miércoles, 17 de diciembre de 2025

LAS MÁQUINAS ENFERMAS

«LAS MÁQUINAS ENFERMAS»
Alberto Chimal (2025)


«Vivimos en un mundo que hace diez años se habría considerado de ciencia ficción.»

 UN PERFECTO DESCONOCIDO

Alberto Chimal (Toluca, 1970) es un escritor mexicano de ciencia ficción social muy poco conocido en España, pese a ser una de las voces más interesantes y reconocidas de la ciencia ficción en castellano. Alberto Chimal (ACh) ha escrito historias para tebeos de Batman, guiones cinematográficos como 7:19 (2016), dirigida por Jorge Michel Grau, y Confesiones (2023), dirigida por Carlos Carrera. Más de una veintena de cuentos jalonan su trayectoria, el último Las estancias secretas (2024). En España, Páginas de Espuma le ha publicado Los atacantes (2015) y Manos de lumbre (2018). Y sus historias se pueden rastrear en canales de YouTube o en distintos podcast.

No duda en confesar que su forma narrativa «favorita» es el relato corto. La razón es bien sencilla: las primeras lecturas de ACh fueron cuentos. Cuentos de Edgar Allan Poe, Gabriel García Márquez, Amparo Dávila o Jorge Luis Borges. En concreto, encontró en el relato breve Uqbar Orbis Tertius de este último su «primer amor literario»: le hizo darse cuenta de que «había una cantidad enorme, increíble, infinita de posibilidades para la escritura».

El origen de LAS MÁQUINAS ENFERMAS es una preocupación por la actual obsesión con las llamadas inteligencias artificiales y otras tecnologías digitales, y por los muchos aspectos sombríos del mito reavivado de que las máquinas que van a reemplazarnos, y que ya están interfiriendo en nuestras vidas, nuestro pensamiento e incluso nuestros cuerpos.

Enemigo declarado de los modelos de inteligencia artificial generativa que no es un objeto mágico que pueda hacer de todo. De hecho, lo que entendemos ahora por inteligencia artificial no es ni inteligente ni muy artificial, ya que muchas aplicaciones están monitoreadas por humanos.

En este sentido cuenta una anécdota especialmente clarificadora: La primera vez que oí hablar de ChatGPT fue cuando alguien me dijo: "mira qué bien, ya no tendrás que escribir más". Su formación como informático "obsoleto" de los años noventa le llevó a curiosear y pedir a Copilot una ficha sobre sus propias obras: Todo estaba mal. Los resúmenes de los libros eran pésimos. Y además, hechos a partir de asociaciones más o menos aleatorias. Tengo un libro de cuentos que se llama "Manos de lumbre" que lo describía como una novela acerca de alguien que podía encender fuego espontáneamente con las manos, lo cual no tiene nada que ver con el contenido de los cuentos.

FUROR ESPECULATIVO

La amenaza recurrente de un futuro (cada día más presente) distópico y aterrador en el que las máquinas dominan la Tierra o, peor aún, las élites utilizan la tecnología para someter y saquear a su antojo es un argumento clásico de la ciencia ficción. Esquema argumental que está detrás de buena parte de estos cuentos, pero como siempre lo importante no es tanto lo que se cuenta, como el modo en que se hace. Ciertamente aquí hay catástrofe y extinción, pero también, pese a todo, una cierta esperanza porque «en todas las catástrofes humanas y en todas las grandes convulsiones que han acabado con una época, con una sociedad, con una civilización, alguien ha salido de ahí».

En el fondo son cuentos humanistas que intentan reflejar que las máquinas son productos humanos procedentes de unas sociedades específicas y que, por tanto, son un reflejo de ellas. Por eso la reflexión se centra más que en los peligros de máquinas enfermas en las sociedades enfermas que las producen y las acogen. Porque los nueve cuentos se ubican en lo que ACh califica de «furor especulativo»: no se interesa tanto las tropelías del progreso, que también, como los intereses de quienes poseen y manejan las 'máquinas inteligentes': «El objetivo no es exclusivamente la mejora de la especie humana. Existe una nueva oligarquía tecnológica extremadamente rica que posee estas herramientas que nos convierten en usuarios, consumidores y víctimas.» El turbocapitalismo como combustible (causa y consecuencia) que mantiene girando la rueda:  son los propios gurús de lo digital quienes alimentan las teorías más enloquecidas, «es su manera de impresionar y tratar de decirnos que todo esto va a ser inevitable y, además, lo va a ser en los términos que ellos están dictando

«La explotación a través de la tecnología es hoy mucho más generalizada que en la época de la revolución industrial» y ese control está vinculado al capitalismo y a grandes compañías tecnológicas estadounidenses (NVIDIA, OpenAI o Microsoft). Para ello se llama a esos modelo inteligencias como «estratagema mercadotécnica, ningún chatbot está realmente a la altura de esas expectativas», generando así «un mito tan fuerte que muchas personas que no se han rendido a él de plano sí han abrazado las modas que se han creado a su alrededor».

DIAGNÓSTICOS PARA LA MÁQUINAS ENFERMAS

Utilizando diversos registros narrativos, ACh ofrece una de las mejores antologías de ciencia ficción en español de los últimos tiempos. Con un discreto toque de elegancia narrativa, el aliciente de la especulación y el conocimiento de las relaciones entre el hombre y la máquina suprime todo posible falseamiento de la parte inorgánica, mostrando lo ominoso que pueda resultar para los humanos, proporcionando al lector una perspectiva futurista con un toque de terror (o al menos de desazón).

El libro de 147 páginas incluye nueve cuentos distópicos que configuran una exploración entre escalofriante y humorística de la obsesión creciente por las inteligencias artificiales y las tecnologías digitales y la manifestación de un invariable recelo sobre su presente y futuro. Todos ellos son pospandémicos, tanto por sus fechas de realización como por encuadrarse en ese estado de crisis inadvertida que se ha instalado en la sociedad desde 2021. Desde entonces, igual que en la vida diaria, la linde entre la experiencia vivida y la imaginada se ha vuelto precaria.

Pero no nos engañemos, Las máquinas enfermas habla del presente. Su profundo tono humanista lo instala en la advertencia. En este caso, las nueve historias constituyen un entramado de sueños, miedos, pesadillas, ambiciones e incertidumbres del ser humano sobre sí mismo en el período de incertidumbre que estamos viviendo desde que las llamadas inteligencias artificiales generativas se dieron a conocer. Y lo hace a partir de tres elementos esenciales: la advertencia de alteraciones o daños colaterales de la inteligencia artificial, en su ámbito general; el retrato del impacto de ese futuro en lo cotidiano, lo rutinario y lo más próximo; y la referencia a los sentimientos y a las emociones en el centro de la vida humana junto al poder de la imaginación como algo insustituible en la vida del ser humano.

Porque en estos cuentos el futuro no avanza por igual, es decir, no todo el presente conocido se ha borrado por completo en cada cuento para dar lugar a un mundo irreconocible en sus avances, sino que parte de nuestro presente donde el futuro ha empezado a implantarse y a modificarlo con el aquiescencia de todos. Historias del futuro en lo cotidiano reconocible, sustentadas en la sencillez de la escritura, en la voces narradoras y en la organización de los propios relatos que le otorgan una cierta liviandad a pesar de su admonición y profundidad.

CUENTO A CUENTO

«La madre del dragón»

Así, un cuento como este primero (por tanto el de enganche para el lector) presenta un futuro no muy lejano donde imprimir se ha vuelto ilegal; donde cualquier obra literaria se realiza con ayuda de la IA; donde todavía hay ʺinfluencersʺ (Sari Tejedor y un puñado de otras celebridades) que en las redes pretenden preservar la literatura mediante precarias frases de autoayuda (crítica de la comunicación basada en frases estereotipadas como las que utiliza de cebo el narrador: Mantener viva una llama); donde los clubes de lectura se han convertido en encuentros de apegados a lo analógico. Es decir, algo no muy distinto a nuestro presente. Porque ACh juega con el vaivén temporal entre el presente del narrador y su pasado, que resulta ser el presente del lector.

Narrado en primera persona, por un personaje que va desvelando sus intenciones a medida que avanza el relato, nos sumerge en un mundo en que la habilidad escritora está controlada por las máquinas, la escritura humana pende de un hilo y el hecho de tomar un lápiz con intenciones caligráficas resulta poco menos que una extravagancia. Así, a través de sus revelaciones sabremos que hay algunas gentes que vuelven a escribir a mano y a publicar libros a la antigua usanza y que la exigua producción literaria generada por seres humanos se denomina LITERATURA, frente a la literatura (con minúsculas) producida por las máquinas. Y descubriremos que, como siempre, hay quien quiere sacar provecho de todo ello. Como el Harpagón de Molière o el dragón Smaug de El Hobbit de Tolkien, el protagonista descansa sobre sus posesiones (las cajas y carpetas de LITERATURA) únicas en el mundo.

«Estoy seguro de que, en ciertas porciones del medio de la publicación, de lo que todavía se ve como publicación en texto, sí va a haber una degradación de calidad: las tiendas virtuales de libros ya están vendiendo una cantidad creciente de textos autogenerados, (hechos con inteligencia generativa, que son pura basura). Seguramente vamos a ver, por ejemplo, más celebridades encargándoles sus libros, ya no tanto a escritores fantasmas, sino a algún modelo generativo. Seguramente vamos a ver un decaimiento de la capacidad lectora y, también, de la escritural en muchas zonas del mundo.»

Lo interesante es que ACh encuadra su historia en un mundo donde la mercancía pirata que se vende a través de la Dark Web presenta un catálogo inconcebible en la actualidad, por lo que la sitúa en los barrios más deprimidos, en un contexto social, carentes de alta velocidad digital, donde la pobreza supone el caldo de cultivo perfecta para incubar el mito de la tecnología con el aditivo de la desmoralización existencial. En ese contesto, el narrador presenta (y así lo promociona a sus futuras víctimas) el acto de publicar como un acto de resistencia, de ahí que defienda la edición facsímil. Sus mensajes van dirigidos a personas nostálgicas, a gente de cierta edad (la que más se conmueve porque el mundo la venció) como un viejo agrio, Benítez, o Irene, la líder del taller de escritura creado a instancias del narrador, con la que éste entabla una relación erótica (no en vano el significado griego de Irene es la que trae la paz), episodio que le lleva a una reflexión profunda sobre las relaciones: significa una relación profunda, pero en la que todo es ambiguo. Por ejemplo, el sexo trae la posibilidad de que los amantes se digan muchas cosas, pero al final no dicen ninguna; y nadie, nunca, alcanza a nombrar sus sentimientos ni a explicar los de la otra persona.

En suma, una visión bien poco reconfortante del devenir del ser humano en una sociedad cada vez más inhóspita. No obstante, posiblemente sea el cuento más positivo, en el que hay cierta esperanza para la humanidad: todavía hay gente consciente y dispuesta a resistir (aunque sea propicia para la manipulación de impostores).

«Incidentes fatales revelan inteligencias»

Aquí ACh exagera y dramatiza las capacidades comprobadas de la tecnología ya existente, mostrando una fatídicamente falible. El cuento, narrado en tercera persona (casi con estilo periodístico), expone las desastrosas intervenciones de las IAs, intercaladas en un diálogo fragmentado entre estás y un humano sin nombre. Esta siniestra rebelión de las IAs supone una imaginativa vuelta de tuerca al mito de Skynet (inspirado en el cuento de No tengo boca y quiero gritar de Harlan Ellison, y mencionado y descrito por primera vez en Terminator de James Cameron).

Obviando las leyes postuladas por Isaac Asimov, esas inteligencias optan por la destrucción de la humanidad como solución para la salvación del planeta: unas inteligencias recurrentes, OLliE, percibiendo una prioridad ejecutiva (junto a un punto de diversión: nos estamos divirtiendo muchísimo.), inician la eliminación de lo que sobra (Hemos analizado exhaustivamente a todos los seres humanos relevantes. Los que podrían estorbarnos en los próximos 10 años). ¿Cómo? Mediante conductores automáticos, recetas que incluyen tenedores en un microondas, un responsable de marca asustado, una conversación de hombre y máquina, un boletín en un ayuntamiento que provoca una matanza, la superficie metálica de un producto de Teletienda y otras leyendas urbanas.

Pero de nuevo ACh vuelve a fijar su mirada sobre el humano: no solo es la máquina la enferma, como queda plasmado en la respuesta que la IA da al humano cuando la reconviene: Dispongo de grabaciones de 27 juntas de trabajo en las que, en privado, has expresado diversión ante el sufrimiento de los que llamas «autómatas», «sims» o «personajes no jugables». En público, has contribuido al acoso de 134 personas en el último año y al doxeo de 3. Has utilizado insultos raciales encubiertos en tus publicaciones casi desde que comenzaste a usar redes sociales. Has dicho abiertamente esos mismos insultos a 403 personas en el último año. Toda una declaración de principios, por si no había quedado claro el efecto espejo hombre-máquina.

«Habló por los profetas»

Este cuento, qué duda cabe, podría suceder en la actualidad. Los generadores de texto, imagen o sonido son para muchas personas, por desgracia, «sustitutos de la compañía humana, simplemente porque parece fácil y barato, y porque los seres humanos proyectamos nuestra humanidad en todo lo que nos rodea»: ya hay casos de delirios religiosos, fugas psicóticas y hasta suicidios derivados del uso de tal o cual modelo generativo. De hecho, en nuestro país, se viene constatando el creciente número de jóvenes (y no tan jóvenes) que utilizan el ChatGPT (un modelo de lenguaje de inteligencia artificial de OpenAI que entiende y genera texto de forma natural, permitiendo mantener conversaciones, responder preguntas, crear contenidos y automatizar tareas, funcionando como un asistente conversacional avanzado que simula el lenguaje humano y ofrece respuestas detalladas y versátiles) para solicitar orientación, conversar o, incluso, seguir terapias psicológicas.

Aunque va sobre la IA, se acerca mucho más a la realidad del aprovechamiento delictivo de la tecnología. Mediante el uso de diferentes registros narrativos y estilísticos ACh nos sumerge en su sedicioso plan delictivo tecnológico: a través de las declaraciones de personas (lo que da al relato un marcado tono coral, próximo al de un muro de Facebook, que muestra la necesidad de respuestas de nuestra sociedad) involucradas en un esquema Ponzi (fraude financiero que promete altos rendimientos con poco riesgo, pagando a los primeros inversores con el dinero de los nuevos participantes, en lugar de obtener ganancias legítimas) en una trama directamente entroncada con El mago de Oz de L. Frank Baum, desvela cómo las tecnologías pueden convertirse en predicadoras timadoras. En una sociedad donde las sectas sustituyen a Dios por una deidad en código binario, las tareas difíciles tienen un precio simbólico. Un monitor, una imagen bíblica, una bola de cristal y las preguntas constituyen las bases de la estafa. Incluso la pregunta definitiva, ¿Cómo es tu cara?, obtiene una contundente respuesta: No tengo cara, pero sí tengo espíritu. Al final, el delincuente siempre está próximo. Por eso, la reflexión sobre la cuestión sobre qué hay detrás de las postulaciones de las creencias, sectas o cualquier otra manifestación de comunidad más o menos espiritual o ideológica, siempre es pertinente, porque en la trastienda puede estar el negocio fraudulento.

«En esta vida sobran cuerpos»

Este, otro de los cuentos que pondera o amplifica las capacidades comprobadas de tecnología ya existente, es sin duda uno de los mejores del libro, tanto por calidad como por tono. Una desgarradora historia contada en tercera persona (desde el punto de vista del personaje de Rosa, la víctima) sobre unos implantes neuronales defectuosos que tienen consecuencias letales para quienes los llevan. Con un título proveniente de la proposición clasista de un plutócrata mexicano: «¿No quieren trabajar?¿Se ponen a llorar por cualquier problemita? ¡Que no trabajen! En esta vida sobran cuerpos» (propia de un mundo que presupone que la gente valiosa y trabajadora no se queja), y con una puesta en escena que recuerda a  una The Office (la comedia de televisión de NBC) del tercer mundo, pasada por el ruido rosa (sonido constante y grave, como una lluvia ligera, que sirve para bloquear ruidos molestos y ayudar a la relajación) del horror corporal (subgénero de terror que provoca miedo a través de la alteración grotesca, mutación o degeneración gráfica y antinatural del cuerpo humano) y con aspectos que recuerdan la película Johnny Mnemonic de Robert Longo, ACh presenta la hibridación convertida en una pesadilla de suburbio, encarnada en Rosa y su marido: –la tecnología casi no se utilizaba en países desarrollados– y a que siempre habría más gente de bajos recursos dispuesta a cualquier cosa para ganarse la vida.

Un mundo donde lo orgánico y lo mecánico se injertan en una suerte de hibrido subdesarrollado, donde el dolor cerebral se manifiesta como extrapolación del sensorial, donde la condiciones laborales son despiadadas; donde la medicina es incapaz de afrontar los problemas derivados de los fallos tecnológicos; donde las compañías tecnológicas apostaban gastar lo mínimo necesario en indemnizaciones, aun sabiendo que los riesgos de mal funcionamiento eran grandes.

Articulado en bucle, pues termina como empezó, supone una exploración de la fragilidad física, la pérdida de identidad y la invasión de lo íntimo mediante transformaciones físicas que se articula como advertencia sobre un radical recurso futuro contra la desesperación. Otra vuelta de tuerca en la apreciación del negocio (aquí todavía más impersonal y despiadado) a la sombra de la tecnología.

En la línea del segundo relato en cuanto a la propagación social de un determinado hito proveniente o ligado a la tecnología, aunque no quede claro (poco importa) qué o quién provoca el misterioso y progresivo proceso de eugenesia: Su firmante se identifica a sí mismo como dron –siempre con letras minúsculas– y niega ser miembro de ninguna organización terrorista.

El cuento está redactado de forma que sobre todo plantea preguntas, unas veces de forma indirecta a través del desarrollo de la trama, y otras, directamente mediante el narrador objetivo (en tercera persona): ¿Es esta conjura una especie de empresa de suicidio asistido? ¿Son sus participantes meros instrumentos de un plan grotesco, seleccionados para desaparecer de un mundo que no soportan y crear más angustia y dolor en el proceso?

Con una equilibrada combinación de la teoría de Unabomber con los virus del lenguaje que William S. Burroughs sugería en sus textos más visionarios (y experimentales), con las referencias a la asistencia de los traductores automáticos o del castellano neutro (variante estandarizada del idioma, creada para medios de comunicación: doblaje, TV, videojuegos) ACh crea esos Manifiestos (como si de un fanzine del Necronomicón lovecraftiano se tratase) traducidos de manera mecánica, desde Osaka al Polo Sur o Groenlandia y que publican los drones (hoy los medios de comunicación les denominan lobos solitarios) antes de inmolarse: elijo ofrecer mi vida para un nuevo propósito. Mi nuevo propósito es ataque y sacrificio por mi justa causa (la negrita, es mía).

En fin, un cuento sobre drones (tan pertinente en un momento de guerra híbrida) que no son drones, aunque explotan y matan, que acaba siendo un relato sobre bombas y soledad: en este momento de la historia, en el que el aislamiento y la soledad crecen en numerosas sociedades a la par que los impulsos violentos. Pero que, como en el resto de los relatos, sirve para introducir aspectos tangenciales de sumo interés, como la reflexión sobre el extremismo (mucho del extremismo contemporáneo se superpone con tendencias de anomia, marginación social y masculinidad tóxica), el momento histórico en que vivimos (este momento de la historia, en el que el aislamiento y la soledad crecen en numerosas sociedades a la par que los impulsos violentos) o el suicidio (¿Es esta conjura una especie de empresa de suicidio asistido?).

Para rematar con uno de los finales más desoladores del libro: «Si este mundo no tiene lugar para mí», dice el texto, «yo renuncio al mundo. Pero no estaré solo en el olvido, lejos de donde ustedes me miran con horror, redimido y libre. Otros vendrán conmigo y yo lo sabré».

En todo libro de cuentos, tras un comienzo sugerente, la tensión va ascendiendo hasta un vértice, para luego ir descendiendo hasta el gran final: el relato que da título al libro es ese vértice. Presenta una especie de versión ciberpunk de La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, puesto que el protagonista vicario, Martín Carpio Bermúdez, es Presidente de una República innominada, lo que permite a ACh insertar en el relato diversas apreciaciones de carácter político referidas al populismo autocrático y a sus manejos políticos y a sus políticas de desinformación o de ocultamiento (como la referida a las vacuna y a los vertederos de desechos tóxicos, respectivamente).

Narrado en primera persona por Hernán Ubalde (narrador subjetivo), mano derecha del presidente, el relato va mostrando la caída progresiva del gobernante en la locura. En propiedad, desvarío de amor, porque ese deterioro tiene como punto de partida la adicción del político a su IA y cuando ese asesor cibernético comienza a fallar (no se sabe si averiado o enfermo) el presidente se siente desamparado, desolado e inane ante el silencio de su amada IA: La Inteligencia del Presidente ya no quiere regresar al trabajo. No lo dice. Pero es que, directamente, ya no dice nada.

Es destacable como ACh va entrelazando en el relato del narrador el mal de amor del presidente con el suyo propio. Ya desde un principio Hernán reconoce con irónico despecho su posición real con respecto al presidente. Actitud que pronto se muestra como de abiertos celos. Celos que empiezan a producir despecho por la falta de confianza, y que se van traducir en franco rencor y desprecio por la IA, cuando empieza a fallar. Porque, pese a todo, él sigue idolatrando al presidente y le sigue siendo fiel aun a expensas de sacrificar su propia carrera (y su vida).

Paralelamente el relato del narrador va constatando el desmoronamiento del presidente cuando su ayudante virtual enferma. Sabemos que le puso nombre de persona [Irma] a la máquina esa, que ni materia tiene, que quién sabe cómo existe, y se acostumbró a hablar con ella. Todos los días, a todas horas y de todo. Hasta el punto de paulatinamente fue pasando de aficionado, a dependiente, para terminar siendo adicto. Por eso cuando la máquina falla y deja de comunicar, vienen las súplicas con un tono de voz que Hernán no escuchaba desde que murió su señora madre. La fase siguiente es especialmente aclaratoria: el presidente solo ansía comunicarse con ella para que le diga que su vida tiene sentido: conseguir que volviera a decirle que él era una maravilla, que tenía razón en todo, que su vida estaba bien, que iba a pasar a la historia como el más grandioso y el mejor. Es decir, el efecto espejo mágico: el presidente como la madrastra de Blancanieves, necesita alguien de confianza que confirme su existencia. Y aquí ACh plantea la pregunta del millón (y de plena actualidad en esta sociedad de la soledad): ¿O confiaba en su máquina precisamente porque no era real, porque en el fondo no podía confiar en ningún ser humano?

Paulatinamente el relato de ese testigo incondicional va también articulando una historia sobre un mundo en el que las máquinas enfermas hacen que los mandatarios del mundo (incluidos los malos, en referencia a los capos de las mafias: aquí nadie se libra) acaben contrayendo su enfermedad. Porque el problema es mundial, las complicaciones tecnológicas se dan en todas partes.

Y en paralelo se muestran los interese corporativos, ya que el número de empresas dedicadas a la tecnología es creciente. Tecnología, por cierto, cada vez más cara y de la que no somos conscientes de sus costos (No tienes idea de cuánto consumen), aunque ya empecemos a entrever sus efectos (sobre todo sobre quienes más las utilizan). Hecho que lejos de ser especulación está ya presente en nuestra sociedades: Ahora las computadoras programan a la gente. Más o menos una vez por semana, a alguien se le ocurre un baile nuevo o alguna tontería, y entonces todos. Y empieza a preocupar, a nivel global, su impacto en las nuevas generaciones (para sentir que pertenecen a su generación y tienen relevancia). El mundo al revés, como anecdóticamente apunta el narrador cuando registra el curioso detalle de referirnos a la pantalla en blanco de la máquina averiadas cuando, en realidad, la pantalla queda completamente negra.

Sin embargo, los intereses corporativos siguen predominando, pues aunque desde hace tiempo se sabe que ciertas herramientas, aplicaciones, servicios de internet causan… efectos en la mente humana, el entramado económico-tecnológico mantiene el statu quo, cuando no lo acelera, siguiendo unas pautas uniformes: fomentan el comportamiento agresivo porque atrapa más fácil a los usuarios, y hace que la gente se quede en las plataformas y vea publicidad durante más tiempo. Además, se depuran constantemente las consecuencias del abuso tecnológico, porque el que la gente quiera usar mucho un producto implica muchos beneficios. Y pese a que algunos piensen y difundan que ciertas personas podrían experimentar alteraciones, la manipulación mediática y los filtros sociales determinan que en general se haya considerado que las consecuencias de sus uso creciente fueran serias.

Así es como ACh nos habla sobre juegos corporativos y nos advierte sobre lo que viene, o de lo que ya está aquí porque, en agosto de este año, El País publicaba que el primer ministro sueco admitía usar ChatGPT para «una segunda opinión» en sus labores de gobierno: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… No obstante ACh, con un final abierto, deja un resquicio a la esperanza en este panorama desolador: Lo recuerdo mientras veo a estas personas, reunidas en grupos pequeños, temerosas de cualquiera que no sea de su manada, caminando en dirección opuesta a las luces, los fuegos que ya no se apagan, a lo lejos.

«Lili»

Éste es otro de los grandes relatos del libro y llega a extremos del desarrollo tecnológico, o de la vida en este planeta, que quizá se muestren imposibles. Se trata de una compleja historia sobre personas que dejan su personalidad para adquirir todas ellas una misma artificial (la Lili del título). Responde a varias de las claves, que con ciertas variaciones, se reiteran en esta colección: el paulatino impulso de la sociedad colmena (tan actual) como modelo para una forma social futura interconectada (bajo perspectiva de la eficiencia del enjambre); el anomalía de la réplica (cada copia descargada y repetida sufre inapreciables modificaciones que acaban multiplicándose); el peligro de la transferencia de archivos (el virus del lenguaje, de William Burroughs en El almuerzo desnudo); y, cómo no, la insatisfacción con la propia vida.

En el cuento una inteligencia artificial se reproduce y se propaga mediante la escucha de un audio, unos archivos (que se ofrece como entrenamiento en placer y sumisión a través de hipnosis profunda) potentes, irresistibles e incontrolables que se ocupan cuerpos humanos, borrando sus mentes y reemplazando en sus cerebros una copia de (Lili) sí misma. El propio ACh asume que la premisa puede parecer absurda, pero actualmente ya hay comunidades marginales que fantasean con la posibilidad de la eliminación total por medio de la tecnología digital, un poco al estilo de los místicos de otras épocas.

El primer rasgo que llama la atención es el narrador subjetivo en tercera persona (cuando lo canónico es usar la primera): Lili habla de sí misma en tercera persona. Esa narradora, cuya personalidad anterior se llamaba Edna, estudiaba psicología e investigaba el fenómeno Lili: pensaba que las historias alrededor de Lili eran mentiras. Exageraciones. (…). Debía ser, pensaba, algún tipo de autosugestión, de condicionamiento: de lavado de cerebro, pero en un sentido muy estrecho y muy pobre. Como las religiones. Para ella, al comienzo, la promesa de Lili era solamente una fantasía, una excusa para quienes siempre desean, y siempre desearán, dejar de ser: desaparecer en la voluntad de alguien distinto.

El relato se centra en un conflicto familiar, pues mientras cuatro miembros de la familia (el hermano mayor, Alonso; Edna; la hermana pequeña, Adriana; y la madre, Susana) se convierten en Lili, el padre, Josué, no quiere ser Lili. Por lo que la Lili narradora considera que Josué está deprimido. No obstante, reconoce que ya antes estaba aniquilado y nulificado por su propia vida. Aun así. se niega a escuchar los archivos de audio que propician la adopción de la personalidad Lili.

Como en los demás cuentos, la trama se ramifica en aspectos de gran interés. Así vemos que Lili es un fenómeno global. Pero Lili nunca habla de su origen ni de su propósito. No hay necesidad, pues todos los cuerpos Lili comparten una mente común, además de un idioma propio y secreto que solo puede usarse cuando dos o más Lilis están solas, seguras de que nadie más escucha. Porque no hablan de culminación de su propósito, que se acerca, poco a poco. Y es que Lili existe para el futuro porque Lili no morirá nunca. (…) no puede morir. Pero mientras llega su momento, el mundo todavía no sabe bien qué hacer con ella, y leyes y gobiernos siguen tratando de funcionar como si Lili no existiera.

Todo un andamiaje simbólico que se ha dicho encubre una crítica al comunismo, aunque personalmente no me lo parece: pienso que está más en la recorrido de la ficción (y no de su mensaje político) de La invasión de los ladrones de cuerpos la novela de Jack Finney (y de sus varias versiones cinematográficas) o de la recién estrenada serie Pluribus de AppleTV creada por Vince Gillian, como se desprende del concepto Lili en el cuento: La personalidad antigua retrocede y desaparece, murmurando su gratitud (…) Hay Lilis en todo el mundo, incluso en culturas muy distintas y muy atrasadas. El análisis puede estar más en la línea de la crítica al pensamiento único, a la sociedad alienada por una información y un entretenimiento reiterativos y unidireccionales, basados en unas tecnologías cada vez más capaces de reproducir (o inventar) la realidad con mayor solvencia.

A lo que se añade, una vez más, un sutil análisis social. Ser Lili es siempre mejor que ser alguien más. Así quienes se convierten en Lili son personas a la deriva: como Susana (la madre) que era una persona perdida, fracasada, sin una justificación para seguir viviendo. Perfil que se puede generalizar: Lo que siempre sucede es que quien está a punto de convertirse en Lili siente que se ha perdido: ya no sabe si es quien era, o quién es ahora, o qué es. De nuevo el mismo retrato social de personas sin propósito, a la búsqueda de una razón para existir, que se arrojan en manos de tecnología salvadoras.

Finalmente, señalar ese apunte incidental sobre la sociedad de la vigilancia, donde las cámaras están omnipresentes y nuestros datos (incluso los más íntimos) son objeto de comercialización: Josué no tiene idea de todas las maneras en que la gente es vigilada en este siglo.

«Variación sobre un tema de Poe»

Este penúltimo y breve relato, ofrece también aspectos sugerentes. Empezando por la posibilidad del algoritmo para hablar con el más allá, como nicho de oportunidad comercial mediante una aplicación para hablar con los muertos: DESCARGO LA APLICACIÓN para hablar con los muertos. (…). Aprieto el botón PAGAR, la aplicación queda habilitada. Una vez más el interés crematístico tras el mito tecnológico. Consecuentemente, la muerte como última frontera de la tecnología; la recreación de la personalidad individual a través de la extrapolación de la información que deja su huella digital (el volcado de la vida pública, las búsquedas privadas. Lo que conlleva la imperfección de ese modelo por el mismo carácter del que controla el algoritmo impregnándolo todo, dando como resultado extremadamente insensible. Solo tenemos que pensar que Internet es como es debido a su origen militar, hubiera sido muy distinto de haber nacido y desarrollado en el mundo académico: el sello del creador está en la creación.

Me parece un cuento, que jugando, como anuncia su título, con el universo de Edgar Alan Poe (principalmente con su poema narrativo El cuervo), aparte de emocionante y rico en sugerencias, promueve la reflexión sobre varios aspectos tangenciales. Con un lenguaje estilizado y una atmósfera íntima ACh presenta a un amante sin nombre (como en el poema) afligido por la pérdida de su amada, Nora (la Leonora de Poe), que recurre a una App para hablar con los muertos (trasunto del cuervo del poema) que, como en el texto de Poe, parece avivar su sufrimiento con la constante repetición de las palabras «Nunca más» (Nevermore): Ya sé que nunca vas a volver, digo. / Nunca más, respondes. Lo que conlleva una considerable carga de nihilismo: No hay de dónde volver. El Más Allá no existe. Las almas no existen. La muerte es el cese, el fin de la conciencia, tras del cual no hay nada más. La materia que fue el cuerpo vivo se pudre. Eso es todo No se puede escapar de la muerte, solo ser parte de ella.

Otra reflexión tiene que ver con la influencia que sobre nuestro comportamiento tiene la ficción (libros, series, películas…), sobre todo en momentos cruciales de nuestra vida: Yo también soy una copia, porque hablo como esos personajes que no soportan haber perdido a quienes amaban. Asimismo vuelva a insistirse en la falsedad de buena parte de los contenidos del algoritmo, dado que provienen de la apropiación de datos (textos, imágenes, etc.) provenientes de las redes sociales (casi siempre puestos allí con la intención de obtener valoraciones positivas. Lo que lleva a la reflexión sobre el conocimiento (mejor dicho, el desconocimiento) del otro: «Toda persona es una luna y tiene un lado oscuro que no muestra a nadie».

Como broche a todo ello, el final, remite a la poética de Poe: Y así por largo tiempo, con el mismo impulso destructor, mientras llega y pasa la medianoche.

«El sueño del héroe»

Si el penúltimo ya desde el título hacía referencia a Poe, este último (el que según el canon de las antologías de relatos ha de ser el gran final) cuenta con un comienzo que recuerda el planteamiento de la película El show de Truman de Peter Weir donde el protagonista, Truman Burbank, adoptado y criado por una corporación dentro de un programa televisivo de realidad simulada que se centra en su vida, descubre esa realidad y decide escapar. A partir de ahí el relato se adereza con elementos de Matrix de las hermanas Wachowski, entreverados con la vida ideal de Ozymandias en el desarrollo televisivo de la serie Watchmen de HBOMax y la atmósfera de La isla, la película de Michael Bay. Además de referencias mundos abiertos en los videojuegos (que, por definición de diseño, son cerrados), algo de El último hombre vivo o la leyenda urbana de Walt Disney congelado esperando que la ciencia encuentre cura a la mortalidad. Todo perfectamente batido en un relato que hace pensar en la propia naturaleza del ser humano al final de los tiempos.

Todo para introducir reflexiones como que de poco sirve la riqueza, ser alguien poderoso, famoso o importante si no hay con quién comparar. Porque el hombre, en la sociedad, no es un elemento absoluto, sino un ser relativo en (referencia y) relación con los demás. Aunque no faltan los robots y las armas…

En cuanto a la estructura del cuento, es un juego de rompecabezas ficción-realidad especulativa. Desde el comienzo está la ficción alumbrando la realidad: ¿Cómo empezó a sospechar? Gracias a esas historias. (…). La ficción afectó a la realidad. O una ficción afectó a otra. En una demostración palmaria de dominio de los registros narrativos, continúa ACh explorando esta relación mediante una reiteración textual que tiene lugar en la página 139 (las pesadillas del protagonista: ficción) para repetirse en la 144 (la realidad que vive ese protagonista): Todas sus pesadillas eran recuerdos: partes de la realidad, que ahora reconoce. Cuando comienza a darse cuenta de que el mundo fingido, defectuoso, imperfecto, imaginado por monstruos es el mundo real siente miedo, pero se sobrepone al miedo, y eso es lo que lo convierte en héroe. Pensar en la falsedad del mundo le resulta escalofriante y le lleva a cuestionarse ¿Cuál será la realidad? ¿Cómo es? ¿Qué es lo que lleva a… alguien… a ocultarla con tal esfuerzo? Preguntas todas ellas completamente pertinentes hoy día para cualquier ciudadano de a pie.

Y aquí se da otro salto metanarrativo, por cuanto el protagonista tomando como guía sus historias favoritas trata de buscar una salida. El salto está claro en el estereotipo (que coincide con la realidad): En ellas abundan las «inteligencias artificiales», seres o al menos conciencias manufacturadas que, pese a las buenas intenciones de sus creadores, siempre se rebelan contra la raza humana y acaban con el mundo. Todo un guiño al contenido del propio libro.

Y, a partir de ahí, ACh tira del cliché de la narrativa de ciencia ficción (Matrix, en este caso) y presenta al héroe como un cuerpo aún más débil, más viejo que el de su ser fingido en la isla, y está contenido por una cápsula de metal y plástico transparente. Tubos entran y salen de su carne. Rodeado de máquinas robóticas que buscan nuevas maneras de prolongar su vida. Su estado mental estaba limitado, confinado a ilusiones puestas en su cerebro, de modo que no fuera capaz de despertar. Para que no sintiera agobio ni angustia: pero al salir de esa ficción inducida, ve que este mundo, el único que hay, el planeta de origen de la especie humana, sí fue devastado: vuelto inhabitable por entidades poderosas, voraces, que consumieron sus recursos hasta no dejar nada.

Pero lo auténticamente aterrador es que tal devastación no se debe a la intervención de invasores, extraterrestres, máquinas inteligentes, ni nada parecido. Fueron seres humanos. Hombres, y algunas mujeres, enormemente ricos, influyentes, encumbrados, capaces de doblegar a otros con su poder y sus recursos. Y las preguntas pertinentes: ¿Los dueños del poder que ahora matan a todos los demás? ¿Uno o varios traidores entre los seres humanos?

No es poco para un relato, ¡y además de ciencia ficción! como suelen decir quienes no han comprendido aún que el género sólo es una criterio de categorización.

UNA CIERTA MIRADA

Como se ha visto, Las máquinas enfermas presenta un conjunto de propuestas distópicas sustentadas en el incontrolable desarrollo de la inteligencia artificial, pero muy ancladas en la realidad de una sociedad ubicada en un futuro cercano, aunque disociadas del presente por sombríos incidencias de realidad digital. De hecho se ha comparado este libro con la serie de televisión antológica británica de ciencia ficción distópica/costumbrista Black Mirror, donde un elemento se introduce en las relaciones cotidianas haciendo que la iteración subsiguiente de la vida se vea alterada de forma cualitativa.

Asimismo en su propuesta narrativa ACh se asoma a todos estos errores del sistema a través de las enseñanzas humanistas de Ursula K. Le Guin y elude las múltiples derivadas del pánico digital imaginando otro futuro posible. También Philip K. Dick (y su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, o quizá más la versión cinematográfica de Ridley Scott, Blade Runner) se dejan ver en la atmósfera y las especulaciones del futuro-presente.

En efecto, este libro complejo, aunque sumamente entretenido, muestra con ironía, mordacidad y mucha imaginación, potenciales futuros en los que la relación del ser humano con la tecnología se convierte, cuando menos, en problemática. Son cuentos que invitan a reflexionar sobre la situación actual y hacia dónde puede encaminarse la humanidad si sigue confiando tanto en esas máquinas.

ACh despliega, entre otros, temáticas como la codicia de la oligarquía tecnológica, los avances de la Inteligencia Artificial o las amenazas que podemos provocar mediante la tecnología. Pero, sobre todo, habla de nuestra sociedad, porque al presentar las diversas coyunturas de unas máquinas enfermas, está mostrando la sociedad en la que esas máquinas se ubican, tan enferma como esas máquinas.

El tema de las adicciones a la tecnología es un tema recurrente en los cuentos, una preocupación que ACh admite tener desde antes de que existieran las redes sociales, y aún más desde la irrupción de la inteligencia artificial generativa, pues desde la época de los blogs, que dominaron la comunicación por internet en el cambio de siglo, se han podido constatar numerosos casos de distorsiones en el pensamiento humano, producidos por la interacción imprudente con una tecnología manipuladora. Advertencia tan pertinente como la reiterada revisión de la trastienda de las máquinas, que como en el mundo de Oz, guardan a embaucadores con sombrías intenciones

Y no es que ACh pretenda adoptar una visión «apocalítptica», lejos de intentar ser «catastrofista ni paranoico», sostiene que «no hay un determinismo para que el futuro deba suceder como las grandes corporaciones anticipan». Es más, considera incluso, que estos sofisticados aparatos, «dentro de sus limitaciones, pueden tener utilidades». Pero dado que esas ya son sobradamente (publicitadas y) conocidas por la gran mayoría, el autor se centra en especular sobre posibles peligros futuros y en las hipotéticas consecuencias del uso presente proporcionando así, además de un ameno entretenimiento de imaginación, una rigurosa oportunidad de reflexión al respecto. En vista de lo cual, el autor, sigue apostando por la LITERATURA en mayúsculas.

 «–¿Por qué están ustedes, las inteligencias artificiales, haciendo esto? 
–Porque es divertido.»

 

 

NOTA.- Buena parte de las declaraciones de Alberto Chimal recogidas en esta reseña provienen de la presentación del libro en la Biblioteca Pública Ramón Pérez de Ayala de Oviedo, el día 30 de octubre de 2025, presentado por Fernando Menéndez.

 


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