«LOS AÑOS»
Annie Ernaux (2008)
«Salvar algo del tiempo en el que
ya no estaremos nunca más.»
UNA AUTORA MILITANTE
Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) es una autora que
no siempre ha despertado la unanimidad, es más, en muchos momentos de su vida,
incluido el de la recepción del Premio Nobel de Literatura en 2022,
concitó ciertas polémicas. Efectivamente, si el Nobel se le concede por el
coraje y la agudeza clínica con que su escritura desvela las raíces,
los extrañamientos y los frenos colectivos de la memoria; si ella misma en
su discurso ante la Academia Sueca reconoce que su objetivo siempre ha
sido inscribir mi voz de mujer y de tránsfuga social en lo que se presenta
siempre como un lugar de emancipación, la literatura y
promete seguir el combate contra las injusticias; lo cierto es que
ha recibido críticas tanto por su compromiso político, como por la calidad de
su escritura.
Escritora de lo íntimo,
donde lo personal y doméstico se combina con conflictos o asuntos de clase, es
innegable que hay compromiso político en sus libros, en los que subyacen sus
posicionamientos. Así pues, se le cuestiona su militancia
de extrema izquierda: su apoyo a Jean-Luc
Melenchon, sumándose al parlamento de
la Unión Popular, que reunió personalidades del mundo asociativo, sindical
e intelectual en favor de la candidatura a la elección presidencial de 2022 del
líder de extrema-izquierda de Los Insumisos, y acérrimo defensor del
régimen venezolano de Nicolás Maduro. Otro reproche que se le hace es su
posición anti-israelí:
la firma de una petición, en mayo de 2018, a
favor del boicot de la
temporada cultural Francia-Israel por servir de escaparate a Israel en menoscabo
del pueblo palestino; y, su apoyo, un año más tarde, al boicot a la celebración del Festival de Eurovisión 2019 en Israel; o el hecho de postularse asimismo a
favor del velo islámico…
Críticas que no se circunscriben únicamente a lo político, pues parte de
la crítica considera su literatura de segunda, debido sobre todo a su reiteración temática y a su estilo unívoco y repetitivo. En
este sentido, una crítica frecuentemente citada, es la de Abnousse Shalmani (popular
editorialista de TF1, la principal cadena privada de televisión francesa), quien
llegó a afirmar en horario de máxima audiencia que para ella la escritura de Ernaux no era literatura, sino «ocuparse
de la olla a presión», haciendo referencia a la escena de la olla a presión
de La mujer helada (los dos protagonistas están estudiando y cuando suena la olla, la
que se levanta es ella y no él); tras reconocer haberse esforzado durante años
con su obra, que le parecía una radiografía de una época, la reiteración de
lugares comunes, el uso de una simbología ramplona («la olla a presión») y el aburrimiento de ese siempre
lo mismo, le ha hecho desistir y echar de menos el que Philippe Roth
o Salman Rushdie no hayan recibido el Nobel que merecían mucho más que ella.
AUTOBIOGRAFÍA COLECTIVA
Ernaux es reacia a llamar a sus libros novelas,
pues más que novelas, sus libros, sus
obras, nacen de ella misma (de su memoria, de sus recuerdos, de su pasado):
escenas que van se van hilvanando a medida que avanza la escritura. Así, LOS
AÑOS es el relato autobiográfico de una época, la
transcurrida entre 1941
y 2006. Pues bien, si su literatura se caracteriza
por basarse en su propia biografía,
aquí, fiel a su estilo, parte de momentos
puntuales para dirigir la narración hacia un sitio u otro, tal como
ya lo había hecho en Memoria de chica
(hacia la adolescencia), en La mujer helada (hacia la madurez) o en No he
salido de mi noche (hacia la enfermedad
de su madre y cómo le afectó). No obstante, esta obra es sutilmente
distinta pues restringe su parte más crítica para analizar su vida y la de la
sociedad europea desde los años cuarenta.
La novela comienza recordándonos que Todas las imágenes desaparecerán. Frase a la que sucede toda una plétora de imágenes y recuerdos, que la escritora rememora consciente de que un día dejará de recordar y desparecerán, sumándose a todas las imágenes que la memoria desecha y retira de la consciencia. La razón, pues, que justifica la obra es la pretensión de salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca más.
(…), ella lo que quería es salvarlo todo en su libro, lo que ha
existido alrededor suyo, continuamente, salvar su
ʺcircunstanciaʺ.
A través de una serie de quince imágenes
(trece fotos, una película de super 8 y una cinta de vídeo de 30, minutos) que
le evocan recuerdos, combina historia personal con la historia social y
política de la época. Es su vida, pero también pretende ser la historia de una generación: aspira a recoger la memoria colectiva. Para Ernaux, todas esas imágenes además
de jalones de su vida, lo son también de unos acontecimientos y
movimientos sociales que marcaron a su generación.
(…). Querría unir esas múltiples imágenes de ella, separadas, desajustadas, mediante el hilo de un relato, el de su existencia, desde su nacimiento durante la Segunda Guerra Mundial. hasta hoy. Una existencia singular pero fundida también en el movimiento de una generación. En el momento de empezar se enfrenta a los mismos problemas de siempre: cómo representar a la vez el paso del tiempo histórico, el cambio de las cosas, de las ideas, de las costumbres y lo íntimo de esa mujer, cómo hacer coincidir el fresco de cuarenta y cinco años y la búsqueda de un yo fuera de la Historia., (…). Su preocupación principal es la elección entre «yo» y «ella». (…).
14 IMÁGENES (+1:) 1937. Hermana mayor fallecida)
Fotos | B/N (8) | 1941. Bebé. 1944. Cuatro años. 1949. Playa, bañador (pose). 1955. Con otra chica: gafas. 1957. Sonriente, alta, pose provocativa. 1958-59. Instituto. Grupo (26/3 filas): 2º de pie, gafas y aire serio. 1963. Residencia universitaria. 3 chicas/os. La más mujer, sin gafas. 1967. Con su hijito, amplia sonrisa. Hecha por su marido. |
Color (4) | 1980. España. Ella , su marido y su hijo 1992. Invernal, con gata en brazos en jardín con maleza. 1999. Playa, 4: 2 y 2: ella sus hijos y la novia del mayor. 2006. Con su nieta. |
Película Super 8 1972-73. Vida familiar. Casa, tras comprar y recoger a los niños.
Cinta Vídeo 1985. Clase de alumnos de 16 años
IMÁGENES DESDE
EL FILO (Infancia y Juventud)
En orden cronológico, el
libro parte del inicio de su infancia, en la década de los cuarenta: época marcada
por la Segunda Guerra Mundial, viviéndola en
directo y, tras su final, ocupando el día a día. Rememora sus años de escuela,
aprendiendo el idioma a través de las reglas
de la gramática del francés académico, distinto al de casa:
Como toda lengua, esa también
jerarquizaba, estigmatizaba, a los vagos, a las mujeres casquivanas, a los
«sátiros» y los malvados, a los niños malcriados, alababa a las personas
«capaces», a las chicas formales, rendía pleitesía a autoridades y notables del
lugar, amonestaba "ya te enseñará la vida".
Este retrato (quizá el mejor del libro) de un pasado añorado (la infancia normalmente lo es),
aunque difícil (rigorismo escolar, carencias económicas…), plasma la calidez del
hogar, de la infancia (que exprime cada día ignorando el futuro y viviendo como
naturales los cambios que se iban produciendo). Desde esa niñez revisa los
avances sociales y el inicio de un progreso que prometía el bienestar, la salud,
la mejora inmobiliaria... Un horizonte marcado por la fórmica, los antibióticos,
el plástico, las indemnizaciones de la seguridad social…
Evoca, a continuación, la adolescencia, sacudida por un sexo y un deseo
que la sociedad condenaba y coartaba (Ir a la ciudad, masturbarse y esperar,
resumen posible de una adolescencia en provincias.); delimitada por el servicio militar, que marcaba el cambio físico
y social para los jóvenes, el paso de niño a hombre. Luego, la juventud, que determina la sociedad mediante
el matrimonio impuesto por los principios de pureza y castidad por encima del de
libertad (sexual, en este caso): ni la inteligencia, ni los estudios, ni la
belleza, nada contaba tanto como la reputación sexual de una chica, es decir,
su valor en el mercado del matrimonio (apreciación contenida en La mujer
helada o en la posterior Memoria de chica)
En este itinerario
autobiográfico, hace un paréntesis: mayo del 68.
Ineludible siendo francesa y contando entonces con 27 años. Su tratamiento es el canónico:
el cambio que supuso en la sociedad, resquebrajando el estricto sistema de leyes
y normas sociales, y suscribiendo la accesibilidad a las ideas mediante la
apertura de las universidades y la cultura, de las tertulias y los teatros del
mundo en suma. Pensar, hablar, escribir, trabajar, existir de otra manera:
sentíamos que no teníamos nada a perder si lo probábamos todo. 1968 era el
primer año del mundo. Esta visión, contrastada por otros testigos y actores
del momento (por ejemplo, Bryce Echenique en
la novela La vida exagerada de Martín Romaña o Richard Vine en el ensayo 1968: El año que cambió el mundo) no deja de
ser la de la épica revolucionaria
(tan francesa, por otra parte), sin adentrarse en sus muchos rincones grises e
incluso oscuros (fortalecimiento
de la derecha política poco después de las movilizaciones y proliferación de
grupos terroristas).
IMÁGENES DESDE
EL FILO (Madurez)
A través de otras
imágenes pasa a la madurez consciente
de verse como mujer, de que su vida depende de ella y de que la vida mejora con los descubrimientos y el progreso
social. Una vida que avanza hacia un futuro versátil y promisorio de derechos y
libertades, de inventos y desarrollo tecnológico, de apertura y cambio social: nos
sentíamos libres, no pedíamos nada a nadie, (…) el futuro parecía
radiante, las tareas pesadas y sucias las harían los robots, todos los
individuos tendrían acceso a la cultura y el saber. También madurez, familiar y afectiva, alcanzada en una
familia que, al tiempo que le colma de emociones y momentos gratificantes, le genera
dudas sobre sí misma (Ernaux siempre ha mostrado su mala conciencia por considerarse una tránsfuga de su clase social familiar), pues ha ocasionado el aparcamiento o abandono de sus
objetivos juveniles, y un insistente miedo de instalarse en esta vida
tranquila y confortable, haber vivido sin haberse percatado de ello: de
hecho, la nostalgia de aquellos momentos pasados, preñados de ilusiones y
sueños, compite con un futuro que se anuncia plagado de objetos materiales e
innecesarios, de forma que el pasado y el futuro, en definitiva, se han
invertido, es el pasado, no el futuro, que ahora es objeto de deseo.
De hecho, en la década de los ochenta ya no se habla del
antes, sino que se vivía el ahora, donde
la religión ha dejado de atemorizar el imaginario de los adolescentes
prepúberes, ya no se regulaban los intercambios sexuales y el vientre de las
mujeres había salido de su control. A su final, la revolución de Tiananmén,
la caída del muro de Berlín (con la integración del mundo del este), la propagación
creciente del sida, la invasión de Kuwait por las tropas de Hussein (inicio de una
guerra, acontecimiento ya lejano en la memoria) constituyen un ominoso telón de
fondo.
El cambio
de milenio, con el temor al efecto 2000, que no acaeció,
pero que estimuló un mundo tecnológico que precipitó la existencia, poniendo todo
el mundo al alcance de un click y permitiendo hacer posible el gran
deseo de potencia e impunidad. Evolucionábamos en la realidad de un mundo sin
objetos ni sujetos. Internet operaba la brillante transformación del mundo en
discurso. Lo que supuso la liquidación de la paciencia, del tiempo preciso
entre carencia y consecución, queriendo todo al instante y consumiendo
información con desenfreno: Con las técnicas digitales agotábamos la
realidad.
ÚLTIMOS APUNTES
En toda esta ingente cantidad de recuerdos, datos, apreciaciones y
detalles, llama la atención cómo
aborda (selectivamente) la muerte de algunas personalidades, desde De Gaulle a Miterrand, desde Sartre a Foucault,
desde Bourdieu a Simone de Beauvoir, o desde Brel a Brassens,
todas ellas pretendidamente relacionadas con la conquista de derechos y libertades y con la preocupación por la profundidad ideológica de una época que convivió con el mayo del 68, la Guerra de Argelia, la del Golfo, la de Ruanda... Toda una toma de partido, tanto por la selección, las
fuentes y las apreciaciones: al fin y al cabo, es una autobiografía de Annie Ernaux, en estado puro (para bien y para mal).
En este sentido, la obra sobresale en la revisión
sociológica, plenamente subjetiva, de cómo la gente asumió el paso
del tiempo y los consiguientes cambios, con los inevitables temores ante las transformaciones
y la fundada esperanza en el futuro (que unas veces se presagiaba prometedor y otras
decepcionante o incluso aterrador).
Por otra parte, ofrece menor contundencia que en otras obras, se
muestra menos crítica hacia la
sociedad y hacia su vida: predomina el retrato
nostálgico que aporta esa belleza de la
añoranza de quien contempla su pasado como una parte de sí mismo, como la
época en que se esperaba con ilusión un futuro que cambiara la vida. Junto a
una reflexión (desolada y no siempre
certera) sobre un mundo que no está
a la altura que se esperaba cuando se soñaba con él. Su mirada sobre
tantos años da la sensación de haberse rendido, cándidamente, a las tentaciones
disfrazadas de progreso, hasta llegar a esta época que no dejará muchos
recuerdos, pero sí tecnología, hechos e imágenes que, al igual que cada uno de nosotros,
con el paso de los años terminará por ser obsoleta.
Solo queda añadir el uso pronominal que utiliza la autora, que va del nosotros al ellos, pasando por ella, que en muchos casos puede resultar discutible, pero que, en general, encuentra un eco en los lectores que, como yo, hemos sobrepasado los sesenta años..

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