«EL DESIERTO DE LOS
TÁRTAROS»
Dino Buzatti (1940)
«Y, sin embargo, el tiempo soplaba; sin cuidarse de los hombres, pasaba
de arriba abajo por el mundo mortificando las cosas bellas, y nadie conseguía
escapar de él»
IDEALES Y MONOTONÍA
Dino Buzzati (Belluno, 1906 - Milán, 1972) reconocía que EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS (1940) había surgido durante los años en que
trabajó en la redacción del Corriere
de la Sera (1933-1939), desarrollando todas las
noches una actividad monótona y tediosa. Pasaban los meses y los años y se
preguntaba si iba a ser siempre así, si sus esperanzas y sueños de juventud
iban a dilapidarse de tal manera. Con frecuencia le parecía que esa rutina iba
a perpetuarse, consumiendo su vida trivialmente. Sentimiento común, a su modo
de ver, a la mayoría de la gente, especialmente de quien está encasillado en
los ciclos y usos urbanos.
La transposición de
esta idea a un fantástico mundo militar fue casi instintiva: el ámbito militar resulta de lo
más adecuado para para enmarcar el tema de una vida que transcurre inútilmente,
sin expectativas. Marco que, dicho sea de paso, la
relaciona con obras como Trampa
22 de Joseph Heller o Las aventuras del soldado Švejk de Jaroslav Hašek,
que representan lo absurdo de la vida castrense, con sus rigurosas reglas, sus deshumanizadas (o
estúpidas) jerarquías y su anulación de la identidad y voluntad individuales
(el episodio del soldado Lazzari y el caballo perdido resulta ejemplar en este
sentido). Un mundo de pura obediencia, un universo que refleja la supresión de
voluntad y criterio de los personajes (quizá trasunto de la maquinaria
fascista de la época).
Bruzzati
escribe la
novela en vísperas
de la Segunda Guerra Mundial, siendo enviado
especial del Corriere (1939) en Addis Abeba (Etiopía), como la alegoría existencial del teniente
Giovanni
Drogo, destinado a que su
existencia transcurra en una fortaleza perdida, en una época sin precisar, en una inútil espera de un enemigo que no llega. Y la publica siendo corresponsal de guerra en el crucero
Río, en 1940. Año del suicidio del filósofo Walter Benjamin y de la publicación de sus tesis de filosofía de la historia. Significativamente en ambos textos, literatura
y filosofía parecen conjuntarse en un mismo
territorio: la espera, una espera casi
infructuosa (en momentos delirante, a veces catastrófica), una espera desesperanzada
de algo que, quizá, no llegará nunca (para Buzzati y su personaje la suerte está echada): esperando el ataque de esos tártaros, el protagonista
cae presa de un enemigo mucho más terrible, la monotonía que
entierra bajo un desierto de días repetidos, sus sueños.
ESPERA
Y ATEMPORALIDAD
Un
momento histórico tan comprometido hubo de plasmarse forzosamente en la novela.
El rampante fascismo totalitario y el ambiente de preguerra de aquellos años penetra la escritura: la decadencia
y debilitamiento de un mundo que desde 1914 había ido cayendo en el ocaso hasta
desembocar en el apogeo fascista
(en 1936 el poder de Mussolini ya era
total e Italia se había convertido en una dictadura fascista) y las vísperas de una guerra devastadora.
Lejos queda, desde la Gran Guerra, el
narrador de historias, como lo describe Benjamin: de ahí que ciertos autores acudan, como Buzzati, a la narración donde
aparentemente no
ocurre nada.
Sin
duda Buzzati comparte su visión del mundo
con la de toda una generación de escritores que se vieron en la necesidad de
optar por salirse del tiempo lineal para plasmar, desde
el anacronismo, su crítica
a la sociedad de su tiempo. En
efecto, no está solo en esta empresa; lo preceden y lo acompañan otros escritores que acogieron en sus narraciones esa atemporalidad de lo
narrado, presentando el objetivo de una vida en un continuo
aplazamiento: es el caso, entre otros, de Franz Kafka (El Proceso, El Castillo), Joseph
Roth (Fuga sin fin), Samuel Beckett (Esperando a Godot) o el propio
Thomas Mann (La montaña mágica).
La novela se
inscribe pues en la llamada Literatura de la espera, donde el concepto de espera se plantea, como se ha dicho, en relación con la idea de anacronismo (como forma de "salirse"
de la historia): Drogo, el
protagonista, no conocía el tiempo. Desconocimiento
que da coherencia a la novela por su total atemporalidad: ubicándose
fuera de toda dimensión temporal da cabida a una espera que llena los días y
las noches, en suma, la vida. Desde tal atemporalidad, Drogo (como
todos los personajes de esa literatura de
la espera) aguarda la salvación histórica tal como refiere el narrador: no
deja de ser un modelo de su época, que espera la muerte, su único enemigo.
POSTERGACIÓN
Y PASO DEL TIEMPO (Domani, domani…)
En
esa espera, en el interminable aplazamiento de la libertad o la realización, se consume la vida
del protagonista (y la novela): pese
a sus propósitos iniciales, Drogo caerá
en una máquina del tiempo que
paradójicamente le dejará fuera de él, aparejando la pérdida del deseo, de
cualquier ambición, de todo anhelo, entregado a custodiar un desfiladero por el que nadie pasaría: -Año tras año he aprendido a desear cada
vez menos.
La novela no deja de ser una larga reflexión sobre el inexorable paso del
tiempo y la consunción de la
existencia en una futilidad absurda; sobre cómo vivimos sombríamente
este tiempo limitado, frugal, anestesiados en nuestras pequeñas monotonías, abandonando los
sueños, las utopías, cautivos
de nuestros miedos. Como La montaña mágica, esta obra advierte sobre los peligros de adormecernos en la
anestesia de lo rutinario dejando que nuestras vidas se desvanezcan sin
propósito, como en un sueño.
La gris biografía de Drogo transcurre en la esperanza de que un acontecimiento heroico
en la Fortaleza Bastiani se materialice, mientras la
fortaleza va envejeciendo, agrietándose, como el mismo protagonista, Buzzati, como otros autores (antes y después), advierte que el hombre
ha caído en un total desamparo y si hay algo que busca en la espera es una
salvación que nunca llega, pues para el autor la salvación "histórica" está muy lejos de producirse.
VANA ESPERA DEL HOMBRE SIN ATRIBUTOS
Lo que, en realidad y de forma
contundente, relata Buzzati tiene que ver con el
sentido profundo de la vida que definitivamente concierne a la
pasividad de la espera y la
inmovilidad del hombre: Parecía evidente que las esperanzas de
antaño, las ilusiones bélicas, la espera del enemigo del norte, no habían sido
sino una pérdida de horizontes… Pero ese sentido de la vida se esfuma como se
esfuman las fronteras y las fortalezas. Puede
que la espera sea la única cualidad que le queda a este "hombre sin atributos", pero no nos
engañemos, Drogo no es sólo una víctima
de su tiempo sino su cómplice en
la pasividad, en su entrega irresponsable al
aplazamiento indefinido que subyuga a los habitantes de la
Fortaleza.
Buzatti aseveró, en una entrevista de Ignacio Lloret para el Diario
de Navarra, que se dio cuenta de que había una alegoría de la vida en
general y de la sociedad moderna en particular. Giovanni Drogo, el protagonista,
siente una atracción extraña por ese enclave militar al que va destinado como
teniente. Antes de llegar allí, ya ha habido en su caso una especie de llamada. (…). En definitiva, la defensa de ese
reducto olvidado aglutina las ambiciones de Drogo. Es el objetivo de su
existencia, pero supone al mismo tiempo la negación de toda una serie de luchas
del hombre corriente de las que él huye, empeños mundanos que no está dispuesto
a asumir.
Estamos pues ante un lamento existencialista, así como una señal de alarma, sobre la facilidad de los hombres
para abandonarnos al vacío y convertirnos en meros espectadores inertes de nuestras
breves vidas. Aún no ha llegado el desarrollo del existencialismo de finales de
los sesenta, en el que se da el paso, en el sentido de la existencia, de la espera
pasiva al compromiso (l’engagement del existencialismo francés).
OTROS INGREDIENTES DE SALSA
TÁRTARA
El desierto bien podría ser la
alegoría del vaciamiento de la existencia, el lugar del desmoronamiento
del sujeto donde ya no existe el deseo, la ambición, el sueño o la vacua esperanza.
En efecto, también la geografía reviste el carácter de lo indefinido: no se sabe nada sobre el país donde tiene lugar la
trama, yermo y desolado; nada sobre el enemigo y sus intenciones; nada sobre el
gobierno distante y su actitud hacia el puesto más lejano de su propio poder;
el estado que defiende el protagonista no aparece definido y nada se informa
sobre el reino del norte (ese norte, de donde viene el peligro, la esperanza,
la amenaza..., en fin, ¡el
Norte!)
Espacialmente, Drogo se mueve (extravía)
en tres coordenadas
espaciales (laberintos): la ciudad (como la melancolía), la Fortaleza Bastiani (como el ámbito de lo real)
y el desierto (lo interminable). La principal será la Fortaleza, que no es sólo un lugar desolado, de rituales
vacíos, un lugar de espera y renuncia, de monotonía y aburrimiento, sino que implica
también esperanza y promesa, pues si llegara el enemigo, adquiriría sentido la
inútil rutina cotidiana.
Hay
que consignar, finalmente, la idea de lo Otro: el invasor, el bárbaro (los tártaros como existencia mítica), que viene de fuera a invadir y a destruir lo nuestro, lo de
dentro, el orden, la cordura. Incluso la simple amenaza de
su posible existencia es capaz de introducir el caos en el orden, la locura en la cordura… O de mostrar
que, posiblemente, el caos y la locura siempre han estado ahí, dentro de
nosotros.
NOTA BENE SOBRE EL TÍTULO
En la mitología griega "tártaro" es tanto una deidad como un lugar en el infierno, más profundo incluso que el
Hades. Teniendo en cuenta esta mitología, el
desierto de los tártaros no sería sólo el lugar del devenir incesante y de la espera
vital, para convertirse (a los ojos del Buzzati) en ese infierno donde languidece y se consume
el hombre por falta de humanidad, de una responsabilidad del hombre con y
para el hombre.

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