martes, 1 de octubre de 2024

LOS CHICOS DE LA NICKEL

 «LOS CHICOS DE LA NICKEL»

Colson Whitehead (2019)

«La Nickel era el colmo del racismo –la mitad de los que trabajaban allí seguramente se ponían el disfraz del Klan los fines de semana–, pero, tal como lo veía Turner, la maldad era algo más profundo que el color de la piel. Era Spencer. Era Spencer y era Griff, y eran todos los padres que dejaban que sus hijos acabaran allí. La maldad eran las personas.»

LA FÁBRICA DEL DOLOR

LOS CHICOS DE LA NICKEL (2019) de Colson Whitehead (Nueva York, 1969), nominada como uno de los mejores libros de la década por la revista TIME, se basa en una tragedia real, los crímenes ejecutados en la Arthur G. Dozier School for Boys de Marianna, que el Estado de Florida dirigió como reformatorio durante 111 años (1900-2011), y por la que pasaron niños y jóvenes (6-18 años), con condenas por lesiones, robo o por no ir a clase, los incorregibles y los huérfanos.

Tras décadas de denuncias contra la institución (por palizas, violaciones, torturas e incluso asesinatos de estudiantes), se inician varias investigaciones consecutivas por parte del Departamento de Cumplimiento de la Ley de Florida (2010), del Dpto. de Estado de los Estados Unidos de Justicia (2011) y de la Universidad del Sur de Florida (2012). La del Dpto. de Justicia reveló la existencia prácticas sistémicas, atroces y peligrosas exacerbadas por la falta de responsabilidad y controles. Y la investigación forense de la Universidad descubrió unas 55 tumbas en los terrenos de la escuela (diciembre, 2012) e identificó posibles lugares para tumbas (marzo, 2019).

Las primeras referencias que Whitehead tuvo al respecto fueron en 2014, vía Twitter. Pero serían los datos de la investigación universitaria (el hallazgo de varios cementerios ilegales con innumerables restos de estudiantes violados y asesinados) los que desataron su interés (por el racismo e indiferencia que encarnaban). Tras tratar el tema de la esclavitud en El Ferrocarril Subterráneo (2016), que le supuso su primer Pulitzer de ficción (2017), Whitehead no quería escribir otro libro pesado, pero la elección de Trump le instó a hacerlo. Así nació la versión ficticia (la Nickel Academy) de la institución real: Whitehead, para mantener el mayor realismo posible, redujo deliberadamente el alcance del libro, lo documentó minuciosamente y prescindió de elementos especulativos o fantásticos (presente en otras novelas suyas).

EL EFECTO TRUMP

La novela reinventa la vida de esas generaciones de niños prometedores (negros y blancos) sin recursos, víctimas de abusos ante la indiferencia general. Denuncia que no se reduce al pasado, sino que encaja en la políticamente correcta sociedad actual, porque esos crímenes ni están tan alejados en el tiempo ni son tan ajenos a la marginalidad en que siguen viviendo miles de niños en todo el país (y en todo el mundo).

La ficción alivia la realidad, pero también permite revivirla y contribuir así a la memoria histórica de la nación: la historia de los negros en Estados Unidos y su apartheid institucional y social. Whitehead, que inició esa revisión con El ferrocarril subterráneo, aquí cuenta una historia de la bondad e inocencia infantil sometida a la crueldad con idéntica fuerza narrativa y despiadado realismo. El autor reincide en su pedagógica labor de memoria histórica para hablar del racismo endémico de la sociedad norteamericana: los jueces del Premio Pulitzer de ficción 2020 (segundo de Whitehead: es el cuarto escritor en la historia en ganarlo dos veces) calificaron la novela como una exploración sobria y devastadora del abuso en un reformatorio en la era de Jim Crow en Florida que, en última instancia, es una poderosa historia de perseverancia humana, dignidad y redención. Las Leyes de Jim Crow (estatales y locales), promulgadas a fines del siglo XIX, por las legislaturas estatales sureñas (dominadas por los demócratas después del período de Reconstrucción entre 1876-1965), propugnaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de iure bajo el lema «separados pero iguales» y se aplicaban a los negros y a otros grupos étnicos no blancos. Condujeron a que tratamiento y alojamientos fueran por lo general inferiores a los de los blancos, sistematizando un número de desventajas sociales, educativas y económicas.

DISCURSO SOBRE ESTILO

Whitehead ha calificado la obra como novela de ficción histórica, pues, aunque está basada en hechos reales, cambió algunos nombres (como el del reformatorio) y creó personajes ficticios.

Relato de estilo ágil, muy próximo a la crónica periodística, muestra una gran economía expresiva destilada en una prosa seca y directa, huyendo de cualquier adorno estilístico: su objetivo es, más que plasmar un artificio literario, emitir un mensaje. Prima el discurso sobre el estilo: interesa por la contundencia de lo contado (fondo) más que por los recursos que utiliza (forma). El resultado es una narración detallada (a la vez que clara y sencilla), con vívidas descripciones de los escenarios y diferentes acontecimientos, así como de olores, sensaciones y sentimientos.

Es de agradecer que el relato no se limite a la sucesión de maltratos y torturas, pues el tema resulta propicio para caer en el cliché y el estereotipo, pues hubieran desviado la historia hacia los tópicos de los melodramas decimonónicos o de los relatos de miedo. No carga las tintas, no cae en lo fácil, ni en la estridencia. Consigue con muy pocos detalles, mediante la sugerencia, mucho más que con la descripción cruda y detallada. Por ejemplo, mediante las (muy reveladoras) frases con que se iniciaba el castigo pretendidamente educativo por parte de los supervisores («Como te oiga quejarte una sola vez, tendrás propina.» «Cierra la puta boca, negro de mierda.»), seguidas de la enunciación, seca y carente de detalles escabrosos, de la tanda de correazos (reducidos al número: unos setenta y al detalle de una hebilla golpeando el techo) en nalgas y piernas; y finalizaba en la enfermería, con diagnósticos secos, pero reveladores («De resultas de los correazos, fragmentos del pantalón viejo se le habían incrustado en la piel.»). Del mismo modo se tratan, un torneo de boxeo que tiene ciertas consecuencias y unos árboles con argollas de hierro donde encadenan a los casos perdidos para que luego desaparezcan discretamente.

La historia se expone mediante la alternancia de varias épocas, que giran en torno la experiencia del protagonista; y, aunque con algún altibajo (como en su novela anterior, aquí también hay partes donde decae el pulso narrativo, aunque el conjunto no resulta afectado), la fragmentación temporal confiere un tono adecuado al mensaje.

Mención aparte merece el final; pues, a través de un inesperado giro abordado con delicadeza, ahonda en un dramatismo sosegado pero demoledor, que se recibe con sorpresa y que condiciona la opinión sobre lo leído hasta llegar ahí.

ESTRUCTURA DISCURSIVA

La novela se estructura en tres Partes más un Prólogo y un Epílogo. Prólogo y Epílogo se sitúan en el momento actual y sirven de marco a la historia que se cuenta perfectamente estructurada en las tres secciones que obedecen al clásico planteamiento, nudo y desenlace.

Prólogo. «Hasta muertos creaban problemas los chicos.»: así arranca la historia, con el hallazgo de unos cadáveres por parte de unos urbanistas de un parque empresarial en el lado norte del campus de la Nickel. Sus pocas páginas giran en torno a la fosa común: pone de manifiesto que apenas hay diferencia entre un cementerio oficial y uno clandestino; ambos se funden en depositarios de despojos marcados por la tortura y muerte violenta. En efecto, en la investigación forense de la Universidad, los alumnos de arqueología en prácticas desentierran 43 cadáveres del cementerio oficial de la Nickel, Boot Hill (en referencia a la película Duelo en el O. K. Corral). Y una alumna, Jody, ante un terreno que se veía raro, descubrirá el cementerio secreto. Esos estudiantes contarán sus descubrimientos a algunos antiguos residentes y a los familiares de los chicos que habían desenterrado. Alguien da el soplo a los medios de comunicación y... Por otra parte, algunos antiguos residentes hacían reuniones anuales (iban por la quinta) y uno de ellos se encargaba de subir a la red todo lo que caía en sus manos sobre la Nickel. Sin embargo, no todos los antiguos alumnos veían bien tales actuaciones, entre ellos Elwood Curtis, residente en Nueva York.

1ª Parte: Refiere la infancia y adolescencia del protagonista, un niño negro de familia humilde que escuchaba los discursos de Martin Luther King en la Tallahasse de la década de los sesenta, criado por su abuela, tras la marcha de sus padres a California. Finaliza cuando ilusionadamente el protagonista, buen estudiante y con afán de aprender (pese a las dificultades que un negro tiene por serlo), a los 16 años, fortuitamente (cuando se dirige a la Universidad que lo ha admitido para realizar un curso preuniversitario sobre literatura inglesa) se ve implicado en el robo de un automóvil. Como consecuencia es condenado a pasar dos años en la Escuela Reformatorio para chicos Nickel, en Eleanor (Florida), interrumpiendo sus ilusiones y comprometiendo su esfuerzo y amor al estudio.

2ª Parte: transcurre en la Nickel, donde los internos, segregados por raza (los negros sufren peor trato), apenas reciben educación. El protagonista, asignado a la residencia Cleveland (una de las destinadas a los negros) se hará amigo de otros residentes y aprenderá a sobrevivir. Conocerá cómo tratan los trabajadores de la Nickel a los chicos a su cargo; cómo son objeto de palizas y abusos sexuales; cómo son utilizados como obreros sin salario; e, incluso, cómo se les hace desaparecer con la excusa de que se han escapado del Centro, mientras el personal pasa por alto y encubre todo. Aprender esos códigos le ocasionará pasar por la Casa Blanca: viejo almacén donde los supervisores inculcan disciplina y hacen entender los códigos de conducta no escritos a los chicos (negros o blancos). Con uno de sus amigos logrará participar en un servicio que sale del centro una vez por semana, acompañando en coche al supervisor para desviar fondos y productos a ciertos vecinos de Eleanor, dejando la alimentación y las instalaciones de la institución en un precario. Así comprenderá que, junto a la violencia, la corrupción constituye otra norma de la institución.

3ª Parte: la más variada, comienza con el personaje en la actual Nueva York, convertido en propietario de una próspera empresa de mudanzas, con varios empleados en plantilla y una flota de camiones. Contra todo pronóstico, ha triunfado; aunque sigue marcado por el recuerdo del reformatorio. Mediante una alternancia temporal presente (2010) pasado (1960) y reveladores flashbacks de lo sucedido hasta el momento, se va aclarando lo que vivió esa pareja de compañeros hasta que ahora, uno ha triunfado. El protagonista, aprovechando una visita de inspección a la Nickel, entregará a uno de los inspectores una carta denunciando los abusos sufridos por los chicos y la corrupción del establecimiento. Denuncia cuyas consecuencias sufrirá en una celda oscura de la que lo van a sacar para llevarlo a Boot Hill (el cementerio). Afortunadamente, su colega, enterado de tales planes, decide que ha llegado el momento de escapar juntos.

Epílogo: se regresa al principio, la década de 2010. Se han encontrado los cadáveres en los terrenos de la Nickel y se ha abierto una investigación al respecto. Esto lleva al empresario neoyorkino a revelar a su esposa su historia y su nombre real, para volar luego a Tallahassee con objeto de dar testimonio (como tantos otros que fueron confinados siendo niños) y enfrentarse a los efectos duraderos de sus experiencias allí.

PERSONIFICACIÓN DE LA TRAGEDIA

Sobresale, pues, en la novela esa narración detallada, pero también la caracterización del protagonista (desde su inicial ilusión infantil hasta su esperanza posterior): destaca la habilidad para explicar el pasado de un personaje en tres páginas de pura vida (las que narran, por ejemplo, la de Harriet, la abuela de Elwood, son espectaculares).

Ese protagonista, Elwood Curtis, es un chico negro estudioso, trabajador, crédulo e iluso, con un sentido idealista de la justicia, que intenta llevar a la práctica las ideas de Martin Luther King Jr. (escuchadas reiteradamente, hasta interiorizarlas, en el único disco que tiene: Martin Luther King at Zion Hill, regalo navideño de su abuela en 1962). Aplicado estudiante de secundaria, se ve inspirado por las clases y el ejemplo de un profesor implicado en el Movimiento por los Derechos Civiles. Seleccionado para asistir a clases universitarias, se ve implicado en un desafortunado incidente y, como tantos negros que sufren la violencia y el racismo en Estados Unidos, es condenado a ser internado en la Escuela para Chicos Nickel. Allí, intenta cumplir su condena sin incidentes; pero su tendencia a hacer bien las cosas, luchar contra las injusticias y defender causas perdidas le traerán problemas con supervisores y responsables: será severamente castigado en dos ocasiones. Así, dolorosamente, se dará cuenta de que lo mejor es pasar desapercibido. Su único refugio es la amistad con Turner, Jaimie o Desmond; juntos idean e imaginan venganzas contra estos crueles supervisores que casi nunca realizan (sólo con Earl). Con Turner los lazos serán más estrechos, porque los dos ayudan al supervisor Harper a dar salida, bajo cuerda, a muchos de los productos y donaciones recibidas por la escuela, o sea, serán mano de obra gratuita en la corrupción practicada por los miembros de la institución.

Jack Turner: compañero de residencia, primero; y, luego, amigo. Mientras está en la Nickel mantendrá una visión más cínica del mundo y de la administración de la institución... Pero, cuando logra la libertad, intentará estar a la altura de los ideales de Elwood.

Whitehead ha descrito a estos dos protagonistas como dos partes diferentes de mi personalidad: Elwood Curtis, la parte optimista o esperanzada de mí que cree que podemos hacer del mundo un lugar mejor si seguimos trabajando en ello; Jack Turner, el lado cínico que dice que no: este país se basa en el genocidio, el asesinato, la esclavitud, y siempre será así.

Aunque Whitehead prima la humanidad de los protagonistas frente a la miseria de sus antagonistas, no por ello, estos dejan de estar perfectamente caracterizados. Sobre todo, el superintendente Maynard Spencer: blanco de cincuenta años largos y algunas canas en su pelo negro muy corto, severo e intimidante. Un auténtico «castigador» (como diría Harriet) que se movía con un aire de determinación, como si lo ensayara todo delante de un espejo: angosta cara de mapache, nariz diminuta, ojeras oscuras bajo los ojos, y cejas espesas y erizadas. Muy puntilloso con su uniforme azul oscuro de la Nickel, cada pliegue de sus prendas parecía lo bastante afilado como para cortar, como si él fuera un cuchillo andante.

Y su opuesto, pero no menos inquietante, Blakeley: rollizo, de cabellos blancos, piel oscura y ojos grises y alborozados, de carácter suave y agradable. Llevaba once años trabajando allí y estaba al mando de la residencia Cleveland. Solía decir que la escuela tenía su filosofía: poner el destino de los chicos en sus propias manos.

Junto a ellos aparece toda una serie de secundarios, que a veces sólo aparecen en una especie de chispazo de un par de páginas (caso de Griff, el boxeador, o Goodal, el patético profesor), pero cuyas vivencias cimentan la historia, ejemplifican lo que ocurre y también lo que hay detrás, motivaciones, odios y un enorme desprecio hacia la vida.

Así, unos sirven para asentar la tradición familiar del protagonista: su padre, Percy, condecorado por su papel como soldado en la Guerra Mundial que escribió a sus superiores denunciando el trato desigual dado a los soldados de color; el abuelo Monty que pagó cara su intervención en una pelea con afán de separar a los contendientes; su bisabuelo, el padre de la abuela Harriet, castigado con dureza por no apartarse del camino de una señora blanca en Tennessee Avenue. Y, sobre todo, la abuela Harriet: una pobre mujer mayor, que, dado que los padres de Elwood no estaban (su padre ha muerto y su madre lo ha abandonado), será quien lo crie. Trabajaba en el Hotel Richmond desde los catorce años, donde su madre formaba parte del personal de limpieza, y ve cómo sus ahorros se desvanecen.

Otros, serán personajes inspiradores para Elwood, como su profesor en el instituto Lincoln, el señor Hill, que llega a Tallahassee tras terminar estudios de magisterio. Su primera visita a Florida había sido el verano anterior, como «viajero de la libertad». Había participado en manifestaciones; se había sentado en bares prohibidos a los negros esperando a que alguien le sirviera; y estuvo en la cárcel por alterar el orden público. Sobre el ojo derecho tiene una cicatriz en forma de media luna, recuerdo de la barra de hierro de un blanco. Profesor de Historia de Estados Unidos, que en sus clases relaciona lo sucedido cien años atrás con el presente, con sus vidas actuales; es quien le dio a conocer obras escritas por autores negros que denunciaban la desigualdad.

Recorriendo en segundo plano todas las páginas, está el personaje de Martir Luther King, cuyo discurso grabado en el disco y su resonancia en los pensamientos y acciones de Elwood lo convierten en eje ético de la novela (que le rinde homenaje por su lucha a favor de los derechos civiles). Precisamente la lucha pacífica, en forma de escritos y cartas denunciando abusos y vejaciones sobre la población de color, la realiza Elwood, secundándole (también en su sacrificio, paralelo al del pastor, asesinado en 1968).

ARQUEOLOGÍA ESPECTRAL

Sobre la base de la amistad entre Elwood y Turner, la novela podría leerse (aparte de como denuncia o bosquejo de un contexto social convincente), como una novela decimonónica (de Dickens o Mark Twain); pero Whitehead no necesita seguir las convenciones de este género (y lo podría haber hecho, atendiendo a lo mucho que abarca en términos éticos y políticos) para presentar su discurso. La precisa concisión de su prosa supone un gesto de modestia ante una tragedia que continúa.

Si El ferrocarril subterráneo trataba la realidad de la esclavitud y la lucha por salir de ella, Los chicos de la Nickel se plantea en momentos más actuales, cuando parecía que las leyes cambiaban y blancos y negros eran iguales… Pero la verdad real suele ser anacrónica y llegar tarde, apareciendo después del ejercicio de la violencia, como reconstrucción del pasado; de ahí que se la califique de ejercicio de arqueología espectral, pues la novela relata exhumaciones de cuerpos objeto de múltiples y crueles excesos, pero sobre todo desentierra el pasado (¿y el presente?).

A este respecto, ahí está la ironía del azar que empuja a Elwood a subir, sin saberlo, a un coche robado, precisamente para dirigirse al lugar (¡la universidad!) donde iba a acceder a una vida que, en la América del segregacionismo, significaba el paraíso para un adolescente de raza negra: Paul Auster diría que no se trata de mala suerte, sino de la siniestra música del azar, que en el caso de los ciudadanos negros de Estados Unidos suele darse con frecuencia: suelen estar en el lugar equivocado en el momento equivocado (caso de George Floyd o Jacob Blake, recientemente).

La novela refleja como el mal está presente en el corazón de los hombres. Pues los sufrimientos de los chicos de la Nickel no fueron accidentales, formaron parte de la estructura social violenta. La realidad que recrea la novela denota la dificultad de elaborar un propósito vital en condiciones de continuo sufrimiento e inseguridad. Igualmente advierte que las fábricas del dolor siguen funcionando e intenta hacer comprender por qué antes, durante y después de la Nickel, todos los chicos estaban jodidos. Porque la violencia sufrida determina la vida de la persona y le impone una pesarosa tara de oscuros recuerdos.

El libro no se reduce a la denuncia. Explotando el contexto, invita a reflexionar sobre la pervivencia del problema de los derechos civiles y las formas de exclusión en las sociedades contemporáneas: cómo lo que se presenta como progreso sigue originando miseria y desdicha. Especula sobre cómo la identificación de lo legal y lo ilegal sigue presente en las prácticas que respaldan nuestras ideas de lo justo y lo injusto; lo correcto y lo incorrecto; lo necesario y lo descartable.

Tampoco se limita a una visión exclusivamente racial (aunque la contenga, no es el eje narrativo): la cualidad racial que segrega a negros y blancos en los años '60 del s. XX en Estados Unidos, es una variable sin la que esta precariedad no podría aparecer como el contexto sobre el cual aparecen los excesos de la violencia en la novela. Pero esta no es una obra sobre la violencia racial, sobre la lucha de la población negra por conseguir sus derechos (aunque, en parte, lo sea): ciertamente narra esta lucha, pero solo de pasada: el núcleo narrativo reside en la adolescencia en condiciones precarias. Aunque exponga los excesos sufridos por personajes negros, deja claro que los adolescentes blancos también sufren explotación, violencia e instrumentalización. Va más allá, porque en realidad habla de la violencia y brutalidad de los poderosos, más dura cuanto más débil es la víctima (y los negros lo son más), pero que acaba no haciendo distinciones (de clases o colores).

EL INFIERNO SEGÚN WHITEHEAD

El caso de Elwood (más allá de ser negro) es el reflejo de una atroz regla social: actúa por encima de tu condición y lo pagarás. Como toda regla, suscita rebeldía, que no dejará de ser un acto de no resignación: no permitirse siquiera que revoloteara por tu mente, era matar lo de humano que uno pudiera llevar dentro. En la Nickel estaban separados los blancos de los negros en dos pabellones diferentes y las condiciones de ambos grupos no eran iguales; pero el castigo los igualaba: blancos y negros eran tratados como escoria. En este sentido, resulta casi humorístico el caso de Jamie, que, ni muy blanco ni muy negro (su madre era mexicana), pasa periódicamente de lado a lado, aunque no escapará a la violencia de los educadores. A fin de cuentas, a aquella institución, que ejercía la violencia en sus múltiples formas como práctica cotidiana (aunque en mayor grado con los negros), iban a parar aquellos que no tenían recursos y habían tenido la mala suerte de caer en las redes del sistema.

Uno de los grandes méritos de la narración estriba en conseguir que una historia particular, la de un chico negro (podría ser blanco) que por azar ve quebrarse su futuro, tenga alcance universal: la defensa de la dignidad humana, la lucha contra la violencia gratuita, la resistencia pasiva para así denunciar la maldad indiscriminada, la universalidad (y pervivencia) de las ideas de Martin Luther King.

Latente está también el tema de la rehabilitación social. La novela es tajante: añadir a una condición de precariedad el confinamiento en una institución reformadora suele originar el efecto contrario; agrava las situaciones y prácticas que fortalecen esa vida miserable, la misma que el sujeto encuentra fuera de esos lugares de confinamiento y opresión. La identificación metafórica de estos lugares de corrección con el infierno señala el despropósito de un sistema de castigo que tiende a la maldad y determina que la aparición vínculos solidarios solo pueda darse sobre la base de la resistencia.

Estamos ante un viaje a un pasado (que no es el nuestro) de poco más de doscientas páginas que se hacen cortas, por duras que sean. Viaje de descubrimiento que, aunque oscuro y doloroso, resulta revelador (sorprendente clímax, incluido) por el realismo y la cruda honestidad con que se afronta

No obstante, se le ha achacado que, a pesar de la denuncia de las injusticias y atrocidades que retrata, una narración distante y una escasa profundidad en la conexión con los personajes, dejan en el lector una sensación de frialdad (al no lograr transmitir angustia y desesperación): pese a la intención de denunciar los abusos y la violencia ejercida sobre los negros, la ausencia de conexión emocional con los personajes impide un impacto profundo en el lector, malogrando las expectativas generadas. Si bien la novela comienza de manera prometedora, una vez Elwood ingresa en el correccional, la narrativa se vuelve más superficial y distante, no logra transmitir empatía ni impulsar al lector a adentrarse en la historia: le falta contundencia y profundidad.

Solo tras su lectura, se podrá enjuiciar su auténtico valor testimonial y literario, pero parafraseando al Último de la Fila, con su lectura «nunca el tiempo es perdido.»


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