«LA HIERBA AMARGA.
Una crónica breve»
Marga Minco (1957)
«Siempre había pensado que a nosotros no nos
pasaría nada. Por tanto, al principio me resultó difícil aceptar que fuera
verdad»
CINCUENTA AÑOS DESPUÉS
En una loable decisión
editorial Libros del Asteroide publicó LA HIERBA AMARGA (2007), cincuenta años después, esta novela paradójicamente rara y bella. Se trata de una breve novela
autobiográfica, escrita a modo de novela de aprendizaje (bildungsroman), que
constituye un testimonio conmovedor del comienzo de la
pesadilla (que devendrá en la
locura del nazismo y la solución final). Con aparente normalidad narra la aparente paradoja de la inocencia inicial de
los judíos en su inexorable camino hacia la dura y letal realidad, que para
los más afortunados adoptará el paso a la clandestinidad.
LA INOCENCIA TRUNCADA
La novela parte de esa ingenuidad de los judíos que esperan sobrevivir a una persecución cruel e irracional, que
no ven ni consiguen creer en los campos de exterminio, que intentan seguir con
sus vidas y con el nuevo orden social y se pliegan a él pensando en el final de
la guerra y la vuelta a la normalidad. Pese a la llegada de las tropas alemanas,
al cambio en la vida de la ciudad y el advenimiento de un nuevo tiempo, sienten
que no durará mucho, que es cosa de paciencia y resistencia, que las historias
que llegan de otras tierras no pueden ser exactas ni tan terribles, que pronto todo
acabará y recuperarán su vida. -Nosotros
no vamos a hacer nada. ¿Qué se supone que deberíamos hacer? (…). -Aquí no será para tanto
A partir de ahí, la novela va punteando
de forma inexorable los pasos que llevan de la inocencia inicial a la aceptación de una brutal realidad.
Itinerario que se
desarrolla con una sencillez que hiela la sangre. La realidad
son las eventuales evacuaciones; las
estrellas que hay que coser en lugares visibles de la ropa; los controles
médicos de capacitación para los campos de trabajo; los primeros arrestos; los
llamamientos personales de evacuación; la prohibición de entrar en ningún
sitio; los desplazamientos de los mayores de cincuenta años a los guetos,
llevando lo imprescindible y dejando selladas sus casas; las razzias con
camiones en calles y barrios…; hasta llegar a la detención y traslado a los
campos de exterminio.
ESTRUCTURA DE LOS CÍRCULOS DEL INFIERNO
Para tal descenso al infierno del Holocausto el relato se divide en veintiún cortísimos capítulos
y otro más a modo de epílogo. Poco más de cien páginas le bastan a la autora para a través de la voz de su narradora (ella misma, adolescente) desgranar
ese cruel proceso de iniciación que la lleva en un breve periodo de tiempo a ver truncada su inocencia.
La novela va suministrando apuntes sobre cómo sigue la vida
mientras todo se hunde. Son pequeños
detalles, breves conversaciones, recuerdos momentáneos, acontecimientos cotidianos que van dibujando un
estado de inocencia inicial perfectamente justificada y comprensible:
-No se puede hacer nada -dijo mi padre-, no podemos mover un dedo.
(…).
Cuando me asustaba al oír las historias que la gente contaba de Polonia, él
decía: «No será para tanto». Y nunca
he sabido si de veras lo creía o sólo lo decía para levantarnos el ánimo.
-Bueno
-recapacitó
el conocido-,
uno podría cerrar la puerta a sus espaldas y desaparecer. Pero ¿de qué vas a
vivir?
Asimismo, la narradora va insertando elecciones simbólicas cargadas de una soterrada corriente emocional: una raqueta de tenis, una peonza, las botas de los soldados, un tipo de pasteles, la hierba amarga… Todas y cada una de sus elecciones
connotan ese paso de la (ingenua) normalidad a la brutal
realidad.
Pero, sobre todo, destaca aquello
que decide callar (y que el lector percibe entre líneas), pues la escritora
sabe y los lectores sabemos (la novela está escrita años después del final de
la guerra) qué más hubo, qué y cuánto horror escondía esa realidad a la que la
narradora se va enfrentando paulatinamente hasta su paso a la clandestinidad.
MOMENTO HISTÓRICO COMPLEJO, SENCILLEZ NARRATIVA
Todo está contado con un estilo sutil y una aparente sencillez.
Digo aparente, porque el tono sencillo del relato, su brevedad y condensación, pueden llevar
al error de considerar la novela una obra menor, incluso simple (nada más lejos,
por cierto: no tiene nada de simple). El hecho de que narre con escalofriante sencillez la implantación
de las leyes raciales, tras la ocupación alemana, las detenciones, las
deportaciones y, en su caso, la huida y el paso a la clandestinidad, no debe
confundir. No ha debido resultarle nada fácil explicar de forma tan clara,
descarnada, escueta a la par que austera esos momentos de su vida. La sencillez
está muy lejos de ser simpleza, la autora adopta el punto de vista de su yo adolescente para, rehuyendo
cualquier tipo de afectación, contar en pequeñas escenas perfectamente
dosificadas su iniciación en el mundo real del nacismo rampante y su alienante
solución final.
No necesita enfatizar, se muestra sobria en el uso
de las palabras y contenida en la expresión de las emociones. Se centra en los
detalles, no hace falta más: las casas
cerradas y selladas; las familias judías encargando retratos para tener algo
propio a su vuelta de los campos; cartas anunciando controles médicos o
traslados; vecinas acercándose para pedir prestadas raquetas de tenis (y
llevándose todo lo que les atrae, bolsos o cerámicas) ya que los judíos no iban
a poder usarlas; camiones deteniéndose para recoger prisioneros; o la joven Marga que, a salvo
en un principio de ellos, ve, al irse momentáneamente libre, a dos mujeres
sentadas y a la espera, con el gesto bajo y abatido...
LA
IMPORTANCIA DE CADA CAPÍTULO, ESCENA, FRASE, PALABRA…
En efecto, como una auténtica y
sencilla novela de iniciación, habla de la ingenuidad primera, del horror de la realidad, de
los recuerdos anteriores a la guerra donde los hijos se separaban poco a poco
de los ritos de los padres, de la culpa y la supervivencia, de la hierba
amarga, tradición judía que rememora el éxodo por Egipto y que es una puerta
abierta y una invitación al extranjero, y lo hace con una sencillez que
sorprende… Y de todo lo que vino después, y que ya estaba ahí desde el
principio.
Dada su condensación y precisión, bajo la aparente sencillez, cada escena, cada diálogo, cada descripción tienen un peso y un valor
narrativos relevantes, por lo que se recomienda una lectura lenta y reflexiva que permita
apreciar la obra en lo que vale.
No obstante, se pueden destacar
algunos capítulos, como aquel en el que la autora evoca el recuerdo de una vida anterior a la guerra y el pragmatismo del padre que obedece cada orden (1); o el que muestra cómo los hijos van
abandonando sus raíces judías (2); o ese de la
noche en el que el padre llega a casa con un puñado de estrellas amarillas y toda la familia se reúne para coserlas en
los abrigos y así identificarse como judíos (3); o
el del día que llega la orden de reclutamiento (7);
o ese en que la vecina viene a pedir prestada
esa raqueta de tenis que, total, ya no pueden utilizar (9);
o el de las 'razzias' que vaciaban
calles enteras (14). Sin olvidar, obviamente, los de la huida de Marga (15), su soledad y su culpa por "abandonar"
a su familia
(16); así como ese epílogo final,
totalmente esclarecedor.
LA
VIDA SIGUE, EL RECUERDO PERMANECE
Hacia el final de la guerra,
Marga Minco se mudó a una casa vacía en Amsterdam, junto con un grupo de artistas y estudiantes. En
esta casa, retratada más tarde en su novela Una casa vacía (Het lege huis), pronto se instala el
poeta y traductor holandés Bert Voeten (1918-1992),
al que había conocido antes de la guerra, pero que al no ser judío no contaba
con el beneplácito de los padres de la autora. En diciembre de 1944 nace su primera
hija, Bettie (como su hermana), y poco después de la liberación, en agosto de 1945, Marga y Bert se
casan.
A principios de la década de los 50 publica cuentos en varias revistas y periódicos. Su juventud y sus experiencias durante la guerra la inspiran para comenzar a escribir novelas; de hecho, constituyen el leitmotiv de todos sus libros. En 1957, un año después del
nacimiento de su segunda hija, Jessica, publica su primera novela, La
hierba amarga (Het
bittere kruid). La pequeña crónica, como la subtituló, logró el éxito tanto en el país como en el extranjero, vendiendo 400.000 copias solo
en los Países Bajos y siendo galardonada con el Premio Vijverberg en 1958. Posteriormente se tradujo a varios idiomas y sigue siendo una obra
popular, especialmente entre los alumnos de secundaria.
NOTA BENE.
Omisión editorial
Sin
menospreciar la labor de la editorial Libros
de Asteroide que está rescatando para el lector español obras de un
indudable interés que quedan fuera del ámbito de las grandes editoriales, poco
dadas al riesgo y a la innovación, quiero señalar un relevante desacierto en la
edición de esta novela, por lo demás tan apreciable como he comentado al
comienzo de esta reseña. Se trata de un hecho que
viene repitiéndose con demasiada frecuencia en recientes ediciones
de diversas editoriales. Cuando una autora estructura
su obra en capítulos y los titula (todo
título es información para el lector) parece de mínima cortesía con ella
y con sus lectores incluir un índice
en el que aparezcan los títulos de esos capítulos debidamente registrados. En
este caso, la novela está compuesta, como se ha dicho, por veintiún capítulos y un
epílogo, cada uno de ellos
significativamente titulado. Pues bien, tal índice, que supondría un par
de páginas, no está a disposición del lector, que carece así de ese sucinto
mapa orientativo viéndose obligado a descubrir la estructura narrativa sin otra
referencia que el avance de su propia lectura. Lo dicho, un lapsus editorial tan
lamentable como fácil de enmendar.

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