«LA HIJA DEL COMUNISTA»Aroa Moreno Durán (2017)
«Nuestro país había infravalorado el poder de lo que manda, las leyes más feroces del capitalismo las había combatido con la intolerancia como método de inteligencia. Y todo lo que nos enseñaron, absolutamente todo, estaba devaluado.»
Cuando
Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) publica LA
HIJA DEL COMUNISTA (2017) era una novata en el terreno novelístico:
esta su primera novela (editada originalmente por Caballo de Troya,) se
convirtió en un éxito internacional, siendo traducida a siete idiomas y recibió
el premio El Ojo Crítico de RNE (lo que la llevaría a pasar a Random
House).
Periodista
de formación (estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid,
especializándose en Información Internacional y Países del Sur) y de ocupación (trabajó
en el servicio de prensa de una gran editorial española), hasta entonces solo
había hecho incursiones en la poesía con Veinte
años sin lápices nuevos (2009) y Jet
Lag (2016). Su segunda novela, La
bajamar (2022), obtuvo el Premio Grand Continent al
Mejor Relato Europeo y fue nominada al Premio Bienal de Novela Vargas Llosa
2023, y ha sido traducida a cinco lenguas. Recientemente publicó Almudena. Una biografía (2024).
Una
peculiaridad de Caballo de Troya es que, con
el fin de dar a conocer a jóvenes autores españoles, cuenta cada año con un
editor invitado. En 2017 la editora era Lara Moreno: no fue mera
casualidad, pues la narrativa se cruzó en su camino precisamente de la mano de Lara Moreno (con quien no tiene ningún tipo de
relación familiar, pese a compartir apellido), ya que había sido su profesora
en una tutoría sobre escritura novelística.
La
otra palanca que impulsó su derrotero narrativo fue Marcos
Ana, poeta y combatiente republicano en la Guerra Civil y
encarcelado durante 23 años por el régimen franquista, quien le contó que, al
salir de la cárcel, el Partido Comunista le llevó de gira por países del bloque
soviético y en la República Democrática de Alemania (RDA) le recibió un grupo
de exiliados españoles: así Aroa Moreno
Durán (AMD) tuvo conocimiento, por
primera vez, de los exiliados españoles comunistas que, en lugar de emigrar a
México o Francia (lo habitual durante y tras la Guerra), se habían instalado en
la RDA. Ese fue precisamente el germen inicial para la historia.
LAS HIJAS DE
COMUNISTAS
La
otra fuente de información fueron los propios exiliados españoles que aún viven
en Berlín, como Nuria Quevedo y Mercedes Álvarez (en la página
139 se las nombra): «Fue realmente al conocerlas cuando me dije que tenía
que acabar la novela, aunque solo fuera por ellas y por lo que me habían
contado». Ambas eran hijas de conocidos comunistas españoles (Ángel
Álvarez Fernández y José Quevedo), y crecieron en la RDA. Nuria, que llegó a obtener un Premio Nacional de
la RDA como pintora, es hija de un exiliado
republicano que montó una librería y durante los años del nazismo puso un
cuadro con la foto de Franco, para que no le echaran; y, cuando llegaron
los soviéticos, la quitó, por el mismo motivo. Mercedes
fue una niña de la guerra que emigró a Moscú, como tantos otros hijos de
españoles, y acabó reuniéndose con su familia en la ciudad de Dresde (*).
En
este sentido, lo evidente es que se da un juego intertextual oculto entre la
novela y los recuerdos de Núria Quevedo y Mercedes Álvarez. El personaje del profesor De
Vega, tal como se muestra en la novela, incorpora información sobre José
Quevedo. Asimismo, en la caracterización de los miembros del núcleo
familiar, aparecen numerosos fragmentos de los recuerdos de las dos hijas de
comunistas: de hecho, los parecidos con personas reales (vivas y muertas) no parecen
accidentales; aunque en algunos aspectos, como se verá, las biografías sobre
los destinos de distintos refugiados que AMD ha
erigido a partir del material disponible resultan poco fiables.
La
novela comenzó a fraguarse a partir de un viaje de AMD
a Berlín en 2014. Quería escribir una novela, después de haber publicado
ya relatos y poesía, y buscaba un tema. La ciudad le cautivó, a lo que se añadía
que la caída del Muro era el primer acontecimiento histórico del que tuvo
conciencia siendo niña (aunque sin entender en absoluto lo que significaba).
Eso y la sorpresa que le supuso que hubiera refugiados españoles en la RDA le
llevó a empezar a vislumbrar la historia de una familia comunista en Berlín vista
a través de la mirada de una niña que va creciendo en ese contexto
histórico. «No tengo ningún familiar exiliado. Había vivido en Alemania,
porque estuve allí con una beca Erasmus en 2002 y también he acudido por
razones familiares, ya que mi padre ha vivido allí, pero mi interés no tenía
ninguna raíz familiar, así que me puse a investigar sobre aquella época».
La
propia autora destacó en varias entrevistas su intenso trabajo
de investigación. La n ovela necesitó casi más documentación
que escritura y dos viajes a Berlín para consultar archivos y entrevistar a
gente de la ex RDA y acudir a los archivos de la STASI (el siniestro órgano de
inteligencia de la RDA) que hoy puede ser visitado por todos del que extrajo
abundante información. «Me exigí mucho con la documentación. Como
periodista, la documentación la disfruté tanto como la escritura.»
LAS ANDANZAS DE KATIA
La
novela cuenta la historia de Katia Ziegler
(protagonista y narradora en primera persona) hija de una de las familias de
emigrantes españoles, refugiados republicanos de la Guerra Civil, que
encontraron asilo en la RDA tras la Segunda Guerra Mundial. nace en Berlín Este
el 21 de febrero de 1950 y crece en la RDA de los '50. El registro de los
acontecimientos de 1956 a 1991 sigue en gran medida un orden cronológico. Sólo
esporádicamente se incorpora información de otros tiempos, lugares y personas.
El
clima de vigilancia queda patente: se insinúa el estado controlador de la RDA (como
en la escena en que Katia está leyendo La
séptima cruz de Anna Seghers en clase, escondida bajo el
pupitre y el profesor le pregunta qué está leyendo). Pese a esa percepción de
control y vigilancia, su principal referencia (antes de la construcción del
Muro e incluso después) es su familia, la cual apenas mantiene contactos con el
mundo exterior (tanto españoles, como alemanes). La familia es su hogar.
A
finales de los '60 y principios de los '70, se produce una apertura. Katia parece iniciar su integración en la sociedad
de la RDA: empieza a estudiar y ayuda a preparar el Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes, en cuyo contexto hace amistad con Julia, una chica cubana.
En
noviembre de 1969 aparece por Berlín Este Johannes,
un estudiante de Backnang (Alemania Occidental), que se interesa por ella y se
mantiene en contacto durante dos años. En 1971, Katia
deja atrás a su familia, sus estudios y su amiga, y cruza al otro
lado, ayudada por especialistas en fugas (financiados por los padres de Johannes), a través de
Checoslovaquia y Austria hasta la República Federal de Alemania (RFA).
Pero
Katia no acaba de adaptarse al nuevo
entorno, crecientemente percibido como hostil y ajeno, a lo que se suman los
remordimientos por haber abandonado a sus padres y a su hermana pequeña sin
despedirse. Sufrimiento que se acrecienta, cuando hacia 1980, recibe la noticia
de la muerte de su padre a través de la llamada telefónica de su hermana Martina. Presa del arrepentimiento por su irreversible
decisión, pese a que su vida actual parece satisfacer las expectativas sociales
(matrimonio y casa, dos coches, dos hijos…), se deprime, se retrae, pierde la
iniciativa y se excluye de su entorno. Recuerda la RDA con añoranza creciente
como una patria perdida; y desarrolla una gradual aversión, no solo hacia la
sociedad alemana occidental, sino también hacia Johannes.,
que terminará por desencadenar el divorcio: simbólicamente se consumará el 4 de
octubre de 1990, inmediatamente tras el Día de la Unidad Alemana.
En
1989, en un viaje planeado y forzado por Johannes,
sin su conocimiento, pisa por primera vez España. La visita se convierte en un
fiasco: el desplazamiento a Dos Aguas, pueblo natal de sus padres, se
interrumpe precipitadamente… España no despierta su añoranza y, desde luego, no
lo contempla como un posible hogar.
Tras
la caída del Muro, pasan dos años hasta que visita a su madre y a su hermana, en
1991. El final tiene lugar en Berlín: en esa visita el lector se entera (con Katia) de todo lo que ha sucedido desde que se
marchó 20 años atrás: su madre nunca asumió
su abandono y ahora declina en una silla de ruedas, cuidada por Martina; su padre fue
detenido poco después, inculpado por su fuga, y murió tras un largo
encarcelamiento en una prisión de la RDA, siendo aún un comunista ortodoxo,
aunque desalentado; posteriormente los archivos de la Stasi sobre su padre mostrarán
que había estado espiando a otros españoles exiliados como colaborador informal
de la agencia de vigilancia y espionaje desde 1962.
De Katia
puede decirse que su infancia y juventud en la RDA constituyen una «experiencia
biográfica estructurante». Sin embargo, tas la fuga, su punto de referencia
varía: la decepcionante existencia en la RFA la lleva a un creciente rechazo de
sus condiciones de vida y a una revalorización nostálgica de la RDA. Por el
contrario, España, como sociedad vernácula transmitida por los
padres, en la formación de la identidad de la protagonista apenas desempeña un
papel en su desdicha y nostalgia. El que Katia
proceda de una familia de emigrantes españoles en la RDA no resulta relevante:
no se siente atraída por España y no intenta establecer contacto con sus
parientes aquí.
Su búsqueda de identidad y su vía
de integración han fracasado: está psicológicamente enferma y la estructura combinada
de su depresión, su complejo de culpa y el fracaso de su perfil identitario
explica la proyección de la culpa hacia su entorno íntimo, en particular, y
hacia la sociedad alemana del este, en general.
En cuanto a
sus padres, esos exiliados españoles
que viven en condiciones de hacinamiento en su exilio en Berlín Occidental, se
puede decir que Katia no sabía gran cosa. Del
padre, Manuel, sabe que es comunista
acérrimo y pro-Moscú, agradecido a la RDA por haberle concedido asilo. En
cuanto a su posición política, recuerda que se enfadaba mucho cuando se trataba
de la Ostpolitik alemana (Política del este, término que describe
al proceso político llevado adelante por Willy Brandt), a la que se
oponía: especialmente aguda fue su indignación cuando Brandt
recibió el Premio Nobel de la Paz (1970). Al cumplir 18 años, su
madre, Isabel, le revela datos de la
historia familiar: en 1936, Manuel se fue a
la montaña como voluntario para defender la Segunda República; en el verano de
1937, reapareció en el pueblo durante tres días y se casaron; en 1938, sale de
España y llega a Moscú donde se convierte en un pequeño comisario de
provincias (¿?); en 1946 abandona la URSS y se traslada a Dresde, donde
comienza a aprender alemán; Isabel sigue a
su marido al exilio en 1946, abandonando la España franquista dejando atrás peligrosos
expedientes; se encuentran en Dresde (en una pequeña comunidad de españoles),
donde consiguen alojamiento y trabajo gracias al Partido; Isabel deseosa de que su marido se aleje del
partido, impulsa el traslado a Berlín. La novela también insinúa su actividad como
colaborador informal de la Stasi (Katia
recuerda un encuentro de la familia con españoles exiliados críticos de la RDA
en Leipzig a los que no vuelven a ver; o como tras un encuentro en compañía de
su padre con un peculiar exiliado español que impartía clases como profesor en
la Universidad Humboldt, descubre que poco después ya no enseñaba allí).
Isabel, la madre, se caracteriza también por
importarle bien poco el Partido y la política. Enseña a sus hijos a rezar y a
entonar el mea culpa. Se niega a aprender alemán, está mal integrada y
vive el exilio como una extraña. Es la mujer que espera la vuelta de su hija y
que sufre junto a Martina, su hija menor,
todas las consecuencias de la fuga de la mayor. Huida de su país para
encontrarse con su marido en un país extranjero cuya lengua desconoce (y se resistirá
a aprender), sacrificando a su familia, haciendo de tripas corazón en un
entorno ajeno y soportando la escasez y la hostilidad de la situación, permanente
sufridora de las acciones ajenas constituye el retrato de una verdadera
protagonista en la distancia.
La
historia abarca dos generaciones y dos experiencias de exilio diferentes,
incluyendo hechos históricos y hechos imaginarios. En efecto, la novela
narra una doble historia de exilio. La primera es la referente al pequeño
número de republicanos españoles, comunistas en su mayoría, que abandonaron
España tras (y durante) la Guerra Civil y no pudieron regresar, y a los que se
les concedió asilo en la RDA (para muchos, su segundo o tercer exilio). Es el
caso de los padres y sus dos hijas: Katia (1950)
y Martina (1953). Ambas crecen en la RDA,
con las limitaciones políticas, sociales e incluso axiológicas que el régimen
comunista aplica a sus ciudadanos. Katia, un
buen día de 1971, siguiendo su instinto e impulsada por un amor adolescente, se
escapa a la RFA, dejando atrás, sin despedirse, su país, su ciudad, su familia
y sus amigos para empezar una nueva vida. Una fuga: «Republikflucht» en
la terminología de la RDA.
Ahí
comienza la segunda historia de exilio, plasmada como un relato de oposición
Este/Oeste, pues Katia no solo no percibe la
RFA como un nuevo hogar; sino que, por el contrario, se siente progresivamente
como una exiliada desdeñada. Lo cual la conduce a una inexorable depresión: el
país y las gentes le parecen cada día más adversos, mientras añora la patria
abandonada. Más aún, su irreversible decisión tendrá graves consecuencias
también para su familia en la RDA, como descubre cuando, tras la reunificación,
en 1991 visita a su familia en Berlín.
La
historia termina, precisamente, en 1991 y el desenlace queda abierto a la
posibilidad de un nuevo comienzo. La última palabra de la novela, poyejali
(¡vamos allá!), palabra rusa que ya había aparecido antes, cuando Katia abandona la RDA: «Poyejali, me dije.
Igual que Yuri Gagarin a bordo del Vostok 1, me fui sin saber que, como el
cosmonauta, tampoco encontraría a Dios al otro lado». Aunque no se tenga
absoluta certeza sobre el significado narrativo de esta palabra de cierre,
puede tomarse como un nuevo comienzo, sobre todo considerando la primera frase
del prefacio de la novela, «Katia Ziegler destapa la estilográfica con la
que ha firmado todos los documentos importantes de su vida»: quizá ese vamos
allá sea el primer paso de ese nuevo comienzo: la escritura de sus
recuerdos.
ENTRE LO
INTROSPECTIVO Y LO PERIODÍSTICO
En cuanto a estilo, la novela, a
partir de una forma de contar muy personal, pretende articular una literatura
sencilla y profunda, basada en la capacidad lingüística para transmitir
situaciones, estados de ánimo, circunstancias y sentimientos con pocas
palabras, frases cortas y concisas, condensaciones poéticas, comparaciones
originales, contrapuntos, alusiones y silencios. Todo ello a través de una voz
narrativa poética y fragmentada, cuya mirada (la de AMD)
está a caballo entre lo introspectivo y lo periodístico.
En cuanto a estructura, el libro consta
de un breve prefacio, de dos páginas sin
título, y cuatro
partes, cuyos epígrafes son: El Este (periodo
1956-1971), La tierra de nadie (1971), El otro
lado (1972-1990), Vaterland –la tierra de mi padre– (1992);
cada una de las cuales se subdivide a su vez en breves secciones, cada una con
un título, un lugar y un año.
El periodo comprendido entre 1956 y
1990 tiene a Katia como narradora en primera
persona (narradora subjetiva), procedimiento que parece elegido para subrayar
la fijación de recuerdos como recurso de autoafirmación. La enunciación narrativa
no se orienta a un público anónimo, sino que parece dirigida a la propia autora
(y quizá a una alguien conocido o cercano). El yo narrativo va evocando
aquello que emerge de su memoria, (que, como es bien sabido, no suele ser
completo ni fiable): la propia narradora reconsidera el carácter selectivo de
los recuerdos («Hay una electricidad entre emoción y memoria: […] a mayor
emoción, más facilidad de que un suceso pueda ser recordado. La emoción es el
filtro…»).
En la citada introducción y en la
última parte de la novela, Vaterland,
no se utiliza el narrador subjetivo, sino la voz narrativa más distanciada del
narrador objetivo, en tercera persona. Concretamente, las acciones,
pensamientos y sentimientos de Katia se transmiten
como si ella se observara desde fuera, lo cual puede interpretarse como el
deseo de AMD de mostrar que la protagonista
es capaz de distanciarse de todo el pasado.
Lo cual tiene su corolario con este párrafo que cierra las dos páginas de NOTAS DE LA AUTORA: «Treinta y tres años han pasado de la caída del muro de Berlín y todavía existen en el mundo otros treinta con los que se intenta impedir el flujo de personas de forma violenta. Dos de ellos los tenemos aquí, al sur de nuestro país.»
Además
de una novela de nostalgias: la madre de Katia tiene nostalgia del pasado; el padre, del presente; y Katia,
del futuro; aparecen, igualmente, al menos tres temas complejos (aunque frecuentes
en el género novelístico): (1) las consecuencias imprevistas e imprevisibles de
decisiones irreversibles; (2) el ensamblaje de cuestiones como el origen
geográfico, la patria, la extranjería, la integración y la identidad; y (3). el
entramado de la historia (Guerra Civil española, Telón de Acero, Guerra
Fría, construcción del Muro, reunificación) con la vida de los personajes.
En
este sentido, partiendo de que utiliza como tema, para el doble relato de
exilio mencionado, la historia poco conocida de los refugiados republicanos de
la Guerra Civil que encontraron asilo en la RDA tras la Segunda Guerra Mundial;
ante esta propuesta, la pregunta pertinente es: ¿contribuye la novela (y, de
ser así, en qué medida) a una mejor comprensión de las condiciones de vida y
las influencias de los emigrantes españoles y sus hijos? En este sentido hay
cierta unanimidad entre la crítica en que la historia de un republicano español
exiliado en la Alemania del Este podría haber sido mejor tratada… Posiblemente,
la autora no pretendió ajustar la recreación novelesca a los hechos históricos
y a la realidad de la vida de los exiliados de primera y segunda generación, ni
profundizar así en la comprensión de sus vidas. Por el contrario, parece haber
elegido no priorizar la realidad: de hecho, la visión de la RDA y RFA elegida se
antoja mera ficción (fruto de la imaginación). El mecanismo narrativo para sortear
la realidad radica en la conformación psicológica de Katia
tras su asentamiento en la RFA, orientada a no percibir con claridad la
realidad, caracterizada por su falta de interés por los acontecimientos
políticos, su falta de iniciativa, su inmadurez y, especialmente, por su
depresión.
Novela,
así mismo, sobre sueños rotos, sobre heroicidades silenciosas, proezas
desapercibidas y minusvaloradas: la proeza de tomar decisiones que cambian la
vida, y cual efecto mariposa, la de aquellos que rodean a quien las toma.
Porque también es una novela sobre decisiones: siempre tomamos
decisiones (no tomarlas ya supone una decisión), intentando calibrar las
posibles consecuencias; pero nadie puede conocer el futuro, así que resulta
complejo anticipar sus efectos. Solo queda asumir todas las ramificaciones que emanan
de las mismas e, incluso, de lo que no se decide. Y la política, intrusa a la
que nadie ha invitado, pero que se entromete a fondo en nuestra cotidianidad...
Quizá
esta compleja variedad temática sea precisamente más una mácula que un acierto:
el hecho de que en una primera y breve novela se traten tantos y tan peliagudos
temas (la emigración española de la Guerra Civil, el muro de Berlín, la
Alemania dividida, el desarraigo de la tierra, el desarraigo familiar, las
decisiones personales, los apegos familiares, la importancia de las decisiones
sobre unos mismo y su entorno…), cuando uno solo supondría un reto para una
novela inicial, supone que ninguno de ellos esté mínimamente desarrollado, más
allá de lo superficial y episódico.
SÍNDROME DEL TELEGRAMA
La crítica ha puesto de manifiesto
que esta primera novela adolece del síndrome del telegrama, lo que
impide una lectura fluida; falta de ritmo agudizada por el formato episódico. No
obstante, con esos mimbres, AMD intenta
levantar un relato cargado de belleza, de nostalgia y de dolor, que claramente
está lejos de conseguir. La causa es que esta novela de muros (que se levantan
y que se han de derribar): el que separaba Berlín; el que se levanta con la
huida de Katia; y el interior, que ella
sobrelleva (un muro con su pasado, su familia y sus sentimientos). Y éste,
precisamente, es el menos definido, cuando se ha optado por el narrador
subjetivo (la propia Katia) para contar la
historia. Aunque la novela pueda estar bien escrita y construida, se desdibuja
en el dibujo de su protagonista. Algo así
como si la destreza narrativa de su autora no fuera pareja a las dudas que
depara el personaje... Sin duda es el aspecto más débil, el que impide que la
novela, pese a algún buen momento, se consolide como relato creíble.
Katia resulta ser un caso atípico, improbable
incluso, de española exiliada de segunda generación. Su simplista conflicto de
identidad se reduce al binomio RFA (extranjero) / RDA (patria). Su
desconocimiento político es tal que la historia contemporánea queda en gran
medida al margen de la novela: enfrentamiento de comunistas pro Moscú con PCE eurocomunista
de Santiago Carrillo (que dividió a los exiliados españoles en la RDA en dos
bandos desde finales de los años '70); la invasión de Checoslovaquia por el
Pacto de Varsovia en 1968 (condenada por el PCE y apoyada por el SED); el
conflicto entre SED y PCE en torno a 1973, cuando la RDA reconoció
diplomáticamente el régimen de Franco. Los valores comunistas de su padre tampoco la llevan a situarse
políticamente, su retrato es el de una joven apolítica: así, en 1971 su
preocupación es la preparación del décimo Festival Mundial de la Juventud y
los Estudiantes, en la que participa (por cierto, el festival no se celebró
en 1971, sino en 1973). Lo que se muestra al lector es una joven inmadura que
se traslada de la RDA a la RFA por una relación sentimental, se siente
decepcionada tanto por esa relación como por la vida en Occidente, permanece
allí como una extraña, se deprime y añora su antiguo hogar.
En efecto, el tema de los
refugiados españoles de la Guerra Civil y sus hijos en la RDA, tan poco
conocido y desarrollado (al contrario del de los miles de exiliados a
Sudamérica, México o Francia), supone un apasionante capítulo de la historia
germano-española que llama la atención. Por eso, inicialmente la novela
interesa: cuando sigue la evocación de la protagonista de sus años en la RDA (1956-1971),
narrada de forma anecdótica, colorista y con su peculiar estilo (aunque resulte
superficial). Sin embargo, la parte de la RFA (1971-1991) flojea notablemente. Únicamente
asumiendo una apreciación del mundo a través de la pantalla de la angustia, una
capacidad de decisión paralizada y una depresión creciente por parte de la
protagonista, podría parecer creíble esa parte. Esa depresión, unida al
desinterés por los acontecimientos políticos (de un lugar y otro), y la nula
importancia que España juega en su identidad, rebajan esta parte a un relato convencional
reducido a las identificaciones/oposiciones: Este-Hogar / Occidente-Extranjero.
Bien poco, por cierto.
Lo que tiene mayor calado, aunque
no se desarrolla, es el hecho de que, paradójicamente (sea intencional o no),
la protagonista, en cierto modo, reproduce el destino de su madre, que no se
integró (ni quiso integrarse) y vivió la RDA como extranjera. Katia se manifiesta más como hija de Isabel (infeliz) que de Manuel
(comunista): paralelismo que llega al punto de que la funesta decisión de la mujer
que abandona España para seguir a su marido a la RDA, la reproduce Katia con su nefasta decisión de seguir a Johannes a la RFA. Ambas decisiones solo
reportarán sufrimiento y extrañeza para ambas (a cada una en un país).
Y España, como sociedad vernácula transmitida por los padres, en la formación de la identidad de la protagonista, apenas desempeña un papel en su desdicha y nostalgia. El que Katia proceda de una familia de emigrantes españoles en la RDA no resulta relevante: no se siente atraída por España y no intenta establecer contacto con sus parientes de aquí.
REALIDAD APARCADA
Parece
evidente que la autora no pretendió ajustar, de la mejor manera posible, su
construcción novelesca a los hechos históricos conocidos y a la realidad de la
vida de los exiliados de primera y segunda generación, profundizando así en la
comprensión de sus vidas y destinos. Por el contrario, optó por aparcar la
realidad a distancia. La constelación RDA-RFA elegida parece en principio producto
de la imaginación, pura ficción. El medio más importante para aparcar la
realidad se encuentra en la constitución psicológica de la protagonista tras su
traslado a la RFA, que parece casi orientada a no ver la realidad con claridad:
por su inmadurez, su desinterés por los acontecimientos políticos, su falta de
iniciativa y, sobre todo, por su depresión.
En este sentido, resulta poco
probable que un miembro del PCE, que había pasado ocho años en la URSS y no
hablaba alemán, decidiera ir a Dresde en 1946 (antes de que se fundara la RDA):
sobre todo si se tiene en cuenta que el colectivo de exiliados de los
comunistas españoles en Dresde al que se alude no existía en aquel momento (surgió
en 1950/51). Por otra parte, la decisión de trasladarse a Berlín, siguiendo los
deseos de la esposa, supone una libertad de elección bastante improbable
(resulta difícil suponer tal cambio de residencia sin la aprobación del SED y
el PCE). Desde luego la biografía del personaje del padre, resulta claramente atípica
(por no decir imposible).
Igualmente, Katia vive la RFA de los '70 y '80 con los estereotipos de los '50: la casa, el coche, los hijos, el marido fatigado tras el trabajo, viendo la televisión cada noche y bebiendo cervezas, y la mujer como ama de casa reclusa. La percepción de los cambios políticos y de la realidad tanto en la RDA como en la RFA se antoja limitada y sombría.
«Katia hace cosas
incomprensibles, como irse de la casa familiar a la francesa, como no soportar
a su marido, como aislarse, todo ello sin ninguna explicación. Entonces, de
pronto el lector puede descubrir que la novela que lee no profundiza en el
abismo que padece Katia. De pronto la novela de Katia entre muros se convierte
en la novela de una Katia insuficientemente relatada» (Ernesto Ayala-Dip,
Babelia).
(*) NOTA: En una larga conversación (de la que se
aprende mucho sobre las hijas de los comunistas españoles en la RDA), que se
publicó como libro (en alemán) en 2004 (Álvarez,
Mercedes y Quevedo, Núria: Ilejanía. La cercanía de lo olvidado –un diálogo sobre el exilio–. Muséu del Pueblu
d’Asturies y Ayuntamientu de Xixón: Gijón 2012; ISBN 978-84-96906-33-4), ellas
habían aportado información sobre sus vidas y la de sus respectivos padres.
Independientemente del libro, ambas personas fueron entrevistadas varias veces
por investigadores sobre el tema del exilio en la RDA. Sin el encuentro con
estas «hijas de comunistas», seguramente esta novela de AMD no habría existido.

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