«LAS VOLADORAS»
Mónica Ojeda (1989)
«A lo que voy es que es normal que un día sí, un día no, uno sienta ganas de matar a alguien que quieres. Yo me he enfadado tanto en determinados momentos que (…).»
LAS VOLADORAS (2020) es un libro de relatos de terror (¿?)
de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), dos rasgos
que, en principio, suelen provocar rechazo en el mundo editorial. No obstante, aunque se ha inscrito al género
fantástico de terror, no siempre está presente lo sobrenatural o fantástico; de
hecho, en varios de sus cuentos no es así.
EL TERROR COMO ALEGATO CRÍTICO
Es un lugar común asociar el género fantástico con la evasión. Lo necesario parece ser, según quienes repiten
dicho tópico, abordar el mundo desde el realismo, presentar las cosas en toda
su crudeza para confrontar al lector con problemas supuestamente serios. Este
libro (como tantos otros supuestamente fantásticos) se encarga de demostrar lo
contrario: el fantástico sirve para reflexionar, en última instancia, sobre lo real. Dicho de otro modo, este género suele
poseer un nivel
metafórico que
sirve para interpelar al lector. Desde esta óptica, el escritor de narraciones
fantásticas apela a lo irreal como vía para discutir lo que, en un contexto
diferente, puede llegar a ser indecible.
Las voladoras se muestra como un ejemplo peculiar de este
principio: sus historias en ningún
momento renuncian a su discurso crítico; ningún espacio, por imposible que parezca, deja de
reflejar un lugar del mundo externo, un lugar incómodo que, generalmente,
preferimos evitar. Las voces
narrativas presentan una
cotidianidad turbia y compleja, creando algo que, en ocasiones, puede recordar el realismo sucio en su manera cruda de abordar las historias. Al
mismo tiempo, en algunos relatos, junto a ese tono realista coexiste una atmósfera
enrarecida, casi
onírica. En efecto, a través de sus (ciento veintidós páginas) ocho relatos cortos de longitud variable (entre las cuatro páginas de «Terremoto»
y las veintitrés de «El mundo de arriba y el mundo de abajo»),
se construyen mundos tan sórdidos como irreales, que, al mismo tiempo, confrontan a quienes leen
con cuestiones que, de forma directa o indirecta, hablan de la realidad. Baste, entre otros, este ejemplo de descenso a esos
infiernos cotidianos que propone el libro:
«Borrachos
eran mejores padres. Les regalaban cosas. Se gastaban la herencia de los
abuelos en juguetes. Las llevaban de viaje en bus y en avión.
»A veces, la gente no se daba cuenta de que sus padres
estaban borrachos cuando estaban borrachos.»
(p. 49, Caninos).
EL GÓTICO
ANDINO
Si bien podría encuadrarse en el género que ha sido denominado terror social latinoamericano, caracterizado por la presentación de apetencias inconfesables, oscuros
secretos familiares, rituales perversos y dolor, no acaba de encajar ahí, pues
se aleja de los paisajes urbanos y capitalinos. De hecho, Ojeda se inscribe a sí misma en lo
que da en llamar gótico andino, que identifica con un tipo de literatura que
aborda el miedo natural y sobrenatural desde los paisajes y mitos andinos.
Y añade: Quiero incidir en el asunto del paisaje porque, como dijo
Lovecraft, el horror es la atmósfera; y en los cuentos de "Las voladoras"
las montañas, los volcanes y los cóndores lo significan todo: de ellos emerge
lo atávico, lo visceral, lo que inquieta por antiguo y perverso. Estos
cuentos se ubican en ciudades, pueblos, páramos, volcanes donde la violencia
y el misticismo, lo terrenal y lo celeste, pertenecen a un mismo plano ritual y
poético, los Andes
ecuatorianos. En sus relatos los símbolos andinos, que perviven
en la mente de sus habitantes como una realidad cotidiana, como los cóndores (hay
indígenas que se convierten en cóndores y hasta en lobos), los colibríes,
y el poderío de los volcanes hacen parte de esos aspectos de lo mitológico, lo
simbólico, el paisaje, la geografía, su historicidad y miedos colectivos
primitivos en historias rabiosamente contemporáneas, según afirma la
autora. Quien reconoce tener influencias marcadas de Tales from the Crypt,
la serie de televisión, y de escritores como William Faulkner y Carson
McCullers con su gótico sureño norteamericano, H.
P. Lovecraft, Clarice Lispector, Herta Muller, Armonía
Sumers e Inés Arredondo. Una mezcla entre lo europeo, lo
norteamericano, lo latinoamericano y lo andino.
EL ALEGATO DEL MITO
Como
los dramas tradicionales y las viejas mitologías, estos cuentos se adentran en las zonas más sombrías y tétricas de la naturaleza
humana. En ellos están presentes los dos
conceptos fundamentales de tales historias: la desmesura de los personajes como intento de transgresión de los límites, como desprecio temerario de las leyes y la moral al
uso unidos a la falta de control de los impulsos
propios (hibris); y una teatralización de las
pasiones extremas, para que el lector las
experimente mediante la lectura de tales excesos y se libere de ellas (catarsis).
Se trata, sin duda, de un libro difícil,
no por su escritura (fluida y envolvente) o por sus tramas (vigorosas e
interesantes), sino por los sórdidos universos que presenta y que cuesta afrontar, que incomoda: nos
saca de nuestra zona lectora de confort y cuestiona nuestras ideas. Presenta escenas gore entre paisajes de ensueño: el cóndor sobrevuela
mientras, abajo, las familias (siempre disfuncionales) se despellejan; se
ofrece, obviamente, un amplio despliegue de gritos, sangre, mutilaciones,
saliva, mordiscos, catástrofes naturales, accidentes, perversiones... y, sin
embargo, encontramos también belleza, poesía y magia.
UN MUNDO QUE ES EL NUESTRO
El libro va más lejos: combina esa búsqueda con una indagación formal, un juego metaliterario con la maquetación de la
prosa. Es una
experimentación habitual en la poesía, no en el cuento. El texto gana en ritmo,
en dinamismo y, finalmente, en su capacidad para confrontar al lector con un mundo que refleja el
suyo, no solo en
su aparente realismo, sino también y especialmente, en sus cualidades insólitas
y perturbadoras. En otras palabras, si forma y contenido son inseparables, en
este caso se advierte cómo tal indisolubilidad potencia el lenguaje artístico y
literario.
En
efecto, el espanto procede sobre todo de saber que esos universos inconfesables son un espejo de la
realidad en la que vivimos: justamente es
esa conciencia de que lo que sucede en ellos podría pasar en nuestra ciudad o
pueblo, en la casa de al lado, en nuestro entorno más próximo, lo que genera,
tal vez, mayor desasosiego.
ESTRATEGIAS
NARRATIVAS DEL TERROR COTIDIANO
Aunque
los cuentos difieren en cuanto a
trama y circunstancias, contienen, además de la calidad de su prosa, elementos comunes a casi todos al utilizar ciertos
registros: el uso del narrador subjetivo (utilizando
la primera persona), en
realidad de narradoras femeninas (excepto en el último), ya sean adolescentes o mujeres
adultas; la
variedad de estilos, desde el surrealismo lírico (o lirismo surrealista)
de Las voladoras, Terremoto o El mundo de
arriba...,
al tono más genérico (con una mirada personal), de Cabeza voladora y Soroche, pasando por el subjetivismo (en apariencia más
ambiguo) de Sangre coagulada y Caninos; la referencia a la familia y las relaciones, en general
tortuosas, entre sus miembros como contexto (el único cuento en que no es así,
Soroche, se da entre un grupo de amigas que se conocen desde
niñas, casi como hermanas); la obsesión como hilo que
hilvana el conjunto (las protagonistas-narradoras
muestran un recurrente grado de obsesión, que puede centrarse en algún suceso o
elemento de su vida, presente o pasado, así como en acontecimientos externos
que les afectan decisivamente); la fijación en el incesto, como violencia convergente (presente en cinco
relatos); la referencia al cuerpo humano o
sus partes y su viscosa fisicidad, su degradación, así como la ineludible
sujeción a sus límites; su tono pesimista, sin finales felices, que
desconcierta y aflige al lector, creando una sensación de incomodidad y desazón.
MUJER Y MITOLOGÍA ANDINA
Y, sobre todo, la repetición de dos ejes temáticos: la mujer y la mitología andina. Se advierte una particular intención de cuestionarse arquetipos femeninos reinterpretándolos a través del
filtro de la tradición sudamericana (y algunos mitos de la tradición europea),
difuminando la línea entre lo real y fantástico, moviéndose entre la ficción y lo más crudo de la
realidad generando turbias sensaciones. Así hay que entender la noción de bruja individual, como mujer de gran poder (las brujas andinas
son sanadoras), y de brujas como colectividad. En general, estos relatos suponen una turbadora incursión en el dolor femenino (salvo
en el último), en la violencia que enraíza como un todo lo físico con lo
mental. Y, como se ha indicado, presentan un profundo arraigo andino o ecuatoriano,
pues, aunque sólo algunos relatos (como Las voladoras, El mundo de arriba y el mundo
de abajo y Cabeza voladora)
estén basados en leyendas o tradiciones autóctonas, y Terremoto hace
referencia a las características geomorfológicas de la zona; los demás,
contienen algunas referencias o detalles a localidades u otros lugares de Ecuador,
lo que permite situarlos allí.
No obstante, está lejos de constituir una obra
redonda. Como suele ocurrir con los libros
de relatos, el conjunto resulta un tanto irregular. La maestría
narrativa no es la misma en todos ellos. Mientras algunos relatos, como es el
caso de Caninos, son lúcidamente secos, contienen un ritmo y
crescendo narrativo envolventes, incorporando y revelando gradualmente
elementos, que van saliendo a la luz como capas de una cebolla hasta llegar al
corazón de la trama, en otros, como Cabeza voladora, el resultado parece más
discutible. Algunas historias están
excesivamente alargadas, otras concluidas de forma un tanto atropellada,
mientras otras, brillan en su perfección estructural e impactan con su golpe
final. En
suma, estamos ante un libro poético, conciso, original y, a ratos, notable.

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