lunes, 13 de mayo de 2024

MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ

 

«MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ»
Javier Marías (1994)

«(...) la muerte horrible y la muerte ridícula, lo que al suceder no es grosero ni elevado ni gracioso ni triste puede ser cualquiera .de estas cosas cuando se cuenta, el mundo depende de sus relatores y también de los que oyen el cuento y lo condicionan a veces»


MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ (Premio Rómulo Gallegos y Premio Fastenrath, 1995; Prix Femina Étranger 1996; Premio Mondello, 1998) es la octava novela de Javier Marías (Madrid, 1951), uno de los novelistas más interesantes de la narrativa española de fines del siglo XX y principios de este XXI (y seguramente merecedor del Premio Nobel de Literatura desde hace años, como se afirmaba cada vez con mayor rotundidad antes de su muerte) y desde luego de los más vendidos (y no sólo en España).

UNA MUERTE INOPORTUNA

El narrador (subjetivo), Víctor Francés, es invitado por Marta Téllez, una mujer casada (a quien ha conocido apenas unos días antes), a cenar en su casa. El encuentro promete, pues el marido se encuentra en Londres. No se sabe muy bien si se trata de una cita galante o no, pero genera tensión sexual. La mujer tiene un niño de dos años, Eduardo. Cuando acuesta al niño, no sin ciertas dificultades, pasan al dormitorio conyugal. Marta se comienza a sentir mal, y en la cama matrimonial, donde han comenzado a desnudarse, agoniza y muere antes de consumarse el adulterio.

Víctor queda en una situación confusa: no sabe qué hacer con el niño que está dormido en una habitación cercana, no sabe a quién avisar… Tal estado, que se prolongará durante los días y semanas siguientes, lo sumirá en la perplejidad, la confusión y todo tipo de tortuosas deliberaciones, empujándole a entablar relación con los familiares de la mujer muerta: Téllez, el padre, viejo académico y cortesano; Deán, el marido, dotado de una capacidad de comprensión e inclemencia infinitas; Luisa (una más del repertorio de las Luisas de Marías), la hermana menor, a quién seguirá sin propósito… Finalmente, regresará a la casa de la que en su momento había huido sin dar aviso ni dejar señas.

EL JUEGO DE VÍCTOR FRANCÉS

La obra recoge una serie de obsesiones que constituyen un territorio moral y literario propio y característico del autor. Obviamente el tema central que desarrolla la novela es el de la muerte: lo rara que resulta, las diferencias entre ésta y la vida y cómo cambian las cosas cuando se produce. Hay un primer momento, cuando ella muere, en que no hay grandes diferencias, incluso su cara sigue siendo la misma, apenas se transforma.

La imprevista irrupción de la muerte desencadena, también, la meditación sobre la fugacidad. Meditación que, como es corriente en Marías, se enriquece con reflexiones paralelas sobre la memoria y el olvido, sobre la infidelidad de los cuerpos o el recuerdoEs intolerable que las personas que conocemos se conviertan en pasado.»), sobre la clandestinidad y sobre la supervivencia …hay ciertos lugares que están ocupados en la vida de uno, por eso la gente trata como sea de hacerse un hueco o sustituye al instante a los que se marchan.»), sobre la irrealidad del tiempo vivido en la ignorancia de tantas cosas (la muerte misma) que todo lo trastorna.

FINO ESTILO

Tal multiplicidad temática viene concretada por las recurrencias estilísticas características de la narrativa del autor. El uso de la primera persona: narrador (subjetivo) indolente, pasivo y, en apariencia, divagador (realmente Marías, logra moldear a Víctor como un personaje psicológicamente complicado que confunde e intriga al lector constantemente. La recurrencia a la ironía, que impregna todo el texto pero que se concentra en un divertido pasaje que disecciona, una vez más, el significado del poder: Víctor es guionista de televisión y negro encargado de redactar los discursos de hombres públicos, tan importantes como ignorantes (al igual que su amigo, el también escritor Ruibérriz de Torres, aficionado al hipódromo que lleva en su cara pintada su naturaleza canallesca); en una destacada escena palaciega se entrevista nada menos que con el Rey (quien aparece bajo una auténtica antología de distintos nombres, para no referirse a él expresamente). Un dato más sobre la ficción y la farsa que vivimos, donde los discursos no los escriben quienes los pronuncian o los firman.

Por otra parte, como siempre, se dan abundantes especulaciones filosóficas y filológicas que desvían y alivian, enriqueciendo subrepticiamente, la tensión del hilo central de la trama. Y, al fondo, inevitablemente, Shakespeare (en esta ocasión, el adaptado genialmente por Orson Wells en sus "Campanadas a medianoche"): de hecho, el título proviene de la Escena III del Acto V de Ricardo III.

Todo fijado por la rica y variada prosa de Javier Marías, que como siempre hace gala de un preciso manejo del idioma. Prosa parsimoniosa y obsesiva hasta el minimalismo literario, que estructura todo el relato de forma casi musical: prefiguraciones y reiteraciones, motivos y citas recurrentes, que se van ampliando sucesivamente y que actúan de forma casi subliminal esclareciendo y adensando. Pues si algo demuestra la novela es que su autor controla el oficio, hasta el punto de que en ocasiones el oficio prima sobre la historia que cuenta.

Novela que, pese a algunos aspectos no tan conseguidos (entre los que destaca el inverosímil episodio, contado retrospectivamente, de la relación del narrador con una prostituta, Victoria, a la que confunde con su exmujer), se lee con interés al tiempo que suministra, como toda la obra de Marías, inagotables motivos de reflexión.

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