miércoles, 15 de mayo de 2024

LAS VOLADORAS

 

«LAS VOLADORAS»
Mónica Ojeda
(1989)

«A lo que voy es que es normal que un día sí, un día no, uno sienta ganas de matar a alguien que quieres. Yo me he enfadado tanto en determinados momentos que (…).»


LAS VOLADORAS (2020) es un libro de relatos de terror (¿?) de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), dos rasgos que, en principio, suelen provocar rechazo en el mundo editorial. No obstante, aunque se ha inscrito al género fantástico de terror, no siempre está presente lo sobrenatural o fantástico; de hecho, en varios de sus cuentos no es así.

EL TERROR COMO ALEGATO CRÍTICO

Es un lugar común asociar el género fantástico con la evasión. Lo necesario parece ser, según quienes repiten dicho tópico, abordar el mundo desde el realismo, presentar las cosas en toda su crudeza para confrontar al lector con problemas supuestamente serios. Este libro (como tantos otros supuestamente fantásticos) se encarga de demostrar lo contrario: el fantástico sirve para reflexionar, en última instancia, sobre lo real. Dicho de otro modo, este género suele poseer un nivel metafórico que sirve para interpelar al lector. Desde esta óptica, el escritor de narraciones fantásticas apela a lo irreal como vía para discutir lo que, en un contexto diferente, puede llegar a ser indecible.

Las voladoras se muestra como un ejemplo peculiar de este principio: sus historias en ningún momento renuncian a su discurso crítico; ningún espacio, por imposible que parezca, deja de reflejar un lugar del mundo externo, un lugar incómodo que, generalmente, preferimos evitar. Las voces narrativas presentan una cotidianidad turbia y compleja, creando algo que, en ocasiones, puede recordar el realismo sucio en su manera cruda de abordar las historias. Al mismo tiempo, en algunos relatos, junto a ese tono realista coexiste una atmósfera enrarecida, casi onírica. En efecto, a través de sus (ciento veintidós páginas) ocho relatos cortos de longitud variable (entre las cuatro páginas de «Terremoto» y las veintitrés de «El mundo de arriba y el mundo de abajo»), se construyen mundos tan sórdidos como irreales, que, al mismo tiempo, confrontan a quienes leen con cuestiones que, de forma directa o indirecta, hablan de la realidad. Baste, entre otros, este ejemplo de descenso a esos infiernos cotidianos que propone el libro:

«Borrachos eran mejores padres. Les regalaban cosas. Se gastaban la herencia de los abuelos en juguetes. Las llevaban de viaje en bus y en avión.

»A veces, la gente no se daba cuenta de que sus padres estaban borrachos cuando estaban borrachos.» (p. 49, Caninos).

EL GÓTICO ANDINO

Si bien podría encuadrarse en el género que ha sido denominado terror social latinoamericano, caracterizado por la presentación de apetencias inconfesables, oscuros secretos familiares, rituales perversos y dolor, no acaba de encajar ahí, pues se aleja de los paisajes urbanos y capitalinos. De hecho, Ojeda se inscribe a sí misma en lo que da en llamar gótico andino, que identifica con un tipo de literatura que aborda el miedo natural y sobrenatural desde los paisajes y mitos andinos. Y añade: Quiero incidir en el asunto del paisaje porque, como dijo Lovecraft, el horror es la atmósfera; y en los cuentos de "Las voladoras" las montañas, los volcanes y los cóndores lo significan todo: de ellos emerge lo atávico, lo visceral, lo que inquieta por antiguo y perverso. Estos cuentos se ubican en ciudades, pueblos, páramos, volcanes donde la violencia y el misticismo, lo terrenal y lo celeste, pertenecen a un mismo plano ritual y poético, los Andes ecuatorianos. En sus relatos los símbolos andinos, que perviven en la mente de sus habitantes como una realidad cotidiana, como los cóndores (hay indígenas que se convierten en cóndores y hasta en lobos), los colibríes, y el poderío de los volcanes hacen parte de esos aspectos de lo mitológico, lo simbólico, el paisaje, la geografía, su historicidad y miedos colectivos primitivos en historias rabiosamente contemporáneas, según afirma la autora. Quien reconoce tener influencias marcadas de Tales from the Crypt, la serie de televisión, y de escritores como William Faulkner y Carson McCullers con su gótico sureño norteamericano, H. P. Lovecraft, Clarice Lispector, Herta Muller, Armonía Sumers e Inés Arredondo. Una mezcla entre lo europeo, lo norteamericano, lo latinoamericano y lo andino.

EL ALEGATO DEL MITO

Como los dramas tradicionales y las viejas mitologías, estos cuentos se adentran en las zonas más sombrías y tétricas de la naturaleza humana. En ellos están presentes los dos conceptos fundamentales de tales historias: la desmesura de los personajes como intento de transgresión de los límites, como desprecio temerario de las leyes y la moral al uso unidos a la falta de control de los impulsos propios (hibris); y una teatralización de las pasiones extremas, para que el lector las experimente mediante la lectura de tales excesos y se libere de ellas (catarsis).

Se trata, sin duda, de un libro difícil, no por su escritura (fluida y envolvente) o por sus tramas (vigorosas e interesantes), sino por los sórdidos universos que presenta y que cuesta afrontar, que incomoda: nos saca de nuestra zona lectora de confort y cuestiona nuestras ideas. Presenta escenas gore entre paisajes de ensueño: el cóndor sobrevuela mientras, abajo, las familias (siempre disfuncionales) se despellejan; se ofrece, obviamente, un amplio despliegue de gritos, sangre, mutilaciones, saliva, mordiscos, catástrofes naturales, accidentes, perversiones... y, sin embargo, encontramos también belleza, poesía y magia.

UN MUNDO QUE ES EL NUESTRO

El libro va más lejos: combina esa búsqueda con una indagación formal, un juego metaliterario con la maquetación de la prosa. Es una experimentación habitual en la poesía, no en el cuento. El texto gana en ritmo, en dinamismo y, finalmente, en su capacidad para confrontar al lector con un mundo que refleja el suyo, no solo en su aparente realismo, sino también y especialmente, en sus cualidades insólitas y perturbadoras. En otras palabras, si forma y contenido son inseparables, en este caso se advierte cómo tal indisolubilidad potencia el lenguaje artístico y literario.

En efecto, el espanto procede sobre todo de saber que esos universos inconfesables son un espejo de la realidad en la que vivimos: justamente es esa conciencia de que lo que sucede en ellos podría pasar en nuestra ciudad o pueblo, en la casa de al lado, en nuestro entorno más próximo, lo que genera, tal vez, mayor desasosiego.

ESTRATEGIAS NARRATIVAS DEL TERROR COTIDIANO

Aunque los cuentos difieren en cuanto a trama y circunstancias, contienen, además de la calidad de su prosa, elementos comunes a casi todos al utilizar ciertos registros: el uso del narrador subjetivo (utilizando la primera persona), en realidad de narradoras femeninas (excepto en el último), ya sean adolescentes o mujeres adultas; la variedad de estilos, desde el surrealismo lírico (o lirismo surrealista) de Las voladoras, Terremoto o El mundo de arriba..., al tono más genérico (con una mirada personal), de Cabeza voladora y Soroche, pasando por el subjetivismo (en apariencia más ambiguo) de Sangre coagulada y Caninos; la referencia a la familia y las relaciones, en general tortuosas, entre sus miembros como contexto (el único cuento en que no es así, Soroche, se da entre un grupo de amigas que se conocen desde niñas, casi como hermanas); la obsesión como hilo que hilvana el conjunto (las protagonistas-narradoras muestran un recurrente grado de obsesión, que puede centrarse en algún suceso o elemento de su vida, presente o pasado, así como en acontecimientos externos que les afectan decisivamente); la fijación en el incesto, como violencia convergente (presente en cinco relatos); la referencia al cuerpo humano o sus partes y su viscosa fisicidad, su degradación, así como la ineludible sujeción a sus límites; su tono pesimista, sin finales felices, que desconcierta y aflige al lector, creando una sensación de incomodidad y desazón.

MUJER Y MITOLOGÍA ANDINA

Y, sobre todo, la repetición de dos ejes temáticos: la mujer y la mitología andina. Se advierte una particular intención de cuestionarse arquetipos femeninos reinterpretándolos a través del filtro de la tradición sudamericana (y algunos mitos de la tradición europea), difuminando la línea entre lo real y fantástico, moviéndose entre la ficción y lo más crudo de la realidad generando turbias sensaciones. Así hay que entender la noción de bruja individual, como mujer de gran poder (las brujas andinas son sanadoras), y de brujas como colectividad. En general, estos relatos suponen una turbadora incursión en el dolor femenino (salvo en el último), en la violencia que enraíza como un todo lo físico con lo mental. Y, como se ha indicado, presentan un profundo arraigo andino o ecuatoriano, pues, aunque sólo algunos relatos (como Las voladoras, El mundo de arriba y el mundo de abajo y Cabeza voladora) estén basados en leyendas o tradiciones autóctonas, y Terremoto hace referencia a las características geomorfológicas de la zona; los demás, contienen algunas referencias o detalles a localidades u otros lugares de Ecuador, lo que permite situarlos allí.

No obstante, está lejos de constituir una obra redonda. Como suele ocurrir con los libros de relatos, el conjunto resulta un tanto irregular. La maestría narrativa no es la misma en todos ellos. Mientras algunos relatos, como es el caso de Caninos, son lúcidamente secos, contienen un ritmo y crescendo narrativo envolventes, incorporando y revelando gradualmente elementos, que van saliendo a la luz como capas de una cebolla hasta llegar al corazón de la trama, en otros, como Cabeza voladora, el resultado parece más discutible. Algunas historias están excesivamente alargadas, otras concluidas de forma un tanto atropellada, mientras otras, brillan en su perfección estructural e impactan con su golpe final. En suma, estamos ante un libro poético, conciso, original y, a ratos, notable.

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