jueves, 25 de abril de 2024

MALENA ES NOMBRE DE TANGO

 

«MALENA ES NOMBRE DE TANGO»
Almudena Grandes (1994)


«(…) y sólo entonces descubrí que ser mujer es tener piel de mujer, dos cromosomas X y la capacidad de concebir y alimentar a las crías que engendra el macho de la especie. Y nada más, porque todo lo demás es cultura».


Hay obras en las que su autor consigue el tono propio que las convierte en narraciones originales. Este es el caso de MALENA ES UN NOMBRE DE TANGO, tercera novela publicada por Almudena Grandes (Madrid, 1960 – 2021), cuyo título hace mención a una canción de Carlos Gardel, que sorprendentemente no es un tango («Malena canta el tango como ninguna / Malena tiene pena de bandoneón»). Tras el reciente fallecimiento de la autora y la estéril polémica subsiguiente, más política que cultural, parece oportuno revisar esta novela que ha quedado un tanto relegada entre su producción posterior, gran parte de la cual está bastante por debajo en cuanto a calidad y merecimientos.

LOS RASGOS DE MALENA

Se trata de una novela-río que sigue la tradición de la gran narrativa europea, o al menos observa sus grandes líneas directrices. Publicada quince años antes de que la autora decidiese convertirse en el Galdós del siglo XX e iniciar el ambicioso e irregular proyecto de los Episodios de una guerra interminable (del que llegó a publicar cinco novelas y dejó una inconclusa), esta extensa novela (552 páginas, divididas en cuatro partes) muestra una voluntad de cubrir amplias perspectivas y de optar por la desmesura, decantándose por lo barroco (frente al incipiente minimalismo que empezaba a proliferar en la narrativa mundial) y la plasmación de figuras grises sobre fondo gris (como diría Milan Kundera).

La propia estructura de la obra aporta otro de sus rasgos distintivos: la profusión de diálogos y, por tanto, de voces. La confesión de la protagonista que, con ser parte esencial de la novela hasta constituir incluso su razón de ser, viene arropada por las voces de toda una multitud de personajes (que proporcionan las respuestas que busca Malena a través de toda la narración) enmarcados en un espacio geográfico hábilmente definido: la sociedad madrileña vista con ironía y sin prejuicios, (muy lejos del superficial costumbrismo).

Por último, una tercera característica del libro es su retrato de una generación (y su incardinación en la misma): la búsqueda de la identidad, personal y familiar, de la protagonista representa la crónica minuciosa de toda una generación de mujeres españolas (la de la propia Almudena Grandes, que contaba 34 años cuando se publicó el libro). Presenta, pues, la recreación de la memoria y la voz de esas mujeres: la tradición oral se constituye no sólo en recurso narrativo, sino y sobre todo en pilar del texto, puesto que evidentemente la tradición oral en una familia española gravita, indefectiblemente, en las mujeres.

Magdalena Montero Fernández, la Malena del título, es difícil de separar de la propia autora. Si físicamente se parecen (salvo en los labios), biográficamente también, por lo menos en cuanto a pensamientos y sentimientos. No sólo nos lo hace suponer la narración en primera persona (que no deja de ser un recurso narrativo), sino el hecho de que la propia escritora la calificara como «la más autobiográfica de sus novelas».

PERSONAJES, HISTORIAS, MALDICIONES…

La novela es, pues, una historia de historias que revive la memoria de la protagonista. Así conocemos a su familia: al abuelo Pedro, bígamo irredento; a la abuela Soledad, aislada en su propia soledad; a la tía Magda, siempre con los baúles a medio deshacer; su madre y su hermana melliza, ambas llamadas Reina, que forman parte de la línea apropiada de las mujeres de la familia, frente a las Magdalenas que se repiten, generación tras generación, como la línea torcida de mujeres (Malena y su hermana Reina representan para la autora los dos únicos perfiles posibles de mujeres); su padre, Jaime, hombre guapísimo que vive constantes enredos amorosos de espaldas a su esposa; su primo, Fernando, que le romperá el corazón, haciéndola adulta… Todos arrastrando sus propios secretos y culpas en el palacete de Martínez Campos (Madrid) o en la finca de Indio (La Vera de Cáceres), puesto que básicamente la obra es una saga familiar contada desde los amores y los odios (el deseo es, no lo olvidemos, una de las constantes en las primeras obras de la autora).

Pero la biografía de Malena incluye, además, muchos otros personajes que irán entrando y saliendo de su vida: Santiago, su tibio marido; Hristo, el butanero búlgaro (personaje que le sirvió para hacer un guiño cómplice a su amigo, el novelista Eduardo Medicutti, autor de Los novios búlgaros); Agustín, el periodista que abandona porque la hace enfrentarse al vértigo de sí misma; y un largo etcétera.

…Y MUCHO MÁS

En cuanto al desarrollo temporal de la trama, su vida tiene dos épocas muy precisas: uno, más acabado, realmente fascinante, que pertenece a su infancia (el otro motor que, junto al deseo, articula su narrativa), llena de enigmas y silencios de los adultos; y otro, más superficial, que supone su peripecia adulta, sin enigmas y, en consecuencia, menos atrayente.

Por si todo ello fuese poco, se añade una maldición familiar que la línea torcida, incluida la protagonista, sienten como una losa sobre sus vidas: Ramona (de la que sólo sabremos que era mestiza, hija ilegítima de hidalgo vizcaíno e india de familia noble) maldijo a su marido (antepasado de Malena), y con él a toda su descendencia, a que se les pudriese la sangre en las venas de forma que no hallasen jamás la paz mientras sirviesen o cediesen a las exigencias de la carne. Lo cual determina, en último extremo, la relación entre las hermanas, Malena y Reina.

Si a todo este despliegue argumental añadimos el tratamiento de múltiples temas y asuntos (la maternidad, las relaciones sociales, el racismo, el estilo, la moda…) no nos puede extrañar que fuera recibida por la crítica como una novela excelente. A la que me atrevo añadir otra cualidad, quizá más importante para los lectores: es de las que gustan.

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