domingo, 14 de julio de 2024

FILOMENO, A MI PESAR. MEMORIAS DE UN SEÑORITO DESCOLOCADO

 

«FILOMENO, A MI PESAR.
Memorias de un señorito descolocado»
Gonzalo Torrente Ballester (1988)


«Un hombre puede tener dos nombres, pero es el mismo hombre; una personalidad puede demostrarse o ejercitarse en distintos aspectos, pero es la misma personalidad.»

DEL PLANETA Y OTRAS SINGULARIDADES

FILOMENO, A MI PESAR (1998), novela pensante considerada como testamento literario, ocupa un lugar singular en la bibliografía de Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) por diversos motivos. En primer lugar, por su inaudita presentación al Premio Planeta 1988, pues se requiere resolución para presentarse a un concurso literario como ese a los 78 años y asumir, al menos en parte, un modo de escritura literaria (en formas y temas) distinto al practicado hasta el momento, a lo largo de los años (dedicados a la Trilogía Fantástica).

En efecto, la novela presenta rasgos que la singularizan en la producción del autor y que, en su momento, causaron sorpresa por su alejamiento de los procedimientos característicos (humor, fantasía y experimentación formal) de su obra desde principios de los setenta: «Torrente nos ha asombrado con una novela de corte realista bien diferente al que en los últimos años nos tenía acostumbrados. Aquí no hay magia, ni dispares, ni fantasía» (Carmen Becerra).

De hecho, es su última novela extensa, ya que la siguiente obra, Crónica del rey pasmado (1989), inaugura el período de las Narraciones esquemáticas, constitutivas del corpus estético de la última década de su producción novelística. Y finalmente, por su inusitado éxito de ventas, ya que la popularidad que alcanzó no se puede atribuir exclusivamente al premio o al interés intrínseco de la narrativa.

SINGULARIDAD DE LA DUALIDAD

La novela adopta la forma de autobiografía de su narrador, Filomeno (que viene a significar: último hijo de una pareja de edad avanzada), escrita hacia la primera mitad de 1950 desde su mansión rural portuguesa y que se inicia en su primera infancia, hacia 1915 (había nacido en 1910).

Dependiendo del lugar en el que se encuentre, tendrá un nombre y una personalidad diferentes. En Villavieja del Oro será Filomeno Frijomil (por parte de padre), descendiente de un cartero y señorito por encima de la media; en Portugal será Ademar de Alamcastre (por parte de su familia materna), nombre noble de origen inglés, proveniente de los Lancaster exiliados tras la Guerra de las Dos Rosas, y de gran reconocimiento, en parte por recuerdo de su bisabuelo materno.

Su propio nombre, además de suscitarle rechazo representa la dicotomía de su origen familiar. Frente al indeseado (y para él, ridículo) Filomeno impuesto por el padre (un intelectual gallego sin pedigrí), adopta en ocasiones, otro con connotaciones románticas, de nobleza y orígenes aristocráticos, el Ademar de la rama materna. Dualidad que también se extiende a dos propiedades diferenciadas, una a cada lado del Miño: una casa señorial en Villavieja, y un soberbio pazo en el lado portugués. Cada ámbito con su propia atmósfera: tradicional y aristocrática al sur; burguesa y más progresista al norte. Las dos vertientes presentan no obstante zonas comunes que convergen en el protagonista: la afición por las mujeres y cierta vocación literaria (mayormente poética).

AUTOR - PERSONAJE

Pues bien, la novela puede leerse como una autoficción (o como una contra-autobiografía, o como una novela ficcional autobiográfica) del propio autor. Pese a diferencias sustanciales (los usuales apuros económicos del escritor y su origen en absoluto señorial) su vida presenta ciertos paralelismos con la de Filomeno.

Ambos nacen en 1910: en el caso del personaje, la fecha se deduce de manera indirecta, cuando, refugiado en Portugal durante el segundo año de guerra en España, afirma tener veintisiete años. Los dos están en París en julio de 1936; donde, centrados en su mundo vitalista juvenil y ajenos a todo lo que no sean las clases en la Sorbona y los buenos libros, la guerra les cogerá por sorpresa.

Por último, la infancia del autor estuvo enriquecida por dos mundos: El Ferrol y Serantes, tan próximos que hoy éste forma parte del primero. Pero, en la segunda década del siglo XX, vivir en Serantes, según el autor, suponía tornar a una Edad Media tardía. Allí, en la casa de su abuela materna, descubre la literatura gracias al mundo femenino, a las lecturas colectivas en los obradores de costura y a las narraciones de hechos (más o menos fantásticos) de los caminantes y las mujeres de la familia. El Ferrol, por su parte, estaba relacionado con el mundo paterno, el de la autoridad y lo material. De la misma manera, el narrador de las memorias vive escindido entre dos realidades: la representada por la ficticia Villavieja, pequeña ciudad gallega (recreación de Ourense, como el novelista señaló en varias ocasiones), de donde es la familia de su padre, y el pazo miñoto (en la zona del río Miño), situado en un lugar no bien determinado del norte de Portugal (concretamente en el triángulo formado por Valença, Caminha y Viana do Castelo). Aquí, en la residencia de su abuela materna, nace el personaje al mundo femenino, a la sensibilidad y al cariño de Belinha, y a la literatura, pues tiene a su disposición una rica biblioteca en la que descubre y se enamora de la obra de Eça de Queirós y Antero de Quental.

MEMORIAS DE UN SEÑORITO DE PROVINCIAS (Que oculta un poeta reprimido)

Al tratarse de unas memorias, el narrador es protagonista en primera persona, y en este caso con un tratamiento del tiempo muy lineal, escritas antes de cumplir los cuarenta años, tiempo durante el cual ha visto un libro suyo publicado (por cierto, muy poco poético: «Crónicas de guerra», 1947), ha tenido varios amores que lo han marcado profundamente, ha aprendido varios idiomas, ha vivido en las principales capitales europeas y ha sobrevivido a la Guerra Civil española y a la Segunda Guerra Mundial.

Este protagonista es un personaje de compleja personalidad, incluso para él mismo, que no termina de ubicarse en ningún sitio, ni en ningún ambiente. De hecho, dice de sí mismo que es tímido e indeciso; que le acompañan el silencio y la soledad; que las cosas parece como si no le afectasen; que su destino es defraudar a todos; que piensa las cosas, hasta el último detalle y, luego, no las hace; en fin, que nunca había sabido a ciencia cierta quién era.

En efecto, portador, a la fuerza, de una dualidad reflejada en sus orígenes y marcada por sus nombres de pila y en el uso habitual de sus diferentes apellidos según la situación y el país en que se encuentra, él mismo llega creer que en su interior existen dos personalidades (cada una con un nombre aparejado), que en un momento dado una esconde a la otra y que él puede elegir en función de sus deseos o de la necesidad, hasta que, en el momento en que escribe sus memorias, llega a la conclusión de que  un hombre puede tener dos nombres, pero es el mismo hombre; una personalidad puede demostrarse o ejercitarse en distintos aspectos, pero es la misma personalidad.

El personaje responde al arquetipo del outsider, (alguien que observa un grupo desde fuera), perplejo ante un mundo que estalla sin entender muy bien por qué; y mientras los años van pasando, no se acaba de saber si está madurando o cómo está cambiando (si es que en algún momento lo hace). Pero, precisamente esa indefinición vital, ese carácter apocado, anodino y sin empaque lo convierte en personaje entrañable, bien construido psicológicamente.

Se deja arrastrar, casi sin voluntad propia, a merced de la historia, sin saber qué hacer ni qué pintar. Quizá porque Filomeno no sabe lo que busca, y tampoco le agobia su situación. Su naturaleza inteligente y reflexiva lo vuelve propenso al silencio y a la soledad, en parte por deseo propio, y en parte contra sus deseos, por la imposibilidad de conectar con la superficialidad de quienes le rodean. Su sensibilidad le vuelve proclive a la literatura, más que a la ciencia, la filosofía o las finanzas; y a la persecución de un amor más profundo que el que los otros persiguen a su alrededor. La incomprensión de los demás es una constante en su vida, parece haber nacido en una esfera ajena al resto, sin sentir el menor interés por los asuntos políticos y sociales de la época. Conforme la obra avanza y el personaje cumple años, esto va cambiando ligeramente, pero nunca termina de hacerlo del todo...

Y, sin embargo, o precisamente por eso, pese a todo, se convierte en un lúcido cronista de una época, con una mirada distante y equidistante, que analiza y describe, aunque nunca (o casi nunca) toma partido. O, al menos, no lo hace de forma abierta; porque, en el fondo, escudriñando en esa escritura entre líneas (que tan bien dominaba Torrente Ballester), puede verse que sí opina.

IMPORTANCIA DE LOS SECUNDARIOS

La fuerza de la novela radica, también, en toda esa galería de personajes secundarios y episódicos que se cruzan en su camino, aunque ninguno de ellos sea relevante, ni permanezca mucho tiempo a su lado. En primer lugar, están las mujeres que pueblan su vida y sobre las que se estructura el eje argumental: inicia su itinerario amoroso con la tierna Belinha, continuará con la entretenida Florita y la intrascendente Marilú, hasta encontrarse con la inspiradora Úrsula y luego con la extravagante Clelia. Y finalmente, María de Fátima, una brasileña con la que al final tampoco llega a asentarse.

Sus pocos amigos también ocupan un papel importante, empezando por sus mentores innominados (nunca se citan sus nombres), pues aparecen como la miss y el maestro, pareja con la que siempre podrá contar. Pero también los compañeros de estudios. El irritante Sotero Montes Ladeira con sus aires de superioridad y su evolución académica y política. El entrañable Benito Armendáriz compañero de la universidad y poeta, quien le introduce en el Madrid de la cultura.

Junto a ellos, pulula toda una galería de personajes episódicos con una caracterización y consistencia muy logradas. Entre todos ellos destacan el mayor Thompson viejo militar retirado y exmiembro de Parlamento y su peculiar club; el dicharachero señor Magalhaes (superior de Filomeno en su corresponsalía periodística de París), ferviente defensor del nazismo y anticomunista acérrimo; La Flora, antigua prostituta, y regente del prostíbulo de Villavieja, personaje entrañable y desencadenante de uno de los episodios clave del libro; doña Eulalia Sobrado, cuarentona de buen ver que desempeña (como sustituta) una cátedra provisional de literatura, quien desde el bando vencedor intenta dirigir la vida cultural de Villavieja, secundada por don Braulio, canónigo elegante que actúa como su consejero y director espiritual, y que manda desde la sombra (tenía al obispo en un puño); don Braulio, don Justo, don "Federico", Romualdo Estévez, don Pedro Pereira, el comandante Alzaga, Emilio Roca, Briseida…  en fin, toda una profusión de personajes que hacen más amena e interesante la historia de Filomeno/Ademar.

TELÓN DE FONDO, LA HISTORIA

La novela recrea la primera mitad del siglo XX, desde el inicio de los años veinte (el período de entreguerras) hasta la España de posguerra, en los años cincuenta (inicios de la Dictadura Franquista). La novela, rica en detalles, transmite con desigual fortuna el ambiente cultural-intelectual (las vanguardias, el choque entre la corriente tradicional y la modernizadora, la influencia de las doctrinas de Freud…), social (la prostitución, las tensiones laborales entre obreros y patronos, la truhanería de Madrid…) y político (el auge del fascismo, el choque de totalitarismos, el hundimiento de la República española, el régimen franquista...).

El narrador relata su vida en el pazo miñoto y en la casa señorial de Villavieja, su recorrido durante los años veinte con la mirada de un niño económicamente privilegiado, pero afectivamente desamparado. Tras estudiar Derecho en Madrid, trabajar en un banco de Londres y ser corresponsal de un periódico portugués en París, acaba volviendo a su Galicia natal. En el curso de ese itinerario, mientras Europa se va crispando crecientemente, Filomeno tiene experiencias de toda índole que no parecen afectarle.

Algunos episodios se desarrollan poco antes y durante los primeros compases de la Segunda Guerra mundial conformando una crónica del momento, narrada desde el punto de vista de un observador perplejo ante un mundo que se desbarata sin entender muy bien por qué.

Sin duda un acierto de la novela reside en el engarce de las peripecias del protagonista con el marco histórico europeo en el que se desenrollan, mediante el contraste entre la indiferencia abúlica de Filomeno y el contexto de vehemencia política de Europa.

FORMA QUE CONFORMA

Si la calidad de una novela pasa más por la forma en que se narran las historias que por la historia en sí, la prosa de Torrente, rica, teñida de ironía, fluyendo con naturalidad, asegura una lectura placentera

En efecto, el auténtico valor de la novela reside en el uso del lenguaje y en la construcción narrativa: la narración (modulada con sencillez e ironía) fluye con un ritmo suave, más bien demorado, al servicio de un logrado equilibrio entre acción y reflexión. Destaca por unas descripciones brillantes (capaces de trasladar a los escenarios de la novela.), unos personajes muy creíbles y una gran riqueza lingüística (con un léxico rico y culto, que nunca resulta incómodo y que propicia una lectura fluida y fácil).

Llama la atención el uso de algunos galleguismos y portuguesismos, siempre respondiendo a un fin expresivo y motivados por la inexistencia de términos equivalentes o por la carencia de los mismos matices semánticos en castellano. Caso del adjetivo octorona (mestiza que tiene un octavo de sangre negra): era una adolescente octorona; o de los verbos aturuxar (grito gutural y muy sonoro, de carácter tradicional y unido a ciertas fiestas y ritos gallegos): La guerra terminó, por fin, y aunque no aturuxó, a la miss se le notaba que habían ganado los suyos; y bruar (sonido que hace el viento en la copa de los árboles cuando sopla con fuerza): mientras fuera el viento bruaba en los grandes eucaliptos.

Por otra parte, llama también la atención el empleo de tiempos y modos verbales característico del autor (y de muchos hablantes gallegos): utiliza el pretérito imperfecto de subjuntivo en lugar del pretérito pluscuamperfecto de indicativo, lo cual choca al oído: Por fortuna la muchacha hindú no nos había entendido, porque Sotero volviera [por había vuelto] al español.

Cada capítulo constituye un bloque, casi no hay puntos y aparte y los párrafos son extensos; sin embargo, lejos de resultar muy denso, se lee de forma amena, ya que, aunque el relato, moroso y tranquilo, se instala en una especie de costumbrismo mordaz (muy gallego), está tan bien contado y los personajes tan delicadamente caracterizados que se lee con gusto.

Entre el conjunto de recuerdos, vivencias, memorias y emociones de Filomeno o, destacan algunos momentos deslumbrantes, como la estupenda caracterización de Mr. Thompson, el viejo militar inglés, refugiado en sus pequeñas extravagancias y en el confort de su exclusivo club londinense; la conmovedora historia de Ursula, en la que el terror no proviene de una mente criminal sino de un bucle de enajenación y sufrimiento; la carta de Sotero, que define al personaje contrastándolo con la mirada del narrador; la vaciedad crudamente retratada en la fiesta en casa del señor Magalhaes y la posterior asistencia a La Rotonde (reflejo del París canaille); y, sobre todo, las cinco páginas dedicadas al entierro, auténtica pieza antológica de la novela.

POR PONER ALGUNA PEGA

Novela canónica de formación donde un narrador va llevando con él al lector por Madrid, Londres y París, y vuelta al terruño familiar, como estudiante o desempeñando distintos oficios, pero siempre con algún personaje femenino que atrae la atención; lo cual, al principio, se sigue con interés, pero después, sin menoscabo de su valor, se le podrían objetar algunos aspectos. Así, desde la mitad más o menos, el lector empieza a preguntarse qué es lo que pretende contar el autor con esa sucesión de aventuras amorosas. De hecho, este itinerario podría constituir una serie de relatos independientes y autoconclusivos, con la mínima hilazón de compartir un único protagonista.

Lo cierto es que la novela arranca muy bien, pero a partir del inicio del itinerario romántico del protagonista el argumento resulta, a veces, un tanto vacío. Quizá porque las mujeres resulten arquetípicas, quizá por la falta de definición de la historia.

Igualmente, se le puede achacar cierta superficialidad en el despliegue histórico de fondo y en la vivencia de los momentos especialmente críticos de las ciudades en que el protagonista recala.

Llama, asimismo, la atención ese breve Capítulo cinco (35 páginas) que bajo el acertado título de «Largo interregno contado algo de prisa» rompe la linealidad de la historia y parece un texto escrito aparte de la novela e integrado (aprovechado, tal vez) en ella con la justificación del funcionamiento errático y anacrónico de la memoria, pero que no acaba de integrarse con naturalidad en la obra.

En el último tramo, con la vuelta a los orígenes y ubicada la historia en la postguerra española, el autor introduce una invectiva a las fuerzas vivas del franquismo centrada no en la crítica social o política, sino mediante una visión mordaz del círculo caciquil en que los vencedores han instalado a sus peones más ineptos y deshonestos. Visión que llama la atención en 1988, por cuanto a Gonzalo Torrente Ballester se le ha caracterizado casi siempre como circunstancial (no ideológico) intelectual falangista, pues, de hecho, en 1962 defendió una huelga de mineros que le costó algún que otro privilegio.

Por otra parte, en el tramo final (en el que la novela vuelve a resurgir), Filomeno, hasta entonces más o menos anclado en su constante indefinición, parece experimentar, en actitud y discurso, una transformación (que no maduración) imprevista y no explicada, que resulta poco convincente.

Sea como fuere, no se le puede negar a la novela una gran sutileza literaria, una auténtica maestría narrativa, un encomiable relativismo ideológico perspectivista y la abundancia de pasajes inspirados por la contemplación estética y la ternura… En fin, una lectura ágil y entretenida, que no es poco.


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