«DE PARTE DE LA
PRINCESA MUERTA»
Kenizé Mourard (1987)
HISTORIA
DETRÁS DE LA HISTORIA
La autora, nacida como Kenizé
de Kotwara Mourard (París, 1939), es hija de una princesa turca, Hanim Selma
Rauf (Estambul 1914 - París, 1941) y de Nawab Amir al-Kotwara; Y, por tanto, descendiente, por
línea paterna, de Hazrat Hussein, nieto de Mahoma, cuyos descendientes llegaron de Arabia a la India en el
siglo XI. Su madre, Selma, descendía del sultán Murad V. Tras toda una serie de azarosas
vivencias y episodios de los que da cumplida cuenta el libro que nos ocupa, Selma se trasladó a París en marzo de 1939 para dar a luz a Kenizé, a pesar de que hizo creer a su marido que había nacido
muerta razón por la cual el Nawab no supo de la
existencia de su hija hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La madre de Kenizé murió de septicemia en un hotel de París, en enero de 1941, dejando a su hija al
cuidado de un siervo fiel que la acompañó a Francia desde la India y que había
estado al servicio de la familia desde los tiempos de Estambul. Tras estar a
punto de morir de inanición, Kenizé se crió, desde 1941, en la sede del
consulado de Suiza y se educó en un convento de monjas católicas, que la dieron
en adopción a dos sucesivas
familias francesas y a una española.
A los veinte años, rastreando sus raíces, se interesó por el Islam mediante la lectura de los textos de los sabios del sufismo. Además, viajó a la India y Paquistán, mientras realizaba sus estudios de Psicología y sociología en La Sorbona. En 1970, comenzó a trabajar en el servicio de documentación del Nouvel Observateur, donde pasará a escribir artículos especializados (en Oriente Medio y el subcontinente indio), habiendo hecho la cobertura de las guerras en el Líbano, el conflicto palestino-israelí, y la Revolución iraní.
Su
primera novela será DE PARTE DE LA PRINCESA MUERTA,
que se convirtió inmediatamente en un éxito de ventas en todo el mundo,
traduciéndose a más de veinte idiomas, incluido el turco. En Turquía, el libro tuvo un éxito particular, pues contaba
por primera vez el final del Imperio a través de los ojos de un miembro de la
familia imperial: sólo dejaron de traducirse las partes de la novela donde aparecía
la figura de Kemal Ataturk, del que la madre de Kenizé estuvo enamorada platónicamente
de niña.
Posteriormente ha publicado otra novela, Los jardines de Badalpur (1998), que narra la historia de su reconciliación con la parte india de su familia. Así mismo, ha vuelto a Turquía: vive en Estambul, en una casa en el Bósforo. Habla con absoluta fluidez francés, inglés, árabe, urdu y español, pero curiosamente no habla turco.
LA MADRE,
ESA MUJER
La novela es, ante todo, un tributo de la autora, a su madre, a la que no llegó a conocer como mujer y apenas como madre (cuando murió contaba poco más de un año). Si la figura materna es para todo ser humano el principal y primordial referente afectivo y existencial, parece ser que, cuando no se ha la conocido nunca, ese vacío actúa aun con mayor fuerza, llevando al individuo a buscarla e idealizarla casi hasta la veneración. Pero si, como ha sido el caso de esta periodista, además de ser su madre, esa mujer ha tenido una vida tan intensa y exótica como la suya, es fácil comprender su interés por rastrear sus raíces, revisar su vida y llegar así a comprenderla años después.
En efecto, Selma, la protagonista de la novela, esa princesa muerta, no es otra que su propia madre. Selma sufrió un destino ciertamente paradójico, pues habiendo nacido princesa (iba a ser la última del Imperio Otomano), al final de su infancia se encontró con el derrumbamiento de todo lo que hasta ese momento constituía su mundo, asistiendo a tal catástrofe vital sin comprenderla. A partir de ahí, la escritora despliega ante el lector la vida de su madre.
Estamos, por tanto, ante
una biografía. Pero no se trata de una biografía
cualquiera: la peripecia vital de esa mujer transciende el tributo meramente
filial, ya que el libro es la narración minuciosa y apasionada de su lucha por hacerse con su vida,
intento siempre presidido por un inquebrantable deseo de emancipación.
LA
GEOGRAFÍA DE LA BIOGRAFÍA
El relato se articula en
cuatro bloques que se corresponden con otras tantas ciudades y/o países en que transcurren cada una de las partes de la vida de la
protagonista.
El libro se abre en Estambul, antigua capital del Imperio Otomano, en donde se nos
presenta a la niña Selma que, sin saberlo (ni mucho
menos comprenderlo), asiste al fin de tal imperio y al nacimiento de la moderna
Turquía.
Beirut es el siguiente escenario, donde se desarrollará la adolescencia de la princesa. Allí,
junto a su fiel eunuco, Zaynel, vivirá los bailes
galantes de una sociedad cosmopolita y libre (por muy poco tiempo), mientras
comienza a cernirse el fantasma de la guerra.
Luego vendrá la India, en un bloque proporcionalmente tan extenso como el propio país. La India significará, primero, el amor, pues será lo que sienta por su marido, el rajá; después, el desconcierto, dado que las costumbres y usos de tan ancestral sociedad la mantendrán en una continua confusión; y, finalmente, la asfixia, porque esa cultura y sus tradiciones van a ir limitando paulatinamente su capacidad de movimiento y, en cuanto mujer, la van a ir reduciendo a simple figura protocolaria, precisamente todo lo contrario de lo que Selma pretendía ser. Este bloque posiblemente constituya la mejor parte del libro (además de, como se ha dicho, la más extensa): presenta una descripción detallada e intensa del destino reservado a la mujer, por su condición, en una sociedad patriarcal y machista (el que sea la india, salvo por lo exagerado, sólo resulta anecdótico). Finalmente, el deseo de libertad de Selma se impone, incluso al amor por su marido, y consigue "escapar" embarazada de esa auténtica tela de araña en la que ha estado a punto de sucumbir.
París, la ciudad de la libertad, constituirá el escenario final, el del último bloque. Selma sola, con su hija recién nacida y un reencontrado Zaynel, vivirá pasajeramente una libertad marcada por la pobreza y la enfermedad, pero libertad al fin. Este breve y seco capítulo final, que fácilmente podría haber sido melodramático, huye del sentimentalismo fácil y del alargamiento inútil.
Digno broche para una novela recomendable para quienes se
interesen por la vida y los sentimientos. Principalmente para las mujeres, que como decía Antonio Gala,
son quienes marcan los éxitos en España, simplemente porque son quienes leen. Debe ser verdad, porque, al menos
en este caso, su éxito en nuestro país ha sido y sigue siendo considerable.

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