«FACENDERA»
Oscar García Sierra (2022)
«(…). No pasa nada por adornar un poco los recuerdos hasta que el adorno y el recuerdo se acaben fundiendo»
UN
BUEN COMIENZO
El
autor presenta en su primera novela un escenario lleno de autenticidad. Introduce
al lector en una realidad sucia y cruda,
normalmente fuera de campo, si se
permite el símil cinematográfico, quizá de ahí su atractivo. Pivotando sobre el
poder seductor de la palabra, cuestiona lo que supone ser joven en un pueblo desindustrializado y deprimido de esa España en
decadencia (ese otro país).
Así, partiendo de un ámbito muy local,
que no deja de ser universal, expone algo de absoluta
actualidad.
Pero, ¿quién es este autor? Hasta ahora, poco se puede decir de
Oscar García Sierra: nació en León en 1994 y, en la actualidad, reside en Madrid. Se ha formado en
Español, Lengua y Literatura en la Universidad Complutense de Madrid.
Ha publicado poesía: sus textos han
aparecido en diferentes antologías mexicanas («Pasarás
de moda» y «Hot babes»),
argentinas («1000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI»),
estadounidenses («The Poetic Series, Noon on
the Moon») y españolas («Millennials»);
y, en 2016, publicó su poemario «Houston, yo soy el
problema».
Seis años más tarde publica FACENDERA (2022), novela de 160 páginas, repartidas en cuatro capítulos (cuentos, para el autor), intitulados muy
significativamente como: «Botes de
ladrillos vacíos»,
«Tres serpientes peleando»,
«Artículo + posesivo» y
«El último futbolista».
CUÉNTAME UN CUENTO
La novela se inicia en una fiesta improvisada posterior a una mudanza en Madrid: un chico y una chica se conocen allí y empiezan a hablar. El Narrador (un joven leonés cuyo nombre no se menciona) contará a la chica (Aguedita) una serie de historias (sobre
mentiras, salud mental, frustración juvenil) sucedidas en su
pueblo, con las que trata de construir una imagen ficticia
de sí mismo y así seducirla, creando un clima de embeleso que despierte su
expectación (y la nuestra).
Su relato se inicia en torno a la relación entre una pareja: El hijo de la farmacéutica y La hija de El de los piensos, hasta el trágico final de la misma. Relación en un contexto caracterizado por un paro rampante, coches tuneados
como forma de ocio, sexo en las ruinas de una ermita, sórdidos graffitis
en lavabos y bancos, peleas (y experimentos) de gallos ilegales en la
trastienda de la frutería, videojuegos, cartones de vino
barato, robos en una central térmica abandonada, y, de fondo, la búsqueda
constante de ladrillos, fármacos
clandestinos (ansiolíticos) a los que la población recurre como única solución
viable al desmantelamiento de sus vidas.
A partir del segundo capítulo, el Narrador se incorpora a esa trama y con esas y otras historias secundarias (que, quizá,
debieran tener un mayor desarrollo) se conforma esta narración de narraciones.
PROTAGONISTAS
DE (TRISTES) HISTORIAS
En
efecto, el autor sitúa a sus personajes en un universo imaginario, aunque muy real, con el
único fin de contar historias. A medio camino entre lo personal y lo generacional, ese Narrador (subjetivo,
en primera persona) es un universitario
leonés del pueblo del relato (trasunto de La Robla) que
vive en Madrid.
La novela
se inicia con él El
hijo de la farmacéutica deambulando por el pueblo en busca de botes
de ladrillos para hacer negocios con
un traficante (El último minero: demasiado
joven para prejubilarse cuando cerraron la mina, sobrevive reconvertido en
traficante de ladrillos sin receta
desde el piso de protección oficial de su madre). Nos lo presenta como un joven
que apuntala su existencia en su coche tuneado y a los concursos de los
domingos para ver quien puede hacer sonar más fuerte el bakalao. Su novia, La hija de El de
los piensos, malvive transportando cemento al pueblo. En un
principio tilda de loco a su novio por su dependencia de los ladrillos, pero tras su accidente, ella
empieza también a consumir los mismos ansiolíticos (utilizando las relaciones
como medio para conseguirlos).
A partir
del segundo capítulo entra en escena el Narrador-protagonista, pues
por aquel entonces, principios de 2014, ha dejado la universidad
(colgando la carrera de Informática) y regresado al pueblo, con una acusada
sensación de fracaso. Descubre que su madre se
medica con ladrillos
a través de La
hija de El de los piensos quien, a su vez, trata de sobornarlo para
obtener algunos ansiolíticos. Él no duda en aprovecharse de esa situación en su
propio beneficio. En el presente, trabaja de repartidor en Madrid; su madre trabaja
en un centro de discapacitados, su padre con un
camión y su hermana va a empezar el doctorado y lo ha dejado con su
novio.
Todas sus
historias constituyen la maraña para envolver a Aguedita, joven (dos años menor
que él) nacida en Segovia que hace
un Máster de Profesorado, tras acabar Filología. Su madre es
enfermera y su padre electricista; su hermana pequeña quiere
ser policía. Viene de una relación traumática, pues el chaval con el que salía
ha muerto de un shock anafiláctico.
DE
ESPACIOS, TIEMPOS Y OTROS PERSONAJES
Junto a
estos protagonistas aparece toda una serie de secundarios, que se
vuelven más reales cuando El Narrador y Aguedita regresan al pueblo. El último minero o El Dioni, amigo del Narrador que había salido con La hija de El de los piensos y
le robaba ladrillos a su madre (durante
la primavera de 2013, cuando El Narrador
vivía fuera) que curra de limpiadora en la fábrica de cementos. Además de otros
episódicos: La madre del Narrador, La hermana del Narrador, El
novio hippie, El de los piensos…
Todos ellos inmersos en dos líneas temporales y espaciales que se entrecruzan mediante diálogos fragmentarios. En
cuanto al tiempo, se alternan, inicialmente, el presente (en un after sin hora) con el pasado
(cuando El Narrador estaba en el pueblo y
cuando regresa allí); para pasar posteriormente a un presente (actual)
cuando El Narrador y Aguedita vienen al pueblo juntos.
Los espacios se sitúan en Madrid (en la cocina de una vivienda tras una mudanza) y
en un pueblo leonés sin
nombre (ni horizonte social o expectativa económica), con sus habitantes
sumidos en la ansiedad. Éste será, primero, el lugar de la acción de El hijo de la
farmacéutica y La hija de El de los piensos relatada por El Narrador;
luego, el lugar al que regresa (continuando su relato); y, finalmente, el lugar
al que acuden en presente Narrador y Aguedita. Aparece retratado sólo con alusivas
pinceladas: la iglesia sólo se abre una vez al mes; la discoteca lo hace
para cumpleaños infantiles; el bar es el refugio de la comunidad y
en las casas, que tienen más carteles de Se vende que
ventanas.
ESTRATEGIAS
NARRATIVAS
La novela
encuadra a los personajes en un carrusel de
historias hilvanadas. Se construye como un
relato oral formado por otros relatos orales, pues según el autor: «(…),
el conjunto se parece a una colección de cuentos independientes colocados
dentro de un marco que, en mi caso, es una especie de ‘after’ donde se van
contando todas esas historias».
Utilizando
la narración enmarcada o relato marco
(estructura clásica, aunque compleja) y la recurrencia a la cultura popular del
cotilleo ofrece dos niveles argumentales que van alternándose
hasta acabar fusionándose: por una parte, está el
intento de El Narrador de seducir a Aguedita
por medio de (el ingenio y la palabra) un primer relato oral sobre sus raíces
leonesas; y, por
otra, ese otro relato oral, que se desarrolla en el pueblo, que, en
un primer momento, se presenta como ajeno a la narración principal, pero, a
partir del segundo capítulo, comienza a
introducir elementos del primer relato. En su desarrollo, ambos niveles se
complementan con episodios que ayudan a caracterizar a los personajes y
a profundizar en la semblanza de esa generación a la que pertenece el autor.
Así, esta
especie de aventis leoneses (aunque no sean sagas o leyendas
épicas, sino meros cotilleos o habladurías) conforman el imaginario
colectivo y crean comunidad (la simbólica facendera del título en cuanto trabajo comunitario al que tiene que ir todo
el pueblo). De hecho, la novela juega con la veracidad de las historias: unas reales, otras inventadas y otras fluctuando
entre la verdad y la mentira; todas formando parte del imaginario del pueblo,
que van constituyendo una crónica de lo que queda en una población cuando se
trunca su razón de ser: el desencanto de los adultos que han vivido los días de
prosperidad y trabajo, y el de los jóvenes que no buscan trabajo, «porque
les daba miedo que lo que se decía fuera verdad y que realmente no hubiera.»
CUESTIONES
DE ESTILO
Tal
estructura se sustenta en la utilización de una voz propia que se articula mediante el uso de la lengua. La decisión estilística (poco frecuente
en nuestra literatura) de introducir términos y usos
del leonés, supone, aparte de un rasgo de caracterización de los personajes (y un medio para situar al
lector en el universo del pueblo, contribuyendo a intensificar la verosimilitud
del relato), una toma de
partido por parte del escritor (pues incluso aparecen explicadas de forma
explícita algunas de sus características). «Era algo que desde el principio tenía muy claro que
quería incluir, es una de las pocas cosas que quedan en mi zona, en la montaña
central, pero solo restos, (…). Desde pequeño intento coleccionar palabras en
leonés que le escucho a mi abuela. E igual que en cierto modo estoy
reivindicando la España que se está quedando vacía, la industria, la
desesperanza que se siente al vivir allí, me pareció importante reivindicar el
idioma, que es a lo que me dedico. Creo que puede ser un comienzo para intentar
revertir un poco la situación.»
Otro
rasgo destacable es la presentación de las escenas de los protagonistas en su microcosmos: perfiladas mediante la descripción seca y afilada de sus rutinas diarias, así como en el uso del diálogo como
brutal expresión de la cotidianidad de esos seres, mediante frases incisivas y demoledoras.
Con todo
ello, la narración logra una mezcla de oralidad y lirismo (propio
de un poeta) que la crítica especializada ha comparado con clásicos como Las mil y una noches o El manuscrito encontrado en Zaragoza. Aunque,
el autor ha declarado no ser consciente de ningún tipo de influencia: «Cogiendo
la idea de la facendera, (…), mi idea era relacionar las historias y la
transmisión oral de las fiestas y de los pueblos, intentar adaptar lo que era
el típico marco de las mil y una noches a la actualidad.»
MÁS DE
LO QUE PARECE
Pese a su
(aparente) sencillez y brevedad, tras estas historias (en cuanto a temas y
motivos) se arraigan preocupaciones sociales muy
vigentes:
La realidad de los
jóvenes de las zonas desindustrializadas: la
vida de esa generación a la que el desmantelamiento de la minería y la
industria (que habían asegurado la vida laboral de la zona) ha abocado a un
futuro incierto, marcado por el fracaso escolar, la precariedad laboral, un
entorno ansioso y letárgico y el éxodo a las grandes ciudades.
El desencanto millennial: ese vivir sin esperanza de nada mejor y con una
visión decadente hacia lo que les rodea.
La brecha generacional que
separa a jóvenes y mayores.
Una ácida visión
de otra España («no el despoblamiento rural, sino el
desmantelamiento industrial, minero»), ese país al que tal vez pueda rescatar una ficción colectiva
y una cierta idea de comunidad: la facendera como construcción de un
imaginario común.
La salud mental,
como esa sombra médico-social que acecha a los pueblos y a los jóvenes. Esa
ansiedad que invade a los personajes de la que parece que no pueden librarse,
manifestada en el dolor de estómago permanente, en el hábito de «sentarse
en el inodoro con la tapa bajada y sin quitarse los pantalones» para
coger aire; en la parálisis vital (que lleva al Narrador a ser incapaz de matricularse en el siguiente curso
de la universidad); y, en fin, de toda una infinidad de gestos inconscientes e
incomodidades, como rascar la etiqueta de las botellas de cerveza que la
revelan a cada momento. Esa tristeza como mal común y el estigma que lleva aparejado:
la gente no se atreve a ir a la farmacia o al médico por el qué dirán., viéndose
obligada a recurrir a la mentira y al trueque para conseguir los ansiados
ansiolíticos.
La mentira en las relaciones.
Esa tendencia a construir la propia vida alrededor de la mentira: «las
mentiras que nos explicamos a nosotros mismos tienen las piernas muy cortas y
los brazos muy largos.»
La educación sentimental: «No
fui realmente consciente, hasta pasada la adolescencia de que nuestros actos
tienen consecuencias en los demás y de lo que supone ese poder, y me di cuenta
también de que al hacerme daño la otra persona también podría estar sufriendo.
Todas estas reflexiones están en la historia, fruto de la educación sentimental
que hemos tenido, que ha sido un poco limitada, sin saber por dónde van los
tiros.»
Y sí, la importancia de contarse la vida a uno mismo (la construcción de nuestros autorrelatos), así como la de reconstruir un subconsciente común de bar, de tanatorio, de pandilla… (la facendera).

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