«SEDA»
Alessandro Baricco
(1996)
OBSCURO
OBJETO DE CONTROVERSIA
Al
iniciar esta reseña de SEDA (1996) de
Alessandro Baricco, me asalta el recuerdo de una estancia en 1998, con un Proyecto Comenius, en Turín, cuando
una colega italiana, lectora avezada, me preguntó por qué esa novelita, que es más
bien un cuento largo o una novela corta (novella), había tenido
en España tanta aceptación (bastante más de la que tuvo en Italia). Lo que me
lleva a considerar que cuando se habla de esta obra suele decirse o bien que se
trata de un libro genial, una delicadez literaria (por ejemplo, Vargas Llosa
la calificó de historia misteriosa, lacónica, perfecta); o bien que no
deja de ser un cuento sobrevalorado, insoportablemente simple y noño (catalogándola,
junto a su autor, de bluff).
La
verdad es que podría leerse como una novella surrealista y onírica, pues su estilo
poético, sutil y sencillo describe personajes irreales y paisajes poco
convencionales que encantan o desesperan, dependiendo de quién la lea y cuándo.
Llegados a este punto parece indicado intentar hacer un balance crítico de tan
controvertida obra.
Para
ello será oportuno comenzar por prestar atención a su igualmente polémico autor. Aunque muchos críticos reconocen a Alessandro Baricco (Turín, 1954) como uno de los grandes creadores italianos
contemporáneos, otros tantos (entre ellos, el artista Daniele Luttazzi o
el crítico literario Giulio Ferroni) lo consideran uno más de
esos autores de lectura fácil y conformista (un
fraude, vaya). Baricco
es un escritor multifacético, hiperactivo y un tanto histriónico: además de
novelista (City, Sin sangre, Océano
mar –ganadora del prestigioso premio Viareggio– y Esta historia), también es actor,
dramaturgo, ensayista, guionista, crítico musical (en La Stampa y Repubblica),
organizador de talleres de narración y, en los noventa, presentador televisivo
de Pickwick (popular programa sobre libros).
TRAMA SUTIL
(COMO LA SEDA)
En
cuanto a la historia, contada por un narrador objetivo (en 3º persona) omnisciente, se desarrolla en un pueblo francés, Lavilledieu, en el siglo XIX. Allí vive el protagonista,
Hervé Joncour., encargado de la
industria local de la seda y felizmente casado con Hélène.
Las sucesivas epidemias que diezman los gusanos de seda en Europa, exigen
buscar una solución para salvar el negocio y la economía local: en este caso, a
través de la compra de huevos sanos en otro país, lo que conduce a Hervé a un peregrinaje a través del Mediterráneo, hasta Siria
y Egipto. Paso previo a un viaje que le lleva hasta Japón, donde se produce la seda más bella y pura.
Viaje doble (como suele ocurrir en las
fábulas): físico, pero también interior (de autodescubrimiento
y, por tanto, de ida, pero no de vuelta). Allí, en un Japón
aislado (había restringido el contacto comercial con el extranjero), en
una colonia de contrabandistas en la que su propia vida corre peligro, Hervé conoce a una misteriosa joven de rasgos
occidentales, que pertenece al contrabandista Hara
Kei, y que desliza en la mano de Hervé
un papel con ideogramas japoneses cuyo significado no entiende.
En
un prostíbulo de Nimes, Hervé encuentra a una
joven japonesa que le traduce la nota, que le sorprende y perturba por
su brevedad y apremio: «vuelve, o moriré». A partir de aquí, su vida
cambia de forma radical. Gracias a esos continuos viajes (hará cuatro viajes) el negocio se mantiene y Hervé incrementa su riqueza; pero ya no son los
negocios los que los motivan, sino su obsesión amorosa por la chica: pese a que
en Japón la situación se hace cada vez más
insostenible y peligrosa debido a una guerra civil (entre gobierno y rebeldes),
el indeciso Hervé toma, por primera vez en su vida,
una decisión que lleva hasta sus últimas consecuencias: viajar a Japón y comprar los huevos pase lo que
pase. Una vez allí, encontrará el campamento contrabanista destruido (descrito como
«el fin del mundo»). En el último viaje las cosas no salen bien, Hervé pierde las larvas y sin ellas
peligra la economía de Lavilledieu.
Especial
interés en esta trama tienen los tres mensajes de amor enviados por la misteriosa joven a Hervé: el primer
papel con el categórico mensaje; el niño
que guía a Hervé por la selva tras el
campamento de contrabandistas; la extensa carta
que llega meses tras regresar a Lavilledieu de su
último viaje. Cada mensaje se revela más sorprendente. El segundo, que aparentemente es un mensajero,
Hara Kei (al descubrirlo) lo considera un mensaje humano (y, por eso, ajusticia al niño). El último comunicado,
escrito también con ideogramas japoneses y traducido por la joven de Nimes,
supone una culminación sexual prolija en detalles, al tiempo que una despedida definitiva. En este punto el relato se
mueve de las leves interacciones eróticas
a las expresiones más explícitas de las artes
amatorias, lo que contrasta con el resto del texto, que mantiene un
tono sereno y sutil.
A
partir de esta carta, Hervé pasa de la
obsesión a la locura. Tres años después Hélène fallece a causa de una enfermedad incurable
y Hervé acaba descubriendo la clave de ese
último mensaje, cerrándose el ciclo. A partir de este momento la vida de Hervé casi carece de importancia, y se describe
con mayor levedad que todo lo anterior.
EJERCICIO
DE ESTILO
La
obra (que como se ha dicho, puede considerarse novella o cuento largo)
se desarrolla en 65 capítulos breves, que no tienen una longitud
predeterminada: el más corto se limita a un párrafo y el más largo se despliega
en un par de páginas (cada capítulo se despliega en unas pocas pinceladas, solo
las necesarias: a veces una sola frase sirve para cerrar). Llama la atención
que la escritura en los capítulos se inicia a media
página, con un gran margen superior en blanco, algo más propio de los
libros de poesía que de los de narrativa.
Otro
aspecto que llama la atención es su estilo,
que pretende alejarse de la narrativa tradicional, acercándose más al lenguaje de la poesía. Baricco
pretende todo un ejercicio de estilo,
intentando, mediante frases cortas, sencillas, descriptivas, cortantes y sugerentes
(dice más por lo que sugiere que por lo que muestra explícitamente) crear una
atmósfera emocional, una sensación melancólica y hasta onírica (próxima a la poesía en prosa). Prescinde de los diálogos y descripciones
detalladas. Juega con la indefinición,
más bien escatima la información, hasta el punto de que argumentalmente deja
cosas sin explicar, bien sea por descuido o bien porque la obra se supedita a
una intencionalidad sensitivo-poética. Todo lo que no se dice explícitamente,
esos huecos silentes, pretenden generar misterio.
Sea
como fuere, son tantos los silencios y sutilezas de Baricco
que el lector ha de rellenar el desarrollo argumental. Aquí se manifiesta con
especial intensidad la obsesión del
autor por las formas literarias,
sometiéndose al riguroso ejercicio de contar todo con la menor cantidad de
palabras posibles, aunque sin perder profundidad y sensibilidad. Hasta el punto
de que parece que cambiar una sola palabra hubiera dado como resultado un libro
distinto (lo cual indica la dificultad de la traducción).
Tal
parece que se pretende crear una dimensión simbólica y metafórica, que transcienda la anécdota y se
convierta en una reflexión sobre el sentido de
la vida. Símbolos no
faltan a lo largo de la obra. Uno de los más importantes es el representado por
los pájaros y las jaulas. Los
pájaros escapan de las jaulas de Hara Kei,
pero éste es consciente de que volverán, porque es difícil resistirse a la
tentación de volver; y efectivamente, días después Hervé
pasa frente a las jaulas y comprueba que están cerradas y llenas de pájaros,
que vuelan protegidos del cielo. Algo parecido es lo que le ocurre a Hervé con Japón,
que es su jaula particular, a la que necesita volver cada año para sentirse
protegido. Más adelante Hervé tratará de
construir jaulas en su jardín, para crear un simulacro del ambiente que vive en
Japón.
También
el cierre, la sensación circular que suscita la novela, y la seda como eje
(y estilo: su suavidad): fondo y
forma se identifican a través de la seda; no solo Hervé
se dedica a comerciar con los gusanos, todo en el libro es suave como la
seda. El estilo ayuda a crear ese efecto, puesto que la prosa se diluye
como seda entre los dedos.
TONO DE FÁBULA
Pero,
quizá la principal característica de la obra sea su tono
fabulístico, pues no deja de ser un cuento adulto por su trasfondo existencial y erótico. Tono de
cuento que consigue con la explotación de algunos elementos: la repetición
y variación como elementos estructurales; el tratamiento de unos personajes arquetípicos; la astucia y la riqueza
como subtemas; y el exotismo de una tierra
lejana.
Una
de sus características más destacadas es la estructura
narrativa, basada en la repetición y
la variación. Cada capítulo introduce
algún elemento nuevo o diferente, que pretende modificar el sentido o la
emoción de la historia, con objeto, supuestamente, de remedar una composición
musical o un poema. Así, la descripción del
viaje de Hervé Joncour, desde Lavilledieu hasta Japón, su encuentro
con la mujer japonesa, su regreso a Francia y su relación
con Hélène. La única variante
que se introduce es el término con que se
refiere al lago Bajkal. En cada uno de los cuatro viajes se le llama «mar». «demonio»,
«último» y «santo». Tal variación, que sirve para llamar especialmente la atención sobre este elemento
por encima de los demás, no puede ser un capricho fortuito de Baricco, sino que ha de ser un recurso consciente para simbolizar cada viaje
y la manera en la que interpretarlos. Recurso que, por
una parte, ayuda a situar al lector en el lugar y la época,
al tiempo que consigue desplazar al protagonista en el espacio y el tiempo
en apenas media página; y, por otra,
provoca el efecto de vida monótona
del protagonista, quien va cambiando pausadamente
con el desarrollo de los acontecimientos.
La
literatura oral y popular (desde Las mil y una
noches a los hermanos Grimm) está saturada de fábulas en las que alguien
se enriquece gracias a su ingenio. El capítulo 6 es un excelente ejemplo de esta tradición: el personaje
arquetípico (Baldibiou) se enriquece gracias
a su sabiduría (no incitada por la avaricia, sino desinteresada), lo mismo que Hervé quien se hará rico gracias al negocio, para
ayudar altruistamente, pues no es nada codicioso, a que en el pueblo haya
trabajo, dejando clara su carácter de buen ciudadano (como un prototípico burgués benefactor).
El exotismo se fundamenta en la presentación de Japón (el destino al que se llega
siempre recto. Hasta el fin del mundo) como paraje
desconocido para el protagonista occidental. Ese exotismo difumina el realismo e incrementa la atmósfera de misterio
creando esa impresión de cuento. La Francia occidental
de la época es el telón de fondo: se muestra como decorado (de
forma breve y sin análisis sociales). Tampoco aparece información alguna sobre
los viajes comerciales de la época, ni sobre el cultivo de la seda. Ese Japón de cartón piedra (propio de una
lectura infantilizada) es el pretexto
(como contexto).
El
tono apológico se incrementa con la
utilización de personajes arquetípicos:
caso de Baldibiou, especie de mentor de Hérvé, que encarna la
sabiduría; o Hara Kei,
representación del poder. Lo mismo
puede decirse de las dos mujeres, los
dos amores del protagonista, que se muestran como la típica división entre el amor acomodado y hogareño (Hélène) y el amor
pasional y prohibido (la misteriosa japonesa).
CARACTERIZACIÓN
DE PERSONAJES
Pese
a que, en principio, pueda parecer que los personajes
son pasivos, incluso desdibujados, al final
vemos que esconden sutilezas y giros.
Tampoco son personajes huecos, lo que ocurre es que se
manifiestan a través de sus acciones y de ciertas sugerencias
simbólicas.
Hérvé Joncour, definido en la cita inicial de esta
reseña (comercia
con huevos de gusanos de seda por decisión de Baldabiou, aun poniendo su vida en peligro), es el único personaje que evoluciona: pasará a tomar la
iniciativa para verse inmerso en la persecución obsesiva de una pasión. En su evolución va
cobrando cada vez más importancia la introspección, se va replegando en sí mismo, aislándose del
mundo en su maravilloso jardín (réplica exacta del de Hara Kei). En ese sentido hay que entender dicha
evolución, cuando decide comprar en Lavilledieu la
casa de Jean Berbeck, que lleva
muchos años abandonada. Pues. lo que Hervé pretende es crear una réplica exacta del poblado de Hara Kei en Lavilledieu, y la casa de Berbeck, lugar lleno de silencios y sombras, parece el lugar
perfecto para edificar esa réplica. Todo el pueblo interviene en la
construcción del gigantesco jardín, pero Hervé ha venido cambiado de Japón, aquejado de una especie de infelicidad.
Por su parte, Hara Kei es un personaje construido (como todos en la obra)
esquemáticamente (sin apenas información), pero que impresiona por la gravedad de
sus rasgos al tiempo que por su crueldad: el campamento parece existir y fluir por
y para Hara Kei. Su morada se vislumbra anegada en un lago de
silencio: desde fuera, a través de las paredes de papel, sólo se veían
sombras que no producían el más mínimo rumor, no parecía contener vida.
Y sobre el
triángulo amoroso, sólo se puede
decir que resulta muy poco original (y bastante convencional), quizá debido a
la escasa introspección psicológica con que se plantea, la caracterización
plana de los tres personajes, dos de los cuales carecen de evolución.
DEL AMOR Y LA MUERTE
Se
insiste en que Seda es una reflexión sobre
la vida, la muerte, el amor
(algunos críticos hablan de eros sutil) y la pérdida.
Se ha dicho que presenta la esencia de un haiku:
una corta, aunque aguda, historia que muestra las preocupaciones del hombre
respecto a la belleza efímera de lo natural y la muerte.
Quizá
uno de sus aspectos temáticos más sobresaliente sea esa concepción de la extrañeza de la vida, como una película que
pasa ante nuestros ojos y ante la no sabemos qué hacer ni qué decisiones tomar;
y en la cual, independientemente de qué decisión tomemos, somos más
espectadores que actores. Aunque Hervé,
pasivo en principio, persiga una pasión y tome decisiones, su vida sigue siendo inexplicable,
tan extraña que no puede protagonizar
lo que no entiende, por lo que solo le queda el papel de espectador.
En
cuanto a la visión del amor que
ofrece, resulta ambigua y confusa.
Quizá porque la relación entre Hervé y la joven
japonesa se sostiene en cuatro breves encuentros
y un par de cartas. De hecho, no se
habla de amor en el sentido usual del término; sin embargo, lo que induce a Hervé a atravesar el mundo tres veces, ponerse en
peligro o errar por selvas oscuras siguiendo los pasos de un niño no puede ser sino
amor. Del mismo modo, tampoco parece cuestionable que Hervé
no esté enamorado de su esposa Hélène (es
más, al volver siempre se dice que la ama con impaciencia).
Finalmente
recalcar que, como se ha visto, en Seda
no hay análisis
sociales, brillan por su ausencia los conflictos sociales o las
luchas de clases, pues su planteamiento es una fábula adulta y no una novel
social.
ACORDES
Y DESACORDES
Llegados
a este punto, sólo queda expresar la opinión personal, exponiendo las luces y sombras que, desde mi punto de vista,
tiene esta obra. Alessandro Baricco,
como se ha dicho, es un escritor que se esfuerza por dotar cada obra de un tono
y exclusivo, que abra nuevos estilos literarios, y Seda es buen ejemplo de estos principios. Para ello recurre
a incumplir normas de puntuación, en abrir párrafos donde debería utilizar el punto y seguido, en acallar
a los personajes cuando deberían hablar, y viceversa. Además de una economía narrativa que otorga a la historia de
una ineficaz penuria informativa, generando lagunas en muchos pasajes de la novela que dejan
múltiples cuestiones sin aclarar y que cualquier
lector medio puede formularse: ¿por qué Baldabiou
abandona todo y desaparece de repente?; ¿cómo se explica una mujer de rasgos
occidentales en Japón?; ¿dónde y cómo aprendió Hara
Kei a hablar el francés? Por eso llama la atención la inclusión de ociosas digresiones o de fútiles adjetivaciones
que nada precisan (sino que indeterminan).
Aparentemente
es una obra desequilibrada, en cierto
modo, pues el innegable interés de la primera
parte decae cuando pasa a introducir una trama
sin avance. Además, resulta una lectura que da sensación de clonación (o si se quiere, de escasa originalidad):
remite, en la conciencia lectora, a aspectos ya vistos, ya leídos; sensación que,
sumada a una atmósfera banal y a buen número de detalles triviales (cuando no
tontos o absurdos), configura un libro muy poco
original.
También
se puede criticar su afán
orientalista plagado de clichés occidentales;
un narrador bastante anodino (cuando por su trama no debería serlo); una caracterización de los personajes igualmente blanda (por lo que resultan un tanto flojos); su apresurado final…
Asimismo,
la prosa tiene sus carencias y (quizá) excesivas
pretensiones; tanta suavidad adormece
y lo que se cuenta carece de tensión narrativa,
el clímax nunca llega (porque algo
pretendido, como ejercicio de estilo, o no): nunca se acelera el ritmo, el tono,
la narración, y así se llega al final y no se
echa nada de menos. Por lo que la brevedad es uno de sus valores, ya
que de haberse extendido...
Pero,
aunque se le pueden encontrar mil pegas, lo cierto es que no deja de ser
entretenida y conmovedora (que no es
poco). Sí, es un libro sencillo (se lee en dos horas), con una trama atractiva, un tema
literariamente infalible (el amor
como fuerza primordial) y una gran potencia visual
(escena del lago, entre otras). Incluso, literariamente, contiene algunos
aspectos reseñables como el uso de la repetición.
A
pesar de los desaciertos citados, a pesar de las preguntas sin respuestas, las sucintas pinceladas que brinda (de la bucólica
orilla del lago en la que acaba Hervé, la monumental jaula
de pájaros, los yermos desiertos que
atraviesa o la ardiente carta final), son
auténticas perlas literarias y considerando el cierre
real de la historia en el antepenúltimo
capítulo, resulta ciertamente eficaz.
Más
que una novela, un ejercicio narrativo,
o mejor dicho un cuento escrito por
un esteta que se muestra como un
hábil narrador que sabe lo que quiere, y lo consigue: una historia que, pese a
todo, conmueve. Lo no dicho, el toque de
irrealidad y la sutil melancolía generan preguntas, pero también abren camino a la ensoñación: hay
que verla como lo que es, una fábula entretenida, modesta,
que no pretende ser otra cosa. Cuando uno de los personajes describe la seda
japonesa como «tener la nada entre los dedos», podría estar describiendo
precisamente Seda.
En resumen: novella (en su momento) popular, entretenida, bonita, sensorial, pero que no llega a entusiasmar, quizá porque no alcanza la calidad que presagian las primeras páginas. No volvería a leerla, aunque recuerdo haberla leído con agrado, tal vez por sentencias de haiku como esta:
«Morir de nostalgia por algo que no vivirás jamás»

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