«EL SENTIDO DE UN FINAL»
Julian Barnes (2011)
«Me parece que esta puede ser una
de las diferencias entre juventud y edad: cuando somos jóvenes, inventamos
futuros diferentes para nosotros mismos; cuando somos viejos, inventamos
pasados diferentes para los demás»
LA NOVELA INSUSTANCIAL
El principal problema de la novela
actual radica en su fondo,
no en su forma: una técnica narrativa (expresividad y léxico) desplegada con
gusto y oficio excepcionales da forma a fondos anodinos y aburridos. Básicamente se trata de textos que reflejan una confusa
vaciedad social a
través de personajes insustanciales (mujeres
anuladas o desaprovechadas, descontentas con sus vidas y relaciones, que
pretenden empoderarse en un mundo superficial y despiadado; hombres maduros que
pretenden vivir segundas adolescencias de divorciados, preocupados
sustancialmente por asuntos frívolos y fútiles como una calva incipiente o la
musculación de la tableta; hijos frágiles que, afectados por el desamor paterno,
muestran un desencanto galopante, una psicología de ocasión, unos tópicos
típicos, una mediocridad aceptada o una crítica inconsecuente) ubicados en escenarios
igualmente superficiales (ascensores,
salones de clase media, todoterrenos, bocas del metro, estaciones, cafeterías…).
Sea como fuere, pese a que el hombre actual ha sido descrito hasta la saciedad, lejos de disminuir el flujo novelístico, cada vez
escribe más gente, más editoriales publican y se leen más novelas (¿?).
Los
principales procesos de la disolución de
la novela son dos, ambos, por cierto, presentes
en el libro: (1.) la fragmentación de
la objetividad realista en la inmediatez de
las sensaciones y en los fragmentos etéreos
de la memoria; (2.) la objetivación de
la técnica de la intriga considerada como
mero trazo geométrico que sustenta
la parodia, el juego de la novela construida «novelescamente».
En efecto, EL
SENTIDO DE UN FINAL (2011) es un buen ejemplo de esa mirada (una más) a nuestro
mundo. Adolece de todo lo comentado, pero, como dice la canción de los Rolling,
It’s only Rock and Roll, but I Like It: aunque repite lo expuesto tantas veces, me ha
gustado y sorprendido. Algo ha de tener, ya que
fue bastante bien recibida por crítica y público, siendo galardonada
con el Premio Booker (2011) y nominada
en los premios Costa Book en la categoría de mejor novela.
De hecho, en ésta, su undécima novela escrita cuando se
acercaba a los 65 años, Julian Barnes (1946) revela
su profundo conocimiento de la naturaleza humana. Asentada sobre la nostalgia, la melancolía y la introspección despliega, sin dejar resquicio a la esperanza, una lúcida reflexión sobre las relaciones personales, la soledad
y, sobre todo, la mentira, o aquella realidad imaginaria que a veces necesitamos
crearnos para superar traumas y decisiones nefastas. De hecho, en 2017 se estrenó una película, dirigida por Ritesh Batra, bastante menos cruda que el texto original.
REFLEXIONES DE UNA VIDA
Narrada en primera
persona por Anthony Webster (Tony), un jubilado divorciado, con una vida solitaria y apacible,
que rememora cómo él y su pandilla conocieron a Adrián Finn en el instituto y prometieron ser
amigos para toda la vida. Un suceso del pasado que vuelve a su vida, hace que Tony reflexione sobre los
caminos que cada uno ha tomado. Un día se encuentra con que la madre de su
novia de la universidad, Verónica Ford, le ha dejado en su testamento un
diario de su mejor amigo, Adrián, quien salió con Verónica
después de romper con él. Para recuperar el diario, ahora en manos de una Verónica
mayor y (aparentemente) misteriosa, Tony rememorará su pasado, recordará los
momentos comprometidos de sus antiguas relaciones y amistades y revivirá
sentimientos que creía olvidados.
Para contar todo esto, la novela se estructura en dos partes: la primera se presenta como un ejercicio
de memoria que comienza en la infancia de Tony y llega hasta el presente, desde el que, como narrador
subjetivo, cuenta la historia. Este
bloque es un intento de descripción de un pasado lejano que no
volverá, contado con cierta (nunca
excesiva) melancolía. En efecto, Tony se constituye en narrador de la
historia de su pandilla de amigos del instituto. Vivían con el temor de que la vida no resultara ser como la literatura y, por
tanto, abocados a la decepción cuando tuvieron que salir del acogedor amparo de
los libros. En esta pandilla destacaba Adrián Finn, el último en incorporarse, un
chico brillante y con cierto atractivo social. Su vida en pandilla se alarga
hasta el final del instituto cuando, tras un trágico acontecimiento, se separan
para continuar cada uno por su camino.
La segunda parte narra un pasado
mucho más próximo al momento de la narración, desencadenado por un acontecimiento inesperado que trastoca el mundo apacible (?) del protagonista. Se
inicia así una autopsia emocional de Tony
bajo la forma de monólogo,
que surge al enfrentarse con el mencionado acontecimiento sobrevenido. Ahora, el narrador
retoma aquel fatídico hecho y lo afronta desde la sensatez y la calma propias
de la madurez, pero también desde los resabios, las manías, el escepticismo y
la experiencia que da el fracaso. Si en clase de
Historia en el instituto afirmaban que la historia son las mentiras de
los vencedores y los autoengaños de los vencidos, Tony termina comprendiendo
que la historia son los recuerdos de los supervivientes, muchos de los
cuales no son vencedores ni vencidos. Además la historia se
relativiza con el tiempo, se gana perspectiva y se transfiguran los
acontecimientos.
Barnes parece preguntarse (y preguntarnos)
hasta qué punto es falsa la
realidad que conocemos;
ya que si nada es como creemos, habrá que preguntarse quiénes somos,
cuál es nuestra auténtica personalidad.
CUESTIONES DE ESTILO
La novela comienza con
la historia de Tony,
un personaje misántropo, huraño que, a medida que transcurre el relato, va
recuperando humanidad y empatía.
Usando los recuerdos de
una manera bastante original (como flashbacks: la secuencia de la fiesta es un buen ejemplo)
construye el relato de un gran secreto y de un prolongado equívoco, a la vez que, como en Esplendor
en la hierba (película de Elia Kazan, 1961),
enmascara un triste viaje de la fogosa adolescencia a la apagada y amargada madurez. Tal relato se compone como una narración
«impresionista»: dice muchas
cosas, pero ninguna es suficiente y necesaria. Lo que cuenta es la impresión
general de las especulaciones
del narrador: lo que interesa no es la psicología, el
personaje, la situación, sino algo más general y directo, la
vida.
Es la memoria (de
vida) de Tony la que marca, para bien y para mal, la novela, con las
sombras de sus recuerdos, de sus inconscientes y subconscientes, de sus sesgos
y de sus intuiciones. A partir de ese eje, sin
grandes alardes de estilo ni de forma, con hilos argumentales más
o menos previsibles, pero con acierto en la presentación
y desarrollo de los acontecimientos, a
través de la trivialidad de la anécdota va dejando vislumbres de
un infierno que es al mismo tiempo psicológico,
existencial, ético, histórico… La complejidad
de la obra reside en la creación de tensión
a través de todos los detalles y divagaciones del relato.
Por
otra parte, el núcleo mítico
fundamental radica en el movimiento de la naturaleza
que contiene e informa cualquier otro acontecer, acto o sentimiento humanos: el
momento mítico (corazón de la novela en que alcanza su plenitud
poética y conceptual) de Barnes es el episodio del macareo del
Severn Bore: naturaleza e historia convertidas en una sola cosa.
Para reflejar
todo esto, Barnes muestra un estilo
de escritura bastante singular por sus complejidades
y la sensación de falta de fiabilidad que provoca, pero con una fluidez
y claridad indudables. Describe vívidamente un círculo vicioso de
acciones y consecuencias. Los seres
humanos, a menudo somos indiferentes a cómo las acciones más pequeñas pueden tener
grandes consecuencias, pero eso es esencialmente la vida, o en lo que
inevitablemente se convierte en algún momento. Su razonamiento
filosófico respecto a la
vida como concepto; que es un
regalo que se nos otorga sin que lo pidamos y
por eso, como individuos, tenemos derecho a rechazarlo. Aunque pueda resultar excesivo
para la relevancia real de la trama, sin embargo, hoy se nos presenta
peligrosamente cercano: los suicidios constituyen un problema cada vez más
serio en nuestra sociedad. Pues como decía Italo Calvino: una idea que se realiza poéticamente no puede nunca carecer
de significado. Pero, tener significado no quiere decir
corresponder a la verdad, sino indicar un punto crucial, un problema,
una alarma: Kafka, por ejemplo, intentando una alegoría metafísica realizó
una soberbia descripción de la alienación del hombre contemporáneo.
Tony es uno más de los héroes de la negación (tan comunes en la literatura occidental
contemporánea), de los outsiders: personajes casi nunca
acabados y definidos por las situaciones límite en que se mueven. Aunque a Tony, por comparación, difícilmente se le pueda incluir
en ese sector de la narrativa contemporánea constituido por las biografías
intelectuales: esas profesiones de fe en forma
narrativa en cuyo centro hay un personaje portavoz de una poética o de una
filosofía.
Pero,
además de la de Tony, desde la mitad hasta el final de la
novela, se nos presenta la historia de otra vida. No tanto la de Adrián, como la de Verónica, a quien llegamos a seguir y adivinar en los
párrafos elusivos de Barnes que (en otro rasgo impresionista) jamás la descubre
hasta el fondo.
TEMAS PRIVADOS, VIVENCIAS UNIVERSALES
En menos de doscientas
páginas, Barnes reflexiona sobre amistad,
amor, rutinas, memoria, dudas, miedos, soledad, suicidios, futuro, filosofía, historia,
literatura…
Toda una plétora de grandes temas con los que Barnes
demuestra, una vez más, que no se necesitan cientos de páginas
para conseguir la profundidad analítica.
Texto sobre la vida, sobre cómo se piensa la vida, cómo reflexionarla, cómo ir
enfrentando propósitos con facultades, sueños con inercias, deseos con
realidades, ideales con condiciones materiales… En fin, todas esas permanentes
disyuntivas entre lo que se quiere ser y lo que realmente se es. Pues, aunque
puede que no de manera tan drástica como en el caso de Tony, todos comprobamos, cuando echamos la vista atrás, que
casi nada (o nada en absoluto) de lo que nos habíamos propuesto de jóvenes se
ha cumplido.
La
obra también invita a analizar y contemplar muchos hilos y situaciones
argumentales, incluso momentos que creías que eran ciertos, pues lo que
acabamos recordando no siempre es lo mismo que presenciamos.
Pero
es la idea de vivir la
que constituye el eje de la novela. Tony, enfrentando su yo adolescente
y su yo adulto, se
pregunta: vivir para qué, para quién, por qué… Pero será Adrián quien llegue más lejos en una carta que escribe
hacia el final de su historia, la vida es un don otorgado sin
que nadie lo pida; que una persona racional tiene el deber filosófico de
examinar tanto la naturaleza de la vida como las condiciones en que se
presenta; y que si esa persona decide renunciar al don que nadie ha pedido, es un
deber moral y humano aceptar las consecuencias de tal decisión.
Si
bien su polo positivo
sigue siendo ese fluir sosegado y tranquilo de una vida sin altibajos, ideal de la sociedad
del bienestar, entrevisto al final de
la primera parte, la representación de la
realidad, en forma de macareo desde el pasado, acentúa progresivamente su carácter
negativo a lo largo de toda la segunda
parte.
El significado del libro reside, no en la suma de ideas enunciadas, sino en el
surtido de imágenes y sensaciones, en
el sabor de vida, en los silencios. Así como en todas las proliferaciones
ideológicas, esas reflexiones que continuamente se encienden y se apagan, sobre naturaleza
e historia, individuo y política, religión y poesía, como retomando viejas discusiones con amigos desaparecidos. Todo ello constituye una cámara de resonancia para
la rigurosa modestia de las vicisitudes de los personajes.
En
fin, una novela para pensarnos mejor y hacernos conscientes de que, aunque empuñamos el timón, el barco va a la
deriva.

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