«MAÑANA EN LA BATALLA
PIENSA EN MÍ»
Javier Marías (1994)
«(...) la muerte horrible y la muerte
ridícula, lo que al suceder no es grosero ni elevado ni gracioso ni triste
puede ser cualquiera .de estas cosas cuando se cuenta, el mundo depende de sus
relatores y también de los que oyen el cuento y lo condicionan a veces»
MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ (Premio Rómulo
Gallegos y Premio Fastenrath, 1995; Prix
Femina Étranger 1996; Premio
Mondello, 1998) es la octava novela de Javier Marías
(Madrid, 1951), uno de los novelistas más interesantes de la narrativa española
de fines del siglo XX y principios de este XXI (y seguramente merecedor del
Premio Nobel de Literatura desde hace años, como se afirmaba cada vez
con mayor rotundidad antes de su muerte) y desde luego de los más vendidos (y
no sólo en España).
UNA MUERTE INOPORTUNA
El narrador (subjetivo), Víctor Francés, es invitado por Marta Téllez, una
mujer casada (a quien ha conocido apenas unos días antes), a cenar en su casa.
El encuentro promete, pues el
marido se encuentra en Londres. No se sabe muy
bien si se trata de una cita galante o no, pero genera tensión sexual. La mujer
tiene un niño de dos años, Eduardo. Cuando acuesta al niño, no sin ciertas
dificultades, pasan al dormitorio
conyugal. Marta se comienza a sentir mal, y en la cama
matrimonial, donde han comenzado a
desnudarse,
agoniza y muere antes de
consumarse el adulterio.
Víctor queda en una situación confusa: no sabe qué hacer con el niño que está dormido en una
habitación cercana, no sabe a
quién avisar… Tal estado, que se prolongará durante los días y semanas siguientes, lo sumirá en la perplejidad, la confusión y
todo tipo de tortuosas deliberaciones, empujándole a entablar relación con los
familiares de la mujer muerta: Téllez, el padre,
viejo académico y cortesano; Deán, el
marido, dotado de una capacidad de comprensión e inclemencia infinitas; Luisa (una más del repertorio
de las Luisas de Marías), la hermana menor, a quién seguirá sin
propósito… Finalmente, regresará a la casa de la que en su momento había huido
sin dar aviso ni dejar señas.
EL JUEGO DE VÍCTOR FRANCÉS
La obra recoge una serie de obsesiones que
constituyen un territorio
moral y literario propio y
característico del autor. Obviamente el tema central que desarrolla la novela es el de la muerte: lo rara que resulta, las diferencias entre ésta y la vida y cómo cambian las cosas
cuando se produce. Hay un primer momento, cuando ella muere, en que no hay
grandes diferencias, incluso su cara sigue siendo la misma, apenas se
transforma.
La imprevista irrupción de la muerte desencadena, también, la
meditación sobre la
fugacidad.
Meditación que, como es corriente en Marías,
se enriquece con reflexiones paralelas sobre la memoria y el olvido, sobre la infidelidad de los cuerpos o el recuerdo («Es intolerable que las personas que conocemos se
conviertan en pasado.»),
sobre la clandestinidad y sobre la supervivencia («…hay ciertos lugares que están ocupados en la vida de
uno, por eso la gente trata como sea de hacerse un hueco o sustituye al
instante a los que se marchan.»), sobre la irrealidad
del tiempo vivido en la
ignorancia de tantas cosas (la muerte misma) que todo lo trastorna.
FINO
ESTILO
Tal multiplicidad
temática viene concretada por las recurrencias estilísticas características de la narrativa del autor. El uso de la primera persona: narrador (subjetivo) indolente, pasivo y, en
apariencia, divagador (realmente Marías, logra
moldear a Víctor como un personaje psicológicamente complicado que confunde e intriga al lector
constantemente. La recurrencia
a la ironía, que impregna todo el texto pero que se concentra en un divertido pasaje que disecciona, una vez
más, el significado del poder: Víctor es guionista de
televisión y negro encargado de redactar los discursos de hombres
públicos, tan importantes como ignorantes (al igual que su amigo, el también
escritor Ruibérriz de Torres, aficionado al
hipódromo que lleva en su cara pintada su naturaleza canallesca); en una
destacada escena palaciega se entrevista nada menos que con el Rey (quien aparece bajo una auténtica antología de
distintos nombres, para no referirse a él expresamente). Un dato más sobre la
ficción y la farsa que vivimos, donde los discursos no los escriben quienes los
pronuncian o los firman.
Por otra parte, como siempre, se dan abundantes
especulaciones filosóficas y filológicas que desvían y alivian, enriqueciendo
subrepticiamente, la tensión del hilo central de la trama. Y, al fondo,
inevitablemente, Shakespeare (en esta ocasión, el adaptado genialmente
por Orson Wells en sus "Campanadas a medianoche"):
de hecho, el título proviene de la Escena III del Acto V de Ricardo III.
Todo fijado por la rica y variada prosa de Javier Marías, que como siempre hace gala de un preciso
manejo del idioma. Prosa parsimoniosa
y obsesiva hasta el minimalismo literario, que estructura todo el relato de forma casi musical: prefiguraciones y reiteraciones, motivos y citas
recurrentes, que se van ampliando sucesivamente y que actúan de forma casi
subliminal esclareciendo y adensando. Pues si algo demuestra la novela es que
su autor controla el oficio, hasta el punto de que en ocasiones el oficio prima
sobre la historia que cuenta.
Novela que, pese a algunos aspectos no tan
conseguidos (entre los que destaca el inverosímil episodio, contado
retrospectivamente, de la relación del narrador con una prostituta, Victoria, a la que confunde con su exmujer), se lee con interés al tiempo que suministra,
como toda la obra de Marías, inagotables motivos de reflexión.

No hay comentarios:
Publicar un comentario