«FRANKENSTEIN o EL
MODERNO PROMETEO»
Mary W. Selley (1818)
Tras más de doscientos años todo parece indicar la imperecedera permanencia de esta obra. A
estas alturas del siglo XXI las adaptaciones de la obra de Mary W. Shelley (1797-1851) siguen siendo numerosas. Atrás quedan el
icono de La Criatura
representada por Boris Karloff en la
película Frankenstein (1931) de James
Whale; toda la serie de películas de la productora Hammer dedicadas
al personaje; o el acercamiento más literario de Kenneth Branagh en Mary Shelley's Frankenstein (1994). Pero, más allá de su pervivencia
audiovisual, esta obra sigue apareciendo destacada en los expositores de las
librerías y en los listados de las mejores obras de fantasía y terror.
LLUVIA, ABURRIMIENTO Y JUEGOS DE SALÓN
Su génesis hay que buscarla en una prueba
ideada por Lord Byron durante el verano de 1816 (año que fue conocido
como el año sin verano). La autora (en
aquel momento, Mary Godwin) y el poeta Percy Bysshe Shelley (por entonces, su amante) fueron invitados por
su amigo, el célebre poeta George Gordon
(Lord Byron) a su residencia villa Diodati, en Ginebra, junto al lago Lemán, donde estaban también Claire
Clairmont (hermanastra de Mary y examante de Byron) y John
Polidori (secretario, médico y ocasional amante de Byron).
A mediados de junio, llovió sin tregua, imposibilitándoles
navegar o dar paseos, y obligándoles a permanecer en la mansión. En ella
pasaron recluidos tres
noches (del 16 al 19), entre charlas y lecturas al calor de la chimenea. Hablaban
de todo: filosofía, lenguas clásicas, matemáticas, de los poetas románticos
ingleses (Wordsworth y Coleridge) y de los últimos avances
científicos. También leyeron mucho: entre otras cosas, cuentos de
terror, tan del agrado de Byron, centrándose en una antología de relatos
góticos alemanes del siglo
XVIII: Fantasmagoriana.
Tan sugerentes historias y la misteriosa
atmósfera que les envolvía proporcionaron al anfitrión la idea de proponer a sus
invitados la escritura de «un
cuento de fantasmas sobre las bases que podía sugerir la ciencia moderna».
GÉNESIS DEL MITO
Así, todo empezó como un juego culto. Contra todo pronóstico, los dos autores consagrados, Byron y Shelley, no terminaron sus historias, mientras que Mary Godwin y Polidori no solo lo hicieron, sino que en ellas dieron forma a los dos grandes mitos de la literatura gótica: la criatura de Frankenstein y el vampiro.
En nuestro caso, la
chispa fue una pesadilla que la escritora tuvo noches después del desafío de Byron: soñó con una criatura creada de cadáveres por un
estudiante que le insuflaba la vida a través de una máquina capaz de
proporcionarle movimientos semivitales… Según
relataría años después, creyó ver a un «pálido estudiante de artes impías, de
rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre
extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de
pie con un movimiento tenso y poco natural».
Para
el personaje de Victor
Frankenstein, parece ser que Mary
se inspiraría en una figura histórica: para unos, Luigi Galvani (1737-1798) médico italiano que planteaba que la
electricidad podía curar ciertas enfermedades e, incluso, revivir cadáveres;
para otros, Johann Konrad Dippel
(1673-1734), alquimista alemán a quien se atribuían siniestros experimentos con
cadáveres humanos (a los que intentaba reanimar y transferir el alma de otras
persona) que llevaba a cabo en la casa donde había nacido, el castillo de Frankenstein, cerca
de Darmstadt.
Sea como fuere, de todo ello surgió un cuento que P. B. Shelley la animó a convertir en novela.
Obra cuya gestación le supuso (¡) nueve meses (!): la finalizó el 17 de abril de 1817 y fue publicada por
primera vez de forma anónima, aunque dedicada a William Godwin (padre de Mary, a
quien inicialmente se atribuyó) y con un breve prólogo de Shelley, el 11 de
marzo de 1818, cuando Mary contaba
veintiún años.
Durante
su vida, aun se publicarían otras dos ediciones: la segunda en 1823 (versión con
la firma de la autora) y la tercera en 1831
(revisión de la primera, realizada por la escritora y precedida
por la ya famosa introducción donde explica la
génesis de la novela).
DIALÉCTICA DOCTOR / CRIATURA
La novela cuenta la historia de un científico suizo, el doctor Victor Frankenstein, que, tras
asistir a las lecciones de un profesor de la Universidad
de Ingolstadt (Baviera), que expone los
últimos avances de la ciencia, decide ir todavía más lejos: Abriré un nuevo camino, exploraré poderes
desconocidos y desvelaré al mundo los misterios más profundos de la creación.
Frankenstein estudiará febrilmente
anatomía animal y los procesos de generación y corrupción, hasta que una
iluminación le
hace descubrir la causa de la generación
y la vida y convencerse de ser capaz de infundir vida sobre un cuerpo inanimado.
A lo largo de casi dos años, realizará secretos experimentos en una buhardilla que usa como
laboratorio. Con distintas partes de cadáveres, que recoge en las salas de disección, y
de animales, que encuentra en mataderos, forma un cuerpo humano de
gran envergadura (2,40 metros de altura). Usando seguramente una pila, como la
inventada por Alessandro Volta hacia
1800, le aplica impulsos eléctricos para intentar infundirle vida. Finalmente, una lluviosa noche de
noviembre, a la tenue luz de una candela, ve como ese cuerpo abre un ojo y
empieza a respirar. Se marcha horrorizado y cuando vuelve la Criatura (nombre que da a su creación) ha desaparecido. A partir de
aquí se desarrolla una intriga novelesca en la que el nuevo ser experimenta la
soledad y la hostilidad de los hombres, mata sin querer a un niño y desafía a
su creador. Victor, por su parte, se aleja de su casa para estudiar, dejando atrás
a su familia y a su amada Elisabeth.
Sin
embargo, la novela no tiene absolutamente nada que ver con la historia que el
cine, la televisión y el cómic nos han dado, ni tampoco con la imaginería de la Criatura, ni con el ambiente en general.
El
libro, de corte romántico, si bien
resulta rancio en su narrativa (epistolar, retórica,
de curso lento, prolija
en lo innecesario), encierra un gran poder
de sugerencia y se muestra mucho más triste
y trágico que sus numerosas adaptaciones.
AUTORA (Científico) - OBRA (Creación)
Quizá porque no puede ser entendida desligada de la propia vida de su autora. Mary Shelley nació y murió en Londres (30/08/1797-01/02/1851). Sus padres fueron el pensador William Godwin, un filósofo alentador de la estética romántica (libertario, ensayista contra la sociedad puritana y partidario del amor libre) y Mary Wollstonecraft, una feminista pionera (militante y dura, autora de Una reivindicación de los derechos de la mujer) que falleció, a los 38 años, once días después del parto, a causa de unas fiebres puerperales (como, por otra parte, solía ser frecuente).
Aunque Mary creció en un ambiente culto, pues desde niña presenció las tertulias literarias y filosóficas que su padre celebraba en casa con los autores e intelectuales más innovadores de la época, Godwin dejó su educación en manos de su segunda esposa, una mujer conservadora que no compartía las teorías de su marido. Eso determinó que su educación fuera similar a la de la mayoría de las muichachas de su época.
Precisamente en aquellas tertulias de la casa familiar fue donde, en 1814, conoció al poeta Percy B. Shelley, por entonces casado y padre de dos hijos. Ambos se enamoraron, aunque sería ella quien se declarase.
Pero desde el primer momento Godwin, se opuso sorprendentemente a esa relación: todo había ido bien hasta entonces, mientras sus teorías no se vieron contrastadas por la experiencia. Cuando Mary puso en práctica el amor libre, sus derechos de mujer y la independencia filial, fugándose a los 16 años con Shelley, que a la sazón contaba con 22 y un matrimonio infeliz, ese padre anarquista siente la vergüenza y la deshonra y no parará hasta que los vio casados y su hija pudo llevar el nombre de Mary Shelley.
Ante la oposición paterna y decididos a unir sus vidas, los
amantes huyeron a Francia, dos meses después de su primer encuentro, en compañía de Claire, hija de la madrastra de Mary. Poco después recalaron en Suiza donde
estrecharon lazos con Byron, quien acabó por convertir a Claire en su amante.
Cuando Byron planteó la escritura de los relatos de terror, Mary no tenía ninguna experiencia literaria. Dado su carácter
extremadamente sensible y cierta inestabilidad emocional (desencadenante de
frecuentes depresiones y un continuo cuestionamiento de la relación entre la
vida y la muerte), hasta puede que inicialmente se sintiese intimidada. Pero el
inconsciente, favorecido por el láudano (un opiáceo de moda en la época), que
consumía para combatir el insomnio, le ayudó a superar la prueba.
De regreso a Gran Bretaña, Mary convirtió su primer relato en la novela con la
ayuda de Shelley, con quien había contraído matrimonio tras el
suicidio de su primera esposa. En las
tres versiones de la historia publicadas durante su vida, está latente la
perpetua desazón de la autora por entender
la estrecha relación entre la vida y la muerte: el fallecimiento de dos de sus hijos (por infecciones
contraídas durante un largo viaje a Italia) y el de Percy B. Shelley en un
naufragio (1822) acentuarían tal morbosa obsesión.
Consagrada a la literatura, al cuidado de su único hijo vivo, Percy
Florence, y al recuerdo de Shelley, Mary se negó sistemáticamente a
contraer nuevo matrimonio alegando que, tras haberse casado con un genio, sólo
podría casarse con otro.
De regreso a Londres tras un viaje por el continente, comenzó a sentir los primeros
síntomas de un tumor cerebral, enfermedad a causa de la que
fallecería. Tras su muerte, cuando sus allegados revisaron sus pertenencias,
encontraron, envuelto en seda y junto con el poema Adonais de Percy B. Shelley,
el corazón del que había sido su esposo y mentor.
CAPAS DE CEBOLLA
Ya el título ilustra las intenciones de la autora y su principal fuente
de inspiración: la obra teatral de Esquilo era una de las favoritas de Byron y el propio Shelley escribió sobre el tema. El protagonista aspira a ser un nuevo Prometeo: crear un nuevo ser, con ayuda de la electricidad mediante el
procedimiento de galvanizar tejidos orgánicos muertos (parece ser que Shelley era un ferviente admirador
de Galvani). Robar la vida, como hacía
el Prometeo mitológico, puede ser
muy malo, pero dársela a alguien, como hace Frankenstein, puede ser peor. Pero novela no reescribe el mito clásico, a
diferencia del titán, este moderno Prometeo no será castigado por los dioses, sino por su creación.
La obra refleja las preocupaciones científicas de su época, como la legitimidad de la investigación que contravenía la
moral tradicional y la capacidad del ser humano de crear y destruir la vida. Esa
es la historia que Victor cuenta en su viaje polar a su alter ego, el capitan Walton: en su planteamiento coinciden el anarquismo literario, el feminismo de salón, las ideas de la Revolución francesa, el
descubrimiento de la electricidad y el nuevo miedo a la ciencia, con el arranque de la ecología.
Estamos ante el mito de la diferenciación entre la humanidad y la naturaleza, por el conocimiento y la técnica, y el castigo que ello conlleva. Victor no respeta la naturaleza, a la que califica como femenina (el elemento femenino), e
incluso penetra en sus misterios y la viola a
todos los niveles. Su primer crimen es la
violación de las tumbas (naturaleza muerta) para elaborar su Criatura, siguiendo las
enseñanzas del doctor Waldman, su maestro. Elimina,
supera y altera (mediante la ciencia) la función biológica de la mujer para
procrear un nuevo ser. Usa y explota la naturaleza para convertirse en padre tecnológico (no madre
biológica) de su creación.
Pero la naturaleza no perdona: le somete a un deterioro progresivo mientras trabaja en su
laboratorio, minando su salud física y mental (preocupado y angustiado, enferma
cada noche).
La ambición de Victor es crear una nueva raza de
hombres (no de mujeres): su Criatura es masculina y cuando le solicita
una compañera, Victor la aborta antes de darle vida, porque crearla supondría la
posibilidad de la procreación de una nueva raza, que ya no le tendría como
padre.
No piensa que una compañera pueda ser beneficiosa y
tranquilizadora para la Criatura, sólo le preocupa perder el poder (de procrear cuando él
decida) sobre ellos. La Criatura (como la naturaleza) tampoco perdona: abandonada por su padre y rechazada
socialmente se ve abocada a responder en los mismos términos con que se ve
tratada. En este sentido pueden considerarse la conexión de la Criatura con la idea bíblica del demonio: su descripción en el
libro remite directamente al personaje de Satán en el Paraiso perdido de John Milton (clásico
de la literatura británica muy estimado por los intelectuales de principios del
XVIII).
Victor y la Criatura son las
dos caras de una misma moneda, una especie de Jeckyll y Hyde, o mejor del alma masculina y femenina, que viven
un sino común que les conduce a un destino de fuego entre las brumas heladas
del Polo Norte.
Por otra parte, pensar en W. Godwin como modelo del doctor Frankenstein y a Mary como su Criatura (a la que se ajustan como un guante las preguntas de la cita
que encabezan esta reseña y que el personaje se hace en el libro) y contemplar
la novela como una alegoría autobiográfica no parece tampoco descabellado.
Alegoría autobiográfica también
sería verlo como parábola del embarazo y de los frecuentes miedos de las mujeres de la
época a que el parto tuviese consecuencias fatales para la madre o los fetos.
De hecho, la autora había tenido un parto prematuro poco antes del verano de 1816.
En
resumen, un libro de escritura morosa y lectura a veces pesada, pero que entre las numerosas capas de cebolla que lo
componen esconde algunas tan sugerentes y actuales (piénsese, por ejemplo, leída
esta reseña, en el hilo argumental de Blade Runner la película de 1982 dirigida por Ridley
Scott) que merece la pena dedicarle algunas horas como compañero de viaje a
ese mundo preindustrial y prerromántico, cuando la ciencia empezaba a tomarse
en serio.

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