«EL TERCER PARAÍSO»
Cristian Alarcón (2022)
«El sonido del Laberinto Patagonia es el de los paseantes anunciándose los caminos cerrados, las trampas internas, los dobleces equívocos, las esquinas obtusas, los bordes invisibles, las curvas.»
CHILENO EN ARGENTINA
Cristian Alarcón Casanova (La Unión, 1970), licenciado en la
Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de
La Plata (UNPL), desde principios de los años '90 se consagró al periodismo
de investigación en diarios (como Clarín,
Crítica o Página
12) y revistas (como Rolling Stone, TXT
o Gatopardo). En sus libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (premio
Samuel Chavkin a la Integridad Periodística en América Latina,
otorgado por North American Congress of Latin American Authors, sobre un
grupo de ladrones de Buenos Aires, y Si me
querés, quereme transa, centrado en los narcos de la ciudad, se
cruzan la literatura con la etnografía urbana. Un
mar de castillos peronistas, en cambio, mezcla la crónica de viajes
con perfiles de personajes disidentes y marginales. En la actualidad, dirige la
revista digital de crónicas narrativas Anfibia de
la Universidad Nacional de San Martín y coordina el sitio Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de
Periodismo Judicial, y es director del posgrado en Periodismo Cultural de
la UNPL. Ha recibido diferentes premios por su trabajo, y además de ser
profesor titular en la UNPL, ha realizado estancias académicas en Francia y Estados
Unidos (profesor visitante en 2012 en el Instituto de Estudios Latinoamericanos
de la Universidad de Texas, en Austin). En 2014 recibió el premio Konex
- Diploma al Mérito en la categoría Crónicas y Testimonios. Sus
últimos trabajos se centran en la relación entre el periodismo y el arte.
Teniendo en cuenta los buenos
tiempos que vive la crónica, género a caballo entre la literatura y el
periodismo que cuenta con una importante tradición, y una amplia nómina de autores
y publicaciones en Hispanoamérica, y que Cristian
Alarcón Casanova (CAC) es un
periodista de investigación de largo recorrido y director de una publicación
enfocada precisamente a la crónica y los ensayos narrativos, no resulta extraño
que sea este precisamente el género que más ha frecuentado, hasta que, con EL TERCER PARAÍSO (2022),
lo abandone para adentrarse en la ficción con un estilo híbrido que cabalga
entre el ensayo y la poesía, estrenándose en el mundo de la novela, como puerta
de entrada a su universo particular.
NOVELA-JARDÍN EN
SOLEDAD
CAC ha contado que la novela surgió
de la soledad y que la escribió enteramente durante la pandemia: primero
en un retiro que me vi obligado a hacer en las afueras de la ciudad de Buenos
Aires y luego, después de sobrevivir a una de las cepas más temibles del covid,
refugiándome en el sur de Chile, donde ocurren estos acontecimientos. Asimismo,
ha explicado su origen fue un ensayo escrito para un libro colectivo en los
comienzos de la pandemia, donde un grupo de intelectuales se inquirían cómo
sería el futuro después del Covid-19. En tal ensayo ya aparecían algunas
historias relativas a su madre y su abuela y la idea del fin del mundo. Hilo
del que siguió tirando: A partir de esas dos mujeres empecé a escribir sobre
ellas, a alejarme de la ciudad y a irme al campo, y fui descubriendo que tenía
tierra, que tenía agua, que tenía aire, que podía conseguir semillas, bulbos de
dalias… Comencé una experiencia botánica real. La novela tiene muchísimo de
real. No dejo de ser el cronista que soy por convertirme en un escritor
de ficción. Creo además que esa es una frontera antigua, casi del siglo XX.
El libro parte, pues, de un deseo de
neutralizar la inquietud provocada por la situación y el deseo de instalarse en
un espacio de absolutas certezas: la naturaleza. Uno de sus temas principales y
fuente de inspiración será pues la vida de las plantas y la relación de los
humanos con ellas. A partir de ahí, CAC le confiere
un sentido profundo al confinamiento y a sus traumas vitales; esa vida
tranquila en el campo le permite rememorar la historia de su familia. A lo
largo de la pandemia, sembrará y cuidará un jardín: su paraíso, mientras
plantea muchos temas (flores) en un libro: el profundo amor hacia su
hijo; el deseo de entender y asimilar la historia de su vida (desde su propia
infancia en Chile y la Argentina hasta su estancia en su casa de campo en la
Argentina durante la pandemia); la construcción de su jardín; la historia de sus
padres y abuelos; el exilio de toda una familia a Argentina y su lucha contra la
pobreza; la determinación de perdonar a sus padres que, maltratados de niños, reprodujeron
el maltrato con su hijo homosexual; anécdotas y reflexiones sobre grandes
figuras de la botánica…
RARO ARTEFACTO
LITERARIO
El resultado es un libro fragmentario
de un género poco ortodoxo, que da la impresión de ser una novela experimental escrita
en tiempos inéditos y turbadores que obligaban a improvisar. Este raro artefacto
literario sustraído a las clasificaciones genéricas, se sustenta en una
escritura clara y concisa que utiliza la metáfora polisémica del jardín como
eje vertebrador.
De neto y confeso corte
autobiográfico (el cronista opta en esta ocasión por consignar su propia vida),
se estructura sobre tres ejes temporales. Por un lado, un presente en el que el
narrador regresa de visita al pueblo chileno de su infancia, y que incluye los
años de pandemia, cuando decide erigir un hermoso jardín y cultivar flores y
hortalizas. Presente marcado por la afición a la herbología, donde el autor despliega
su conocimiento tanto histórico como botánico, al tiempo que relata la
construcción de su propio jardín en Buenos Aires. Es un tejido muy personal en
el que sobresalen los recuerdos (buenos y malos) de su infancia, incluyendo los
relativos a las flores y plantas que su abuela cultivaba en el huerto de la
casa familiar, como las humildes dalias (que se empeña en reproducir en su
jardín). Aflora también aquí el amor por la naturaleza y por su tierra.
El segundo eje lo conforman las
divagaciones de ese presente hacia el conocimiento y el orden que proporciona
la ciencia, a las hazañas de los grandes naturalistas del pasado, aquellos que
le dieron un nombre a casi todo.
Y, por último, un pasado marcado
por su historia familiar (principalmente la historia de su madre). La de los
ancestros del protagonista: sus abuelos maternos, Alba
y Elías, la de sus padres, Nadia y Pedro,
hasta su llegada al mundo. A partir de ahí, relata sus primeros años, el
recuerdo de la abuela en la pequeña aldea de Daglipulli y los dos episodios que
cambian sucesivamente la vida de su familia, el terremoto que los obliga a
empezar de cero, y la dictadura chilena del general Augusto Pinochet que
los lleva a emigrar al país vecino. De los tres planos de historia, según mi
criterio, el más logrado es este sobre su infancia: describe muy bien un
determinado tiempo y su gente.
DOBLE RECONOCIMIENTO
Pero, además de proponer una
lectura en clave autobiográfica, supone un ejercicio existencial que se inicia
en un doble reconocimiento. El primero, el de la mencionada historia familiar,
que comienza en Chile y termina en la Argentina. Una historia de mujeres
sufridas, silenciosas y fuertes; hombres autoritarios, altivos y débiles;
hechos históricos traumáticos (el terremoto de Valdivia de 1969 y la dictadura
chilena); fragmentación narrativa, leves anacronismos; una modesta épica
familiar, deudora de cierta imagen asentada de Hispanoamérica en la que, sin mayor
relación causal, no faltan la persecución política y el exilio. El segundo es
el reconocimiento de la jardinería como pasión y arte: pasión botánica
que comenzará con el acto de plantar un jazmín, la tarde en que celebra la
ampliación del terreno original; una pasión que se acentuará y encauzará durante
la pandemia, el encierro y la difusión de especialistas en las redes sociales.
El libro tiene una doble faz:
una historia familiar latinoamericana en la que también honro a quienes
considero mis maestros, los grandes escritores que leí siendo demasiado joven
[...] y esta experiencia suburbana elegida; en la que, según ha relatado,
después de muchos años escribiendo sobre capos de la droga o ladrones, me
reencontré con algo que tiene que ver con mis ancestros, y que es la profunda
relación que muchos y muchas necesitamos con la naturaleza. Un redescubrimiento
de lo botánico, de la vida, más allá de nuestras urgencias y emergencias, que
nos resulta un delirio, pero también una aventura de conocimiento, de
aprendizaje vital ante las circunstancias en que nosotros mismos como humanos
nos hemos puesto, (…).
Ambos hilos establecen una dinámica
de alternancia: el familiar, más temporal que geográfico, comienza con los
abuelos y se prolonga hasta la primera juventud del narrador; el segundo, más
geográfico, cuenta las alternativas del diseño y la construcción del jardín,
sumado a una suerte de breviario de la botánica, que recorre la actividad de sus
grandes figuras. La voz narradora y un lenguaje que busca la transparencia pretenden
dar unidad a una novela, que gira alrededor de una relectura o variante del mito
del Edén, del que nadie será expulsado, porque se volverá refugio (terrenal
y modesto). Paraíso en el que podría alcanzarse una felicidad pudorosa,
clave para comprender el tono vindicativo de un relato que apuesta a la
certidumbre más que a la duda.
Lo
primero que llama la atención es que las 295 páginas de la novela se disponen en
157 capítulos muy cortos que alternan, como se ha dicho, entre tres hilos
narrativos. Como los capítulos narrados en presente tienen lugar durante la
pandemia, la estructura del libro encarna la dificultad de ubicarse en esa
época de tanta incertidumbre y zozobra, al tiempo que pretende facilitar la lectura,
que la pandemia recuperó socialmente.
Pero,
a su vez, la novela se divide en tres partes nominadas Primero, Segundo y Tercer
Jardín. Las remembranzas se encadenan con la elaboración de su
propio jardín de pandemia. El Primer Jardín
lo retrotrae a Daglipulli, donde el protagonista aprendió a cultivar, regar,
podar y cosechar flores; por eso erigir un jardín para él supone acercarse al
paraíso. Esta interacción entre su propia obra y sus memorias está complementado
con lecturas de científicos naturalistas y enseñanzas de experimentados jardineros.
También sigue clases de jardinería y hace aprendizajes autodidactas mediante Instagram. Contrasta su idea de jardín con el
de la abuela y decide separar la huerta de las flores. Se fascina, al igual que
ella con las dalias. Reconoce, al final de la sección de este primer jardín que
fue formateado para apreciar la belleza inglesa y agrega que, todavía su
deconstrucción botánica es precaria.
Podría decirse que el Segundo Jardín consiste en esta deconstrucción
de sus ideas previamente formateadas por la estética inglesa. Así que aquí propone
esa deconstrucción botánica a través de la lectura de los padres de la biología
moderna, entre los cuales destaca el fundador de la taxonomía, el sueco Carlos
Linneo y su Systema naturae.
Igualmente, resalta la historia de Alexander von Humboldt, joven
aristócrata prusiano, que no sólo realizó un impresionante trabajo científico,
sino que proporcionó a los patriotas (entre ellos, Simón Bolívar) un
modelo de naturaleza tropical a la altura de las obras refinadas y grandiosas
de los europeos en una comparación, incluso ideológica, contra el colonialismo y
la suntuosidad imperial. La cita de Mary Louise Pratt, autora del libro Ojos Imperiales, prueba que su deconstrucción
avanza políticamente, mostrando cómo el sistema de clasificación de Linneo acaba con el conocimiento y la práctica de
la vida campesina de América, e incluso de Europa. Pero el segundo paraíso
concluye así: El pulso de Humboldt se desbocó al conocer al más guapo de los
jóvenes ecuatorianos, Carlos Montúfar, quien se transformó en su nueva obsesión.
Así, la deconstrucción botánica del protagonista revela otro aspecto
significativo e íntimo: su vecina le ha comentado que su primer jardín es muy
masculino, cuando varios indicios iniciales conducían a pensar que él es gay.
Es una toma de conciencia que lo
incita, en el Tercer Jardín, a
redefinir su idea de hacer un jardín que no sea tan masculino, en su modo
primitivo, propiedad individual, posesión y cercado. A partir de ahí su
jardín progresa con nuevas ideas que le permiten recuperar incluso la belleza
de jardines silvestres que crecen sin ayuda al lado de muros de adobe. Sin duda
las ideas de Jardín en Movimiento y Jardín Planetario del paisajista
francés Gilles Clement, le llevan trabajar un jardín no estático,
permitiendo que plantas no seleccionadas y malas yerbas lo rediseñen actuando
conjuntamente con el resto, acoplando las ideas de globalización en la dinámica
de la biodiversidad planetaria. Igualmente, le abre a apreciar las huertas
orgánicas, comida, plantas y flores entremezcladas (lo que cree que se asemeja,
aunque no sea igual, a la huerta de su abuela).
Conviene destacar, finalmente, que el
libro se abre y se cierra en un cementerio (jardín de otro tipo), a la muerte
del abuelo Elías. Aunque admira este jardín,
extraña su propio paraíso, construido a las afueras de Buenos Aires, al lado de
su container convertido en oficina.
LA FAMILIA (Y ALGUNOS
MÁS)
El autor utiliza un
narrador-protagonista (su alter ego) que adopta un punto de vista flemático:
cuenta sin caer en sentimentalismos una historia donde los sentimientos podían
estar a flor de piel. Sólo informa en tono pausado, en ocasiones reflexivo y con
aparente distanciamiento: ni lamenta, ni culpa, ni reprocha…. El tono de
alguien que parece haber hecho las paces con su pasado y que se aferra al
presente (al paraíso construido junto a su hijo y su novio) para ser feliz. Talante
que mantiene tanto en los episodios oscuros como en los más luminosos. Lejos de
articular una historia lacrimógena, adopta la visión de quien sabe identificar
y valorar los aspectos positivos en su vida actual, para construir con ellos su
paraíso particular, un refugio ante el dolor y la tragedia.
No por ello, la historia deja de reconocer
las heridas aún no cerradas de un abrupto pasado. El de un hombre que vivió una
infancia difícil marcada por la ignorancia y falta de educación de sus abuelos,
trufada de episodios de maltrato y agresiones; la ausencia y la falta de cariño
de una madre, de por sí, inestable; la intolerancia de su entorno hacia la
homosexualidad; la pervivencia de costumbres arcaicas; o el exilio forzado de
su familia.
Los demás personajes principales configuran
la genealogía del narrador, desde la historia de sus abuelos maternos a la de
sus padres. Y, paralelamente, introduce, como se ha visto, algunas de las
grandes figuras de Botánica Universal: desde Aristóteles, Trofrasto y Plinio
el Viejo, hasta las aventuras de Carlos Linneo y Alexander
Humboldt, Aimé Bonplant y José Celestino Mutis, así
como las ideas del filósofo paisajista francés Gilles Clément.
Entre los personajes secundarios está
Anders Dahl, alumno de Linneo, en
honor a quien la dalia, originaria de México (de hecho, es la flor nacional), cambió
su nombre autóctono (acocoxochitl). Y, sobre todo, destaca la presencia
de Arcelia, bisabuela del narrador,
reconocida como una más de esas indígenas a las que, parafraseando al autor,
les cambiaron de nombres, cuando niñas eran regaladas a los patrones añosos hacendados,
viéndose así desplazadas y abandonadas, para más tarde ser elegidas como
esposas de hombres a los que nunca amaron. El personaje protagoniza una de las
comparaciones más notables: Arcelia recolectaba
murtas que almacenaba en su saya en expediciones a los cerros vecinos, y cuando
regresaba a casa las murtas caían como si ella misma fuera un arbusto
repleto de frutas maduras.
ESCRITURA-REFUGIO
En su estilo amable y sosegado, CAC no oculta aquello que causa aversión: la
violencia de la realidad. Así, cuenta ese tiempo en el que las niñas indígenas
eran ofrecidas a los hacendados, y cuando los hombres maltratan, pelean, matan
y se embriagan para olvidar. Habla de cómo unos padres (Nadia y Pedro) someten a su
hijo a una cruel terapia hormonal ante su homosexualidad. Pero también cuenta
cómo, ahora desde su jardín, junto a su hijo y su pareja (Antonio), integra, comprende y perdona a sus
padres.
En general, en el mundo de El tercer paraíso la gente no es de una pieza,
la actitud del narrador ante el mundo le permite reconocer que los humanos somos
complejos, que las personas son capaces de lo bueno y lo malo. Por mucho que
quiera a su madre, el narrador no deja de contar que le pegaba de niño hasta el
día en que, ya con doce años, le sujetó la mano alzada a punto de golpearle con
una cuchara de palo. Quería muchísimo a su abuela Alba,
pero tampoco omite que ella nunca denunció la violencia que su marido, Elías, ejerció contra ella y sus hijos; incluso
cuenta un incidente en el que Alba lo violentó
físicamente. También plantea lo desgarrador que es querer a una persona maltratadora,
sobre todo si esa persona hurta su amor: cuando Nadia
visita a Elías, mientras agoniza, éste no llega
a pronunciar las palabras (te quiero) que ella tanto anhela. No
obstante, aun contando la propia historia sin caer en sentimentalismos o en
exaltaciones, resulta ser una narración bastante plana en muchos de esos
episodios.
La alternancia entre los hilos temporales habilita que el presente, donde el autor va creando su jardín, se erija en el lugar seguro, a salvo de las dificultades y complicaciones que cuenta de un pasado marcado por el carácter violento de un abuelo, la inestabilidad de una madre, un contexto social complicado y una condición sexual repudiada en la época.
DE PREMIOS Y
OPINIONES
Una constante en las reseñas del
libro es la mención a la obtención del Premio Alfaguara de novela 2022.,
así como a la alusión a la apreciación recogida en el acta del jurado, según la
cual, la novela «abre una puerta a la esperanza de hallar en lo pequeño un
refugio frente a las tragedias colectivas» (que, por cierto, no faltan en
la novela). Sin entrar en valoraciones, conviene precisar que hay dos tipos de
premios literarios, los que se conceden a las obras publicadas durante el
último año (como el Goncourt, Bookers, Pulitzer y el FILBA
entre otros) y los que las editoriales adjudican a las inéditas (como el Planeta,
el Clarín, el Herralde o este Alfaguara) que en ocasiones
se otorgan a autores de sus catálogos, aportando un indiscutible impulso
promocional.
Siempre me he resistido a leer
novelas galardonadas con esos premios editoriales, y esta lectura no me ha convencido de lo contrario. No me
enganché con los personajes ni con las historias que protagonizan, pues tanto
unos como otras no me despertaron un mínimo interés (más bien aburrimiento): hacía
mucho que no miraba, al acabar cada capítulo, cuánto me faltaba para terminar. Dudando
de que tal vez la mía pudiera ser una apreciación caprichosa por no captar la
sintonía, leí numerosas reseñas para constatar que otros muchos lectores
mostraban opiniones del tipo: «le falta densidad y tensión narrativa», «pésimo»,
«sin interés», «sin profundidad»...
El libro contiene muchos aspectos
que no me gustaron. Por ejemplo, el uso de la tercera persona para hablar de su
vida de crío, cuando el resto lo hace en primera. No cabe duda de que supone
una barrera más en el relato, porque la primera barrera es estilística: el
autor parece decidido a adornarse, buscando metáforas inspiradoras en
cada párrafo cayendo en una pretenciosa prosa poética casi nunca está
justificada. Pero no solo se hermosea en las palabras, sino también en
la historia, porque cuenta episodios de sus antepasados y de su infancia la
mientras erige un jardín en un terreno de los suburbios de Buenos Aires y de
paso se remonta a la historia de la botánica, intentando dotar a todo el
engranaje de un jardín en movimiento, pero la reducción impuesta por el
relato en capítulos cortos, que intercalan los tres planos de la historia lo
complica todo.
Además, prácticamente todo se
desarrolla a base de tópicos. Así, pretendiendo ser una reivindicación de la
botánica y la relación con la naturaleza, las historias sobre un retorno a la
naturaleza (en el caso del narrador, a los jardines de su infancia en Chile,
que cuidaban su madre y abuela) rozan la evocación enfática a paraísos perdidos
donde gentes sabias e íntegras vivían en armonía antes de la Caída (por
supuesto, la Conquista). No obstante, el propio CAC
parece no tomárselo muy en serio, pues reconoce, con humor, que su pasión por
la jardinería, provocada durante la pandemia, es el nuevo hobby de todo el
mundo, siendo consciente de que todo el mundo son los privilegiados.
Igualmente, aunque el narrador plantea su ideología ambiental (considera que su
jardín y el jardín planetario es un paraíso), difícilmente se puede asumir que
peque de ingenuo, pues difícilmente podría abrigar una idea romántica de la
naturaleza, porque conociendo desde su infancia la Patagonia sabe lo agreste e
implacable que puede ser: terremotos, tsunamis, vientos e incendios… Naturaleza
cruel, que perturbó toda la vida de su familia.
DE TÓPICOS Y
REIVINDICACIONES
En efecto, no faltan tópicos. La
sabiduría aborigen (en cuanto a la sanación) se cita en dos o tres ocasiones. Alba que sufre maltratos en el hospital (por una
enfermera) durante su primer parto, para los posteriores recurre a una partera
indígena. Aunque el ejemplo paradigmático es el episodio estereotipado del niño
hospitalizado (el narrador) a quien los médicos son incapaces de proporcionar
un diagnóstico. Desesperada, su madre lo lleva a una curandera mapuche, que lo
cura con plantas medicinales.
La experiencia de cultivar un
jardín en una parcela semi rural, implica para el protagonista recuperar una
historia que se retrotrae sus ascendientes que vivieron en un paisaje semi
inhóspito en la Patagonia. Seguramente no estarían muy de acuerdo con ello los
indígenas del sur de Chile y parte de Argentina, que han vivido en unas tierras
que les han intentado arrebatar desde los tiempos coloniales, a través de
misiones, primero, y con expediciones militares, después. Muchos de ellos (mapuches
o araucanos, particularmente) han sido empujados más hacia el sur y todavía
defienden su territorio frente a un estado y una sociedad chilena para quienes
la Patagonia es el fin del mundo (como a la propia Nadia).
Si bien el narrador no plantea
rotundamente la figura del buen salvaje (solo la insinúa), sí se postula
en contra de los impulsos imperialistas, colonialistas y sexistas encerrados en
las maneras históricamente dominantes con que Occidente ha abordado la
naturaleza, llegando incluso a afirmar que el mismo sistema de clasificación de
la flora y la fauna de Linneo ha contribuido
en la consolidación del poder europeo y burgués. Recalca la importancia de la
labor de los enviados de Linneo (y otros
mandados por los reyes europeos) al Nuevo Mundo en el proyecto imperial y
colonial. Regresaron con especímenes que sirvieron para crear colecciones y
modelar los dibujos difundidos en libros por toda Europa: porque el
descubrimiento y el bautizo de lo relevado serán claves en la explotación de la
riqueza de las colonias.
En efecto, estereotipo y
superficialidad, van de la mano en la historia botánica. El narrador muestra
admiración por Humboldt: Igual que con Linneo, lo que cuenta del alemán resulta breve y superficial
(más esbozo que retrato). Su caracterización de Humboldt
parece la antítesis de Linneo: lejos de mostrar
una orientación imperialista (intelectual y empírica), Humboldt
se muestra abierto a la experiencia, dondequiera que le lleve. La atracción del
narrador se basa en la actitud del científico ante la vida y su afán por
conocer el mundo e indagar en las claves que lo mantenían en movimiento
perpetuo: No le temía a la incerteza, vivía tras ella como quien
persigue una luz que se desvanece pero jamás se agota. Es más, cuando
describe el viaje de Humboldt al volcán
Chimborazo en el Ecuador, introduce el detalle llamativo de que llega a la
misma conclusión que Goethe: «La naturaleza es interacción y
reciprocidad». Ideas que concuerdan con las del narrador acerca no sólo del
planeta sino de las relaciones con su familia.
Sin embargo, llama la atención un
hecho que pone en entredicho esa visión de CAC respecto a Humboldt: pese a que Francisco José de Caldas
compartió con él generosamente su sofisticado conocimiento sobre tierras
ecuatoriales, y de su deseo ardiente de sumarse a sus expediciones científicas,
éste no lo invitó.
En este sentido, gualmente, tópico
es el tratamiento implícito de la identidad (cómo no). Para introducirlo, utiliza
un pequeño desvío (que, en realidad, no lo es): menciona, como un dato más, que
Humboldt era homosexual, sin entrar en
detalle sobre ese aspecto ni sobre las posibles repercusiones de haberse sabido
públicamente. Y, con idéntica naturalidad se refiere a su propia orientación
sexual, cuando, al comienzo de la novela, deja caer que su casita de campo es ideal
para llevar a sus novios y a su hijo (adoptivo). Solo más adelante cobrará
importancia ese dato mencionado de pasada. En los capítulos de la infancia,
vemos al niño tomar conciencia de sus gustos: la atracción por la ropa
femenina, la delicadeza, la inclinación a jugar con muñecas, la falta de
habilidad atlética… Hasta el día en que Nadia
lo encuentra solo en casa, vestido y maquillado como ella. Todo ello lleva a sus
padres a llevarlo a una clínica (¿clandestina?) donde le ponen inyecciones de
testosterona. Hasta llegar a la certeza, cuando el narrador, años después,
informa a Nadia por teléfono que es gay,
ella enmudeció dramáticamente del otro lado del teléfono y sólo atinó a
decir con la voz entrecortada algo así como entonces nunca, nunca voy a ser
abuela. Pero, acto seguido, muestra cómo sus padres ahora lo reciben a él y
a su hijo sin prejuicios ni complejos, con toda la naturalidad.
Aspecto este de la identidad sexual
que introduce el corolario, casi cómico, del narrador dejándose convencer de
que el cerco de su jardín resulta discutible, cuando una amiga paisajista lo ve
con maderas perfectamente alineadas… terminadas en punta y con una puertita
como del País de las Maravillas, comenta qué masculino.
Tópica, en fin, resulta también la
forma de referirse a la dictadura chilena… En este sentido, mientras leía
pensaba en otro escritor chileno, Alejandro Zambra, que cuando habla
sobre la dictadura y postdictadura chilena, lo hace siempre con un tono
novedoso y sorprendente, en tanto que CAC
cae en la misma gravedad de siempre.
LABERINTO BOTÁNICO
El libro es un laberinto en el cual
el narrador va y viene en el tiempo y se pierde en sus reflexiones: mezcla
tiempos (el ayer y el hoy), lugares, personajes; anticipa y entrecruza
historias lo que no impide que, con el paso de las páginas, su desarrollo se
vaya desinflando.
Por
otra parte, intercalar los tres hilos argumentales tiene la gran desventaja de
ponerle freno a cualquier impulso narrativo. A decir verdad, el libro no ofrece
mayor tensión dramática ni grandes sorpresas. Los tres hilos resultan planos y
enganchan poco. Sin duda, hay fragmentos estimables, como el inicio dedicado a
las flores, pero la repetición e insistencia vuelven aburrido ese hilo
narrativo. Posiblemente CAC no deseaba
seguir las reglas corrientes de la novela; su propósito (que sólo se revela
paulatinamente) parece ser establecer un ritmo paralelo a la paciente
construcción de su jardín en movimiento y la búsqueda, obtención,
siembra y desarrollo de las plantas, sobre todo de las flores, con que lo
llena.
Esta actitud frente a la vida
humana (una mezcla de amor y violencia, generosidad y mezquindad, placer y
sufrimiento) se ve reflejada en las conclusiones que el protagonista saca, bajo
la influencia de Clément, acerca de la
naturaleza y el papel que el narrador juega en cultivar una parcelita como
jardín. Porque abraza lo que Clément denomina
el jardín en movimiento: se retracta de su jardín con su cerco
delimitando lo cultivado y lo silvestre porque lo ve inspirado en una tradición
europea, para acogerse al jardín en movimiento, que borra esos límites entre lo
sembrado por el jardinero y lo sembrado por la naturaleza. Busca pues un jardín
producido mediante la dinámica incesante de las plantas vagabundas capaces
de colonizar terrenos baldíos, costados de camino, páramos abandonados a su
suerte, pues los jardines en movimiento son las verdaderas reservas
genéticas del planeta y, como tales, los espacios del futuro.
Pero el jardín en movimiento no tiene
solo consecuencias materiales sino también mentales (e incluso espirituales).
Lo que destaca el narrador de este último aspecto de la filosofía de Clément
es el jardín planetario, o sea, un territorio mental de esperanza
basado en la idea de que la tierra es el espacio verde y su contorno la
biósfera. Al accionar o al no accionar, cada uno de nosotros es un jardinero,
no hay quien no lo sea: toda la humanidad es la jardinera del planeta.
Una idea muy en la órbita del ecologismo caviar y que, en los momentos que vivimos, se muestra un tanto ingenua, por no decir vacía, pues ese mismo ecologismo es el mismo que está postulando, por otra parte, los jardines eólicos y de placas solares.
Para estas reflexiones no hacía falta esta estructura laberíntica y alternante, ese lenguaje florido, esas informaciones de Instagram, esos bocetos históricos..., Voltaire llegó más lejos con una sola frase: «–Todo está muy bien –dijo Cándido–, pero cultivemos nuestro jardín.»
«La
salida del laberinto se siente como una inhalación después del ahogo.»

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