«UN CABALLERO EN MOSCÚ»
Amor Towles (2016)
UN CABALLERO…
…no es otro que el
conde Alexandr Ilich Rostov, un aristócrata ruso, culto y elegante: un protagonista maravilloso, que se
relacionará con toda una galería de entrañables
personajes secundarios. En 1922, un comité revolucionario lo condenado a un arresto domiciliario perpetuo (si lo abandona, se
le ejecutará inmediatamente) en el Metropol, el lujoso hotel de Moscú donde residía hasta ese momento. En la novela
seguimos la vida del conde desde que sale escoltado por la puerta del Kremlin y
es confinado en el hotel (pasando, eso sí, de su suite a una buhardilla)
hasta 1954, cuando, tras muchas vicisitudes, dos agentes del KGB
acuden a buscarle. Tratará de amoldarse a su nueva situación y sobrevivir sin
perder su (refinada) educación, sus modales, sus principios y su
imperturbabilidad. Con Robinson Crusoe como modelo y siguiendo la máxima de su padrino (Si uno no controla las circunstancias, se
expone a que las circunstancias le controlen a uno), Rostov decide afrontar su situación concentrándose en los asuntos
prácticos. Observando cómo su mundo desaparece para siempre: Te voy a decir qué es una comodidad (…). Dormir hasta
mediodía y que alguien te traiga el desayuno en una bandeja. Cancelar una cita
en el último minuto. Tener un coche esperando a la puerta de la casa donde se
celebra una fiesta, para que en cualquier momento puedas irte a otra. Esquivar
el matrimonio en la juventud y aplazar tener hijos. Eso si son comodidades, y
hubo una época en que yo las tuve todas. Pero al final, han sido las incomodidades las que más me han importado.
…EN MOSCÚ
Allí recluido, observará el paso del
tiempo, el desmoronamiento de su sociedad y los cambios en las costumbres. Lleva una vida metódica. Frecuenta los restaurantes y bares del
hotel y es muy apreciado por todos sus trabajadores, convirtiéndose durante
cuatro décadas en testigo privilegiado de ese microcosmos de la sociedad rusa y distinguido exponente del
lujo y la decadencia que el nuevo régimen se ha propuesto erradicar, símbolo y resumen también de la vida soviética.
Mientras, en el exterior se desarrolla uno de los períodos más turbulentos del país, sucediéndose los acontecimientos a velocidad de vértigo, ya sean
un Plan Quinquenal, la caída de Bujarin, el ascenso de Stalin o
la cruel hambruna de Ucrania (siempre vistos a través de
esa ventana literaria encarnada por el personaje del conde). En efecto, al tiempo que se nos va presentando la historia de su familia,
asistimos a su progresiva adaptación a ser un exiliado en su patria, a los bolcheviques; al control del pensamiento; a la falta de libertad; al
ascenso de los patanes y los incompetentes… Hasta que un día se da cuenta de
que la Rusia que él conocía y amaba ha desaparecido. Este punto de inflexión le lleva a tomar una decisión drástica (que no
llegará a ejecutar).
No obstante,
su trayectoria vital cambia al conocer a Nina
Kulikova, niña de
doce años que vive en el hotel, del que ha hecho no
solo un lugar donde vivir, sino un increíble escenario donde correr las
aventuras más diversas. De la mano de Nina, presenciará (agazapado tras una balaustrada) reuniones donde se
establecen los estatutos de la nueva nación, recorrerá las entrañas del
edificio y empezará a entablar amistad con el personal.
ENTRE LA ELEGANCIA FORMAL Y EL HUMOR INCISIVO
Amor Towles (Boston, 1964), en una entrevista concedida al periódico
El País, dejó claro su propósito inicial: Mi intento
en la primera mitad del libro era que sonase un poco como una novela del XIX,
consistente con la educación del conde y su estado de ánimo. Pero quería que la
novela evolucionase con el tiempo y con el conde y así termina sonando como una
novela de espías de los cincuenta.
Escrita con una mezcla de nostalgia, ternura e ironía, destacan los diálogos, las relaciones entre los personajes y, sobre todo, las descripciones del universo del conde Rostov (estancias, restaurantes, peluquerías,
floristerías…): un mundo de refinamiento que acaba resultando
fascinante. Towles nos traslada
a los suntuosos salones del Metropol: nos hace admirar su mobiliario, sus
brillantes cristalerías, su delicada porcelana, su bruñida plata, e incluso nos
induce a oler sus flores. Son sobre todo las minuciosas
descripciones gastronómicas las que ocupan el
lugar más destacado, a través de un detallado inventario de platos
oportunamente acompañados por el vino y los postres adecuados.
En
cuanto al tono, el autor recurre, casi siempre, al humor. En ese registro se sitúan algunos de los pasajes más divertidos del libro: la discusión con un alemán sobre las maravillas de su país; la decisión
aberrante de quitar las etiquetas de los vinos
buscando la igualdad; y, sobre todo, el pequeño tratado sobre el duelo que aparece en una de las partes
iniciales de la obra. Aunque, obviamente, al denunciar los excesos de la Unión Soviética (purgas,
gente que desaparece, miembros del Partido que ascienden a pesar de su escasa
valía…), no todo pueda tener un tratamiento divertido.
Mención especial merece el narrador, objetivo
(en tercera persona), pues pasa a subjetivo
(en primera persona) en determinados momentos,
convirtiéndose en un personaje (ruso) más, aunque en ningún momento intervenga
en la trama (es como si fuera alguien enterado de la historia, que simplemente
nos la cuenta, pero que en ocasiones interpela al lector como en un relato
oral).
NOVELA MATRIOSKA
Pero si
algo caracteriza, por encima de todo, esta novela, es
la cantidad de historias de las que
está trufada y que sirven para mostrar diversos aspectos de la vida rusa,
caracterizar a muchos personajes y ofrecer escenas entrañables. En efecto, el autor abre una historia dentro
de otra para desgranar las descabelladas políticas estalinistas,
la vida en las cotidianas colas de la población rusa, los subterfugios del
régimen para espiar a los extranjeros o las consecuencias sociales de la vida
en el
Gulag.
Entre esas historias sensacionales sobresale la del escuadrón de cosacos rojos que descuelgan las
campanas de un monasterio (y lanzan desde lo alto del campanario al abad por
protestar) para fabricar cañones, lo que le hace reflexionar al conde sobre el
hecho de que las campanas hubieran sido construidas con el metal de las piezas
de la artillería francesa arrebatada a Napoleón, que a su vez habían
sido forjadas con el de las campanas de La Rochelle... (la anécdota es inventada, aunque ciertamente cosas así ocurrieron, reconoce
el autor). Pero también introduce otro tipo de historias, toda una serie de
historias fabulosas, remedo de Las mil y una noches, como la que la amante del conde le
cuenta sobre los tres hijos del comerciante, donde el menor triunfa y se enriquece.
Son, pues, muchas las
razones para leer esta amena e interesante novela, que lejos de ser una obra completamente conseguida, no por ello
deja de ser un libro de fácil, interesante y placentera lectura; dejando también constancia de que la idea del autor nos parece
suficientemente conseguida: Durante las dos décadas en que estuve en el negocio de las inversiones,
viajé mucho, y cada año pasaba semanas en hoteles de ciudades lejanas para
reunirme con clientes. En 2009, al llegar a mi hotel en Ginebra, por octavo año
consecutivo, reconocí a algunas de las personas que estaban en el vestíbulo del
año anterior. Era como si nunca se hubieran marchado. Arriba, en mi habitación,
comencé a jugar con la idea de una novela en la que un hombre se queda atrapado
en un gran hotel. Pensando en que debería estar allí más por la fuerza que por
decisión propia, mi imaginación saltó inmediatamente a Rusia, donde el arresto
domiciliario ha existido desde tiempo de los zares.
NOTA BENE: Negligencia editorial.
Cuando un autor compartimenta su obra en capítulos y los titula (hay que recordar que un título es información para el lector) parece de mínima cortesía con él y con sus lectores incluir un índice en el que aparezcan los apartados y capítulos debidamente registrados con sus títulos. En este caso, la novela está compuesta por una introducción (con el fragmento de un poema y el informe de la vista del comité revolucionario), un epílogo (con dos breves capítulos), y cinco libros conformados por un número variable de años, cada uno de los cuales se desgrana en capítulos intitulados. Pues bien, nada de esa estructura narrativa está a disposición del lector, de forma que no tiene mapa orientativo y ha de ir descubriendo el territorio sin otra referencia que el avance de su propia lectura. Un hecho que se viene repitiendo con demasiada frecuencia en recientes ediciones de diversas editoriales y que supone un fallo editorial tan lamentable como

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