viernes, 26 de abril de 2024

SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS

 

«SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS»
Miguel Delibes (1991)


«Una mujer, (…), que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir»


PERFIL DEL HOMBRE TRANQUILO

Esta es una de las novelas más emotivas de Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010). Ganador de múltiples premios a lo largo de su dilatada carrera literaria (entre otros: Nadal, 1948; Nacional de Literatura, 1955; Crítica, 1962; Príncipe de Asturias, 1985; Nacional de las Letras, 1991; Cervantes, 1995; Nacional de Narrativa, 1999), declaró que, personalmente, el Nadal, que le alumbró (se dio a conocer con La sombra del ciprés es alargada), y el Cervantes, que le enterraba, eran suficientes. No obstante, fuimos muchos quienes esperábamos que recibiera, antes de su muerte, el Premio Nobel de Literatura, como merecido reconocimiento internacional. Desgraciadamente, y una vez más, como ha sucedido con tantos otros, el Nobel nunca llegó. Teórico de la novela, analista de cine, comentarista político, sociólogo, zoólogo, crítico deportivo, y cronista de la vida cotidiana, su vitalidad intelectual y literaria se mantuvo hasta los setenta y nueve años cuando declaró que había colgado los trastos de escribir. Miembro de la Academia de la Lengua desde 1973, no dudaba en reconocerse lector interesado de la prensa del corazón, fuente, según él, inagotable de noticias, de temas cercanos al hombre y a la vida.

SEMBLANZA DE PERSONAJE FEMENINO

En SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS estamos ante la recreación de una historia de amor en carrera desenfrenada hacia la muerte (como en el caso de Una pena en observación donde C. S. Lewis cuenta la historia de un alma a la que la muerte ha dado un golpe terrible). El retrato resultante de este ejercicio de memoria, ternura y aflicción no deja de ser un fragmento de vida, de la vida del propio autor. Un prestigioso pintor (auténtico alter ego de Delibes), que pasa por una crisis creativa, rememora para su hija, Ana, (nombre también de la madre muerta), en un conmovedor monólogo (mitad homenaje, mitad exorcismo) sus recuerdos íntimos. Ese relato, salpicado de anécdotas de sus vidas, se vertebra en torno a dos acontecimientos acaecidos durante el verano y otoño de 1975. La detención de dos de sus hijos (la propia oyente y su hermano Leo) por motivos políticos: miembros del Frente Revolucionario, les coge la policía con panfletos contra el Proceso 1001. Y, fundamentalmente, la enfermedad y muerte, a los 48 años, de su mujer, Ana.

Temas recurrentes de su literatura, la angustia, la muerte y la soledad se presentan en esta ocasión, si cabe, como más auténticos. Como se ha dicho, se trata de una historia de amor indisimulada, de un tributo pasional en toda su extensión, pues el artificio novelesco deja entrever la realidad vital del autor, artista desconsolado desde la muerte de su esposa y padre de ocho hijos. Su característica básica, vuelve a ser, una vez más, la sinceridad: una relación indisoluble entre el autor y el mundo de ficción que erige y que, en último término, se constituye en homenaje póstumo a quien fuera su compañera del alma, su esposa muerta. Porque si la novela es algo, es una emotiva semblanza de un personaje femenino, Ana, con una inusitada capacidad para iluminar la pesadumbre de la existencia, contagiando una sensación de belleza y plenitud dando color (el rojo del título) al fondo gris de la vida y de la enfermedad. En suma, puede decirse que su rasgo más definido es la sensación de verdad y de vida que transmite.

MONÓLOGO SENTIMENTAL DE SENTIMIENTOS A FLOR DE PIEL

Ni lenguaje libresco, ni artificiosidad lírica. Sólo congruencia entre la historia, los personajes y sus modos de expresarse. Progresión hacia la autenticidad, hacia lo exacto. Delibes logró despojar la obra de lo innecesario, depurar lo superfluo. La escritura se convierte en revelación de lo sustantivo, de lo que se oculta tras las apariencias, tras la complejidad, tras la cultura. Se trata de una aproximación a la esencia (de las cosas, de los objetos y, sobre todo, del alma humana). Escritor a la búsqueda de la palabra exacta, en esta progresión hacia lo sustancial, convirtió el lenguaje en el soporte principal, en la sangre que recorre todo y proporciona un carácter orgánico y vivo a la novela.

Si cada historia tiene su técnica, utilizó, en este caso, el monólogo, especie de espejo empañado que refleja la historia del protagonista, no porque estuviese más o menos de moda, sino porque la historia y sus personajes lo exigían. Su reto consistió en acoplar la forma al fondo y, desde tal perspectiva, tender puentes al lector. Su tradicional concepción del mundo (donde lo público siempre resultaba ominoso, unido a un orden opresivo para las relaciones humanas o, al menos, atento a otros intereses), teñida de un pesimismo consubstancial, aunque atemperada por un sentido del humor tendente a la ironía, se asienta aquí en la observación detenida de la realidad, descartando las complacencias y excluyendo los autoengaños. Todo, hasta las anécdotas más insignificantes, son pinceladas absolutamente necesarias para el retrato final.

A destacar, por ejemplo, el patetismo y la impotencia que emana de la referida a su incapacidad para regalar a su esposa algo que ella realmente desease, pese a su esfuerzo y empeño por conseguirlo: indefectiblemente fallaba, pues ella pretendía que lo que le apetecía se le ocurriese a él. Nunca logró conseguirlo. Esta anécdota comunica al lector, mejor que la expresión directa, el sentimiento de pérdida e irrecuperabilidad que supone para cualquiera la muerte de un ser querido.

Novela, en suma, cuyas 152 páginas condensan todas las características del autor, constituyéndose en auténtico compendio de su humanismo y madurez artística. De forma que, una vez leído el relato de Miguel Delibes, uno solo puede pensar de su mujer que «Allí donde estuvo ella, estuvo el Paraíso», como dice Mark Twain (en su obra Fragmentos del diario de Adán y diario de Eva) que Adán escribió en la tumba de Eva.


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