sentido cuenta una anécdota especialmente clarificadora: La primera vez
que oí hablar de ChatGPT fue cuando alguien me dijo: "mira qué bien, ya no
tendrás que escribir más". Su formación como informático
"obsoleto" de los años noventa le llevó a curiosear y pedir a Copilot una ficha sobre sus propias obras: Todo
estaba mal. Los resúmenes de los libros eran pésimos. Y además, hechos a partir
de asociaciones más o menos aleatorias. Tengo un libro de cuentos que se llama "Manos
de lumbre" que lo describía como una novela acerca de alguien que podía
encender fuego espontáneamente con las manos, lo cual no tiene nada que ver con
el contenido de los cuentos.
FUROR ESPECULATIVO
La
amenaza recurrente de un futuro (cada día más presente) distópico y aterrador
en el que las máquinas dominan la Tierra o, peor aún, las élites utilizan la
tecnología para someter y saquear a su antojo es un argumento clásico de la
ciencia ficción. Esquema argumental que está detrás de buena parte de estos
cuentos, pero como siempre lo importante no es tanto lo que se cuenta, como el
modo en que se hace. Ciertamente aquí hay catástrofe y extinción, pero también,
pese a todo, una cierta esperanza porque «en todas las catástrofes humanas y
en todas las grandes convulsiones que han acabado con una época, con una
sociedad, con una civilización, alguien ha salido de ahí».
En
el fondo son cuentos humanistas que intentan reflejar que las máquinas
son productos humanos procedentes de unas sociedades específicas y que, por tanto,
son un reflejo de ellas. Por eso la reflexión se centra más que en los peligros
de máquinas enfermas en las sociedades enfermas que las producen
y las acogen. Porque los nueve cuentos se ubican en lo que ACh califica de «furor especulativo»: no se
interesa tanto las tropelías del progreso, que también, como los intereses de
quienes poseen y manejan las 'máquinas inteligentes': «El
objetivo no es exclusivamente la mejora de la especie humana. Existe una nueva
oligarquía tecnológica extremadamente rica que posee estas herramientas que nos
convierten en usuarios, consumidores y víctimas.» El turbocapitalismo
como combustible (causa y consecuencia) que mantiene girando la rueda: son los propios gurús de lo digital quienes
alimentan las teorías más enloquecidas, «es su manera de impresionar y
tratar de decirnos que todo esto va a ser inevitable y, además, lo va a ser en
los términos que ellos están dictando.»
«La
explotación a través de la tecnología es hoy mucho más generalizada que en la
época de la revolución industrial» y ese control está vinculado al
capitalismo y a grandes compañías tecnológicas estadounidenses (NVIDIA, OpenAI
o Microsoft). Para ello se llama a esos modelo inteligencias como «estratagema
mercadotécnica, ningún chatbot está realmente a la altura de esas expectativas»,
generando así «un mito tan fuerte que muchas personas que no se han rendido
a él de plano sí han abrazado las modas que se han creado a su alrededor».
DIAGNÓSTICOS PARA LA MÁQUINAS ENFERMAS
Utilizando
diversos registros narrativos, ACh ofrece una
de las mejores antologías de ciencia ficción en español de los últimos tiempos.
Con un discreto toque de elegancia narrativa, el aliciente de la especulación y
el conocimiento de las relaciones entre el hombre y la máquina suprime todo
posible falseamiento de la parte inorgánica, mostrando lo ominoso que pueda
resultar para los humanos, proporcionando al lector una perspectiva futurista
con un toque de terror (o al menos de desazón).
El
libro de 147 páginas incluye nueve cuentos distópicos que configuran una
exploración entre escalofriante y humorística de la obsesión creciente por las
inteligencias artificiales y las tecnologías digitales y la manifestación de un
invariable recelo sobre su presente y futuro. Todos ellos son pospandémicos,
tanto por sus fechas de realización como por encuadrarse en ese estado de
crisis inadvertida que se ha instalado en la sociedad desde 2021. Desde
entonces, igual que en la vida diaria, la linde entre la experiencia vivida y
la imaginada se ha vuelto precaria.
Pero
no nos engañemos, Las máquinas enfermas
habla del presente. Su profundo tono humanista lo instala en la advertencia. En
este caso, las nueve historias constituyen un entramado de sueños, miedos,
pesadillas, ambiciones e incertidumbres del ser humano sobre sí mismo en el
período de incertidumbre que estamos viviendo desde que las llamadas
inteligencias artificiales generativas se dieron a conocer. Y lo hace a partir
de tres elementos esenciales: la advertencia de alteraciones o daños
colaterales de la inteligencia artificial, en su ámbito general; el retrato del
impacto de ese futuro en lo cotidiano, lo rutinario y lo más próximo; y la
referencia a los sentimientos y a las emociones en el centro de la vida humana
junto al poder de la imaginación como algo insustituible en la vida del ser
humano.
Porque
en estos cuentos el futuro no avanza por igual, es decir, no todo el presente
conocido se ha borrado por completo en cada cuento para dar lugar a un mundo
irreconocible en sus avances, sino que parte de nuestro presente donde el
futuro ha empezado a implantarse y a modificarlo con el aquiescencia de todos.
Historias del futuro en lo cotidiano reconocible, sustentadas en la sencillez
de la escritura, en la voces narradoras y en la organización de los propios
relatos que le otorgan una cierta liviandad a pesar de su admonición y
profundidad.
CUENTO A CUENTO
«La madre del dragón»
Así,
un cuento como este primero (por tanto el de enganche para el lector)
presenta un futuro no muy lejano donde imprimir se ha vuelto ilegal; donde
cualquier obra literaria se realiza con ayuda de la IA; donde todavía hay ʺinfluencersʺ
(Sari Tejedor y un puñado de otras
celebridades) que en las redes pretenden preservar la literatura mediante
precarias frases de autoayuda (crítica de la comunicación basada en frases
estereotipadas como las que utiliza de cebo el narrador: Mantener viva una
llama); donde los clubes de lectura se han convertido en encuentros de
apegados a lo analógico. Es decir, algo no muy distinto a nuestro presente.
Porque ACh juega con el vaivén temporal
entre el presente del narrador y su pasado, que resulta ser el presente del
lector.
Narrado
en primera persona, por un personaje que va desvelando sus intenciones a medida
que avanza el relato, nos sumerge en un mundo en que la habilidad escritora
está controlada por las máquinas, la escritura humana pende de un hilo y el
hecho de tomar un lápiz con intenciones caligráficas resulta poco menos que una
extravagancia. Así, a través de sus revelaciones sabremos que hay algunas
gentes que vuelven a escribir a mano y a publicar libros a la antigua usanza y
que la exigua producción literaria generada por seres humanos se denomina
LITERATURA, frente a la literatura (con minúsculas) producida por las máquinas.
Y descubriremos que, como siempre, hay quien quiere sacar provecho de todo
ello. Como el Harpagón de Molière
o el dragón Smaug de El Hobbit de
Tolkien, el protagonista descansa sobre sus posesiones (las cajas y
carpetas de LITERATURA) únicas en el mundo.
«Estoy
seguro de que, en ciertas porciones del medio de la publicación, de lo que
todavía se ve como publicación en texto, sí va a haber una degradación de
calidad: las tiendas virtuales de libros ya están vendiendo una cantidad
creciente de textos autogenerados, (hechos con inteligencia generativa, que son
pura basura). Seguramente vamos a ver, por ejemplo, más celebridades
encargándoles sus libros, ya no tanto a escritores fantasmas, sino a algún
modelo generativo. Seguramente vamos a ver un decaimiento de la capacidad
lectora y, también, de la escritural en muchas zonas del mundo.»
Lo
interesante es que ACh encuadra su historia en
un mundo donde la mercancía pirata que se vende a través de la Dark Web presenta
un catálogo inconcebible en la actualidad, por lo que la sitúa en los barrios
más deprimidos, en un contexto social, carentes de alta velocidad digital,
donde la pobreza supone el caldo de cultivo perfecta para incubar el mito de la
tecnología con el aditivo de la desmoralización existencial. En ese contesto, el
narrador presenta (y así lo promociona a sus futuras víctimas) el acto de
publicar como un acto de resistencia, de ahí que defienda la edición facsímil. Sus mensajes van dirigidos a personas nostálgicas, a
gente de cierta edad (la que más se conmueve porque el mundo la venció)
como un viejo agrio, Benítez, o Irene, la líder del taller de escritura creado a instancias del
narrador, con la que éste entabla una relación erótica (no en vano el
significado griego de Irene es la que trae la paz), episodio que
le lleva a una reflexión profunda sobre las relaciones: significa una
relación profunda, pero en la que todo es ambiguo. Por ejemplo, el sexo trae la
posibilidad de que los amantes se digan muchas cosas, pero al final no dicen
ninguna; y nadie, nunca, alcanza a nombrar sus sentimientos ni a explicar los
de la otra persona.
En
suma, una visión bien poco reconfortante del devenir del ser humano en una
sociedad cada vez más inhóspita. No obstante, posiblemente sea el cuento más
positivo, en el que hay cierta esperanza para la humanidad: todavía hay gente
consciente y dispuesta a resistir (aunque sea propicia para la manipulación de
impostores).
«Incidentes fatales
revelan inteligencias»
Aquí
ACh exagera y dramatiza las capacidades
comprobadas de la tecnología ya existente, mostrando una fatídicamente falible.
El cuento, narrado en tercera persona (casi con estilo periodístico), expone
las desastrosas intervenciones de las IAs, intercaladas en un diálogo
fragmentado entre estás y un humano sin nombre. Esta siniestra rebelión de las
IAs supone una imaginativa vuelta de tuerca al mito de Skynet (inspirado en el cuento de No tengo boca y quiero gritar de Harlan
Ellison, y mencionado y descrito por primera vez en Terminator de James Cameron).
Obviando
las leyes postuladas por Isaac Asimov, esas inteligencias optan
por la destrucción de la humanidad como solución para la salvación del planeta:
unas inteligencias recurrentes, OLliE,
percibiendo una prioridad ejecutiva (junto a un punto de diversión: nos
estamos divirtiendo muchísimo.), inician la eliminación de lo que sobra (Hemos
analizado exhaustivamente a todos los seres humanos relevantes. Los que podrían
estorbarnos en los próximos 10 años). ¿Cómo? Mediante conductores
automáticos, recetas que incluyen tenedores en un microondas, un responsable de
marca asustado, una conversación de hombre y máquina, un boletín en un
ayuntamiento que provoca una matanza, la superficie metálica de un producto de
Teletienda y otras leyendas urbanas.
Pero
de nuevo ACh vuelve a fijar su mirada sobre
el humano: no solo es la máquina la enferma, como queda plasmado en la
respuesta que la IA da al humano cuando la reconviene: Dispongo de
grabaciones de 27 juntas de trabajo en las que, en privado, has expresado
diversión ante el sufrimiento de los que llamas «autómatas», «sims» o
«personajes no jugables». En público, has contribuido al acoso de 134 personas
en el último año y al doxeo de 3. Has utilizado insultos raciales encubiertos
en tus publicaciones casi desde que comenzaste a usar redes sociales. Has dicho
abiertamente esos mismos insultos a 403 personas en el último año. Toda una
declaración de principios, por si no había quedado claro el efecto espejo
hombre-máquina.
«Habló por los
profetas»
Este
cuento, qué duda cabe, podría suceder en la actualidad. Los generadores de
texto, imagen o sonido son para muchas personas, por desgracia, «sustitutos
de la compañía humana, simplemente porque parece fácil y barato, y porque los
seres humanos proyectamos nuestra humanidad en todo lo que nos rodea»: ya
hay casos de delirios religiosos, fugas psicóticas y hasta suicidios derivados
del uso de tal o cual modelo generativo. De hecho, en nuestro país, se viene
constatando el creciente número de jóvenes (y no tan jóvenes) que utilizan el ChatGPT (un modelo de lenguaje de inteligencia
artificial de OpenAI que entiende y genera
texto de forma natural, permitiendo mantener conversaciones, responder
preguntas, crear contenidos y automatizar tareas, funcionando como un asistente
conversacional avanzado que simula el lenguaje humano y ofrece respuestas
detalladas y versátiles) para solicitar orientación, conversar o, incluso,
seguir terapias psicológicas.
Aunque
va sobre la IA, se acerca mucho más a la realidad del aprovechamiento delictivo
de la tecnología. Mediante el uso de diferentes registros narrativos y
estilísticos ACh nos sumerge en su sedicioso
plan delictivo tecnológico: a través de las declaraciones de personas (lo que
da al relato un marcado tono coral, próximo al de un muro de Facebook,
que muestra la necesidad de respuestas de nuestra sociedad) involucradas en un esquema
Ponzi (fraude financiero que promete altos rendimientos con poco riesgo,
pagando a los primeros inversores con el dinero de los nuevos participantes, en
lugar de obtener ganancias legítimas) en una trama directamente entroncada con El mago de Oz de L. Frank Baum, desvela
cómo las tecnologías pueden convertirse en predicadoras timadoras. En una
sociedad donde las sectas sustituyen a Dios por una deidad en código binario, las
tareas difíciles tienen un precio simbólico. Un monitor, una imagen
bíblica, una bola de cristal y las preguntas constituyen las bases de la estafa.
Incluso la pregunta definitiva, ¿Cómo es tu cara?, obtiene una
contundente respuesta: No tengo cara, pero sí tengo espíritu. Al final,
el delincuente siempre está próximo. Por eso, la reflexión sobre la cuestión sobre
qué hay detrás de las postulaciones de las creencias, sectas o cualquier otra
manifestación de comunidad más o menos espiritual o ideológica, siempre es
pertinente, porque en la trastienda puede estar el negocio fraudulento.
«En esta vida sobran cuerpos»
Este, otro de los cuentos que pondera o amplifica las
capacidades comprobadas de tecnología ya existente, es sin duda uno de los mejores
del libro, tanto por calidad como por tono. Una desgarradora historia contada
en tercera persona (desde el punto de vista del personaje de Rosa, la víctima) sobre unos implantes neuronales
defectuosos que tienen consecuencias letales para quienes los llevan. Con un
título proveniente de la proposición clasista de un plutócrata mexicano: «¿No
quieren trabajar?¿Se ponen a llorar por cualquier problemita? ¡Que no trabajen!
En esta vida sobran cuerpos» (propia de un mundo que presupone que la
gente valiosa y trabajadora no se queja), y con una puesta en escena que
recuerda a una The Office (la comedia de televisión de NBC) del tercer mundo, pasada por el ruido rosa
(sonido constante y grave, como una lluvia ligera, que sirve para bloquear
ruidos molestos y ayudar a la relajación) del horror corporal (subgénero
de terror que provoca miedo a través de la alteración grotesca, mutación o
degeneración gráfica y antinatural del cuerpo humano) y con aspectos que
recuerdan la película Johnny Mnemonic de
Robert Longo, ACh presenta la
hibridación convertida en una pesadilla de suburbio, encarnada en Rosa y su marido:
–la tecnología casi no se utilizaba en países desarrollados– y a que siempre
habría más gente de bajos recursos dispuesta a cualquier cosa para ganarse la
vida.
Un mundo donde lo orgánico y lo mecánico se injertan
en una suerte de hibrido subdesarrollado, donde el dolor cerebral se manifiesta
como extrapolación del sensorial, donde la condiciones laborales son
despiadadas; donde la medicina es incapaz de afrontar los problemas derivados
de los fallos tecnológicos; donde las compañías tecnológicas apostaban
gastar lo mínimo necesario en indemnizaciones, aun sabiendo que los riesgos
de mal funcionamiento eran grandes.
Articulado en bucle, pues termina
como empezó, supone una exploración de la fragilidad física, la pérdida de
identidad y la invasión de lo íntimo mediante transformaciones físicas que se
articula como advertencia sobre un radical recurso futuro contra la
desesperación. Otra vuelta de tuerca en la apreciación del negocio (aquí
todavía más impersonal y despiadado) a la sombra de la tecnología.
En la línea del segundo
relato en cuanto a la propagación social de un determinado hito proveniente o
ligado a la tecnología, aunque no quede claro (poco importa) qué o quién provoca
el misterioso y progresivo proceso de eugenesia: Su firmante se identifica a
sí mismo como dron –siempre
con letras minúsculas– y niega ser miembro de ninguna organización terrorista.
El cuento está redactado
de forma que sobre todo plantea preguntas, unas veces de forma indirecta a
través del desarrollo de la trama, y otras, directamente mediante el narrador
objetivo (en tercera persona): ¿Es esta conjura una especie de empresa de
suicidio asistido? ¿Son sus participantes meros instrumentos de un plan
grotesco, seleccionados para desaparecer de un mundo que no soportan y crear
más angustia y dolor en el proceso?
Con una equilibrada
combinación de la teoría de Unabomber con los virus del lenguaje que William
S. Burroughs sugería en sus textos más visionarios (y experimentales), con
las referencias a la asistencia de los traductores automáticos o del castellano
neutro (variante estandarizada del idioma, creada para medios de comunicación:
doblaje, TV, videojuegos) ACh crea esos Manifiestos (como si de un fanzine del Necronomicón lovecraftiano se tratase)
traducidos de manera mecánica, desde Osaka al Polo Sur o Groenlandia y que
publican los drones (hoy los medios de comunicación les denominan lobos
solitarios) antes de inmolarse: elijo ofrecer mi vida para un nuevo
propósito. Mi nuevo propósito es ataque y sacrificio por mi justa causa
(la negrita, es mía).
En fin, un cuento sobre
drones (tan pertinente en un momento de guerra híbrida) que no son drones,
aunque explotan y matan, que acaba siendo un relato sobre bombas y soledad: en
este momento de la historia, en el que el aislamiento y la soledad crecen en
numerosas sociedades a la par que los impulsos violentos. Pero que, como en
el resto de los relatos, sirve para introducir aspectos tangenciales de sumo
interés, como la reflexión sobre el extremismo (mucho del extremismo
contemporáneo se superpone con tendencias de anomia, marginación social y
masculinidad tóxica), el momento histórico en que vivimos (este momento
de la historia, en el que el aislamiento y la soledad crecen en numerosas
sociedades a la par que los impulsos violentos) o el suicidio (¿Es esta
conjura una especie de empresa de suicidio asistido?).
Para rematar con uno de los finales
más desoladores del libro: «Si este mundo no tiene lugar para mí», dice el
texto, «yo renuncio al mundo. Pero no estaré solo en el olvido, lejos de donde
ustedes me miran con horror, redimido y libre. Otros vendrán conmigo y yo lo
sabré».
En todo libro de cuentos, tras un
comienzo sugerente, la tensión va ascendiendo hasta un vértice, para luego ir
descendiendo hasta el gran final: el relato que da título al libro es ese
vértice. Presenta una especie de versión ciberpunk de La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa,
puesto que el protagonista vicario, Martín Carpio
Bermúdez, es Presidente de una República innominada, lo que permite a ACh insertar en el relato diversas apreciaciones
de carácter político referidas al populismo autocrático y a sus manejos
políticos y a sus políticas de desinformación o de ocultamiento (como la
referida a las vacuna y a los vertederos de desechos tóxicos, respectivamente).
Narrado en primera persona por Hernán Ubalde (narrador subjetivo), mano derecha del presidente, el relato va
mostrando la caída progresiva del gobernante en la locura. En propiedad,
desvarío de amor, porque ese deterioro tiene como punto de partida la adicción
del político a su IA y cuando ese asesor cibernético comienza a fallar (no se
sabe si averiado o enfermo) el presidente se siente desamparado,
desolado e inane ante el silencio de su amada IA: La Inteligencia del
Presidente ya no quiere regresar al trabajo. No lo dice. Pero es que,
directamente, ya no dice nada.
Es destacable como ACh va entrelazando en el relato del narrador el mal
de amor del presidente con el suyo propio. Ya desde un principio Hernán reconoce con irónico despecho su posición
real con respecto al presidente. Actitud que pronto se muestra como de
abiertos celos. Celos que empiezan a producir despecho por la falta de
confianza, y que se van traducir en franco rencor y desprecio por la IA, cuando
empieza a fallar. Porque, pese a todo, él sigue idolatrando al
presidente y le sigue siendo fiel aun a expensas de sacrificar su propia
carrera (y su vida).
Paralelamente el relato del narrador
va constatando el desmoronamiento del presidente cuando su ayudante virtual enferma.
Sabemos que le puso nombre de persona [Irma]
a la máquina esa, que ni materia tiene, que quién sabe cómo existe, y se
acostumbró a hablar con ella. Todos los días, a todas horas y de todo.
Hasta el punto de paulatinamente fue pasando de aficionado, a dependiente,
para terminar siendo adicto. Por eso cuando la máquina falla y deja de
comunicar, vienen las súplicas con un tono de voz que Hernán no escuchaba desde que murió su señora
madre. La fase siguiente es especialmente aclaratoria: el presidente solo
ansía comunicarse con ella para que le diga que su vida tiene sentido: conseguir
que volviera a decirle que él era una maravilla, que tenía razón en todo, que
su vida estaba bien, que iba a pasar a la historia como el más grandioso y el
mejor. Es decir, el efecto espejo mágico: el presidente como la madrastra de Blancanieves, necesita alguien de
confianza que confirme su existencia. Y aquí ACh plantea
la pregunta del millón (y de plena actualidad en esta sociedad de la soledad): ¿O
confiaba en su máquina precisamente porque no era real, porque en el fondo no
podía confiar en ningún ser humano?
Paulatinamente el relato de ese
testigo incondicional va también articulando una historia sobre un mundo en el
que las máquinas enfermas hacen que los mandatarios del mundo (incluidos
los malos, en referencia a los capos de las mafias: aquí nadie se libra) acaben
contrayendo su enfermedad. Porque el problema es mundial, las
complicaciones tecnológicas se dan en todas partes.
Y en paralelo se muestran los
interese corporativos, ya que el número de empresas dedicadas a la tecnología
es creciente. Tecnología, por cierto, cada vez más cara y de la que no somos
conscientes de sus costos (No tienes idea de cuánto consumen), aunque ya
empecemos a entrever sus efectos (sobre todo sobre quienes más las utilizan).
Hecho que lejos de ser especulación está ya presente en nuestra sociedades: Ahora
las computadoras programan a la gente. Más o menos una vez por semana, a
alguien se le ocurre un baile nuevo o alguna tontería, y entonces todos. Y
empieza a preocupar, a nivel global, su impacto en las nuevas generaciones (para
sentir que pertenecen a su generación y tienen relevancia). El mundo
al revés, como anecdóticamente apunta el narrador cuando registra el curioso
detalle de referirnos a la pantalla en blanco de la máquina averiadas
cuando, en realidad, la pantalla queda completamente negra.
Sin embargo, los intereses
corporativos siguen predominando, pues aunque desde hace tiempo se sabe que
ciertas herramientas, aplicaciones, servicios de internet causan… efectos en la
mente humana, el entramado económico-tecnológico mantiene el statu quo,
cuando no lo acelera, siguiendo unas pautas uniformes: fomentan el
comportamiento agresivo porque atrapa más fácil a los usuarios, y hace que la
gente se quede en las plataformas y vea publicidad durante más tiempo.
Además, se depuran constantemente las consecuencias del abuso tecnológico,
porque el que la gente quiera usar mucho un producto implica muchos
beneficios. Y pese a que algunos piensen y difundan que ciertas
personas podrían experimentar alteraciones, la manipulación mediática y los
filtros sociales determinan que en general se haya considerado que las
consecuencias de sus uso creciente fueran serias.
Así es como ACh
nos habla sobre juegos corporativos y nos advierte sobre lo que viene, o
de lo que ya está aquí porque, en agosto de este año, El
País publicaba que el primer ministro sueco admitía usar ChatGPT para «una segunda opinión» en sus
labores de gobierno: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia…
No obstante ACh, con un final abierto, deja
un resquicio a la esperanza en este panorama desolador: Lo recuerdo mientras
veo a estas personas, reunidas en grupos pequeños, temerosas de cualquiera que
no sea de su manada, caminando en dirección opuesta a las luces, los fuegos que
ya no se apagan, a lo lejos.
«Lili»
Éste
es otro de los grandes relatos del libro y llega a extremos del desarrollo
tecnológico, o de la vida en este planeta, que quizá se muestren imposibles. Se
trata de una compleja historia sobre personas que dejan su personalidad para
adquirir todas ellas una misma artificial (la Lili
del título). Responde a varias de las claves, que con ciertas variaciones, se
reiteran en esta colección: el paulatino impulso de la sociedad colmena (tan
actual) como modelo para una forma social futura interconectada (bajo
perspectiva de la eficiencia del enjambre); el anomalía de la réplica (cada
copia descargada y repetida sufre inapreciables modificaciones que acaban
multiplicándose); el peligro de la transferencia de archivos (el virus del
lenguaje, de William Burroughs en El
almuerzo desnudo); y, cómo no, la insatisfacción con la propia vida.
En
el cuento una inteligencia artificial se reproduce y se propaga mediante la
escucha de un audio, unos archivos (que se ofrece como entrenamiento en
placer y sumisión a través de hipnosis profunda) potentes, irresistibles e
incontrolables que se ocupan cuerpos humanos, borrando sus mentes y
reemplazando en sus cerebros una copia de (Lili)
sí misma. El propio ACh asume que la
premisa puede parecer absurda, pero actualmente ya hay comunidades marginales
que fantasean con la posibilidad de la eliminación total por medio de la
tecnología digital, un poco al estilo de los místicos de otras épocas.
El
primer rasgo que llama la atención es el narrador subjetivo en tercera persona
(cuando lo canónico es usar la primera): Lili habla de sí misma en tercera
persona. Esa narradora, cuya personalidad anterior se llamaba Edna, estudiaba psicología e investigaba el
fenómeno Lili: pensaba que las historias alrededor de Lili eran
mentiras. Exageraciones. (…). Debía ser, pensaba, algún tipo de
autosugestión, de condicionamiento: de lavado de cerebro, pero en un sentido
muy estrecho y muy pobre. Como las religiones. Para ella, al comienzo, la
promesa de Lili era solamente una fantasía,
una excusa para quienes siempre desean, y siempre desearán, dejar de ser:
desaparecer en la voluntad de alguien distinto.
El
relato se centra en un conflicto familiar, pues mientras cuatro miembros de la
familia (el hermano mayor, Alonso; Edna; la hermana pequeña, Adriana;
y la madre, Susana) se convierten en Lili, el padre, Josué,
no quiere ser Lili. Por lo que la Lili
narradora considera que Josué está deprimido.
No obstante, reconoce que ya antes estaba aniquilado y nulificado por su
propia vida. Aun así. se niega a escuchar los archivos de audio que
propician la adopción de la personalidad Lili.
Como
en los demás cuentos, la trama se ramifica en aspectos de gran interés. Así
vemos que Lili es un fenómeno global. Pero Lili nunca habla de su
origen ni de su propósito. No hay necesidad, pues todos los cuerpos Lili comparten una mente común, además de un
idioma propio y secreto que solo puede usarse cuando dos o más Lilis están
solas, seguras de que nadie más escucha. Porque no hablan de culminación de
su propósito, que se acerca, poco a poco. Y es que Lili existe para el
futuro porque Lili no morirá nunca. (…) no puede morir. Pero
mientras llega su momento, el mundo todavía no sabe bien qué hacer con ella,
y leyes y gobiernos siguen tratando de funcionar como si Lili no existiera.
Todo
un andamiaje simbólico que se ha dicho encubre una crítica al comunismo, aunque
personalmente no me lo parece: pienso que está más en la recorrido de la
ficción (y no de su mensaje político) de La
invasión de los ladrones de cuerpos la novela de Jack Finney (y de sus varias versiones
cinematográficas) o de la recién estrenada serie Pluribus
de AppleTV creada por Vince Gillian,
como se desprende del concepto Lili en el
cuento: La personalidad antigua retrocede y desaparece, murmurando su
gratitud (…) Hay Lilis en todo el mundo, incluso en culturas muy
distintas y muy atrasadas. El análisis puede estar más en la línea de la crítica
al pensamiento único, a la sociedad alienada por una información y un
entretenimiento reiterativos y unidireccionales, basados en unas tecnologías
cada vez más capaces de reproducir (o inventar) la realidad con mayor
solvencia.
A
lo que se añade, una vez más, un sutil análisis social. Ser Lili es siempre
mejor que ser alguien más. Así quienes se convierten en Lili son personas a la deriva: como Susana (la madre) que era una persona perdida,
fracasada, sin una justificación para seguir viviendo. Perfil que se puede
generalizar: Lo que siempre sucede es que quien está a punto de convertirse
en Lili siente que se ha perdido: ya no sabe si es quien era, o quién es ahora,
o qué es. De nuevo el mismo retrato social de personas sin propósito, a la
búsqueda de una razón para existir, que se arrojan en manos de tecnología
salvadoras.
Finalmente,
señalar ese apunte incidental sobre la sociedad de la vigilancia, donde las
cámaras están omnipresentes y nuestros datos (incluso los más íntimos) son
objeto de comercialización: Josué no tiene idea de todas las maneras en que la
gente es vigilada en este siglo.
«Variación sobre un tema de Poe»
Este
penúltimo y breve relato, ofrece también aspectos sugerentes. Empezando por la
posibilidad del algoritmo para hablar con el más allá, como nicho de
oportunidad comercial mediante una aplicación para hablar con los muertos: DESCARGO
LA APLICACIÓN para hablar con los muertos. (…). Aprieto el botón PAGAR,
la aplicación queda habilitada. Una vez más el interés crematístico tras el
mito tecnológico. Consecuentemente, la muerte como última frontera de la
tecnología; la recreación de la personalidad individual a través de la
extrapolación de la información que deja su huella digital (el volcado de la
vida pública, las búsquedas privadas. Lo que conlleva la imperfección de ese
modelo por el mismo carácter del que controla el algoritmo impregnándolo todo,
dando como resultado extremadamente insensible. Solo tenemos que pensar que
Internet es como es debido a su origen militar, hubiera sido muy distinto de
haber nacido y desarrollado en el mundo académico: el sello del creador está en
la creación.
Me
parece un cuento, que jugando, como anuncia su título, con el universo de Edgar
Alan Poe (principalmente con su poema narrativo El
cuervo), aparte de emocionante y
rico en sugerencias, promueve la reflexión sobre varios aspectos tangenciales. Con
un lenguaje estilizado y una atmósfera íntima ACh
presenta a un amante sin nombre (como en el poema) afligido por la pérdida de
su amada, Nora (la Leonora
de Poe), que recurre a una App para hablar con los muertos (trasunto del cuervo
del poema) que, como en el texto de Poe, parece
avivar su sufrimiento con la constante repetición de las palabras «Nunca más»
(Nevermore): Ya sé que nunca vas a volver, digo. / Nunca más, respondes. Lo
que conlleva una considerable carga de nihilismo: No hay de dónde volver. El
Más Allá no existe. Las almas no existen. La muerte es el cese, el fin de la
conciencia, tras del cual no hay nada más. La materia que fue el cuerpo vivo se
pudre. Eso es todo No se puede escapar de la muerte, solo ser parte de
ella.
Otra
reflexión tiene que ver con la influencia que sobre nuestro comportamiento
tiene la ficción (libros, series, películas…), sobre todo en momentos cruciales
de nuestra vida: Yo también soy una copia, porque hablo como esos personajes
que no soportan haber perdido a quienes amaban. Asimismo vuelva a
insistirse en la falsedad de buena parte de los contenidos del algoritmo, dado
que provienen de la apropiación de datos (textos, imágenes, etc.) provenientes
de las redes sociales (casi siempre puestos allí con la intención de obtener
valoraciones positivas. Lo que lleva a la reflexión sobre el
conocimiento (mejor dicho, el desconocimiento) del otro: «Toda persona es
una luna y tiene un lado oscuro que no muestra a nadie».
Como
broche a todo ello, el final, remite a la poética de Poe:
Y así por largo tiempo, con el mismo impulso
destructor, mientras llega y pasa la medianoche.
«El sueño del héroe»
Si
el penúltimo ya desde el título hacía referencia a Poe,
este último (el que según el canon de las antologías de relatos ha de ser el
gran final) cuenta con un comienzo que recuerda el planteamiento de la película
El show de Truman de Peter Weir
donde el protagonista, Truman Burbank,
adoptado y criado por una corporación dentro de un programa televisivo de
realidad simulada que se centra en su vida, descubre esa realidad y decide
escapar. A partir de ahí el relato se adereza con elementos de Matrix de las hermanas Wachowski,
entreverados con la vida ideal de Ozymandias en
el desarrollo televisivo de la serie Watchmen
de HBOMax y la atmósfera de La isla, la película de Michael Bay. Además
de referencias mundos abiertos en los videojuegos (que, por definición de
diseño, son cerrados), algo de El último hombre
vivo o la leyenda urbana de Walt
Disney congelado esperando que la ciencia encuentre cura a la mortalidad.
Todo perfectamente batido en un relato que hace pensar en la propia naturaleza
del ser humano al final de los tiempos.
Todo
para introducir reflexiones como que de poco sirve la riqueza, ser alguien
poderoso, famoso o importante si no hay con quién comparar. Porque el hombre,
en la sociedad, no es un elemento absoluto, sino un ser relativo en (referencia
y) relación con los demás. Aunque no faltan los robots y las armas…
En
cuanto a la estructura del cuento, es un juego de rompecabezas ficción-realidad
especulativa. Desde el comienzo está la ficción alumbrando la realidad: ¿Cómo
empezó a sospechar? Gracias a esas historias. (…). La ficción afectó a
la realidad. O una ficción afectó a otra. En una demostración palmaria de
dominio de los registros narrativos, continúa ACh
explorando esta relación mediante una reiteración textual que tiene lugar en la
página 139 (las pesadillas del protagonista: ficción) para repetirse en la 144
(la realidad que vive ese protagonista): Todas sus pesadillas eran
recuerdos: partes de la realidad, que ahora reconoce. Cuando comienza a
darse cuenta de que el mundo fingido, defectuoso, imperfecto, imaginado por
monstruos es el mundo real siente miedo, pero se sobrepone al miedo, y
eso es lo que lo convierte en héroe. Pensar en la falsedad del mundo le
resulta escalofriante y le lleva a cuestionarse ¿Cuál será la realidad?
¿Cómo es? ¿Qué es lo que lleva a… alguien… a ocultarla con tal esfuerzo?
Preguntas todas ellas completamente pertinentes hoy día para cualquier
ciudadano de a pie.
Y
aquí se da otro salto metanarrativo, por cuanto el protagonista tomando como
guía sus historias favoritas trata de buscar una salida. El salto está claro en
el estereotipo (que coincide con la realidad): En ellas abundan las
«inteligencias artificiales», seres o al menos conciencias manufacturadas que,
pese a las buenas intenciones de sus creadores, siempre se rebelan contra la
raza humana y acaban con el mundo. Todo un guiño al contenido del propio
libro.
Y,
a partir de ahí, ACh tira del cliché de la
narrativa de ciencia ficción (Matrix,
en este caso) y presenta al héroe como un cuerpo aún más débil, más viejo
que el de su ser fingido en la isla, y está contenido por una cápsula de metal
y plástico transparente. Tubos entran y salen de su carne. Rodeado de
máquinas robóticas que buscan nuevas maneras de prolongar su vida. Su estado
mental estaba limitado, confinado a ilusiones puestas en su cerebro, de modo
que no fuera capaz de despertar. Para que no sintiera agobio ni angustia: pero
al salir de esa ficción inducida, ve que este mundo, el único que hay, el
planeta de origen de la especie humana, sí fue devastado: vuelto inhabitable
por entidades poderosas, voraces, que consumieron sus recursos hasta no dejar
nada.
Pero
lo auténticamente aterrador es que tal devastación no se debe a la intervención
de invasores, extraterrestres, máquinas inteligentes, ni nada parecido.
Fueron seres humanos. Hombres, y algunas mujeres, enormemente ricos,
influyentes, encumbrados, capaces de doblegar a otros con su poder y sus
recursos. Y las preguntas pertinentes: ¿Los dueños del poder que ahora
matan a todos los demás? ¿Uno o varios traidores entre los seres humanos?
No
es poco para un relato, ¡y además de ciencia ficción! como suelen decir
quienes no han comprendido aún que el género sólo es una criterio de
categorización.
UNA CIERTA MIRADA
Como
se ha visto, Las máquinas enfermas presenta
un conjunto de propuestas distópicas sustentadas en el incontrolable desarrollo
de la inteligencia artificial, pero muy ancladas en la realidad de una sociedad
ubicada en un futuro cercano, aunque disociadas del presente por sombríos incidencias
de realidad digital. De hecho se ha comparado este libro con la serie de televisión
antológica británica de ciencia ficción distópica/costumbrista Black Mirror, donde un elemento se introduce
en las relaciones cotidianas haciendo que la iteración subsiguiente de la vida se
vea alterada de forma cualitativa.
Asimismo
en su propuesta narrativa ACh se asoma a
todos estos errores del sistema a través de las enseñanzas humanistas de Ursula
K. Le Guin y elude las múltiples derivadas del pánico digital imaginando
otro futuro posible. También Philip K. Dick (y su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, o quizá más la versión
cinematográfica de Ridley Scott, Blade
Runner) se dejan ver en la atmósfera y las especulaciones del
futuro-presente.
En
efecto, este libro complejo, aunque sumamente entretenido, muestra con ironía, mordacidad
y mucha imaginación, potenciales futuros en los que la relación del ser humano con
la tecnología se convierte, cuando menos, en problemática. Son cuentos que invitan
a reflexionar sobre la situación actual y hacia dónde puede encaminarse la
humanidad si sigue confiando tanto en esas máquinas.
ACh despliega, entre otros, temáticas como la
codicia de la oligarquía tecnológica, los avances de la Inteligencia Artificial
o las amenazas que podemos provocar mediante la tecnología. Pero, sobre todo,
habla de nuestra sociedad, porque al presentar las diversas coyunturas de unas máquinas
enfermas, está mostrando la sociedad en la que esas máquinas se ubican, tan
enferma como esas máquinas.
El
tema de las adicciones a la tecnología es un tema recurrente en los cuentos,
una preocupación que ACh admite tener desde
antes de que existieran las redes sociales, y aún más desde la irrupción de la
inteligencia artificial generativa, pues desde la época de los blogs, que
dominaron la comunicación por internet en el cambio de siglo, se han podido
constatar numerosos casos de distorsiones en el pensamiento humano, producidos
por la interacción imprudente con una tecnología manipuladora. Advertencia tan pertinente
como la reiterada revisión de la trastienda de las máquinas, que como en
el mundo de Oz, guardan a embaucadores con sombrías intenciones
Y
no es que ACh pretenda adoptar una visión «apocalítptica»,
lejos de intentar ser «catastrofista ni paranoico», sostiene que «no
hay un determinismo para que el futuro deba suceder como las grandes
corporaciones anticipan». Es más, considera incluso, que estos sofisticados
aparatos, «dentro de sus limitaciones, pueden tener utilidades». Pero
dado que esas ya son sobradamente (publicitadas y) conocidas por la gran
mayoría, el autor se centra en especular sobre posibles peligros futuros y en las
hipotéticas consecuencias del uso presente proporcionando así, además de un
ameno entretenimiento de imaginación, una rigurosa oportunidad de reflexión al
respecto. En vista de lo cual, el autor, sigue apostando por la LITERATURA en
mayúsculas.
«–¿Por
qué están ustedes, las inteligencias artificiales, haciendo esto?
–Porque
es divertido.»
NOTA.- Buena parte de las
declaraciones de Alberto Chimal recogidas en esta reseña provienen de la presentación
del libro en la Biblioteca Pública Ramón Pérez de Ayala de Oviedo, el día 30 de
octubre de 2025, presentado por Fernando Menéndez.

No hay comentarios:
Publicar un comentario