«SEÑORA DE ROJO SOBRE
FONDO GRIS»
Miguel Delibes (1991)
«Una mujer, (…), que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir»
PERFIL
DEL HOMBRE TRANQUILO
Esta
es una de las novelas más emotivas de Miguel
Delibes (Valladolid, 1920-2010). Ganador de múltiples premios a lo largo de
su dilatada carrera literaria (entre otros: Nadal, 1948; Nacional de
Literatura, 1955; Crítica, 1962; Príncipe de Asturias, 1985; Nacional
de las Letras, 1991; Cervantes, 1995; Nacional de Narrativa,
1999), declaró que, personalmente, el Nadal,
que le alumbró (se dio a conocer con La sombra del ciprés es alargada), y el Cervantes, que le enterraba, eran suficientes. No
obstante, fuimos muchos quienes esperábamos que recibiera, antes de su muerte,
el Premio Nobel de Literatura, como merecido reconocimiento
internacional. Desgraciadamente, y una vez más, como ha sucedido con tantos
otros, el Nobel nunca llegó. Teórico de la novela, analista de cine,
comentarista político, sociólogo, zoólogo, crítico deportivo, y cronista de la
vida cotidiana, su vitalidad intelectual y literaria se mantuvo hasta los
setenta y nueve años cuando declaró que había colgado los trastos de
escribir. Miembro de la Academia de la Lengua desde 1973, no dudaba en reconocerse lector interesado de la prensa del
corazón, fuente, según él,
inagotable de noticias, de temas cercanos al hombre y a la vida.
SEMBLANZA
DE PERSONAJE FEMENINO
En SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS estamos ante la recreación de una historia de amor en carrera desenfrenada hacia
la muerte (como en el caso de Una
pena en observación donde C.
S. Lewis cuenta la historia de un alma a la que la muerte ha dado un golpe
terrible). El retrato resultante de este ejercicio de memoria, ternura y aflicción no deja de ser un fragmento de vida, de la vida del propio autor. Un prestigioso pintor (auténtico alter ego de Delibes), que pasa por una
crisis creativa, rememora para su hija, Ana, (nombre también de la
madre muerta), en un conmovedor monólogo (mitad
homenaje, mitad exorcismo) sus recuerdos íntimos. Ese relato, salpicado de anécdotas de sus vidas, se vertebra en torno a dos acontecimientos acaecidos durante el verano y otoño de 1975. La
detención de dos de sus hijos (la propia oyente y su hermano Leo) por motivos políticos: miembros del Frente Revolucionario, les coge la
policía con panfletos contra el Proceso 1001. Y, fundamentalmente, la enfermedad y muerte, a los 48 años,
de su mujer, Ana.
Temas recurrentes de su literatura, la angustia, la muerte y la soledad se presentan en esta
ocasión, si cabe, como más auténticos. Como se ha dicho, se trata de una historia de amor indisimulada, de un tributo pasional en toda su extensión,
pues el artificio novelesco deja entrever la
realidad vital del autor, artista
desconsolado desde la muerte de su esposa y padre de ocho hijos. Su
característica básica, vuelve a ser, una vez más, la sinceridad: una relación indisoluble entre el autor y el
mundo de ficción que erige y que, en último término, se constituye en homenaje
póstumo a quien fuera su compañera del
alma, su esposa muerta. Porque si la novela es algo, es una emotiva semblanza de un personaje
femenino, Ana, con una
inusitada capacidad para iluminar la pesadumbre de la existencia, contagiando
una sensación de belleza y plenitud dando color (el rojo del título) al fondo
gris de la vida y de la enfermedad. En suma, puede decirse que su rasgo más definido es la sensación de
verdad y de vida que transmite.
MONÓLOGO
SENTIMENTAL DE SENTIMIENTOS A FLOR DE PIEL
Ni lenguaje libresco, ni artificiosidad lírica.
Sólo congruencia entre la historia, los personajes y sus modos de expresarse. Progresión hacia la autenticidad, hacia lo
exacto. Delibes logró despojar la obra de lo innecesario, depurar lo superfluo. La escritura se convierte en revelación de lo
sustantivo, de lo que se oculta tras las apariencias, tras la complejidad, tras
la cultura. Se trata de una aproximación
a la esencia (de las
cosas, de los objetos y, sobre todo, del alma humana). Escritor a la búsqueda de la palabra exacta, en esta progresión hacia lo sustancial,
convirtió el lenguaje en el soporte principal, en la
sangre que recorre todo y proporciona un carácter orgánico y vivo a la novela.
Si cada historia tiene su técnica, utilizó, en
este caso, el monólogo, especie de espejo empañado que refleja la
historia del protagonista, no porque estuviese más o menos de moda, sino porque
la historia y sus personajes lo exigían. Su reto consistió en acoplar la forma
al fondo y, desde tal perspectiva, tender puentes al lector. Su tradicional concepción del mundo (donde lo público siempre resultaba ominoso,
unido a un orden opresivo para las relaciones humanas o, al menos, atento a
otros intereses), teñida de un pesimismo
consubstancial, aunque atemperada por un sentido del humor tendente a la ironía, se asienta aquí en la observación detenida de la realidad, descartando las complacencias y excluyendo los
autoengaños. Todo, hasta las anécdotas más insignificantes, son pinceladas
absolutamente necesarias para el retrato final.
A destacar, por ejemplo, el patetismo y la impotencia que emana de la referida a su incapacidad para regalar a su esposa algo que
ella realmente desease, pese a su
esfuerzo y empeño por conseguirlo: indefectiblemente fallaba, pues ella
pretendía que lo que le apetecía se le ocurriese a él. Nunca logró conseguirlo.
Esta anécdota comunica al lector, mejor que la expresión directa, el sentimiento de pérdida e irrecuperabilidad que supone para cualquiera la muerte de un ser
querido.
Novela, en suma, cuyas 152 páginas condensan
todas las características del autor, constituyéndose en auténtico compendio de su humanismo y
madurez artística. De forma
que, una vez leído el relato de Miguel Delibes, uno solo
puede pensar de su mujer que «Allí donde
estuvo ella, estuvo el Paraíso», como dice Mark Twain (en su obra Fragmentos
del diario de Adán y diario de Eva) que Adán escribió en la tumba de Eva.

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