miércoles, 5 de junio de 2024

 

«LA HIERBA AMARGA. Una crónica breve»
Marga Minco
(1957)

 


«Siempre había pensado que a nosotros no nos pasaría nada. Por tanto, al principio me resultó difícil aceptar que fuera verdad»


CINCUENTA AÑOS DESPUÉS

En una loable decisión editorial Libros del Asteroide publicó LA HIERBA AMARGA (2007), cincuenta años después, esta novela paradójicamente rara y bella. Se trata de una breve novela autobiográfica, escrita a modo de novela de aprendizaje (bildungsroman), que constituye un testimonio conmovedor del comienzo de la pesadilla (que devendrá en la locura del nazismo y la solución final). Con aparente normalidad narra la aparente paradoja de la inocencia inicial de los judíos en su inexorable camino hacia la dura y letal realidad, que para los más afortunados adoptará el paso a la clandestinidad.

LA INOCENCIA TRUNCADA

La novela parte de esa ingenuidad de los judíos que esperan sobrevivir a una persecución cruel e irracional, que no ven ni consiguen creer en los campos de exterminio, que intentan seguir con sus vidas y con el nuevo orden social y se pliegan a él pensando en el final de la guerra y la vuelta a la normalidad. Pese a la llegada de las tropas alemanas, al cambio en la vida de la ciudad y el advenimiento de un nuevo tiempo, sienten que no durará mucho, que es cosa de paciencia y resistencia, que las historias que llegan de otras tierras no pueden ser exactas ni tan terribles, que pronto todo acabará y recuperarán su vida. -Nosotros no vamos a hacer nada. ¿Qué se supone que deberíamos hacer? (…). -Aquí no será para tanto

A partir de ahí, la novela va punteando de forma inexorable los pasos que llevan de la inocencia inicial a la aceptación de una brutal realidad. Itinerario que se desarrolla con una sencillez que hiela la sangre. La realidad son las eventuales evacuaciones; las estrellas que hay que coser en lugares visibles de la ropa; los controles médicos de capacitación para los campos de trabajo; los primeros arrestos; los llamamientos personales de evacuación; la prohibición de entrar en ningún sitio; los desplazamientos de los mayores de cincuenta años a los guetos, llevando lo imprescindible y dejando selladas sus casas; las razzias con camiones en calles y barrios…; hasta llegar a la detención y traslado a los campos de exterminio.

ESTRUCTURA DE LOS CÍRCULOS DEL INFIERNO

Para tal descenso al infierno del Holocausto el relato se divide en veintiún cortísimos capítulos y otro más a modo de epílogo. Poco más de cien páginas le bastan a la autora para a través de la voz de su narradora (ella misma, adolescente) desgranar ese cruel proceso de iniciación que la lleva en un breve periodo de tiempo a ver truncada su inocencia.

La novela va suministrando apuntes sobre cómo sigue la vida mientras todo se hunde. Son pequeños detalles, breves conversaciones, recuerdos momentáneos, acontecimientos cotidianos que van dibujando un estado de inocencia inicial perfectamente justificada y comprensible:

-No se puede hacer nada -dijo mi padre-, no podemos mover un dedo.

(…). Cuando me asustaba al oír las historias que la gente contaba de Polonia, él decía: «No será para tanto». Y nunca he sabido si de veras lo creía o sólo lo decía para levantarnos el ánimo.

-Bueno -recapacitó el conocido-, uno podría cerrar la puerta a sus espaldas y desaparecer. Pero ¿de qué vas a vivir?

Asimismo, la narradora va insertando elecciones simbólicas cargadas de una soterrada corriente emocional: una raqueta de tenis, una peonza, las botas de los soldados, un tipo de pasteles, la hierba amarga… Todas y cada una de sus elecciones connotan ese paso de la (ingenua) normalidad a la brutal realidad.

Pero, sobre todo, destaca aquello que decide callar (y que el lector percibe entre líneas), pues la escritora sabe y los lectores sabemos (la novela está escrita años después del final de la guerra) qué más hubo, qué y cuánto horror escondía esa realidad a la que la narradora se va enfrentando paulatinamente hasta su paso a la clandestinidad.

MOMENTO HISTÓRICO COMPLEJO, SENCILLEZ NARRATIVA

Todo está contado con un estilo sutil y una aparente sencillez. Digo aparente, porque el tono sencillo del relato, su brevedad y condensación, pueden llevar al error de considerar la novela una obra menor, incluso simple (nada más lejos, por cierto: no tiene nada de simple). El hecho de que narre con escalofriante sencillez la implantación de las leyes raciales, tras la ocupación alemana, las detenciones, las deportaciones y, en su caso, la huida y el paso a la clandestinidad, no debe confundir. No ha debido resultarle nada fácil explicar de forma tan clara, descarnada, escueta a la par que austera esos momentos de su vida. La sencillez está muy lejos de ser simpleza, la autora adopta el punto de vista de su yo adolescente para, rehuyendo cualquier tipo de afectación, contar en pequeñas escenas perfectamente dosificadas su iniciación en el mundo real del nacismo rampante y su alienante solución final.

No necesita enfatizar, se muestra sobria en el uso de las palabras y contenida en la expresión de las emociones. Se centra en los detalles, no hace falta más: las casas cerradas y selladas; las familias judías encargando retratos para tener algo propio a su vuelta de los campos; cartas anunciando controles médicos o traslados; vecinas acercándose para pedir prestadas raquetas de tenis (y llevándose todo lo que les atrae, bolsos o cerámicas) ya que los judíos no iban a poder usarlas; camiones deteniéndose para recoger prisioneros; o la joven Marga que, a salvo en un principio de ellos, ve, al irse momentáneamente libre, a dos mujeres sentadas y a la espera, con el gesto bajo y abatido...

LA IMPORTANCIA DE CADA CAPÍTULO, ESCENA, FRASE, PALABRA…

En efecto, como una auténtica y sencilla novela de iniciación, habla de la ingenuidad primera, del horror de la realidad, de los recuerdos anteriores a la guerra donde los hijos se separaban poco a poco de los ritos de los padres, de la culpa y la supervivencia, de la hierba amarga, tradición judía que rememora el éxodo por Egipto y que es una puerta abierta y una invitación al extranjero, y lo hace con una sencillez que sorprende… Y de todo lo que vino después, y que ya estaba ahí desde el principio.

Dada su condensación y precisión, bajo la aparente sencillez, cada escena, cada diálogo, cada descripción tienen un peso y un valor narrativos relevantes, por lo que se recomienda una lectura lenta y reflexiva que permita apreciar la obra en lo que vale.

No obstante, se pueden destacar algunos capítulos, como aquel en el que la autora evoca el recuerdo de una vida anterior a la guerra y el pragmatismo del padre que obedece cada orden (1); o el que muestra cómo los hijos van abandonando sus raíces judías (2); o ese de la noche en el que el padre llega a casa con un puñado de estrellas amarillas y toda la familia se reúne para coserlas en los abrigos y así identificarse como judíos (3); o el del día que llega la orden de reclutamiento (7); o ese en que la vecina viene a pedir prestada esa raqueta de tenis que, total, ya no pueden utilizar (9); o el de las 'razzias' que vaciaban calles enteras (14). Sin olvidar, obviamente, los de la huida de Marga (15), su soledad y su culpa por "abandonar" a su familia (16); así como ese epílogo final, totalmente esclarecedor.

LA VIDA SIGUE, EL RECUERDO PERMANECE

Hacia el final de la guerra, Marga Minco se mudó a una casa vacía en Amsterdam, junto con un grupo de artistas y estudiantes. En esta casa, retratada más tarde en su novela Una casa vacía (Het lege huis), pronto se instala el poeta y traductor holandés Bert Voeten (1918-1992), al que había conocido antes de la guerra, pero que al no ser judío no contaba con el beneplácito de los padres de la autora. En diciembre de 1944 nace su primera hija, Bettie (como su hermana), y poco después de la liberación, en agosto de 1945, Marga y Bert se casan.

A principios de la década de los 50 publica cuentos en varias revistas y periódicos. Su juventud y sus experiencias durante la guerra la inspiran para comenzar a escribir novelas; de hecho, constituyen el leitmotiv de todos sus libros. En 1957, un año después del nacimiento de su segunda hija, Jessica, publica su primera novela, La hierba amarga (Het bittere kruid). La pequeña crónica, como la subtituló, logró el éxito tanto en el país como en el extranjero, vendiendo 400.000 copias solo en los Países Bajos y siendo galardonada con el Premio Vijverberg en 1958. Posteriormente se tradujo a varios idiomas y sigue siendo una obra popular, especialmente entre los alumnos de secundaria.

 

NOTA BENE. Omisión editorial

Sin menospreciar la labor de la editorial Libros de Asteroide que está rescatando para el lector español obras de un indudable interés que quedan fuera del ámbito de las grandes editoriales, poco dadas al riesgo y a la innovación, quiero señalar un relevante desacierto en la edición de esta novela, por lo demás tan apreciable como he comentado al comienzo de esta reseña. Se trata de un hecho que viene repitiéndose con demasiada frecuencia en recientes ediciones de diversas editoriales. Cuando una autora estructura su obra en capítulos y los titula (todo título es información para el lector) parece de mínima cortesía con ella y con sus lectores incluir un índice en el que aparezcan los títulos de esos capítulos debidamente registrados. En este caso, la novela está compuesta, como se ha dicho, por veintiún capítulos y un epílogo, cada uno de ellos significativamente titulado. Pues bien, tal índice, que supondría un par de páginas, no está a disposición del lector, que carece así de ese sucinto mapa orientativo viéndose obligado a descubrir la estructura narrativa sin otra referencia que el avance de su propia lectura. Lo dicho, un lapsus editorial tan lamentable como fácil de enmendar.


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