«ARAÑA»
Jon Bilbao
(2023)
«En realidad, iba a decir
que no me conoces.
Te conozco lo suficiente.
He leído todos tus libros.
Yo no soy ese hombre.»
QU’EST QUE C’EST?
ARAÑA (2023), la séptima novela de Jon
Bilbao (Ribadesella, 1972), es la brillante continuación de Basilisco (2020) y, por tanto, segundo volumen
de la (como se ha dado en llamar) saga de
John Dunbar, que finaliza con una tercera entrega, Matamonstruos (2024). Y aunque pueda leerse de
forma independiente, al formar parte de una trilogía, su autonomía no es completa:
cada libro puede leerse suelto, pero es recomendable leerlos en orden de
publicación porque entre ellos guardan
relaciones informativas (de
espacios, tiempos y personajes) y narrativas
(de trasformación de tramas, personajes y acontecimientos). De modo que, si uno
se centra sólo en Araña, adolece de referencias
necesarias para comprender y apreciar plenamente el universo quimérico del
autor: así, por ejemplo, la caracterización del
personaje de John Dunbar (alias Basilisco)
queda incompleta al hurtarse su presentación y primeras andanzas; y lo mismo
ocurre con el otro protagonista, Jon,
que en la entrega anterior incluso carecía (significativamente) de nombre.
Parece incuestionable
que Jon Bilbao es uno de los mejores
narradores de la actualidad, con una habilidad
descriptiva única y, sobre todo, una enorme capacidad
para el relato. Y precisamente en eso consisten estas obras: relatos
autoconclusivos, pero paradójicamente
dependientes y entretejidos entre sí. Las
tres entregas (cuatro si incluimos Los extraños,
como pieza aneja) bien podrían reducirse a dos: la historia familiar de Jon (ese quimérico
alter ego del autor), con su Ribadesella natal como epicentro narrativo; y
la de su homérico alter ego del lejano Oeste americano, John Dunbar; teniendo en cuenta que, entre ambos hilos
narrativos se producen repeticiones y coincidencias formales y temáticas, incluidos espacios y personajes.
Araña, como Basilisco,
tampoco es una novela, ni una colección de cuentos. Sin entrar en polémicas,
digamos que se trata de una sucesión de diez textos
sobre peripecias de distinta naturaleza. Bilbao,
diestro en el relato corto y las frases cautivadoras, pergeña el libro
hilvanando relatos donde la originalidad de la forma
favorece el despliegue del ese universo
suyo tan personal, donde, tras un
aparente batiburrillo, sorprendentemente todo acaba por encajar: desde desastres naturales (riadas, lluvias de barro,
inundaciones y corrimientos de laderas) como hilos conductores, a recuerdos de otros libros (sustancialmente, Los
extraños) que unifican la narración. Porque su obra se está configurando como un dilatado
proyecto conformado por pequeñas hebras que yuxtapuestas, cual teselas, conforman
una madeja, una panorámica general. Leer esos pequeños detalles
de las vidas de los personajes y comprobar cómo enlazan con otros textos y
verlos desarrollarse, configura un universo
literario, un territorio propio,
al que vuelve tras Basilisco,
ampliado y enriquecido.
ESTRUCTURA DUAL
Posiblemente las historias de Jon y Dunbar
funcionarían perfectamente solas, sin necesidad de entrelazarlas, pudiendo haber sido libros independientes, pero lo
cierto es que esta organización alternativa (y a
veces confluyente), los saltos
del pasado al presente, y de la ficción a la realidad
(mejor dicho, lo que se expone como realidad, aunque no sea más que otra cara
de la ficción) se lee con idéntico interés y además aporta un estimable añadido de abstracción y metaliteratura.
Con idéntica estructura narrativa que
Basilisco,
es decir una organización basada en la sucesión alternativa de dos tramas
independientes situadas en dos líneas temporales (el presente de un alter ego literario
del autor y el pasado del Lejano Oeste) que guardan entre sí algunos (pequeños) guiños
o paralelismos. Fórmula arriesgada, pero que continúa funcionando,
ya que logra armonizar historias tan
distintas, (prácticamente antagónicas) trenzándolas mediante sutiles pero eficaces nexos narrativos, configurando un universo
único. Es capaz de conseguir una vivacidad contagiosa tanto al universo de fingida autoficción, que emplea para enfocar
con precisión diversas cuestiones y dar rigurosidad a la obra; como en ese western provisto
de un poso
conceptual tan atrayente como su expresión formal.
Las 10 narraciones intituladas
que conforman Araña (ninguna se
titula como el libro, porque la araña
opera como símbolo) no pueden ser más
dispares, tanto en tono como en argumento.
Nuevamente los episodios (ficticiamente) biográficos de Jon se alternan con la trama de los personajes del Oeste,
generando una ficción original, donde nada es
mentira del todo. Pero no nos engañemos, sus dos líneas argumentales, aun generando interés, no dejan
de ser el pretexto de una prosa en la
que recae su valor real de la obra (pues
la atractiva trama no es más que un dispositivo para su plasmación).
Ribadesella, el Far
West, Disneyland París o el desierto de Nevada, espacios yuxtapuestos en el
libro, escenifican la cualidad híbrida
de la narrativa de Bilbao, donde la
observación, lo fantaseado, lo alegórico y hasta lo metaliterario se combinan
con naturalidad. Todo ello condimentado por la variedad
formal de las historias y el modo de
presentarlas: buenos ejemplos de ello son: la estructuración que hace que sendos textos del presente, relativos a Jon,
interrumpan por dos veces el relato de los peregrinos, en el pasado, sin aparente motivo (pero consiguiendo
dosificar e incrementar el interés por la trama); y el capítulo
nueve (Muda), donde cada
párrafo comienza con puntos suspensivos,
creando una fuerte sensación de interrelación-elíptica destacable.
Mención aparte merece el narrador que con guiños significativos retrotrae al relato oral. Bien mediante la forma verbal en primera
persona del plural (incluyendo al lector-oyente): Mientras tanto, nosotros retrocedamos sigilosamente entre las
ruinas, (…), tratemos de guardar silencio y
respetar el merecido momento de paz e intimidad de John y Lucrecia. Bien
reforzar el uso verbal con la complicidad
narrativa: (…). Pero demos su crónica por buena. Nos gusta pensar que sucedió así. Bien adelantando
acontecimientos para enfatizar la construcción del relato: Será
mejor que me lo lleve, dijo la chica, y Horacio se fue trotando con ella, para no molestar hasta el momento de su reaparición al
final del relato.
REFERENCIAS DIVERSAS
Todo ello contado con una miscelánea de géneros que va desde la crónica al drama,
del folletín al libro
de aventuras, donde caben, asimismo, retazos
de fantasía, ciencia ficción, surrealismo
onírico o algunos detalles tétricos
(como los cráneos y las cabezas del primer relato de Dunbar)
y, por supuesto, la Araña y el Basilisco.
En este sentido, no deja de
sorprender la capacidad del autor para adentrarse (y adentrarnos) en el terreno
de la fantasía sin perder verosimilitud, facultad que unida a su capacidad
para introducir elementos inquietantes (propensos a desencadenar una crisis en cualquier momento):
en cada frase fluctúa un suspense, una tensión narrativa regulada.
Ni que decir tiene que, como otras
obras del autor, Araña contiene multitud de referencias: entre tales influencias, la de Cervantes, tanto en
la fórmula quijotesca del héroe que vive a la vez su vida
y la de las novelas que sobre él se
escriben, como en la existencia de, al menos, dos autores
simultáneos; la de la literatura que ha producido el género (desde Zane Grey a Cormac
McCarthy), y entre ellas las
colecciones de kiosco de Marcial Lafuente Estefanía; pasando por algunos
relatos de Richard Ford, Las puertas del
paraíso (ambientada durante la Cruzada de los niños) de Adam
Andrzejewski o La torre oscura de
Stephen King.
Influencias que no se limitan a la
literatura, sino que incluye numerosas referencias
cinematográficas, algunas ligadas al mundo del western, que van desde la explícita de Johnny Guitar de Nicholas Ray, al Hombre sin nombre, de la Trilogía del Dólar de Sergio Leone (además
de citas explícitas a Sin Perdón de Clint
Eastwood). Otras son de carácter más metafísico, como El hombre duplicado (Enemy), de Denis Villeneuve, donde las
arañas juegan un papel simbólico inquietante (aunque distinto al del que
utiliza Bilbao); o de carácter biográfico (y
narrativo), caso de Arachnophobia de Frank
Marshall. Sin olvidar además el uso de todos los
estilemas cinematográficos (escenarios, líneas
temporales, planos, contrapicados de los personajes, fundidos a negro, diálogos
que se disuelven…) y los homenajes al cine
mudo (un rasgo primordial de los cuentos de Bilbao
es que se oyen y se ven).
Mención aparte merece el valor simbólico que se el otorga al cine en dos
momentos alusivos de enorme relevancia: el primero, lo identifica
con La Luz que dirige
al profeta visionario hacia el Paraíso que persigue, dándole el
valor de visión mística de orientación; mientras el segundo, identifica al
cine con el rito
chamánico, otorgándole el valor de la entrada en un mundo mágico y reparador
que da respuestas a la cotidianidad.
Todo ello desarrollado con un estilo basado en una literatura fragmentada, con capítulos bien
hilvanados y un vigor y una destreza rítmica, sobre todo en los
episodios del western. Estilo que se
sustenta en un análisis cercano al costumbrismo, la observación
a través de un enfoque psicológico estricto que admite el determinismo (mental) genético
(conexión subjetiva de John Dunbar-Elvira Coster
y Jon-su madre) y la denuncia crítica de la vida íntima
de las familias, junto a una visión
pesimista del amor y una descripción mordaz de la pareja.
DE PERSONAJES ICÓNICOS Y ALTER
EGOS
Jon Bilbao ha reconocido ser consciente de que
la auténtica naturaleza de los personajes
(y de las personas) aflora cuando se enfrentan a situaciones extraordinarias; develamiento que
plasma narrativamente y el lector reconoce en la complejidad de la (su)
vida.
En
Araña, retornan los personajes
y los escenarios de Basilisco a
los que vuelven (y nosotros con ellos): John Dunbar
y Lengua Azul, Jon y Katharina
retrotraen a un Oeste americano, de desiertos y masas rocosas, y a una Ribadesella contemporánea, de inundaciones y temporales.
Por
un lado, está Jon-personaje, que intentando
reconducir su vida tras el divorcio, evoca su infancia en la casa de Ribadesella
(referente espacial de innegable protagonismo telúrico) y acomete un
accidentado viaje de documentación por el desierto
de Nevada con sus hijos.
Mientras, Katharina se halla en Disneyland París durante una tormenta de barro de
talante bíblico y, en su hotel, se encuentra con un viejo conocido al que no
esperaba volver a ver. Y, de nuevo, tanto los conflictos de Jon como el desaliento de
Katharina están perfilados con maestría, graduando tiempos y tensiones.
Aquí
conviene recordar que Bilbao insiste en que
no escribe autoficción (mi intención es tomar esos aspectos para construir
ficciones), pero el Jon de sus libros
tiene mucho de alter ego,
pues, desde sus comienzos, se ha
venido incluyendo a sí mismo como un personaje
más de sus relatos, eligiendo ciertas características o
circunstancias personales para adjudicárselos a ese alter
ego: toma su realidad para generar la ficción (no obras
autobiográficas, insiste), como, por otra parte, hacen todos los
escritores.
Por
el otro, en un registro completamente diferente, John
Dunbar, el huraño pistolero presentado en Basilisco, inicia el
relato brutalmente maniatado por los indios y arrastrando tres cráneos de
bisonte a través del desierto. Hipérbole e inverosimilitud para entroncar con la versión de la entrega anterior,
que pronto deriva en un guiño metaliterario
(Dunbar es famoso
como personaje de novelas populares)
de carácter casi humorístico. Pronto vuelve, sin embargo, a ejercer como guía de
una mística peregrinación al Far West
donde un predicador visionario (guiado
por la Luz), Martin Grouard,
pretende establecer el Paraíso de los Hombres
(edén que excluye, como su propio nombre indica, a las mujeres).
El
deseo del autor de poner al día el western literario,
la épica de los caballos y los revólveres, a través de un personaje memorable y
de un viaje de resonancias bíblicas,
ha ido creando y haciendo crecer a este icónico
personaje (uno de los más emblemáticos del panorama literario
español reciente). El personaje esquemático (tan cercano al Hombre sin nombre o al Pistolero de las primeras entregas de La Torre Oscura) de la entrega anterior, va sumando matices y adensando
su caracterización: de apenas esbozada bomba testosterónica (un
mero arquetipo de masculinidad adusta) que mata sin parpadear cuando pierde la
cabeza (de ahí su apodo: Basilisco) y al que todos temen, mediante un proceso de mutación se va humanizando a lo largo del libro, a través del
contacto con el iluminado profeta y, sobre todo, con su hermana, Lucrecia, una mujer especial y única
integrante femenina de la expedición, que lo hace verse de manera diferente,
más humana, menos heroica (cuando, curiosamente, lee la Ilíada). Aquí el relato de aventuras se apacigua
a través de la sentimentalidad, la
ternura y la soledad: el propio autor dice que, aunque le resultó difícil escribir los
libros precedentes, aquí se dejó llevar por sus sentimientos, resultando más
emotivo.
Dunbar considera extraña la Ilíada, pues no cuenta ni el principio ni el
final de la guerra: en Araña pasa lo mismo, no se explican ni el
principio ni el fin de la vida del personaje. Porque lo importante no es eso,
sino mostrarlo como versión renovada de un Aquiles sobre el que se tejen
las leyendas o de un Ulises ansioso por eliminar sus recuerdos para
evitar el dolor.
No
hay que olvidar que Dunbar es el alter ego de su autor,
Jon-personaje, y que la melancolía
aflige, conforma y ahoga a ambos. Son personajes que no contemplan que la felicidad
pueda entrar en sus vidas: aunque la tengan a mano, no la aferran. También se
pone de manifiesto, a través suyo, cómo el ser humano suele idealizar objetivos y sublimar a otras personas: retrata las
ilusiones humanas y cómo a veces se persiguen a ciegas y sin garantías,
buscando la propia identidad y determinados sentimientos para sobrevivir, lo
que lleva a los personajes a rupturas de relaciones y lazos sociales, a la «mudanza de los afectos», como puntualiza uno
de ellos. Porque el ser humano tiende a imaginarse el paraíso individual, donde cree poder encontrar
la paz, y aspira a conseguirlo, sin tener en cuenta que «lo difícil es quedarse», como dice otro
personaje.
JUEGO DE DOBLES Y ESPEJOS
También la
trama, como en Basilisco,
se articula sobre (entre otros) dos ejes
simbólicos: el mencionado alter ego, por una parte; y el espejo, por otra. En cuanto al simbolismo
del alter ego término que
describe situaciones en las que una persona (o personaje) parece ser un
duplicado o un paralelo cercano de otra. Los ejemplos son evidentes. El más
palmario, como se ha dicho, es el de Jon-personaje
con Jon Bilbao: se trata de un alter ego metaliterario, establecido desde el momento en
que Bilbao decide introducirse como
personaje en sus escritos. Notorio, igualmente, es el personaje de John Bumble, el autor que escribe las novelas
sobre el Basilisco, es el alter ego en el Oeste-Pasado
del Jon en Ribadesella-Presente.
Su presentación mediante la imagen paradigmática del hombre que camina por el
desierto, arrastrando tras de sí las cabezas recién cortadas de su mujer y sus
dos hijos, no deja de ser la referencia alegórica al Jon-autor
divorciado de Katharina, con quien se
han ido a vivir sus hijos.
Se mantiene, de la primera entrega,
el alter ego de la madre de Jon-personaje, desdoblada como La Araña-madre de
Basilisco (aquí Elvira Closter):
ambas atacadas de melancolía-depresión (trasmitida a sus respectivos hijos: recordar
la salvaje escena de transmisión ritual a través de la sangre en Basilisco) y separadas de sus respectivos esposos (el aita y James Closter).
Tan interesante como el juego de
personajes desdoblados, es el juego de espejos narrativos, que van desde los personajes a las situaciones
y escenarios. En dos capítulos se
desarrolla una brillante muestra. En el capítulo quinto
(Genuinas aventuras en el Lejano Oeste),
Emilia, compañera de trabajo en la refinería del País Vasco y pareja de Jon
tras el divorcio de Katharina, va con él y los hijos de éste por el desierto
de Nevada, en un viaje
nada romántico y no precisamente agradable para ella: su objetivo le es ajeno,
pues responde al deseo de Jon de
documentarse, y le resulta estresante, por cuanto no logra encajar con los
niños. Mientras, en el séptimo capítulo (Sin
ánimo de venganza), Katharina está en Disneyland París
con los hijos de su nueva
pareja, quien no
solamente no aparece por el parque, sino que coge un vuelo con un cliente y
deja a Katharina con esos niños bajo una
apocalíptica lluvia de barro de la que se refugian en un hotel sin electricidad… El reflejo de dos mujeres
desbordadas por el egoísmo y escamoteo de sus parejas es evidente.
Juego de espejos que, como se ha dicho, se amplía a sucesos y escenarios: la riada de 1985
del capítulo inicial en Asturias se
refleja en el diluvio de tintes bíblicos que arruina el Paraíso de los Hombres; de igual modo que el agujero del tejado (ocasionado por la rama
del eucalipto) de la casa de Ribadesella
se ve reflejado en el espejo del agujero del
techo de la casa señorial de La Tejera,
por donde la Araña llega hasta Elvira Closter.
Estas conexiones
entre ambos universos que, en ocasiones, se muestran como meros guiños, y en otras son casi físicas, acentúan el carácter fabuloso (de fábula) del libro, propiciando un consistente marco metafísico, pues no hay que obviar que,
tras las palabras y las anécdotas, se plantean algunas
interrogantes básicas del ser humano.
TRAMA HOMÓLOGA: DE LA ARAÑA AL BASILISCO
Como se ha dicho, al igual que en Basilisco, hay dos
líneas temporales: en una está Jon,
viviendo en el presente en Ribadesella, escritor de relatos del Oeste con
un pistolero protagonista, mientras su entorno se halla en plena mutación: su
exmujer (se ha divorciado), su actual pareja, sus hijos, la relación con su
aita...; en el otro está John Dunbar, el
arisco pistolero que protagoniza el territorio
fantástico de un
Oeste creado por el Jon-escritor.
La
actualidad de Jon, en este caso presenta
también retazos del pasado, pues el libro se inicia con Jon-niño: arranca
con una estampa familiar realista de
su infancia, situada en Ribadesella. Jon es
un niño y su padre continúa trabajando como supervisor en
la mina. Un día vuelve a casa magullado y sin su coche habitual, puesto que una
gran riada ha provocado serios destrozos en la zona de la mina. Más adelante en
esa historia, sabemos de su matrimonio con Katharina,
con la que ha tenido dos
hijos y de la que se ha
divorciado. Ha iniciado con Emilia, una
compañera de trabajo, una nueva relación, que ella finaliza para volver con su
expareja, mientas el abandonado Jon malvive en la casa de Ribadesella.
En el pasado del Oeste
americano, John Dunbar, que se
ha convertido en personaje emblemático de novelas de la conquista del Oeste, al
comienzo de la historia
arrastra, desnudo y maniatado, tres cráneos de bisonte por el desierto, junto a
otro hombre en su misma situación (en lugar de los cráneos de bisonte, arrastra
las cabezas de su mujer e hijos). Posteriormente, se enfrentará a su gran
enemigo, el indio shoshone Lengua Azul, y descubrirá que en su interior tiene
algo que él conoce como la araña,
una especie de locura transitoria que lo posee y gracias a la cual su figura se
ha convertido en mito. Durante parte del libro acompañará, por unos Estados Unidos desoladores, como guía a unos
peregrinos en busca del Paraíso
de los Hombres. Una
única mujer, tan huraña
como Dunbar, forma parte de la expedición, Lucrecia, la hermana del líder (al que dirige la Luz hacia el Paraíso)
de la que se enamorará por ser
diferente a todo lo que había conocido hasta entonces. Finalmente, John y Lucrecia acudirán a la llamada de James Closter, el verdadero
padre de John, poseedor de
una extensa finca, La
Tejera, de la que
quiere que Jon se haga cargo a pesar de la reticencia
de doña Alejandra, la amante de su padre y administradora
del rancho.
Ambas historias
están entrelazadas por los desastres naturales que asolan ambos
universos, por la Araña del
título, esa araña que acecha a todos los personajes: no es solo un animal amenazador,
como tampoco lo eran las moscas o los roedores de otros textos de Jon Bilbao; sino y sobre todo un símbolo (de ese parásito
que todos llevamos dentro y que a veces nos carcome), una imagen de la
tristeza, la melancolía, la pesadumbre, el sentimiento de culpa. Aflicción que
embarga de tristeza también a Jon, que trata de
zafarse de ella escribiendo sus relatos… Pero ya no funciona. Cargo
con ella a la espalda.
No obstante, aunque la literatura no
sirva para aniquilarla, al menos puede hacerla aflorar, exponerla para observarla
(saber que está ahí) y comprenderla mejor (o simplemente para aprender a vivir
con ella a la espalda). Así, Jon Bilbao desvela
literariamente el misterio de la alegórica araña
y plantea cómo controlar el malestar y la
desazón que inocula: a través de Lengua
Azul (curioso guiño simbólico) sabremos que los
fuertes pueden controlarla, buscando
la paz, la soledad, o la compañía adecuada. Si no es
así, los malos sentimientos se apelmazan y rezuman como ponzoña. Y el
Basilisco se despereza.
CONTINUARÁ…
Jon Bilbao escribe con minuciosidad
y precisión, con palabras que encajan
con naturalidad, y así va creando un mundo único y personal. Con un sentido del humor que, pese a la intensidad de
algunos personajes/pasajes, aparece de vez en cuando: el episodio de la banda
de Los Que Ríen (cuyos dioses
responden a Plomo y Pólvora) y el tiroteo donde las balas hacen lo que
quieren, como si de un lance de dibujos animados se tratase, es una buena
muestra.
Bilbao escribe
bien sobre violencia, sexo y amor,
tres aspectos tan
comprometidos que una palabra mal empleada (un adjetivo, un verbo e
incluso un adverbio) puede suscitar la vulgaridad o, incluso, la ridiculez,
desbaratando un texto. Pero de lo que no hay duda, es que Bilbao es uno de los autores con mayor capacidad para narrar aventuras
épicas: como ejemplos
paradigmáticos, aquí, el periplo por el bosque arrasado; en Basilisco, el episodio de la cueva de los
mormones.
Como sucede en obras precedentes, Araña rezuma un pesimismo
contagioso, una seria apatía vital,
que, precisamente por huir con éxito de teatrales dramatismos o piruetas
argumentativas, resulta más doliente.
Pero si algo queda claro, tras su
lectura es que Araña amplía el campo
conceptual y estético iniciado en la primera entrega y que la narrativa de Bilbao cobra en un salto
cualitativo que presagia seguir acrecentándose. Por eso solo se
puede cerrar esta reseña con el clásico: CONTINUARÁ…

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