«NO SE VAN A ORDENAR SOLAS
LAS COSAS»Nuria Labari (2024)
«El problema es que el lenguaje se parece más a cómo somos que a cómo nos gustaría ser. (…). Claro que yo no soy como desearía ser. A veces ni siquiera soy como creo ser.»
AUTORA EN RETORNO
Nuria
Labari (Santander, 1979) estudió Ciencias Políticas en la Universidad
del País Vasco y Relaciones Internacionales en el Instituto Ortega y
Gasset. Publicó en 2009 el libro de cuentos Los
borrachos de mi vida, con el que obtuvo el VII Premio de
Narrativa de Caja Madrid. En 2016 publicó su primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas, a la que
siguieron La mejor madre del mundo
(2019) y El último hombre blanco
(2022), una crítica feroz de las escalas de poder en el mundo laboral y de cómo
las mujeres se someten a esas normas en un proceso de metamorfosis de donde
salen, al menos la protagonista, más hombre que mujer. Su obra ha sido
traducida al inglés, al rumano y al sueco. Escribe semanalmente una columna de
opinión en el diario El País.
En
estos años he estado centrada en escribir novelas. Y en la crianza de dos
hijas, que son también un acto de creación radical. Pero centrándome en lo
literario, diría que he estado inmersa en la novela como un género que para mí
ha sido de conocimiento. En estos quince años, mi escritura ha sido un proceso
de búsqueda, me he estado preguntado cosas y casi te diría que cada nueva
pregunta ha marcado el camino de una nueva novela. He escrito tres en este
tiempo, además de un libro infantil, algún ensayo, un puñado de relatos
también, pero nunca hasta ahora un libro de cuentos con la unidad y la música
que eso implica.
NO SE VAN A ORDENAR SOLAS LAS COSAS
(2024) supone el regreso al territorio literario de la narrativa breve, el del
relato, con el que se dio a conocer hace quince años: para Nuria Labari el
cuento es como un enamoramiento, como un rayo que te golpea en plena
tormenta. Retorna con seis historias enhebradas por la presencia de
personajes secundarios que sirven a los demás y que, con su labor
silenciosa, permiten la existencia de los relatos tradicionales. Desde Los borrachos de mi vida, Labari viene sondeando en la inquietud: escribe (tanto en su labor
narrativa, como periodística) sobre un mundo donde la hostilidad, la violencia
y la indiferencia ante las vidas ajenas se acrecientan cada vez más.
DECLARACIÓN DE INTENCIONES
Ya
con su (sugestivo) título, tomado de un verso de la poeta polaca Wislawa
Szymborska (Premio Nobel 1996) que decía que «después de cada
guerra alguien tiene que limpiar», Labari efectúa
una patente declaración de intenciones: reconocer la existencia del desorden y
localizar esas zonas que, aunque ignoremos dónde están, no dejan de perturbarnos.
A
partir de ahí parte presenta unos cuentos que, siendo
bien diferentes entre sí (no se parecen en nada), comparten el deseo dar una
oportunidad a la palabra, una posibilidad. En un mundo cada vez más
alarmante, donde las guerras ya no son siquiera tema de conversación, aunque sean
constantes y cada vez más cercanas, cada uno de esos
cuentos advierte de la necesidad de seguir pensando en el mal y, sobre todo, en
la banalidad del mal: como Arendt señaló, la
docilidad frente al dolor del otro resulta mucho más peligrosa que el
mal en sí mismo, puesto que es el caldo de cultivo perfecto para que las
injusticias y las violencias estructurales se asienten. En todos se
evidencia ese interés (u obsesión) por explicar las perversiones
que residen en los gestos más pequeños.
En efecto, el breve libro está formado por seis cuentos cortos, aunque de longitud variable (entre las 14 y 31 páginas), siendo el más corto El mundo cuando te muera y el más largo Como si te hubieras olvidado del sentido de vivir.
El
libro pretende desvelar algunos aspectos ocultos de
unos protagonistas que se configuran como una especie de privilegiados
angustiados. Como apunta la editorial: Los protagonistas de este libro
sienten que han perdido la libertad para ordenar su propia historia dentro de
otra historia que es mucho más grande que ellos mismos. Es decir,
personajes en conflicto con el mundo, que perciben su vida con un considerable
lastre de frustración.
LOS MONSTRUOS QUE NOS
HABITAN
Desde
siempre, la literatura está llena de monstruos y el trabajo de todo autor es
invocarlos para mostrar a estas criaturas asombrosas y horripilantes; se asoman
así a las páginas de los libros y se materializan para inquietarnos, pero
también para recordarnos que tenemos miedo. Los
monstruos de Nuria Labari no son personajes externos, sino que se
encuentran en nosotros mismos, pero el mecanismo literario es el mismo: la
autora muestra un canal para darles vida y la narración debe intentar
eliminarlos o, al menos, volverlos tangibles para que el daño que provoquen no
sea imprevisto: así va presentando esas anomalías vitales, esos entes salvajes
que pueden hundirnos o salvarnos: Ninguna mujer desea convertirse en hiena,
pero todas escondemos animales salvajes debajo del abrigo».
DIOS SOLO ENTIENDE PALABRAS ESDRÚJULAS
Ya
el punto de partida resulta rotundo y se liga a otros cinco cuentos donde la ambivalencia se manifiesta en relaciones
diferentes y tramas caracterizadas por un mismo grado de complejidad:
«Tengo delante las puertas de los armarios de una cocina que no es la mía.
Alguien las arrancó de la casita de Saint-Martin-d'Ardèche donde vivió Leonora
Carrington y las trajo hasta aquí».
En
el cuento que inicia este nuevo territorio sutil y sugestivo de Labari, una
mujer trabajadora de clase media (la narradora subjetiva) disfruta de una
exposición en un museo y reflexiona sobre la tensión que existe entre ella y la
mujer que cuida de sus hijas, y que, en su opinión, en ese mismo momento se
encuentra protegiendo su territorio conquistado. Porque esta
aparentemente condescendiente madre siente celos de que su empleada de hogar
pase más horas con sus hijas que ella.
«Hace
horas que debería estar en mi cocina, rodeada de armarios de fórmica blanca,
pero la exposición ha tenido tanto éxito que han prorrogado la apertura del
museo hasta las diez de la noche. Y no quiero irme, aquí me siento a salvo».
A través de la metáfora, Labari analiza los sentimientos ambivalentes de una
mujer dividida entre su vida profesional y su vida familiar.
Metáfora
que se extiende al espacio. Dos cocinas conectadas por los
monstruos: la de Leonora Carrington y la suya, donde esa extraña a
quien ella ha contratado se ha adueñado del espacio dejándola fuera de la
dinámica hogareña; una extraña por la que siente un complejo sentimiento de
amor-odio, y unas emociones encontradas que no le impiden intuir el miedo de
esa mujer a ser expulsada del paraíso. Tardé años en entender que volver
significaba separarse de su marido y sus hijos una vez más. No hay vacaciones
para el destierro.
COMO SI TE HUBIERAS OLVIDADO DEL SENTIDO DE VIVIR,
En
este segundo cuento, un adolescente con vigorexia, trastorno relacionado con la
dismorfia corporal, intenta sobrevivir a la tremenda hostilidad que siente por
parte del mundo huyendo de él y encontrando refugio en la música y la
delineación de su cuerpo. A través de este protagonista adolescente, preocupado
por su cuerpo, por entrenarlo y por comer las calorías justas que él mismo se
marca después de ver vídeos de Tik-tok e influencers varios, y
obsesionado, a su vez, por una voz interior (la narrativa) que marcará su
destino, Labari retrata esa fractura que
supone no sólo la adolescencia sino también una adolescencia vivida con la
soledad que provocan este tipo de trastornos
El
tono de este cuento, utilizando la voz narrativa en segunda persona, pretende
ser potente e inconsistente, sin llegar a conseguirlo plenamente. Sin duda se
trata del cuento más audaz a nivel estructural: denota una aguda indagación y
una intensa labor para unir piezas inconexas intentando articularlas con
solvencia (que, repito, desde mi punto de vista, no consigue plenamente).
NO SE VAN A ORDENAR SOLAS LAS COSAS
Posiblemente
el cuento menos original y más previsible. Plantea la relación entre la
narradora, una mujer mayor casada (de cuyo marido nada se explicita: si sabe o
consiente, si está presente o de viaje…) y un joven de diecinueve años. Trama
recurrente y manida. Aquí, con el fin de actualizarla y dotarla de cierto
empaque sociológico se juega con los matices de los dos protagonistas: ella que
enseña castellano a inmigrantes y se enamora de su alumno, un joven marroquí,
con el que acabara acostándose, sin importarle lo que diga o piense la gente. Y
a partir de esa relación intenta abrir una reflexión sobre la importancia de
las lenguas y las palabras, y como las relaciones se configuran y afianzan a
través de las mismas.
NUNCA TE FÍES DE MÍ
En
el cuarto, una mujer (la narradora) está de vacaciones en República Dominicana
con su marido y sus dos hijas. Allí hacen una ruta a caballo al Salto del Limón
con tres guías. La excursión se va alargando más de lo previsto y en completa
soledad (durante todo el trayecto no coinciden con nadie, ni siquiera otros
turistas), por lo que la mujer paulatinamente se va viendo asaltada por el
temor a ser violadas o algo peor, dejando ver, por otra parte, las fisuras del
matrimonio. De todo ello se vale Labari para
analizar algunos de los prejuicios menos evidentes del turismo.
El quinto es, desde mi
punto de vista, el mejor. En él la autora consigue desatar paulatinamente una
emoción envolvente e íntima. Narrado en tercera persona (narrador objetivo), el
relato cuenta la vida de una viuda antes y después de perder a su marido. Cómo
se van preparando ambos para la partida y cómo la vida sigue su curso pese a
todo. La espera de la muerte y la soledad de la viuda después del fallecimiento
de su pareja están reflejadas con un estilo seco, evitando caer en el
melodrama. El resultado es un cuento realista, tierno, crudo y, sobre
todo, cercano.
NO SOY UN ALTE KAKER
En
el sexto y último, la avería de una lavadora propicia la situación para que el
narrador, un psicoanalista judío homosexual de ochenta y tantos años, haga
balance de su vida, de la relación con su actual pareja de cuarenta y tantos, y
para reflexionar sobre la belleza y el dolor en el mundo.
Señalar, a
efectos de comprensión, que Alte Kaker no significa, como a veces
se traduce, viejo lascivo. Ciertamente se trata de un término bastante
ofensivo para un hombre mayor, pero literalmente se refiere a alguien incontinente, y no a
alguien pervertido.
COINCIDENCIA DESDE LA DIFERENCIA
Estos
cuentos pretenden ser intervenciones quirúrgicas (unas
más profundas que otras, como suele ocurrir en todos los libros de cuentos)
cuya incisión pone en evidencia prejuicios y aprensiones, cuando no reproches y
reprensiones, que cotidianamente conforman hábitos individuales y tendencias
colectivas de esta nuestra sociedad occidental en plena transformación (hay
quien dice: en crisis, enferma…) que vislumbra un incierto futuro desde un
presente inestable.
Curiosamente empieza y termina en la
cocina. Las dinámicas de los hogares, las relaciones entre
miembros de una misma familia y la soledad que recorre toda existencia son
algunos de los elementos que destacan. Labari,
como Szymborska, sitúa lo doméstico
como eje del relato y a partir de ahí despliega unas narraciones trufadas de referentes hogareños. Desde el
primer cuento nos asomamos indiscretamente a escenas de la intimidad de una
serie de personajes acomplejados, que viven a medias, que han logrado cierta
estabilidad profesional de la que no disfrutan o que se encuentran en el borde
del vórtice vital: en ese momento en que la vida se debate entre la posibilidad
de entrar en el punto de no retorno, y la de ser redimidos por un cambio
imprevisto de las circunstancias.
Igualmente, comienza y termina con sendas
referencias. el primer cuento, a Eleonora Carrington; y el último, a Isaac
Bashevis Singer. Dos iconos culturales con
vidas dramáticas, empujados al abismo por la violencia del mundo que les tocó
vivir. Con ellos se abre y cierra un libro sobre las complejas relaciones
entre las personas, con el telón de fondo de las violencias institucionales
físicas y morales contra los grupos marginales o minoritarios. Así, a partir de
lo cotidiano Labari intenta construir (unas
veces con más fortuna que otras) un universo homogéneo centrado en plasmar (y
remover) el interior de los personajes.
Así,
todos estos relatos, pese a sus evidentes diferencias, se articulan bajo el
denominador común del desequilibrio y comparten también algunos
aspectos:
Los seis tienen algo que ver con el
cuerpo:
de jaguar, de vigoréxico adolescente, de adolescente marroquí, de enfermo
(consumido por el cáncer del que emana un olor a muerte y podredumbre) y viejo.
En todos hay una sensación de malestar, de
desasosiego, de querer encajar en la vida y ser normal.
EN PRINCIPIO, FUE EL VERBO
Ciertamente, estos cuentos muestran una
perentoria apuesta por la palabra. (porque en principio,
fue el verbo) Ahora que predomina el lenguaje efectista, subrayando las
sutilezas de la comunicación y atendiendo a la efectividad más que a la belleza
verbal, supone toda una declaración de intenciones (otra más). Esta apuesta verbal se manifiesta rotundamente en los dos
cuentos que muestran un reconocimiento intencional a sendas lenguas: (No se van a ordenar
solas las cosas) el tamazight, una de
las varias lenguas bereberes que, debido a la asimilación del árabe en
Marruecos, ha ido perdiendo hablantes; y (No soy un alte kaker) el ídish (judeoalemán), esa lengua europea hablada por las
comunidades judías asquenazíes tanto del centro como del este de Europa, y sus
emigrantes y descendientes en Israel, América y otros lugares del mundo.
Ambos despliegan con
aprecio y admiración la defensa de las palabras, que es
la invocación a un mundo en extinción o ya desaparecido, el regreso a la
infancia para que la magia de la palabra haga más soportable un mundo cada vez
más insufrible. Pero, además Labari trae
a colación estas dos lenguas invisibles para, en torno a ellas, erigir una reflexión sobre las palabras que nos adiestran y la
sociedad que nos implanta el lenguaje. Ambos cuentos tienen el deseo y la
violencia institucional (a menudo también invisible) como ejes. En cuanto a la
trama, presentan dos relaciones amorosas donde el lenguaje surca recorre el
vínculo, provocando interrogantes en dos direcciones yuxtapuestas. En este
sentido, la modificación del deseo y las formas que adopta la verdad cuando el
dolor del otro se hace corpórea son los temas que presenta en ambos
casos. Así en el cuento que da título al libro la historia de amor hace que la
idea de los privilegios se vea trastocada por la chispa vital de la realidad
del otro, planteándose una curiosa reubicación del deseo, que encuentra
su esencia en el camino no pactado, en las posibilidades sorprendentes que
presenta la vida.
Esa
sensibilidad en el uso del lenguaje, le permite a la autora hurgar en las
grietas de la realidad y plantear (atreverse a poner en palabras) cuestiones
sobre algunos de los tabúes sociales más arraigados de nuestra cultura tras los
que se parapetan la tibieza y el desinterés por lo que les acontece a los
otros.
REAFIRMACIÓN TEMÁTICA
En
esta colección de relatos, Labari
reafirma su búsqueda temática: el desencanto
vuelve a ser uno de los ejes conductores que conducen a una reflexión aguda
y crítica sobre la realidad. Se sirve de esto seis cuentos para intentar analizar algunas cuestiones y tabús que nos
caracterizan socialmente. Según declaraciones propias, este conjunto de
voces proviene tanto de su experiencia personal como de lo que ocurre a su
alrededor, conformando una miscelánea de amor, impotencia, soledad, ternura,
marginación, de justicia, prejuicio… que responde a ese espíritu de crítica
actual propio de la tendencia, moda o gusto dominante (mainstream)
seguido por nuestra sociedad.
No
obstante, hay que reconocerle el mérito de intentar hacerlo ofreciendo un
relato emocional de esos prejuicios y males y revistiéndolos con un estilo que
suscita, junto a la pretendida reflexión, empatía: son relatos que pretenden
animar a reflexionar sobre cómo se configuran nuestros pensamientos y nuestros
cuerpos desde el lenguaje, pero también desde la relación con el otro,
pues nos conformamos también a través de nuestra interacción con los demás. Es
decir, este ramillete de cuentos, que incomoda y sorprende, no deja de ser una
invitación a escuchar, tanto a los demás como a nosotros mismos.
En
suma, este libro muestra a una autora capaz de
mezclar lo íntimo con lo social, cuestionando las expectativas
impuestas a las mujeres en la vida contemporánea. Para ello utiliza
múltiples voces que crean una armonía única llena de variaciones comprometida
con el lenguaje. Así consigue, discretamente, plantear las complejidades y
sutilezas de los diversos vínculos afectivos que se van creando a lo largo de
la vida. Obra pues que reafirma...

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