sábado, 20 de julio de 2024

EL SENTIDO DE UN FINAL

 

«EL SENTIDO DE UN FINAL»
Julian Barnes (2011)




«Me parece que esta puede ser una de las diferencias entre juventud y edad: cuando somos jóvenes, inventamos futuros diferentes para nosotros mismos; cuando somos viejos, inventamos pasados diferentes para los demás»


LA NOVELA INSUSTANCIAL

El principal problema de la novela actual radica en su fondo, no en su forma: una técnica narrativa (expresividad y léxico) desplegada con gusto y oficio excepcionales da forma a fondos anodinos y aburridos. Básicamente se trata de textos que reflejan una confusa vaciedad social a través de personajes insustanciales (mujeres anuladas o desaprovechadas, descontentas con sus vidas y relaciones, que pretenden empoderarse en un mundo superficial y despiadado; hombres maduros que pretenden vivir segundas adolescencias de divorciados, preocupados sustancialmente por asuntos frívolos y fútiles como una calva incipiente o la musculación de la tableta; hijos frágiles que, afectados por el desamor paterno, muestran un desencanto galopante, una psicología de ocasión, unos tópicos típicos, una mediocridad aceptada o una crítica inconsecuente) ubicados en escenarios igualmente superficiales (ascensores, salones de clase media, todoterrenos, bocas del metro, estaciones, cafeterías…). Sea como fuere, pese a que el hombre actual ha sido descrito hasta la saciedad, lejos de disminuir el flujo novelístico, cada vez escribe más gente, más editoriales publican y se leen  más novelas (¿?).

Los principales procesos de la disolución de la novela son dos, ambos, por cierto, presentes en el libro: (1.) la fragmentación de la objetividad realista en la inmediatez de las sensaciones y en los fragmentos etéreos de la memoria; (2.) la objetivación de la técnica de la intriga considerada como mero trazo geométrico que sustenta la parodia, el juego de la novela construida «novelescamente».

En efecto, EL SENTIDO DE UN FINAL (2011) es un buen ejemplo de esa mirada (una más) a nuestro mundo. Adolece de todo lo comentado, pero, como dice la canción de los Rolling, It’s only Rock and Roll, but I Like It: aunque repite lo expuesto tantas veces, me ha gustado y sorprendido. Algo ha de tener, ya que fue bastante bien recibida por crítica y público, siendo galardonada con el Premio Booker (2011) y nominada en los premios Costa Book en la categoría de mejor novela.

De hecho, en ésta, su undécima novela escrita cuando se acercaba a los 65 años, Julian Barnes (1946) revela su profundo conocimiento de la naturaleza humana. Asentada sobre la nostalgia, la melancolía y la introspección despliega, sin dejar resquicio a la esperanza, una lúcida reflexión sobre las relaciones personales, la soledad y, sobre todo, la mentira, o aquella realidad imaginaria que a veces necesitamos crearnos para superar traumas y decisiones nefastas. De hecho, en 2017 se estrenó una película, dirigida por Ritesh Batra, bastante menos cruda que el texto original.

REFLEXIONES DE UNA VIDA

Narrada en primera persona por Anthony Webster (Tony), un jubilado divorciado, con una vida solitaria y apacible, que rememora cómo él y su pandilla conocieron a Adrián Finn en el instituto y prometieron ser amigos para toda la vida. Un suceso del pasado que vuelve a su vida, hace que Tony reflexione sobre los caminos que cada uno ha tomado. Un día se encuentra con que la madre de su novia de la universidad, Verónica Ford, le ha dejado en su testamento un diario de su mejor amigo, Adrián, quien salió con Verónica después de romper con él. Para recuperar el diario, ahora en manos de una Verónica mayor y (aparentemente) misteriosa, Tony rememorará su pasado, recordará los momentos comprometidos de sus antiguas relaciones y amistades y revivirá sentimientos que creía olvidados.

Para contar todo esto, la novela se estructura en dos partes: la primera se presenta como un ejercicio de memoria que comienza en la infancia de Tony y llega hasta el presente, desde el que, como narrador subjetivo, cuenta la historia. Este bloque es un intento de descripción de un pasado lejano que no volverá, contado con cierta (nunca excesiva) melancolía. En efecto, Tony se constituye en narrador de la historia de su pandilla de amigos del instituto. Vivían con el temor de que la vida no resultara ser como la literatura y, por tanto, abocados a la decepción cuando tuvieron que salir del acogedor amparo de los libros. En esta pandilla destacaba Adrián Finn, el último en incorporarse, un chico brillante y con cierto atractivo social. Su vida en pandilla se alarga hasta el final del instituto cuando, tras un trágico acontecimiento, se separan para continuar cada uno por su camino.

La segunda parte narra un pasado mucho más próximo al momento de la narración, desencadenado por un acontecimiento inesperado que trastoca el mundo apacible (?) del protagonista. Se inicia así una autopsia emocional de Tony bajo la forma de monólogo, que surge al enfrentarse con el mencionado acontecimiento sobrevenido. Ahora, el narrador retoma aquel fatídico hecho y lo afronta desde la sensatez y la calma propias de la madurez, pero también desde los resabios, las manías, el escepticismo y la experiencia que da el fracaso. Si en clase de Historia en el instituto afirmaban que la historia son las mentiras de los vencedores y los autoengaños de los vencidos, Tony termina comprendiendo que la historia son los recuerdos de los supervivientes, muchos de los cuales no son vencedores ni vencidos. Además la historia se relativiza con el tiempo, se gana perspectiva y se transfiguran los acontecimientos.

Barnes parece preguntarse (y preguntarnos) hasta qué punto es falsa la realidad que conocemos; ya que si nada es como creemos, habrá que preguntarse quiénes somos, cuál es nuestra auténtica personalidad.

CUESTIONES DE ESTILO

La novela comienza con la historia de Tony, un personaje misántropo, huraño que, a medida que transcurre el relato, va recuperando humanidad y empatía. Usando los recuerdos de una manera bastante original (como flashbacks: la secuencia de la fiesta es un buen ejemplo) construye el relato de un gran secreto y de un prolongado equívoco, a la vez que, como en Esplendor en la hierba (película de Elia Kazan, 1961), enmascara un triste viaje de la fogosa adolescencia a la apagada y amargada madurez. Tal relato se compone como una narración «impresionista»: dice muchas cosas, pero ninguna es suficiente y necesaria. Lo que cuenta es la impresión general de las especulaciones del narrador: lo que interesa no es la psicología, el personaje, la situación, sino algo más general y directo, la vida.

Es la memoria (de vida) de Tony la que marca, para bien y para mal, la novela, con las sombras de sus recuerdos, de sus inconscientes y subconscientes, de sus sesgos y de sus intuiciones. A partir de ese eje, sin grandes alardes de estilo ni de forma, con hilos argumentales más o menos previsibles, pero con acierto en la presentación y desarrollo de los acontecimientos, a través de la trivialidad de la anécdota va dejando vislumbres de un infierno que es al mismo tiempo psicológico, existencial, ético, histórico… La complejidad de la obra reside en la creación de tensión a través de todos los detalles y divagaciones del relato.

Por otra parte, el núcleo mítico fundamental radica en el movimiento de la naturaleza que contiene e informa cualquier otro acontecer, acto o sentimiento humanos: el momento mítico (corazón de la novela en que alcanza su plenitud poética y conceptual) de Barnes es el episodio del macareo del Severn Bore: naturaleza e historia convertidas en una sola cosa.

Para reflejar todo esto, Barnes muestra un estilo de escritura bastante singular por sus complejidades y la sensación de falta de fiabilidad que provoca, pero con una fluidez y claridad indudables. Describe vívidamente un círculo vicioso de acciones y consecuencias. Los seres humanos, a menudo somos indiferentes a cómo las acciones más pequeñas pueden tener grandes consecuencias, pero eso es esencialmente la vida, o en lo que inevitablemente se convierte en algún momento. Su razonamiento filosófico respecto a la vida como concepto; que es un regalo que se nos otorga sin que lo pidamos y por eso, como individuos, tenemos derecho a rechazarlo. Aunque pueda resultar excesivo para la relevancia real de la trama, sin embargo, hoy se nos presenta peligrosamente cercano: los suicidios constituyen un problema cada vez más serio en nuestra sociedad. Pues como decía Italo Calvino: una idea que se realiza poéticamente no puede nunca carecer de significado. Pero, tener significado no quiere decir corresponder a la verdad, sino indicar un punto crucial, un problema, una alarma: Kafka, por ejemplo, intentando una alegoría metafísica realizó una soberbia descripción de la alienación del hombre contemporáneo.

Tony es uno más de los héroes de la negación (tan comunes en la literatura occidental contemporánea), de los outsiders: personajes casi nunca acabados y definidos por las situaciones límite en que se mueven. Aunque a Tony, por comparación, difícilmente se le pueda incluir en ese sector de la narrativa contemporánea constituido por las biografías intelectuales: esas profesiones de fe en forma narrativa en cuyo centro hay un personaje portavoz de una poética o de una filosofía.

Pero, además de la de Tony, desde la mitad hasta el final de la novela, se nos presenta la historia de otra vida. No tanto la de Adrián, como la de Verónica, a quien llegamos a seguir y adivinar en los párrafos elusivos de Barnes que (en otro rasgo impresionista) jamás la descubre hasta el fondo.

TEMAS PRIVADOS, VIVENCIAS UNIVERSALES

En menos de doscientas páginas, Barnes reflexiona sobre amistad, amor, rutinas, memoria, dudas, miedos, soledad, suicidios, futuro, filosofía, historia, literatura Toda una plétora de grandes temas con los que Barnes demuestra, una vez más, que no se necesitan cientos de páginas para conseguir la profundidad analítica. Texto sobre la vida, sobre cómo se piensa la vida, cómo reflexionarla, cómo ir enfrentando propósitos con facultades, sueños con inercias, deseos con realidades, ideales con condiciones materiales… En fin, todas esas permanentes disyuntivas entre lo que se quiere ser y lo que realmente se es. Pues, aunque puede que no de manera tan drástica como en el caso de Tony, todos comprobamos, cuando echamos la vista atrás, que casi nada (o nada en absoluto) de lo que nos habíamos propuesto de jóvenes se ha cumplido.

La obra también invita a analizar y contemplar muchos hilos y situaciones argumentales, incluso momentos que creías que eran ciertos, pues lo que acabamos recordando no siempre es lo mismo que presenciamos.

Pero es la idea de vivir la que constituye el eje de la novela. Tony, enfrentando su yo adolescente y su yo adulto, se pregunta: vivir para qué, para quién, por qué… Pero será Adrián quien llegue más lejos en una carta que escribe hacia el final de su historia, la vida es un don otorgado sin que nadie lo pida; que una persona racional tiene el deber filosófico de examinar tanto la naturaleza de la vida como las condiciones en que se presenta; y que si esa persona decide renunciar al don que nadie ha pedido, es un deber moral y humano aceptar las consecuencias de tal decisión.

Si bien su polo positivo sigue siendo ese fluir sosegado y tranquilo de una vida sin altibajos, ideal de la sociedad del bienestar, entrevisto al final de la primera parte, la representación de la realidad, en forma de macareo desde el pasado, acentúa progresivamente su carácter negativo a lo largo de toda la segunda parte.

El significado del libro reside, no en la suma de ideas enunciadas, sino en el surtido de imágenes y sensaciones, en el sabor de vida, en los silencios. Así como en todas las proliferaciones ideológicas, esas reflexiones que continuamente se encienden y se apagan, sobre naturaleza e historia, individuo y política, religión y poesía, como retomando viejas discusiones con amigos desaparecidos. Todo ello constituye una cámara de resonancia para la rigurosa modestia de las vicisitudes de los personajes.

En fin, una novela para pensarnos mejor y hacernos conscientes de que, aunque empuñamos el timón, el barco va a la deriva.


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