sábado, 19 de octubre de 2024

REENCUENTRO

 

«REENCUENTRO»

Fred Uhlman (1971)


«Entre los dieciséis y los dieciocho años, los jóvenes combinan a veces una cándida inocencia, una pureza radiante de cuerpo y mente, con un anhelo exasperado de devoción absoluta y desinteresada. Generalmente esa etapa sólo abarca un breve lapso, pero por su intensidad y singularidad perdura como una de las experiencias más preciosas de la vida»

 REENCUENTRO, primera novela de Fred Uhlman que, inspirada en su propia experiencia, fue publicada por primera vez en Londres el año 1971, bajo el título de Reunión, pasando desapercibida. Seis años más tarde, la editorial Collins & Harvill la reeditó, prologada por el periodista y escritor Arthur Koestler, para convertirse rápidamente en un auténtico superventas mundial. El éxito y el reconocimiento le llegaron a Uhlman a los 76 años y de la mano de la literatura, cuando toda su vida había intentado triunfar como pintor.

En efecto, Fred Uhlman (Stuttgart, 1901-Londres, 1985), de origen judío, abandonó Alemania en marzo de 1933, poco después de que Hitler fuera nombrado canciller. Residió un tiempo en París y posteriormente en España (en Tossa de Mar), de donde también escapó al estallar la Guerra Civil para, tras regresar unos meses a París, llegar a Londres; donde fundó el Artist’s Refugee Comittee y la Free German League of Culture, entre cuyos miembros se contaban Stefan Zweig y Oskar Kokoschka. En 1971 publicó Reencuentro, y en 1985 su réplica, Un alma valerosa (la historia contada desde el punto de vista por el otro protagonista).

AMISTAD ADOLESCENTE EN EL HUEVO DE LA SERPIENTE

Parte de un planteamiento muy sencillo: dos jóvenes de 16 años son compañeros de clase en una misma escuela de enseñanza media. Todo empieza cuando Konradin Hohenfels llega a la escuela del judío Hans Swartz, que queda impresionado tanto por la elegancia y distinción de su nuevo compañero como por el renombre de su apellido (los Hohenfels eran una de las más antiguas familias de Europa).

Con ese pretexto, la historia comienza mostrando como a todos los jóvenes del colegio (judíos y no judíos), les une el desprecio hacia el pobre y el débil, revelando claramente el ambiente de la Alemania de entreguerras e indicando que el clasismo-racismo y la crueldad está siempre latente bajo la idea de que el otro es un ser inferior al que puede someter.

Hans y Konradin se hacen amigos gracias a un fortuito encuentro un día tras el colegio, en el cual con la intención de saludarse por educación pasan a tratar otros temas y descubren puntos en común: a partir de aquel día se hacen inseparables.

Pero, un año después, todo terminará entre ellos. Hans lleva a Konradin muchas veces a su casa y se lo presenta a sus padres; Konradin aunque también lo lleva a la suya, pero sus padres nunca se encontraban allí en el momento de la visita. Aunque ambos vivían al margen de la política, en la que no estaban verdaderamente interesados, un día en el que Hans acude invitado a la ópera, ve a su amigo de lejos, pero este aparenta no conocerle. Tal acción les enfrenta, al día siguiente, en el colegio; y aunque Konradin intenta justificarse alegando que siempre ha defendido aquella amistad pues sus padres se oponían a que él, un noble hijo de unos simpatizantes nazis, fuese amigo de un chico judío.

Momento en que se muestra el paso de ese racismo y crueldad latentes a su manifestación creciente y sin paliativos. A partir de ahí, aunque siguen saliendo juntos, la relación va decayendo hasta que, en 1933, tras el ascenso de Hitler al poder, Konradin entra a formar parte de las fuerzas armadas nazis, mientras Hans parte hacia el exilio.

Justamente cuando sus padres resuelven enviarlo a Estados Unidos con unos parientes y antes de irse, Hans recibe una carta de Konradin que, aunque le da ánimos, le expone lo necesario de la situación, razonando que, aunque resultara imprescindible que Hitler hiciese una depuración entre los de su raza, estaba convencido de que él podría volver algún día por ser uno de los judíos cuya valía personal podía ser admirada por cualquiera.

Tras la marcha de Hans, sus padres se verán empujados a suicidarse. Y tan sólo muchos años después, instalado ya en Estados Unidos, donde intenta olvidar el siniestro episodio que los separó amargamente, Hans reencuentra, en cierto modo, al amigo perdido.

NOVELLA EN PRIMERA PERSONA

Se trata de una sutil novella (novela corta: término medio entre el cuento y la novela), forma narrativa que destaca por su sencillez y su estilo directo, relatada en primera persona (narrador subjetivo), se estructura en 19 capítulos enumerados (sin título). Internamente sigue una estructura lineal cronológica: desde la madurez presente se recuerda el pasado de aquellos años de adolescencia entre los 16 y los 18 años. En breves ocasiones se regresa al presente para enfocar algún asunto, por ejemplo, cuando se incluye un párrafo para analizar el estado de ánimo del narrador en el mismo proceso narrativo (incluso después de treinta años creo que no se trata de una exageración.); o se salta hacia el futuro (El vendaval que había empezado a soplar desde el Este también alcanzó a Suabia. Aumentó de intensidad hasta adquirir la fuerza de un tornado, y no amainó hasta que, aproximadamente doce años más tarde).

Mientras que el presente está situado en Nueva York, los hechos del recuerdo se desarrollan en la ciudad alemana de Stuttgart, en la que se ubican localizaciones como, la escuela de Karl Alexander Gymnasium; la casa de los Schwarz y la mansión de los Hohenfels; o la ópera; juntos a otros lugares emblemáticos en la amistad de los muchachos son: la Selva Negra, el lago Constanza, el Hegau o la mansión del poeta Hölderlin.

La historia, que comienza en febrero de 1932 y finaliza 30 años después, supone un retorno, con algunos elementos autobiográficos y una gran fuerza lírica, a una época histórica convulsa en la que surgieron y triunfaron los totalitarismos europeos (con su carga de furibundo antisemitismo y agresivo militarismo) y se gestó la Guerra.

LOS AMIGOS Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Buena parte de la fuerza del relato gira en torno a la caracterización de los dos protagonistas, personajes tan similares y a la vez antepuestos por las construcciones sociales que se vivieron en la Alemania de entreguerras. Hans Schwarz (la voz narrativa), hijo de un médico judío, nieto y bisnieto de rabinos, y descendiente de un linaje de pequeños mercaderes y traficantes de ganado, vive con sus padres en Stuttgart, en los años previos a la segunda Guerra Mundial. Allí asiste a las clases de la prestigiosa Karl Alexander Gymnasium. Con una idea romántica de la amistad y de las relaciones personales, no percibe inicialmente la realidad del mundo que le rodea. Konradin von Hohenfels, miembro de la ilustre familia suaba de los Hohenfels, que había estado ligada desde siempre a la más alta nobleza y los emperadores germanos, comparte escuela con Schwarz, con quien inicia en 1932, como se ha visto, una profunda amistad. Mucho más realista, a pesar de pertenecer a una aristocracia de rancio abolengo, percibe con mayor claridad la repercusión de todos los acontecimientos sociales y políticos que les rodean.

Junto a ellos toda una serie de personajes secundarios ayudan a dar el tono y la panorámica de la sociedad alemana del momento. Por una parte, en el ámbito familiar, tanto los padres de Hans, como los de Konradin, sirven de contrapunto social e ideológico a la amistad de ambos: su presentación se realiza de forma muy diferente, pues mientras los señores Schwarz, en consonancia con el punto de vista del narrador, es mucho más cálida y entrañable, mientras que los Hohenfels, aparecen representados con mayor frialdad y distanciamiento.

Por otra, en el mundo escolar, destacan tres personajes perfilados con muy pocos detalles sirven para evidenciar la caracterización del profesorado: Herr Zimmerman (el profesor de Literatura, a quien  sus alumnos desprecian porque era afable y bondadosos y porque olía a pobreza); Max Loehr (el profesor de Deporte, conocido Max Músculos, quien, pese al desprecio generalizado de aquella época hacia la Educación Física, intentaba el desarrollo corporal de sus alumnos ); y, frente a ellos, Herr Pompetzk (el nuevo profesor prusiano de historia que llega a la escuela a mediados de septiembre del segundo curso del relato y que explica los acontecimientos recientes desde la perspectiva nazi). Otro tanto pasa con el alumnado, entre el que destaca el Caviar de la clase, tres muchachos (Reuter, Müller y Frank) con afanes culturales (teatro, ópera, poesía y narrativa, psicología…) que no alternan con nadie; así como Bollarcher y Schulz, esos compañeros de clase, que encarnan el giro racista que la sociedad toma hacia los judíos con el advenimiento del nazismo.

Mención especial merece la familia Bauer, vecinos de los Schwarz, compuesta por los padres, un hijo de 12 años y dos niñas de 4 y 7. Los hijos mueren en el incendio de su casa, hecho que produce una profunda crisis religiosa en Hans y desata la profunda reflexión sobre la impresión de la muerte, más intensa y sentida ante la de un conocido que ante la de un millón de lejanos desconocidos. Mas todo eso eran simples abstracciones: números, estadísticas, información. Era imposible sufrir por un millón de personas.

UNA PERLA NARRATIVA

Emocionante pero medida y alejada de cualquier sentimentalismo, la narración muestra una incitante cualidad musical y lírica. La prosa, acorde con la educación del narrador, adopta un registro culto, caracterizado por un vocabulario preciso y escogido. Destaca la variedad de sinónimos y los juegos semánticos con términos del mismo campo (Yo no vi el incendio ni oí los alaridos de la criada y la madre. Sólo me enteré al día siguiente, cuando vi las paredes ennegrecidas, las muñecas incineradas y las cuerdas chamuscadas del columpio que colgaban como serpientes del árbol achicharrado). Resulta igualmente remarcable el gusto por la comparación (días y años, muchos de ellos tan muertos como las hojas mustias de un árbol seco) y las descripciones, sobre todo de los paisajes suabos y de las habitaciones quizás influido por su faceta como pintor. (Llegó la primavera y toda la comarca se convirtió en un macizo de flores, flores de cerezo y manzano, de peral y melocotonero, al tiempo que los álamos adquirían un color plateado y los sauces el amarillo limón).

De hecho, el tipo de elocución predominante es la descripción: apenas aparece el diálogo (sólo en estilo directo en algunos episodios claves, como cuando Hans pide explicaciones a su amigo por su comportamiento en la ópera –cap. 15–) y la narración es tan detallista que en numerosas ocasiones adquiere carácter descriptivo: así, el retardado detallismo en la narración final, gracias al cual la tensión aumenta para estallar en la última línea de la novela y hacernos reelaborar la comprensión que habíamos ido elaborando. Los 7 últimos párrafos constituyen una lección magistral de técnica narrativa. Uhlman desecha su gusto por la descripción y la adjetivación, y adopta un estilo ágil, en el que abundan los verbos en pretérito perfecto simple. Las vacilaciones del narrador aparecen relatadas con tal precisión que obligan a incrementar la velocidad lectora para conocer lo antes posible el destino de Konradin. De este modo, el lector participa en el propio proceso creador (o recreador) de la novela, compartiendo la misma curiosidad-ansiedad del narrador.

BREVE, NO SIMPLE

Desde luego no se trata de una novela más en torno al nazismo, puesto que el autor ofrece una obra protagonizada por unos jóvenes que disfrutaban de la inocencia de la edad. Unos jóvenes cuyas familias, cuya posición les permitía (en distinto grado) poder llevar una vida apacible y formarse en una institución de élite. Unos jóvenes de 16 años, que, como tantos otros en aquel momento, solo se preocupaban y hablaban de las cosas propias de su edad, y que todavía no eran muy conscientes del cambio que se estaba produciendo en sus vidas. En poco más de cien páginas se plantea la concepción de una relación, se contempla el nacimiento de la Alemania nazi y la consiguiente radicalización de su sociedad. El relato explora el preludio al genocidio en ciernes desde la perspectiva adolescente y expone de crudamente el inicio de la situación que vivieron miles de judíos en un corto lapso de tiempo. Como se vieron señalados, perseguidos y expulsados por el propio entorno que pocos meses antes constituía su propia comunidad. En pocas páginas se ilustra la fragilidad de las relaciones humanas cuando fuerzas poderosas que escapan a su control condicionan su vida.

La novela retrata de la amistad como sólo puede concebirse en la adolescencia, cuando los amigos constituyen el eje de opiniones y gustos. Como tales adolescentes, permanecen ajenos a lo que sucede en su entorno, incluso cuando comienzan a verse afectados. Porque uno de ellos era judío, y eso se dejaba notar en el trato: el autor adopta perfectamente la mentalidad propia de la edad de sus protagonistas personalizando gestos que debieran haberles alertado.

El libro trata al mismo tiempo de la adolescencia y del sentido de la amistad (cómo dos chicos completamente diferentes llegan a ser amigos, y cómo tal amistad transciende a través del tiempo), pero también de la educación alemana en la época, de los hijos de la burguesía, del descubrimiento de la cultura y el conocimiento, y quizás sobre todo ello, de la autenticidad y del sentido de la vida y la existencia.

Habla también de la soledad, punto de partida que une a estos dos jóvenes. Hans ve en Konradin la oportunidad de disfrutar por fin de la compañía de un amigo, porque se da cuenta de que al joven aristócrata también le envuelve la soledad. Amistad que plantea, a medida que se desarrollaban los capítulos, una interesante cuestión: ¿Es posible poseer un ideal de la amistad como se posee una imagen ideal del amor? En esos momentos de la vida, en la que se define la personalidad, la amistad está muy cerca del amor: de hecho, las páginas en que Hans manifiesta su concepción de la amistad podría ser una declaración de amor.

Otro punto, relacionado que destaca especialmente la novela, es cómo actúa la mente ante aquellas personas que desprenden una cierta autoridad innata, cómo las personas suelen verse subyugadas por esas personalidades que las arrastran. Caso de la admiración de Hans por Konradin; como, por otra parte, de la tremenda impresión que experimenta Konradin (y tantos otros) ante Hitler.

También está muy presente la familia, que marca el futuro de ambos personajes en los acontecimientos que se avecinan y que influirán, por su origen, de manera muy distinta en uno y otro. La familia del protagonista es judía, aunque bascule entre el ateísmo y el agnosticismo, antisionista (Mi padre aborrecía el sionismo. Esa sola idea le parecía demencial), burguesa y culta. Mientras que la de Konradin es una familia aristocrática, vinculada a la historia de Alemania, y con los prejuicios de su estatus social: estimación de su significación, conciencia de su papel en la historia alemana, respeto por las normas señoriales… En fin, cada uno de ellos se ve abocado al futuro de su familia (clase y raza): el éxodo para el judío y el enrolamiento en la Wehrmacht para (servir y engrandecer Alemania) el aristócrata. A ambos les alcanzó el futuro antes de que se dieran cuenta. Y treinta años después ese futuro propició su reencuentro.

«La política era cuestión de adultos y nosotros debíamos resolver nuestros propios dilemas»


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