«NO TENGO MIEDO»
Niccolò Ammaniti (2001)
DE JOVEN CANÍBAL A AUTOR LAUREADO
Niccolò Ammaniti (Roma, 1966) publica su primer libro Branchie! en 1994 a partir de una idea que tuvo para su tesis universitaria. Su participación en Juventud caníbal. Antología de horror extremo (1998) con un relato (Le favole cambiano, 1996) determinó que la crítica de su país le integrase en la generación italiana conocida como «los caníbales». En efecto, esta antología marcó, con la etiqueta de generación caníbal, a una serie de autores que, aunque variaban en edad desde los veinte a los cuarenta años, escribían influidos por el cine (Quentin Tarantino y el giallo italiano de los sesenta-setenta con sus asesinatos brutales, explotación sexual...) y la literatura de terror (el splatterpunk: ficción de horror de los ochenta con representación gráfica de la violencia, a menudo gore) y convirtieron la casquería en fenómeno editorial. Textos saturados de violencia, drogas y sexo, narrados llanamente como experiencias cotidianas y exacerbadas, sin justificaciones sociológicas, ni trasfondos psicológicos, donde las efusiones de sangre, semen, babas y demás fluidos constutiyen un elemento distintivo.
No obstante, la fama le llegaría con NO TENGO MIEDO (2001) por el obtuvo el Premio Viareggio (siendo el autor más joven en recibirlo) y el reconocimiento definitivo de su carrera lo obtendría con Como Dios manda (2016), novela gracias a la cual recibió el galardón literario más importante de Italia, el Premio Strega.
DOBLE RIESGO
No tengo miedo refleja el lado más oscuro de la sociedad italiana y de quienes la constituyen, desde los más poderosos a los más humildes (pero no menos perversos). Aquí se sirve de un niño de nueve años para contar en primera persona un suceso atroz a través de sus ojos, que, si comienzan siendo infantiles, finalizan asumiendo una mirada prematuramente adulta.
«No tengo miedo. Me llamo Michele, tengo nueve años y no tengo
miedo»
El autor asume con esta obra un
doble riesgo en sus elecciones
narrativas: el uso de un narrador subjetivo y la introducción del humor en una
trama especialmente siniestra. Siempre es un riesgo narrar en primera persona desde la perspectiva de un niño, pero Ammaniti obtiene, con ese espinoso
desafío de asumir la mirada de un niño, un rotundo éxito narrativo. A pesar de estar escrito en un
momento en que el narrador ya es adulto, refleja muy bien la mirada
ingenua, la forma en que encuentra
respuestas
También supone un riesgo introducir el humor en situaciones espeluznantes, pues a poco que se desequilibre la exposición se corre el
riesgo de restar gravedad a situaciones atroces. Pero es un reto que ha valido la pena ya
que se utiliza de forma coherente con una voz infantil que trata de conferir
sentido a lo que ocurre a su alrededor.
CRÓNICAS DE UN PUEBLO
La ambientación ha sido muy bien elegida. Una minúscula aldea del
sur de Italia, perdido en la nada en un verano especialmente sofocante y una
monótona panorámica de interminable de campos de trigo. Toda esa austeridad y pobreza del entorno confiere mayor riqueza
y profundidad a la historia.
En efecto, la trama se desarrolla en Acqua Treverse, aldea ficticia, pero fácilmente reconocible: un puñado de casas
desperdigadas por una calle sin pavimentar. Estamos en el (maldito) verano de 1978, el más cálido del siglo
XX según el narrador que rememora sus días de infancia.
«(…).
Se veía también, diminuta, la aldea donde vivíamos, Acqua
Treverse: cuatro casas y un caserío, perdidos entre el trigo.
Lucignano, el pueblo vecino, estaba oculto por la niebla. (…).»
En ese contexto, seis niños juegan y exploran
el campo; Michele Amitrano describe estos juegos, las relaciones con sus
compañeros, las vivencias del día a día de unas vacaciones en su aldea. Hasta
aquí, parece una novela
descriptiva, de experiencia, tal
vez de iniciación (rito de paso). Pero, una
tarde, cumpliendo uno de los tantos retos impuestos por el Calavera (el matón del grupo), Michele entra a una casa abandonada
y semiderruida en la punta de una colina y, para su sorpresa, encuentra lo que
en su fantasía cree que puede ser un gran tesoro…
Sin embargo, ahí, con el descubrimiento de un terrible secreto,
se inicia su progresivo descenso a la oscuridad y al final de su infancia, ya irrecuperable. ¿Qué está pasando? No lo sabe, pero está
seguro de que no puede contar su hallazgo. Michele
mantendrá su secreto, pero en los pueblos pequeños, al poco tiempo todos están
enterados, pues de una forma u otra están involucrados todos los adultos. Esta causa común en algo tan oscuro resulta perturbadora, porque está integrado de forma natural a la
vida de todos; no tienen problema en comer en familia, con la radio puesta,
sabiendo lo que hay. No hablan de ello, lo silencian, pero saben que, si todo
sale bien, habrá dinero para una vida mejor.
COTIDIANA SORDIDEZ ALDEANA
Resulta especialmente
interesante, el contraste y la
mezcla
de la sencillez, lo rutinario y la aparente tranquilidad de una aldeíta
italiana con esa incógnita compleja que se urde detrás de la apacible
población, ya que lo que se trama es no solo conocido, sino además maquinado
por sus escasos habitantes.
Retrato de la crueldad y la miseria más
profunda del ser humano (la procedente del miedo, la codicia o el rencor), trufado de un humor feroz y amargo que no incita precisamente a la risa (que, desde luego, no es
su objetivo). Hay que echarle valor para conferir a
una historia tan dura ese tono paródico, pero cuando se hace bien (y Ammaniti ha sabido
hacerlo) el resultado es más sugerente que la crónica
realista.
También refleja la inocencia de los niños incapaces de comprender
la insensibilidad de los adultos y la crueldad de sus actos: contrasta la
codicia, la ambición del dinero por encima de todo con la sencillez de una
modesta aldea en la que se vive del campo y del ganado. La magistral combinación de juegos infantiles con el desarrollo pausado pero irrevocable de esa tragedia supuestamente ajena al
mundo de los niños (cuando en realidad nunca lo es), sin recurrir a los tradicionales artificios (cercanos a la cursilería) en las novelas protagonizadas por
niños. Se trata de una inocencia auténtica (y, por tanto, frágil) y no un recurso para ocultar hilos de la
trama.
Así, realidad y fantasía se confunden; lo
que queda al descubierto, por ejemplo, con su hipótesis para explicar la razón
de por qué ese niño está en esas condiciones: se trata de su hermano loco
furioso, que al momento de tomar leche por primera vez rompió el pezón a su
madre y entonces le exigió a su esposo que se llevara lejos al engendro
infernal y lo matara. Pero le mintió, nunca lo hizo…
Destacable, igualmente, es la presentación del tenue paralelismo entre los
equilibrios de poder de la pandilla y los del mundo adulto, justificados habitualmente en condiciones absurdas semejantes.
Los líderes adultos apenas se diferencian de los fanfarrones que someten a las
pandillas de chavales.
NOVELA DE TERROR (Cotidiano)
Esta novela puede
consignarse en el género de
terror,
no por la irrupción de lo sobrenatural, sino por la dureza de la historia y la crudeza de las descripciones. Tal catalogación
procede por el repertorio de esferas de desasosiego, por una parte, y por la extremosidad de hechos que pueden no ser
normales, pero que son metáforas o símiles de otros que lo son, por otra. En
este caso, se presenta la contradicción
intrínseca
que constituye tener unos padres delincuentes o crueles, no con el
protagonista, pero sí para otros. Padres a quienes se debe rechazar moralmente,
pero a los que es imposible (como hijo) dejar de amar. Paradoja que no se resuelve con una elección
moral y que presenta una indeterminación casi irresoluble, desencadenante de
una tremenda presión psicológica.
El campo de la analogía, auténtica trastienda de esta novela, es quizá uno de sus valores más
destacados. La literatura, en general, y el género, en particular, opera
exponiendo un determinado discurso, pero en realidad casi siempre adquiere
mayor alcance: aunque aparentemente esta contradicción entre el apego a las
personas y el aborrecimiento de sus acciones pueda tener fácil resolución en el
caso que presenta la novela, a poco que reflexionemos y profundicemos en nuestras
suposiciones pueden no ser tan concluyentes. Sobre todo, si abordamos otras analogías que puede sugerir esta situación: los hijos de
terroristas, de traficantes, de delincuentes o de maltratadores.
Sea como fuere, el libro
sigue la tradición que ha persistido en el
género: presenta un escenario
de normalidad, verista, descriptivo, para, a partir de ahí, pasar a una situación que lo pervierte, tensándolo y transformándolo en siniestro. Tal proceso se articula con maestría, por lo que no llama
la atención que la contraportada se refiera a Las Aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, a las Fábulas Italianas de Italo Calvino, o al maestro del terror británico, Clive
Barker.
NOS RODEAN MONSTRUOS
Novela bien escrita, con un tema interesante, una buena
caracterización de los personajes, una adecuada ambientación, un trepidante desarrollo narrativo y un sugestivo toque de
sencillez, que lleva al lector a pasar por todos los estados de ánimo desde la
alegría a la tristeza más absoluta, desde la rabia a la esperanza… Sobre todo, la ternura, personificada por el propio Michele y, sobre todo, por las breves y tiernas
apariciones de su hermana María.
En efecto, una narración fluida y sencilla (que se
adapta bien a las exigencias del suspense), así como unas descripciones rápidas y
efectivas logran un
ritmo trepidante. Notable es también la
forma en que se describe la naturaleza, como si fuera una presencia
viva.
Quizá su único punto débil sea un final velado y suspensivo, aunque de ningún modo
empaña el resto, esa novela con una gran carga psicológica, de gran tensión,
bien estructurada y narrada, que incita a la reflexión.
Aunque la novela es un descenso gradual a la
oscuridad, a esa zona en la que se acaba el lenguaje y solo hay espacio para el
horror, el hecho de que la historia sea narrada por Michele, deja (a través de él) al lector algo de esperanza…
aunque no mucha: «De
pequeño soñaba siempre con monstruos. Y también ahora, de mayor, me ocurre a
veces, aunque ya no sé cómo librarme de ellos».
Los monstruos de los adultos viven entre nosotros y no es fácil
distinguirlos. Y, sobre todo, sabemos que no se desvanecerán al encender la
luz; sólo podemos mantenerlos a raya con un poco de humor.
HISTORIA DE PELÍCULA
Se ha comparado
con El niño del pijama de rayas (2006)
de John Boyne (especialmente en el final), pues ambas novelas siguen el
mismo hilo narrativo, jugando con la ingenuidad de los niños y la situación que les rodea, completamente
contradictoria a su amistad. Ambas historias hacen reflexionar sobre la visión
del mundo tan ingenua de un niño y sobre los valores que los adultos deberían imitar.
Pero
guardan notables diferencias. Para
empezar, el lenguaje resulta más
infantil en la novela de Boyne, mientras que
en la de Ammaniti está más cuidado. Por otro
lado, la novela del escritor irlandés está ambientada
en la Alemania nazi y su protagonista viene de una familia rica, mientras que la historia de Ammaniti se desarrolla en un entorno rural de la Italia de finales de los setenta
y uno de los temas centrales del libro es la
mafia (en ningún momento se menciona esta palabra, pero las acciones
que llevan a cabo los adultos la evocan). En esta novela se ven retratadas
fielmente esas acciones sin los escrúpulos y que utilizan la violencia para
conseguir su objetivo: «el fin justifica los medios» refleja fielmente el mundo
de los adultos.
Así
como El niño del pijama de rayas
fue llevada al cine en 2008 por Mark Herman, con guion del propio
director y Boyne, Gabriele Salvatores rodó en 2002 en los campos de grano de la
Toscana la adaptación del
libro (Io non ho paura), con guion del
propio Ammaniti.

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