domingo, 2 de junio de 2024

FACENDERA

«FACENDERA»
Oscar García Sierra
(2022)

«(…). No pasa nada por adornar un poco los recuerdos hasta que el adorno y el recuerdo se acaben fundiendo»

 

UN BUEN COMIENZO

El autor presenta en su primera novela un escenario lleno de autenticidad. Introduce al lector en una realidad sucia y cruda, normalmente fuera de campo, si se permite el símil cinematográfico, quizá de ahí su atractivo. Pivotando sobre el poder seductor de la palabra, cuestiona lo que supone ser joven en un pueblo desindustrializado y deprimido de esa España en decadencia (ese otro país). Así, partiendo de un ámbito muy local, que no deja de ser universal, expone algo de absoluta actualidad.

Pero, ¿quién es este autor? Hasta ahora, poco se puede decir de Oscar García Sierra: nació en León en 1994 y, en la actualidad, reside en Madrid. Se ha formado en Español, Lengua y Literatura en la Universidad Complutense de Madrid.

Ha publicado poesía: sus textos han aparecido en diferentes antologías mexicanas («Pasarás de moda» y «Hot babes»), argentinas («1000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI»), estadounidenses («The Poetic Series, Noon on the Moon») y españolas («Millennials»); y, en 2016, publicó su poemario «Houston, yo soy el problema».

Seis años más tarde publica FACENDERA (2022), novela de 160 páginas, repartidas en cuatro capítulos (cuentos, para el autor), intitulados muy significativamente como: «Botes de ladrillos vacíos», «Tres serpientes peleando», «Artículo + posesivo» y «El último futbolista».

CUÉNTAME UN CUENTO

La novela se inicia en una fiesta improvisada posterior a una mudanza en Madrid: un chico y una chica se conocen allí y empiezan a hablar. El Narrador (un joven leonés cuyo nombre no se menciona) contará a la chica (Aguedita) una serie de historias (sobre mentiras, salud mental, frustración juvenil) sucedidas en su pueblo, con las que trata de construir una imagen ficticia de sí mismo y así seducirla, creando un clima de embeleso que despierte su expectación (y la nuestra).

Su relato se inicia en torno a la relación entre una pareja: El hijo de la farmacéutica y La hija de El de los piensos, hasta el trágico final de la misma. Relación en un contexto caracterizado por un paro rampante, coches tuneados como forma de ocio, sexo en las ruinas de una ermita, sórdidos graffitis en lavabos y bancos, peleas (y experimentos) de gallos ilegales en la trastienda de la frutería, videojuegos, cartones de vino barato, robos en una central térmica abandonada, y, de fondo, la búsqueda constante de ladrillos, fármacos clandestinos (ansiolíticos) a los que la población recurre como única solución viable al desmantelamiento de sus vidas.

A partir del segundo capítulo, el Narrador se incorpora a esa trama y con esas y otras historias secundarias (que, quizá, debieran tener un mayor desarrollo) se conforma esta narración de narraciones.

PROTAGONISTAS DE (TRISTES) HISTORIAS

En efecto, el autor sitúa a sus personajes en un universo imaginario, aunque muy real, con el único fin de contar historias. A medio camino entre lo personal y lo generacional, ese Narrador (subjetivo, en primera persona) es un universitario leonés del pueblo del relato (trasunto de La Robla) que vive en Madrid.

La novela se inicia con él El hijo de la farmacéutica deambulando por el pueblo en busca de botes de ladrillos para hacer negocios con un traficante (El último minero: demasiado joven para prejubilarse cuando cerraron la mina, sobrevive reconvertido en traficante de ladrillos sin receta desde el piso de protección oficial de su madre). Nos lo presenta como un joven que apuntala su existencia en su coche tuneado y a los concursos de los domingos para ver quien puede hacer sonar más fuerte el bakalao. Su novia, La hija de El de los piensos, malvive transportando cemento al pueblo. En un principio tilda de loco a su novio por su dependencia de los ladrillos, pero tras su accidente, ella empieza también a consumir los mismos ansiolíticos (utilizando las relaciones como medio para conseguirlos).

A partir del segundo capítulo entra en escena el Narrador-protagonista, pues por aquel entonces, principios de 2014, ha dejado la universidad (colgando la carrera de Informática) y regresado al pueblo, con una acusada sensación de fracaso. Descubre que su madre se medica con ladrillos a través de La hija de El de los piensos quien, a su vez, trata de sobornarlo para obtener algunos ansiolíticos. Él no duda en aprovecharse de esa situación en su propio beneficio. En el presente, trabaja de repartidor en Madrid; su madre trabaja en un centro de discapacitados, su padre con un camión y su hermana va a empezar el doctorado y lo ha dejado con su novio.

Todas sus historias constituyen la maraña para envolver a Aguedita, joven (dos años menor que él) nacida en Segovia que hace un Máster de Profesorado, tras acabar Filología. Su madre es enfermera y su padre electricista; su hermana pequeña quiere ser policía. Viene de una relación traumática, pues el chaval con el que salía ha muerto de un shock anafiláctico.

DE ESPACIOS, TIEMPOS Y OTROS PERSONAJES

Junto a estos protagonistas aparece toda una serie de secundarios, que se vuelven más reales cuando El Narrador y Aguedita regresan al pueblo. El último minero o El Dioni, amigo del Narrador que había salido con La hija de El de los piensos y le robaba ladrillos a su madre (durante la primavera de 2013, cuando El Narrador vivía fuera) que curra de limpiadora en la fábrica de cementos. Además de otros episódicos: La madre del Narrador, La hermana del Narrador, El novio hippie, El de los piensos

Todos ellos inmersos en dos líneas temporales y espaciales que se entrecruzan mediante diálogos fragmentarios. En cuanto al tiempo, se alternan, inicialmente, el presente (en un after sin hora) con el pasado (cuando El Narrador estaba en el pueblo y cuando regresa allí); para pasar posteriormente a un presente (actual) cuando El Narrador y Aguedita vienen al pueblo juntos.

Los espacios se sitúan en Madrid (en la cocina de una vivienda tras una mudanza) y en un pueblo leonés sin nombre (ni horizonte social o expectativa económica), con sus habitantes sumidos en la ansiedad. Éste será, primero, el lugar de la acción de El hijo de la farmacéutica y La hija de El de los piensos relatada por El Narrador; luego, el lugar al que regresa (continuando su relato); y, finalmente, el lugar al que acuden en presente Narrador y Aguedita. Aparece retratado sólo con alusivas pinceladas: la iglesia sólo se abre una vez al mes; la discoteca lo hace para cumpleaños infantiles; el bar es el refugio de la comunidad y en las casas, que tienen más carteles de Se vende que ventanas.

ESTRATEGIAS NARRATIVAS

La novela encuadra a los personajes en un carrusel de historias hilvanadas. Se construye como un relato oral formado por otros relatos orales, pues según el autor: «(…), el conjunto se parece a una colección de cuentos independientes colocados dentro de un marco que, en mi caso, es una especie de ‘after’ donde se van contando todas esas historias».

Utilizando la narración enmarcada o relato marco (estructura clásica, aunque compleja) y la recurrencia a la cultura popular del cotilleo ofrece dos niveles argumentales que van alternándose hasta acabar fusionándose: por una parte, está el intento de El Narrador de seducir a Aguedita por medio de (el ingenio y la palabra) un primer relato oral sobre sus raíces leonesas; y, por otra, ese otro relato oral, que se desarrolla en el pueblo, que, en un primer momento, se presenta como ajeno a la narración principal, pero, a partir del segundo capítulo, comienza a introducir elementos del primer relato. En su desarrollo, ambos niveles se complementan con episodios que ayudan a caracterizar a los personajes y a profundizar en la semblanza de esa generación a la que pertenece el autor.

Así, esta especie de aventis leoneses (aunque no sean sagas o leyendas épicas, sino meros cotilleos o habladurías) conforman el imaginario colectivo y crean comunidad (la simbólica facendera del título en cuanto trabajo comunitario al que tiene que ir todo el pueblo). De hecho, la novela juega con la veracidad de las historias: unas reales, otras inventadas y otras fluctuando entre la verdad y la mentira; todas formando parte del imaginario del pueblo, que van constituyendo una crónica de lo que queda en una población cuando se trunca su razón de ser: el desencanto de los adultos que han vivido los días de prosperidad y trabajo, y el de los jóvenes que no buscan trabajo, «porque les daba miedo que lo que se decía fuera verdad y que realmente no hubiera.»

CUESTIONES DE ESTILO

Tal estructura se sustenta en la utilización de una voz propia que se articula mediante el uso de la lengua. La decisión estilística (poco frecuente en nuestra literatura) de introducir términos y usos del leonés, supone, aparte de un rasgo de caracterización de los personajes (y un medio para situar al lector en el universo del pueblo, contribuyendo a intensificar la verosimilitud del relato), una toma de partido por parte del escritor (pues incluso aparecen explicadas de forma explícita algunas de sus características). «Era algo que desde el principio tenía muy claro que quería incluir, es una de las pocas cosas que quedan en mi zona, en la montaña central, pero solo restos, (…). Desde pequeño intento coleccionar palabras en leonés que le escucho a mi abuela. E igual que en cierto modo estoy reivindicando la España que se está quedando vacía, la industria, la desesperanza que se siente al vivir allí, me pareció importante reivindicar el idioma, que es a lo que me dedico. Creo que puede ser un comienzo para intentar revertir un poco la situación.»

Otro rasgo destacable es la presentación de las escenas de los protagonistas en su microcosmos: perfiladas mediante la descripción seca y afilada de sus rutinas diarias, así como en el uso del diálogo como brutal expresión de la cotidianidad de esos seres, mediante frases incisivas y demoledoras.

Con todo ello, la narración logra una mezcla de oralidad y lirismo (propio de un poeta) que la crítica especializada ha comparado con clásicos como Las mil y una noches o El manuscrito encontrado en Zaragoza. Aunque, el autor ha declarado no ser consciente de ningún tipo de influencia: «Cogiendo la idea de la facendera, (…), mi idea era relacionar las historias y la transmisión oral de las fiestas y de los pueblos, intentar adaptar lo que era el típico marco de las mil y una noches a la actualidad.»

MÁS DE LO QUE PARECE

Pese a su (aparente) sencillez y brevedad, tras estas historias (en cuanto a temas y motivos) se arraigan preocupaciones sociales muy vigentes:

La realidad de los jóvenes de las zonas desindustrializadas: la vida de esa generación a la que el desmantelamiento de la minería y la industria (que habían asegurado la vida laboral de la zona) ha abocado a un futuro incierto, marcado por el fracaso escolar, la precariedad laboral, un entorno ansioso y letárgico y el éxodo a las grandes ciudades.

El desencanto millennial: ese vivir sin esperanza de nada mejor y con una visión decadente hacia lo que les rodea.

La brecha generacional que separa a jóvenes y mayores.

Una ácida visión de otra España («no el despoblamiento rural, sino el desmantelamiento industrial, minero»), ese país al que tal vez pueda rescatar una ficción colectiva y una cierta idea de comunidad: la facendera como construcción de un imaginario común.

La salud mental, como esa sombra médico-social que acecha a los pueblos y a los jóvenes. Esa ansiedad que invade a los personajes de la que parece que no pueden librarse, manifestada en el dolor de estómago permanente, en el hábito de «sentarse en el inodoro con la tapa bajada y sin quitarse los pantalones» para coger aire; en la parálisis vital (que lleva al Narrador a ser incapaz de matricularse en el siguiente curso de la universidad); y, en fin, de toda una infinidad de gestos inconscientes e incomodidades, como rascar la etiqueta de las botellas de cerveza que la revelan a cada momento. Esa tristeza como mal común y el estigma que lleva aparejado: la gente no se atreve a ir a la farmacia o al médico por el qué dirán., viéndose obligada a recurrir a la mentira y al trueque para conseguir los ansiados ansiolíticos.

La mentira en las relaciones. Esa tendencia a construir la propia vida alrededor de la mentira: «las mentiras que nos explicamos a nosotros mismos tienen las piernas muy cortas y los brazos muy largos.»

La educación sentimental: «No fui realmente consciente, hasta pasada la adolescencia de que nuestros actos tienen consecuencias en los demás y de lo que supone ese poder, y me di cuenta también de que al hacerme daño la otra persona también podría estar sufriendo. Todas estas reflexiones están en la historia, fruto de la educación sentimental que hemos tenido, que ha sido un poco limitada, sin saber por dónde van los tiros.»

Y sí, la importancia de contarse la vida a uno mismo (la construcción de nuestros autorrelatos), así como la de reconstruir un subconsciente común de bar, de tanatorio, de pandilla… (la facendera).

Aunque, lejos de ser una obra redonda, Facendera, desde su modestia y brevedad, ofrece bastante más que otras obras coetáneas, con más ínfulas y con autores de renombre. Se deja leer, tiene una estructura y un lenguaje ciertamente interesantes, y, como se ha dicho, habla de ámbitos y aspectos escasamente representados. No es poco para los tiempos que corren.



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