martes, 17 de septiembre de 2024

BAUMGARTNER

«BAUMGARTNER»
Paul Auster
(2023)


«Seguramente es una extraña forma de vivir; sentado a solas en una habitación con un bolígrafo en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, luchando por poner palabras en trozos de papel para alumbrar algo que no existe, excepto en tu propia cabeza. ¿Por qué alguien querría hacer algo así? La única respuesta que he podido encontrar es esta: lo haces porque tienes que hacerlo, no tienes otra opción.»
(Discurso de recepción Premio Príncipe de Asturias, Paul Auster, 2006)

DESDE CANCERLAND (CON AMOR)

No se puede hablar de BAUMGARTNER (1923), novela en la que Paul Auster (3 feb 1947 – 30 abril 2024) habla del proceso de envejecimiento, de la soledad y de la esperanza que supone el amor (pasado, presente y futuro), sin recordar que ha fallecido hace cinco meses (a los 77 años). Publicada en un estado avanzado de cáncer (cancerland, como su esposa, Siri Husdvedt, llamó a la larga temporada que pasó en quimioterapia), su lectura cobra ahora una nueva perspectiva, pues sin duda se ha apagado una destacada voz narrativa (que, por cierto, no obtuvo el Premio Nobel, y van…)

Aparecida tras seis años, desde la publicación de 4 3 2 1, es la novela de quien que sabe que va a morir pronto y escribe para recordar que ha sido escritor, que ha creado un mundo, y que ese mundo aún está vivo. Aquí, Auster seguía creyendo en su oficio. Liberado de la obligación de escribir la Gran Novela Americana (ya lo había hecho con 4 3 2 1), se conforma con proyectarse en un alter ego (aunque también en los demás personajes) y trascribir sus reflexiones.

Desde su inicio, queda claro que es un libro de despedida en el que, a caballo entre la biografía y la ficción, el narrador evoca los momentos más felices de su vida. Pese a esa comprensión de saberse a las puertas de la muerte, Auster no muestra miedo a la muerte, más bien refleja estar en paz consigo mismo; pues, aunque puede calificarse de novela crepuscular o testamentaria, no termina con un punto final, y, a pesar de profundizar en el duelo, tampoco es un libro triste o desencantado, por mucho que a ratos sea nostálgico o, incluso, elegiaco: (…), pero de momento sigue habiendo días como este y mejor será que lo disfrute mientras pueda. Quién sabe si será el último día bueno que verá en la vida…

Puede decirse que estamos ante una meditación sosegada sobre la vejez, la pérdida y la memoria, que tiene más de ejercicio literario (cercano a la autoficción) que de despedida. De hecho, es una obra, como las anteriores, más reflexiva que narrativa, un diálogo consigo mismo en el que se refleja el estado de su autor cuando la escribía: Vivir es sentir, dijo para sí, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir. Novela, en fin, que Auster solo podía haber escrito en ese momento (y no a los cuarenta, por ejemplo), cuando intentaba asumir el final de su vida e ironizar sobre la vida.

GALERÍA DE ESPEJOS

Titular la novela con el apellido de su protagonista supone toda una declaración de intenciones, pues utiliza la fórmula del alter ego para narrar las vivencias y reflexiones del protagonista, quien, aun conservando su autonomía como personaje, se antoja un doble de Auster, de forma que, en ocasiones, parecen fundirse autor y personaje.

Dado que los personajes de Auster han ido envejeciendo con él (los hijos de sus libros iniciales se han ido convirtiendo en padres y han ido envejeciendo), aquí el protagonista (ahora más significativo, si cabe) es Seymour (Sy) Tecumseh Baumgartner, un escritor y catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Princeton de más de 70 años, con identidad y talante e neoyorquinos (y brooklynitas), habituales en otros títulos del autor. Llora la pérdida de su mujer, la poeta Anna Blume, fallecida una década antes en un accidente absurdo, y trata de gestionar esa nueva vida sin ella, pues sigue amándola y no asume su ausencia (persiste en sus sueños y su presencia se le hace presente una y otra vez).

Así el relato se abre también a Anna, que se presenta, a través de la mirada de duelo de Baumgartner y de sus textos, como una mujer de fascinante personalidad. Anna dejó su propia obra literaria sin publicar (más allá de un breve poemario: Lexicon), que, al final del libro, queda en vías de ser reeditada y estudiada desde una perspectiva académica; algo que devolverá a su marido la alegría de vivir, porque, a través de sus versos y escritos, va a reconstruir el tiempo de ambos, sobre todo su presencia e identidad. Esta línea argumental se introduce en del relato, realzando una poética y un interesante juego metaliterario (elemento usual, por otra parte, en la escritura de Auster).

Mientras intenta no sucumbir a la desesperación de la soledad y la vejez, el protagonista se enfrenta al último tramo de vida con cierta aprensión e intenta autoengañarse recurriendo al artificio de solicitar libros por internet para ver a Molly, la joven negra, repartidora de UPS, desde hace cinco años trae a su casa libros que él pide sin necesitarlos, solo para verla o iniciando una relación con Judith Feuer, una mujer mucho más joven que él.

Todas las reflexiones, recuerdos y temáticas del protagonista se amplían con la participación de una serie de personajes secundarios (a veces, meramente episódicos) que dan profundidad a su historia. Ahí están, entre otros, los personajes familiares Naomi, esa atorrante hermana pequeña que siempre le regaña; sus padres: Ruth Auster, su madre, hija de Harry Auster (emigrado a Brooklyn de una pequeña ciudad de Galitzia), que se criará con el tío Joseph, un hombre bueno y cariñoso; y su padre, Jakov (el Polaco). Pasando por esos allegados en distintos momentos de su vida. La familia Flores: la Sra. Flores que, tras el entierro de Anna, limpia su casa dos veces por semana; su marido carpintero, Ángel Flores; y su hija pequeña, Rosita. El inspector de la compañía de electricidad PSE&G, Ed Papadopoulos,  que acabará convirtiéndose en su amigo. Y por supuesto, su amigo Tom Nozwitszki, profesor universitario que le pone en contacto con Beatrix Coen (Bebe), licenciada de 27 años, una joven brillante y escritora que adora los poemas de Anna, y a veces recuerda a la propia Anna...

Plagado de referencias biográficas y personales (como la de su familia, norteamericana blanca de mediados del siglo XX, judíos de Newark, de orígenes polacos y de localidades al este de Polonia) que se fusionan con otras de ficción (puede pensarse, por ejemplo, que la esposa del relato conecta con Siri Hustvedt) permiten calificar la novela, al mezclar su realidad personal con lo ficcional, como autoficción.

ESTILO AUSTER

Tal vez por ello, y a diferencia del resto de su obra, tiene un tono más evocativo, prescindiendo de los juegos de artificio de otros libros suyos. Caracterizada por su profundidad emocional y la sencillez de su fondo narrativo, parece destilar todo lo que Auster, a lo largo de cincuenta años, fue incorporando a su producción narrativa.

Así, recupera algunas de sus influencias características: la evidente de Hustvedt, cuyas ideas sobre fenomenología se reflejan en los pensamientos del protagonista. También Philip Roth se vislumbra tras las páginas dedicadas a la vida de las comunidades judías de Nueva Jersey, comparables a sus ficciones ambientadas en Newark. Y otro tanto ocurre con las recreaciones históricas de E. L. Doctorow.

Articulada por una estructura compleja, pero fácil de seguir, se construye con un marcado estilo proustiano: la magdalena que servía a Marcel Proust (En busca del tiempo perdido) para evocar los recuerdos de su protagonista, aquí es un anecdótico accidente doméstico con un cacillo, que lleva a Baumgartner a rememorar el pasado y elaborar un relato de exploración personal.

A lo largo de sus 261 páginas se desarrolla  una obra llena de nostalgia en la que cuesta encontrar al Auster más creativo y en la que se atisba cierta pereza narrativa y problemas de continuidad y fondo con un estilo muy alejado de la vitalidad y fuerza de anteriores trabajos (como El palacio de la luna o La trilogía de Nueva York). No obstante, siguen apareciendo metáforas brillantes: Anna Blume y Beatrix Coen, los dos sujeta libros de su vida (…); (…) ya estaba en la lona a causa del trabajo, la vida o el mundo y no tenía esperanzas de volver a ponerse en pie.

Por otra parte, a diferencia de otros trabajos más recientes (como 4 3 2 1) se trata de una obra sencilla que no abre historias paralelas, no busca una narrativa compleja, ni suscitar grandes dilemas. De hecho, las partes más creativas se sitúan en las cartas e intrahistorias, auténticos destellos de imaginación expansiva: solo los pequeños fragmentos y poemas, atribuidos a Baumgartner y Anna, que se intercalan en el texto, apuntan a un universo más amplio. En este sentido resulta paradigmático el libro que escribe el protagonista, Misterios de la rueda, que se divide en cuatro partes de una extensión de entre 60 y 70 páginas cada una y de las que se citan sus sugerentes títulos (Introducción a la mecánica automotriz, Avería en la ciudad del motor, Carreras de destrucción y El mito del coche sin conductor).

La novela está escrita en tercera persona por un narrador que a veces se dirige directamente al lector (prescindiremos de un relato detallado de esos meses. En cambio, concluiremos el capítulo con Baumgartner sentado a su escritorio), y que se expresa en un presente sembrado de pasado y de sentido de futuro (como la vida misma).

Destacar, así mismo, como el comienzo y (en parte) el final remiten a las comedias del cine mudo (splasticks) donde el protagonista recibe (en acumulación creciente) golpe tras golpe. La apertura presenta, con ritmo rápido y cinematográfico, la cadena de accidentes que sufre Sy: se quema con un cacillo caliente, se enreda varias veces con lo que hace, lo interrumpe el inspector de la compañía eléctrica, para finalmente caerse por una escalera resbaladiza hacia el sótano (escena de un humor feroz que parece condensar el tiempo). Otro tanto sucede en las últimas páginas, cuando el protagonista va solo, en su coche por un bosque casi desierto. Ferviente admirador del cine (que conocía bien desde dentro, como guionista y director), nos deja también esa inquietante metáfora  de la muerte en la sala de montaje (alguien participa en una película, pero no aparece en la copia final, porque murió de un corte): todas esas personas que han pasado por tu vida y no recuerdas.

TEMPUS FUGIT

Entre ambas escenas, el protagonista vive, recuerda y reflexiona sobre la capacidad de los seres humanos para caer, levantarse y seguir creyendo en las oportunidades, aprovechándolas, a pesar de la forma en que los hechos casuales pueden cambiarlo todo para bien o para mal en un segundo. Articulada por una estructura compleja, pero fácil de seguir, la historia va y viene en el tiempo mientras traza un círculo simbólico que la lleva directamente a un final abierto y esperanzador.

Nuevamente (como en Trilogía de Nueva York, Leviatán o La música del azar), el tiempo se retuerce en zigzag sobre una doble línea temporal: la de la vida de Baumgartner hacia un futuro (que, unas veces, parece cerrado y, otras, lleno de promesas) y la de sus recuerdos (que remiten a sus experiencias anteriores, a las de sus padres y antepasados). Líneas que nunca son rectas; como en toda su narrativa, se plasman en una telaraña donde los puntos de unión entre los hilos temporales son momentos en los que todo cambia profunda y definitivamente, en los que el relato se desvía. Casualidades de todo tipo, tanto accidentes físicos y pérdidas como alegrías inesperadas (como la carta de Beatrix Cohen, la joven universitaria, que quiere escribir un estudio sobre las poesías de Anna), que las doblan, cambian, replantean.

Pero, además, aquí queda claro que el autor es plenamente consciente de su mortalidad, que plasma en una meticulosa datación temporal: apenas hay una página en la que no aparezca un dato temporal. Casi como en un diario, las fechas (años, meses, días, horas…) aparecen enmarcando los acontecimientos situándolos en esa telaraña temporal como en un mapa referencial, introduciendo, en ocasiones, momentos de gran lirismo y profundidad: (…). Baumgartner se detiene un momento para recuperarse de una situación peligrosa de la que se ha salvado por poco, maravillándose de los reflejos tan rápidos que sigue teniendo a sus setenta y dos años, pero alterado de todos modos por la brevedad del incidente, que no podía haber durado más de tres o cuatro segundos de principio a fin.

La historia, en la línea del presente, se inicia en abril de 2018 (Semana Santa) y finaliza el 5 de enero de 2020. Durante ese periodo se suceden los hechos y los recuerdos que configuran la historia, entre los que destaca el 17 de octubre de 2019, fecha de recepción de la carta de Beatrix Coen: algo inesperado, y en virtud de ese algo, un optimista y recién inspirado Baumgartner se ha remangado para lanzarse a la tarea de aceptar los desafíos que se le presenten.

También en la línea del pasado, la minuciosidad en la datación se mantiene escrupulosamente; así, por ejemplo, los recuerdos de la vida en pareja van desde el primer encuentro casual e intrascendente de Anna (con 18 años) y Sy (con 20), su rencuentro ochos meses después y cinco años más tarde el casamiento que empezó la verdadera vida de Baumgartner, su primera y única vida que duró hasta nueve veranos atrás (aquella tarde de calor y viento de agosto de 2008). En este sentido un pasaje especialmente destacable es el que refleja los dos años (entre mediados de 1969 y mediados de 1971) en que la pareja estuvo separada en orillas opuestas del Atlántico, con encuentros y desencuentros propios de una comedia romántica hollywoodiense.

Así mismo, hay que destacar que, incluso cuando el narrador se dirige directamente al lector, se mantiene esa precisión temporal: todo eso va a pasar en los siguientes nueve meses y como J. no solo abandona a Baumgartner por otro hombre, sino que también se marcha de Nueva Jersey rumbo a California para aceptar una cátedra en el Departamento de Cinematografía de la UCLA, prescindiremos de un relato detallado de esos meses. En cambio, concluiremos el capítulo con Baumgartner sentado a su escritorio, pluma en mano, una hora después de volver de casa de Judith el 12 de agosto de 2018.

VIDAS EN UNA VIDA

La novela supone también la vuelta de Auster a sus temas de siempre: la preocupación por el azar (como cuando al protagonista se le ocurre que el señor Flores tal vez se cortó los dedos en el preciso momento en el que él, se quemaba la mano con el cacillo); el peso de los recuerdos (temibles y benéficos al mismo tiempo); el deseo; el amor; la pérdida; la relación con el cuerpo, con lo físico, con las cosas (aquí, el choque con lo material y lo biológico, se muestra cada vez más importante); y el inicio de la decadencia, jocosa y brillantemente reflejado en el  síndrome de la bragueta abierta.

También esos temas que repiten con frecuencia,: el uno, inspirado en la precariedad que vivió hasta abrirse paso como escritor, se plasma en un joven, en una habitación vacía, que escribe a mano en unos cuadernos rayados sobre una caja de cartón; mientras que el otro hace referencia judío demócrata que  Auster fue hasta el final y que aquí se concreta en dos referencias a Donald Trump, el enloquecido Ubú de la Casa Blanca, y su política de Devolvamos a América su Grandeza.

Trata también de un corazón helado capaz de volver a latir con nuevas amistades fortuitas, nuevos vínculos sentimentales e, incluso, con la responsabilidad de zanjar traumas y homenajes. A través de un cúmulo de anécdotas que reproducen en breves escorzos la relación entre Anna y Sy, se va reflejando el camino fragmentado de la memoria, los pasos en falso, las distracciones de la vida cotidiana y la sombra inquietante de la propia mortalidad.

Si, por un lado, la historia habla sobre los caprichos del destino y sobre las pequeñas anécdotas que dan forma a una vida; por otro, reflexiona también sobre el sentido de la existencia y la muerte. Porque esencialmente habla de la pérdida (de un ser querido), algo sobre lo que el autor habla con conocimiento de causa: en 2022 muere su hijo de una sobredosis, menos de dos semanas después de haber sido acusado ante un tribunal del homicidio de su hija de diez meses, también por sobredosis. Ambos episodios, que sin duda ensombrecieron sus últimos años, debieron influir, de algún modo, en el tono y estilo de Baumgartner. Aunque, la novela, tal vez para evitar identificaciones personales, opta por presentar la pérdida de la pareja. Sea como fuere, tiene mucho de testimonio sobre la muerte y sobre las vidas encerradas en una vida.

Pero no se queda en el duelo: consciente de que todos los incidentes dejan marcas en cuerpo y alma, y que, para recobrarse, hacen falta los otros: el duelo no se comparte; el consuelo, sí. En la primera escena (donde, para volver a salir del sótano al que cayó, Baumgartner necesita la ayuda del inspector de la compañía eléctrica) Auster fija el sentido general del libro (a) La vida es peligrosa y en cualquier momento nos puede pasar cualquier cosa y (b): Nadie sobrevive sin la ayuda de los demás (la soledad mata).

Otra referencia en su obra es la relación entre padres e hijos, que ya exploró en sus primeros libros (sobre todo en el autobiográfico La invención de la soledad) desde el punto de vista de la juventud, y que aquí revisa desde la madurez. Temática que depara dos brillantes escenas. En una de ellas, el profesor recuerda haber visto, a finales del verano de 1968, viajando de Charleston a Nueva York en el tren barato de madrugada, a una niña negra con su madre: la nena muestra una inmensa dignidad en su comportamiento en medio de ese vagón en el que ella y su madre son las únicas viajeras de color. En la otra, recuerda cómo dos años después otro niño (de diez u once años), recibe una bofetada de su padre en un tren subterráneo repleto del metro de París.

La memoria, pues, vuelve a estar presente. Amante de la filosofía, Sy quiere entender por qué recuerda tal o cual cosa y cómo pasa de un recuerdo a otro y por eso explora las vidas de su familia que ofrecen problemas universales. Como en las novelas decimonónicas (Oliver Twist o Madame Bovary), el título indica que se cuenta una vida singular, pero con elementos de universalidad: la Europa sacudida por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y más atrás, el pueblo ucraniano en el que vivió su abuelo judío, al que él nunca conoció y cuyo apellido era Auster (una vez más el autor introduce en su historia un elemento que lo conecta con narradores y personajes).

Episodio significativo es el de la visita al pueblo de su abuelo, que pierde su población judía en el nazismo y después al resto, cuando huyen del al avance ruso. Supuestamente, después de que el lugar quedara desierto, se llena de lobos… Baumgartner, que escribe un libro académico con estas experiencias, trata de corroborar lo que le contaron. Pero cuando no lo consigue, decide creer en los lobos porque si una historia te cambia la vida, ¿importa si es verdad o no? Otra declaración de intenciones sobre la narrativa.

DESPEDIDA Y CIERRE DE EMISIÓN

Se ha criticado que la novela, aunque comienza con fuerza, no logra resolver la gran cantidad de hilos que va desplegando: trepidante en su inicio, una comedia en cascada de pensamientos constantemente interrumpidos, construida sobre una avalancha de frases sencillas a la manera del escritor alemán de principios del siglo XIX Heinrich von Kleist (para Auster, uno de los mejores escritores en prosa). Se le achaca, sin embargo, que, a medida que avanza, las fórmulas familiares son ignoradas en favor de una especie de afable falta de objetivo; pues, pese al indudable encanto de los guiños a la obra en progreso de Baumgartner, (por lo demás confusa) como un cómic en serie o al discurso (cuasi)ficticio sobre uno mismo, la novela, en última instancia, se manifiesta como un viaje sin destino

Sea como fuere, esta obra, aunque tal vez no tan conseguida como otras del autor, presenta con singular agudeza su propia historia, ofreciendo con serenidad, sin estridencias, un cierre a cuanto ha escrito.

Si, desde sus inicios, el talento de Auster ha sido el de las historias, las aventuras del ser y del sentir, este reencuentro del autor con sus temas y obsesiones tiene, pese a la crueldad de fondo, un tono optimista, el de quien cree que siempre hay esperanza, siempre se puede volver a empezar.

Por eso, las últimas palabras del libro, «(…), empieza el último capítulo de la vida de S. T. Baumgartner», no lo cierran; al contrario, lo que hacen es abrir un nuevo comienzo. Puede parecer un final abrupto, precipitado, e incluso en su literalidad, menos brillante de lo que habitual en el autor. La verdad es que este final es expansivo de una manera particular: al finalizar la lectura, si algo queda claro es que el amor lo puede todo: no deja de ser una conclusión apreciable para toda una vida dedicada a la literatura.

«Cada novela es una colaboración entre el escritor y el lector, y es el único lugar del mundo en el que dos desconocidos pueden conocerse en una absoluta intimidad. Me he pasado la vida manteniendo conversaciones con gente a la que nunca he visto, gente a la que nunca conoceré, y espero hacerlo hasta el día en el que deje de respirar. Es el único trabajo que he siempre he querido.» (Discurso de recepción Premio Príncipe de Asturias, Paul Auster, 2006). 

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