jueves, 13 de febrero de 2025

NO SE VAN A ORDENAR SOLAS LAS COSAS

 

«NO SE VAN A ORDENAR SOLAS LAS COSAS»
Nuria Labari (2024)

«El problema es que el lenguaje se parece más a cómo somos que a cómo nos gustaría ser. (…). Claro que yo no soy como desearía ser. A veces ni siquiera soy como creo ser.»


AUTORA EN RETORNO

Nuria Labari (Santander, 1979) estudió Ciencias Políticas en la Universidad del País Vasco y Relaciones Internacionales en el Instituto Ortega y Gasset. Publicó en 2009 el libro de cuentos Los borrachos de mi vida, con el que obtuvo el VII Premio de Narrativa de Caja Madrid. En 2016 publicó su primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas, a la que siguieron La mejor madre del mundo (2019) y El último hombre blanco (2022), una crítica feroz de las escalas de poder en el mundo laboral y de cómo las mujeres se someten a esas normas en un proceso de metamorfosis de donde salen, al menos la protagonista, más hombre que mujer. Su obra ha sido traducida al inglés, al rumano y al sueco. Escribe semanalmente una columna de opinión en el diario El País.

En estos años he estado centrada en escribir novelas. Y en la crianza de dos hijas, que son también un acto de creación radical. Pero centrándome en lo literario, diría que he estado inmersa en la novela como un género que para mí ha sido de conocimiento. En estos quince años, mi escritura ha sido un proceso de búsqueda, me he estado preguntado cosas y casi te diría que cada nueva pregunta ha marcado el camino de una nueva novela. He escrito tres en este tiempo, además de un libro infantil, algún ensayo, un puñado de relatos también, pero nunca hasta ahora un libro de cuentos con la unidad y la música que eso implica.

NO SE VAN A ORDENAR SOLAS LAS COSAS (2024) supone el regreso al territorio literario de la narrativa breve, el del relato, con el que se dio a conocer hace quince años: para Nuria Labari el cuento es como un enamoramiento, como un rayo que te golpea en plena tormenta. Retorna con seis historias enhebradas por la presencia de personajes secundarios que sirven a los demás y que, con su labor silenciosa, permiten la existencia de los relatos tradicionales. Desde Los borrachos de mi vida, Labari viene sondeando en la inquietud: escribe (tanto en su labor narrativa, como periodística) sobre un mundo donde la hostilidad, la violencia y la indiferencia ante las vidas ajenas se acrecientan cada vez más.

DECLARACIÓN DE INTENCIONES

Ya con su (sugestivo) título, tomado de un verso de la poeta polaca Wislawa Szymborska (Premio Nobel 1996) que decía que «después de cada guerra alguien tiene que limpiar», Labari efectúa una patente declaración de intenciones: reconocer la existencia del desorden y localizar esas zonas que, aunque ignoremos dónde están, no dejan de perturbarnos.

A partir de ahí parte presenta unos cuentos que, siendo bien diferentes entre sí (no se parecen en nada), comparten el deseo dar una oportunidad a la palabra, una posibilidad. En un mundo cada vez más alarmante, donde las guerras ya no son siquiera tema de conversación, aunque sean constantes y cada vez más cercanas, cada uno de esos cuentos advierte de la necesidad de seguir pensando en el mal y, sobre todo, en la banalidad del mal: como Arendt señaló, la docilidad frente al dolor del otro resulta mucho más peligrosa que el mal en sí mismo, puesto que es el caldo de cultivo perfecto para que las injusticias y las violencias estructurales se asienten. En todos se evidencia ese interés (u obsesión) por explicar las perversiones que residen en los gestos más pequeños.

En efecto, el breve libro está formado por seis cuentos cortos, aunque de longitud variable (entre las 14 y 31 páginas), siendo el más corto El mundo cuando te muera y el más largo Como si te hubieras olvidado del sentido de vivir.

El libro pretende desvelar algunos aspectos ocultos de unos protagonistas que se configuran como una especie de privilegiados angustiados. Como apunta la editorial: Los protagonistas de este libro sienten que han perdido la libertad para ordenar su propia historia dentro de otra historia que es mucho más grande que ellos mismos. Es decir, personajes en conflicto con el mundo, que perciben su vida con un considerable lastre de frustración.

LOS MONSTRUOS QUE NOS HABITAN

Desde siempre, la literatura está llena de monstruos y el trabajo de todo autor es invocarlos para mostrar a estas criaturas asombrosas y horripilantes; se asoman así a las páginas de los libros y se materializan para inquietarnos, pero también para recordarnos que tenemos miedo. Los monstruos de Nuria Labari no son personajes externos, sino que se encuentran en nosotros mismos, pero el mecanismo literario es el mismo: la autora muestra un canal para darles vida y la narración debe intentar eliminarlos o, al menos, volverlos tangibles para que el daño que provoquen no sea imprevisto: así va presentando esas anomalías vitales, esos entes salvajes que pueden hundirnos o salvarnos: Ninguna mujer desea convertirse en hiena, pero todas escondemos animales salvajes debajo del abrigo».

DIOS SOLO ENTIENDE PALABRAS ESDRÚJULAS

Ya el punto de partida resulta rotundo y se liga a otros cinco cuentos donde la ambivalencia se manifiesta en relaciones diferentes y tramas caracterizadas por un mismo grado de complejidad: «Tengo delante las puertas de los armarios de una cocina que no es la mía. Alguien las arrancó de la casita de Saint-Martin-d'Ardèche donde vivió Leonora Carrington y las trajo hasta aquí».

En el cuento que inicia este nuevo territorio sutil y sugestivo de Labari, una mujer trabajadora de clase media (la narradora subjetiva) disfruta de una exposición en un museo y reflexiona sobre la tensión que existe entre ella y la mujer que cuida de sus hijas, y que, en su opinión, en ese mismo momento se encuentra protegiendo su territorio conquistado. Porque esta aparentemente condescendiente madre siente celos de que su empleada de hogar pase más horas con sus hijas que ella.

«Hace horas que debería estar en mi cocina, rodeada de armarios de fórmica blanca, pero la exposición ha tenido tanto éxito que han prorrogado la apertura del museo hasta las diez de la noche. Y no quiero irme, aquí me siento a salvo». A través de la metáfora, Labari analiza los sentimientos ambivalentes de una mujer dividida entre su vida profesional y su vida familiar.

Metáfora que se extiende al espacio. Dos cocinas conectadas por los monstruos: la de Leonora Carrington y la suya, donde esa extraña a quien ella ha contratado se ha adueñado del espacio dejándola fuera de la dinámica hogareña; una extraña por la que siente un complejo sentimiento de amor-odio, y unas emociones encontradas que no le impiden intuir el miedo de esa mujer a ser expulsada del paraíso. Tardé años en entender que volver significaba separarse de su marido y sus hijos una vez más. No hay vacaciones para el destierro.

COMO SI TE HUBIERAS OLVIDADO DEL SENTIDO DE VIVIR,

En este segundo cuento, un adolescente con vigorexia, trastorno relacionado con la dismorfia corporal, intenta sobrevivir a la tremenda hostilidad que siente por parte del mundo huyendo de él y encontrando refugio en la música y la delineación de su cuerpo. A través de este protagonista adolescente, preocupado por su cuerpo, por entrenarlo y por comer las calorías justas que él mismo se marca después de ver vídeos de Tik-tok e influencers varios, y obsesionado, a su vez, por una voz interior (la narrativa) que marcará su destino, Labari retrata esa fractura que supone no sólo la adolescencia sino también una adolescencia vivida con la soledad que provocan este tipo de trastornos

El tono de este cuento, utilizando la voz narrativa en segunda persona, pretende ser potente e inconsistente, sin llegar a conseguirlo plenamente. Sin duda se trata del cuento más audaz a nivel estructural: denota una aguda indagación y una intensa labor para unir piezas inconexas intentando articularlas con solvencia (que, repito, desde mi punto de vista, no consigue plenamente).

NO SE VAN A ORDENAR SOLAS LAS COSAS

Posiblemente el cuento menos original y más previsible. Plantea la relación entre la narradora, una mujer mayor casada (de cuyo marido nada se explicita: si sabe o consiente, si está presente o de viaje…) y un joven de diecinueve años. Trama recurrente y manida. Aquí, con el fin de actualizarla y dotarla de cierto empaque sociológico se juega con los matices de los dos protagonistas: ella que enseña castellano a inmigrantes y se enamora de su alumno, un joven marroquí, con el que acabara acostándose, sin importarle lo que diga o piense la gente. Y a partir de esa relación intenta abrir una reflexión sobre la importancia de las lenguas y las palabras, y como las relaciones se configuran y afianzan a través de las mismas.

NUNCA TE FÍES DE MÍ

En el cuarto, una mujer (la narradora) está de vacaciones en República Dominicana con su marido y sus dos hijas. Allí hacen una ruta a caballo al Salto del Limón con tres guías. La excursión se va alargando más de lo previsto y en completa soledad (durante todo el trayecto no coinciden con nadie, ni siquiera otros turistas), por lo que la mujer paulatinamente se va viendo asaltada por el temor a ser violadas o algo peor, dejando ver, por otra parte, las fisuras del matrimonio. De todo ello se vale Labari para analizar algunos de los prejuicios menos evidentes del turismo.

EL MUNDO CUANDO MUERAS

El quinto es, desde mi punto de vista, el mejor. En él la autora consigue desatar paulatinamente una emoción envolvente e íntima. Narrado en tercera persona (narrador objetivo), el relato cuenta la vida de una viuda antes y después de perder a su marido. Cómo se van preparando ambos para la partida y cómo la vida sigue su curso pese a todo. La espera de la muerte y la soledad de la viuda después del fallecimiento de su pareja están reflejadas con un estilo seco, evitando caer en el melodrama. El resultado es un cuento realista, tierno, crudo y, sobre todo, cercano.

NO SOY UN ALTE KAKER

En el sexto y último, la avería de una lavadora propicia la situación para que el narrador, un psicoanalista judío homosexual de ochenta y tantos años, haga balance de su vida, de la relación con su actual pareja de cuarenta y tantos, y para reflexionar sobre la belleza y el dolor en el mundo.

Señalar, a efectos de comprensión, que Alte Kaker no significa, como a veces se traduce, viejo lascivo. Ciertamente se trata de un término bastante ofensivo para un hombre mayor, pero literalmente se refiere a alguien incontinente, y no a alguien pervertido.

COINCIDENCIA DESDE LA DIFERENCIA

Estos cuentos pretenden ser intervenciones quirúrgicas (unas más profundas que otras, como suele ocurrir en todos los libros de cuentos) cuya incisión pone en evidencia prejuicios y aprensiones, cuando no reproches y reprensiones, que cotidianamente conforman hábitos individuales y tendencias colectivas de esta nuestra sociedad occidental en plena transformación (hay quien dice: en crisis, enferma…) que vislumbra un incierto futuro desde un presente inestable.

Curiosamente empieza y termina en la cocina. Las dinámicas de los hogares, las relaciones entre miembros de una misma familia y la soledad que recorre toda existencia son algunos de los elementos que destacan. Labari, como Szymborska, sitúa lo doméstico como eje del relato y a partir de ahí despliega unas narraciones trufadas de referentes hogareños. Desde el primer cuento nos asomamos indiscretamente a escenas de la intimidad de una serie de personajes acomplejados, que viven a medias, que han logrado cierta estabilidad profesional de la que no disfrutan o que se encuentran en el borde del vórtice vital: en ese momento en que la vida se debate entre la posibilidad de entrar en el punto de no retorno, y la de ser redimidos por un cambio imprevisto de las circunstancias.

Igualmente, comienza y termina con sendas referencias. el primer cuento, a Eleonora Carrington; y el último, a Isaac Bashevis Singer. Dos iconos culturales con vidas dramáticas, empujados al abismo por la violencia del mundo que les tocó vivir. Con ellos se abre y cierra un libro sobre las complejas relaciones entre las personas, con el telón de fondo de las violencias institucionales físicas y morales contra los grupos marginales o minoritarios. Así, a partir de lo cotidiano Labari intenta construir (unas veces con más fortuna que otras) un universo homogéneo centrado en plasmar (y remover) el interior de los personajes.

Así, todos estos relatos, pese a sus evidentes diferencias, se articulan bajo el denominador común del desequilibrio y comparten también algunos aspectos:

Todos presentan como protagonistas (o secundarios) a personajes pertenecientes a grupos marginales de la sociedad (criadas sudamericanas, adolescentes frikis, inmigrantes marroquís, guías caribeños, viudas, ancianos judíos y homosexuales).

Los seis tienen algo que ver con el cuerpo: de jaguar, de vigoréxico adolescente, de adolescente marroquí, de enfermo (consumido por el cáncer del que emana un olor a muerte y podredumbre) y viejo.

En todos hay una sensación de malestar, de desasosiego, de querer encajar en la vida y ser normal.

Y, por supuesto, una aguda pulsión filológica a la que hay que añadir la intención de construir un artefacto narrativo de cierta complejidad formal. Esto se nota especialmente en Como si te hubieras olvidado del sentido de vivir.

EN PRINCIPIO, FUE EL VERBO

Ciertamente, estos cuentos muestran una perentoria apuesta por la palabra. (porque en principio, fue el verbo) Ahora que predomina el lenguaje efectista, subrayando las sutilezas de la comunicación y atendiendo a la efectividad más que a la belleza verbal, supone toda una declaración de intenciones (otra más). Esta apuesta verbal se manifiesta rotundamente en los dos cuentos que muestran un reconocimiento intencional a sendas lenguas: (No se van a ordenar solas las cosas) el tamazight, una de las varias lenguas bereberes que, debido a la asimilación del árabe en Marruecos, ha ido perdiendo hablantes; y (No soy un alte kaker) el ídish (judeoalemán), esa lengua europea hablada por las comunidades judías asquenazíes tanto del centro como del este de Europa, y sus emigrantes y descendientes en Israel, América y otros lugares del mundo.

Ambos despliegan con aprecio y admiración la defensa de las palabras, que es la invocación a un mundo en extinción o ya desaparecido, el regreso a la infancia para que la magia de la palabra haga más soportable un mundo cada vez más insufrible. Pero, además Labari trae a colación estas dos lenguas invisibles para, en torno a ellas, erigir una reflexión sobre las palabras que nos adiestran y la sociedad que nos implanta el lenguaje. Ambos cuentos tienen el deseo y la violencia institucional (a menudo también invisible) como ejes. En cuanto a la trama, presentan dos relaciones amorosas donde el lenguaje surca recorre el vínculo, provocando interrogantes en dos direcciones yuxtapuestas. En este sentido, la modificación del deseo y las formas que adopta la verdad cuando el dolor del otro se hace corpórea son los temas que presenta en ambos casos. Así en el cuento que da título al libro la historia de amor hace que la idea de los privilegios se vea trastocada por la chispa vital de la realidad del otro, planteándose una curiosa reubicación del deseo, que encuentra su esencia en el camino no pactado, en las posibilidades sorprendentes que presenta la vida.

Esa sensibilidad en el uso del lenguaje, le permite a la autora hurgar en las grietas de la realidad y plantear (atreverse a poner en palabras) cuestiones sobre algunos de los tabúes sociales más arraigados de nuestra cultura tras los que se parapetan la tibieza y el desinterés por lo que les acontece a los otros.

REAFIRMACIÓN TEMÁTICA

En esta colección de relatos, Labari reafirma su búsqueda temática: el desencanto vuelve a ser uno de los ejes conductores que conducen a una reflexión aguda y crítica sobre la realidad. Se sirve de esto seis cuentos para intentar analizar algunas cuestiones y tabús que nos caracterizan socialmente. Según declaraciones propias, este conjunto de voces proviene tanto de su experiencia personal como de lo que ocurre a su alrededor, conformando una miscelánea de amor, impotencia, soledad, ternura, marginación, de justicia, prejuicio… que responde a ese espíritu de crítica actual propio de la tendencia, moda o gusto dominante (mainstream) seguido por nuestra sociedad.

No obstante, hay que reconocerle el mérito de intentar hacerlo ofreciendo un relato emocional de esos prejuicios y males y revistiéndolos con un estilo que suscita, junto a la pretendida reflexión, empatía: son relatos que pretenden animar a reflexionar sobre cómo se configuran nuestros pensamientos y nuestros cuerpos desde el lenguaje, pero también desde la relación con el otro, pues nos conformamos también a través de nuestra interacción con los demás. Es decir, este ramillete de cuentos, que incomoda y sorprende, no deja de ser una invitación a escuchar, tanto a los demás como a nosotros mismos.

En suma, este libro muestra a una autora capaz de mezclar lo íntimo con lo social, cuestionando las expectativas impuestas a las mujeres en la vida contemporánea. Para ello utiliza múltiples voces que crean una armonía única llena de variaciones comprometida con el lenguaje. Así consigue, discretamente, plantear las complejidades y sutilezas de los diversos vínculos afectivos que se van creando a lo largo de la vida. Obra pues que reafirma...

«Esta necesidad de abrir un libro y encontrar el eco de unas palabras que aletean de repente en la cabeza.»


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