domingo, 2 de junio de 2024

OLIVE KITTERIDGE

 

«OLIVE KITTERIDGE»
Elizabeth Strout
(2008)

«(…) se dio cuenta de que había comprendido algo demasiado tarde y que la vida debía de ser eso, comprender algo cuando ya es demasiado tarde.»


ESTRUCTURA DE LA AMARGURA

OLIVE KITTERIDGE (2008), obra que ha constituido un éxito editorial y crítico (galardonada, entre otros premios, con el Pulitzer en 2009), presenta una estructura muy particular: consta de 13 capítulos o cuentos largos (40 páginas como mínimo), intitulados y narrados en tercera persona, que se articulan para conformar una novela pseudo-fragmentaria y que se pueden leer como un retablo novelesco: son 13 retratos discontinuos en términos narrativos, pero interrelacionados entre sí.

Elizabeth Strout publicó varios de los relatos de manera independiente antes de reunirlos y publicarlos en 2008 como novela. Este género al que pertenece la novel se conoce como short story cycle o «cuentos integrados» y es una especie de híbrido entre la novela y la colección de relatos. Se vinculan por la presencia de una protagonista (Olive Kitterigde): ella (o su familia) protagoniza varias de las historias, pero también aparece como personaje secundario o simple cameo en otras

 MICROCOSMOS DE UNA INSOPORTABLE LEVEDAD

En efecto, la presencia del personaje vincula estos retratos del mundo cerrado y pequeño de los habitantes de la ciudad imaginaria de Crosby, población marítima de la costa de Maine en Nueva Inglaterra (Eizabeth Strout es originaria de Maine).

En ese escenario parece no pasar absolutamente nada: sólo la vida. Son historias cotidianas sobre gente sencilla y su manera de encarar los problemas. Cada uno de estos personajes atraviesa un trance particular, como el descubrimiento de una infidelidad, el deseo de suicidarse, el padecimiento de un trastorno de alimentación o el simple hecho de no llevarse bien con un familiar. Situaciones comunes y corrientes que la autora reviste de realismo, mostrándolas con naturalidad, sin dramatismos y con gran precisión psicológica.

El muestrario de retratos se abre en la farmacia del lugar. Allí encontramos a Henry, el farmacéutico, un hombre con poca personalidad, marido de Olive Kitteridge, profesora de instituto que siente un amor platónico por una joven, aunque nunca lo admitiría; a una esposa que se enamora de un colega, pero jamás dejaría a su marido por él; a un chico que se quiere suicidar; a una pianista que lleva veinte años con un hombre casado; a un viejo que vuelve a enamorarse; a una vieja que queda viuda…

En esa ciudad, donde a priori la belleza y la naturaleza parecen embargarlo todo, conforme avanza la lectura y van apareciendo sus habitantes (y algunos miembros foráneos) lo que aflora es la incoherencia de sus vidas. Todos ellos, tanto jóvenes como no tan jóvenes, emanan pesimismo y derrota; su pasividad les hace vivir simplemente en la apariencia y en el inconformismo paralizante. Todos, a su manera, lamentan sus vidas, y de alguna forma anhelan lo que otros tienen, pero nadie o casi nadie es capaz de hacer nada. Enfrentados al hecho de coger las riendas de sus vidas se parapetan en un cúmulo de excusas y el sobreesfuerzo que les supone determina que, al final, siempre decidan dejarse llevar por sus diferentes (y, asimismo, agobiantes) situaciones.

En ese escenario pueblerino, los personajes se mueven como unidades independientes pero interrelacionadas, sujetos al azar y a los roles sociales, con un objetivo común: sobrevivir y llegar al final sin meterse en las vidas de los demás en ningún momento.

EL PUEBLO DE LOS CONDENADOS

Mientras en cada historia, en cada relato, la gente de la ciudad lidia con sus problemas, leves o terribles, Olive estará presente como protagonista, personaje importante o simplemente en el recuerdo de algún exalumno. En su deambular por las calles del pueblo y en su encontrarse con los diferentes vecinos, vive situaciones singulares. Inicialmente no ocupa el centro de la escena: será en el cuarto capítulo, «Una pequeña alegría», donde se relata la boda de su hijo, Christopher, vista a través de sus ojos de madre.

En ese pueblo tranquilo e incluso idílico, se acumulan problemas, desgracias, enfermedades... En Crosby, como advierte la hija de un ministro congregacionalista, a pesar de ser un pueblo pequeño, siempre había alguien enfermo o muriéndose. Todo un catálogo de enfermedades físicas y mentales, suicidios, asesinatos, incendios, accidentes de coche... están presentes en el lugar. El propio padre de Olive se había suicidado y ella está segura de haber heredado algún gen depresivo, que también cree advertir en Christopher.

Pero si Olive representa la negatividad, todos los que la acompañan comportan, en mayor o menor grado, parecidas actitudes vitales: son personajes acomodados en su amargura y depresión. Todo en ella, al igual que en los demás, se nutre de cualidades negativas (el pesar, los celos, la posesión, la amargura, la vejez física y mental) que no les permiten madurar y cambiar.

LA DETESTABLE OLIVE

Como un cuerpo celeste (se insiste en que se trata de una mujer grande), ejerce una fuerte atracción gravitacional sobre su esposo Henry, quien considera que su lealtad a su matrimonio es tanto una bendición como una maldición; y sobre su hijo Christopher, que se siente tiranizado por sus sensibilidades irracionales. Olive los vampiriza y castra (metafóricamente) en todos los aspectos y en todas sus potenciales decisiones... Ambos, como personas pasivas que son, se muestran incapaces de argumentar o alegar alguna de sus razones personales ante Olive. Ya sea por miedo o por costumbre, su pasividad (perfilada con tintes de bondad), siempre se verá supeditada a la poderosa y claustrofóbica personalidad de la esposa y madre.

Si bien, no es un personaje con quien se empatiza, la autora lo ha construido alejado de cualquier estereotipo: como un personaje lleno de matices y cualidades, uno de esos caracteres que a medida que avanza la lectura descubren facetas nuevas de su personalidad. Si inicialmente su marca distintiva es decir siempre todo lo que se le viene a la boca sin censura, pronto se descubre, con cada nuevo relato, una complejidad y una riqueza interior que van mucho más allá de esa aparente crudeza grosera. Lo que dice a los demás parece siempre tan rotundo, tan despiadado, que se hace difícil pensar en algo que quede reprimido en su pensamiento. Sin embargo, como en los grandes personajes, lo que nunca se dice, el subtexto implícito, es tan importante y rico como la aparente claridad con la que el personaje parece desenvolverse: de hecho, la vemos llegar a una comprensión más profunda de sí misma y de su vida, a veces dolorosamente, pero siempre con una honestidad despiadada.

TEMÁTICA SOMBRÍA, ESTILO LUMINOSO

Elizabeth Strout maneja con maestría las claves internas de los personajes (principalmente de Olive): las contradicciones cotidianas, el chorro de vida que bajo la aparente inanidad corre en ese pueblo costero, la verdad llena de autenticidad y vida que esconde la aparente sencillez de la conducta de sus habitantes. Ofrece, en suma, profundas reflexiones sobre la condición humana: sus conflictos, sus tragedias y alegrías, y la resistencia que requiere vivir.

El resultado se antoja una parábola sobre la amargura y el conformismo: con la vida de Olive, y de sus vecinos y allegados, se despliega una auténtica antología sobre la negatividad en sentido amplio (ya sea consciente o inconscientemente), y con la que se transmite, mediante la observación de su(s) vida(s) y pensamientos, un amplio abanico de temas de gran calado: la enfermedad, la pareja, la infidelidad, el suicidio, la depresión, la falta de comunicación, el amor, las relaciones entre madres e hijos o la muerte y lo que significa envejecer (y tenerla más presente).

Escrita con un estilo directo, minucioso y elegante, tiene el don de convertir situaciones corrientes en algo extraordinario. No son historias sensacionalistas, son escenas que no tienen nada de particular, excepto lo realmente importante: el lenguaje, la introspección hacia la psicología de cada personaje, la manera en que se desgrana los detalles más insignificantes, que transmiten la materialidad de cada movimiento, cada tacto y olor. Es especial porque recorre con una sutileza y agudeza los rincones más profundos de la condición humana: eso es lo que impide dejar de leerla.

Esa mirada tan honda en la psicología y en los detalles del mundo es lo que convierten estas historias de un pueblo aburrido de adultos, también aburridos, en una obra ágil, aunque de ritmo pausado, pero en ningún momento pesado (más bien todo lo contrario), resulta una lectura amena, pese a la sombría carga temática que contiene

DEL AMOR, LA EDAD Y LA MUERTE

Dado el pesimismo existencial que presentan todas las historias y personajes de la obra, quizá el contrapunto positivo a todo lo anterior sea Christopher, el único personaje que intenta avanzar. Mientras los demás no son coherentes consigo mismos ni con sus conciencias, impidiendo cualquier cambio posible, mostrándose siempre reactivos a unas circunstancias sobrevenidas, que unas veces parece que les sobrepasan y otras que les resbalan, Christopher, sin ser un personaje simpático, ha ido creciendo con el paso de los años (y de las páginas) al mismo tiempo que iba decreciendo a ojos de su madre. Solo cuando rompe las cadenas y construye una vida lejos de ese ambiente, aflora la esperanza en la obra. Es el único que intenta establecer una cierta congruencia en su vida, algo que su madre no puede entender. Lucha hasta lograr vivir lejos de la insoportable sombra de sus padres y vecinos: con él la narración se equilibra, revalorizándose y abriéndose a cierta esperanza.

Otro aspecto destacable del libro reside en el hecho de que la autora no juzga a sus personajes ni sus sentimientos, intereses o relaciones (por ejemplo, no se postula sobre ninguno de los amores), solo los visibiliza como posibilidades de la vida, dejando al lector los juicios de valor (la valoración) sobre la tristeza, la nostalgia o la alegría en esa visión desengañada del amor. Sobre esa sensación de que el amor romántico no existe, o que mientras envejeces te das cuenta de que existen otros tipos, como el compañerismo (entre Olive y Henry, por ejemplo: se enamoran platónicamente de otros, pero deciden acompañarse hasta el final), el amor nuevo, el tortuoso, el adolescente… o el que te hace sentir como adolescente y de pronto te das cuenta de que no tienes el compañerismo que pensabas en 30 años de matrimonio y decides perseguir esa otra sensación que te comprime el pecho. El libro parece, a través de sus historias y su final, advertir que, sin amor, en cualquiera de sus formas, nada parece valer la pena.

Obra, pues, sobre el amor y la esperanza tanto como sobre el desamor y la desesperanza, sobre cómo cambia la visión sobre la muerte, cómo se va creciendo y madurando y viendo la vida con desengaño. Nos habla pues de la vejez, de la soledad y de la muerte, creando un clima triste y desolador, que combina, acertadamente, con momentos y situaciones un tanto cómicas que rebajan ese sentido trágico de la vida que envuelve la obra en general.

En suma, una lectura profundamente psicológica y desengañada, emocionante, irónica, vital, demoledora, implacable: todo en el mismo paquete.




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