martes, 7 de octubre de 2025

UN CABALLERO A LA DERIVA

 

«UN CABALLERO A LA DERIVA»
Herbert Clyde Lewis (1937)


«El mundo estaba lleno de dignidad. Y dignidad era lo que un hombre necesitaba para vivir en paz»


PERSECUCIÓN POLÍTICA, DEUDAS Y ALCOHOL

Como es posible que, como en mi caso, el desconocimiento de este escritor y de su libro sea total, parece lógico empezar la reseña por conocer al autor. Herbert Clyde Lewis (1909-1950) nació en Nueva York de padres judíos originarios de Rusia. Tras ser corresponsal en Shanghái, regresó a Estados Unidos en 1933 y comenzó a escribir ficción mientras trabajaba para el New York Journal. En 1937, con apenas 28 años, publicó su primera novela, UN CABALLERO A LA DERIVA, a la que siguieron Spring Offensive (1940), de próxima publicación en Periférica, y Season’s Greetings (1941). En 1942 se trasladó a Hollywood, donde fue guionista para la 20th Century Fox. Fue nominado al premio de la Academia en el apartado de guion original por la película Sucedió en la 5ª Avenida (1947). Con el tiempo, por sus actividades políticas entro en la lista negra hollywoodiense, razón por la que hubo de volver a Nueva York en 1949, donde colaboró como editor en la revista Time. Acosado por las deudas y minado por el alcohol, falleció en 1950 a los cuarenta y un años, de un ataque al corazón.

Sobre la novela, hay que señalar, en primer lugar, que con ella, la editorial Periférica vuelve a rescatar una pequeño diamante literario. Pequeño por su extensión, pues es una nouvelle (novela corta) de 148 páginas y aparentemente sencilla. Diamante, porque indaga en la condición humana con precisión, originalidad y sentido del humor. Alabada en el mundo anglosajón, se puede decir que está mejor escrita de lo que parece, pues no sobra ni falta nada en ella haciéndola amena y profunda a la vez. La novela se lee con interés, aunque no sea precisamente una obra optimista. Y, aunque se la haya comparado con la literatura del absurdo, no parece esa una comparación muy acertada, por cuanto no es en absoluto una historia absurda, sino indudablemente verosímil; absurda es la vida que tan bien refleja.

EL CORREDOR DE BOLSA QUE NAUFRAGÓ EN MITAD DEL PACÍFICO

Lo curioso de esta novela es que presenta una situación única: la historia de un caballero neoyorquino que se ha caído al mar de un barco. Y, a partir de ahí, el dilema entre si se darán cuenta a bordo y lo recogerán, o morirá ahogado. Historia que se explora mediante tres vías narrativas: los antecedentes del protagonista, lo que pasa en el barco, lo que él piensa.

De ese modo Herbert Clyde Lewis (HCL) creó una pieza en la que la sencillez y la tensión se funden para hacer de la narración una parábola tragicómica que lleva a la reflexión de, por ejemplo, cómo ordenamos las prioridades en la vida, y a preguntarnos por qué a veces sentimos la necesidad de naufragar, pues no es fácil mantenerse siempre a flote. Pese al ritmo, no incide en esa sensación angustiosa que trae consigo la incertidumbre. Aunque como lectores queramos saber qué pasará finalmente con el personaje, no es este el objetivo que pretendía el escritor. A él le interesa algo más que ver a este hombre flotando en el océano, a merced de sí mismo (No había nada más horrible que ser el último hombre de un mundo monótono). Sin renunciar a esa dosis de suspense, lo que realmente pretendía era intentar comprender qué es lo que significan esas horas que corren inexorables. Así, pese a su brevedad esta fábula que nos afecta a todos, trata con sencillez, sin menoscabo de la hondura, algunos temas fundamentales de la existencia humana.

El síndrome del privilegiado insatisfecho

A los treinta y cinco años el corredor de bolsa Henry Preston Standish lleva una vida apacible (que fluye tranquilamente, sin hacer ruido): ha tenido una selecta educación, goza de una acomodada posición social, vive cómodamente en Nueva York y es un esposo fiel y un padre cariñoso de dos hijos. Pero, aunque siempre ha hecho lo que se esperaba de él, tres o cuatro veces en su vida, presenció como sus emociones le dominaban hasta perder el control. Así, un día sufre una profunda crisis de identidad (crisis que suele producirse en un momento de la vida –a los treinta y tantos–): cansado de la vida que lleva (típica del privilegiado insatisfecho), se da cuenta de que no había nada en el mundo que deseara realmente.

Es aquí donde la novela nos hace ver lo que es tenerlo todo, y aun así, sentir que te falta algo esencial. Porque justo eso es lo que le sucede al protagonista; siente que no es feliz con lo que tiene (y lo tiene todo, éxito en el trabajo, una mujer que le quiere, dos hijos preciosos y cariñosos, estatus social, una vida holgada y llena de salidas y amistades, una selecta esmerada educación y una refinada cultura). Tras cuatro días en cama, siente el súbito impulso de salir en busca de la aventura y decide un largo viaje para reflexionar. Su esposa, ante la alternativa de verlo apático en casa todo el día en la cama, acepta que quiera hacer un viaje sólo. Es más, en su amor incondicional, lo acepta y anima para ver si consigue cambiar su actitud y volver a ser feliz como siempre.

En el viaje que le lleva hasta Hawái recupera, lejos de sus obligaciones habituales, cierta alegría de vivir: nunca se ha sentido mejor. Entonces, de manera un tanto impredecible aplaza el regreso y se embarca en el Arabella, un buque que hace la ruta Hawái-Panamá. A bordo, Standish se integra con el resto de los pasajeros y la tripulación. El viaje resulta un éxito y le sirve para ordenar su cabeza, así como para disfrutar de la paz y la tranquilidad que tanto anhelaba. Entonces la banalidad trunca su brillante destino: una noche, decide acostarse muy pronto y se despierta antes de lo esperado. Determina subir a cubierta, tomarse un café y disfrutar del amanecer. Pero en un determinado momento, una tontería: resbala en una mancha de grasa mientras y cae por la borda.

Caballero al agua

Ha sido criado como un caballero, viste como un caballero, piensa como un caballero, vive una vida encorsetada de caballero y como tal reacciona: manteniendo las formas. Ese cumplimiento de las normas le impide, entre otras cosas, gritar cuando se cae al agua, porque se da cuenta de que lleva unos calzoncillos indecorosos, y qué poco digno sería ser rescatado de esa guisa. El crucero se aleja y él, experimentado nadador y de carácter resuelto, analiza estoicamente todas las posibilidades de supervivencia y bracea con la esperanza de que lo rescaten en el plazo de pocas horas

Así plantea HCL, sin ambages, el tema de los convencionalismos sociales: la dignidad, la corrección, las apariencias y todo eso. Ahí está ese fino detalle psicológico en el que Standish lo primero que piensa no es si va a morir o no, lo primero que piensa en Uy que vergüenza. Un caballero como yo, cómo he podido y cómo lo contaré… Somos seres sociales y tontos hasta el final, creyendo que hay que mantener la compostura. Llega incluso un momento en que piensa que lo van a salvar y va a ser un héroe, por lo que se siente orgulloso (tan contento allí, naufragado). Aunque la auténtica cuestión es lo que ocurre cuando de repente San Pablo que se cae del caballo y considera los verdaderos valores: ¿qué hacer a partir de ahí?

Sin embargo, la vida sigue en el Arabella, nadie a bordo advierte su ausencia hasta pasadas muchas horas. Todos piensan que lo más seguro es que su desaparición se deba a un premeditado suicidio. Standish es quien lleva la situación con más normalidad, aceptando las consecuencias de una experiencia ciertamente extravagante y con la esperanza de que volverán para rescatarle. Mientras, va perdiendo sus escrúpulos de caballero.

…El vivo al bollo

Así aparece el relevante tema del egoísmo profundo del ser humano, puesto en evidencia por lo que pasa en el barco. Allí todos, pasajeros y tripulación, se llevaban muy bien con él, pero no se quieren enterar de que ha caído. Lo que quieren todos es comer, ser felices, olvidar la desgracia ajena.

Se ha dicho siempre que la muerte es la experiencia solitaria por antonomasia: aunque el moribundo esté en su cama rodeado de sus seres queridos, cogiendo su mano por turnos, su vivencia erige una barrera infranqueable ante el mundo. También esto parece aquí, y no hay metáfora más acertada que la de un hombre solo, preguntándose si ha llegado su hora en medio del Pacífico, hábilmente remachada mediante el relato de lo que ocurre en el barco mientras Standish flota, piensa, rememora y espera. Incluso cuando se han dado cuenta de su ausencia y dan la vuelta para rescatarlo, los pasajeros siguen como si nada o, prácticamente, como si nada: la cena de esa noche a bordo del Arabella, servida puntualmente a las cinco, fue un gran éxito.

Me ha llamado, en este sentido, la percepción que Standish deja en quienes le rodean, frente a su propia imagen real. Porque ese Standish imaginario, ideal, que la persona de Standish ha forjado durante tanto tiempo se quiebra cuando algo tan poco digno violenta su vida. HCL señala como, muchas veces, proyectamos en los demás lo que recibimos, tal cual; mientras que otras, creemos estar siendo de una manera pero los demás lo perciben justo al revés, como si de dos realidades contrarias se tratase. Así, frente a su ilusión de que la gente del barco le echará de menos y sabrá que se ha caído por la borda y el Arabella volverá a recogerle, nadie repara en su ausencia. Él cree dejar huella en la vida de aquellos a quienes acaba de conocer, pero nada más lejos de la realidad.

Apurando la metáfora hasta el rigor, el autor subraya que, disminuido y trivializado, Standish carece en el agua de las prerrogativas que lo auspiciaban en tierra firme. Contra los elementos, se nos parece advertir, ningún hombre es grande.

Es más Standish simboliza las debilidades humanas: hasta la muerte somos vanidosos y nos equivocamos (va a nadar hacia el barco y luego se da cuenta que está nadando al revés, alejándose): las equivocaciones humanas siempre.

A la deriva

Y claro todo ello lleva al protagonista y al lector a plantearse el sentido de la vida. ¿Quiénes somos? ¿Llevamos la vida que queremos? ¿Son auténticas nuestras relaciones? A la deriva, Standish inicia una prolongada introspección en la que considera su pasado y la placidez de su existencia anterior, su vida presente y sus posibilidades de sobrevivir, la concatenación de hechos que le han llevado a estar justo donde está; en la que fantasea con su protagonismo una vez rescatado y a salvo y la fantástica aventura que narrará en el caso de que logre sobrevivir; en la que cuestiona algunas de sus convicciones más profundas y plantea la cuestión de la existencia en sus términos más fundamentales. Nunca se le había ocurrido pensar que su mente fuera un juguete de su yo físico ni que las convicciones estaban muy bien hasta que el cuerpo tenía alguna necesidad, momento en el que el cuerpo doblegaba la mente para que acatara sus órdenes

Finalmente, cuando intuye que su vida se le escapa, imagina la reacción de sus conocidos ante la noticia de su muerte y descubre, enfrentado a la muerte, lo que realmente importa en la vida. Porque intuye, primero, y luego sabe, como sabremos todos en el momento final, que nuestra muerte no tendrá el menor impacto en el curso de las cosas. El mundo seguirá girando, como si nada. Sí, HCL refleja también la supresión del futuro: cuando uno muere va a ser nunca más, el Never more de Edgar Allan Poe (The Raven). Morirse no es solo la tragedia de morirse, es que el mundo va a seguir igual sin uno.

Ahí, es consciente de cómo ha vivido su vida y de a lo que se enfrenta (La gente no piensa de verdad en la muerte hasta que la tiene encima), y cobra conciencia del tiempo que ha dedicado al trabajo y del que ha dedicado a su familia llegando a conclusiones que muchas veces se nos escapan: nuestra imprescindibilidad solo en algunos ámbitos (Únicamente el verdadero Standish podía colmar esos espacios: sus padres, su esposa y sus hijos tacharían de impostores a quienes tuvieran intención de ocuparlos). El resto de espacios, por supuesto, rápidamente llenarían su hueco. Para pensar y tener en cuenta.

Porque, sin duda, el tema fundamental estriba en la llegada inesperada de la muerte. Por momentos, y salvando todas las distancias, el libro recuerda a La muerte de Ivan Ilich de León Tolstoi, en el sentido de que nunca se piensa de verdad en ella. Además de toda una la literatura al respecto desde las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique (cómo se viene la muerte tan callando), La hora de todos y la Fortuna con seso de Francisco de Quevedo (presentación de personajes que termina con …y le llego su hora); hasta la más recientemente, Lo demás es aire de Juan Gómez Bárcena (listados de nombres de personas: murió, fue enterrado). Por eso, al final, la vida es un caos. Por eso también hay alusiones al Libro de Job, el naufrago que se enfada con Dios porque no le ayuda.

HENRY PRESTRON STANDISH, CABALLERO.

Sin duda, Un caballero a la deriva no habría funcionado si su protagonista no hubiera sido todo un caballero. Bien es verdad que la anécdota de un hombre que cae al mar desde un barco y flota de espaldas a la espera de rescate resulta lo suficientemente atractiva para asegurar una lectura emocionante; pero el efecto no sería el mismo si el náufrago no fuera Henry Preston Standish, Como el propio relato sugiere sin la casta del protagonista, sustentado en la mera dinámica de la peripecia, no habría sido el mismo. El libro está plagado de detalles que van apuntalando la minuciosa deriva psicológica por la que pasa el personaje que, oscilando entre el ironía y la compasión, plasma la desdicha, primero anímica y después existencial (porque Standish primero se da cuenta de que existe y después adquiere conciencia de su esencia).

Este inefable protagonista se ve flanqueado por todo un friso de personajes secundarios y episódicos caracterizados con muy pocos, pero sustantivos, trazos que proporcionan el necesario contrapunto. Desde su familia: la esposa, Olivia (era una de esas mujeres bien arregladas que seguiría siendo atractiva y hermosa muchos años más) y los hijos, Henry Junior y Helen. Hasta los pasajeros: los dos misioneros (unos tales señor y señora Brown) tan poco edificantes; la dama (la fértil señora Benson) que viaja sola con sus cuatro hijos (tres niñas y un niño de edades que iban de casi cero a 3 años y 8 meses); sus hijos Jimmy y Gladys Benson (en lo que el protagonista encontraba un deleite mayor del que nunca había encontrado en los dos hijos que él tenía en Nueva York): el granjero Nat Adams (del norte de Estados Unidos de 73 años). Pasando por la tripulación: el primer oficial, el señor Prisk (preocupado porque se estaba haciendo mayor y los dos hijos que tenía en Baltimore estaban creciendo), El capitán Bell (no prestaba atención a sus pasajeros, enfrascado haciendo una reproducción en miniatura de una goleta de cuatro palos); el señor Travis, jefe de máquinas (enseñaba a quienes lo pedían los entresijos de la sala de máquinas, pero el bridge era lo primero); los marineros, el finlandés Bjorgstrom (un buen hombre … cuando estaba sobrio) y Gaskin (insolente por naturaleza); el cocinero (un negro estadounidense amable por naturaleza); el camarero (que en verdad no era un tipo muy despierto). La importancia de los secundarios, una vez más.

EL SECRETO DE LO SENCILLO

La novela, que divide en diez capítulos sus 148 páginas, está escrita en tercera persona del pasado; su tono, forma, extensión y ambiente resultan extremadamente precisos para mantener el interés de la lectura: las horas (y las páginas) pasan no solo para el desventurado protagonista, sino también para el lector, y la cuestión esencial persiste.

Sin duda supone todo un tour de forcé: reflexionemos sobre ello. Se las ingenia para mantener el interés del lector con algo que se reduce a está en el agua y jugar con una simple alternativa: ¿le van a rescatar? ¿va a morir ahogado? Y no menos importante, cómo hacerlo creíble. Porque ante la duda de si una persona puede aguantar tanto en el mar, parece que sí, pues una noticia reciente notificaba la estancia de una persona muchas más horas en el mar (www.eldia.es›2025/10/02›layonel-uci-pasar-60-horas-deriva-mar-122201349).

Narrada con un tono amable, un tanto impasible, que acrecienta la sensación de angustia por la situación que padece el protagonista, no deja espacio en su conversación interior para grandes reflexiones existenciales ni religiosas., consiguiendo tensionar la lectura hasta límites irritantes (por ejemplo, con la estúpida ceguera de pasajeros y tripulación).

En efecto, HCL logró dosificar milimétricamente humanidad y humor en unos materiales que parecían destinados a un relato de mera e ineludible incertidumbre. Es el toque cómico, que el autor desliza permanentemente y que logra distraer de la enorme tragedia que supone estar ahí, en medio del mar.

Como cuando el personaje sopesa quitarse la ropa para aligerar el peso, pero: Que lo subieran al Arabella en calzoncillos blancos ya sería malo, pero que todos, incluidos el señor y la señora Brown, lo vieran con unos de rayas azules y amarillas era algo que no quería ni imaginar.

De igual talante es la escena en que, sobrepasado por el barco, el caballero Standish percibe la popa del Arabella como prominentes nalgas que sin decoro alguno el Arabella mostraba desnudas, (…). Nunca había imaginado que un barco, ni cualquier otra cosa, pudiera tener ese aspecto. (…). Podría considerarse algo femenino: una dama de pecho grande y con las ideas claras, pero una dama al fin y al cabo. Apurando el referencia (no se trata de un mero chiste, pues como apunta la frase final del párrafo, es un detalle más de la caracterización del personaje) la compara con el trasero desnudo de un mandril visto en el zoo de Nueva York, porque la trasera del barco se curvaba hacia dentro y bajaba hasta la pala del timón, proclamando con todo derecho, mediante las huidizas líneas, que aquéllas eran partes privadas, de las que un caballero decente debía apartar la vista.

Desde luego, la desdicha del protagonista se sigue traduciendo y publicando no solo porque se cayera al mar, sino también y sobre todo por la dolorosa deriva en la que le acompañamos. De hecho, el título original inglés Gentleman Overboard, tuvo hasta hace poco la imprecisa traducción en español de El caballero que cayó al mar, que ahora en esta nueva edición se ha sustituido en favor de un título más preciso (se agradece la respetuosa traducción del original), pues da cuenta del alejamiento del náufrago del barco y, en cierto modo, del mecanismo interno de la novela: es exactamente eso, la historia de un caballero a la deriva

Otro elemento crucial de la obra es su adhesión a los estilemas de la novela de aventuras. Como Crusoe (Robinson Crusoe de Daniel Defoe, Dantés (El Conde de Montecisto de Alejandro Dumas) o Luis Alejandro Velasco (Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez), Standish se dosifica a sí mismo en rutinas para lograr su proyecto de supervivencia: cómo orientarse respecto al horizonte, cómo calcular el tiempo hasta que en el barco se confirme su ausencia, qué hacer con las ropas empapadas… Todo un cúmulo de maniobras que se plasman en capítulos y conforman el ritmo de la descripción, sin apenas descanso, cuando deambula indiscreta por los camarotes de los pasajeros y tripulantes que empiezan a percatarse de la ausencia.

Asimismo, afinan la trama algunos datos puntuales que se presentan cuando resulta necesario (aunque ninguno se sale de los márgenes del género): la localización del accidente situada en una intersección de corrientes que repele a los tiburones y atenúa el oleaje, la notable capacidad nadadora de Standish, etcétera. Sobrevivir en la inmensidad del Pacífico supone una empresa que la narrativa no puede soslayar, y el autor no escatima esfuerzos para convencernos de lo que Standish siente en cada momento, consiguiendo ese complicado objetivo de que las cavilaciones sobre el desenlace se mantengan hasta ese desenlace.

Narrado todo el con tanta profundidad como (aparente) sencillez (el secreto de lo sencillo es que no es sencillo), algunas de las escenas más destacables del libro se producen cuando Standish se desnuda: con cada prenda que se quita se comprende que se deshace de una convención social hasta quedar desnudo, inmaculado, primordial. La vida, el destino, el mar, el hombre. Está en el mar y está vestido, se va desnudando para quedar al final solo y desnudo como los hijos de la mar (Retrato, Antonio Machado).

Leído hoy, Un caballero a la deriva puede considerarse un obra visionaria, así como una pieza literaria destacable por su sencillez y su tensión narrativa. Y, sobre todo, una visión que, a poco que reflexionemos, resulta lúcida e implacable.

«Con todo, comprendía lo inexorable que era la actitud de la naturaleza hacia toda forma de vida»

 

 

 

 

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