«SIEMPRE HEMOS VIVIDO EN EL
CASTILLO»
Shirley Jackson (1962)
«El miedo –replicó el doctor– es el abandono de la lógica y de la razón. O cedemos ante él o luchamos contra él, pero no valen medias tintas.» (The Haunting)
SIEMPRE
HEMOS VIVIDO EN EL CASTILLO (1962) fue la última novela de la
escritora estadounidense Shirley Jackson (San Francisco,
1916 - North Bennington, Vermont, 1965), publicada
tres años antes de su muerte por infarto debido a su mala salud general. Este relato exquisitamente complejo, junto al resto
de la obra literaria de esta escritora, tan cotidiana como enigmática, ha sido
y continúa siendo objeto de controversia entre la crítica y el público.
«UNA IDIOTA CON TALENTO»
Shirley Jackson destacó como
cuentista y novelista, especializándose en el género de terror, constituyéndose en influencia declarada para autores como Stephen King, Neil Gaiman o Richard
Matheson. Irrumpió en 1948 con su relato corto más popular, La lotería (1948), texto que generó
tal desazón en parte del público que se vio obligada a explicar en parte su
significado. Otra obra destaca (adaptada a la televisión en formato serie) fue La maldición de Hill House, publicada en 1959.
Su vida, plagada de desilusiones y
desencuentros, se convirtió en recurso narrativo de sus historias: frecuentemente se pueden encontrar señales o
indicaciones que se transparentan a través de los textos. Hija no deseada,
fuera de los cánones de belleza imperantes, casada con el crítico literario Stanley
Edgar Hyman (el
único hombre que se había fijado en ella) que la
controlaba hasta límites insospechados y que le fue infiel en multitud de
ocasiones, encontró en el terror de sus ficciones una vía de escape. Que Stanley Hyman, como
editor, animó dado que, en gran manera, sus
historias contribuían a la economía familiar.
Criticada y desplazada desde pequeña por su madre, Geraldine (que hubiera preferido no
quedarse embarazada tan pronto tras su matrimonio), Shirley siempre se sintió sola y extraña, definiéndose a sí misma como una outsider. En uno de sus ensayos
escribe: Cuando empezaba a escribir historias y esconderlas en el
escritorio solía pensar que nadie había estado nunca tan solo como yo estaba, y
solía escribir sobre gente solitaria… Pensaba que yo estaba loca y que
escribiría sobre cómo los únicos sanos son quienes están condenados como locos
y cómo el mundo es cruel y estúpido y temeroso de la gente que es diferente (recuerda, como
veremos, a su personaje, Merricat: solitaria,
infantil, a la defensiva).
Tras casarse, Shirley se convirtió en el ama de casa tradicional de mediados de siglo. En esa época escribía
ensayos ligeros para revistas femeninas y crónicas familiares que llegó a
materializar en dos libros autobiográficos sobre la crianza de sus hijos: Life
Among the Savages (1953) y Raising Demons (1957). En La
Magia de Shirley Jackson, libro de relatos cortos publicado póstumamente en 1966, su marido
defiende que, a pesar de escribir historias sombrías e inquietantes, podía ser madre y esposa
alegre y feliz…
No obstante, y pese a
las aseveraciones de su marido, la biografía de Shirley
Jackson desvela a una mujer angustiada y oprimida. La escritora sufrió diferentes crisis
psicológicas y llegó a
desarrollar estados
de depresión
ansiosa y agorafobia.
Fue una mujer introvertida, obesa y temerosa de abandonar a su marido
que, siempre a la sombra del éxito de su mujer, aprovechaba para tratarla como
a una idiota con talento (según la
biografía de Ruth Franklin).
DE «VIRGINIA
WEREWOLF» A «MERRICAT»
En paralelo a sus obras, va profundizando cada vez con más interés en el psiquismo de la mujer perturbada (siguiendo la estela de El papel amarillo de Charlotte Perkins Gilman o Jane Eyre de Charlotte Brontë). De
hecho, ha sido calificada como proto-feminista, ya que, antes del auge del feminismo en los sesenta, ya describió el angustioso mundo femenino como una expresión metafórica de la soledad desesperada de una mujer soltera en una sociedad
en la que un marido era esencial para la aceptación social: la feminista Betty
Friendan definirá, años después, al ama de casa de 1950 como una esquizofrénica
virtual.
Siempre hemos vivido en el
castillo da buena cuenta de esta
cuestión. Bordeando siempre la demencia, Constance, ama de casa perfecta,
sueña con una libertad a la que teme, conformándose con el único hombre al que
tiene acceso, Charles, o con una vida de
dedicación a los demás. Al contrario, Merricat es la mujer lobo,
como ella misma se define, expresión de lo impulsivo, el deseo, lo infantil, lo
supersticioso, lo irracional, expresión del trastorno y, a la postre, de la
libertad.
A lo largo de la novela se repiten
las referencias a la brujería, la superstición
y la magia. Merricat toma
objetos y los otorga un poder simbólico como armas frente al opresivo mundo
exterior. Constance y ella viven condenadas
como lo estuvieron las brujas de Salem (Jackson escribió en
1956 un libro infantil titulado The
Witchcraft of Salem Village). De hecho, la fama de la autora al
comienzo de su carrera vino, en parte, provocada porque, tanto sus editores
como ella misma, explotaron la idea de que practicaba
la brujería. Hecho determinante para su carrera posterior, puesto
que, aunque finalmente ante la expectación que generó en el público, tal idea
fue desmentida, los críticos literarios de su tiempo destacaron precisamente esa
parafernalia gótica de terror barato en detrimento de su labor como escritora (que
nunca estimaron en su justa medida). Durante estos años, llegó a ser apodada
por el Time Magazine como Virginia
Werewolf. Este término guarda varios significados que se asocian con la
imagen pública de la escritora en su época: además de atreverse a publicar historias
sobre mujeres en un mundo masculino, era una persona rara (se consideraba a sí
misma una bruja amateur) y no cumplía con el estereotipo femenino de
belleza (la conexión personal con Merricat,
la mujer lobo, resulta, pues, evidente).
TERROR DOMÉSTICO
Shirley Jackson también se sentía desplazada por los habitantes de North
Bennington, el pueblo donde vivió los últimos
dieciocho años de su vida. Se inspirará en ellos para describir a
los sádicos vecinos de La lotería. Como se
ha dicho, este cuento fue objeto de una gran polémica tras su publicación,
llegando, en primera instancia, a ser fuertemente criticado, para,
posteriormente, ser reconocido como lectura obligatoria en los colegios de
Estados Unidos. Los motivos de la controversia eran muy claros: al igual que Siempre hemos vivido en el castillo, lo que parece una
historia sencilla y rural se convierte en un juego sádico que genera una
creciente incomodidad en el lector. Los vecinos de las hermanas Blackwood comparten el mismo sadismo, desde la
paranoica subjetividad de Merricat,
fiel defensora de su castillo.
Sin embargo, la novela deja entrever que a los habitantes tampoco les faltaban
motivos para odiar a la distinguida familia
Blackwood.
Otra lectura
interesante de la obra es la que hace su marido en el libro La Magia de Shirley Jackson. Desaprueba que se tome la
literatura de Jackson como una fantasía
neurótica personal, mientras por otra, defiende que sus obras constituyen una
anatomía fiel y sensible de nuestros tiempos, símbolos que encajan con nuestro
mundo angustiante de campos de concentración y la Bomba. En efecto, masas
de gente actúan movidas por un impulso irracional de destrucción, provocando
actos de violencia gratuita sin cuestionarse porqué, ataques gratuitos de
colectividades a alguna minoría, por ejemplo, eran escenas frecuentes en los
años de la Segunda Guerra Mundial, tal como ocurre, entre otras obras de la
escritora, en Siempre hemos vivido en el
castillo. De hecho, Hyman era
judío, por lo que ella siempre se mostró en contra del antisemitismo y
profundamente afectada por los hechos acontecidos durante la Segunda Guerra.
De una forma u otra,
según su biografía, durante los últimos años de
su vida, Jackson parecía haber
encontrado la seguridad que necesitaba y tenía otros planes para sí misma: Si
estuviera curada […] entonces mis libros serían diferentes. […] Quizás
un libro divertido, un libro feliz… los argumentos fluirán cuando limpie toda
la basura de mi mente. Su abuso del alcohol, los tranquilizantes y las
anfetaminas acabaron con ella de forma precoz (a los cuarenta y ocho años).
Posiblemente, si Shirley Jackson hubiera sido feliz, no habría
escrito algunas de las grandes obras de la literatura
gótica americana del siglo XX, tampoco hubiera sabido comprender la
sutilidad de la angustia, ni hubiera elaborado un perfil tan exacto como
complejo de la opresión de la mujer y de la sociedad de su tiempo. En este
sentido, la literatura de Jackson ha sido
acertadamente calificada como terror
doméstico.
SEIS AÑOS ATRÁS…
La novela gira en torno a la
vida que las hermanas
Blackwood, Constance y Mary
Katherine (Merricat),
su tío Julian y el gato Jonas llevan en la gran casona familiar, rodeada de jardín, huerto y una gran extensión de tierras, cercada
por una alambrada que hizo levantar el padre de las muchachas, y a cierta distancia del pueblo más
cercano. Los tres Blackwood llevan una vida aparentemente
tranquila y muy sencilla, encerrados en su propiedad. Sólo Merricat, la hermana pequeña y narradora, sale dos veces por semana
al pueblo, inquieta y angustiada, para comprar comida y cambiar libros
en la biblioteca. Una dura prueba para la joven, convencida de que todos en el
pueblo les odian («siempre les han odiado») y (desde hace seis años) les temen. Por eso viven aislados,
no salen y apenas reciben, siempre a su pesar, alguna visita.
Constance lleva seis
años sin salir de su hogar y Julián vive en su
mundo mental, escribiendo una y otra vez con obsesión desde su silla de
ruedas los recuerdos del incidente que tuvo
lugar seis años atrás: cuando los padres de las dos chicas, su tía y su
hermano menor fallecieron envenenados con arsénico mezclado con azúcar que
todos, a excepción de Constance, usaron para
endulzar unas bayas en el postre. Constance
fue acusada y juzgada por el asesinato, pero fue declarada inocente.
La
historia comienza
en un punto muerto (impasse): la familia que
sobrevivió al incidente mantiene una rutina severa, gobernada en apariencia por
la mano firme de Constance que con dulzura contiene los vacíos de memoria de Julián y los ataques de Merricat, propensa al
descontrol cuando la situación no se ajusta a su visión de la vida. Es, además,
una visión que incorpora una cierta dosis de superstición, de magia, con su
costumbre de enterrar objetos o desear calamidades mientras recorre, con cierto
aire asalvajado, la finca y se aventura fuera de ella para proveerse de aquello
que su hogar necesita.
Desde el principio hay algo que no encaja,
pero que Shirley Jackson no desvela. Merricat cuenta su visita al pueblo, su ir y venir por sus calles,
sus paradas en la biblioteca, en la tienda y en el café. Transmite su angustia,
pero no revela el porqué de ese ambiente, ni porqué su respuesta es
sobrellevarlo con la mayor templanza posible… Así la autora introduce un
desasosiego que se irá acrecentando. Merricat, que parece vivir una eterna e
insólita niñez, observadora, intuitiva, supersticiosa, dotada de una especial
sensibilidad y una imaginación a veces fantasiosa, perturba con su
comportamiento y sus ideas extravagantes y anómalas. Profesa un amor
incondicional y hasta posesivo hacia su hermana mayor, la hermosa, dulce,
paciente y cariñosa Constance.
Mientras los habitantes
del pueblo, según cuenta Merricat,
siempre les han odiado y acusan a su dulce hermana, a pesar de haber sido absuelta, del
envenenamiento, los Blackwood
supervivientes se muestran como el último eslabón de una dinastía marcada por el lúgubre fallecimiento del resto de la familia
y desde entonces viven con una distancia de seguridad física y psicológica para
mantenerse sanos y salvos, felices y satisfechos en
su burbuja…
Pero, todo lo relativo a su día a
día ha de ser leído con un doble prisma:
por una parte, con un filtro de valor absoluto, tal cual es, aceptando las peculiaridades de su
comportamiento ordinario; y, por otra, con uno que permita detectar
la fisura por la que se filtre el
sentido de ese proceder tan peculiar. «¿Sucedió
realmente?»
pregunta el tío varias veces a su sobrina Constance, a lo que
ella siempre responde lo mismo: «Sí, tío Julian, sucedió»
PERSONAJE DESDOBLADO
Mary
Katherine y Constance
Blackwood, según declaró la
propia autora, son dos
caras de una misma moneda,
pues ambas reflejan dos aspectos de
la propia autora: la
perfecta ama de casa y la bruja-loba que lucha por sobrevivir siguiendo sus instintos más
primitivos
A pesar de que por las páginas de Siempre hemos
vivido en el castillo se deslizan personajes masculinos y femeninos,
Shirley Jackson ignora deliberadamente
a los hombres: El tío Julian, a pesar
de necesitar constantes atenciones, está loco, sumergido en un mundo previo a los sucesos
que desencadenaron la situación actual de la familia, e incapacitado en silla de ruedas. El
otro miembro de la familia, el primo Charles se puede leer
como una caricatura de (Hyman) su marido, y,
en general, de su visión del hombre: llega
como un huracán dispuesto a tomar el control de la familia, de sus finanzas, de
su forma de actuar, sin atender a las explicaciones de Constance,
que sabe que la familia pende de un hilo frágil y que su equilibro precario no
debe ser alterado si desean aparentar cierta normalidad… En suma, encarna a un héroe decepcionante,
fingido salvador, esperanza vana, mero títere con intereses económicos. Para Constance (el lado más ingenuo de Jackson) Charles supone una esperanza, abre una
ventana hacia la libertad; mientras que para Merricat (su lado siniestro) supone una opresora amenaza a su estabilidad.
Superchería, magia y brujería envuelven a esas mujeres, que los hombres toman por
locas. Sin embargo, ellas saben más. Es una historia de mujeres, de necesidades, secretos y heridas (no
curadas por el tiempo) que Jackson envuelve en un
precioso envoltorio: esa casa que tiene
algo de mágico, de espacio sin lugar y sin
tiempo, de edificio en plástico metido en
una bola de nieve. Es en ese aislamiento donde
despliega una historia que, si peca de algo, es de ser terriblemente
evidente: el lector intuye casi desde
el principio qué sucedió seis años atrás y qué puede suceder a partir de este instante bisagra.
ESTILO DE CUENTO MACABRO
Sin embargo, eso apenas tiene
importancia. La narrativa
de Jackson es delicada pero precisa, crea una ambientación
que se apodera con sutilidad del estado de ánimo del lector, incrementando su ansiedad.
Importa menos qué va a suceder, que cómo va a suceder. Importa dónde ha sucedido/sucede, el espacio: esa cocina
en la que el sol alivia los pesares de Constance;
ese tocón donde Merricat va con su gato para conjurar y creer y
tener fe en algo más que en ella misma.
La novela se plantea como historia
con dos niveles: uno patente, como superficie ordenada
y costumbrista; y otro soterrado, en segundo
plano, dominado por
un desequilibrio difícil de concretar y definir. Terror delicado y limpio, incrementado por
una formalidad
literaria que
se mantiene impasible en el devenir de los acontecimientos, fiel
al espíritu y el universo
interior del personaje
narrador.
La
evolución que toma la ficción de Jackson demuestra que su
primer objetivo, más que construir una
historia redonda, ha sido generar
un clima de sensaciones contradictorias que atrape sin razón aparente ni resolución previsible. Proporciona
las claves necesarias para entender en qué se cimenta su propuesta, pero a
partir de ahí todo está abierto: hace al lector testigo de comportamientos, respuestas y
acciones tan perturbadores como aparentemente ilógicos, de modo que no
se sienta completamente ubicado en ningún instante, logrando magistralmente una sensación constante de
extrañamiento. Todo ello sin que el relato se le vaya nunca de las manos, ni se mueva un ápice
del ritmo y el tono
sosegados de su punto de partida.
Consigue así una construcción literaria provocadora de una
presión psicológica sorda y oscura, en la que el suspense
no se despierta por algo concreto, sino por un cúmulo de pequeños detalles
conformadores de una realidad distorsionada. Unas coordenadas que podrían derivar en irrealidad, pero que nunca llegan a serlo, lo que intensifica la sensación de incredulidad ante lo que está sucediendo y el deseo de que la tensión
acumulada estalle en algún momento.
No conviene olvidar que la novela se postula, en realidad,
como un lastimoso
cuento de hadas, una envolvente
pesadilla. Como adelanta el título, ocurre en un castillo (como
metáfora de refugio, fortaleza
inexpugnable para resguardarse de los peligros del exterior). Como en todos los
cuentos, hay una princesa,
un príncipe
y un dragón. Jackson juega con el intercambio de roles y giros
inesperados para transgredir y
generar una creciente inquietud. Cuando el terror se endulza con empatía
resulta, si cabe, más siniestro
(no debería ser y, sin embargo, es).
Pero, además, Shirley Jackson
añade una cucharadita de arsénico a la almibarada vida familiar mostrándose
a sí misma a través de sus personajes: en declaraciones de la
propia autora, Mary Katherine
y Constance Blackwood son dos caras de una misma
moneda. Posiblemente nos dejemos engañar
por su aparente simplicidad, la de la rutinaria vida de las hermanas Blackwood; sin
embargo, es sólo una argucia
de la retorcida escritura de la autora. La tontuela
Merricat narra su relato con el desapego
y la soltura de quien escribe en un diario. Lo que lleva al lector
a identificarse con la protagonista, joven huérfana que (sobre)vive con su hermana y su tío
enfermo. Su vida se compone de una deliciosa rutina casera intercalada con
fantasías de magia y muerte que (creemos) permiten soportar el aburrimiento del
encierro en la casa a una niña con un espíritu salvaje. He aquí donde Jackson
nos oculta su juego: Merricat no es Anna Frank, se encierra
voluntariamente; no es una niña, tiene
18 años; es demasiado
salvaje.
Como en cualquier lectura, el lector participa de la
narración suponiendo aquello que debería ser: califica, clasifica, busca al
culpable y a la víctima. Pero, según se suceden los capítulos, se materializan
con más claridad las brechas
lógicas y ese intento de comprensión se ve
amenazado: la información nunca se desvela,
todo se repite y gira sobre sí mismo hasta que, por fin, se descubre que algo perverso se esconde tras el relato. Justo en el momento en
el que se comprende por qué la mansión
Blackwood es, para
Merricat, un castillo
que hay que defender ante el inminente derrumbe, ya se habrá desplegado el desenlace de la historia de forma inapelable, tan aterrador como feliz (téngase en cuenta la
ambigüedad del término).
LAS CAPAS DE LA CEBOLLA
Al contrario de lo que podría
sugerir una lectura superficial, Siempre hemos vivido en el castillo no es una novela de misterio. No caben las deducciones acerca
de quién fue el verdadero artífice del envenenamiento o cuáles fueron sus
motivos. Es una historia que ahonda en cómo se va perdiendo el juicio
hasta que hacer lo correcto deja de tener sentido: una novela de terror, un terror
íntimo que deja con el sabor amargo de lo
que rodea una verdad velada.
Uno de los temas que orbitan la novela es lo extraño visto como lo ajeno (lo de los
demás). Algo que también encaja en la vida personal
de Jackson, en su sensación de ostracismo
por causas familiares, por su físico, por su afición
a la lectura. La vieja historia del nosotros contra ellos, donde ellos son los
ciudadanos del pueblo cercano, los que cuchichean y arremeten soterradamente
contra las dos hermanas, los que asumen habladurías y juzgan lo ya juzgado a
pesar de las pruebas o, más bien, sin saber interpretarlas de forma correcta.
Todo ello, lleva al
lector (al que resulta imposible zafarse) una mayor afinidad emocional con la
familia aislada,
desolada, frente
a su afinidad racional: una disputa
entre lo real y lo irreal. En esa continua disputa sin solución se siente incómodo y eso es uno de los detalles más destacados de la novela, que
no puede clasificarse como terror en el sentido más puro, pues es un relato del horror íntimo, del que se oculta puertas adentro de las casas y solo
es intuido por los demás. Es la historia de la opresión que lleva a la mujer
a la locura enmascarada de felicidad conyugal o, en este caso, fraterno maternal.
Bajo la envoltura de
un potente relato psicológico, con la
magia y la superchería sobrevolando el texto contrastando con lo contable, con
lo físico y lo posible, este cuento cruel no desmerece en ningún momento.
Desde luego no
es, ni pretende ser, una lectura cómoda. No
tiene intención de agradar, satisfacer o adular al lector permitiéndole
adelantarse a los acontecimientos. Su propósito es adentrarle en una
atmósfera psicológica desordenada,
pero sin privilegio alguno, sin ofrecerle herramientas que le ayuden a
desenvolverse en ella y asumir las inciertas consecuencias.
En
fin, una historia absorbente e inquietante que
sumerge en una atmósfera fascinante, hipnótica, perversa: su hechizo y ambiente
mágico permanecen una vez terminada la novela.

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