«UN CABALLERO A LA DERIVA»
Herbert Clyde Lewis (1937)
PERSECUCIÓN POLÍTICA, DEUDAS Y ALCOHOL
Como es posible que, como en mi
caso, el desconocimiento de este escritor y de su libro sea total, parece
lógico empezar la reseña por conocer al autor. Herbert Clyde Lewis
(1909-1950) nació en Nueva York de padres judíos originarios de Rusia. Tras ser
corresponsal en Shanghái, regresó a Estados Unidos en 1933 y comenzó a escribir
ficción mientras trabajaba para el New York Journal. En 1937, con apenas
28 años, publicó su primera novela, UN CABALLERO
A LA DERIVA, a la que siguieron Spring
Offensive (1940), de próxima publicación en Periférica, y Season’s Greetings
(1941). En 1942 se trasladó a Hollywood, donde fue guionista para la
20th Century Fox. Fue nominado al premio de la Academia en el apartado de guion
original por la película Sucedió en la 5ª
Avenida (1947). Con el tiempo, por
sus actividades políticas entro en la lista negra hollywoodiense, razón
por la que hubo de volver a Nueva York en 1949, donde colaboró como editor en
la revista Time. Acosado por las
deudas y minado por el alcohol, falleció en 1950 a los cuarenta y un años, de
un ataque al corazón.
Sobre la novela, hay que señalar,
en primer lugar, que con ella, la editorial Periférica vuelve a rescatar una
pequeño diamante literario. Pequeño por su extensión, pues es una nouvelle (novela
corta) de 148 páginas y aparentemente sencilla. Diamante, porque indaga en la
condición humana con precisión, originalidad y sentido del humor. Alabada en el
mundo anglosajón, se puede decir que está mejor escrita de lo que parece, pues no
sobra ni falta nada en ella haciéndola amena y profunda a la vez. La novela se lee
con interés, aunque no sea precisamente una obra optimista. Y, aunque se la haya
comparado con la literatura del absurdo, no parece esa una comparación
muy acertada, por cuanto no es en absoluto una historia absurda, sino
indudablemente verosímil; absurda es la vida que tan bien refleja.
EL CORREDOR DE BOLSA QUE NAUFRAGÓ EN MITAD DEL PACÍFICO
Lo curioso de esta novela es que
presenta una situación única: la historia de un caballero neoyorquino
que se ha caído al mar de un barco. Y, a partir de ahí, el dilema entre si se
darán cuenta a bordo y lo recogerán, o morirá ahogado. Historia que se explora
mediante tres vías narrativas: los antecedentes del protagonista, lo que pasa
en el barco, lo que él piensa.
De ese modo Herbert Clyde Lewis (HCL)
creó una pieza en la que la sencillez y la tensión se funden para hacer de la
narración una parábola tragicómica que lleva a la reflexión de, por ejemplo,
cómo ordenamos las prioridades en la vida, y a preguntarnos por qué a veces
sentimos la necesidad de naufragar, pues no es fácil mantenerse siempre a
flote. Pese al ritmo, no incide en esa sensación angustiosa que trae consigo la
incertidumbre. Aunque como lectores queramos saber qué pasará finalmente con el
personaje, no es este el objetivo que pretendía el escritor. A él le interesa
algo más que ver a este hombre flotando en el océano, a merced de sí mismo (No
había nada más horrible que ser el último hombre de un mundo monótono). Sin
renunciar a esa dosis de suspense, lo que realmente pretendía era intentar
comprender qué es lo que significan esas horas que corren inexorables. Así,
pese a su brevedad esta fábula que nos afecta a todos, trata con sencillez, sin
menoscabo de la hondura, algunos temas fundamentales de la existencia humana.
El síndrome del privilegiado
insatisfecho
A los treinta y cinco años el
corredor de bolsa Henry Preston Standish
lleva una vida apacible (que fluye tranquilamente, sin hacer ruido): ha
tenido una selecta educación, goza de una acomodada posición social, vive
cómodamente en Nueva York y es un esposo fiel y un padre cariñoso de dos hijos.
Pero, aunque siempre ha hecho lo que se esperaba de él, tres o cuatro veces en
su vida, presenció como sus emociones le dominaban hasta perder el control.
Así, un día sufre una profunda crisis de identidad (crisis que suele producirse
en un momento de la vida –a los treinta y tantos–): cansado de la vida que
lleva (típica del privilegiado insatisfecho), se da cuenta de que no
había nada en el mundo que deseara realmente.
Es aquí donde la novela nos hace
ver lo que es tenerlo todo, y aun así, sentir que te falta algo esencial.
Porque justo eso es lo que le sucede al protagonista; siente que no es feliz
con lo que tiene (y lo tiene todo, éxito en el trabajo, una mujer que le
quiere, dos hijos preciosos y cariñosos, estatus social, una vida holgada y
llena de salidas y amistades, una selecta esmerada educación y una refinada
cultura). Tras cuatro días en cama, siente el súbito impulso de salir en busca
de la aventura y decide un largo viaje para reflexionar. Su esposa, ante la
alternativa de verlo apático en casa todo el día en la cama, acepta que quiera
hacer un viaje sólo. Es más, en su amor incondicional, lo acepta y anima para
ver si consigue cambiar su actitud y volver a ser feliz como siempre.
En el viaje que le lleva hasta
Hawái recupera, lejos de sus obligaciones habituales, cierta alegría de vivir:
nunca se ha sentido mejor. Entonces, de manera un tanto impredecible aplaza el
regreso y se embarca en el Arabella, un buque que hace la ruta
Hawái-Panamá. A bordo, Standish se integra
con el resto de los pasajeros y la tripulación. El viaje resulta un éxito y le
sirve para ordenar su cabeza, así como para disfrutar de la paz y la
tranquilidad que tanto anhelaba. Entonces la banalidad trunca su brillante
destino: una noche, decide acostarse muy pronto y se despierta antes de lo
esperado. Determina subir a cubierta, tomarse un café y disfrutar del amanecer.
Pero en un determinado momento, una tontería: resbala en una mancha de grasa
mientras y cae por la borda.
Caballero al agua
Ha sido criado como un caballero,
viste como un caballero, piensa como un caballero, vive una vida encorsetada de
caballero y como tal reacciona: manteniendo las formas. Ese cumplimiento de las
normas le impide, entre otras cosas, gritar cuando se cae al agua, porque se da
cuenta de que lleva unos calzoncillos indecorosos, y qué poco digno
sería ser rescatado de esa guisa. El crucero se aleja y él, experimentado
nadador y de carácter resuelto, analiza estoicamente todas las posibilidades de
supervivencia y bracea con la esperanza de que lo rescaten en el plazo de pocas
horas
Así plantea HCL, sin ambages, el tema de los convencionalismos sociales: la
dignidad, la corrección, las apariencias y todo eso. Ahí está ese fino detalle
psicológico en el que Standish lo primero
que piensa no es si va a morir o no, lo primero que piensa en Uy que
vergüenza. Un caballero como yo, cómo he podido y cómo lo contaré… Somos
seres sociales y tontos hasta el final, creyendo que hay que mantener la
compostura. Llega incluso un momento en que piensa que lo van a salvar y va a
ser un héroe, por lo que se siente orgulloso (tan contento allí, naufragado).
Aunque la auténtica cuestión es lo que ocurre cuando de repente San Pablo
que se cae del caballo y considera los verdaderos valores: ¿qué hacer a
partir de ahí?
Sin embargo, la vida sigue en el Arabella,
nadie a bordo advierte su ausencia hasta pasadas muchas horas. Todos piensan
que lo más seguro es que su desaparición se deba a un premeditado suicidio. Standish es quien lleva la situación con más
normalidad, aceptando las consecuencias de una experiencia ciertamente
extravagante y con la esperanza de que volverán para rescatarle. Mientras, va
perdiendo sus escrúpulos de caballero.
…El vivo al bollo
Así aparece el relevante tema del egoísmo
profundo del ser humano, puesto en evidencia por lo que pasa en el barco. Allí
todos, pasajeros y tripulación, se llevaban muy bien con él, pero no se quieren
enterar de que ha caído. Lo que quieren todos es comer, ser felices, olvidar la
desgracia ajena.
Se ha dicho siempre que la muerte
es la experiencia solitaria por antonomasia: aunque el moribundo esté en su
cama rodeado de sus seres queridos, cogiendo su mano por turnos, su vivencia
erige una barrera infranqueable ante el mundo. También esto parece aquí, y no
hay metáfora más acertada que la de un hombre solo, preguntándose si ha llegado
su hora en medio del Pacífico, hábilmente remachada mediante el relato de lo
que ocurre en el barco mientras Standish
flota, piensa, rememora y espera. Incluso cuando se han dado cuenta de su
ausencia y dan la vuelta para rescatarlo, los pasajeros siguen como si nada o,
prácticamente, como si nada: la cena de esa noche a bordo del Arabella,
servida puntualmente a las cinco, fue un gran éxito.
Me ha llamado, en este sentido, la percepción
que Standish deja en quienes le rodean,
frente a su propia imagen real. Porque ese Standish
imaginario, ideal, que la persona de Standish
ha forjado durante tanto tiempo se quiebra cuando algo tan poco digno violenta
su vida. HCL señala como, muchas veces,
proyectamos en los demás lo que recibimos, tal cual; mientras que otras, creemos
estar siendo de una manera pero los demás lo perciben justo al revés, como si
de dos realidades contrarias se tratase. Así, frente a su ilusión de que la
gente del barco le echará de menos y sabrá que se ha caído por la borda y el Arabella
volverá a recogerle, nadie repara en su ausencia. Él cree dejar huella en la
vida de aquellos a quienes acaba de conocer, pero nada más lejos de la
realidad.
Apurando la metáfora hasta el
rigor, el autor subraya que, disminuido y trivializado, Standish carece en el agua de las prerrogativas que lo auspiciaban
en tierra firme. Contra los elementos, se nos parece advertir, ningún hombre es
grande.
Es más
Standish simboliza las debilidades humanas: hasta la muerte somos
vanidosos y nos equivocamos (va a nadar hacia el barco y luego se da cuenta que
está nadando al revés, alejándose): las equivocaciones humanas siempre.
A la deriva
Y claro todo ello lleva al
protagonista y al lector a plantearse el sentido de la vida. ¿Quiénes somos?
¿Llevamos la vida que queremos? ¿Son auténticas nuestras relaciones? A la
deriva, Standish inicia una prolongada
introspección en la que considera su pasado y la placidez de su existencia
anterior, su vida presente y sus posibilidades de sobrevivir, la concatenación
de hechos que le han llevado a estar justo donde está; en la que fantasea con su
protagonismo una vez rescatado y a salvo y la fantástica aventura que narrará
en el caso de que logre sobrevivir; en la que cuestiona algunas de sus
convicciones más profundas y plantea la cuestión de la existencia en sus
términos más fundamentales.
Finalmente, cuando intuye que su
vida se le escapa, imagina la reacción de sus conocidos ante la noticia de su
muerte y descubre, enfrentado a la muerte, lo que realmente importa en la vida.
Porque intuye, primero, y luego sabe, como sabremos todos en el momento final,
que nuestra muerte no tendrá el menor impacto en el curso de las cosas. El
mundo seguirá girando, como si nada. Sí, HCL
refleja también la supresión del futuro: cuando uno muere va a ser nunca más,
el Never more de Edgar Allan Poe (The
Raven). Morirse no es solo la tragedia de morirse, es que el
mundo va a seguir igual sin uno.
Ahí, es consciente de cómo ha
vivido su vida y de a lo que se enfrenta (La gente no piensa de verdad en la
muerte hasta que la tiene encima), y cobra conciencia del tiempo que
ha dedicado al trabajo y del que ha dedicado a su familia llegando a
conclusiones que muchas veces se nos escapan: nuestra imprescindibilidad solo
en algunos ámbitos (Únicamente el verdadero Standish podía colmar esos
espacios: sus padres, su esposa y sus hijos tacharían de impostores a quienes
tuvieran intención de ocuparlos). El resto de espacios, por supuesto,
rápidamente llenarían su hueco. Para pensar y tener en cuenta.
Porque, sin duda, el tema
fundamental estriba en la llegada inesperada de la muerte. Por momentos, y
salvando todas las distancias, el libro recuerda a La
muerte de Ivan Ilich de León
Tolstoi, en el sentido de que nunca se piensa de verdad en ella. Además de
toda una la literatura al respecto desde las Coplas
a la muerte de su padre de Jorge
Manrique (cómo se viene la muerte tan callando), La hora de todos y
la Fortuna con seso de Francisco
de Quevedo (presentación de personajes que termina con …y le llego su
hora); hasta la más recientemente, Lo demás
es aire de Juan Gómez Bárcena (listados de nombres de
personas: murió, fue enterrado). Por
eso, al final, la vida es un caos. Por eso también hay alusiones al Libro de Job, el naufrago que se enfada con
Dios porque no le ayuda.
HENRY PRESTRON STANDISH, CABALLERO.
Sin duda, Un caballero a la deriva no habría funcionado si
su protagonista no hubiera sido todo un caballero. Bien es verdad que la
anécdota de un hombre que cae al mar desde un barco y flota de espaldas a la
espera de rescate resulta lo suficientemente atractiva para asegurar una
lectura emocionante; pero el efecto no sería el mismo si el náufrago no fuera Henry Preston Standish, Como el propio relato sugiere
sin la casta del protagonista, sustentado en la mera dinámica de la peripecia, no
habría sido el mismo. El libro está plagado de detalles que van apuntalando la
minuciosa deriva psicológica por la que pasa el personaje que, oscilando entre
el ironía y la compasión, plasma la desdicha, primero anímica y después existencial
(porque Standish primero se da cuenta de que
existe y después adquiere conciencia de su esencia).
Este inefable protagonista se ve flanqueado
por todo un friso de personajes secundarios y episódicos caracterizados con muy
pocos, pero sustantivos, trazos que proporcionan el necesario contrapunto. Desde
su familia: la esposa, Olivia (era una de
esas mujeres bien arregladas que seguiría siendo atractiva y hermosa muchos
años más) y los hijos, Henry Junior y Helen. Hasta los pasajeros: los dos misioneros (unos
tales señor y señora Brown) tan poco edificantes;
la dama (la fértil señora Benson) que
viaja sola con sus cuatro hijos (tres niñas y un
niño de edades que iban de casi cero a 3 años y 8 meses); sus hijos Jimmy y Gladys Benson (en
lo que el protagonista encontraba un deleite mayor del que nunca había
encontrado en los dos hijos que él tenía en Nueva York): el granjero Nat Adams (del norte de Estados Unidos de 73 años).
Pasando por la tripulación: el primer oficial, el
señor Prisk (preocupado porque se estaba haciendo mayor y los dos
hijos que tenía en Baltimore estaban creciendo),
El capitán Bell (no prestaba atención a sus pasajeros, enfrascado
haciendo una reproducción en miniatura de una goleta de cuatro palos); el señor Travis, jefe de máquinas (enseñaba a
quienes lo pedían los entresijos de la sala de máquinas, pero el bridge era lo
primero); los marineros, el finlandés Bjorgstrom
(un buen hombre … cuando estaba sobrio) y Gaskin
(insolente por naturaleza); el cocinero (un
negro estadounidense amable por naturaleza); el
camarero (que en verdad no era un tipo muy despierto). La importancia
de los secundarios, una vez más.
EL SECRETO DE LO SENCILLO
La novela, que divide en diez
capítulos sus 148 páginas, está escrita en tercera persona del pasado; su tono,
forma, extensión y ambiente resultan extremadamente precisos para mantener el
interés de la lectura: las horas (y las páginas) pasan no solo para el desventurado
protagonista, sino también para el lector, y la cuestión esencial persiste.
Sin duda supone todo un tour de
forcé: reflexionemos sobre ello. Se las ingenia para mantener el interés
del lector con algo que se reduce a está en el agua y jugar con una simple
alternativa: ¿le van a rescatar? ¿va a morir ahogado? Y no menos importante, cómo
hacerlo creíble. Porque ante la duda de si una persona puede aguantar tanto en
el mar, parece que sí, pues una noticia reciente notificaba la estancia de una
persona muchas más horas en el mar (www.eldia.es›2025/10/02›layonel-uci-pasar-60-horas-deriva-mar-122201349).
Narrada con un tono amable, un
tanto impasible, que acrecienta la sensación de angustia por la situación que
padece el protagonista, no deja espacio en su conversación interior para
grandes reflexiones existenciales ni religiosas., consiguiendo tensionar la
lectura hasta límites irritantes (por ejemplo, con la estúpida ceguera de
pasajeros y tripulación).
En efecto, HCL
logró dosificar milimétricamente humanidad y humor en unos materiales que parecían
destinados a un relato de mera e ineludible incertidumbre. Es el toque cómico,
que el autor desliza permanentemente y que logra distraer de la enorme tragedia
que supone estar ahí, en medio del mar.
Como cuando el personaje sopesa
quitarse la ropa para aligerar el peso, pero: Que lo subieran al Arabella en
calzoncillos blancos ya sería malo, pero que todos, incluidos el señor y la
señora Brown, lo vieran con unos de rayas azules y amarillas era algo que no
quería ni imaginar.
De igual talante es la escena en
que, sobrepasado por el barco, el caballero Standish percibe la popa del Arabella
como prominentes nalgas que sin decoro alguno el Arabella mostraba
desnudas, (…). Nunca había imaginado que un barco, ni cualquier otra
cosa, pudiera tener ese aspecto. (…). Podría considerarse algo femenino: una
dama de pecho grande y con las ideas claras, pero una dama al fin y al cabo.
Apurando el referencia (no se trata de un mero chiste, pues como apunta la
frase final del párrafo, es un detalle más de la caracterización del personaje)
la compara con el trasero desnudo de un mandril visto en el zoo de Nueva York,
porque la trasera
del barco se curvaba hacia dentro y bajaba hasta la pala del timón, proclamando
con todo derecho, mediante las huidizas líneas, que aquéllas eran partes
privadas, de las que un caballero decente debía apartar la vista.
Desde luego, la desdicha del
protagonista se sigue traduciendo y publicando no solo porque se cayera al mar,
sino también y sobre todo por la dolorosa deriva en la que le acompañamos. De
hecho, el título original inglés Gentleman Overboard,
tuvo hasta hace poco la imprecisa traducción en español de El caballero que cayó al mar, que ahora en
esta nueva edición se ha sustituido en favor de un título más preciso (se
agradece la respetuosa traducción del original), pues da cuenta del alejamiento
del náufrago del barco y, en cierto modo, del mecanismo interno de la novela: es
exactamente eso, la historia de un caballero a la deriva
Otro elemento crucial de la obra es
su adhesión a los estilemas de la novela de aventuras. Como Crusoe (Robinson
Crusoe de Daniel Defoe, Dantés (El Conde de
Montecisto de Alejandro Dumas) o Luis
Alejandro Velasco (Relato de un náufrago de
Gabriel García Márquez), Standish se dosifica
a sí mismo en rutinas para lograr su proyecto de supervivencia: cómo orientarse
respecto al horizonte, cómo calcular el tiempo hasta que en el barco se confirme
su ausencia, qué hacer con las ropas empapadas… Todo un cúmulo de maniobras que
se plasman en capítulos y conforman el ritmo de la descripción, sin apenas
descanso, cuando deambula indiscreta por los camarotes de los pasajeros y
tripulantes que empiezan a percatarse de la ausencia.
Asimismo, afinan la trama algunos
datos puntuales que se presentan cuando resulta necesario (aunque ninguno se
sale de los márgenes del género): la localización del accidente situada en una
intersección de corrientes que repele a los tiburones y atenúa el oleaje, la
notable capacidad nadadora de Standish,
etcétera. Sobrevivir en la inmensidad del Pacífico supone una empresa que la
narrativa no puede soslayar, y el autor no escatima esfuerzos para convencernos
de lo que Standish siente en cada momento,
consiguiendo ese complicado objetivo de que las cavilaciones sobre el desenlace
se mantengan hasta ese desenlace.
Narrado todo el con tanta profundidad como (aparente) sencillez (el secreto de lo sencillo es que no es sencillo), algunas de las escenas más destacables del libro se producen cuando Standish se desnuda: con cada prenda que se quita se comprende que se deshace de una convención social hasta quedar desnudo, inmaculado, primordial. La vida, el destino, el mar, el hombre. Está en el mar y está vestido, se va desnudando para quedar al final solo y desnudo como los hijos de la mar (Retrato, Antonio Machado).
Leído hoy, Un caballero a la deriva puede considerarse un obra visionaria, así como una pieza literaria destacable por su sencillez y su tensión narrativa. Y, sobre todo, una visión que, a poco que reflexionemos, resulta lúcida e implacable.
«Con todo, comprendía lo inexorable que era la actitud de la
naturaleza hacia toda forma de vida»

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