«Fortuna» («Trust»)
Hernán Díaz (2022)
METAFICCIÓN
FORTUNA pretende ser una mirada metaficticia (asociado
en general a literatura modernista y posmoderna) a un discreto financiero y su
esposa. Dado que la metaficción es una narrativa autorreferencial que trata los
temas y los mecanismos de la ficción en sí mismos, su estilo de escritura, de
forma reflexiva o autoconsciente, recuerda al lector que está ante una obra de
ficción y actúa explorando la relación entre ésta y la realidad. Este tipo de
textos (y, por tanto, esta novela) llaman la atención sobre su propia
naturaleza ficcional y su condición de
artefacto: Una novela autoconsciente, en pocas palabras, es una
novela que hace alarde sistemáticamente de su propia condición de artificio,
explorando la relación conflictiva entre un artificio con apariencia real y la
realidad. (Robert Alter, 1975)
Efectivamente la narrativa de metaficción se encuentra muy ligada a la postmodernidad, como época, y al postmodernismo como categoría estético-artística, ya
que se muestra como vehículo ideal para
representar los valores y concepciones característicos de estos: relativización de la realidad, escepticismo (ante el lenguaje como intérprete
de la racionalidad), crisis del sujeto (como un todo completo y definible), pérdida de la delimitación del continuo
espacio-temporal, entre otros.
Al operar a través de una
serie de procedimientos narrativos con el fin de convertir el discurso
en referente de sí mismo, se puede decir que estamos ante una metanovela: que aplica la noción de metaficción a la obra en su totalidad, pues el
componente metaficcional es su motivo y
su fin.
ESTRUCTURA
El libro muestra las relaciones peligrosas entre
dinero
y ficción, pero dado que su autor es deudor de un
contexto histórico que ha modelado la construcción del yo en la escritura de la intimidad,
con sus consiguientes efectos en los distintos formatos de la
autoficción y sus cambios de estilo y registro, tales relaciones se ven tratadas desde
la novela apócrifa y la autobiografía anotada, en bruto, que magnifica los
logros del ego masculino que escribe, hasta el diario íntimo que se ofrece como contraplano femenino a esa celebración
del poder y la gloria, pasando por una especie de así se hizo (making of) que deconstruye las mentiras del proceso autobiográfico.
Tales cambios determinan que la novela se estructure en cuatro partes diferentes, conectadas entre sí: Las cuatro escritas de forma diferente, tanto en tono y prosa como en el uso del
narrador y la forma en que éste se dirige al
destinatario (lector).
Una novela apócrifa
La Primera parte (15-146) presenta, bajo la forma de una narración en tercera persona sin diálogos y escrito con una prosa acumulativa y lineal, una novela
apócrifa «Obligaciones», escrita
por un tal Harold Vanner, al
modo de la novela decimonónica y demostrativa (a lo Henry
James) y con un humor peculiar (propio de Dickens
o Wilkie Collins), en la que la vida de un ficticio Benjamin Rask, plutócrata neoyorquino que se salvó, e
incluso se benefició del crack de 1929 a base de vender en corto grandes paquetes accionariales e
invertirlos, a continuación, en lingotes de oro. Este magnate, cuya asociabilidad va de la mano de su
genio para las finanzas, es rico y se hace más rico, engrandeciendo la leyenda
de su familia millonaria. Se casa, más por aburrimiento que por otra cosa con una mujer también rara: lee libros. Juntos patrocinan escritores y exposiciones
en un gesto típico de
los magnates, quienes suelen consideran la cultura como florero. La
esposa enferma y muere. Hasta ahí Obligaciones: el
lector no sabrá quién es Vanner (un novelista caído en el olvido
por no saber cuál era su sitio) hasta los últimos capítulos. A destacar que Rask se da a conocer más a menudo en
forma de resumen que de escenas, manera desconcertante pero efectiva de presentar a un
personaje que parece carecer casi por completo de una
vida interior propia, y cuya existencia consiste únicamente en anticipar el
sonsonete de un teletipo de cotizaciones. Añadir, asimismo, que este texto, contiene algunos pasajes un tanto densos sobre el mundo financiero.
Memorias autoexculpatorias
La Segunda parte (151-216), «Mi
vida», adopta la forma del borrador de la autobiografía en primera
persona de un personaje
distinto, pero con una vida muy parecida a la del protagonista anterior: Andrew Bevel (el
financiero real tras el que se escondía el ficticio Rask). El texto, presentado con una escritura ramplona y con páginas
llenas de notas (que se supone que se ampliarán
más adelante) y con una clara intención autoexculpatoria, resulta plano
y un tanto aburrido. Además, a estas alturas, no se entiende el paralelismo con la Primera parte, pese a los
elementos concomitantes que se aprecian entre ambas historias. El magnate está disgustado con el
éxito de aquella novela en clave que
todo el mundo lee, porque todos sabe que trata sobre él: Obligaciones pintaba al millonario como
interesado causante de las crisis que llevan
a miles a la ruina y al suicidio, y el millonario defiende que su
éxito en tiempos revueltos busca precisamente salvar a su país
de la bancarrota,
dinamizar el mercado y devolver el pulso a la economía. Si bien Díaz se sirve de la ironía en las cuatro partes, aquí, en la biografía del magnate priman
la grandilocuencia, el triunfalismo, la gravedad y escasean los sentimientos o el sentido de humor.
Cambio de tercio
A partir de aquí, la narración cambia el punto
de vista que pasa a ser el de las mujeres. Si Obligaciones y Mi vida
encarnan el universo
masculino, los dos textos siguientes aportan la versión de las mujeres, mucho más centrada en la vida y en la
realidad que en entelequias económicas.
Making-off melo
La Tercera parte titulada «Recuerdos de unas memorias», escrita por
una tal Ida Partenza, joven humilde
de Brooklyn, hija de un
tipógrafo italiano de ideología anarquista, que lucha por convertirse en escritora. En un presente, en que es la secretaria de Bevel, habla en primera persona y cuenta cómo le ayudó a escribir
la historia de su vida (que se acaba de dejar atrás en la Segunda parte), con numerosos apartes
para contarnos la vida de su padre, la vida de su madre,
la vida de su novio y, claro, su propia vida. El contraste de narrativas es evidente: remite a la novela anglosajona de
principios del siglo XX (tan magníficamente encarnada en Una tragedia americana de Theodore
Dreiser). Este insistente biografismo resulta excesivo, previsible y rutinario… Quizá por ello, esta parte resulta tediosa y escasamente
reveladora (salvoporque descubre el vínculo entre las dos historias anteriores).
Diario revelador
La Cuarta parte, «Futuros» (395-434), resulta ser el diario íntimo de Mildred (la esposa del financiero) que cierra la obra, con esta nueva narradora y una
gran sorpresa. La escritura
de Mildred, sutilmente poética (es la parte más cercana a la sensibilidad poética), muestra una lucidez que no aparece en ninguno de los otros narradores. En realidad, este breve texto toma
un género literario (la biografía), con sus convenciones, y,
subvirtiéndolo, lo utiliza como campo de
experimentación.
TEMÁTICAS (REALES Y APARENTES)
De teorías aplicadas
Comienza versando sobre el
capitalismo y, conforme avanzan las páginas, termina siendo una reflexión sobre el punto de vista, sobre la ficción y sobre el proceso de creación literaria, como
clara novela metaficcional que es, la Primera parte (Obligaciones) se transforma en otras tres, dictadas
por tres voces que traducen al terreno de la (meta)ficción diversas teorías, entre las más evidentes están la del sujeto
esquizofrénico a partir del psiquiatra alemán Emil Kraepelin y del capitalismo tardío del intelectual estadounidense de ideología marxista Fredric Jameson,
pasándolas por el tamiz del realismo
capitalista del filósofo británico Mark
Fisher.
La historia del
concepto de esquizofrenia tiene su punto de partida más conocido y
definido en la descripción de la Dementia praecox por parte de Kraepelin (1856-1926) y la
teoría más
destacada ha sido la del neurodesarrollo según la cual este trastorno sería
resultado de una alteración producida durante el periodo de neurodesarrollo y
cuyo origen sería genético, ambiental o por una combinación de ambos, como
parece acontecer al personaje de la novela.
En cuanto al tardocapitalismo o capitalismo tardío, término acuñado por el economista alemán
Warner Sombart (1863-1941), vino propiciado por el campo
que se abrió para la acumulación de capitales y la emergencia de los países en
vías de desarrollo (junto a la privatización de su sector estatal) que han
derivado en un capitalismo
global,
orientado a colonizar no solo la esfera económica, sino las diferentes esferas de la vida social (educación, salud, arte, ciencia,
historia, arquitectura, etc.). Según Jameson se ha venido caracterizando por la expansión del proceso de acumulación, la
internacionalización y centralización del capital, la
introducción de la automatización en la producción y la
reducción del tiempo de rotación
del capital.
Muy interesante es la
adaptación narrativa de las ideas de Fisher
sobre esa sensación generalizada de que el capitalismo no solo es el único
sistema político y económico viable, sino que, ahora, es imposible, incluso,
imaginar una alternativa coherente. Realismo capitalista es el término que mejor describe la
situación ideológica existente desde la caída de la URSS en la cual las lógicas
del capitalismo han venido para delinear los límites de la vida política y
social, con efectos significativos en la educación, la enfermedad mental, la
cultura y los métodos de resistencia. El resultado es una situación en la cual
resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
La novela sólo aplica tales ideas al momento histórico inmediatamente anterior
al periodo inicial de la etapa del capitalismo tardío.
La noción de Dinero
La noción de dinero se explora en dos discursos antitéticos, el de Bevel y el del padre de Ida. Es la tensión, patente a comienzos del s. XX, entre los intereses del capital financiero y las convicciones del socialismo y el anarquismo, desplegados en Estados Unidos por una creciente inmigración italiana. El dinero. ¿Qué es el
dinero? Bienes de consumo en forma de pura fantasía. Marx tenía razón: el
dinero es una mercancía fantástica. Una fantasía. Ni lo puedes comer ni te
abriga, pero representa toda la comida y toda la ropa del mundo. Por eso es una
ficción. Y eso lo convierte en patrón con el que valoramos todas las
mercancías. Las acciones, los valores bursátiles y toda esa porquería no son
más que promesas de un valor futuro. Así pues, si el dinero es una ficción, el
capital financiero es la ficción de la ficción de una ficción. Con eso
comercian todos esos criminales: con ficciones (242).
En este sentido, uno de
los temas más inquietantes de la novela es el concepto del magnate retratado y
autorretratado: el verdadero poder del dinero, cuando se convierte en capital que engendraba
capital que engendraba capital, es que puede modificar ciertas formas de lo real, moldear los hechos, sus consecuencias o
interpretaciones a conveniencia del poderoso: esa maquinaria que fuerza y opera sobre lo que
se dice y nombra. Aquella noche
experimenté por primera vez la fría exaltación del lujo. No me limité a verla:
la sentí. Y me encantó. Nunca había estado sola en un automóvil de noche. Al
otro lado de las ventanillas, Nueva York iba y venía en completo silencio. Si
me reclinaba, la ciudad desaparecía al otro lado de las cortinas de terciopelo.
Los peatones, movidos por la curiosidad de ver quién era el pasajero, se
asomaban al interior en los semáforos. Me encontraba en la calle y al mismo
tiempo en un espacio confinado (364).
Dinero y Literatura
Quizá una de las más
interesantes de la novela sea la reflexión sobre la naturaleza económica de la literatura. Si el dinero se puede ver como una representación del mundo (bienes de
consumo en forma de pura fantasía), la literatura, en su búsqueda de comprender la realidad a través
de una ilusión que cambia, una y otra vez, de máscara, se asemeja al dinero
como convención ilusoria que, sin embargo, puede transmutar las formas de la realidad
hasta convertirla en su propia creación.
La mera arquitectura estructural de la obra, ese ir pasando el turno de palabra de un personaje a otro, con la consecuencia, siempre
aleccionadora, de que lo
que uno dice el otro lo pone en cuestión, trae
a colación el hecho de que la vida (como la literatura) es solo la
búsqueda de un relato que nos convenza: Mi trabajo consiste
en tener razón. Siempre. Si alguna vez me equivoco, debo usar todos mis
medios y recursos para torcer la realidad y alinearla con mi equivocación para
que deje de ser una equivocación. (292). Idea
realmente potente, cuando este fenómeno se viene dando no sólo en el mundo
económico, sino en el político, con desastrosas consecuencias.
El dinero y el lenguaje juegan una partida clave en la noción misma de civilización, como convenciones, construcciones, acuerdos tácitos
y fluctuantes, invisibles, tejidos también con los hilos de la ficción o lo
ilusorio,
que disputan y modelan el sentido de lo real. Cuando el avance del capitalismo en
todas sus formas llega a la construcción de la subjetividad (Jameson), releemos el discurso del anarquista pensando
que la vida humana no
puede pensarse ya fuera del dinero, ni fuera del concepto instalado de
capital: realismo capitalista (Fisher).
Todo ello acompañado de
una larga serie de variados subtemas: la mujer (que el sistema también opaca) como marca brutal
de la naturaleza patriarcal del poder financiero; el colonialismo; el crack del 29 (y las crisis actuales); los primeros tratamientos psiquiátricos; la cultura de las élites; la épica de la
resistencia; la locura como manifestación definitiva de la lucidez…
NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE
Pese a sus pretensiones,
no es una novela fácil. Su temática resulta insulsa, tenue, farragosa y un tanto aburrida, hay fragmentos que son difíciles de leer por
enrevesados. Sus personajes son, en realidad, piezas, usadas para sus propios propósitos, demostrando
que un novelista puede llegar a ser dios entre las páginas de su trabajo (pero
desde luego, en la creación de personajes está muy lejos de James, Warthon,
Dickens o Collins, con quienes se ha comparado).
En efecto, dado que todo el conjunto pretende descansar sobre los
personajes y su psicología, y en cómo Díaz los va desplegando ante
el lector, para lograr que los temas (anodinos) que maneja se conviertan en algo relevante y en
trama consistente, lo cierto es que los retratos de sus protagonistas no están
bien esbozados y la forma en que los presenta al lector dista de ser
clara y efectiva (más bien puede resultar, al menos inicialmente, confusa y escasamente atrayente), aunque intente mostrar los motivos de su forma de
ser y actuar y cómo llegaron a ello, cimentados en sus pasados, situaciones
familiares y sociales y su forma de ser. Todo su esfuerzo no logra sobrepasar el estereotipo. Además, el ritmo pausado resulta, en
muchas ocasiones, lento, determinando
que los vericuetos de la obra impidan, en
muchos momentos, mantener el equilibrio entre el desarrollo de los caracteres y la
agilidad de la lectura. Así, toda la parte dedicada a las finanzas y la creación
del imperio económico y las
diferentes informaciones y
maniobras monetarias que se describen a lo
largo de la novela resultan pesadas y farragosas en muchos momentos: ahí uno se
pierde (por desinterés, muchas veces) y se aburre.
Cual bestseller al uso, Díaz propone un juego de
espejos, en el cual no muestra nunca sus cartas, sino que, a medida que se van
sucediendo las páginas, va guiando lentamente al lector por un laberinto (farragoso y superficial) de ópticas morales, personales y de tiempo y
espacio que van despejándose capa a capa.
La crítica ha insistido
en que el tema aborda Fortuna es el dinero y la fundación del capitalismo, pero la novela narra (hasta la saciedad) como el
protagonista hace fortuna en bolsa antes del crack y como la aumenta
durante el crack, pero no hay muchos hechos: reitera obviedades
sobre las acciones en bolsa, el gran capital, los trucos para multiplicar
millones de dólares y las recesiones, pánicos y cracks recurrentes de
la economía mundial, sin ahondar en ninguno de tales aspectos. Es más, si algo
queda claro que el dinero no deriva del trabajo sino fundamentalmente
de la herencia, el azar, la
especulación y las conexiones. Cuando no del engaño y la estafa. Los tópicos (antiliberales, mayormente) se multiplican: solo mejora una
minoría de privilegiados, la
crisis de 1929 se produjo
porque las autoridades no intervinieron, la gente es engañada por los bancos
(pero no por los centrales), la solución benéfica fue el «New Deal», etc.
Si el pretendido interés
del libro se sostiene sobre dos pilares, el estructural
y el temático, ambos pecan de insuficiencia y superficialidad. Estructuralmente, presenta una arquitectura más efectista que efectiva, que juega con el lector, como remedo de novela
de misterio que va desvelando diferentes elementos a medida que va presentando
los puntos de vista, sin aportar un auténtico andamiaje formal que sostenga y potencie
un fondo mínimamente relevante. Si bien su temática resulta, a priori, ambiciosa, pretendiendo una
disección del alma del capitalismo actual, nacido en aquellos años, una explicación
de Estados Unidos a través de uno de sus motores, una figura que representa a
los magnates de aquella época que marcaron el rumbo del país, al final tal
pretensión dista mucho de conseguirse.
De
hecho, el
financiero protagonista es mentiroso e
inmoral hasta la caricatura: elimina el libro que lo critica y dicta una
autobiografía donde aparece aún más ridículo. Una personalidad con una inmensa
fortuna, fruto de negocios financieros que realiza con más destreza que nadie.:
«nuestra prosperidad prueba nuestra virtud… los negocios eran una forma de
patriotismo… La prosperidad de una nación no se basa en más que una multitud de
egoísmos que se alinean hasta que se asemejan a lo que se conoce como el bien
común». Todo es así: el capitalista critica la intervención del Gobierno,
afirma que la crisis
de 1929 se produjo porque bajaron
los impuestos, que la regulación es «sofocante», que el mercado nunca se
equivoca, que él cuando gana piensa en el bien del país, etc. De hecho, Hernán Díaz proclama que «toda fortuna es el
resultado del trabajo alienado realizado por las multitudes». Paráfrasis
actualizada de la sentencia de Balzac (detrás de toda gran fortuna
siempre hay un crimen) ¿En serio? Bill Gates o Amancio Ortega
quizá puedan, como poco, hacernos dudar de tal tópico decimonónico.
En cuanto al estilo, escrita en
inglés pese a tratarse de un autor argentino, la redacción resulta muy
anglosajona
actual (prosa utilitaria, eficiente, supeditada
al mero avance de la narración, pero que no satisface), prácticamente sin figuras estilísticas,
dejando sin matices el estilo de los diferentes géneros utilizados por el
autor: en efecto, fragmentos de distintos géneros
literarios parezcan escritos de la misma manera,
de modo que resulta difícil distinguir un párrafo suelto de uno u otro género,
ya que la voz narrativa no cambia.
En cuanto al final, nos
encontramos con algo que se ha convertido en tópico: Mildred
Brevel acaba invisibilizada por su marido y vilipendiada por el escritor
de la novela (ambos hombres), pero resulta ser un genio de las matemáticas y
las finanzas, filántropa convencida, con sensibilidad cultural, (aunque, eso sí,
poco sociable) en contraposición a su marido un farsante, estafador,
egocéntrico, sin aprecio por la cultura (y también poco sociable). En fin, el estereotipo de nuestra época: mujeres
anuladas o desaprovechadas, descontentas con sus vidas y relaciones, que
pretenden empoderarse en un mundo superficial y despiadado. Tópico final para las
pretensiones de esta novela: podría haber tenido en cuenta el de Ciudadano Kane de Orson Welles o el de Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson.
En fin, el libro se
cierra, pero no la
historia:
¿cuál de los cuatro textos es el verdadero?, o ¿cuál es la ficción más cercana
a la realidad? Es difícil saber cuál es la historia
verdadera, pues está sujeta a opiniones y apreciaciones. Si el mérito del autor
consiste en demostrar este hecho y hacernos testigos de
la importancia de poder implantar el relato
deseado, de cómo el poder lucha también en la esfera de la pugna por
vencer en la imposición
de una historia a costa de los hechos, de las opiniones y, en ocasiones de la verdad, la novela misma no deja de ser una entelequia, pues este agrupamiento textual no
tiene origen, ni contexto, ni propietario,
ni presentador, El lector accede a ellos sin
saber nada: ni quién se los presenta, ni cuándo, ni cómo, ni por qué, ni para
qué.
Toda la obra pretende
formar parte de un engranaje
perfecto.
Pero en eso se queda, precisamente, en artefacto
literario muy bien imaginado,
pero que no pasa de ser un retablo de componentes sin alma, que encaja perfectamente
en un perfecto vacío.
NOTA BENE
Una vez más, el título de la obra en español deja mucho que desear. La novela se titula en versión original TRUST (confianza), jugando con su polisemia, como (1) término financiero y empresarial (un acuerdo financiero) y como (2) la confianza (una cualidad moral) que el lector ve comprometida, como si virtud y dinero fueran sinónimos. Tiene también que ver con la literatura: ¿se puede confiar en esta historia? ¿Es fiable el narrador? A su vez, esa confianza, un pacto entre lector y ficción, es una metáfora de la confianza que se exige a los ciudadanos respecto al sistema financiero, que en la novela se postula como otro mundo de ficción; de las historias que cuenta, ¿cuál es la verdad? ¿cuál la versión más cercana a la realidad? Pues bien, todas estas posibilidades quedan reducidas al círculo del dinero y el capital con el romo título de FORTUNA. Será que ahora mismo que quiebran bancos, que los precios suben diariamente y que el miedo a las crisis periódicas (y cada vez más próximas) puede parecer editorialmente más atractivo que el recurrir a la polisemia y a la metáfora, más complejas y menos atrayente.

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