martes, 29 de julio de 2025

JUGADORES DE BILLAR

 

«JUGADORES DE BILLAR»
José Avello (2001)


«Por eso, no veo que ahora seamos más clarividentes o estemos menos confusos que entonces, ni creo que hayamos encontrado un argumento que explique y justifique nuestros actos; simplemente, hemos renunciado a buscarlo y nos contentamos con hacer chistes baratos; ésa es la diferencia, que no nos importa carecer de argumento, que quizás ya no nos importe nada.»


UN TAL JOSÉ AVELLO

José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943 - Madrid, 16 de febrero de 2015) estudió Derecho en la Universidad de Oviedo y en la Complutense de Madrid. Fue, durante diez años, profesor de Teoría de la Comunicación y, después, de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes de Madrid.

En paralelo a esa dedicación docente, desarrollo su vocación literaria. Publicó dos únicas novelas: La subversión de Beti García (1983), que quedaría finalista del Premio Nadal (cuando significaba algo); y, dieciocho años después, JUGADORES DE BILLAR (2001), que supuso su consagración como escritor de culto. Además, recientemente se ha publicado un libro de cuentos titulado Relatos reunidos (2024).

Pese a publicar solo dos novelas y mantenerse siempre alejado de los focos, obtuvo un notable reconocimiento crítico, llegando a ser el segundo o el más destacado finalista de los premios a los que se presentó (Nadal y Alfaguara entre ellos), e incluso a estar a punto de conseguir el Premio Nacional de Narrativa en 2002.

Pero Avello pertenece a ese grupo de escritores vocacionales ajenos a la feria de las vanidades y su reparto de promociones, enchufes y privilegios; que nunca se han plegado ante los olvidos, adversidades o ninguneos del mundillo literario. Quizá por esa trayectoria tangencial con el éxito literario ha pasado desapercibido durante tanto tiempo. Ejemplo manifiesto de que, para alcanzar la calidad literaria, un escritor no tiene por qué ser (como demanda el mercado literario) un rebelde, un comunicador o un relaciones-públicas, sino simplemente dedicarse a escribir.

Su peculiar trayectoria ha permitido que sus dos únicas novelas, aunque publicadas con escasos recursos y medios de promoción, no cayesen del todo en el olvido (literariamente injusto). Desde su publicación, el destino de sus obras ha sido bastante azaroso, aunque sus páginas permanezcan muy vivas en sus contados lectores. Hoy, afortunadamente, tanto la primera, como la segunda pueden encontrarse hoy editadas en la Trea y en Alianza, respectivamente.

Teniendo en cuenta que Jugadores de billar se publica 18 años después de La subversión de Beti García, Avello debió realizar una profunda introspección y una compleja revisión de sus supuestos narrativos: desde su planteamiento argumental hasta el proceso de decantación estilística (reescritura). Porque en esos años, se dedicó con discreción, constancia y rigor a escribir una novela redonda, sin desfallecer ante la ardua tarea, sin escatimar esfuerzos (uno se imagina ese volver una y otra vez sobre cada fragmento) para ajustar cada una de sus palabras teniendo siempre presente que la tarea no era tanto escribir una novela de éxito, como realizar ese sueño de todo escritor verdadero, conseguir una obra de arte.

SOPORTE ESTRUCTURAL

La audacia de la novela se manifiesta ya desde la complejidad estructural, la historia, se desarrolla a través de veintiséis fragmentos y a lo largo de cuatro partes de distinta longitud, cada una titulada con el nombre de una de las estaciones y un subtítulo, que alude alegóricamente a su contenido: Primavera, «Espejos y cristales»; Verano, «El lado oscuro de la calle»; Otoño, «El cuarto jugador»; Invierno, «Nieve sobre la ciudad». Colmada de tramas subsidiarias y diversos niveles dramáticos la novela ha requerido más de seiscientas páginas para su desarrollo.

Un primer nivel de trama es el del tiempo vigente, el presente, el año de esas cuatro estaciones que dividen el texto, en que varios compañeros o amigos desde la adolescencia, se reúnen a menudo para jugar al billar, práctica que mantienen desde su primera juventud, cuando eran bizarros editores de una indómita revista poética, y mientras experimentan toda una sucesión de incidencias personales y sentimentales.

Un segundo nivel desarrolla los recuerdos de cada experiencia individual, casi siempre resueltas en fracaso y frustración, que van apareciendo mediante evocaciones hilvanadas a lo largo del momento presente.

Un tercer nivel es el de los acontecimientos mezquinos, crueles y sangrientos, situados en la guerra civil o durante el franquismo, que acaban influyendo en otro asunto decisivo para el desenlace, una maniobra especulativa con crimen incluido, remedo de estos infames pelotazos y corruptelas de nuestra vigente actualidad.

TRAMA TRADICIONAL

Su argumento, como el de Ulises, Madame Bovary o En busca del tiempo perdido, se cuenta pronto: una más de las numerosas las historias de señoritos de provincias, ociosos y mantenidos, cuya principal actividad se reduce a combatir un aburrimiento endémico. Esa trama de lo más tradicional, en este caso se despliega en escenas de la vida en una ciudad de provincia (que recuerda a Balzac) con su grupo de camaradas asentados en una confortable apatía, las sórdidas intrigas de una compraventa que remueve oscuros secretos del pasado (la guerra civil, ese referente insalvable) y hasta su macguffin (motivo argumental que hace avanzar la trama, aunque no tenga gran relevancia en sí mismo) en forma de maletín con escrituras comprometedoras.

En efecto, Avello presenta, a modo de retrato generacional, a un grupo de amigos que juegan rutinariamente al billar en un café de Oviedo. Rebeldes en sus años universitarios, al final de la dictadura, han caído después en el tedio y el conformismo: se limitan a sobrellevar su desidia, solo removida ocasionalmente por la codicia y alguna pasión menoscabada por años de ocultamiento, hasta que una turbia compraventa sacude sus vidas y relaciones. La sala del billar, la mesa y el propio juego (billar europeo) simbolizan la rutinaria existencia de esos personajes que, como bolas, rebotan y entrechocan dentro de los reducidos límites de un tapete del que no pueden escapar.

Avello registra con naturalidad y verosimilitud la redención personal de una generación, hija de los vencedores de la guerra civil, para acabar impartiendo una justicia poética (tan propia de la literatura) y cerrar un círculo que, en cierto modo, tiene algo de restablecimiento del equilibrio perdido, y también de ajuste de cuentas entre los antiguos camisas viejas dogmáticos y sanguinarios y esos jóvenes hastiados, antihéroes perplejos y tolerantes en que ha venido a derivar su estirpe. La novela, sin embargo, no tiene un solo desenlace, y por encima de las peripecias personales, el oculto y provechoso negocio que se cierne sobre la fábrica de cerámica (otro de los ejes espaciales de la trama), también salpicado de sangre, revive cierta permanencia histórica de las imposturas de la guerra civil.

UN OVIEDO DE LOS NOVENTA

La novela se sitúa en los años noventa, en un Oviedo muy concreto. Mediante los personajes (complejos y trazados con suma precisión, tanto en lo aparente como en el detalle relevante) y de sus frustrantes relaciones interpersonales, Avello, con distanciamiento escéptico e ironía contenida, despliega una profunda cata la sociedad española de la transición. Al tiempo que, mediante el procedimiento de la retrospección, la trama principal se desdobla en una subtrama que revela las raíces criminales (delitos que se inician ya en 1936) de ciertas fortunas amasadas por algunos vencedores sin escrúpulos de la guerra civil, parientes directos de algunos protagonistas y secundarios.

En efecto, la novela está ambientada en la ciudad de Oviedo, en especial en torno a la mesa de billar del reservado del café Mercurio, un viejo establecimiento que se ha resistido a la modernización: El café Mercurio era un viejo cafetón de mesas de mármol que pasó milagrosamente los devastadores años sesenta sin plastificarse en cafetería americana (por ejemplo, bajo el atractivo nombre de Mercury). Después logró mantenerse en su gloriosa decrepitud gracias al amable carácter de sus dos socios propietarios, cuñados entre sí, cuya feroz inquina mutua paralizaba cualquier iniciativa de reforma e incluso la simple y clamorosa necesidad de darle una mano de pintura.

Una ciudad de provincias y sus distintas clases sociales entremezcladas, que van apareciendo encarnadas en sus personajes (que, en el fondo, no está tan alejada de la Vestusta de La Regenta, de la Pilares de Pérez de Ayala, o de la ciudad adormecida de Nosotros, los Rivero, de Dolores Medio) aporta un enorme juego narrativo, resultando tan cerrada con la mesa de billar.

No obstante, pese a que se mencionen muchas de sus calles, tiendas y oficios, gentes, universidades y farmacias; lugares como el Campo de San Francisco, la pastelería Peñalba o el teatro Campoamor, la referencia a la ciudad de Oviedo, a través de la mirada del narrador (alter ego del autor), más que realista resulta poética y expresionista (subjetiva y distorsionada) , mostrando estampas, atisbos y rincones vinculados a escenas y estados de ánimo emotivos: la lluvia, el paisaje montañoso al fondo, la luz de las farolas…

Completan el escenario Madrid e Irlanda, como localizaciones secundarias y ocasionales de una trama que, a partir de las opiniones de los personajes, permiten ampliar y enriquecer la visión crítica y sarcástica del autor acerca de tópicos muy difundidos por la chabacanería política o histórica que prescribe el odio a la capital (Ellos siempre habían odiado Madrid) y la devoción a la cultura ancestral. Por otra parte, la naturaleza abrupta e imponente de los acantilados irlandeses y el tiempo tormentoso que realza este paisaje componen un decorado legendario, de genuina estirpe romántica, para narrar las trifulcas conyugales del matrimonio Galindo de viaje por Irlanda en viaje iniciático del (satirizado) grupo Ecoconceyu. Idéntica visión romántica sustenta el largo episodio (que se ha visto como homenaje al final de Los muertos, de James Joyce) donde una persistente nevada cae cuando el narrador recibe, en calidad de personaje, la visita de su amada que llega para comunicarle que lo abandona y se va con su amigo Álvaro: Nevaba en la ciudad cuando a las siete y media de la tarde oí el timbre de la puerta (pág. 509-516).

Al cabo, los personajes, oscilando entre una rutina nada satisfactoria, las partidas de billar y unos esparcimientos nocturnos marcados por el alcohol y las drogas, deambulan por los lugares que componen el escenario y que se ajustan a la tensión narrativa de las historias: la fábrica de cerámica objeto de los afanes especulativos, los domicilios (algunos con singulares instalaciones), la zapatería Las Novedades, el Mercurio, el bar Chipi… tienen una presencia consistente, fortalecida por unos personajes secundarios que no sólo viven sus propias tramas, sino que enmarcan bien las pasiones y pesares de los protagonistas, cuyas personalidades vienen definidas sobre todo por sus comportamientos y la relación que los une. La mesa de billar, la sala y el propio juego (billar europeo) metaforizan la rutinaria existencia de los personajes como bolas rebotando y entrechocando entre los límites de un tapete del que no pueden escapar.

CARACTERIZACIONES VERDADERAS

Mientras que los personajes de algunas narraciones son producto de la imaginación, en ésta son resultado del ensamblaje de aspectos provenientes de modelos reales: Avello, tan partidario de lo real, sin duda tomó del natural los rasgos de sus personajes, o al menos de tipologías muy pegadas a la realidad (quién no ha conocido a tipos como Floro, Vicente o Arbeyo). Como el espejo de Sthendal (una novela es un espejo que se pasea por un camino) no ahorra ni un rincón oscuro por escudriñar, perfilando a sus personajes como un reflejo de una realidad un tanto cruel, aunque nunca se muestra severo con ellos, ni siquiera con los más aborrecibles: se introduce tanto en su personalidad que llaga a comprender sus razones (y a perdonarlos). De hecho, sus caracterizaciones destacan por su exactitud y ponderación, llegando incluso a presentar atenuantes para las conductas reprobables.

Sus personajes, tanto los amigos protagonistas como los relativamente antagonistas, así como todos los secundarios, cumplen una función necesaria, no sólo por encarnar los lances dramáticos de las tramas entrelazadas, sino para dotar a la historia de una verosimilitud adicional, derivada del dilatado y denso periodo de convivencia entre personas, lugares y costumbres en el ámbito cerrado de Oviedo, como telón de fondo, con la certera composición de los inevitables roces de esa vida provincial (tema característicos de la narrativa de mundos cerrados), con tantas posibilidades para el análisis de comportamientos humanos y tan poco habitual en la novela actual. Parafraseando a Clarice Lispector: unos personajes tan bien inventados que solo la verdad les faltaba para ser verdaderos.

Avello va plasmando la vida cotidiana de los personajes (manías, gustos, forma de relacionarse) mediante detalles que conforman retratos breves y elocuentes. Personajes que se encuentran en un momento crítico de sus vidas, dedicados al mero parasitismo justificado por pretensiones artísticas, por la enseñanza universitaria, el periodismo, el trabajo en una biblioteca, en una oficina, en el negocio familiar, en el menudeo o en la dirección de una empresa…

Viven una juventud rebelde casi caricaturesca (¿cuál no lo es?), continúan apegados a los estimulantes y al porro, siguen desplazándose en moto, mantienen la tradición del billar, y, sobre todo, sustentan una clara conciencia de fracaso existencial. La repentina fascinación de uno de estos personajes por una muchacha, obsesión que se convierte en una forma de delirio, será el primer golpe que, cual carambola inicial, pondrá en marcha el mecanismo de la mayor parte de las relaciones y de las mudanzas dramáticas que se van a ir produciendo en la novela.

Los cuatro protagonistas de la historia son los jugadores de billar que se reúnen en un antro decadente, el Mercurio, para jugar: Álvaro Atienza, torturado por su físico contrahecho; Floro Santerbás, hombrón perezoso, bohemio y con ínfulas de escritor, Rodrigo de Almar, homosexual velado y en búsqueda de su lugar en su familia y en el mundo; y el cuarto jugador (el narrador), que se revela en la tercera parte de la novela. De los cuatro, sólo dos son en realidad señoritos, los otros dos pertenecen a la clase media; los cuatro andan por la cuarentena, se conocen desde el colegio de curas y comparten parecidos valores: son cínicos, apolíticos, liberales y cultos. Como las bolas del billar, chocan interminablemente unos contra otros, impulsados por una fuerza ajena, incapaces de escapar del tablero en el que están encerrados como una maldición, condenados a carambolas perpetuas que no llevan a ningún lado ni cambian nada.

El ardor que les impulsaba en su época universitaria, cuando editaron la revista Poetas Salvajes (como se autodenominaron), ha menguado de forma inevitable: ahora sobrellevan su hastío y mitigan sus desgarraduras vitales a base de cocaína, alcohol y algún otro estupefaciente. Se conforman con que el rancio entorno en el que permanecen, aunque lo desprecien, estirando una rutina falta de perspectivas, dedicados a la docencia universitaria o a vivir del negocio familiar.

Hay otros asiduos con un papel muy relevante, como el periodista Manolo Cifuentes, apodado cómicamente Arbeyo (guisante) y su mujer, Carmina, ecologistas ambos; Vicente el Ciclista y Mari la Gorda, pareja cuyo efímero matrimonio desembocó en una amistad intermitente; Borja Molina, Verónica Galindo, el tío Álvaro, Mariví y tantos otros, episódicos, que configuran un tapiz social que consta de tantos hilos que configuran una historia hecha de muchas historias.

Todos y cada uno de los personajes, desde los protagonistas a los secundarios, están tratados desde una aguda y sincera comprensión de las flaquezas humanas. Sirva como ejemplo, el retrato de Álvaro Atienza, grosero, emotivo, perturbador y con muchas sutilezas hasta el final de la novela, donde se descubre una faceta desconocida e imprevista. Quiebro que invita a reconsiderar comportamientos anteriores (retorcidos o conmovedores), como el llanto en el retrete de la facultad, la toma obsesiva de fotos furtivas a la alumna de su amigo Rodrigo, o la repugnante ingesta del bocadillo de hígado frío. Porque tal actitud reparadora de los personajes conlleva siempre una relectura de su relación con los otros (e incluso, consigo mismo) y, por tanto, de episodios pretéritos. Siguiendo con el personaje de Álvaro, dicho procedimiento otorga también un sentido distinto al pasaje de la náusea que le provoca la confesión de su padre.

PUNTILLISMO GENERACIONAL

La generación del desencanto (colectivos que experimentan una sensación de decepción y frustración ante las expectativas no cumplidas de la vida) ha sido profusamente narrada y analizada en numerosas obras dedicadas a aquellos jóvenes que, en los últimos años del franquismo, pasaron del entusiasmo revolucionario a un hedonismo sobrevenido durante la transición. En esta novela esa cuestión es poco más que un telón de fondo apenas insinuado: No puedo precisar si Franco ya se había muerto por aquellos días, si estaba agonizante o si aún le faltaba algún tiempo para morir. Nos daba igual. La lucha era otra, menos coyuntural, mucho más ambiciosa y decisiva, pero no recuerdo cuál. La preocupación de Avello no fue la sociología (del tardofranquismo o la transición), sino ilustrar un caso de ilusiones perdidas (que viene siendo narrado desde que la burguesía consolidó su poder: Balzac, Flaubert y compañía). La sempiterna historia del joven educado y de buena familia, que renuncia a su inocencia en el arte, el amor o la política a cambio de un lugar confortable en sociedad (o de una forma de rebeldía social: en la mujer, el adulterio; en el hombre, la revolución).

Avello es capaz de exponer en una escena los complejos de un personaje, como en la anécdota del malogrado salto de la acequia por parte de Floro, por ejemplo. Asumiendo que somos nuestros corajes y aprensiones y que lo que somos cuando el mundo no nos provoca ni reclama, resulta de poco interés, pues solo cuando acometemos o nos defendemos socialmente se pone de manifiesto nuestra personalidad, plasma esos momentos capitales de forma selectiva y certera.

Avello se muestra escrupuloso con la caracterización: se remonta hasta donde haga falta para explicar la conducta obsesiva, repetitiva, de sus protagonistas, lo que les jodió la vida, a veces literalmente: Los recuerdos, ¿son cosas vivas o muertas?, se cuestiona el narrador para responderse: Tenía la impresión de que alguien le forzaba a hacer algo que no quería hacer, y era una impresión desagradable, llena de fatalidad, pues parecía negar la posibilidad de todo cambio en la vida de un hombre, como si la experiencia y la memoria misma no sirviesen para nada frente a las ciegas inclinaciones marcadas en el carácter desde los momentos más tempranos, azarosos e involuntarios de la infancia, como si alguien ajeno, y quizás malvado, le hubiera construido a uno con materiales indelebles, pero defectuosos, imposibles de rectificar.

Destaca también el tratamiento de algunas escenas eróticas que, en contraposición de las referentes al despiadado y brutal tío Álvaro, involucran a personajes de distinta clase social: ahí están los devaneos de Teresa Atienza con el sirviente marroquí Tahar o los desahogos de Floro con la pizpireta dependienta de la zapatería familiar.

El final de los protagonistas es, como la vida, agridulce: a los señoritos (Rodrigo y Álvaro) se les auspicia un futuro ingrato, aunque materialmente favorecido por la fortuna que sus familias usurparon durante la guerra; mientras que el de los de clase media, en concordancia con su origen, muestra un horizonte sin sobresaltos, con parejas amables (casi maternales). Hasta en esto se trasluce el cariño del autor por sus personajes y que tanto satisface (para qué negarlo) a los lectores: la vida resulta ya bastante dura, como para recalcarlo en la ficción. En cualquier caso, la parte final hasta llegar al simbólico cierre destila la tristeza de lo familiar y prepara al lector para el estado de ausencia en que queda al finalizar la novela y salir del mundo creado por un escritor magistral.

ESTILO DEPURADO

Todo es clásico y está bien hilado, con sus saltos hacia atrás (analepsis) y hacia delante en el tiempo (prolepsis), y su baile de personajes y tramas entrelazadas. El notable armazón constructivo de Avello hace olvidar lo difícil que resulta confeccionar un tapiz narrativo sin que se le noten las costuras. Su estructura novelística, con sus golpes de efecto, sus coincidencias y sus maletines reveladores, lo aguanta todo. Avello recurre sin miedo a lo novelesco: las grandes historias necesitan de sus convenciones para organizarse. Ahí está la novelesca (y artificial) clave homérica de Ulises, e incluso Proust recurre a lo novelesco como en el episodio que detalla la acción de espiar tras de un matorral una escena íntima descubierta por casualidad. El desafío estriba en hacerlo bien y Avello lo borda.

Escrito con una prosa fluida, musical, expansiva, divertida y muy adjetivada responde a esa necesidad e intención de resultar agradable (como las obras de Mendoza, Landero o García Márquez, por ejemplo), mediante una narración sin dificultades y entretenida que complace con la palabra al lector.

Un aspecto circunstancial, pero a tener muy en cuenta para juzgar la ambición de la obra, es el tiempo que Avello se tomó para publicarla: durante 17 años realizaría una profunda búsqueda y una rigurosa revisión de sus postulados narrativos. Desde su consistente y trabado planteamiento argumental, hasta su meticulosa decantación estilística en un persistente proceso de reescritura. Su prosa deja claro que no escatimó esfuerzos, volviendo una y otra vez sobre cada fragmento. El resultado es una novela sin hilvanes, pues la diafanidad de su escritura y un soterrado patrón preceptivo proporcionan a la composición unos contornos imprecisos, así como una impresión de profundidad cercana, según la crítica, a la técnica del sfumato de la pintura renacentista.

Avello construye capa a capa la sólida estructura narrativa de su novela e ilustra con precisión el catálogo moral y sentimental de ese periodo de nuestra historia, trazándolo con la certeza y la destreza de geométricas tacadas de una mesa de billar, pues, ante todo, la novela es un prodigio narrativo, donde apenas hay digresiones. Respondiendo al título, el trazado simbólico del billar orienta el relato, de modo que se van ejecutando las carambolas sucesivas que ya estaban contenidas en la carambola presente, como apunta el narrador en una de sus esporádicas especulaciones sobre el juego.

Sin embargo, pese a su apariencia clásica y bien hilvanada, organizada y escrita con habilidad y esmero, no muestra voluntad de estilo, ni cae en accesos líricos, ni exhibe una impostada búsqueda de la frase admirable y enigmática. Como su admirado Flaubert, Avello persigue la transparencia del lenguaje haciendo que la historia se cuente a sí misma de tal forma que deje de apreciarse que la cuenta alguien. Para conseguirlo, el autor ha recurrido a una escritura vigorosa que no elude la reflexión brillante (esa que parece obvia cuando un gran escritor la enuncia). Relata sin adornos, pero no deja sin explorar nada de ese fragmento de realidad que despliega, tal como revela el narrador innominado sobre su reconstrucción de los hechos: una tarea probablemente innecesaria e inútil, que acomete de forma pragmática porque el sentido actúa en nuestras vidas como un consuelo para lo inevitable.

UNA CIERTA MIRADA

Para conseguirlo, utiliza multitud de registros, incluido el humorístico tan patente en varios episodios del personaje de Floro: su confesión con el padre Inchausti; la tarea de inventario (cómico y erótico a un tiempo) con la gestante Dorita en la zapatería de su madre; su fracasado intento de comprar condones...

En los capítulos finales, cuando el cuarto jugador, pese a su intención inicial de pasar inadvertido, entra en escena, hablando de sus amores, la narración de tono más o menos costumbrista y prosa directa se torna, sin perder en ningún momento precisión, más lírica y sinuosa, más metafísica y divagatoria.

Pese a su extensión, no cae en el exceso descriptivo salvaguardado por un estilo conciso y la economía verbal, evitando la palabrería vacía. Concisión de la que son buena muestra algunas escenas: las mencionadas de la tienda de zapatos, que abordan el sexo con gracia erótica y sin caer en obviedades y tópicos; las violentas escenas con el indiano y su hija (a las que dota así de mayor intensidad dramática); la historia entre la muchacha que contempla el mar y el atleta corredor… En fin, todas las situaciones extremas de la novela están resueltas con la misma voluntad de síntesis.

La habilidad de la novela no se reduce a una cuestión de estilo, se extiende a la mirada (una observación de lo más amplio): mirada sincrónica (eventos que ocurren simultáneamente o al mismo tiempo) y diacrónica (eventos que ocurren a lo largo del tiempo), sociológica (examen de varias capas de la sociedad) e histórica (revisión de nuestra historia desde el pasado hasta el presente). Mirada que se plasma en una narración intelectual, psicológica y crítica, de ritmo moroso, de personaje y pasiones. Así como a una soberbia caracterización de unos personajes que nunca llegan a remontar (todos perdedores a su manera) y que constituyen un catálogo poco heroico y nada edificante. No en vano ha sido considerada la heredera del siglo XXI del retrato social plasmado por Clarín en La Regenta.

INTERACCIÓN SOCIAL EN UNA CIUDAD DE PROVINCIAS

Queda claro que Jugadores de billar es una obra de personajes y prosa, con diálogos realistas, con fragmentos de novela histórica, con pasajes cercanos a la novela de suspense o gótica, con otros de novela negra, aunque su fondo estético sea de un indudable romanticismo. Pero, sobre todo, es una novela muy literaria sobre el alma humana, producto acabado de un proyecto ambicioso en todos los aspectos: estilo, estructura, escenario y personajes. Con elementos tan destacables como esa voz narrativa articulada con precisión; ese lenguaje vivo y sugerente, lleno de matices; y ese plano metafórico sobre la realidad que toda ficción que merezca la pena ha de contener.

Esta novela, impregnada de sentimentalidad, aborda la peripecia intersocial de una ciudad de provincias, con familias pudientes que rivalizan entre ellas, pobres desgraciados que se mezclan con la alta sociedad y amores imposibles mantenidos desde la infancia.

La trama, que se desarrolla en la década de los noventa, donde la corrección política empezaba a fraguarse y la cocaína aderezaba cualquier negocio, tiene sus raíces en la Guerra Civil para aclarar el turbio origen de muchas grandes fortunas. Partiendo de esos mimbres, el autor invita al lector a participar en la trama y a dilucidar sobre la dudosa realidad sobre la que nos movemos.

La novela trata sobre todo del corazón de la tristeza: sin duda, es una de las mejores novelas contemporáneas sobre el alma humana, enraizada en la tradición de los grandes nombres de la literatura universal. Partiendo de la circunstancia de estar todos y cada uno de los amigos acabados, no deja de presentar un panorama humano y social sombrío y bastante inclemente (con la descripción de diversos modos de dominio), no deja de ser una celebración de la amistad. Pese a todos los desacuerdos y disputas encendidas, con celos e historias amorosas con mujeres que estuvieron emparejadas con uno primero y otro después, en la novela late, con el estilo elíptico y elegante de Avello, un elogio de la amistad y la camaradería.

Para, al final, plantear, como conclusión, que la vida es un juego de carambolas, de suerte y destreza, en que no se sabe dónde acaba una y dónde empieza otra.

OBRA EN BUSCA DE LECTOR

Con un protagonista jorobado y loco de amor por una jovencita, versión ovetense de Quasimodo o del Fantasma de la Ópera, Avello consigue perfilar espacios, retratar paisajes y vislumbrar el fondo de los pasillos. Pincelada gótica que se refuerza en algunas perversiones sexuales que aparecen en la trama, donde el sexo no está casi nunca ausente, y muchas veces con una gracia e hilaridad magistrales.

Otro de los aciertos radica en la fuerza simbólica que cobra, desde el comienzo, el juego del billar clásico en Jugadores de billar (que no podía titularse de otra manera), erigido en metáfora de los lances y contiendas del tráfago existencial y del cómo bregar (si se puede) con la suerte:

En el billar, cada tirada es un polígono perfecto y a la vez una intención, un proyecto, el alma de un hombre (pág. 39);

[…] las bolas están indeleblemente atadas a los hilos del ánimo y no se mueven respetando las estrictas leyes de la dinámica, sino la secreta y variable geometría de las pasiones: obedecen al miedo, a la ambición, a la racanería, a la libertad de espíritu: las bolas son entes morales que premian y castigan las intenciones (pág. 87).

En este sentido, resulta significativo que, en la última y más breve parte de la novela (Invierno. «Nieve sobre la ciudad»), el narrador asevere que la nueva generación del reservado del Mercurio juega muy mal, y, a su vez, Rodrigo inaugure ritualmente una sala de billar en su mansarda.

Novela compleja, ambiciosa, intensa, pulida, profunda, romanticona y festiva: tal vez la cumbre narrativa de su generación. Avello la escribió ajustando cada palabra, alejado de intereses pragmáticos y mediáticos, pues su objetivo fue escribir una obra de arte que perdurase. Pero no la acompañó la suerte: escribe una gran novela, pero no se lee, no se premia, no se traduce, no se adapta…

Juan José Millás, tras leer el original presentado al Premio Alfaguara, recomendó su publicación a la editorial, que finalmente vió la luz en el año 2001. Pese a ser finalista del Premio Nacional de Narrativa en el 2002, ganadora del Premio de Narrativa Gómez de la Serna el mismo año y del de la Crítica de Asturias el 2001, la obra, no se sabe bien por qué, fue inicialmente ignorada y arrinconada luego, pese a las críticas elogiosas recibidas por parte de varios autores consagrados. Solo en 2018 la editorial Trea, motivada por la insistencia de su viuda (Milagros Gonzalvo, la mayor valedora de la obra de su marido; siempre vehemente e incansable) junto a algunos conocidos y seguidores del escritor, la reeditó, aunque sin mayor éxito de lectura. Hasta que recientemente, en junio de 2024 ha sido reeditada por Alianza…

Así llegamos a la actualidad: Jugadores de billar, publicada hace casi de 25 años, sigue esperando a sus lectores.

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