lunes, 3 de junio de 2024

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS

 

«EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS»
Dino Buzatti
(1940)


«Y, sin embargo, el tiempo soplaba; sin cuidarse de los hombres, pasaba de arriba abajo por el mundo mortificando las cosas bellas, y nadie conseguía escapar de él»


IDEALES Y MONOTONÍA

Dino Buzzati (Belluno, 1906 - Milán, 1972) reconocía que EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS (1940) había surgido durante los años en que trabajó en la redacción del Corriere de la Sera (1933-1939), desarrollando todas las noches una actividad monótona y tediosa. Pasaban los meses y los años y se preguntaba si iba a ser siempre así, si sus esperanzas y sueños de juventud iban a dilapidarse de tal manera. Con frecuencia le parecía que esa rutina iba a perpetuarse, consumiendo su vida trivialmente. Sentimiento común, a su modo de ver, a la mayoría de la gente, especialmente de quien está encasillado en los ciclos y usos urbanos.

La transposición de esta idea a un fantástico mundo militar fue casi instintiva: el ámbito militar resulta de lo más adecuado para para enmarcar el tema de una vida que transcurre inútilmente, sin expectativas. Marco que, dicho sea de paso, la relaciona con obras como Trampa 22 de Joseph Heller o Las aventuras del soldado Švejk de Jaroslav Hašek, que representan lo absurdo de la vida castrense, con sus rigurosas reglas, sus deshumanizadas (o estúpidas) jerarquías y su anulación de la identidad y voluntad individuales (el episodio del soldado Lazzari y el caballo perdido resulta ejemplar en este sentido). Un mundo de pura obediencia, un universo que refleja la supresión de voluntad y criterio de los personajes (quizá trasunto de la maquinaria fascista de la época).

Bruzzati escribe la novela en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, siendo enviado especial del Corriere (1939) en Addis Abeba (Etiopía), como la alegoría existencial del teniente Giovanni Drogo, destinado a que su existencia transcurra en una fortaleza perdida, en una época sin precisar, en una inútil espera de un enemigo que no llega. Y la publica siendo corresponsal de guerra en el crucero Río, en 1940. Año del suicidio del filósofo Walter Benjamin y de la publicación de sus tesis de filosofía de la historia. Significativamente en ambos textos, literatura y filosofía parecen conjuntarse en un mismo territorio: la espera, una espera casi infructuosa (en momentos delirante, a veces catastrófica), una espera desesperanzada de algo que, quizá, no llegará nunca (para Buzzati y su personaje la suerte está echada): esperando el ataque de esos tártaros, el protagonista cae presa de un enemigo mucho más terrible, la monotonía que entierra bajo un desierto de días repetidos, sus sueños.

ESPERA Y ATEMPORALIDAD

Un momento histórico tan comprometido hubo de plasmarse forzosamente en la novela. El rampante fascismo totalitario y el ambiente de preguerra de aquellos años penetra la escritura: la decadencia y debilitamiento de un mundo que desde 1914 había ido cayendo en el ocaso hasta desembocar en el apogeo fascista (en 1936 el poder de Mussolini ya era total e Italia se había convertido en una dictadura fascista) y las vísperas de una guerra devastadora. Lejos queda, desde la Gran Guerra, el narrador de historias, como lo describe Benjamin: de ahí que ciertos autores acudan, como Buzzati, a la narración donde aparentemente no ocurre nada.

Sin duda Buzzati comparte su visión del mundo con la de toda una generación de escritores que se vieron en la necesidad de optar por salirse del tiempo lineal para plasmar, desde el anacronismo, su crítica a la sociedad de su tiempo. En efecto, no está solo en esta empresa; lo preceden y lo acompañan otros escritores que acogieron en sus narraciones esa atemporalidad de lo narrado, presentando el objetivo de una vida en un continuo aplazamiento: es el caso, entre otros, de Franz Kafka (El Proceso, El Castillo), Joseph Roth (Fuga sin fin), Samuel Beckett (Esperando a Godot) o el propio Thomas Mann (La montaña mágica).

La novela se inscribe pues en la llamada Literatura de la espera, donde el concepto de espera se plantea, como se ha dicho, en relación con la idea de anacronismo (como forma de "salirse" de la historia): Drogo, el protagonista, no conocía el tiempo. Desconocimiento que da coherencia a la novela por su total atemporalidad: ubicándose fuera de toda dimensión temporal da cabida a una espera que llena los días y las noches, en suma, la vida. Desde tal atemporalidad, Drogo (como todos los personajes de esa literatura de la espera) aguarda la salvación histórica tal como refiere el narrador: no deja de ser un modelo de su época, que espera la muerte, su único enemigo.

POSTERGACIÓN Y PASO DEL TIEMPO (Domani, domani…)

En esa espera, en el interminable aplazamiento de la libertad o la realización, se consume la vida del protagonista (y la novela): pese a sus propósitos iniciales, Drogo caerá en una máquina del tiempo que paradójicamente le dejará fuera de él, aparejando la pérdida del deseo, de cualquier ambición, de todo anhelo, entregado a custodiar un desfiladero por el que nadie pasaría: -Año tras año he aprendido a desear cada vez menos.

La novela no deja de ser una larga reflexión sobre el inexorable paso del tiempo y la consunción de la existencia en una futilidad absurda; sobre cómo vivimos sombríamente este tiempo limitado, frugal, anestesiados en nuestras pequeñas monotonías, abandonando los sueños, las utopías, cautivos de nuestros miedos. Como La montaña mágica, esta obra advierte sobre los peligros de adormecernos en la anestesia de lo rutinario dejando que nuestras vidas se desvanezcan sin propósito, como en un sueño.

La gris biografía de Drogo transcurre en la esperanza de que un acontecimiento heroico en la Fortaleza Bastiani se materialice, mientras la fortaleza va envejeciendo, agrietándose, como el mismo protagonista, Buzzati, como otros autores (antes y después), advierte que el hombre ha caído en un total desamparo y si hay algo que busca en la espera es una salvación que nunca llega, pues para el autor la salvación "histórica" está muy lejos de producirse.

VANA ESPERA DEL HOMBRE SIN ATRIBUTOS

Lo que, en realidad y de forma contundente, relata Buzzati tiene que ver con el sentido profundo de la vida que definitivamente concierne a la pasividad de la espera y la inmovilidad del hombre: Parecía evidente que las esperanzas de antaño, las ilusiones bélicas, la espera del enemigo del norte, no habían sido sino una pérdida de horizontes… Pero ese sentido de la vida se esfuma como se esfuman las fronteras y las fortalezas. Puede que la espera sea la única cualidad que le queda a este "hombre sin atributos", pero no nos engañemos, Drogo no es sólo una víctima de su tiempo sino su cómplice en la pasividad, en su entrega irresponsable al aplazamiento indefinido que subyuga a los habitantes de la Fortaleza.

Buzatti aseveró, en una entrevista de Ignacio Lloret para el Diario de Navarra, que se dio cuenta de que había una alegoría de la vida en general y de la sociedad moderna en particular. Giovanni Drogo, el protagonista, siente una atracción extraña por ese enclave militar al que va destinado como teniente. Antes de llegar allí, ya ha habido en su caso una especie de llamada. (…). En definitiva, la defensa de ese reducto olvidado aglutina las ambiciones de Drogo. Es el objetivo de su existencia, pero supone al mismo tiempo la negación de toda una serie de luchas del hombre corriente de las que él huye, empeños mundanos que no está dispuesto a asumir.

Estamos pues ante un lamento existencialista, así como una señal de alarma, sobre la facilidad de los hombres para abandonarnos al vacío y convertirnos en meros espectadores inertes de nuestras breves vidas. Aún no ha llegado el desarrollo del existencialismo de finales de los sesenta, en el que se da el paso, en el sentido de la existencia, de la espera pasiva al compromiso (l’engagement del existencialismo francés).

OTROS INGREDIENTES DE SALSA TÁRTARA

El desierto bien podría ser la alegoría del vaciamiento de la existencia, el lugar del desmoronamiento del sujeto donde ya no existe el deseo, la ambición, el sueño o la vacua esperanza. En efecto, también la geografía reviste el carácter de lo indefinido: no se sabe nada sobre el país donde tiene lugar la trama, yermo y desolado; nada sobre el enemigo y sus intenciones; nada sobre el gobierno distante y su actitud hacia el puesto más lejano de su propio poder; el estado que defiende el protagonista no aparece definido y nada se informa sobre el reino del norte (ese norte, de donde viene el peligro, la esperanza, la amenaza..., en fin, ¡el Norte!)

Espacialmente, Drogo se mueve (extravía) en tres coordenadas espaciales (laberintos): la ciudad (como la melancolía), la Fortaleza Bastiani (como el ámbito de lo real) y el desierto (lo interminable). La principal será la Fortaleza, que no es sólo un lugar desolado, de rituales vacíos, un lugar de espera y renuncia, de monotonía y aburrimiento, sino que implica también esperanza y promesa, pues si llegara el enemigo, adquiriría sentido la inútil rutina cotidiana.

Hay que consignar, finalmente, la idea de lo Otro: el invasor, el bárbaro (los tártaros como existencia mítica), que viene de fuera a invadir y a destruir lo nuestro, lo de dentro, el orden, la cordura. Incluso la simple amenaza de su posible existencia es capaz de introducir el caos en el orden, la locura en la cordura… O de mostrar que, posiblemente, el caos y la locura siempre han estado ahí, dentro de nosotros.

NOTA BENE SOBRE EL TÍTULO

En la mitología griega "tártaro" es tanto una deidad como un lugar en el infierno, más profundo incluso que el Hades. Teniendo en cuenta esta mitología, el desierto de los tártaros no sería sólo el lugar del devenir incesante y de la espera vital, para convertirse (a los ojos del Buzzati) en ese infierno donde languidece y se consume el hombre por falta de humanidad, de una responsabilidad del hombre con y para el hombre.


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