viernes, 26 de abril de 2024

UN VIEJO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR

«UN VIEJO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR»
Luis Sepúlveda (1989)


«los colonos destrozaban la selva construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto»


EN MEMORIA DE LUIS SEPÚLVEDA

Luís Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949 – Oviedo, 2020) fue el primer paciente de coronavirus COVID-19 en Asturias, tras regresar a Gijón, donde residía desde hacía años, del festival literario Correntes d'Escritas, en Portugal, y lo ingresaron en el HUCA, en cuya UCI permaneció 48 días en coma y con respiración asistida hasta su fallecimiento, el 16 de abril de 2020. En su recuerdo parece oportuno revisar una de sus principales obras (quizá la mejor): UN VIEJO QUE LEÍA HISTORIAS DE AMOR, que, escrita en el año 1988, supuso un éxito tan rotundo que se tradujo a 60 idiomas, alcanzó los 18 millones de libros vendidos después de su publicación, y fue llevada al cine (con guion del propio escritor) por el australiano Rolf de Heer (e interpretada por Richard Dreyfuss).

También en España supuso el descubrimiento literario para este escritor chileno, residente en aquel momento en Alemania. Viajero (mientras viajaba, escribía), periodista, ecologista y cuentista (como a él le gustaba calificarse), publicó el primero de sus libros a los 20 años. Pero sería esta novela, con la que ganó el Premio Tigre Juan (Oviedo, 1989) y que se convirtió como se ha dicho en uno de los grandes éxitos de la narrativa hispanoamericana, la que lo dio a conocer en nuestro país.

Sus obras se inscriben en la corriente hispanoamericana que se había separado del realismo mágico y se planteaba, de una manera creíble la magia de la realidad: pretendiendo contar historias con un trasfondo moral, comprometido. En esta novela, que se lee de un tirón, el fondo no es otro que el del respeto y el equilibrio ecológico.

EL HOMBRE Y LA SELVA

El encanto del libro proviene, sobre todo, del mundo que describe (la selva palpitante y poderosa) y un entrañable protagonista, Antonio José Bolívar Proaño, fiel a indígenas y animales por encima de todo. Vive en El Idilio, una aldea remota de la región amazónica. Allí llegó hace años, como muchos otros colonos, con su esposa, Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, tras abandonar su tierra natal, San Luis (un poblado serrano, próximo al volcán Imbabura), pues la esterilidad de la pareja, en un mundo supersticioso como el serrano, les dejaba pocas salidas y todas francamente humillantes. Pero el ambiente y la vida se cobran pronto sus víctimas: los colonos mueren como moscas, atacados por las enfermedades tropicales, sobre todo el paludismo. Su esposa será una de esas primeras víctimas.

Viudo, solo y desarraigado no puede regresar a su tierra, porque los pobres lo perdonan todo, menos el fracaso. Encontrará, su lugar accidentalmente (por no decir milagrosamente, pues sobrevive a la mordedura de una serpiente), junto a los indios shuar (mal llamados jíbaros). Ellos le enseñan a conocer la Selva y sus leyes, a respetar a los animales y a los indígenas que la pueblan, pero también a cazar como ningún blanco, En este pueblo que lo acoge y respeta, tendrá incluso un compadre: su amigo y compañero Nushiño (Para eso son los amigos. Para celebrar las gracias del otro), cuya muerte determinará su iniciación en la caza del hombre y su apartamiento definitivo de los shuar.

LAS NOVELAS DE AMOR

Sigue una etapa oscura de su vida «y por primera vez se vio acosado por el animal de la soledad, Bicho astuto, Atento al menor descuido para apropiarse de su voz condenándolo a largas conferencias huérfanas de auditorio». Hasta que un día se encuentra con los libros: una biografía de San Francisco de Asís (no podía ser otro que el amigo de los animales): delicioso episodio, donde descubre que sabe leer. La fiebre de la lectura le subyuga, sobre todo cuando descubre que hay muchos tipos de libros, entre los que prefiere, por encima de todo, las novelas de amordel verdadero, del que hace sufrir») que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín para distraerle en las solitarias noches ecuatoriales de su incipiente vejez. Mediante su lectura intenta distanciarse de la fanfarrona estupidez de ese alcalde cuyo apodo, "la Babosa", define perfectamente su carácter; o la de los codiciosos forasteros que creen dominar la selva porque van armados hasta los dientes pero que no saben enfrentarse a una fiera enloquecida cuando le han matado a sus crías. Precisamente una hembra de tigrillo, desesperada por las heridas infringidas a su macho moribundo, se convertirá en motivo central de las acciones y reflexiones de la novela, hasta llegar al sorprendente y delicioso final que resume y proyecta claramente el mensaje de la obra.

Las aventuras y emociones del viejo Bolívar, narradas con un lenguaje pulido, escueto y preciso, son de las que difícilmente se olvida. Además, en un mercado editorial caracterizado por los novelones, tochos de más de 500 páginas sobre fantasías casi siempre alienantes y estupideces sentimentales, reconforta adentrarse en una obra intensa, concisa, breve (lo bueno, si breve, dos veces bueno, que decía Gracián) y, sobre todo, actual, pues el punto de vista de Simón Bolívar Proaño, el del hombre frente a la naturaleza y la vida, no sólo perdura, sino que cada día se muestra más vigente y perentorio. Y no hay más que decir, porque los shuar se alejan al finalizar una historia, evitando las preguntas engendradoras de mentiras.

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