«OLIVE KITTERIDGE»
Elizabeth Strout (2008)
«(…) se dio cuenta de que había comprendido algo demasiado tarde y que la vida debía de ser eso, comprender algo cuando ya es demasiado tarde.»
ESTRUCTURA DE LA AMARGURA
OLIVE KITTERIDGE
(2008), obra que ha constituido un éxito editorial y crítico (galardonada, entre otros premios, con el Pulitzer en 2009),
presenta una estructura muy
particular: consta de 13 capítulos o cuentos largos (40 páginas como mínimo), intitulados y narrados en tercera
persona,
que se articulan para conformar una novela
pseudo-fragmentaria y que
se pueden leer como un retablo novelesco: son 13 retratos discontinuos en términos
narrativos, pero
interrelacionados entre sí.
Elizabeth Strout publicó varios de los relatos de
manera independiente antes de reunirlos y publicarlos en 2008 como novela. Este
género al que pertenece la novel se conoce como short story cycle o «cuentos
integrados» y es una especie de híbrido entre la novela y la colección
de relatos. Se vinculan por la presencia de una
protagonista (Olive Kitterigde): ella (o su familia) protagoniza varias de las historias, pero también
aparece como personaje secundario o simple cameo en otras.
En efecto, la presencia del personaje vincula
estos retratos del mundo cerrado y pequeño de los habitantes de la ciudad imaginaria de
Crosby, población marítima de la costa de Maine en Nueva Inglaterra (Eizabeth Strout
es originaria de Maine).
En ese escenario parece no pasar absolutamente nada: sólo la vida.
Son historias
cotidianas sobre gente sencilla y su manera de encarar los problemas. Cada
uno de estos personajes atraviesa un trance particular, como el descubrimiento de
una infidelidad, el deseo de suicidarse, el padecimiento de un trastorno de
alimentación o el simple hecho de no llevarse bien con un familiar. Situaciones comunes y corrientes
que la autora reviste de realismo, mostrándolas con naturalidad, sin
dramatismos y con gran precisión psicológica.
El muestrario de
retratos se abre en la
farmacia del lugar. Allí encontramos a Henry, el farmacéutico, un hombre con poca personalidad, marido de Olive Kitteridge, profesora de
instituto que siente un amor platónico por una joven, aunque nunca lo
admitiría; a
una esposa que se enamora de un colega, pero jamás dejaría a su marido
por él; a un
chico que se quiere suicidar; a una pianista que lleva veinte años con un
hombre casado; a un viejo que vuelve a enamorarse; a una vieja que queda viuda…
En esa ciudad,
donde a priori la belleza y la naturaleza
parecen embargarlo todo, conforme avanza la lectura y van apareciendo
sus habitantes (y algunos miembros foráneos) lo que
aflora es la incoherencia de sus vidas.
Todos ellos, tanto jóvenes como no tan jóvenes, emanan
pesimismo y derrota; su pasividad les hace vivir simplemente en la
apariencia y en el inconformismo paralizante. Todos,
a su manera, lamentan
sus vidas, y de alguna forma anhelan lo que otros tienen, pero nadie o casi nadie es capaz de
hacer nada. Enfrentados al hecho de coger las riendas de sus vidas se
parapetan en un cúmulo de excusas y el sobreesfuerzo que les supone determina
que, al final, siempre decidan dejarse llevar por sus diferentes (y, asimismo,
agobiantes) situaciones.
En ese escenario
pueblerino, los personajes se
mueven como unidades
independientes pero
interrelacionadas, sujetos al azar y a los roles sociales, con un
objetivo común: sobrevivir y llegar al final sin meterse en las vidas de los
demás en ningún momento.
EL PUEBLO DE LOS CONDENADOS
Mientras en
cada historia, en cada relato, la gente de la ciudad lidia con sus problemas, leves o
terribles, Olive estará
presente como protagonista, personaje importante o simplemente en el recuerdo
de algún exalumno. En su deambular por las calles del pueblo y en su encontrarse con los diferentes vecinos,
vive situaciones
singulares. Inicialmente no ocupa el centro de la escena: será en el cuarto capítulo, «Una pequeña alegría», donde
se relata la boda de su hijo, Christopher, vista a través
de sus ojos de madre.
En ese pueblo tranquilo e incluso
idílico, se acumulan problemas, desgracias, enfermedades... En Crosby, como advierte la hija de un ministro congregacionalista, a pesar de ser
un pueblo pequeño, siempre había alguien enfermo o muriéndose. Todo un catálogo
de enfermedades físicas y mentales, suicidios, asesinatos, incendios,
accidentes de coche... están presentes en el lugar. El propio padre de Olive se había suicidado y ella está segura de haber heredado
algún gen depresivo, que también cree advertir en Christopher.
Pero si Olive representa la negatividad, todos los que la acompañan comportan, en
mayor o menor grado, parecidas actitudes vitales: son personajes acomodados en su amargura y depresión. Todo en ella, al igual que en los
demás, se nutre de cualidades negativas (el pesar, los celos, la posesión, la
amargura, la vejez física y mental) que no les permiten madurar y cambiar.
LA
DETESTABLE OLIVE
Como un cuerpo celeste
(se insiste en que se trata de una mujer grande), ejerce una fuerte atracción
gravitacional sobre su esposo Henry, quien considera que su lealtad a su matrimonio
es tanto una bendición como una maldición; y sobre su hijo Christopher, que se siente
tiranizado por sus sensibilidades irracionales. Olive
los vampiriza y castra (metafóricamente) en todos los aspectos y en todas sus
potenciales decisiones... Ambos, como personas
pasivas que son, se muestran incapaces de argumentar o alegar alguna
de sus razones personales ante Olive. Ya sea
por miedo o por costumbre, su pasividad (perfilada
con tintes
de bondad), siempre se verá supeditada a
la poderosa y claustrofóbica
personalidad de la esposa y madre.
Si bien, no es un personaje con quien se empatiza, la autora lo ha construido alejado de cualquier estereotipo: como un personaje
lleno de
matices y cualidades, uno de esos caracteres que a medida que avanza la lectura descubren facetas nuevas de su personalidad. Si inicialmente su marca distintiva es decir siempre todo lo que se le viene a la boca sin censura,
pronto se descubre, con cada nuevo relato, una
complejidad y una riqueza interior que van mucho más allá de esa
aparente crudeza grosera. Lo que dice a los demás parece siempre tan rotundo,
tan despiadado, que se hace difícil pensar en algo que quede
reprimido en su pensamiento. Sin embargo, como en los grandes
personajes, lo que nunca se dice, el
subtexto implícito, es tan importante y rico
como la aparente claridad con la que el personaje parece desenvolverse: de hecho, la
vemos llegar a una comprensión más profunda de sí misma y de su vida, a veces
dolorosamente, pero siempre con una honestidad despiadada.
TEMÁTICA
SOMBRÍA, ESTILO LUMINOSO
Elizabeth Strout maneja con maestría las claves internas de los personajes (principalmente de Olive): las contradicciones
cotidianas, el chorro de vida que bajo la aparente inanidad corre en ese pueblo costero, la verdad llena de autenticidad y vida que esconde la aparente sencillez de la conducta de sus
habitantes. Ofrece,
en suma, profundas reflexiones
sobre la condición humana: sus conflictos,
sus tragedias y alegrías, y la resistencia que requiere vivir.
El resultado se
antoja una parábola sobre la amargura y el conformismo: con la vida de Olive,
y de sus vecinos
y allegados, se despliega una auténtica antología sobre
la negatividad en sentido amplio (ya sea consciente o
inconscientemente), y con la que se transmite, mediante la observación de su(s)
vida(s) y pensamientos, un amplio abanico de temas de gran calado: la enfermedad, la pareja, la infidelidad, el suicidio, la
depresión, la falta de comunicación, el amor, las relaciones
entre madres e hijos o la muerte y lo
que significa envejecer (y tenerla más presente).
Escrita con un estilo
directo, minucioso y elegante, tiene el don de convertir
situaciones corrientes en algo extraordinario. No
son historias sensacionalistas, son escenas que no tienen nada de
particular, excepto lo realmente importante:
el lenguaje,
la introspección hacia la psicología de cada personaje, la
manera en que se desgrana los detalles más
insignificantes, que transmiten la materialidad de cada movimiento, cada tacto
y olor. Es especial porque recorre con una sutileza y agudeza los rincones más
profundos de la condición humana: eso es lo que impide dejar de
leerla.
Esa mirada
tan honda en la psicología y en los detalles del mundo es lo que convierten estas historias de
un pueblo aburrido de adultos, también aburridos, en una obra ágil, aunque de ritmo pausado,
pero en ningún momento pesado (más bien todo lo contrario), resulta una lectura amena,
pese a la sombría carga temática que contiene
DEL
AMOR, LA EDAD Y LA MUERTE
Dado el pesimismo
existencial que presentan todas las historias y personajes de la
obra, quizá el contrapunto
positivo a todo lo anterior sea Christopher,
el único personaje que intenta avanzar. Mientras los demás no son coherentes consigo
mismos ni con sus conciencias, impidiendo cualquier cambio posible, mostrándose
siempre reactivos a unas circunstancias sobrevenidas, que unas veces parece que
les sobrepasan y otras que les resbalan, Christopher,
sin ser un personaje simpático, ha ido creciendo con
el paso de los años (y de las páginas) al mismo tiempo que iba decreciendo
a ojos de su madre. Solo cuando rompe las cadenas y construye una vida lejos de
ese ambiente, aflora la esperanza en
la obra. Es el único que intenta establecer una cierta congruencia en su vida,
algo que su madre no puede entender. Lucha hasta lograr vivir lejos de la insoportable
sombra de sus padres y vecinos: con él la narración se equilibra,
revalorizándose y abriéndose a cierta esperanza.
Otro aspecto
destacable del libro reside en el hecho de que la
autora no juzga a sus
personajes ni sus sentimientos, intereses o relaciones (por ejemplo, no se
postula sobre ninguno de los amores), solo los visibiliza como posibilidades de
la vida, dejando al lector los juicios de valor (la valoración) sobre la
tristeza, la nostalgia o la alegría en esa visión desengañada del amor. Sobre esa sensación de que el
amor romántico no existe, o que mientras envejeces te das cuenta de
que existen otros tipos, como el compañerismo
(entre Olive y Henry, por ejemplo: se
enamoran platónicamente de otros, pero deciden acompañarse hasta el final), el amor
nuevo, el tortuoso, el adolescente… o el que te hace sentir como adolescente y
de pronto te das cuenta de que no tienes el compañerismo que pensabas en 30
años de matrimonio y decides perseguir esa otra sensación que te comprime el
pecho. El libro parece, a través de sus historias y su final, advertir que, sin amor, en cualquiera de sus formas, nada parece valer la pena.
Obra, pues, sobre el amor y la esperanza tanto como sobre el desamor y la desesperanza, sobre
cómo cambia la visión sobre la muerte,
cómo se va creciendo y madurando y viendo la vida con desengaño. Nos habla pues
de la vejez, de la soledad y de la
muerte, creando un clima triste y desolador, que combina, acertadamente,
con momentos
y situaciones un
tanto
cómicas que rebajan ese sentido trágico de la vida que envuelve la
obra en general.
En suma, una lectura profundamente
psicológica y desengañada, emocionante,
irónica, vital, demoledora, implacable: todo en el mismo paquete.

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