martes, 12 de noviembre de 2024

ARAÑA

 

«ARAÑA»
Jon Bilbao (2023)

«En realidad, iba a decir que no me conoces.
Te conozco lo suficiente. He leído todos tus libros.
Yo no soy ese hombre
.»

QU’EST QUE C’EST?

ARAÑA (2023), la séptima novela de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), es la brillante continuación de Basilisco (2020) y, por tanto, segundo volumen de la (como se ha dado en llamar) saga de John Dunbar, que finaliza con una tercera entrega, Matamonstruos (2024). Y aunque pueda leerse de forma independiente, al formar parte de una trilogía, su autonomía no es completa: cada libro puede leerse suelto, pero es recomendable leerlos en orden de publicación porque entre ellos guardan relaciones informativas (de espacios, tiempos y personajes) y narrativas (de trasformación de tramas, personajes y acontecimientos). De modo que, si uno se centra sólo en Araña, adolece de referencias necesarias para comprender y apreciar plenamente el universo quimérico del autor: así, por ejemplo, la caracterización del personaje de John Dunbar (alias Basilisco) queda incompleta al hurtarse su presentación y primeras andanzas; y lo mismo ocurre con el otro protagonista, Jon, que en la entrega anterior incluso carecía (significativamente) de nombre.

Parece incuestionable que Jon Bilbao es uno de los mejores narradores de la actualidad, con una habilidad descriptiva única y, sobre todo, una enorme capacidad para el relato. Y precisamente en eso consisten estas obras: relatos autoconclusivos, pero paradójicamente dependientes y entretejidos entre sí. Las tres entregas (cuatro si incluimos Los extraños, como pieza aneja) bien podrían reducirse a dos: la historia familiar de Jon (ese quimérico alter ego del autor), con su Ribadesella natal como epicentro narrativo; y la de su homérico alter ego del lejano Oeste americano, John Dunbar; teniendo en cuenta que, entre ambos hilos narrativos se producen repeticiones y coincidencias formales y temáticas, incluidos espacios y personajes.

Araña, como Basilisco, tampoco es una novela, ni una colección de cuentos. Sin entrar en polémicas, digamos que se trata de una sucesión de diez textos sobre peripecias de distinta naturaleza. Bilbao, diestro en el relato corto y las frases cautivadoras, pergeña el libro hilvanando relatos donde la originalidad de la forma favorece el despliegue del ese universo suyo tan personal, donde, tras un aparente batiburrillo, sorprendentemente todo acaba por encajar: desde desastres naturales (riadas, lluvias de barro, inundaciones y corrimientos de laderas) como hilos conductores, a recuerdos de otros libros (sustancialmente, Los extraños) que unifican la narración. Porque su obra se está configurando como un dilatado proyecto conformado por pequeñas hebras que yuxtapuestas, cual teselas, conforman una madeja, una panorámica general. Leer esos pequeños detalles de las vidas de los personajes y comprobar cómo enlazan con otros textos y verlos desarrollarse, configura un universo literario, un territorio propio, al que vuelve tras Basilisco, ampliado y enriquecido.

ESTRUCTURA DUAL

Posiblemente las historias de Jon y Dunbar funcionarían perfectamente solas, sin necesidad de entrelazarlas, pudiendo haber sido libros independientes, pero lo cierto es que esta organización alternativa (y a veces confluyente), los saltos del pasado al presente, y de la ficción a la realidad (mejor dicho, lo que se expone como realidad, aunque no sea más que otra cara de la ficción) se lee con idéntico interés y además aporta un estimable añadido de abstracción y metaliteratura.

Con idéntica estructura narrativa que Basilisco, es decir una organización basada en la sucesión alternativa de dos tramas independientes situadas en dos líneas temporales (el presente de un alter ego literario del autor y el pasado del Lejano Oeste) que guardan entre sí algunos (pequeños) guiños o paralelismos. Fórmula arriesgada, pero que continúa funcionando, ya que logra armonizar historias tan distintas, (prácticamente antagónicas) trenzándolas mediante sutiles pero eficaces nexos narrativos, configurando un universo único. Es capaz de conseguir una vivacidad contagiosa tanto al universo de fingida autoficción, que emplea para enfocar con precisión diversas cuestiones y dar rigurosidad a la obra; como en ese western provisto de un poso conceptual tan atrayente como su expresión formal.

Las 10 narraciones intituladas que conforman Araña (ninguna se titula como el libro, porque la araña opera como símbolo) no pueden ser más dispares, tanto en tono como en argumento. Nuevamente los episodios (ficticiamente) biográficos de Jon se alternan con la trama de los personajes del Oeste, generando una ficción original, donde nada es mentira del todo. Pero no nos engañemos, sus dos líneas argumentales, aun generando interés, no dejan de ser el pretexto de una prosa en la que recae su valor real de la obra (pues la atractiva trama no es más que un dispositivo para su plasmación).

Ribadesella, el Far West, Disneyland París o el desierto de Nevada, espacios yuxtapuestos en el libro, escenifican la cualidad híbrida de la narrativa de Bilbao, donde la observación, lo fantaseado, lo alegórico y hasta lo metaliterario se combinan con naturalidad. Todo ello condimentado por la variedad formal de las historias y el modo de presentarlas: buenos ejemplos de ello son: la estructuración que hace que sendos textos del presente, relativos a Jon, interrumpan por dos veces el relato de los peregrinos, en el pasado, sin aparente motivo (pero consiguiendo dosificar e incrementar el interés por la trama); y el capítulo nueve (Muda), donde cada párrafo comienza con puntos suspensivos, creando una fuerte sensación de interrelación-elíptica destacable.

Mención aparte merece el narrador que con guiños significativos retrotrae al relato oral. Bien mediante la forma verbal en primera persona del plural (incluyendo al lector-oyente): Mientras tanto, nosotros retrocedamos sigilosamente entre las ruinas, (…), tratemos de guardar silencio y respetar el merecido momento de paz e intimidad de John y Lucrecia. Bien reforzar el uso verbal con la complicidad narrativa: (…). Pero demos su crónica por buena. Nos gusta pensar que sucedió así. Bien adelantando acontecimientos para enfatizar la construcción del relato: Será mejor que me lo lleve, dijo la chica, y Horacio se fue trotando con ella, para no molestar hasta el momento de su reaparición al final del relato.

REFERENCIAS DIVERSAS

Todo ello contado con una miscelánea de géneros que va desde la crónica al drama, del folletín al libro de aventuras, donde caben, asimismo, retazos de fantasía, ciencia ficción, surrealismo onírico o algunos detalles tétricos (como los cráneos y las cabezas del primer relato de Dunbar) y, por supuesto, la Araña y el Basilisco.

En este sentido, no deja de sorprender la capacidad del autor para adentrarse (y adentrarnos) en el terreno de la fantasía sin perder verosimilitud, facultad que unida a su capacidad para introducir elementos inquietantes (propensos a desencadenar una crisis en cualquier momento): en cada frase fluctúa un suspense, una tensión narrativa regulada.

Ni que decir tiene que, como otras obras del autor, Araña contiene multitud de referencias: entre tales influencias, la de Cervantes, tanto en la fórmula quijotesca del héroe que vive a la vez su vida y la de las novelas que sobre él se escriben, como en la existencia de, al menos, dos autores simultáneos; la de la literatura que ha producido el género (desde Zane Grey a Cormac McCarthy), y entre ellas  las colecciones de kiosco de Marcial Lafuente Estefanía; pasando por algunos relatos de Richard Ford, Las puertas del paraíso (ambientada durante la Cruzada de los niños) de Adam Andrzejewski o La torre oscura de Stephen King.

Influencias que no se limitan a la literatura, sino que incluye numerosas referencias cinematográficas, algunas ligadas al mundo del western, que van desde la explícita de Johnny Guitar de Nicholas Ray, al Hombre sin nombre, de la Trilogía del Dólar de Sergio Leone (además de citas explícitas a Sin Perdón de Clint Eastwood). Otras son de carácter más metafísico, como El hombre duplicado (Enemy), de Denis Villeneuve, donde las arañas juegan un papel simbólico inquietante (aunque distinto al del que utiliza Bilbao); o de carácter biográfico (y narrativo), caso de Arachnophobia de Frank Marshall. Sin olvidar además el uso de todos los estilemas cinematográficos (escenarios, líneas temporales, planos, contrapicados de los personajes, fundidos a negro, diálogos que se disuelven…) y los homenajes al cine mudo (un rasgo primordial de los cuentos de Bilbao es que se oyen y se ven).

Mención aparte merece el valor simbólico que se el otorga al cine en dos momentos alusivos de enorme relevancia: el primero, lo identifica con La Luz que dirige al profeta visionario hacia el Paraíso que persigue, dándole el valor de visión mística de orientación; mientras el segundo, identifica al cine con el rito chamánico, otorgándole el valor de la entrada en un mundo mágico y reparador que da respuestas a la cotidianidad.

Todo ello desarrollado con un estilo basado en una literatura fragmentada, con capítulos bien hilvanados y un vigor y una destreza rítmica, sobre todo en los episodios del western. Estilo que se sustenta en un análisis cercano al costumbrismo, la observación a través de un enfoque psicológico estricto que admite el determinismo (mental) genético (conexión subjetiva de John Dunbar-Elvira Coster y Jon-su madre) y la denuncia crítica de la vida íntima de las familias, junto a una visión pesimista del amor y una descripción mordaz de la pareja.

DE PERSONAJES ICÓNICOS Y ALTER EGOS

Jon Bilbao ha reconocido ser consciente de que la auténtica naturaleza de los personajes (y de las personas) aflora cuando se enfrentan a situaciones extraordinarias; develamiento que plasma narrativamente y el lector reconoce en la complejidad de la (su) vida.

En Araña, retornan los personajes y los escenarios de Basilisco a los que vuelven (y nosotros con ellos): John Dunbar y Lengua Azul, Jon y Katharina retrotraen a un Oeste americano, de desiertos y masas rocosas, y a una Ribadesella contemporánea, de inundaciones y temporales.

Por un lado, está Jon-personaje, que intentando reconducir su vida tras el divorcio, evoca su infancia en la casa de Ribadesella (referente espacial de innegable protagonismo telúrico) y acomete un accidentado viaje de documentación por el desierto de Nevada con sus hijos. Mientras, Katharina se halla en Disneyland París durante una tormenta de barro de talante bíblico y, en su hotel, se encuentra con un viejo conocido al que no esperaba volver a ver. Y, de nuevo, tanto los conflictos de Jon como el desaliento de Katharina están perfilados con maestría, graduando tiempos y tensiones.

Aquí conviene recordar que Bilbao insiste en que no escribe autoficción (mi intención es tomar esos aspectos para construir ficciones), pero el Jon de sus libros tiene mucho de alter ego, pues, desde sus comienzos, se ha venido incluyendo a sí mismo como un personaje más de sus relatos, eligiendo ciertas características o circunstancias personales para adjudicárselos a ese alter ego: toma su realidad para generar la ficción (no obras autobiográficas, insiste), como, por otra parte, hacen todos los escritores.

Por el otro, en un registro completamente diferente, John Dunbar, el huraño pistolero presentado en Basilisco, inicia el relato brutalmente maniatado por los indios y arrastrando tres cráneos de bisonte a través del desierto. Hipérbole e inverosimilitud para entroncar con la versión de la entrega anterior, que pronto deriva en un guiño metaliterario (Dunbar es famoso como personaje de novelas populares) de carácter casi humorístico. Pronto vuelve, sin embargo, a ejercer como guía de una mística peregrinación al Far West donde un predicador visionario (guiado por la Luz), Martin Grouard, pretende establecer el Paraíso de los Hombres (edén que excluye, como su propio nombre indica, a las mujeres).

El deseo del autor de poner al día el western literario, la épica de los caballos y los revólveres, a través de un personaje memorable y de un viaje de resonancias bíblicas, ha ido creando y haciendo crecer a este icónico personaje (uno de los más emblemáticos del panorama literario español reciente). El personaje esquemático (tan cercano al Hombre sin nombre o al Pistolero de las primeras entregas de La Torre Oscura) de la entrega anterior, va sumando matices y adensando su caracterización: de apenas esbozada bomba testosterónica (un mero arquetipo de masculinidad adusta) que mata sin parpadear cuando pierde la cabeza (de ahí su apodo: Basilisco) y al que todos temen, mediante un proceso de mutación se va humanizando a lo largo del libro, a través del contacto con el iluminado profeta y, sobre todo, con su hermana, Lucrecia, una mujer especial y única integrante femenina de la expedición, que lo hace verse de manera diferente, más humana, menos heroica (cuando, curiosamente, lee la Ilíada). Aquí el relato de aventuras se apacigua a través de la sentimentalidad, la ternura y la soledad: el propio autor dice que, aunque le resultó difícil escribir los libros precedentes, aquí se dejó llevar por sus sentimientos, resultando más emotivo.

Dunbar considera extraña la Ilíada, pues no cuenta ni el principio ni el final de la guerra: en Araña pasa lo mismo, no se explican ni el principio ni el fin de la vida del personaje. Porque lo importante no es eso, sino mostrarlo como versión renovada de un Aquiles sobre el que se tejen las leyendas o de un Ulises ansioso por eliminar sus recuerdos para evitar el dolor.

No hay que olvidar que Dunbar es el alter ego de su autor, Jon-personaje, y que la melancolía aflige, conforma y ahoga a ambos. Son personajes que no contemplan que la felicidad pueda entrar en sus vidas: aunque la tengan a mano, no la aferran. También se pone de manifiesto, a través suyo, cómo el ser humano suele idealizar objetivos y sublimar a otras personas: retrata las ilusiones humanas y cómo a veces se persiguen a ciegas y sin garantías, buscando la propia identidad y determinados sentimientos para sobrevivir, lo que lleva a los personajes a rupturas de relaciones y lazos sociales, a la «mudanza de los afectos», como puntualiza uno de ellos. Porque el ser humano tiende a imaginarse el paraíso individual, donde cree poder encontrar la paz, y aspira a conseguirlo, sin tener en cuenta que «lo difícil es quedarse», como dice otro personaje.

JUEGO DE DOBLES Y ESPEJOS

También la trama, como en Basilisco, se articula sobre (entre otros) dos ejes simbólicos: el mencionado alter ego, por una parte; y el espejo, por otra. En cuanto al simbolismo del alter ego término que describe situaciones en las que una persona (o personaje) parece ser un duplicado o un paralelo cercano de otra. Los ejemplos son evidentes. El más palmario, como se ha dicho, es el de Jon-personaje con Jon Bilbao: se trata de un alter ego metaliterario, establecido desde el momento en que Bilbao decide introducirse como personaje en sus escritos. Notorio, igualmente, es el personaje de John Bumble, el autor que escribe las novelas sobre el Basilisco, es el alter ego en el Oeste-Pasado del Jon en Ribadesella-Presente. Su presentación mediante la imagen paradigmática del hombre que camina por el desierto, arrastrando tras de sí las cabezas recién cortadas de su mujer y sus dos hijos, no deja de ser la referencia alegórica al Jon-autor divorciado de Katharina, con quien se han ido a vivir sus hijos.

Se mantiene, de la primera entrega, el alter ego de la madre de Jon-personaje, desdoblada como La Araña-madre de Basilisco (aquí Elvira Closter): ambas atacadas de melancolía-depresión (trasmitida a sus respectivos hijos: recordar la salvaje escena de transmisión ritual a través de la sangre en Basilisco) y separadas de sus respectivos esposos (el aita y James Closter).

Tan interesante como el juego de personajes desdoblados, es el juego de espejos narrativos, que van desde los personajes a las situaciones y escenarios. En dos capítulos se desarrolla una brillante muestra. En el capítulo quinto (Genuinas aventuras en el Lejano Oeste), Emilia, compañera de trabajo en la refinería del País Vasco y pareja de Jon tras el divorcio de Katharina, va con él y los hijos de éste por el desierto de Nevada, en un viaje nada romántico y no precisamente agradable para ella: su objetivo le es ajeno, pues responde al deseo de Jon de documentarse, y le resulta estresante, por cuanto no logra encajar con los niños. Mientras, en el séptimo capítulo (Sin ánimo de venganza), Katharina está en Disneyland París con los hijos de su nueva pareja, quien no solamente no aparece por el parque, sino que coge un vuelo con un cliente y deja a Katharina con esos niños bajo una apocalíptica lluvia de barro de la que se refugian en un hotel sin electricidad… El reflejo de dos mujeres desbordadas por el egoísmo y escamoteo de sus parejas es evidente.

Juego de espejos que, como se ha dicho, se amplía a sucesos y escenarios: la riada de 1985 del capítulo inicial en Asturias se refleja en el diluvio de tintes bíblicos que arruina el Paraíso de los Hombres; de igual modo que el agujero del tejado (ocasionado por la rama del eucalipto) de la casa de Ribadesella se ve reflejado en el espejo del agujero del techo de la casa señorial de La Tejera, por donde la Araña llega hasta Elvira Closter.  

Estas conexiones entre ambos universos que, en ocasiones, se muestran como meros guiños, y en otras son casi físicas, acentúan el carácter fabuloso (de fábula) del libro, propiciando un consistente marco metafísico, pues no hay que obviar que, tras las palabras y las anécdotas, se plantean algunas interrogantes básicas del ser humano.

TRAMA HOMÓLOGA: DE LA ARAÑA AL BASILISCO

Como se ha dicho, al igual que en Basilisco, hay dos líneas temporales: en una está Jon, viviendo en el presente en Ribadesella, escritor de relatos del Oeste con un pistolero protagonista, mientras su entorno se halla en plena mutación: su exmujer (se ha divorciado), su actual pareja, sus hijos, la relación con su aita...; en el otro está John Dunbar, el arisco pistolero que protagoniza el territorio fantástico de un Oeste creado por el Jon-escritor.

La actualidad de Jon, en este caso presenta también retazos del pasado, pues el libro se inicia con Jon-niño: arranca con una estampa familiar realista de su infancia, situada en Ribadesella. Jon es un niño y su padre continúa trabajando como supervisor en la mina. Un día vuelve a casa magullado y sin su coche habitual, puesto que una gran riada ha provocado serios destrozos en la zona de la mina. Más adelante en esa historia, sabemos de su matrimonio con Katharina, con la que ha tenido dos hijos y de la que se ha divorciado. Ha iniciado con Emilia, una compañera de trabajo, una nueva relación, que ella finaliza para volver con su expareja, mientas el abandonado Jon malvive en la casa de Ribadesella.

En el pasado del Oeste americano, John Dunbar, que se ha convertido en personaje emblemático de novelas de la conquista del Oeste, al comienzo de la historia arrastra, desnudo y maniatado, tres cráneos de bisonte por el desierto, junto a otro hombre en su misma situación (en lugar de los cráneos de bisonte, arrastra las cabezas de su mujer e hijos). Posteriormente, se enfrentará a su gran enemigo, el indio shoshone Lengua Azul, y descubrirá que en su interior tiene algo que él conoce como la araña, una especie de locura transitoria que lo posee y gracias a la cual su figura se ha convertido en mito. Durante parte del libro acompañará, por unos Estados Unidos desoladores, como guía a unos peregrinos en busca del Paraíso de los Hombres. Una única mujer, tan huraña como Dunbar, forma parte de la expedición, Lucrecia, la hermana del líder (al que dirige la Luz hacia el Paraíso) de la que se enamorará por ser diferente a todo lo que había conocido hasta entonces. Finalmente, John y Lucrecia acudirán a la llamada de James Closter, el verdadero padre de John, poseedor de una extensa finca, La Tejera, de la que quiere que Jon se haga cargo a pesar de la reticencia de doña Alejandra, la amante de su padre y administradora del rancho.

 Ambas historias están entrelazadas por los desastres naturales que asolan ambos universos, por la Araña del título, esa araña que acecha a todos los personajes: no es solo un animal amenazador, como tampoco lo eran las moscas o los roedores de otros textos de Jon Bilbao; sino y sobre todo un símbolo (de ese parásito que todos llevamos dentro y que a veces nos carcome), una imagen de la tristeza, la melancolía, la pesadumbre, el sentimiento de culpa. Aflicción que embarga de tristeza también a Jon, que trata de zafarse de ella escribiendo sus relatos… Pero ya no funciona. Cargo con ella a la espalda.

No obstante, aunque la literatura no sirva para aniquilarla, al menos puede hacerla aflorar, exponerla para observarla (saber que está ahí) y comprenderla mejor (o simplemente para aprender a vivir con ella a la espalda). Así, Jon Bilbao desvela literariamente el misterio de la alegórica araña y plantea cómo controlar el malestar y la desazón que inocula: a través de Lengua Azul (curioso guiño simbólico) sabremos que los fuertes pueden controlarla, buscando la paz, la soledad, o la compañía adecuada. Si no es así, los malos sentimientos se apelmazan y rezuman como ponzoña. Y el Basilisco se despereza.

CONTINUARÁ…

Jon Bilbao escribe con minuciosidad y precisión, con palabras que encajan con naturalidad, y así va creando un mundo único y personal. Con un sentido del humor que, pese a la intensidad de algunos personajes/pasajes, aparece de vez en cuando: el episodio de la banda de Los Que Ríen (cuyos dioses responden a Plomo y Pólvora) y el tiroteo donde las balas hacen lo que quieren, como si de un lance de dibujos animados se tratase, es una buena muestra.

Bilbao escribe bien sobre violencia, sexo y amor, tres aspectos tan comprometidos que una palabra mal empleada (un adjetivo, un verbo e incluso un adverbio) puede suscitar la vulgaridad o, incluso, la ridiculez, desbaratando un texto. Pero de lo que no hay duda, es que Bilbao es uno de los autores con mayor capacidad para narrar aventuras épicas: como ejemplos paradigmáticos, aquí, el periplo por el bosque arrasado; en Basilisco, el episodio de la cueva de los mormones.

Como sucede en obras precedentes, Araña rezuma un pesimismo contagioso, una seria apatía vital, que, precisamente por huir con éxito de teatrales dramatismos o piruetas argumentativas, resulta más doliente.

Pero si algo queda claro, tras su lectura es que Araña amplía el campo conceptual y estético iniciado en la primera entrega y que la narrativa de Bilbao cobra en un salto cualitativo que presagia seguir acrecentándose. Por eso solo se puede cerrar esta reseña con el clásico: CONTINUARÁ

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE

  « LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE » Brian Moore (1955) «Acercó los pies desnudos a la estufa de gas para calentárselos y se recost...