«FILOMENO,
A MI PESAR.
Memorias
de un señorito descolocado»
Gonzalo
Torrente Ballester (1988)
DEL PLANETA Y OTRAS SINGULARIDADES
FILOMENO, A MI PESAR (1998), novela pensante considerada como testamento literario, ocupa un lugar
singular en la bibliografía de Gonzalo
Torrente Ballester
(1910-1999) por diversos motivos. En primer lugar, por su inaudita presentación
al Premio Planeta 1988, pues se requiere resolución para
presentarse a un concurso literario como ese a los 78 años y asumir, al menos en parte, un modo de escritura literaria (en formas y temas) distinto al practicado hasta el momento, a lo
largo de los años (dedicados a la Trilogía Fantástica).
En efecto, la novela presenta rasgos que la singularizan en la producción del autor y que, en su momento, causaron
sorpresa por su alejamiento de los procedimientos característicos (humor, fantasía
y experimentación formal) de su obra desde principios de los setenta: «Torrente nos ha asombrado con
una novela de corte realista bien diferente al que en los últimos años nos
tenía acostumbrados. Aquí no hay magia, ni dispares, ni fantasía» (Carmen Becerra).
De hecho, es su última novela extensa, ya que la siguiente
obra, Crónica del rey pasmado (1989),
inaugura el período de las Narraciones
esquemáticas,
constitutivas del corpus estético de la última década de su producción
novelística. Y finalmente, por su inusitado éxito de ventas, ya que la popularidad que alcanzó
no se puede atribuir exclusivamente al premio o al interés intrínseco de la
narrativa.
SINGULARIDAD DE LA DUALIDAD
La novela adopta la forma
de autobiografía de su narrador, Filomeno (que viene a
significar: último hijo de una pareja de edad
avanzada), escrita hacia la primera mitad de 1950 desde
su mansión rural portuguesa y que se inicia
en su primera infancia, hacia 1915 (había nacido en 1910).
Dependiendo del lugar en
el que se encuentre, tendrá un nombre y una personalidad diferentes. En Villavieja del
Oro será Filomeno Frijomil (por parte de padre), descendiente de un cartero
y señorito por encima de la media; en Portugal
será Ademar de Alamcastre (por parte
de su familia materna), nombre noble de origen inglés, proveniente de los
Lancaster exiliados tras la Guerra de las
Dos Rosas, y de gran reconocimiento, en parte por recuerdo de su
bisabuelo materno.
Su propio nombre, además
de suscitarle rechazo representa la dicotomía de
su origen familiar. Frente al indeseado (y para él,
ridículo) Filomeno impuesto por el padre (un
intelectual gallego sin pedigrí), adopta en ocasiones, otro con connotaciones románticas, de nobleza y
orígenes aristocráticos, el
Ademar de la rama materna. Dualidad que también se extiende a dos propiedades diferenciadas, una a cada lado del Miño: una casa señorial en Villavieja,
y un soberbio pazo en el lado portugués. Cada ámbito con su propia atmósfera: tradicional
y aristocrática al sur; burguesa
y más progresista al norte.
Las dos vertientes presentan no obstante zonas
comunes que convergen en el protagonista: la afición por las mujeres
y cierta vocación literaria (mayormente poética).
AUTOR - PERSONAJE
Pues bien, la novela
puede leerse como una autoficción (o como una contra-autobiografía,
o como una novela ficcional autobiográfica)
del propio autor. Pese a diferencias sustanciales (los usuales apuros económicos del
escritor y su origen en absoluto señorial) su vida presenta ciertos paralelismos con la de Filomeno.
Ambos nacen en 1910: en el caso del personaje, la fecha se deduce de manera
indirecta, cuando, refugiado en Portugal durante el segundo
año de guerra en España, afirma tener veintisiete
años. Los dos están en París
en julio de 1936; donde, centrados en su
mundo vitalista juvenil y ajenos a todo lo que no sean las clases en la
Sorbona y los buenos libros, la
guerra les cogerá por sorpresa.
Por último, la infancia del autor estuvo enriquecida por dos mundos: El Ferrol y Serantes, tan próximos
que hoy éste forma parte del primero. Pero, en la segunda década del siglo XX, vivir en
Serantes, según el autor, suponía tornar a una Edad Media tardía. Allí, en la casa de su abuela materna, descubre la literatura gracias al mundo
femenino, a las lecturas colectivas en los obradores de costura y a las
narraciones de hechos (más o menos fantásticos) de los caminantes y las mujeres
de la familia. El Ferrol, por su parte,
estaba relacionado con el mundo paterno, el de la
autoridad y lo material. De la misma manera, el narrador de las memorias vive escindido
entre dos realidades: la representada por la
ficticia Villavieja, pequeña ciudad gallega (recreación de Ourense, como el novelista señaló en
varias ocasiones), de donde es la familia de su padre, y el pazo miñoto (en la zona del río Miño),
situado en un lugar no bien determinado del norte de Portugal (concretamente en el triángulo formado
por Valença, Caminha y Viana
do Castelo). Aquí, en la residencia de su abuela materna, nace el
personaje al mundo femenino, a la sensibilidad y al cariño de Belinha, y a la
literatura, pues tiene a su disposición una rica biblioteca en la que
descubre y se enamora de la obra de Eça de Queirós y Antero
de Quental.
MEMORIAS
DE UN SEÑORITO DE PROVINCIAS (Que
oculta un poeta reprimido)
Al tratarse de unas memorias, el narrador es protagonista en primera persona, y en este caso con un tratamiento del tiempo muy lineal, escritas antes de cumplir los cuarenta años, tiempo durante el cual
ha visto un libro suyo publicado (por cierto, muy poco poético: «Crónicas de guerra», 1947), ha tenido
varios amores que lo han marcado profundamente, ha aprendido varios idiomas, ha
vivido en las principales capitales europeas y ha sobrevivido a la Guerra Civil española y a la Segunda Guerra Mundial.
Este protagonista es un personaje de compleja personalidad, incluso
para él mismo, que no termina de ubicarse en ningún sitio, ni en ningún
ambiente. De hecho, dice de sí mismo que es tímido e
indeciso;
que le acompañan
el silencio y
la soledad;
que
las cosas parece como si no le afectasen; que su destino es defraudar a todos; que piensa las cosas, hasta el último detalle y, luego, no las hace; en fin, que nunca había sabido a ciencia cierta quién era.
En efecto, portador,
a la fuerza, de una dualidad reflejada en sus orígenes y marcada por sus
nombres de pila y en el uso habitual de sus diferentes apellidos según la
situación y el país en que se encuentra, él mismo llega creer que en su
interior existen dos personalidades (cada
una con un nombre aparejado), que en
un momento dado una esconde a la otra y que él puede elegir en función de sus
deseos o de la necesidad, hasta que, en el momento en que escribe sus memorias,
llega a la conclusión de que un hombre puede tener dos nombres, pero es el
mismo hombre; una personalidad puede demostrarse o ejercitarse en distintos
aspectos, pero es la misma personalidad.
El
personaje responde al arquetipo del outsider,
(alguien
que observa un grupo desde fuera), perplejo ante un mundo que estalla
sin entender muy bien por qué; y mientras los años van pasando, no se acaba de
saber si está madurando o cómo está cambiando (si es que en algún momento lo
hace). Pero,
precisamente esa indefinición vital, ese carácter apocado, anodino
y sin empaque lo convierte en personaje
entrañable, bien construido psicológicamente.
Se deja arrastrar, casi
sin voluntad propia, a merced de la historia, sin saber qué hacer ni qué
pintar. Quizá porque Filomeno no sabe lo que busca, y
tampoco le agobia su situación. Su naturaleza inteligente y reflexiva lo vuelve
propenso al silencio y a la soledad, en parte por deseo propio, y en
parte contra sus deseos, por la imposibilidad de conectar con la
superficialidad de quienes le rodean. Su sensibilidad le vuelve proclive a la literatura, más que a la ciencia, la filosofía o las finanzas; y a la persecución de un amor más profundo que el que los otros persiguen a su
alrededor. La incomprensión de los
demás
es una constante en su vida, parece haber nacido en
una esfera ajena al resto, sin sentir el menor interés por los asuntos políticos y sociales de la época. Conforme
la obra avanza y el personaje cumple años, esto va cambiando ligeramente, pero
nunca termina de hacerlo del todo...
Y, sin embargo, o
precisamente por eso, pese a todo, se convierte en un lúcido cronista de una época, con una mirada distante y equidistante, que analiza y
describe, aunque nunca (o casi nunca) toma partido. O, al menos, no lo hace de forma
abierta; porque, en el fondo, escudriñando en esa escritura entre líneas (que tan bien dominaba Torrente Ballester), puede verse que sí opina.
IMPORTANCIA DE LOS
SECUNDARIOS
La fuerza de la novela
radica, también, en toda esa galería de personajes secundarios y episódicos que se cruzan en su camino, aunque ninguno de ellos sea relevante, ni permanezca mucho tiempo a su lado. En
primer lugar, están las mujeres que
pueblan su vida y sobre las que se estructura el
eje argumental: inicia su itinerario amoroso con la tierna Belinha, continuará con la entretenida Florita y la
intrascendente Marilú, hasta encontrarse con la inspiradora Úrsula y luego con la
extravagante Clelia. Y finalmente, María de Fátima, una brasileña
con la que al final tampoco llega a asentarse.
Sus pocos amigos también ocupan un papel importante, empezando por
sus mentores innominados (nunca se citan sus nombres), pues
aparecen como la miss y el maestro, pareja con la que siempre podrá
contar. Pero también los compañeros
de estudios.
El irritante Sotero Montes Ladeira con sus aires de superioridad y su
evolución académica y política. El entrañable Benito
Armendáriz compañero de la universidad y poeta,
quien le introduce en el Madrid de la cultura.
Junto a ellos, pulula
toda una galería de personajes
episódicos
con una caracterización y consistencia muy logradas. Entre todos ellos destacan
el mayor Thompson viejo militar retirado y exmiembro de Parlamento y su peculiar club; el
dicharachero señor Magalhaes (superior de Filomeno en su corresponsalía periodística de París), ferviente defensor del nazismo y anticomunista
acérrimo; La Flora, antigua prostituta, y
regente del prostíbulo de Villavieja, personaje entrañable y
desencadenante de uno de los episodios clave del libro; doña Eulalia Sobrado,
cuarentona
de buen ver que desempeña (como sustituta)
una cátedra provisional de literatura, quien desde el bando vencedor
intenta dirigir la vida cultural de Villavieja,
secundada por don Braulio, canónigo
elegante que actúa como su consejero y director espiritual, y que manda desde
la sombra (tenía al obispo en un puño); don
Braulio, don Justo, don "Federico", Romualdo
Estévez, don Pedro Pereira, el
comandante Alzaga, Emilio
Roca, Briseida… en fin, toda una profusión de personajes que hacen
más amena e interesante la historia de Filomeno/Ademar.
TELÓN
DE FONDO, LA HISTORIA
La
novela recrea la primera mitad del siglo XX,
desde el inicio de los años veinte (el
período de entreguerras) hasta la España de posguerra, en los años cincuenta (inicios
de la Dictadura Franquista). La novela, rica en detalles, transmite con desigual
fortuna el ambiente cultural-intelectual (las vanguardias, el choque
entre la corriente tradicional y la
modernizadora, la influencia de las doctrinas
de Freud…), social (la prostitución, las tensiones
laborales entre obreros y patronos, la truhanería de Madrid…) y político
(el auge del fascismo, el choque de totalitarismos, el hundimiento de la República española, el régimen
franquista...).
El narrador relata su
vida en el pazo miñoto y en la casa
señorial de Villavieja, su recorrido durante los años veinte con la mirada de un
niño económicamente privilegiado, pero afectivamente desamparado.
Tras estudiar Derecho en Madrid,
trabajar en un banco de Londres y ser
corresponsal de un periódico portugués en París,
acaba volviendo a su Galicia natal.
En el curso de ese itinerario, mientras Europa
se va crispando crecientemente, Filomeno tiene
experiencias de toda índole que no parecen afectarle.
Algunos
episodios se desarrollan poco antes y durante los primeros
compases de la Segunda Guerra mundial
conformando una crónica del
momento, narrada desde el punto de vista de
un observador perplejo ante un mundo que se desbarata sin entender muy bien por qué.
Sin
duda un acierto de la novela reside en el engarce de
las peripecias del protagonista con el marco
histórico europeo en el que se desenrollan, mediante el contraste
entre la indiferencia abúlica de Filomeno
y el contexto
de vehemencia política de Europa.
FORMA
QUE CONFORMA
Si la calidad de una novela pasa más por la
forma
en que se narran las historias que
por la historia en sí, la prosa
de Torrente, rica, teñida de ironía, fluyendo con naturalidad, asegura una lectura
placentera
En
efecto, el auténtico valor de la novela reside
en el uso del
lenguaje y en la construcción narrativa: la narración (modulada con sencillez e ironía) fluye
con un ritmo suave,
más bien demorado, al servicio de un logrado
equilibrio entre acción y reflexión. Destaca por unas descripciones brillantes (capaces
de trasladar a los escenarios de la novela.), unos personajes muy creíbles y una gran riqueza lingüística (con un léxico rico y culto, que nunca
resulta incómodo y que propicia una lectura fluida y fácil).
Llama la atención el uso
de algunos galleguismos y portuguesismos, siempre respondiendo a
un fin expresivo y motivados por la inexistencia de términos equivalentes o por
la carencia de los mismos matices semánticos en castellano. Caso del adjetivo octorona (mestiza que tiene un octavo de
sangre negra): era una adolescente octorona; o de los
verbos aturuxar (grito gutural y muy
sonoro, de carácter tradicional y unido a ciertas fiestas y ritos gallegos): La
guerra terminó, por fin, y aunque no aturuxó, a la miss
se le notaba que habían ganado los suyos; y bruar
(sonido que hace el viento en la copa de los árboles cuando sopla
con fuerza): mientras fuera el viento bruaba
en los grandes eucaliptos.
Por otra
parte, llama también la atención el empleo de tiempos
y modos verbales característico del autor (y de muchos hablantes
gallegos): utiliza el pretérito imperfecto de
subjuntivo en lugar del pretérito
pluscuamperfecto de indicativo, lo cual choca al oído: Por
fortuna la muchacha hindú no nos había entendido, porque Sotero volviera [por había vuelto] al español.
Cada
capítulo constituye un bloque, casi
no hay puntos y aparte y los párrafos
son extensos; sin embargo, lejos de resultar
muy denso, se lee de forma amena, ya que, aunque el relato,
moroso y tranquilo, se instala en una especie de costumbrismo mordaz (muy
gallego), está tan bien contado y los personajes tan delicadamente caracterizados que se
lee con gusto.
Entre
el conjunto de recuerdos, vivencias, memorias y
emociones de Filomeno o, destacan algunos momentos deslumbrantes, como la estupenda caracterización de Mr. Thompson, el viejo militar inglés,
refugiado en sus pequeñas extravagancias y en el confort de su exclusivo club
londinense; la conmovedora historia de Ursula,
en la que el terror no proviene de una mente criminal sino de un bucle de enajenación
y sufrimiento; la carta de Sotero, que
define al personaje contrastándolo con la mirada del narrador; la vaciedad
crudamente retratada en la fiesta en casa del señor Magalhaes
y la posterior asistencia a La Rotonde (reflejo del París
canaille); y, sobre todo, las cinco páginas dedicadas al entierro, auténtica pieza antológica de la
novela.
POR
PONER ALGUNA PEGA…
Novela canónica de formación
donde un narrador va llevando con él al lector por Madrid,
Londres y París, y vuelta al terruño
familiar, como estudiante o desempeñando distintos oficios, pero siempre
con algún personaje femenino que atrae la atención; lo cual, al principio, se
sigue con interés, pero después, sin menoscabo de su valor, se le podrían objetar algunos aspectos.
Así, desde la mitad más o menos, el lector empieza a preguntarse qué es lo que pretende
contar el autor con esa sucesión de aventuras amorosas. De hecho, este
itinerario podría constituir una serie de relatos independientes y
autoconclusivos, con la mínima hilazón de compartir un único protagonista.
Lo
cierto es que la novela arranca muy bien, pero a partir del inicio del
itinerario romántico del protagonista el argumento
resulta, a veces, un tanto vacío.
Quizá porque las mujeres resulten arquetípicas, quizá por la falta de definición de la historia.
Igualmente, se le puede achacar
cierta superficialidad en el despliegue
histórico de fondo y
en la vivencia de los momentos especialmente críticos de las
ciudades en que el protagonista recala.
Llama, asimismo, la atención ese
breve Capítulo cinco (35 páginas) que bajo el acertado
título de «Largo interregno contado algo de prisa» rompe la linealidad de la historia y parece un texto escrito aparte de la
novela e integrado (aprovechado, tal vez) en ella con la justificación del
funcionamiento errático y anacrónico de la memoria, pero que no acaba de integrarse con naturalidad en la obra.
En
el último tramo, con la vuelta a los orígenes y ubicada la historia en la postguerra española, el autor introduce una
invectiva a las fuerzas vivas del franquismo
centrada no en la crítica social o política, sino mediante una visión mordaz del
círculo caciquil en que los vencedores han instalado a sus peones más ineptos y
deshonestos. Visión que llama la atención en 1988, por
cuanto a Gonzalo Torrente Ballester se le ha
caracterizado casi siempre como circunstancial
(no ideológico) intelectual
falangista, pues, de hecho, en 1962
defendió una huelga de mineros que le costó algún que otro privilegio.
Por
otra parte, en el tramo final (en el que la novela vuelve a resurgir), Filomeno, hasta entonces más o menos anclado en su
constante indefinición, parece experimentar, en actitud y discurso, una transformación (que no maduración) imprevista y no explicada, que resulta poco convincente.
Sea
como fuere, no se le puede negar a la novela una gran sutileza literaria,
una auténtica maestría narrativa, un encomiable relativismo
ideológico perspectivista y la abundancia de pasajes inspirados
por la contemplación estética y la ternura… En fin, una lectura ágil y entretenida, que no es poco.

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