«LECTURA FÁCIL»
Cristina Morales (2018)
«En términos generales es mejor no hablar si sientes un poco de respeto por tu interlocutora»
CON ELLA LLEGÓ LA POLÉMICA
LECTURA FACIL
(2018), aparte de constituir un éxito
editorial y crítico, ha sido objeto de vibrantes controversias,
básicamente derivadas de las actitudes y
declaraciones de su autora, Cristina Morales (Granada, 1985), quien
ha cosechado tanta admiración literaria como
polémica por sus declaraciones tras recibir el Premio Nacional de Narrativa 2019, en las que, entre otras cosas,
dijo alegrarse de los disturbios de Barcelona
por la sentencia del «procés» y de ver en llamas «las
vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista», o considerar a la Policía como «un cuerpo violento ante el que solo cabe el
sometimiento o la autodefensa».
Lo que generó la polémica fue la aparente paradoja de que una escritora de ideología antisistema, que aprovecha cualquier medio para expresarla, aceptase un
premio de 20.000 euros procedentes del erario público; realizase viajes pagados
por el Estado; o recibiese la beca del AECID,
dependiente del Ministerio de Asuntos
Exteriores y de Cooperación, que le financiaba, en aquellos momentos, su estancia en
Cuba. Tales presuntas contradicciones incendiaron las redes durante mucho
tiempo y otorgaron a la novela un plus
de notoriedad y ventas que posiblemente han ido más allá de su valor literario.
Ante la polémica desatada y el ataque desplegado contra la escritora parece oportuno intentar revisar la novela desde
una perspectiva literaria.
EL SÍNDROME DE LAS COMPUERTAS
La obra expone la vida
cotidiana (estrecheces
económicas y necesidades afectivas) y las peripecias (principalmente
en su vertiente ´okupa´ y ´kale
borroka´) de cuatro mujeres que comparten lazos de sangre, dictamen de discapacitadas
intelectuales y vivienda, tutelada por la Generalitat, en la Barcelona del inicio de la alcaldía de Ada Colau. Para ello, Cristina Morales
vuelve a recurrir al mecanismo narrativo de
primera persona femenina componiendo, mediante las voces de las
protagonistas,
discursos divertidos o aparentemente intrascendentes que pretenden resultar
esclarecedores.
Inicialmente,
la novela solo iba a tener una voz: Natividad
(Nati),
protagonista concebida como un
experimento. La inspiración para el
personaje parece provenir de una novela de Louis-Ferdinand
Céline (De un castillo a otro), en la que el protagonista expresa el cabreo
que le domina. En Nati ese rasgo se reviste de un
imaginativo síndrome (de las compuertas) que la sume en un
permanente cabreo y en la intolerancia
ante el abuso: algo así como si llevara unas
gafas feministas, antifascistas y anticapitalistas puestas y remachadas en titanio 24 horas al día,
365 días al año. Su discapacidad es realmente la intransigencia: salta y ataca a cualquiera en que
detecta la presencia de lo que llama macho-facha-neoliberal.
Esa intransigencia y su manía de dejar claras las cosas hacen de ella un personaje
incómodo. Era una estudiante muy brillante, que iba al instituto y al
conservatorio, que compaginaba los estudios de danza con la universidad, que
estaba haciendo un doctorado… Y que, cuatro años antes
del presente narrativo y a dos meses de obtener el doctorado, tiene un accidente (que no
se explica) que la deja gilipollas.
A sus 32 años y con un 70% de discapacidad
reconocida (aunque ella no tenga
conciencia de la misma), su otro rasgo distintivo es la afición a la danza:
lleva bailando desde los seis años. Rasgos que conjuntados y en acción ocupan
una parte sustancial de la novela.
EN UN PRINCIPIO FUE LA DANZA…
Morales ha afirmado que la
novela iba a tratar sobre la danza no profesional y
su valor como bien social, dado que en ella había descubierto gente apasionante que quiso
llevar a la literatura: «(…) he trabajado con bailarines con y sin discapacidad en
talleres, en clases y en algún espectáculo de lo que se llama danza
comunitaria. Hablar del mundo de la discapacidad y de la danza va de la mano,
porque mi contacto más directo es a través de la danza, el modo en que se trata
a estas personas en las clases, cómo las tratan sus compañeros, los profesores,
cómo las tratan sus directores de escena…»
Al darse cuenta de que
hablar sobre danza practicada por una persona discapacitada podía
ampliarse a todos los servicios sociales,
trascendiendo de
la danza a la sociedad entera (sociedad
que produce ese tipo de arte). Así, partiendo de su presente laboral diario y cotidiano, la danza, y valiéndose de su experiencia en grupos de danza integrativos, como Iniciativa Sexual Femenina (compañía de
danza contemporánea formada por la
escritora y dos compañeras), surge
la poderosa voz de Nati: «Compartiendo escenario con personas mal
llamadas con discapacidad me daba cuenta de cómo el discurso de la integración,
empezando por el propio nombre de esta danza, es una patraña, que no esconde
sino una realidad de maltrato hacia el diferente.»
Nati, que acude a clases de danza contemporánea en un grupo de
personas con diversidad funcional, narra las escenas de danza con explicaciones
gráficas, describe cómo se relacionan los cuerpos, cómo se contorsionan, cómo
reaccionan a los estímulos de sus compañeras. En varios pasajes reniega explícitamente de los
preceptos tradicionales de la danza: Renuncio
a los portés, así como a
cualquier otra figura dancística clásica o contemporánea que implique pericia o
velocidad bípedas (…). Una manifestación más de su lucha contra lo
establecido, contra la represión de su necesidad de expresarse por
medio de la danza, de entrar a un salón de danza subvencionado, pero hacer con
el cuerpo lo que le dé la gana, y cuestionar sus presupuestos coreográficos.
…Y EL
CUERPO (CON SEXO)
En suma, convertir
la danza en un espacio de lucha con uno
mismo y sus prejuicios, contra una educación burguesa, contra lo que el otro quiere hacer
de uno como un cuerpo deseable nada más, contra la academia que siempre ha
dicho qué es lo deseable, qué es lo bello, qué es lo hermoso, como si mente y
cuerpo fueran la misma cosa. La danza como espacio
de alianzas, donde la carga sexual de la pieza no ha de
verse excluida.
La
novela también se concibió desde un principio centrada en el cuerpo y (por extensión) la sexualidad, el deseo de y entre las mujeres: «Me interesaba hablar de la copa menstrual y
sobre todo de la represión de la iniciativa sexual femenina.» El sexo como otro
ámbito a revisión. Además de su inclusión en la esfera de la danza
integrada, por formar parte del cuerpo de quienes la practican (Nati reivindica que se trate a todo su cuerpo por
igual, que toquen y que cojan lo que quieran, que sus genitales y sus pechos
formen parte del conjunto), se manifiesta sobre todo a través del personaje de Marga, prima de Nati, que
tiene sexo con quien le apetece, sin preocuparse lo que piensen los demás, sin
encasillar sus relaciones; y, explícitamente, mediante las dos relaciones
sexuales que se describen expresamente: la primera, entre Nati y uno de sus compañeros
del grupo de danza integrada; la segunda, entre Nati y Marga (cuya relación con ella es de cuidado, de familia, pero
también sexual y afectiva). Escenas que se muestran más mecánico-posturales que
apasionadas, y desde luego nada morbosas (se relatan como algo crudo, con
errores, con tropiezos, con flujos, con olores).
A través de
tales hilos argumentales se pretende reflexionar sobre las relaciones y el sexo libre, sin tapujos, más allá de la monogamia hegemónica o de la
mirada censora del Estado sobre la sexualidad (de una discapacitada, Marga, en este caso). Algo que no acaba de
conseguir (lejos de las novelas de la generación beat americana sobre la liberación sexual y el amor libre).
Y TRES
HUEVOS DUROS
Se como fuere,
Nati
resultó ser un personaje tan fuerte que la autora vio la necesidad de asignarle compañeras para que su mensaje resultara legible. Así nacieron las
otras tres coprotagonistas.
Margarita (Marga) tiene 37
años, discapacidad del 66%, es analfabeta, pero limpia de maravilla. Según su psiquiatra, las trabajadoras sociales y la
Generalitat, está deprimida porque acaba de darse cuenta de que es
discapacitada, y le dan pastillas para que lo supere. En realidad, su problema
es la hipersexualidad: ve porno a todo volumen, se masturba en el salón y se tira todo lo que se mueve, cómo y cuándo
le apetece. Rasgo que justifica uno de los principales hilos argumentales (y McGuffin
básico), pues buena parte de la historia sigue el proceso judicial de
dilucidar si se la debe esterilizar. Mientras se decide, Marga pide ayuda a su asamblea de autogestores para okupar una vivienda y emanciparse (otro hilo argumental subsidiario). Así conformado, quizá sea el personaje más libre.
Patricia (Patri) es medio
hermana de Nati y prima segunda de Marga; tiene 33 años, un 52% de
discapacidad y sufre ceguera degenerativa
(usa gafas de culo de vaso). Es, sin duda, el personaje más triste: institucionalizada desde los 18 años, hace verdaderos
esfuerzos por cumplir todo lo que se supone que debe hacer: cocina, ve la tele,
se maquilla y se peina, comunica a las demás el malestar de las 'jefas' con su comportamiento en el piso
tutelado, le dan pataletas cuando las demás no le hacen caso y se relaja viéndose
llorar... Es una chivata que cuenta a las
tutoras que la tutelan lo que ocurre en el piso tutelado para obtener
beneficios. Ella es la que declara ante la jueza en el proceso sobre la
esterilización forzosa de Marga: su confianza en el sistema no es
inocente, ha aprendido muy bien el discurso del mundo de la discapacidad, de la
Seguridad Social, de la izquierda integradora e inclusiva..., ingenuamente
piensa que delatando ella, al menos, se salvará.
Àngeles (Ángels) es prima
carnal de Marga y prima segunda de Nati. Tiene 43 años y no llega ni al 33%
de discapacidad. Extrabajadora del Mercadona,
nunca aprobó una asignatura en la escuela. Tartamudea, pesa 120 kg y se pasa
todo el día con el móvil. Está intentando escribir la novela de su vida: «Memorias de María dels Ángels Guirao
Huertas. Recuerdos y pensamientos de una chica de Arcuelamora». Para hacerlo
utiliza el método de lectura fácil (sistema
institucional de escritura usado para hacer accesible los textos a personas con
necesidades especiales, migrantes, población reclusa…) y le manda los capítulos
por WhatsApp a sus tutores. Fue la que las sacó del pueblo (Somorrín) y las
trajo a Barcelona.
LENGUAJE
E INSUMISIÓN
Todas hablan y cuentan su
historia, pero de
distintas formas. Cristina
Morales utiliza la ironía como recurso narrativo y despliega
distintos géneros textuales, literarios o no, que se personalizan en cada una de las mujeres. La novela se estructura
utilizando esa diversidad textual, que quizá sea lo más relevante
de la obra: narrativamente es un compendio de estilos
y fórmulas que pretenden mostrar, una diversidad de fórmulas comunicativas para, desde ellas, reflexionar críticamente sobre el
lenguaje y su uso como instrumento de alienación y dominación.
Por una parte,
utiliza la voz oral de Nati (narradora subjetiva) para articular, a través de su insólito síndrome, el
mensaje discursivo expreso, de fuerte
crítica sociopolítica. Nati es la única que se dirige directamente al lector, explicando lo que
vive y piensa sin tapujos.
Marga, por su parte, es el único personaje
que no tiene voz propia: se manifiesta en lo que cuentan de ella otros personajes o en las transcripciones de la
asamblea libertaria de autogestores a la que
asiste. No escribe, sino que dicta y un colega en el Ateneo lo escribe, aunque luego se le pone en entredicho y se le
acusa de embellecer las cosas que se cuentan, de estilizarlas, por lo que no se puede saber exactamente qué es lo que en
realidad dice Marga.
Patri habla a través de los documentos de un juicio legal, las actas de sus
declaraciones ante la jueza encargada de dictaminar
la esterilización de Marga: tal procedimiento permite reflejar el absurdo de la comunicación burocratizada del lenguaje judicial, lo que da pie a algunos de los episodios humorísticos
más conseguidos de la novela.
Ángels, que sin duda es el personaje
que más reflexiona sobre el lenguaje, cuenta su historia a través de la escritura
(auto)biográfica de su novela, escrita mediante el procedimiento
textual de la lectura fácil. Además de contar
partes de su vida muy relevantes para comprender a las protagonistas, también
hace referencia a este estilo de escritura. Dado que la mejor forma de cuestionar
un método es usarlo, eso es lo que hace Morales: puesto que el
procedimiento se basa en un catálogo de pautas, como la simplificación del
lenguaje (no puede haber metáforas, ni
segundas intenciones, ni palabras abstractas, ni juicios de valor…) o la explicación concreta de todos los términos que se
salgan de lo normal (¿?), al aplicarlo a la
literatura se muestra como un medio simplificado y carente de toda profundidad.
Es más, el tener que definir palabras constantemente lleva a una divagación que
saca al lector del relato o deja a medias lo que se cuenta.
A todos
estos registros se suma el
fanzine anarquista («Yo también quiero ser un macho») que Nati crea para ilustrar al grupo de autogestores. Este texto supone un intento (otro) de hacer lectura
fácil de la politización anarquista.
Nati quiere
hacer pedagogía para sus compañeras, que están hartas de leer lectura fácil
de contenidos muy pobres, con su fanzine: una lectura fácil de contenidos
emancipatorios, cuarenta páginas maquetadas siguiendo la estética del fanzine radical, con collages, cambios de tipografía, anotaciones a mano, en
la que se analiza el discurso macho-fascista-neoliberal
de tres personajes reales, el escritor Juan
Soto Ivars, la filósofa Carolin
Emcke y el maestro y actor con síndrome de Down Pablo Pineda, protagonista de la película. «Yo, también». Seix
Barral, la primera editorial que iba a
publicar la novela, pidió a Morales que lo eliminase (por criticar el discurso de personas
reales); y Anagrama, con la que al final se ha publicado, lo redujo a esas 40
páginas.
TEMAS
E INTENCIONES
Por supuesto, en una novela que
constituye una «propuesta radical y
radicalmente original», (actas del Premio Nacional de Narrativa dixit), la crítica al lenguaje se
convierte en crítica política: «más que
nunca en la actualidad, (…) los mensajes políticos llegan a través del lenguaje
mucho más que a través de los hechos. Cada partido político se diferencia por
cómo se acerca retóricamente a según qué temas. Atacar el lenguaje es el paso más
necesario para la revolución, ya que sabemos que la democracia se legitima por
sus discursos y por cómo se trasladan a las leyes.» Mediante este mecanismo persigue articular un texto incómodo, sarcástico, políticamente incorrecto
y crítico. Otra cosa
es que lo consiga.
La propuesta temática de partida es
un análisis crítico (y caustico) del sistema asistencialista y el tutelaje de los discapacitados, ante cuya arbitrariedad solo cabe la resistencia (en
muchos casos involuntaria) frente a una Administración paternalista que, tras
expedir un dictamen oficial (de discapacidad
mental) delimita la autonomía y la libertad personales. La obra reivindica la
subversión frente a esos ejercicios de
poder mediante pequeñas decisiones cotidianas (por ejemplo: aceptar dinero
público y gastarlo en cervezas o cigarros, arreglando
los tickets de compra de modo que registren productos autorizados).
Este tema se intenta ilustrar haciendo
que cada una, a su ritmo y con su
estilo, se niegue a cumplir el papel socialmente
asignado y busque su liberación.
De forma que, a medida que la personalidad de cada una se desarrollase en la
trama, el dictamen que se les ha atribuido se vaya manifestando como una forma
de desactivar a sujetos incómodos para el orden preestablecido (y no como
discapacidad real). Intención no siempre conseguida,
más allá del plano discursivo, pues los
personajes no se desarrollan, no evolucionan; y, narrativamente,
adolecen del congruente reflejo argumental y de su adecuada articulación
narrativa en el discurso sociopolítico. Es cierto que la
novela invita a reflexionar sobre política, buenismo social, capitalismo
y, especialmente,
sobre la normalidad (mejor dicho, lo que la sociedad entiende como comportamiento aceptable).
La autora intenta mostrarla como dispositivo de control, pero los personajes más que experimentarlo narrativamente, se ven encajados (como arquetipos que son) en
su discurso argumental
(que nunca se ve como propio, sino como exigencia
del guion).
Por otra
parte, la novela aleja su perspectiva de género de la crítica de la modernidad desarrollada a partir de
los años setenta. La autora postula la necesidad de una organización política
de mujeres caracterizada por el escepticismo
crítico, invitando a reflexionar sobre
la posibilidad de una hermandad femenina que impugne las dimensiones del privilegio (de clase, de
raza y de género). Da por sentado (y es mucho dar) que mujeres de distintas
clases sociales o nacionalidades puedan unirse con un fin común. En suma, aboga
por un feminismo basado en una sororidad crítica que continuamente dude y revise sus propios modos de
pensar y actuar. Visión utópica de por sí, doblemente arriesgada al
personalizarse en cuatro mujeres con discapacidad intelectual, incluso
aceptando la mayor (que realmente no lo sean, sino que tal discapacidad sea sólo
una consideración administrativa).
CRÍTICAS
A UN RELATO REITERATIVO
Establecidas intenciones y
organización estructural, cabe preguntarse: ¿qué consigue en realidad la novela?
Sin duda estamos ante una autora con gran imaginación para contar, con una elevada capacidad técnica y buen ojo para lo coloquial, aunque con una visión algo radical y unidireccional de la vida, de la que se puede esperar mucho más que una acerva crítica
sociopolítica. Su análisis sobre los límites y su deseable disolución (mediante la capacidad creativa y de acción ante políticas de
identidad provenientes de una estructura
que busca la homogeneidad entre individuos diversos) que podría ser objeto de
un interesante ensayo, al intentar plasmarlo en la novela naufraga, pues carece de una
sólida raigambre narrativa y de un congruente tratamiento argumental. ¿Por qué?
Porque los personajes resultan planos, poco creíbles y aún menos perspicaces. De hecho, la autora ha puesto de manifiesto su pretensión de crear arquetipos (tanto en las protagonistas, como los antagonistas) que
pusieran en acción su crítica visión sociopolítica. «Sí, claro, mi intención era poner al lector en la diana. Me atrevería
a decir que los personajes que salen como antihéroes —las cuidadoras, la cupera, la psicóloga, la psiquiatra, la guía del
grupo de autogestores…—, que son los sometedores de nuestras protagonistas, no
son tanto la diana, sino el lector. El libro va a atacar al lector. Y muy
probablemente el lector se sienta, cosa rara en la literatura, más del lado del
antihéroe que de las heroínas.»
Ello determina que la
escenas discursivas (analíticas y críticas), que constituyen
el eje central de la obra, se vean lastradas por la irrelevancia de los personajes involucrados en ellas, de forma que las más conseguidas sean las que inicialmente (según la autora) no estaban en el plan de la obra: la autobiografía de Ángels, las
actas judiciales de las declaraciones de Patri o las sesiones
de los autogestores, donde
los aspectos humorísticos y de irónica simpleza (quizá donde más se perfile la
discapacidad, aun cuando puedan verse como mera y rotunda ignorancia o
ingenuidad) la dotan de cuerpo y garra.
Sin duda el libro arranca con fuerza, presentando
un planteamiento
ciertamente interesante. Se disfruta con esa provocación inicial, con su humor y mala leche: admira su capacidad de pensar, de poner en duda todos los
valores que supuestamente sustentan nuestra sociedad, da la sensación de
suscitar un ángulo de visión más completo y variado. Pero a medida que avanza la lectura, la reiteración del discurso o la actitud vital de Nati (¿y de la autora?) deja paso a un vacío discurso sociopolítico radical,
cansino y maniqueísta poco justificable en una novela sobre la identidad, el sistema
asistencialista y el tutelaje. Lo que inicialmente constituye una fresca y perspicaz provocación (sin renunciar a su poso ideológico, con el que se puede estar más o
menos de acuerdo), se
pierde por esa deriva panfletaria intransigente en que acaba cayendo la novela, enredándose en espirales
discursivas alrededor de las mismas ideas.
Por ello, a partir de las ciento y pico páginas, el texto, por insistente reiteración, va perdiendo interés.

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