martes, 23 de abril de 2024

OTOÑO

 

«OTOÑO»
Ali Smith (2016)


«Y he aquí una vieja historia tan nueva que todavía está pasando, que está escribiéndose ahora mismo sin saber dónde ni cómo acabará».


LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE UNA TRAMA FRAGMENTADA

La novela se abre de manera abrupta con un pasaje inquietante a la vez que extraño: Daniel Gluck, aparece perdido en medio de una tierra que no conoce o de la que apenas sabe algo. Después, aparece Elisabeth Demand, que le visita a veces, para hacerle compañía, o que él se la haga a ella con su presencia, porque la relación entre ambos conforma la línea sobre la que, de manera fragmentada, trascurre la historia.

En efecto, la trama se articula sobre improbable historia de amor platónico entre Daniel, un anciano de 101 años, y Elisabeth, una profesora de Historia del Arte, de 32 y con un sueldo precario, en la Inglaterra inmediatamente posterior al Brexit (un país dividido y desconcertado). Las ensoñaciones de ese viejo excéntrico al final de su vida se ven alternadas con los recuerdos de la joven sobre el tiempo en que lo conoció: el hilo argumental se ve reducido a la relación de ambos personajes a través de los años. Y se hilvana también con la historia de dos personas reales: la artista pop británica Pauline Boty (a quien la protagonista dedica su tesis), olvidada y reconocida tras su muerte a los 28 años; y la modelo Christine Keeler, quien mantuvo, en el apogeo de la guerra fría, relaciones sexuales simultáneas con el ministro británico para la Guerra y un diplomático soviético. Para completar todo ello, se aprovechan también esos resquicios para introducir múltiples referencias (literarias, televisivas, cinematográficas, teatrales, etc.), argumentos de obras o descripciones de cuadros (mayormente collages de Boty): casi siempre más cercanos al artículo de la Wikipedia que a un tratamiento narrativo pertinente.

PASADO, PRESENTE Y... (¿futuro?)

Mientras él duerme, ella le lee. El pasado de ambos retorna entonces en un juego de recuerdos fragmentados: cuando Elisabeth tenía diez años, se mudó con su madre a la casa vecina a la de Daniel. Entre los dos se produjo una conexión inmediata. Los recuerdos de los juegos de imaginación cuando era una niña, los paseos a su lado, las maduras conversaciones mantenidas durante su adolescencia, los acertijos y las reflexiones sobre el arte y el mundo constituyen el eje de la novela. Esa amistad sostenida en el tiempo, su afecto, plasmado mediante flashbacks (técnica que altera la secuencia cronológica, trasladando la acción al pasado), representa el único cable al que asirse en este torbellino expositivo que genera la autora: la novela avanza por varios hilos argumentales (bastante desmadejados, por cierto) que no paran de cruzarse y de mezclarse. La relación de Elisabeth con su madre, con el arte (concretamente con la obra de Pauline Boty) y, sobre todo, con Daniel, setenta años mayor que ella.

Por su parte, Gluck actúa, en realidad, como una inusitada metáfora: del amor, la esperanza, el recuerdo; en suma, de un mundo feliz. De otro mundo, no de éste.

UNA MIRADA PRETENDIDAMENTE SOCIOLÓGICA

Con poco, muy poco, la autora intenta hacer ver, sin conseguirlo salvo en contadas ocasiones, las contradicciones de la sociedad, la división existente y el incipiente recelo que empieza a cundir entre conciudadanos y vecinos hacia quien viene de fuera. La autora utiliza los resquicios que deja la narración fragmentada de recuerdos y situaciones para introducir ideas sobre las dudas e inquietudes latentes en la sociedad, insertando su visión sobre pretendidos temas de enorme actualidad como el concepto de una Europa que se está gestando, la deriva cada vez más racista e intolerante de su país, la imposibilidad de mejorar la comunicación entre las personas, el papel de la mujer en la sociedad (y, en particular, en el mundo del arte), las relaciones familiares, el amor y, por supuesto, la función de la literatura en la (re)creación de un nuevo mundo

Tal amalgama de ideas, que pretende ser una mirada calidoscópica, hace del libro un torrente de cuestiones que se abren de manera desordenada, de modo que apenas se comprende hacia donde avanza, de forma que el lector, pretendido observador y partícipe de esta realidad, se ve obligado a seguir leyendo a la espera de recorrer con la autora y sus endebles personajes (poco más que arquetipos) la trama (¿narrativa?). Pocas veces logra aportar esa mirada distinta (sobre lo cotidiano, las ruinas del viejo imperio británico, el desmoronamiento de los servicios, los desgarros del tejido social): sólo cuando recurre al humor. Ejemplo destacados los encontramos en la escena en que Elisabeth va a renovar el pasaporte.

De hecho, ahora (tan solo unos años después de su gestación) se lee con otra perspectiva: es lo que tiene la inmediatez. Para empezar, porque cuando Smith escribió sobre el Brexit de vallas electrificadas y fobia turística, aun no se habían asentado las aguas de la desconexión británica y, transcurrido el tiempo, no parece que se haya confirmado lo que, en principio, se temía. Tampoco aporta ningún tipo de consideración para recordar quiénes somos, qué teníamos o qué perdimos con el cambio, más allá del estereotipo o la anécdota.

FICCIÓN EN TIEMPO REAL

Parece conveniente considerar su génesis y las consecuencias de la misma. Corría el verano de 2014 y Ali Smith terminaba un año después de lo previsto el manuscrito de su última novela (How to Be Both), pero su editor la tranquilizó: pese a tan dilatado retraso, la obra podría llegar a las librerías en la fecha prevista, sólo seis semanas después. La constatación de que los supuestos largos periodos de la edición literaria podían reducirse (para su sorpresa) a menos de un mes y medio le llevó a considerar un viejo sueño: la idea de publicar un libro casi en tiempo real. Responder a la urgencia del presente escribiendo y enviando a imprenta lo escrito sin tener tiempo de arrepentirse. Así nació el Cuarteto estacional, compuesto por cuatro novelas que Smith editó entre el otoño de 2016 y el verano de 2020: cada una publicada en la estación que le da título, con un intervalo de solo unos meses.

Este experimento literario de escribir (y publicar) ficción casi en tiempo real y al paso de las estaciones pretende acercar la literatura al presente, buscando modos de comprensión de la actualidad a partir de la ficción: no es tarea fácil, pues se corre el riesgo de tender peligrosamente a lo documental o periodístico.

Hay novelas que se ciñen a un argumento y se desarrollan a partir de él, buscando una trama que sustente el avance de la historia. En otras, como ésta, la trama no consiste en una historia que avanza de manera lineal u ordenada, sino que una idea (o un conjunto de ellas) conforma el argumento. El resultado obtenido depende de la capacidad del autor para armonizar y exponer con maestría todo aquello que plantea o deja de plantear (compárese esta novela con cualquiera de las de Javier Marías, por ejemplo). En este sentido y siguiendo esta premisa argumental, Ali Smith busca que el lector recorra esta narración fragmentada sin necesidad de cerrarla, pues cada uno se ha de encargar de rellenar los vacíos a medida que lee: pretende dibujar lo justo para que el lector interprete el resto (su propuesta es: hágalo usted mismo). Presenta un bosquejo que delimita el contenido y deja suficiente espacio en blanco para que lo rellene el lector, partiendo de su experiencia vital y lectora.

LA REALIDAD Y EL DESEO

Partiendo de la estrategia narrativa del yo abierto de la literatura moderna, Smith invita a ser parte activa y dinámica de la construcción de sus historias, de modo que la novela sea un espacio compartido, accesible y sugerente. Pero, como suele suceder, una cosa es el deseo y otra la realidad. En el caso de esta primera novela del Cuarteto estacional, no lo ha conseguido, propiciando una lectura desordenada, irregular, esquemática (más cercana a la simplicidad que a la sencillez que pretende, al modo de Katherine Mansfield), aunque con secuencias de cierta calidad. Buscando no cerrarse a una lectura unívoca ni unidireccional (y acudiendo al Brexit como referente) se queda en una mirada no demasiado original.

Así, las crónicas de carácter más político y emanadas del momento presente (que tratan la fugacidad, la división y la crisis) parecen intentar reflejar tanto la pujanza del sueño y la memoria, como la placidez del pensamiento, del paso del tiempo, de la amistad y el amor. Intenta, sin apenas conseguirlo, concertar las evocaciones cariñosas de Elisabeth y las imágenes poéticas y oníricas de Daniel; las experiencias cotidianas al lado de su madre; las notas biográficas de Pauline Boty (cuya vida abre paso a una lectura particular de la amistad entre Elisabeth y el señor Gluck); así como de la propia sociedad británica durante la segunda mitad del siglo pasado (recuperando también los aspectos más populares de Christine Keeler y el Caso Profumo). En suma, si su intención era ofrecer una novela abierta y compleja, llena de vanguardia, de poesía y de humor que combinase variados registros narrativos, distintas voces e imágenes vinculadas al paso del tiempo y la amistad, el resultado final ha sido más bien un collage casi naïf que pretende sostenerlo todo, sin lograrlo, pues, a pesar de su despliegue creativo, OTOÑO lejos de transmitir un conjunto compacto, se diluye en una serie de recuerdos, diálogos, anécdotas, descripciones e informaciones. Y es que, como señala el personaje de Elisabeth, las personas hablan sin que lo que digan llegue a convertirse en diálogo.

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