lunes, 27 de mayo de 2024

LA SEQUÍA

 «LA SEQUÍA»
J. G. Ballard (1965)

«Parece que tuviéramos el poder de cambiar todo lo que tocamos en arena y polvo. Hemos sembrado el mar con su propia sal»


EL NIÑO DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN

Pocos autores han asolado y destruido nuestro mundo tantas veces y de forma tan variada (catástrofes globales o cotidianas mediante) como James Graham Ballard.

Nacido en Shangai (China) en 1930 de padres ingleses, pasó dos años en un campo de concentración japonés, período que relata en su obra (autobiográfica) El imperio del sol (1984), que Steven Spielberg llevaría a la pantalla en la película del mismo título (1987), protagonizada por un jovencísimo Christian Bale. En 1946, finalizada la II Guerra Mundial, su familia se traslada a Gran Bretaña y él inicia en la Universidad de Cambridge estudios de medicina, que no llegaría a completar. Tras desempeñar algunos trabajos y pasar seis años como piloto en la RAF de Canadá, finalmente se dedica con bastante éxito, por cierto, a escribir hasta su fallecimiento, a causa de un cáncer de próstata, en Londres en 2009.

Su fama como escritor se debe, además de a la adaptación cinematográfica de la obra citada, a su ciclo de novelas apocalípticas (calificadas como distopías de ciencia ficción): El mundo sumergido (1962), El viento de ninguna parte (1962), LA SEQUÍA (1965), El mundo de cristal (1966), Crash (1973), La isla de cemento (1974), e incluso Rascacielos (1975).

Personalmente, me confieso poco entusiasta de este ciclo de su obra, pues considero que sus novelas-idea se quedan en eso; simples ideas más o menos brillantes cuyo desarrollo narrativo suele dejar bastante que desear. Un tipo de novela, al que, por otra parte, un amplio grupo de escritores británicos se ha mostrado frecuentemente inclinado, pero que para el lector español suele constituir una auténtica pesadez, casi siempre difícilmente soportable.

UNA CRÓNICA DE NUESTRO MUNDO

LA SEQUÍA no es un caso tan acusado. En ella se describe un mundo en el que la desaparición del agua perturba el tiempo, el espacio y el sentido de la propia identidad, despojada de asociaciones, apoyos y puntos de referencia. Reconozco la atracción de este extraño libro que contiene escenarios, desastres y fantasmagorías notables y que constituye una lucida exposición de la fragilidad de las convenciones sociales.

Novela esencialmente descriptiva, su finalidad es la creación de una atmósfera, de un estado de ánimo en el que los paisajes, las situaciones y, sobre todo, los personajes van apareciendo en función de su progresivo enrarecimiento. Describe con habilidad la intranquilidad y el descontento, la emigración y la lucha por el agua, la estructura de las sociedades supervivientes y cerradas con las imágenes más sombrías y terroríficas que sobre las agresiones y perversiones de la civilización se han escrito. Imágenes que resultan todavía más dramáticas hoy, cuando, más de sesenta años después de su publicación, tal panorama, más que una distopía, es casi una descripción de la realidad, pues nuestro mundo se parece cada vez más al de la novela, lo cual la hace todavía más sobrecogedora.

EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ

Aunque en principio pueda catalogarse como una novela de ciencia ficción, trasciende los presupuestos y estilemas clásicos del género. La idea matriz argumental no nos es, desde luego, precisamente ajena en estos años de sequía galopante, incendios devastadores y olas de calor superpuestas que están dejando nuestro país (así como otros muchos) en un estado calamitoso.

Ballard aporta como explicación (verosímil) a su sequía que los vertidos tóxicos al mar acaban generando una fina pero muy resistente película sobre el agua que impide su evaporización. Partiendo de esa premisa que genera una sequía generalizada, desarrolla una sombría hipótesis sobre sus posibles consecuencias de prolongarse tan funesta situación durante diez años consecutivos. En este sentido, la descripción de los campamentos improvisados que cercan las playas, protegidas por el ejército, constituye un episodio especialmente relevante. en un par de páginas se plasma la radical transformación de los hábitos sociales cuando se pone bruscamente en cuestión todo el entramado social; todos desconfían de todos, todos ven a los demás como enemigos.

A un eje narrativo tan distópico se añaden otras circunstancias argumentales (fatalmente reconocibles en nuestro mundo): pájaros y peces muertos; detritos industrial; paisaje como metáfora anímica; salvajismo en las entrañas de la civilización; coches sepultados y barcos varados en la arena…

En la contundencia de las descripciones está lo mejor de esta novela. Un escenario de lagos y ríos desecados. Enormes extensiones de salinas que cada día separan más la costa de la playa, donde cascos de todo tipo de embarcaciones se pudren bajo un sol inclemente. Desiertos plagados de dunas, donde se ocultan los vestigios de carreteras y vías férreas atestadas de coches y trenes reducidos al armazón. Puentes absurdos, puesto que hace tiempo han dejado de tener razón de ser. Ruinas de ciudades consumidas por el fuego o sepultadas en arena…

PERSONAJES EN EL DESIERTO

La trama se centra en las consecuencias de la sequía sobre las condiciones de vida de los habitantes de Hamilton, un pueblecito a orillas de un lago que no tarda en secarse. El gobierno, ante la carencia de agua potable, determina evacuar las ciudades y dirigir a la población hacia la costa, donde se construyen plantas desalinizadoras. En estos escenarios un puñado de personajes (no parecen necesarios más) se mueven sin rumbo y casi sin identidad, personificando una gradual regresión a la barbarie.

El doctor Charles Ramson (médico sin pacientes, que, tras la clausura del hospital en que trabajaba, llega a confiar en la astrología y la adivinación) irá perdiendo progresivamente su componente racional, para convertirse en un mero superviviente. Quilter (el hijo idiota de la Sra. Quilter), su contrapunto, nunca ha sido completamente racional y, sin embargo, nunca ha dejado de ser un superviviente. Como el joven Philip Jordan, cuya autonomía en el mundo acuático del lago se ve rota al tener que afrontar ese nuevo mundo marcado por la sequía. Richard y Melinda Lomax, los hermanos aristocráticos y esnobs, que permanecen inamovibles en la ciudad, junto a Quilter, a quien empiezan utilizando para terminar supeditándose a él (en el caso de Melinda hasta el extremo de convertirse en la madre de sus tres hijos deformes). Catherine Austen, quien termina domando leones, látigo en mano, entre las dunas del ubicuo desierto, tras su azaroso derrotero desde el puesto de encargada de un zoológico, pasando por la práctica de la nigromancia y la adivinación. Y, por supuesto, no podían faltar esos personajes visionarios y fanáticos que pueblan todas las obras de Ballard: el capitán Jonas a la búsqueda de un supuesto mar que solo existe en su imaginación; y el reverendo Johnstone, que parece salido de una novela del Oeste, con una Biblia en una mano y un revolver en la otra (una versión más de la furia y la palabra).

"MEJORO "SE DEJA LEER"

He dicho al comienzo que esta novela difiere del resto de las distopías apocalípticas de Ballard, pero no está exenta de los estilemas (rasgos constantes) del autor. Los personajes son poco más que maniquíes encargados de exhibir las ideas del autor: sus acciones no llegan a estar realmente motivadas, ni a integrarse en un hilo argumental creíble. Así, por ejemplo, Rasom tras el cierre del hospital, ya no tiene nada que hacer en su casa, pero se resiste a marchar de Hamilton; lo cual no se entiende, a no ser que tal renuencia se justifique por la descripción de una ciudad vacía, por la que deambula gente cada vez más desesperada: no hay hilo argumental que aclare al lector por qué decide quedarse más tiempo en la ciudad abandonada (o, después, por qué decide abandonar repentinamente la comunidad de la costa). Como los demás personajes, responde más a las apreciaciones del narrador que a un auténtico desarrollo existencial como personaje: así nunca se aclara por qué siente temor ante Quilter o cariño por Jordan. Se dice, pero no se plasma en la trama. Tal vez por ello, por esa falta de identidad, sean personajes con los que es casi imposible empatizar.

En cuanto a las situaciones, ocurre algo parecido. Ballard expresa lo que quiere decir a través del narrador, pero no consigue desarrollarlo en la trama. Así, expresa aquí y allá cómo en una situación extrema y sin esperanza la gente tiende a perder su identidad, idea ciertamente interesante que no acaba de plasmarse en la narración.

En fin, la sensación general es que el autor pretende transmitir sus tesis sobre la identidad personal y los vínculos sociales, pero no logra dotarlas de un auténtico cuerpo narrativo. Como se ha dicho tantas veces, las historias hay que saber contarlas y Ballard no fue nunca un gran narrador.

No obstante, en sus casi trescientas páginas (repartidas en cuarenta y dos capítulos agrupados en tres partes) nos transmite, casi físicamente, el agobio de la sequía y la ansiedad por el agua (eso sí, mediante la descripción). Toda una llamada de atención para el lector actual:

«No hay ninguna costa. Sólo hay aquí, mejor que vaya acostumbrándose».

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