martes, 23 de julio de 2024

FORTUNA

 

«Fortuna» («Trust»)

Hernán Díaz (2022)


«Los hechos imaginarios de esta obra de ficción ahora tienen una presencia más fuerte en el mundo que los hechos reales de mi vida.»


METAFICCIÓN

FORTUNA pretende ser una mirada metaficticia (asociado en general a literatura modernista y posmoderna) a un discreto financiero y su esposa. Dado que la metaficción es una narrativa autorreferencial que trata los temas y los mecanismos de la ficción en sí mismos, su estilo de escritura, de forma reflexiva o autoconsciente, recuerda al lector que está ante una obra de ficción y actúa explorando la relación entre ésta y la realidad. Este tipo de textos (y, por tanto, esta novela) llaman la atención sobre su propia naturaleza ficcional y su condición de artefacto: Una novela autoconsciente, en pocas palabras, es una novela que hace alarde sistemáticamente de su propia condición de artificio, explorando la relación conflictiva entre un artificio con apariencia real y la realidad. (Robert Alter, 1975)

Efectivamente la narrativa de metaficción se encuentra muy ligada a la postmodernidad, como época, y al postmodernismo como categoría estético-artística, ya que se muestra como vehículo ideal para representar los valores y concepciones característicos de estos: relativización de la realidad, escepticismo (ante el lenguaje como intérprete de la racionalidad), crisis del sujeto (como un todo completo y definible), pérdida de la delimitación del continuo espacio-temporal, entre otros.

Al operar a través de una serie de procedimientos narrativos con el fin de convertir el discurso en referente de sí mismo, se puede decir que estamos ante una metanovela: que aplica la noción de metaficción a la obra en su totalidad, pues el componente metaficcional es su motivo y su fin.

ESTRUCTURA

El libro muestra las relaciones peligrosas entre dinero y ficción, pero dado que su autor es deudor de un contexto histórico que ha modelado la construcción del yo en la escritura de la intimidad, con sus consiguientes efectos en los distintos formatos de la autoficción y sus cambios de estilo y registro, tales relaciones se ven tratadas desde la novela apócrifa y la autobiografía anotada, en bruto, que magnifica los logros del ego masculino que escribe, hasta el diario íntimo que se ofrece como contraplano femenino a esa celebración del poder y la gloria, pasando por una especie de así se hizo (making of) que deconstruye las mentiras del proceso autobiográfico.

Tales cambios determinan que la novela se estructure en cuatro partes diferentes, conectadas entre sí: Las cuatro escritas de forma diferente, tanto en tono y prosa como en el uso del narrador y la forma en que éste se dirige al destinatario (lector).

Una novela apócrifa

La Primera parte (15-146) presenta, bajo la forma de una narración en tercera persona sin diálogos y escrito con una prosa acumulativa y lineal, una novela apócrifa «Obligaciones», escrita por un tal Harold Vanner, al modo de la novela decimonónica y demostrativa (a lo Henry James) y con un humor peculiar (propio de Dickens o Wilkie Collins), en la que la vida de un ficticio Benjamin Rask, plutócrata neoyorquino que se salvó, e incluso se benefició del crack de 1929 a base de vender en corto grandes paquetes accionariales e invertirlos, a continuación, en lingotes de oro. Este magnate, cuya asociabilidad va de la mano de su genio para las finanzas, es rico y se hace más rico, engrandeciendo la leyenda de su familia millonaria. Se casa, más por aburrimiento que por otra cosa con una mujer también rara: lee libros. Juntos patrocinan escritores y exposiciones en un gesto típico de los magnates, quienes suelen consideran la cultura como florero. La esposa enferma y muere. Hasta ahí Obligaciones: el lector no sabrá quién es Vanner (un novelista caído en el olvido por no saber cuál era su sitio) hasta los últimos capítulos. A destacar que Rask se da a conocer más a menudo en forma de resumen que de escenas, manera desconcertante pero efectiva de presentar a un personaje que parece carecer casi por completo de una vida interior propia, y cuya existencia consiste únicamente en anticipar el sonsonete de un teletipo de cotizaciones. Añadir, asimismo, que este texto, contiene algunos pasajes un tanto densos sobre el mundo financiero.

Memorias autoexculpatorias

La Segunda parte (151-216), «Mi vida», adopta la forma del borrador de la autobiografía en primera persona de un personaje distinto, pero con una vida muy parecida a la del protagonista anterior: Andrew Bevel (el financiero real tras el que se escondía el ficticio Rask). El texto, presentado con una escritura ramplona y con páginas llenas de notas (que se supone que se ampliarán más adelante) y con una clara intención autoexculpatoria, resulta plano y un tanto aburrido. Además, a estas alturas, no se entiende el paralelismo con la Primera parte, pese a los elementos concomitantes que se aprecian entre ambas historias. El magnate está disgustado con el éxito de aquella novela en clave que todo el mundo lee, porque todos sabe que trata sobre él: Obligaciones pintaba al millonario como interesado causante de las crisis que llevan a miles a la ruina y al suicidio, y el millonario defiende que su éxito en tiempos revueltos busca precisamente salvar a su país de la bancarrota, dinamizar el mercado y devolver el pulso a la economía. Si bien Díaz se sirve de la ironía en las cuatro partes, aquí, en la biografía del magnate priman la grandilocuencia, el triunfalismo, la gravedad y escasean los sentimientos o el sentido de humor.

Cambio de tercio

A partir de aquí, la narración cambia el punto de vista que pasa a ser el de las mujeres. Si Obligaciones y Mi vida encarnan el universo masculino, los dos textos siguientes aportan la versión de las mujeres, mucho más centrada en la vida y en la realidad que en entelequias económicas.

Making-off melo

La Tercera parte titulada «Recuerdos de unas memorias», escrita por una tal Ida Partenza, joven humilde de Brooklyn, hija de un tipógrafo italiano de ideología anarquista, que lucha por convertirse en escritora. En un presente, en que es la secretaria de Bevel, habla en primera persona y cuenta cómo le ayudó a escribir la historia de su vida (que se acaba de dejar atrás en la Segunda parte), con numerosos apartes para contarnos la vida de su padre, la vida de su madre, la vida de su novio y, claro, su propia vida. El contraste de narrativas es evidente: remite a la novela anglosajona de principios del siglo XX (tan magníficamente encarnada en Una tragedia americana de Theodore Dreiser). Este insistente biografismo resulta excesivo, previsible y rutinario Quizá por ello, esta parte resulta tediosa y escasamente reveladora (salvoporque descubre el vínculo entre las dos historias anteriores).

Diario revelador

La Cuarta parte, «Futuros» (395-434), resulta ser el diario íntimo de Mildred (la esposa del financiero) que cierra la obra, con esta nueva narradora y una gran sorpresa. La escritura de Mildred, sutilmente poética (es la parte más cercana a la sensibilidad poética), muestra una lucidez que no aparece en ninguno de los otros narradores. En realidad, este breve texto toma un género literario (la biografía), con sus convenciones, y, subvirtiéndolo, lo utiliza como campo de experimentación.

TEMÁTICAS (REALES Y APARENTES)

De teorías aplicadas

Comienza versando sobre el capitalismo y, conforme avanzan las páginas, termina siendo una reflexión sobre el punto de vista, sobre la ficción y sobre el proceso de creación literaria, como clara novela metaficcional que es, la Primera parte (Obligaciones) se transforma en otras tres, dictadas por tres voces que traducen al terreno de la (meta)ficción diversas teorías, entre las más evidentes están la del sujeto esquizofrénico a partir del psiquiatra alemán Emil Kraepelin y del capitalismo tardío del intelectual estadounidense de ideología marxista Fredric Jameson, pasándolas por el tamiz del realismo capitalista del filósofo británico Mark Fisher.

La historia del concepto de esquizofrenia tiene su punto de partida más conocido y definido en la descripción de la Dementia praecox por parte de Kraepelin (1856-1926) y la teoría más destacada ha sido la del neurodesarrollo según la cual este trastorno sería resultado de una alteración producida durante el periodo de neurodesarrollo y cuyo origen sería genético, ambiental o por una combinación de ambos, como parece acontecer al personaje de la novela.

En cuanto al tardocapitalismo o capitalismo tardío, término acuñado por el economista alemán Warner Sombart (1863-1941), vino propiciado por el campo que se abrió para la acumulación de capitales y la emergencia de los países en vías de desarrollo (junto a la privatización de su sector estatal) que han derivado en un capitalismo global, orientado a colonizar no solo la esfera económica, sino las diferentes esferas de la vida social (educación, salud, arte, ciencia, historia, arquitectura, etc.). Según Jameson se ha venido caracterizando por la expansión del proceso de acumulación, la internacionalización y centralización del capital, la introducción de la automatización en la producción y la reducción del tiempo de rotación del capital.

Muy interesante es la adaptación narrativa de las ideas de Fisher sobre esa sensación generalizada de que el capitalismo no solo es el único sistema político y económico viable, sino que, ahora, es imposible, incluso, imaginar una alternativa coherente. Realismo capitalista es el término que mejor describe la situación ideológica existente desde la caída de la URSS en la cual las lógicas del capitalismo han venido para delinear los límites de la vida política y social, con efectos significativos en la educación, la enfermedad mental, la cultura y los métodos de resistencia. El resultado es una situación en la cual resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La novela sólo aplica tales ideas al momento histórico inmediatamente anterior al periodo inicial de la etapa del capitalismo tardío.

La noción de Dinero

La noción de dinero se explora en dos discursos antitéticos, el de Bevel y el del padre de Ida. Es la tensión, patente a comienzos del s. XX, entre los intereses del capital financiero y las convicciones del socialismo y el anarquismo, desplegados en Estados Unidos por una creciente inmigración italiana. El dinero. ¿Qué es el dinero? Bienes de consumo en forma de pura fantasía. Marx tenía razón: el dinero es una mercancía fantástica. Una fantasía. Ni lo puedes comer ni te abriga, pero representa toda la comida y toda la ropa del mundo. Por eso es una ficción. Y eso lo convierte en patrón con el que valoramos todas las mercancías. Las acciones, los valores bursátiles y toda esa porquería no son más que promesas de un valor futuro. Así pues, si el dinero es una ficción, el capital financiero es la ficción de la ficción de una ficción. Con eso comercian todos esos criminales: con ficciones (242).

En este sentido, uno de los temas más inquietantes de la novela es el concepto del magnate retratado y autorretratado: el verdadero poder del dinero, cuando se convierte en capital que engendraba capital que engendraba capital, es que puede modificar ciertas formas de lo real, moldear los hechos, sus consecuencias o interpretaciones a conveniencia del poderoso: esa maquinaria que fuerza y opera sobre lo que se dice y nombra. Aquella noche experimenté por primera vez la fría exaltación del lujo. No me limité a verla: la sentí. Y me encantó. Nunca había estado sola en un automóvil de noche. Al otro lado de las ventanillas, Nueva York iba y venía en completo silencio. Si me reclinaba, la ciudad desaparecía al otro lado de las cortinas de terciopelo. Los peatones, movidos por la curiosidad de ver quién era el pasajero, se asomaban al interior en los semáforos. Me encontraba en la calle y al mismo tiempo en un espacio confinado (364).

Dinero y Literatura

Quizá una de las más interesantes de la novela sea la reflexión sobre la naturaleza económica de la literatura. Si el dinero se puede ver como una representación del mundo (bienes de consumo en forma de pura fantasía), la literatura, en su búsqueda de comprender la realidad a través de una ilusión que cambia, una y otra vez, de máscara, se asemeja al dinero como convención ilusoria que, sin embargo, puede transmutar las formas de la realidad hasta convertirla en su propia creación.

La mera arquitectura estructural de la obra, ese ir pasando el turno de palabra de un personaje a otro, con la consecuencia, siempre aleccionadora, de que lo que uno dice el otro lo pone en cuestión, trae a colación el hecho de que la vida (como la literatura) es solo la búsqueda de un relato que nos convenza: Mi trabajo consiste en tener razón. Siempre. Si alguna vez me equivoco, debo usar todos mis medios y recursos para torcer la realidad y alinearla con mi equivocación para que deje de ser una equivocación. (292). Idea realmente potente, cuando este fenómeno se viene dando no sólo en el mundo económico, sino en el político, con desastrosas consecuencias.

El dinero y el lenguaje juegan una partida clave en la noción misma de civilización, como convenciones, construcciones, acuerdos tácitos y fluctuantes, invisibles, tejidos también con los hilos de la ficción o lo ilusorio, que disputan y modelan el sentido de lo real. Cuando el avance del capitalismo en todas sus formas llega a la construcción de la subjetividad (Jameson), releemos el discurso del anarquista pensando que la vida humana no puede pensarse ya fuera del dinero, ni fuera del concepto instalado de capital: realismo capitalista (Fisher).

Todo ello acompañado de una larga serie de variados subtemas: la mujer (que el sistema también opaca) como marca brutal de la naturaleza patriarcal del poder financiero; el colonialismo; el crack del 29 (y las crisis actuales); los primeros tratamientos psiquiátricos; la cultura de las élites; la épica de la resistencia; la locura como manifestación definitiva de la lucidez

NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE

Pese a sus pretensiones, no es una novela fácil. Su temática resulta insulsa, tenue, farragosa y un tanto aburrida, hay fragmentos que son difíciles de leer por enrevesados. Sus personajes son, en realidad, piezas, usadas para sus propios propósitos, demostrando que un novelista puede llegar a ser dios entre las páginas de su trabajo (pero desde luego, en la creación de personajes está muy lejos de James, Warthon, Dickens o Collins, con quienes se ha comparado).

En efecto, dado que todo el conjunto pretende descansar sobre los personajes y su psicología, y en cómo Díaz los va desplegando ante el lector, para lograr que los temas (anodinos) que maneja se conviertan en algo relevante y en trama consistente, lo cierto es que los retratos de sus protagonistas no están bien esbozados y la forma en que los presenta al lector dista de ser clara y efectiva (más bien puede resultar, al menos inicialmente, confusa y escasamente atrayente), aunque intente mostrar los motivos de su forma de ser y actuar y cómo llegaron a ello, cimentados en sus pasados, situaciones familiares y sociales y su forma de ser. Todo su esfuerzo no logra sobrepasar el estereotipo. Además, el ritmo pausado resulta, en muchas ocasiones, lento, determinando que los vericuetos de la obra impidan, en muchos momentos, mantener el equilibrio entre el desarrollo de los caracteres y la agilidad de la lectura. Así, toda la parte dedicada a las finanzas y la creación del imperio económico y las diferentes informaciones y maniobras monetarias que se describen a lo largo de la novela resultan pesadas y farragosas en muchos momentos: ahí uno se pierde (por desinterés, muchas veces) y se aburre.

Cual bestseller al uso, Díaz propone un juego de espejos, en el cual no muestra nunca sus cartas, sino que, a medida que se van sucediendo las páginas, va guiando lentamente al lector por un laberinto (farragoso y superficial) de ópticas morales, personales y de tiempo y espacio que van despejándose capa a capa.

La crítica ha insistido en que el tema aborda Fortuna es el dinero y la fundación del capitalismo, pero la novela narra (hasta la saciedad) como el protagonista hace fortuna en bolsa antes del crack y como la aumenta durante el crack, pero no hay muchos hechos: reitera obviedades sobre las acciones en bolsa, el gran capital, los trucos para multiplicar millones de dólares y las recesiones, pánicos y cracks recurrentes de la economía mundial, sin ahondar en ninguno de tales aspectos. Es más, si algo queda claro que el dinero no deriva del trabajo sino fundamentalmente de la herencia, el azar, la especulación y las conexiones. Cuando no del engaño y la estafa. Los tópicos (antiliberales, mayormente) se multiplican: solo mejora una minoría de privilegiados, la crisis de 1929 se produjo porque las autoridades no intervinieron, la gente es engañada por los bancos (pero no por los centrales), la solución benéfica fue el «New Deal», etc.

Si el pretendido interés del libro se sostiene sobre dos pilares, el estructural y el temático, ambos pecan de insuficiencia y superficialidad. Estructuralmente, presenta una arquitectura más efectista que efectiva, que juega con el lector, como remedo de novela de misterio que va desvelando diferentes elementos a medida que va presentando los puntos de vista, sin aportar un auténtico andamiaje formal que sostenga y potencie un fondo mínimamente relevante. Si bien su temática resulta, a priori, ambiciosa, pretendiendo una disección del alma del capitalismo actual, nacido en aquellos años, una explicación de Estados Unidos a través de uno de sus motores, una figura que representa a los magnates de aquella época que marcaron el rumbo del país, al final tal pretensión dista mucho de conseguirse.

De hecho, el financiero protagonista es mentiroso e inmoral hasta la caricatura: elimina el libro que lo critica y dicta una autobiografía donde aparece aún más ridículo. Una personalidad con una inmensa fortuna, fruto de negocios financieros que realiza con más destreza que nadie.: «nuestra prosperidad prueba nuestra virtud… los negocios eran una forma de patriotismo… La prosperidad de una nación no se basa en más que una multitud de egoísmos que se alinean hasta que se asemejan a lo que se conoce como el bien común». Todo es así: el capitalista critica la intervención del Gobierno, afirma que la crisis de 1929 se produjo porque bajaron los impuestos, que la regulación es «sofocante», que el mercado nunca se equivoca, que él cuando gana piensa en el bien del país, etc. De hecho, Hernán Díaz proclama que «toda fortuna es el resultado del trabajo alienado realizado por las multitudes». Paráfrasis actualizada de la sentencia de Balzac (detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen) ¿En serio? Bill Gates o Amancio Ortega quizá puedan, como poco, hacernos dudar de tal tópico decimonónico.

En cuanto al estilo, escrita en inglés pese a tratarse de un autor argentino, la redacción resulta muy anglosajona actual (prosa utilitaria, eficiente, supeditada al mero avance de la narración, pero que no satisface), prácticamente sin figuras estilísticas, dejando sin matices el estilo de los diferentes géneros utilizados por el autor: en efecto, fragmentos de distintos géneros literarios parezcan escritos de la misma manera, de modo que resulta difícil distinguir un párrafo suelto de uno u otro género, ya que la voz narrativa no cambia.

En cuanto al final, nos encontramos con algo que se ha convertido en tópico: Mildred Brevel acaba invisibilizada por su marido y vilipendiada por el escritor de la novela (ambos hombres), pero resulta ser un genio de las matemáticas y las finanzas, filántropa convencida, con sensibilidad cultural, (aunque, eso sí, poco sociable) en contraposición a su marido un farsante, estafador, egocéntrico, sin aprecio por la cultura (y también poco sociable). En fin, el estereotipo de nuestra época: mujeres anuladas o desaprovechadas, descontentas con sus vidas y relaciones, que pretenden empoderarse en un mundo superficial y despiadado. Tópico final para las pretensiones de esta novela: podría haber tenido en cuenta el de Ciudadano Kane de Orson Welles o el de Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson.

En fin, el libro se cierra, pero no la historia: ¿cuál de los cuatro textos es el verdadero?, o ¿cuál es la ficción más cercana a la realidad? Es difícil saber cuál es la historia verdadera, pues está sujeta a opiniones y apreciaciones. Si el mérito del autor consiste en demostrar este hecho y hacernos testigos de la importancia de poder implantar el relato deseado, de cómo el poder lucha también en la esfera de la pugna por vencer en la imposición de una historia a costa de los hechos, de las opiniones y, en ocasiones de la verdad, la novela misma no deja de ser una entelequia, pues este agrupamiento textual no tiene origen, ni contexto, ni propietario, ni presentador, El lector accede a ellos sin saber nada: ni quién se los presenta, ni cuándo, ni cómo, ni por qué, ni para qué.

Toda la obra pretende formar parte de un engranaje perfecto. Pero en eso se queda, precisamente, en artefacto literario muy bien imaginado, pero que no pasa de ser un retablo de componentes sin alma, que encaja perfectamente en un perfecto vacío.

NOTA BENE

Una vez más, el título de la obra en español deja mucho que desear. La novela se titula en versión original TRUST (confianza), jugando con su polisemia, como (1) término financiero y empresarial (un acuerdo financiero) y como (2) la confianza (una cualidad moral) que el lector ve comprometida, como si virtud y dinero fueran sinónimos. Tiene también que ver con la literatura: ¿se puede confiar en esta historia? ¿Es fiable el narrador? A su vez, esa confianza, un pacto entre lector y ficción, es una metáfora de la confianza que se exige a los ciudadanos respecto al sistema financiero, que en la novela se postula como otro mundo de ficción; de las historias que cuenta, ¿cuál es la verdad? ¿cuál la versión más cercana a la realidad? Pues bien, todas estas posibilidades quedan reducidas al círculo del dinero y el capital con el romo título de FORTUNA. Será que ahora mismo que quiebran bancos, que los precios suben diariamente y que el miedo a las crisis periódicas (y cada vez más próximas) puede parecer editorialmente más atractivo que el recurrir a la polisemia y a la metáfora, más complejas y menos atrayente.

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