miércoles, 12 de marzo de 2025

EL TERCER PARAÍSO

 

«EL TERCER PARAÍSO»
Cristian Alarcón (2022)

«El sonido del Laberinto Patagonia es el de los paseantes anunciándose los caminos cerrados, las trampas internas, los dobleces equívocos, las esquinas obtusas, los bordes invisibles, las curvas.»


CHILENO EN ARGENTINA

Cristian Alarcón Casanova (La Unión, 1970), licenciado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNPL), desde principios de los años '90 se consagró al periodismo de investigación en diarios (como Clarín, Crítica o Página 12) y revistas (como Rolling Stone, TXT o Gatopardo). En sus libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (premio Samuel Chavkin a la Integridad Periodística en América Latina, otorgado por North American Congress of Latin American Authors, sobre un grupo de ladrones de Buenos Aires, y Si me querés, quereme transa, centrado en los narcos de la ciudad, se cruzan la literatura con la etnografía urbana. Un mar de castillos peronistas, en cambio, mezcla la crónica de viajes con perfiles de personajes disidentes y marginales. En la actualidad, dirige la revista digital de crónicas narrativas Anfibia de la Universidad Nacional de San Martín y coordina el sitio Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial, y es director del posgrado en Periodismo Cultural de la UNPL. Ha recibido diferentes premios por su trabajo, y además de ser profesor titular en la UNPL, ha realizado estancias académicas en Francia y Estados Unidos (profesor visitante en 2012 en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas, en Austin). En 2014 recibió el premio Konex - Diploma al Mérito en la categoría Crónicas y Testimonios. Sus últimos trabajos se centran en la relación entre el periodismo y el arte.

Teniendo en cuenta los buenos tiempos que vive la crónica, género a caballo entre la literatura y el periodismo que cuenta con una importante tradición, y una amplia nómina de autores y publicaciones en Hispanoamérica, y que Cristian Alarcón Casanova (CAC) es un periodista de investigación de largo recorrido y director de una publicación enfocada precisamente a la crónica y los ensayos narrativos, no resulta extraño que sea este precisamente el género que más ha frecuentado, hasta que, con EL TERCER PARAÍSO (2022), lo abandone para adentrarse en la ficción con un estilo híbrido que cabalga entre el ensayo y la poesía, estrenándose en el mundo de la novela, como puerta de entrada a su universo particular.

NOVELA-JARDÍN EN SOLEDAD

CAC ha contado que la novela surgió de la soledad y que la escribió enteramente durante la pandemia: primero en un retiro que me vi obligado a hacer en las afueras de la ciudad de Buenos Aires y luego, después de sobrevivir a una de las cepas más temibles del covid, refugiándome en el sur de Chile, donde ocurren estos acontecimientos. Asimismo, ha explicado su origen fue un ensayo escrito para un libro colectivo en los comienzos de la pandemia, donde un grupo de intelectuales se inquirían cómo sería el futuro después del Covid-19. En tal ensayo ya aparecían algunas historias relativas a su madre y su abuela y la idea del fin del mundo. Hilo del que siguió tirando: A partir de esas dos mujeres empecé a escribir sobre ellas, a alejarme de la ciudad y a irme al campo, y fui descubriendo que tenía tierra, que tenía agua, que tenía aire, que podía conseguir semillas, bulbos de dalias… Comencé una experiencia botánica real. La novela tiene muchísimo de real. No dejo de ser el cronista que soy por convertirme en un escritor de ficción. Creo además que esa es una frontera antigua, casi del siglo XX.

El libro parte, pues, de un deseo de neutralizar la inquietud provocada por la situación y el deseo de instalarse en un espacio de absolutas certezas: la naturaleza. Uno de sus temas principales y fuente de inspiración será pues la vida de las plantas y la relación de los humanos con ellas. A partir de ahí, CAC le confiere un sentido profundo al confinamiento y a sus traumas vitales; esa vida tranquila en el campo le permite rememorar la historia de su familia. A lo largo de la pandemia, sembrará y cuidará un jardín: su paraíso, mientras plantea muchos temas (flores) en un libro: el profundo amor hacia su hijo; el deseo de entender y asimilar la historia de su vida (desde su propia infancia en Chile y la Argentina hasta su estancia en su casa de campo en la Argentina durante la pandemia); la construcción de su jardín; la historia de sus padres y abuelos; el exilio de toda una familia a Argentina y su lucha contra la pobreza; la determinación de perdonar a sus padres que, maltratados de niños, reprodujeron el maltrato con su hijo homosexual; anécdotas y reflexiones sobre grandes figuras de la botánica…

RARO ARTEFACTO LITERARIO

El resultado es un libro fragmentario de un género poco ortodoxo, que da la impresión de ser una novela experimental escrita en tiempos inéditos y turbadores que obligaban a improvisar. Este raro artefacto literario sustraído a las clasificaciones genéricas, se sustenta en una escritura clara y concisa que utiliza la metáfora polisémica del jardín como eje vertebrador.

De neto y confeso corte autobiográfico (el cronista opta en esta ocasión por consignar su propia vida), se estructura sobre tres ejes temporales. Por un lado, un presente en el que el narrador regresa de visita al pueblo chileno de su infancia, y que incluye los años de pandemia, cuando decide erigir un hermoso jardín y cultivar flores y hortalizas. Presente marcado por la afición a la herbología, donde el autor despliega su conocimiento tanto histórico como botánico, al tiempo que relata la construcción de su propio jardín en Buenos Aires. Es un tejido muy personal en el que sobresalen los recuerdos (buenos y malos) de su infancia, incluyendo los relativos a las flores y plantas que su abuela cultivaba en el huerto de la casa familiar, como las humildes dalias (que se empeña en reproducir en su jardín). Aflora también aquí el amor por la naturaleza y por su tierra.

El segundo eje lo conforman las divagaciones de ese presente hacia el conocimiento y el orden que proporciona la ciencia, a las hazañas de los grandes naturalistas del pasado, aquellos que le dieron un nombre a casi todo.

Y, por último, un pasado marcado por su historia familiar (principalmente la historia de su madre). La de los ancestros del protagonista: sus abuelos maternos, Alba y Elías, la de sus padres, Nadia y Pedro, hasta su llegada al mundo. A partir de ahí, relata sus primeros años, el recuerdo de la abuela en la pequeña aldea de Daglipulli y los dos episodios que cambian sucesivamente la vida de su familia, el terremoto que los obliga a empezar de cero, y la dictadura chilena del general Augusto Pinochet que los lleva a emigrar al país vecino. De los tres planos de historia, según mi criterio, el más logrado es este sobre su infancia: describe muy bien un determinado tiempo y su gente.

DOBLE RECONOCIMIENTO

Pero, además de proponer una lectura en clave autobiográfica, supone un ejercicio existencial que se inicia en un doble reconocimiento. El primero, el de la mencionada historia familiar, que comienza en Chile y termina en la Argentina. Una historia de mujeres sufridas, silenciosas y fuertes; hombres autoritarios, altivos y débiles; hechos históricos traumáticos (el terremoto de Valdivia de 1969 y la dictadura chilena); fragmentación narrativa, leves anacronismos; una modesta épica familiar, deudora de cierta imagen asentada de Hispanoamérica en la que, sin mayor relación causal, no faltan la persecución política y el exilio. El segundo es el reconocimiento de la jardinería como pasión y arte: pasión botánica que comenzará con el acto de plantar un jazmín, la tarde en que celebra la ampliación del terreno original; una pasión que se acentuará y encauzará durante la pandemia, el encierro y la difusión de especialistas en las redes sociales.

El libro tiene una doble faz: una historia familiar latinoamericana en la que también honro a quienes considero mis maestros, los grandes escritores que leí siendo demasiado joven [...] y esta experiencia suburbana elegida; en la que, según ha relatado, después de muchos años escribiendo sobre capos de la droga o ladrones, me reencontré con algo que tiene que ver con mis ancestros, y que es la profunda relación que muchos y muchas necesitamos con la naturaleza. Un redescubrimiento de lo botánico, de la vida, más allá de nuestras urgencias y emergencias, que nos resulta un delirio, pero también una aventura de conocimiento, de aprendizaje vital ante las circunstancias en que nosotros mismos como humanos nos hemos puesto, (…).

Ambos hilos establecen una dinámica de alternancia: el familiar, más temporal que geográfico, comienza con los abuelos y se prolonga hasta la primera juventud del narrador; el segundo, más geográfico, cuenta las alternativas del diseño y la construcción del jardín, sumado a una suerte de breviario de la botánica, que recorre la actividad de sus grandes figuras. La voz narradora y un lenguaje que busca la transparencia pretenden dar unidad a una novela, que gira alrededor de una relectura o variante del mito del Edén, del que nadie será expulsado, porque se volverá refugio (terrenal y modesto). Paraíso en el que podría alcanzarse una felicidad pudorosa, clave para comprender el tono vindicativo de un relato que apuesta a la certidumbre más que a la duda.

Lo primero que llama la atención es que las 295 páginas de la novela se disponen en 157 capítulos muy cortos que alternan, como se ha dicho, entre tres hilos narrativos. Como los capítulos narrados en presente tienen lugar durante la pandemia, la estructura del libro encarna la dificultad de ubicarse en esa época de tanta incertidumbre y zozobra, al tiempo que pretende facilitar la lectura, que la pandemia recuperó socialmente.

Pero, a su vez, la novela se divide en tres partes nominadas Primero, Segundo y Tercer Jardín. Las remembranzas se encadenan con la elaboración de su propio jardín de pandemia. El Primer Jardín lo retrotrae a Daglipulli, donde el protagonista aprendió a cultivar, regar, podar y cosechar flores; por eso erigir un jardín para él supone acercarse al paraíso. Esta interacción entre su propia obra y sus memorias está complementado con lecturas de científicos naturalistas y enseñanzas de experimentados jardineros. También sigue clases de jardinería y hace aprendizajes autodidactas mediante Instagram. Contrasta su idea de jardín con el de la abuela y decide separar la huerta de las flores. Se fascina, al igual que ella con las dalias. Reconoce, al final de la sección de este primer jardín que fue formateado para apreciar la belleza inglesa y agrega que, todavía su deconstrucción botánica es precaria.

Podría decirse que el Segundo Jardín consiste en esta deconstrucción de sus ideas previamente formateadas por la estética inglesa. Así que aquí propone esa deconstrucción botánica a través de la lectura de los padres de la biología moderna, entre los cuales destaca el fundador de la taxonomía, el sueco Carlos Linneo y su Systema naturae. Igualmente, resalta la historia de Alexander von Humboldt, joven aristócrata prusiano, que no sólo realizó un impresionante trabajo científico, sino que proporcionó a los patriotas (entre ellos, Simón Bolívar) un modelo de naturaleza tropical a la altura de las obras refinadas y grandiosas de los europeos en una comparación, incluso ideológica, contra el colonialismo y la suntuosidad imperial. La cita de Mary Louise Pratt, autora del libro Ojos Imperiales, prueba que su deconstrucción avanza políticamente, mostrando cómo el sistema de clasificación de Linneo acaba con el conocimiento y la práctica de la vida campesina de América, e incluso de Europa. Pero el segundo paraíso concluye así: El pulso de Humboldt se desbocó al conocer al más guapo de los jóvenes ecuatorianos, Carlos Montúfar, quien se transformó en su nueva obsesión. Así, la deconstrucción botánica del protagonista revela otro aspecto significativo e íntimo: su vecina le ha comentado que su primer jardín es muy masculino, cuando varios indicios iniciales conducían a pensar que él es gay.

Es una toma de conciencia que lo incita, en el Tercer Jardín, a redefinir su idea de hacer un jardín que no sea tan masculino, en su modo primitivo, propiedad individual, posesión y cercado. A partir de ahí su jardín progresa con nuevas ideas que le permiten recuperar incluso la belleza de jardines silvestres que crecen sin ayuda al lado de muros de adobe. Sin duda las ideas de Jardín en Movimiento y Jardín Planetario del paisajista francés Gilles Clement, le llevan trabajar un jardín no estático, permitiendo que plantas no seleccionadas y malas yerbas lo rediseñen actuando conjuntamente con el resto, acoplando las ideas de globalización en la dinámica de la biodiversidad planetaria. Igualmente, le abre a apreciar las huertas orgánicas, comida, plantas y flores entremezcladas (lo que cree que se asemeja, aunque no sea igual, a la huerta de su abuela).

Conviene destacar, finalmente, que el libro se abre y se cierra en un cementerio (jardín de otro tipo), a la muerte del abuelo Elías. Aunque admira este jardín, extraña su propio paraíso, construido a las afueras de Buenos Aires, al lado de su container convertido en oficina.

LA FAMILIA (Y ALGUNOS MÁS)

El autor utiliza un narrador-protagonista (su alter ego) que adopta un punto de vista flemático: cuenta sin caer en sentimentalismos una historia donde los sentimientos podían estar a flor de piel. Sólo informa en tono pausado, en ocasiones reflexivo y con aparente distanciamiento: ni lamenta, ni culpa, ni reprocha…. El tono de alguien que parece haber hecho las paces con su pasado y que se aferra al presente (al paraíso construido junto a su hijo y su novio) para ser feliz. Talante que mantiene tanto en los episodios oscuros como en los más luminosos. Lejos de articular una historia lacrimógena, adopta la visión de quien sabe identificar y valorar los aspectos positivos en su vida actual, para construir con ellos su paraíso particular, un refugio ante el dolor y la tragedia.

No por ello, la historia deja de reconocer las heridas aún no cerradas de un abrupto pasado. El de un hombre que vivió una infancia difícil marcada por la ignorancia y falta de educación de sus abuelos, trufada de episodios de maltrato y agresiones; la ausencia y la falta de cariño de una madre, de por sí, inestable; la intolerancia de su entorno hacia la homosexualidad; la pervivencia de costumbres arcaicas; o el exilio forzado de su familia.

Los demás personajes principales configuran la genealogía del narrador, desde la historia de sus abuelos maternos a la de sus padres. Y, paralelamente, introduce, como se ha visto, algunas de las grandes figuras de Botánica Universal: desde Aristóteles, Trofrasto y Plinio el Viejo, hasta las aventuras de Carlos Linneo y Alexander Humboldt, Aimé Bonplant y José Celestino Mutis, así como las ideas del filósofo paisajista francés Gilles Clément.

Entre los personajes secundarios está Anders Dahl, alumno de Linneo, en honor a quien la dalia, originaria de México (de hecho, es la flor nacional), cambió su nombre autóctono (acocoxochitl). Y, sobre todo, destaca la presencia de Arcelia, bisabuela del narrador, reconocida como una más de esas indígenas a las que, parafraseando al autor, les cambiaron de nombres, cuando niñas eran regaladas a los patrones añosos hacendados, viéndose así desplazadas y abandonadas, para más tarde ser elegidas como esposas de hombres a los que nunca amaron. El personaje protagoniza una de las comparaciones más notables: Arcelia recolectaba murtas que almacenaba en su saya en expediciones a los cerros vecinos, y cuando regresaba a casa las murtas caían como si ella misma fuera un arbusto repleto de frutas maduras.

ESCRITURA-REFUGIO

En su estilo amable y sosegado, CAC no oculta aquello que causa aversión: la violencia de la realidad. Así, cuenta ese tiempo en el que las niñas indígenas eran ofrecidas a los hacendados, y cuando los hombres maltratan, pelean, matan y se embriagan para olvidar. Habla de cómo unos padres (Nadia y Pedro) someten a su hijo a una cruel terapia hormonal ante su homosexualidad. Pero también cuenta cómo, ahora desde su jardín, junto a su hijo y su pareja (Antonio), integra, comprende y perdona a sus padres.

En general, en el mundo de El tercer paraíso la gente no es de una pieza, la actitud del narrador ante el mundo le permite reconocer que los humanos somos complejos, que las personas son capaces de lo bueno y lo malo. Por mucho que quiera a su madre, el narrador no deja de contar que le pegaba de niño hasta el día en que, ya con doce años, le sujetó la mano alzada a punto de golpearle con una cuchara de palo. Quería muchísimo a su abuela Alba, pero tampoco omite que ella nunca denunció la violencia que su marido, Elías, ejerció contra ella y sus hijos; incluso cuenta un incidente en el que Alba lo violentó físicamente. También plantea lo desgarrador que es querer a una persona maltratadora, sobre todo si esa persona hurta su amor: cuando Nadia visita a Elías, mientras agoniza, éste no llega a pronunciar las palabras (te quiero) que ella tanto anhela. No obstante, aun contando la propia historia sin caer en sentimentalismos o en exaltaciones, resulta ser una narración bastante plana en muchos de esos episodios.

La alternancia entre los hilos temporales habilita que el presente, donde el autor va creando su jardín, se erija en el lugar seguro, a salvo de las dificultades y complicaciones que cuenta de un pasado marcado por el carácter violento de un abuelo, la inestabilidad de una madre, un contexto social complicado y una condición sexual repudiada en la época.

DE PREMIOS Y OPINIONES

Una constante en las reseñas del libro es la mención a la obtención del Premio Alfaguara de novela 2022., así como a la alusión a la apreciación recogida en el acta del jurado, según la cual, la novela «abre una puerta a la esperanza de hallar en lo pequeño un refugio frente a las tragedias colectivas» (que, por cierto, no faltan en la novela). Sin entrar en valoraciones, conviene precisar que hay dos tipos de premios literarios, los que se conceden a las obras publicadas durante el último año (como el Goncourt, Bookers, Pulitzer y el FILBA entre otros) y los que las editoriales adjudican a las inéditas (como el Planeta, el Clarín, el Herralde o este Alfaguara) que en ocasiones se otorgan a autores de sus catálogos, aportando un indiscutible impulso promocional.

Siempre me he resistido a leer novelas galardonadas con esos premios editoriales, y esta lectura no me ha convencido de lo contrario. No me enganché con los personajes ni con las historias que protagonizan, pues tanto unos como otras no me despertaron un mínimo interés (más bien aburrimiento): hacía mucho que no miraba, al acabar cada capítulo, cuánto me faltaba para terminar. Dudando de que tal vez la mía pudiera ser una apreciación caprichosa por no captar la sintonía, leí numerosas reseñas para constatar que otros muchos lectores mostraban opiniones del tipo: «le falta densidad y tensión narrativa», «pésimo», «sin interés», «sin profundidad»...

El libro contiene muchos aspectos que no me gustaron. Por ejemplo, el uso de la tercera persona para hablar de su vida de crío, cuando el resto lo hace en primera. No cabe duda de que supone una barrera más en el relato, porque la primera barrera es estilística: el autor parece decidido a adornarse, buscando metáforas inspiradoras en cada párrafo cayendo en una pretenciosa prosa poética casi nunca está justificada. Pero no solo se hermosea en las palabras, sino también en la historia, porque cuenta episodios de sus antepasados y de su infancia la mientras erige un jardín en un terreno de los suburbios de Buenos Aires y de paso se remonta a la historia de la botánica, intentando dotar a todo el engranaje de un jardín en movimiento, pero la reducción impuesta por el relato en capítulos cortos, que intercalan los tres planos de la historia lo complica todo.

Además, prácticamente todo se desarrolla a base de tópicos. Así, pretendiendo ser una reivindicación de la botánica y la relación con la naturaleza, las historias sobre un retorno a la naturaleza (en el caso del narrador, a los jardines de su infancia en Chile, que cuidaban su madre y abuela) rozan la evocación enfática a paraísos perdidos donde gentes sabias e íntegras vivían en armonía antes de la Caída (por supuesto, la Conquista). No obstante, el propio CAC parece no tomárselo muy en serio, pues reconoce, con humor, que su pasión por la jardinería, provocada durante la pandemia, es el nuevo hobby de todo el mundo, siendo consciente de que todo el mundo son los privilegiados. Igualmente, aunque el narrador plantea su ideología ambiental (considera que su jardín y el jardín planetario es un paraíso), difícilmente se puede asumir que peque de ingenuo, pues difícilmente podría abrigar una idea romántica de la naturaleza, porque conociendo desde su infancia la Patagonia sabe lo agreste e implacable que puede ser: terremotos, tsunamis, vientos e incendios… Naturaleza cruel, que perturbó toda la vida de su familia.

DE TÓPICOS Y REIVINDICACIONES

En efecto, no faltan tópicos. La sabiduría aborigen (en cuanto a la sanación) se cita en dos o tres ocasiones. Alba que sufre maltratos en el hospital (por una enfermera) durante su primer parto, para los posteriores recurre a una partera indígena. Aunque el ejemplo paradigmático es el episodio estereotipado del niño hospitalizado (el narrador) a quien los médicos son incapaces de proporcionar un diagnóstico. Desesperada, su madre lo lleva a una curandera mapuche, que lo cura con plantas medicinales.

La experiencia de cultivar un jardín en una parcela semi rural, implica para el protagonista recuperar una historia que se retrotrae sus ascendientes que vivieron en un paisaje semi inhóspito en la Patagonia. Seguramente no estarían muy de acuerdo con ello los indígenas del sur de Chile y parte de Argentina, que han vivido en unas tierras que les han intentado arrebatar desde los tiempos coloniales, a través de misiones, primero, y con expediciones militares, después. Muchos de ellos (mapuches o araucanos, particularmente) han sido empujados más hacia el sur y todavía defienden su territorio frente a un estado y una sociedad chilena para quienes la Patagonia es el fin del mundo (como a la propia Nadia).

Si bien el narrador no plantea rotundamente la figura del buen salvaje (solo la insinúa), sí se postula en contra de los impulsos imperialistas, colonialistas y sexistas encerrados en las maneras históricamente dominantes con que Occidente ha abordado la naturaleza, llegando incluso a afirmar que el mismo sistema de clasificación de la flora y la fauna de Linneo ha contribuido en la consolidación del poder europeo y burgués. Recalca la importancia de la labor de los enviados de Linneo (y otros mandados por los reyes europeos) al Nuevo Mundo en el proyecto imperial y colonial. Regresaron con especímenes que sirvieron para crear colecciones y modelar los dibujos difundidos en libros por toda Europa: porque el descubrimiento y el bautizo de lo relevado serán claves en la explotación de la riqueza de las colonias.

En efecto, estereotipo y superficialidad, van de la mano en la historia botánica. El narrador muestra admiración por Humboldt: Igual que con Linneo, lo que cuenta del alemán resulta breve y superficial (más esbozo que retrato). Su caracterización de Humboldt parece la antítesis de Linneo: lejos de mostrar una orientación imperialista (intelectual y empírica), Humboldt se muestra abierto a la experiencia, dondequiera que le lleve. La atracción del narrador se basa en la actitud del científico ante la vida y su afán por conocer el mundo e indagar en las claves que lo mantenían en movimiento perpetuo: No le temía a la incerteza, vivía tras ella como quien persigue una luz que se desvanece pero jamás se agota. Es más, cuando describe el viaje de Humboldt al volcán Chimborazo en el Ecuador, introduce el detalle llamativo de que llega a la misma conclusión que Goethe: «La naturaleza es interacción y reciprocidad». Ideas que concuerdan con las del narrador acerca no sólo del planeta sino de las relaciones con su familia.

Sin embargo, llama la atención un hecho que pone en entredicho esa visión de CAC respecto a Humboldt: pese a que Francisco José de Caldas compartió con él generosamente su sofisticado conocimiento sobre tierras ecuatoriales, y de su deseo ardiente de sumarse a sus expediciones científicas, éste no lo invitó.

En este sentido,  gualmente, tópico es el tratamiento implícito de la identidad (cómo no). Para introducirlo, utiliza un pequeño desvío (que, en realidad, no lo es): menciona, como un dato más, que Humboldt era homosexual, sin entrar en detalle sobre ese aspecto ni sobre las posibles repercusiones de haberse sabido públicamente. Y, con idéntica naturalidad se refiere a su propia orientación sexual, cuando, al comienzo de la novela, deja caer que su casita de campo es ideal para llevar a sus novios y a su hijo (adoptivo). Solo más adelante cobrará importancia ese dato mencionado de pasada. En los capítulos de la infancia, vemos al niño tomar conciencia de sus gustos: la atracción por la ropa femenina, la delicadeza, la inclinación a jugar con muñecas, la falta de habilidad atlética… Hasta el día en que Nadia lo encuentra solo en casa, vestido y maquillado como ella. Todo ello lleva a sus padres a llevarlo a una clínica (¿clandestina?) donde le ponen inyecciones de testosterona. Hasta llegar a la certeza, cuando el narrador, años después, informa a Nadia por teléfono que es gay, ella enmudeció dramáticamente del otro lado del teléfono y sólo atinó a decir con la voz entrecortada algo así como entonces nunca, nunca voy a ser abuela. Pero, acto seguido, muestra cómo sus padres ahora lo reciben a él y a su hijo sin prejuicios ni complejos, con toda la naturalidad.

Aspecto este de la identidad sexual que introduce el corolario, casi cómico, del narrador dejándose convencer de que el cerco de su jardín resulta discutible, cuando una amiga paisajista lo ve con maderas perfectamente alineadas… terminadas en punta y con una puertita como del País de las Maravillas, comenta qué masculino.

Tópica, en fin, resulta también la forma de referirse a la dictadura chilena… En este sentido, mientras leía pensaba en otro escritor chileno, Alejandro Zambra, que cuando habla sobre la dictadura y postdictadura chilena, lo hace siempre con un tono novedoso y sorprendente, en tanto que CAC cae en la misma gravedad de siempre.

LABERINTO BOTÁNICO

El libro es un laberinto en el cual el narrador va y viene en el tiempo y se pierde en sus reflexiones: mezcla tiempos (el ayer y el hoy), lugares, personajes; anticipa y entrecruza historias lo que no impide que, con el paso de las páginas, su desarrollo se vaya desinflando.

Por otra parte, intercalar los tres hilos argumentales tiene la gran desventaja de ponerle freno a cualquier impulso narrativo. A decir verdad, el libro no ofrece mayor tensión dramática ni grandes sorpresas. Los tres hilos resultan planos y enganchan poco. Sin duda, hay fragmentos estimables, como el inicio dedicado a las flores, pero la repetición e insistencia vuelven aburrido ese hilo narrativo. Posiblemente CAC no deseaba seguir las reglas corrientes de la novela; su propósito (que sólo se revela paulatinamente) parece ser establecer un ritmo paralelo a la paciente construcción de su jardín en movimiento y la búsqueda, obtención, siembra y desarrollo de las plantas, sobre todo de las flores, con que lo llena.

Esta actitud frente a la vida humana (una mezcla de amor y violencia, generosidad y mezquindad, placer y sufrimiento) se ve reflejada en las conclusiones que el protagonista saca, bajo la influencia de Clément, acerca de la naturaleza y el papel que el narrador juega en cultivar una parcelita como jardín. Porque abraza lo que Clément denomina el jardín en movimiento: se retracta de su jardín con su cerco delimitando lo cultivado y lo silvestre porque lo ve inspirado en una tradición europea, para acogerse al jardín en movimiento, que borra esos límites entre lo sembrado por el jardinero y lo sembrado por la naturaleza. Busca pues un jardín producido mediante la dinámica incesante de las plantas vagabundas capaces de colonizar terrenos baldíos, costados de camino, páramos abandonados a su suerte, pues los jardines en movimiento son las verdaderas reservas genéticas del planeta y, como tales, los espacios del futuro.

Pero el jardín en movimiento no tiene solo consecuencias materiales sino también mentales (e incluso espirituales). Lo que destaca el narrador de este último aspecto de la filosofía de Clément es el jardín planetario, o sea, un territorio mental de esperanza basado en la idea de que la tierra es el espacio verde y su contorno la biósfera. Al accionar o al no accionar, cada uno de nosotros es un jardinero, no hay quien no lo sea: toda la humanidad es la jardinera del planeta.

Una idea muy en la órbita del ecologismo caviar y que, en los momentos que vivimos, se muestra un tanto ingenua, por no decir vacía, pues ese mismo ecologismo es el mismo que está postulando, por otra parte, los jardines eólicos y de placas solares. 

Para estas reflexiones no hacía falta esta estructura laberíntica y alternante, ese lenguaje florido, esas informaciones de Instagram, esos bocetos históricos..., Voltaire llegó más lejos con una sola frase: «–Todo está muy bien –dijo Cándido–, pero cultivemos nuestro jardín.»

«La salida del laberinto se siente como una inhalación después del ahogo.»



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