miércoles, 22 de octubre de 2025

LA IMPOSTURA

 

«LA IMPOSTURA»
Zadie Smith (2023)


«Inglaterra en realidad no era un lugar. […] No sucedía nada real en Inglaterra, solo había cenas, internados y bancarrotas. Todo lo demás, todo lo que los ingleses realmente hacían y realmente querían, todo lo que deseaban, acaparaban, usaban y desechaban: todo eso acontecía en otra parte.»

LA IMPOSTURA, sexta novela de Zadie Smith (Londres, 1975), arranca simbólicamente con la descripción de un nuevo Oliver Twist, un chico mugriento, con poco más de catorce años, piernas flacas y enclenques como las de una marioneta y la cara sucia de hollín, plantado en el umbral de la casa del novelista William Harrison Ainsworth. Este primer personaje, este harapiento niño-obrero de la revolución industrial, que aparece en la primera página y pierde luego protagonismo, está ahí para introducir una época que Zadie Smith (ZS) admira y conoce profundamente: Los años en los que nace y se desarrolla la novela victoriana, la Inglaterra de, Charles Dickens, George Eliot, Wilkie Collins o William Makepeace Thackeray, entre otros

Novela matrioska llena de historias, reconstruye las miserias y contradicciones de ese periodo histórico a partir de un hecho real. En efecto, ZS ha salido de su zona de confort para entrar en una historia lejana en el tiempo, pero no, como veremos, de sus intereses. Pese a que buena parte de la crítica ha manifestado su sorpresa por esta incursión en la novela histórica, no lo es tanto si tenemos en cuenta que muchos narradores británicos contemporáneos han venido situando alguna de sus novelas en la época victoriana, edad de oro de la novela inglesa, hasta el punto de que ya podemos considerarlo un género (novela victoriana o novela decimonónica). Entre otras ahí están Expiación (2001) de Ian McEwan, Arthur y George (2005) de Julian Barnes o el arranque de Nunca me abandones (2005) de Kazuo Ishiguro. Si bien es cierto que, aunque estas novelas victorianas contemporáneas reflejen las estrategias de los escritores decimonónicos, en sus textos se incluyen técnicas y propósitos propios y contemporáneos, que enriquecen la tradición y conjuran el reproche de la mera copia.

PUNTO DE PARTIDA

ZS parte de un acontecimiento real (un famoso juicio por suplantación), el juicio más largo de Inglaterra en su momento, para ofrecer una panorámica de la Inglaterra y del Londres victorianos. Pero el retablo se abre también a Jamaica y al trato que desde la ciudad se daba a esas tierras en las que había algodón y azúcar, de donde obtenían esclavos y donde el mestizaje era más habitual de lo que querían reconocer (las raíces jamaicanas de la autora están ahí). El juicio real que fascinó a la sociedad victoriana, que llenó portadas y despertó un interés tan intenso como fugaz, dirimía la verdadera identidad del demandante que decía ser sir Roger Tichborne, aristócrata heredero de un enorme imperio del que no se habían tenido noticias desde que se subiera a un barco rumbo a ultramar años atrás que naufragó, siendo muy pocos los supervivientes rescatados. Años después de darle por muerto en 1854, reaparece en el país el supuesto sir Roger Tichborne (un poco más gordo y sin saber francés, su lengua materna) para reclamar la valiosa herencia Tichborne. Lo que sucede es que las pruebas no precisan claramente que sea el verdadero heredero.

Un caso tan mediático y famoso, que ocuparía páginas de periódicos y folletines de la época, con ilustraciones a cargo de grandes caricaturistas, como George Cruikshank, y que apenas conseguían satisfacer la curiosidad popular, ha tenido varias aproximaciones literarias, entre ellas, la de Jorge Luis Borges en El impostor inverosímil Tom Castro, relato incluido en su Historia universal de la infamia.

El asuntó favoreció los profundos cambios sociales que empezaban a gestarse, sirvió de válvula para el debate público y a ZS le ha proporcionado la base para vertebrar en torno a él su novela y presentar, tomando elementos de la realidad (como el hecho de que la masa defendiese primero una postura y luego otra con el mismo entusiasmo y sin que se sepa muy bien por qué tal cambio), otros asuntos que despliega como un abanico.

La novela gravita sobre personajes y hechos verídicos e históricos, en torno a los cuales despliega la ficción para mostrar una panorámica original del universo victoriano. Sobre la base de su extensa exploración dramática, articulada a través de golpes de trama, análisis y crítica de la sociedad del momento y la observación de los engaños y sueños de la condición humana personificada en los personajes, erige con amenidad y veracidad, la realidad y los problemas de aquel escenario. Para ello dosifica un tanto de humor, no poco dramatismo y una buena dosis de sentimientos, ideas y posturas éticas que identificaban a aquella sociedad tradicional en su enfrentamiento con la ineludible evolución social.

Es cierto que la parte dedicada al juicio pueda estimarse un tanto larga, pero quizá la trama judicial resulte necesaria para desarrollar y sacar partido a su protagonista, un personaje saturado de ficción, como consigna ZS en el epílogo, pero que, al fin y al cabo, soporta con veracidad el peso de la novela.

SECUNDARIOS PROTAGONISTAS

Resulta muy atrayente el modo en que ZS retrata a sus personajes: no solo no los juzga, sino que los trata con perspicacia y sensibilidad. Así, el eje de la novela no es tanto el juicio como la manera en que lo viven algunos personajes (y lo que eso muestra de ellos); el juicio se revela como pretexto para desplegar otros asuntos. Así, aunque el juicio ocupe la parte central del libro, a lo que se presta atención está en sus márgenes; y, de igual modo, en la historia marco del juicio, la del novelista sesentón, William Harrison Ainsworth (contemporáneo de Charles Dickens, Thackeray y otros), el personaje que se va a erigir en protagonista (Eliza Touchet, prima política y ama de llaves del novelista), en principio tiene una posición marginal.

Eliza Touchet

En efecto, para tutelar la trama e ir desgranándola, crea una heroína de fuste, la pasional escocesa Eliza Touchet, que con su carácter fuerte y su lucha interna, es un reflejo de las mujeres que, muchas veces, se encuentran atrapadas entre sus sueños y la realidad impuesta por su entorno. Desde las primeras páginas, se presenta como una mujer con un pasado intrigante; y mediante su curiosidad orientada en todas direcciones explora la vida de una figura literaria de segunda fila (con un ego muy inglés), William Ainsworth, y un embrollo legal donde nadie es quien parece. A través de su vida y sus vivencias, se despliega una narrativa enrevesada que recorre la historia, los conflictos raciales y las luchas de género.

El personaje de Eliza está basado en un ama de llaves y prima política del escritor, del William Ainsworth real (prometedor en la juventud y luego confinado en los tópicos). La Eliza real murió en 1869, pero la novela prolonga el personaje en el tiempo y en la acción, y la convierte en novelista secreta y audaz, con sentido del humor, diestra en emitir mordaces comentarios o en señalar las injusticias, tanto patrias como domésticas, que percibe. Eliza se ocupa de cuidar a William, quien años después de perder a su esposa Anne-Frances se ha vuelto a desposar con Sarah, joven de bajo linaje (era la doncella de la casa) y menor cultura. Sin embargo, a ambas mujeres les atrae y une el caso del juicio que tiene en vilo a todo el país: toda una toma de posición sobre el rango y la cultura.

Andrew Bogle

A Eliza le llama la atención el testigo clave en el juicio, Bogle, un antiguo esclavo jamaicano emancipado, que es el único que puede confirmar lo que reclama el demandante. Touchet arrastra varias tragedias pasadas y ve en la historia de Bogle la prueba de que existe la bondad humana. De hecho, la amistad entre Touchet y Bogle constituye el hilo conductor de un viaje de autodescubrimiento y reconciliación bajo las sombras del pasado. Esta relación amplia el panorama sobre la esclavitud y los intereses británicos localizados en la isla colonial y sus plantaciones, ligada a la vida del personaje. Porque esta novela en ocho volúmenes acaba siendo la novela que escribe Eliza Touchet., y que tiene como personaje destacado al negro Bogle.

Andrew Bogle, esclavo hijo de esclavos que termina de paje del demandante tras una vida de penurias y sufrimiento a ambos lados del Atlántico, comparece, primero, como testigo del demandante y, luego, como protagonista de su propia historia. Es un personaje sin fisuras, caracterizado por un único atributo: la dignidad. Su historia, la de sus ancestros y su vida (una novela incrustada en la novela) es una historia de colonialismo, de trato inhumano a los aborígenes, de hipocresía, de crueldad humana, de esclavitud y maltrato. Y, a través de él, se transmite la idea de cómo era Jamaica en el siglo XIX.

William Harrison Ainsworth

William Harrison Ainsworth, el novelista sesentón en decadencia que ya solo escribe novelas de un pasado irreversible, es un personaje real. Prolífico novelista que había alcanzado cierto éxito con su primera obra, Rookwood, publicada en 1834. Llegó a gozar de cierto renombre en la Inglaterra del siglo XIX, llegando incluso a considerársele el Victor Hugo de Inglaterra; y su novela Jack Sheppard vendió más que Oliver Twist. En el presente de la trama, vive tiempos alejados del éxito literario y de la compañía que había mantenido con grandes escritores años atrás.

Del mismo modo que sucede con la trama de Tichborne, donde el secundario (Bogle) se convierte en protagonista, en la trama Ainsworth-Touchet, el peso, por carisma y encanto, lo lleva Touchet, porque Ainsworth representa de un mundo a punto de desaparecer: es un escritor del pasado, empeñado en buscar la épica de la novela colonial (espadas y héroes), mientras Eliza, en cambio, ve más allá y cree que el interés ha de ser otro. Llevado al terreno literario, un claro ejemplo de esta desequilibrada perspectiva se manifiesta en el hecho de que William no comprende (en la novela) la fascinación de Eliza con Middlemarch de George Eliot, es decir con el presente y futuro de la literatura.

El círculo de escritores

La trama Ainsworth-Touchet se despliega en dos dimensiones: la familiar y la pública. La dimensión doméstica (que, por cierto, comienza con una avería en la casa) incluye la rutina una vez que se constituye la familia reconstituida, pero también el modo en que se produjo, con todos los sucesos destacados (que incluyen muertes, peripecias y un triángulo amoroso). Mientras la dimensión pública tiene que ver con reuniones con otros escritores y con el trabajo de Ainsworth: sin duda, ZS saca partido literario a los personajes reales, escritores casi todos, recurriendo al interés que su renombre despierta, pero sin abusar de ello. Ainsworth y su círculo de amigos literatos, entre los que destaca Charles Dickens (que bajo la mirada caustica de Eliza, recibe abundantes pullas críticas, como persona y como escritor), dan mucho juego sobre todo en esas reuniones de hombres tan seguros en sus cómodas opiniones. En ellas abundan los alfilerazos e indirectas, gravitando sobre los tics de los escritores en su ámbito cotidiano (¡quién mejor que una novelista para detectarlos!).

Si bien el ambiente literario de la época, quizá no tan distinto del de hoy, pues como afirma Ainsworth en un determinado momento completamente en serio: Cuando diriges una revista seria de literatura, Eliza, siempre debes garantizar que solo se digan elogios y que todos los escritores estén contentos, sobre todo los famosos. En todo momento aparece moldeado con ironía y, de hecho, la novela gana altura cuando se adentra en la intimidad, en las relaciones personales, en las traiciones, en los inconvenientes domésticos de vivir con un novelista, por ejemplo.

TEMAS HABITUALES, TEMAS INÉDITOS

A lo largo de su 476 páginas, un buen número de flashbacks, genealogías y dimes y diretes manifestados por los protagonistas, el texto contempla la sociedad británica, desde el año 1830 hasta finales de 1870, en una visión vasta, dramática, por momentos cómica y especialmente analítica, de esos años convulsos y, especialmente relevantes, respecto a la prevalencia de la esclavitud y la situación de la colonia de Jamaica. En ese itinerario narrativo en el que aquel universo victoriano se agita con las revoluciones sociales y la lucha por los derechos de los trabajadores en un país en pleno ascenso industrial y heredero de un rancio abolengo, ZS expone, con mirada crítica, los problemas que surgen en una sociedad basada en los derechos adquiridos, las familias aristocráticas, las herencias y la desamparada y esquiva situación de la mujer, además de otros muchos detalles de una sociedad pródiga en literatos, pensadores e intelectuales.

ZS ha intentado aprehender la complejidad de la experiencia humana en una época cuajada de profundos cambios sociales, económicos y culturales. Ha procurado que no fuera solo un relato sobre la Inglaterra victoriana, pues siendo uno de sus temas centrales (y el título da una pista clara de hacia dónde va la historia) la Inglaterra Colonial, con su dosis de esclavitud, mestizaje y explotación, sin duda la novela se constituye también en una exploración de la identidad, el racismo, los orígenes, la amistad y el determinismo, la multiculturalidad y el propio acto de contar historias. Temas que, por otra parte, han venido apareciendo ya en sus novelas.

Aquí, adoptando hechos y protagonistas de la época victoriana despliega una historia de enorme actualidad, en la que aborda también otros temas como el colonialismo, el abolicionismo, los bulos, las fake news (conectándolas con lo arbitraria, manipulable y poco fiable que es la opinión pública), el esnobismo de los ambientes literarios y las clases altas, el populismo, la justicia como espectáculo, incluso la sexualidad desprejuiciada y la referencia a la Jamaica de sus orígenes, además todos aquellos que estaban en el fondo de los debates suscitados en la época del popular juicio, tales como los derechos universales del hombre, las condiciones de la clase obrera, los privilegios de la nobleza, la explotación colonial, el derecho al voto, la incipiente lucha feminista o la abolición de la esclavitud. «Quise pensar en la época victoriana y en el ahora. Me llamaba la atención que había mucho sufrimiento y mucha injusticia, pero también mucho cambio político. Los cimientos de mi libertad se pusieron entonces: la idea del sufragio universal y de lo público. Fue entonces cuando se produjo la batalla por la tierra y por la educación pública, por ese espacio público que compartimos» (El País).

La vida bajo cualquier circunstancia

En la novela no hay ni un ápice de alegato ni proclama, ZS se ha manifestado más interesada en explorar cómo piensa la gente que en formular su opinión. Muestra las injusticias, la deshumanización de los negros desde Inglaterra, que luego se extiende de los capataces a los trabajadores, de los poderosos a los oprimidos, de los ricos a los pobres: ¿Por qué todas las tierras estaban en manos de cuatrocientas familias que ponían especial cuidado en casarse solo entre ellas? En ese sentido, la novela incluye capas más profundas de lectura que encierran un debate sobre lo identitario y su uso político.

La ambivalencia de lo que les sucede a los protagonistas, tanto en la intimidad del hogar, como en su vida pública, en situaciones emanadas de una sociedad en la que posición social y éxito suelen transcurrir en paralelo con la riqueza y la pobreza de manera semejante.

Envidias, celos, rumores y malos entendidos ocupan el día a día de los personajes, alternando la visión íntima (más humana y sensible) de quien desarrolla su vida conforme a lo que el destino dicta, y la notoriedad proveniente de la pompa y circunstancia que se va dando en su vida. Así, comparten protagonismo en la obra los lejanos ecos de la masacre de Peterloo como la novela de éxito del siglo XIX en Reino Unido y sus autores, pasando por el desarrollo y consecuencias del abolicionismo, o el tratamiento y la ejecución de la justicia, que ofrece el escenario perfecto para desarrollar algunos de estos los grandes temas tan británicos, por su historia, transcendencia y vida cultural y social.

«Hubiese sido más fácil escribir o bien sobre los horrores del siglo XIX o bien sobre la cháchara de los salones y las bobadas de aquel momento, pero lo que me llamó la atención es que estos dos mundos siempre transcurren de forma simultánea. […]. Estos dos planos son inseparables, porque siempre se producen atrocidades y siempre hay gente que sigue con su vida. Es fácil decir que uno no entiende cómo en el XIX la gente no estaba en las barricadas protestando contra la esclavitud. La respuesta es simplemente porque la gente normalmente no hace eso. Algunas personas heroicas sí» (El País).

Jamaica en el corazón

Por otra parte, ZS considera importante entender la relación histórica entre Jamaica e Inglaterra (No se puede entender un país sin haber entendido antes su historia) e introduce el tema a partir del personaje de Bogle, visto desde una perspectiva contenida, sin caer en el tremendismo

«En muchas de las ficciones que se escriben sobre la esclavitud hay una conciencia absoluta sobre la naturaleza de la opresión, pero mi experiencia, leyendo los pocos documentos históricos que hay de los esclavos del Caribe, es que lo peor que le puede pasar a una persona les ha pasado a ellos, pero al mismo tiempo esa es su vida, y no lo expresan como lo expresaríamos nosotros. Fue una barbarie, también un negocio, una fuente colosal de ingresos, un lugar donde la gente trató de sobrevivir como fuera, no todo el mundo en una plantación es una víctima o un ángel. Los esclavos construyeron pequeñas vidas en ese sistema del mal y la opresión» (El País).

Porque no solo se hace una crítica del colonialismo y la esclavitud, sino que también impele a contemplar el legado de estos sistemas de opresión en la actualidad: personalmente, le avergüenza que la mayor parte de los ingleses no sea consciente de la relación que hubo durante 400 años entre ambos países y, por supuesto, del sufrimiento de los jamaicanos. A través de las interacciones entre los personajes, se hace evidente que las cicatrices de la historia no sanan de un día para otro. En este sentido, la novela también es un intento por humanizar a aquellos que sufrieron la injusticia, creando un retrato complejo donde la victimización y la resistencia coexisten.

De escritura y escritores

En cuanto a la mirada hacia la literatura de la Inglaterra victoriana (no menos conflictiva que la actual), la primera en aparecer es su preciada George Eliot: frente a las críticas (Henry James incluido) que juzgaban la novela Middlemarch como demasiado desordenada, ZS percibe su audacia en su torrencial subjetividad que la mueve a elogiar a la autora, Mary Ann Evans (la mujer tras el seudónimo de George Eliot), como recomendación de llevar la forma al límite para los futuros escritores.

De hecho, las múltiples referencias a algunos escritores de la época constituyen una parte esencial del atractivo de la novela. Esas alusiones no solo sitúan la historia en su contexto literario, sino que añaden un nivel de profundidad al explorar las conexiones entre ficción y realidad histórica. Además, ZS utiliza estas referencias para reflexionar sobre la escritura y el éxito literario, temas siempre presentes en su obra. Estas conexiones enriquecen la experiencia y amplían el significado de la novela: así, la caracterización de Ainsworth como un autor que intenta mantener una posición literaria relevante contrasta con las figuras más dominantes de la época, y esto genera una reflexión interesante sobre la fama, el olvido y la inmortalidad literaria.

Pero también contiene un reverso doméstico que ZS conoce y explota: el día a día de un novelista. El peso de toda esta literatura es una carga tremenda para una casa, señora Touchet. Una carga tremenda, le dice el muchacho que acude a arreglar el desastre de la biblioteca. Tienes toda la razón, le responde Eliza, no refiriéndose, precisamente, al peso material de los libros de su primo.

Finalmente, La impostura es también el título de la novela que escribe y oculta Eliza Touchet. El libro es también la construcción secreta de una novelista, cuya capacidad crítica se va mostrando a lo largo de todo el relato: Nadie parecía saber por dónde empezar ni cuándo acabar, qué información era pertinente y cuál puramente superflua. Sobre la base de esa ecuanimidad metaliteraria, el relato encierra también una visión de lo que es la vida, con sus alegrías y sus desdichas (más de las segundas, en este caso), porque la novela victoriana de ZS es más ZS que victoriana: contiene muchos de los temas sobre los que ha escrito y mantiene su preocupación formal y exigencia estilística.

NOVELA HÍBRIDA

Aunque su base sea la ficción histórica, puede considerarse una novela híbrida, que combina elementos de varios géneros y estilos narrativos, ya que ZS incorpora técnicas y preocupaciones características de la literatura contemporánea, de forma que. esa mixtura de la novela se convierte en parte de su fascinación.

Combina una escritura ligera y prolija con una construcción cuidadosa, salpicada de ironía y humor, pero también de una sencilla claridad que invita a la reflexión. Y, aunque pueda darse el riesgo de desconcierto, ya que los fragmentos narrativos se alteran en combinaciones impredecibles a través del tiempo y el espacio (la trama oscila entre el presente y el pasado el aquí y el allá), lo cierto es que ofrece un fresco vívido de la sociedad de la época. No obstante hay que decir que, al abordarse el juicio de Tichborne y las tensiones del imperio británico, su ritmo se ralentiza y el episodio se dilata en atención a unos personajes que encarnan las contradicciones de la época.

La brevedad de los capítulos, que se agrupan en volúmenes (en un guiño metatextual), produce una sensación de ligereza (mérito también de la traducción de Eugenia Vázquez Nacarino). Y, en este sentido, ZS adopta dos decisiones que solo están al alcance de una narradora contemporánea.

La primera concierne a las dimensiones del relato. Aunque la novela es tan larga como un volumen decimonónico, está montada mediante una serie de piezas muy cortas, capítulos como gags o píldoras informativas (casi viñetas), condensadas por el humor, separadas por elipsis y muy esquivas (semiescenas elípticas elegidas con economía modernista). Sin embargo, condensar el relato en breves secuencias narrativas ha sido objeto de discusión. Se trata de una decisión, audaz, pero también se muestra algo repetitiva y, en cuanto se despliega la documentación, incluso parsimoniosa.

La segunda tiene que ver con la dimensión simbólica de la novela, cuyo sentido no se solventa solo mediante la acción: las peripecias están tan separadas en el tiempo y tan cuidadosamente seleccionadas y colocadas que exigen alguna clave que permita interpretar el material. La clave gira, por supuesto, sobre la impostura del título y que en diversos momentos parece pensada para aplicarse sobre un personaje u otro. Este baile del significante es uno de los grandes atractivos de una obra que invita constantemente a reorganizar el sentido del material que ofrece.

DOBLE TRAMA Y DOCUMENTACIÓN

Estructuralmente, utiliza uno de los recursos más apreciados en el siglo XIX, desde George Eliot a Charles Dickens, pasando por Thackeray: la doble trama. La novela se divide en dos grandes partes no claramente diferenciadas, que se reconocen de alguna manera conforme avanza la lectura. Por un lado, se desarrolla y explica con detalle, la vida y obra de Eliza y su primo William y todas las ramas familiares y amistades a su alrededor, en una profusión de intereses, desencuentros y aspiraciones sociales o familiares. Por otro, va aconteciendo el ya mentado juicio por la herencia Tichborne, ocupando en buena parte, la segunda mitad del libro, sin perder de vista en absoluto, los enredos y las situaciones que comparten los personajes, cada uno de ellos volcado en su propios intereses. La trama doméstica es la más conseguida, quizá por su cercanía al universo de ZS. Igualmente, en los pequeños detalles del juicio va tomando forma la verdad, como, de igual modo, en la novela, como se ha dicho, los secundarios acaban teniendo un lugar protagonista.

No cabe duda de que el diseño estructural de la obra es ambicioso: presenta una narrativa no lineal, alternando entre diferentes hilos narrativos y personajes. Tiene saltos temporales y geográficos, abarca las vidas de varios personajes, cubre décadas y lugares alejados y dispares (Inglaterra y Jamaica), pero entre todos ellos se dan sorprendentes paralelismos.

En suma, un homenaje a la literatura y la escritura misma. Eliza, a lo largo de la historia, reflexiona sobre la calidad del arte y la responsabilidad de los escritores en la construcción del discurso. Esta meta-narrativa se convierte en componente esencial, proporcionando un atisbo del proceso creativo de ZS y de su actitud sobre el uso del lenguaje como herramienta de transformación social. Viene a decir que la literatura puede ser tanto un refugio como un instrumento en la pugna por la verdad y la justicia.

Destaca asimismo la sorda labor de documentación realizada (ZS incluye bibliografía en los agradecimientos), que colma la trama de numerosas referencias a sucesos acaecidos en esa época y que ha permitido convertir en personajes literarios a algunas figuras destacadas del siglo XIX inglés. Producto de la prolija documentación son los artículos citados, la descripción de hechos históricos, las detalladas descripciones de las calles de Londres y su ambiente de trasiego incesante. Sin duda, el vasto trabajo de documentación y el depurado estilo narrativo son los dos ejes sobre los que se cimenta esta novela.

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 Así, en un doble homenaje, ZS construye su relato de compleja estructura y de gran organicidad, en que baraja ambientes, personajes y tiempos (en continuo devenir por un arco de 40 años) con naturalidad: soltura que muestra para adoptar protagonistas y hechos de la época e idear una historia de enorme actualidad. Ha conseguido así una obra rica en matices, con personajes complejos y un amplio análisis de la sociedad, la literatura y la ética, no solo ofrece entretenimiento, sino también una invitación a la reflexión y a la acción.

Sin embargo, aun siendo una novela ambiciosa, no se puede decir que sea una obra maestra, pues muestra, pese a todo, cierta falta de adecuación entre los materiales dispuestos y la técnica, entre el despliegue narrativo y los propósitos. Pese a ello se trata de un libro apreciable, con muchas capas superpuestas de forma más bien orgánica, con una gran cumulo de ideas expuestas sin afectación ni presunción intelectual. Además, es posible que sea la novela más triste y a la vez más divertida de Zadie Smith, que no es poco.

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