«EL SILENCIERO»
Antonio Di Benedetto (1964)
«Lo
tengo casi todo en la cabeza. Nada más me falta que elegir la punta: qué digo
primero, con qué empiezo.»
SESENTA AÑOS DESPUÉS…
… de su publicación,
la editorial Adriana Hidalgo ha recuperado este clásico de la literatura
argentina EL SILENCIERO (1964) de Antonio
di Benedetto. Fue su tercera novela, la segunda de la Trilogía de la espera, donde prosigue la
especulación narrativa iniciada con Zama (1956), considerada su obra maestra con la que
alcanzó la culminación su realismo profundo, y que se prolongará en Los suicidas (1969); formando un conjunto
orgánico que se propone representar el mundo. Aunque son obras independientes,
tienen en común protagonistas que buscan sentido a sus vidas.
Publicada en Buenos
Aires (1964), recibió un año después el Gran Premio de Novela de la
Subsecretaría de Cultura de la Nación, así como el Primer Premio de la Fiesta
de las Letras de Necochea. En esta primera edición el ruido se abordaba como
resultado del desarrollo urbano y demográfico producto de la industrialización
en los años '50; el narrador, debido a su extrema sensibilidad hacia su entorno
sonoro, padecía un creciente malestar manifestado primero con efectos
fisiológicos, para desarrollarse hasta provocarle una cierta tendencia
paranoide, que le llevará a desvincularse de su entorno.
En la segunda edición
(1975), el autor revisó el texto y realizó significativas modificaciones. Práctica
usual en sus reediciones, pulió la sintaxis, modificó términos, realizó ajustes
temporales y actualizaciones de cifras (sueldos, ahorros y precios), incorporó
objetos domésticos (como tocadiscos y televisores) y artefactos cotidianos. A
su vez agregó el epígrafe: De haber ocurrido, esta historia supuesta, pudo
darse en alguna ciudad de América Latina, a partir de la posguerra tardía, el
año 50 y su después resultan admisibles, y intensificó la presencia del
ruido y sus efectos en la trama, así como su vínculo con la crisis
filosófica-existencial del narrador.
ESCRITOR REPRESALIADO
Antonio Di Benedetto (AdB) nació en
Mendoza (2/11/1922). Tras cursar algunos años de abogacía, se dedicó al
periodismo. El gobierno de Francia lo becó para realizar estudios superiores en
dicha especialidad. Ejerció como periodista y crítico de cine, fue subdirector
del diario Los Andes (Mendoza), corresponsal del diario La
Prensa y colaborador de La Nación. En 1953 publicó su
primer libro, Mundo animal.
El 24 de marzo de 1976, comienzo de la
última Dictadura Militar en Argentina, fue detenido en su despacho de Los
Andes:
Creo, aunque nunca estaré seguro, que fui encarcelado por algo que publiqué.
Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué
exactamente. Pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las
torturas. Permaneció diecisiete meses detenido, los primeros seis en
Mendoza y el resto en la Unidad 9 de La Plata. El 19 de mayo de 1976, durante
un almuerzo en Casa Rosada, Jorge Rafael Videla recibió a Jorge Luis
Borges y Ernesto Sábato, quién entregó una lista con once nombres
intelectuales y personas relacionadas con la cultura que estaban desaparecidas,
entre ellos AdB. Esta mediación sumada a la presión ejercida por
otros intelectuales (Heinrich Böll, Mujica Lainez y Victoria
Ocampo, entre otros), logró que el 26 de agosto de 1977 fuera liberado.
Humillado, golpeado y destrozado
anímicamente se exilió en Estados Unidos, Francia y España, donde continuó
trabajando, escribiendo y ofreciendo conferencias en universidades. Regresó
definitivamente a Argentina (1985) y murió víctima de un derrame cerebral en
Buenos Aires (10/10/1986).
Esa trayectoria marcada por la opresión le
sumió en la depresión (las torturas hicieron mella): esa visión desencantada
del mundo se refleja en su obra, en el punto de vista de sus protagonistas:
taciturnos, apáticos, solitarios, abocados a la autodestrucción.
Escribió cinco novelas y más de cien
cuentos. Pese a obtener reconocimiento nacional e internacional (su obra fue
traducida y reseñada en publicaciones europeas y norteamericanas y recibió
numerosos premios y distinciones), no alcanzaría la fama de otros escritores de
su generación. Quizá por su tenaz decisión de llevar una vida ciudadana y
profesional corriente, una existencia provinciana y de bajo perfil en la
Provincia de Mendoza donde escribió prácticamente la totalidad de su obra.
Su obra, con aires de Fernando Pessoa y Franz Kafka,
lo sitúa como una rara avis en la narrativa argentina. No obstante, su
personalísimo estilo, su caracterización de personajes vivos, su
inventiva, su aguda captación sensorial y su activa intencionalidad poética de
reformador del mundo hacen que su obra siga viva, a diferencia de la de otros autores
populares de su generación.
Cabe mencionar las
versiones cinematográficas de sus novelas Los
suicidas (2005),
dirigida por Juan Villegas, Aballay. El hombre
sin miedo
(2010),
dirigida por Fernando Spiner y Zama (2017),
dirigida por Lucrecia Martel.
TITULO PREMONITORIO
Desde el título (toda una declaración de
intenciones), AdB despliega precisión conceptual y capacidad para
aprovechar las sutiles evocaciones del habla mediante un neologismo, construido
añadiendo el sufijo «ero» al sustantivo «silencio» para denominar a quien
cuida de que se observe silencio: así da nombre y adelanta las acciones que
desempeñará el protagonista, ese personaje sin nombre que, recluso en su
universo paranoico, solo logra prolongar la tortura cuando decide detener sus
causas.
En la dimensión del paratexto (elementos
que acompañan al texto principal de la obra) que conforman título, epígrafe y
primera página, la novela introduce el pathos temático (la evocación de
emociones a través de los temas y motivos centrales), con una operación que
articula categorías de espacio, tiempo y causalidad mediante un recurso que
sintetiza la peripecia:
La
cancel da directamente al menguado patio de baldosas. Yo abro la cancel y
encuentro el ruido.
Lo
busco con la mirada, como si fuera posible determinar su forma y el alcance de
su vitalidad.
La irrupción de lo nuevo, de lo
desconocido, introduce un desajuste en la cotidianidad. A partir
de la colisión de los sonidos con la percepción y la conciencia del
protagonista, la presencia del ruido se hiperboliza, adquiere representación
espacial, toma forma, el protagonista no lo escucha, lo encuentra,
lo busca con la mirada, no con el oído.
A partir de ahí se desarrolla la historia
del narrador. que tiene 25 años y un trabajo de tarde en una
oficina.
Un taller mecánico instalado junto a su vivienda, los altavoces de un circo
próximo, aparatos de radio situados en locales comerciales… le perturban de
forma tan intensa que le llevan a reformar tabiques, cambiar de vivienda, realizar
denuncias, proferir amenazas e idear acciones resolutivas para acabar con su
tormento. Todo narrado con un peculiar sentido del humor (como cuando se quema
las cejas o sale a pasear con un palo, por miedo a las represalias de vecinos y
trabajadores por su actitud intransigente) y envuelto en esa atmósfera kafkiana
del individuo que se ve violentado por algo que es incapaz de asimilar (en este
caso, de raíz completamente subjetiva).
RUIDO / SILENCIO
No importa la época ni el lugar, pues lo
que se muestra es una mirada hacia dentro, una forma de estar que conduce a un
aislamiento más emocional que físico. El progreso provoca la proliferación de
ruidos, de consecuencias fatales para el narrador, quien guarda rasgos
coincidentes con la personalidad del autor: su odio al ruido, su disposición hacia
el silencio. Sensible a toda clase de ruidos no naturales, le gusta escuchar a
un volumen prudente música clásica en la radio, los sonidos habituales (como el
fregado de platos y vasos), los sonidos de la naturaleza (como los arroyos y
cantos de pájaros); pero le molestan los martillazos, los motores de coches y
motocicletas del taller cercano. Su madre procura restar importancia a los
ruidos para que no sufra.
Tiene un amigo bastante particular, Besarión: tipo
excéntrico que busca señales, de carácter filosófico, que den un sentido a su
vida: Besarión intenta ser, finge ser, para no ser. ¿No ser qué? ¿No ser
quién? Él mismo. Besarión tiende decididamente a no ser. Se refiere a él
con cierto desprecio, que más bien refleja esa parte de sí que no quiere
admitir, pues ambos mantienen semejanzas: tienen conflictos existenciales,
viven con sus madres...
Acaba casándose, formando un hogar,
intentando llevar una vida ordenada. Su relación con su mujer, Nina, va
experimentando progresivamente un inexorable deterioro al sufrir los cambios de
humor del marido por los ruidos circundantes. Cambian de casa varias veces e
incluso se van al campo, donde le esperan los ruidos de una herrería…
Desde el principio, se siente
insatisfecho, parece no sentir ninguna emoción. Quiere ser escritor, pero no
escribe. Admira a los intelectuales que se apartan del ámbito social, aunque la
palabra, al fin y al cabo, sea una forma de comunicación. Siente que todo se
conjura en su contra, pone excusas, responsabiliza a los demás. Porque cree en
un estado primigenio sin ruido, un territorio idealizado (locus amoenus)
anterior a la civilización humana: Considero al hombre como hacedor de
ruidos. Sus ruidos son diferentes de los ruidos cósmicos y los ruidos de la
naturaleza. El ruido introduce en el mundo el accidente, la asimetría,
el sufrimiento, es decir, lo que escapa a su control y le perturba. Eso sí,
con significados distintos; así, con respecto a la música, una amiga le explica
que canta para aliviar la tristeza, mientras que en un local la prohíben por
ser sinónimo de bullicio; y, en otra ocasión, agradece que su madre ponga
música clásica mientras hace las tareas; no la valora como arte, sino por
cuanto atenúa un ruido mayor. Necesita apagar el ruido para una existencia
plena, tal como él la entiende, pero eso lo empuja a la soledad, a la renuncia
de lo que pueda dar valor a su vida.
El problema no reside en el exterior, sino
en sí mismo. En algunas observaciones atina dolorosamente, como cuando apunta
que los inventos están hechos por el ser humano para el ser humano, y pretendiendo
facilitar la vida, generan contratiempos con los que no siempre se contaba:
No
sé qué es [el ruido], pero es tan perseverante que lo imagino de una
máquina a la que un hombre se halla encadenado.
Además del ruido intrínseco del ser
humano, el protagonista presta atención al ruido de las máquinas, desde las
fábricas al televisor (novedoso entonces). Establece cómo el ruido deviene en
mecanismo de pertenencia, de adaptación social: los humanos comienzan a hacer
ruido cuando se organizan como sociedad; desempeñan trabajos generadores de
ruido para producir o servir productos a los demás; quien no tiene televisor o
cualquier otro ruidoso aparato, se queda fuera de la conversación pública:
¿...todavía no
tienen un televisor? / Ha mencionado al invasor más nuevo y ese todavía
nos descoloca, nos descalifica o alude a nuestra lentitud para acceder a lo
que gusta y conquista a todos, ¡ese hipnótico!
HISTORIA EN DOS PARTES
La
narración se estructura en dos partes. Comienza hablando de un pequeño problema
doméstico: desde el patio, llega a su casa un ruido (segunda frase de la novela)
que exaspera al narrador. Al comienzo de la novela, este hecho no rebasa el
orden cotidiano de la narración. Durante la primera parte del libro, el protagonista
habla de un compañero de trabajo, Besarión,
de su amor en la distancia por una vecina, Leila,
y de su relación con una amiga de ésta, Nina,
así como de su madre y del trabajo en la oficina.
En
la segunda parte llega el extravío, el descenso a los infiernos que no por
previsible resulta menos efectivo. En esta parte ya no hay tregua, el ruido
domina la vida del narrador, cada vez más alejado de la normalidad, de los
otros, hasta su aislamiento total...
El
narrador no pretende inspirar compasión; por el contrario, se presenta como un
personaje turbio y distante, una influencia nociva (para sí mismo y para los
demás), presto a la ironía incisiva y la queja perpetua: más que suscitar
lástima, despierta la incomodidad de reconocer en él una tendencia que se ha
acrecentado con el individualismo contemporáneo (de hecho, Juan José Saer
lo emparenta con los personajes de Dostoievski).
Se presenta sin
nombre, como flexión verbal de la primera persona del singular, relatando los
distintos tipos de sufrimiento que le provoca el ruido cuyo asedio desencadena
dolores de cabeza, alteración en la conducta, tratamientos médicos, huidas
nocturnas a otros espacios de la ciudad, presentación de denuncias y redacción
de normas de convivencia que, ante la indiferencia y la inobservancia, lo
empujan a especular sobre su propia muerte.
Y ese amigo, Besarión, funciona en ciertas instancias como una
contrafigura, entre los dos despliegan, a través de diálogos (durante visitas,
paseos, encuentros y también, el intercambio de notas y cartas) un diálogo en
torno al hombre y su existencia desgarrada, en la encrucijada de la vida
moderna y el progreso. Los motivos que se van entrecruzando en esas reflexiones
a dúo abordan el daño que los hombres producen, la vigencia del nuevo orden
utilitario de las cosas, la ciudad mecanizada y también, la imposibilidad del
amor, aspectos que agravan la violencia, la soledad y la enajenación.
Reflexiona el protagonista fabulando y trastornando los lenguajes del
silogismo:
Alguien está lleno de
amor hacia todos. (No es Besarión, no soy yo.)
Alguien está lleno de
odio hacia todos. (No es Besarión, no soy yo.)
Alguien está lleno de
reservas, desconfianzas y sospechas hacia todos. (Puede que lo sea Besarión,
que lo sea yo.)
Alguien está lleno de
violencia hacia todos. (Es cada uno, son todos.)
Alguien está necesitado
de ser respetado y amado. (Soy yo, Besarión lo es.)
¿Pero es que alguien
puede estar lleno de amor hacia todos?
Ambos protagonistas despliegan sus
acciones en tensión, el narrador no puede desligarse de los cánones de la
sociedad burguesa (trabaja, es jefe, hijo, marido, padre) aunque fatalmente
fracasa. Besarión, en cambio, renuncia y cambia de trabajo, se separa
de su madre y viaja por el mundo, es el que está libre, aunque
finalmente muera.
DEPURACIÓN EXPRESIVA y
PRECISIÓN
AdB logró un estilo propio, basado en la (aparente) sencillez, la
precisión y la sobriedad (Saer, en el Prólogo, habla de economía y exactitud), que articula, pese a
su parquedad y aparente pobreza expresiva, muchos matices, coloquiales y
descriptivos, reflexivos y líricos, mostrando una probada eficacia, por su
capacidad de extraer la esencia de la idea y la potencia máxima de la sintaxis (sin
forzarla), obligando a releer despacio cada línea. Su habilidad estilística,
junto a su discreto talante personal, determina que, si bien es la tensión
interna del relato la que organiza los hechos, una singular concentración en lo
esencial y una equilibrada mesura sean determinantes en el conjunto.
Ese estilo,
que poco tiene que ver con el articulismo, se haya aquí aún más depurado,
introspectivo y profundo: frases secas, cortas, lacónicas, que dan una
impresión de burocracia, de discurso administrativo, técnico (a un paso de la
abstracción) pero que, sorprendentemente, consigue transmitir sensaciones (dolor,
ternura, amor o angustia) con elocuencia. El lenguaje, organizado en frases
cortas, pero muy trabajado, despojado hasta lo esencial, determina aquí, más
que en cualquiera de sus otras obras, un singular estilo lacónico que exige una
lectura esforzada: quizá por ello se suele decir que su prosa no admite
tibiezas, o entusiasma o se detesta.
El escritor
utiliza palabras conocidas dotándolas de sentidos inesperados, cuidando la
depuración expresiva y la precisión para provocar la reacción del lector. Con
indudable lirismo, va acumulando escenas esquemáticas, que muchas veces se
siguen sin transición que las enlace, como un homenaje al silenciero: el
silencio solo puede romperse con lo esencial. Buen ejemplo son las
apreciaciones del protagonista sobre su viaje nupcial:
Tomo
esposa.
Nina
ha consentido que iniciemos en una región mediterránea. Donde la gente ejecute,
al modo antiguo, mansos trabajos, y el turismo no circule.
En efecto, el
silencio como elemento de la oralidad y de la escritura, aquí se lo nombra, se
recurre a las marcas de la grafía, a las palabras, que oralmente provocan,
dentro del sistema de la lengua, sonidos. Se manifiesta mediante una marca
(que, como el ruido, se ve y se busca con los ojos), mediante el uso del
espacio textual: el blanco de la página, el punto, el punto y aparte, las tres
estrellitas que separan un fragmento de otro, las oraciones de dos o tres
términos, las elipsis entre fragmento y fragmento, los huecos de una narración
que avanza saltando de párrafo en párrafo. En tanto fragmentos, cada uno
condensa un cúmulo de sentidos que la lectura ha de articular para reconstruir
los sucesos de un día, en la vida del protagonista: ejemplo paradigmático lo
constituye cada fragmento del relato de un domingo (páginas 87-93) que se lee como
unidad temática, separado por un espacio en blanco o la presencia de las tres
estrellitas.
La presencia
simultánea de los dos espacios, el de la palabra escrita y el del blanco, casi
en las mismas proporciones, constituyen una particularidad que distingue la
prosa narrativa de la novela, incluso de otras obras del autor, que comparten
sin embargo ese lenguaje sucinto, reconcentrado, característico de AdB. Pero aquí, bajo
la trama del conflicto entre sonido y silencio, los textos se desprenden de
adjetivos y comparaciones de tal modo que cada oración, cada término, se rodea
de blanco introduciendo una pausa en el registro sonoro en el que abre y plasma
el silencio.
Por su parte,
el ruido se registra en la escritura mediante diversas figuraciones. Se
materializa mediante la sinestesia (como la del inicio, abro la cancel y
encuentro el ruido. Lo busco con la mirada), que transforma el recurso
retórico con un juego de percepciones en el que ve lo que oye y oye lo que ve.
Mediante la prosopopeya (el ruido salta, da corcovos, gira y se aquieta
[...] en un ronroneo intermitente), o la sinécdoque de la actividad
productora de ruido (construyen un galpón [...] hoy llegaron y están
ahí, invisibles y sonoros, descargando sus hierros y chapas de cinc), o la
onomatopeya (El ruido es un tam tam).
El relato, en
el que se entrecruzan percepciones, acciones y evocaciones (en los que se
intercalan transcripciones de diálogos), está preferentemente narrado en
presente de indicativo provocando una sensación de simultaneidad, de
recursividad y de desajuste, porque las evocaciones también se reconstruyen en
tiempo presente.
Se puede
decir, sin la menor duda, que la singularidad y grado de depuración del estilo
tienen tal potencia que a nivel narrativo pesan más que el propio relato. En el
binomio fondo/forma, ésta se muestra absolutamente decisiva (incluso, radical).
VARIEDAD TEMÁTICA
El texto noveliza
diversos temas (existenciales, filosóficos, fisiológicos, psíquicos,
urbanísticos) que van y vienen, indescifrables, en la poética del texto.
Contribuyen a esa irresolución, no solo los parlamentos de Nina, Besarión,
Reato y la gente del texto, sino también las
elipsis narrativas y la contaminación entre realidad, ensueños y pensamientos
del narrador-protagonista.
Consecuencias del
progreso
También en esta
novela los recursos autobiográficos, recurrentes en la obra de AdB, están presentes. Por una parte, se sustenta
sobre uno de sus rasgos personales más distintivos: su particular sensibilidad
hacia el sonido y las profundas valoraciones sobre el ruido y el silencio. El
silencio fue su estilo de vida, incluso una estrategia de supervivencia durante
su detención en La Plata. Según Rodolfo Braceli, periodista, colega y
compañero de Los Andes: El
personaje de El Silenciero directamente estaba inspirado en él. Y
por otra, el suicidio, que conformó parte de su historia familiar, marcando su
infancia y juventud (si bien tangencialmente).
Esta novela urbana,
desoladora y muy kafkiana parece escrita para lectores del futuro, pues con su
rechazo del ruido, el protagonista asume su inadaptación como ente social. Como
suele ocurrir con quienes adivinaron, en su momento, las consecuencias que podía
tener la televisión en la capacidad de atención y los hábitos sociales, la
novela resulta premonitoria (y hasta se queda corta) en lo que ha devenido
luego con internet y las redes sociales. La búsqueda novelada de un individuo
marginal, en la actualidad se ha multiplicado; esas molestias por el ruido
(de algoritmos, de egos exhibiéndose, de trivialidades, de –reels–
vídeos cortos adictivos, de insolencias, de tendencias que nacen con fecha de
caducidad) se plantean cada vez más como sociales.
Denuncia ciertas
consecuencias del progreso y, a su vez, la intrusión de molestias en la
convivencia normal: el ruido, en más de una referencia en la novela, se une a
la idea de progreso. Lo que entra allí es progreso, pero no está donde
tendría que estar, porque todo, alrededor, se halla habitado, y la gente no
puede ni dormir, ni comer, ni leer, ni hablar en medio del desorden de los
sonidos. En oposición al ruido, que se despliega en torno al día, la vida y
lo creado, el silencio se relaciona con un «más allá» que está fuera del
mundo, donde el ruido es omnipresente debido a que no solo proviene de la
máquina de la industria (de la máquina como objeto), sino también del «progreso»
como máquina. A esta situación se encuentra encadenada la sociedad y contra esa
contingencia lucha el narrador:
El ruido me distrae, me saca de mí... ¿eso
es apartarme de mi ser, o sencillamente enajenarse?
La instalación de
toda clase de fábricas y talleres en torno a las viviendas con sus
consiguientes perjuicios, el ruido de la ciudad (y su crecimiento), la
proliferación de máquinas y actividades marcadas por el persistente sonido
impuesto, impiden al protagonista ser, vivir de manera plena. Agrían su
carácter y personalidad, hasta el punto de trastornar su identidad y lo limitan
a la mera supervivencia, generándole una obsesión, un castigo, una excusa…
Presenta el ruido también
como un elemento metafísico que coloca al hombre entre la rebelión
(desobediencia y ataque) y el miedo a una realidad cotidiana y absurda. En
efecto, uno de los aportes más interesantes es la noción de ruido material y
ruido metafísico. Frente al ruido material, consciente y lógico en tanto se
conoce su procedencia; el metafísico es aquel del que solo se perciben las
consecuencias y que funciona inconscientemente, no se identifica qué lo genera
y parece obedecer a una resonancia anterior. El ruido metafísico es destructor,
opresivo, es un instrumento de anulación y bloqueo, de no-dejar-ser.
Ruido pues físico y
externo, pero también mental y subjetivo. A través de tal otredad se presenta
un personaje afectado, insatisfecho, desorientado, un escritor (porque hay un
componente metaliterario) que busca crear su novela: reto abierto hasta la
última página, porque escribir implica para él afrontar su vida entera sin
importar las consecuencias (¿la locura?) y la idea de que la escritura nacerá
al recuperar el silencio primitivo, esencial (si es que existe). La matriz
silencio/ruido se construye mediante espacios, tiempos e imágenes opuestas: la
constelación que se organiza en torno al silencio se relaciona con la noche,
con el silencio previo a la creación, con el tiempo de lo increado, con el
instante previo al nacimiento y con la muerte.
Por tanto, resulta
inevitable pensar en la salud mental. La ola consumista apenas principiaba al
comienzo de los sesenta, por eso ahora se lee como una advertencia precoz, a la
que hoy se responde con la meditación o las experiencias de retorno a la
naturaleza, al pueblo, a lo pequeño, en un intento de buscar la quietud, la paz.
Las relaciones
Siendo en la obra AdB un tema recurrente la relación que se establece entre el personaje y un otro
amenazante (aquí el ruido), esta novela discrimina entre su relación con las
personas de su entorno íntimo y los otros que son ajenos y provocan
ruido o la policía que se cansa de su intransigencia. Curiosamente la Ley, como
en las novelas de Kafka, no parece poder
ayudar al protagonista: sólo conseguirá que se enfrente a los otros, a sus
ruidos, sin posibilidad de victoria, o sólo alcanzando victorias temporales,
insuficientes.
Su personalidad
influye en su núcleo íntimo (su madre, su esposa y su hijo), que tiene que
adaptarse a su exceso de sensibilidad a cualquier interferencia. En la huida de
casa en casa (primero, con su madre y su mujer; luego con ésta y su hijo) el
narrador recurre al médico sin conseguir que nada mitigue su molestia. Se
encierra en una habitación que cubre de libros para camuflar el ruido y se
llena los oídos con tapones de cera, lo que genera que su mujer le hable y él
no escuche o que le hable fuerte o realice señas con los brazos y él le indique
que no tiene puesto los tapones…, un modo de vida desquiciante al que su esposa
comienza a oponer resistencia, para finalmente abandonarlo.
Así como su madre
puede dormir con los ruidos del taller funcionando, los vecinos no firman los
petitorios redactados contra las fuentes de sonidos molestos (denuncias,
edictos y quejas que no prosperan) y Reato
que primero (como periodista y funcionario público) lo ayuda, más tarde lo
increpa acusándole de «enemigo del progreso», y los diálogos con su
amigo Besarión fraguan los motivos de la
problemática en torno a las vicisitudes del hombre y su vida en comunidad:
entre ellos, el crecimiento demográfico y la falta de planificación urbana que
provocan una mixtura de espacios benignos y hostiles.
El ruido empieza a
descomponer la normalidad en torno al narrador: su relación con Besarión, posiblemente loco, obsesionado con
organizaciones secretas; su vinculación con Nina,
la amiga de Leila, la chica de la que se ha
enamorado, y que acabará siendo su esposa; la despegada relación con su madre…
Sus intentos terminan
en la nada; los otros lo miran como un alienado, un desadaptado. El
encierro y la huida constante aparecen como posibles caminos (He perpetrado
mi fuga), pero la itinerancia del protagonista y su familia viene marcada
por el deterioro tanto familiar como personal, los lazos familiares se
deterioran y su madre se va a vivir con el hermano; Nina
lo abandona y el protagonista termina encerrado, acusado de provocar el
incendio de un taller mecánico, cuya autoría no se narra en el texto.
El desdoblamiento
En ese ámbito de la
enfermedad mental y las relaciones, el desdoblamiento (ya
presente en el personaje de Diego de Zama), aquí se presenta de forma muy
sugerente en el sentido de que el narrador, que está escribiendo un libro de
corte policial, experimenta deseos de quemar el taller, prende una llama para
ver como arde para incluirla en la novela y se quema las cejas. En la novela que
pretende escribir su protagonista tiene deseos de matar a los operarios del
taller y acaricia ideas suicidas; pero establece la diferencia entre la vida
real y la novelada, afirmando que él sería incapaz de quemar, asesinar o
suicidarse. Estrategia sutil de desdoblar la personalidad del narrador. Otra
posible interpretación sería considerar a Besarion
como su otro "Yo".
Filosofía y
Existencialismo
El
silenciero es,
ante todo, una obra filosófica, reflexiva, de ideas imperecederas, (porque
siempre se les encuentran nuevos matices), de las que cuesta explicar de qué
va (aunque tampoco importe).
Los ruidos han
molestado a los filósofos e intelectuales en todos los tiempos: la cita de Arthur
Schopenhauer (filósofo muy apreciado por el autor) donde muestra su
apetencia por los sonidos de la naturaleza y el silencio, y su desesperación
por las voces altas de las personas y otros ruidos no naturales, es solo una de
las reflexiones escritas que lee el protagonista.
En efecto, la novela
introduce la filosofía en su temática: Schopenhauer
y Søren Kierkegaard, filósofos impugnadores del sistema hegeliano; la «mosca»,
que puede ser leída como sartreana, trueca en abeja dorada; la negación a
defenderse frente a la acusación de haber incendiado el taller, como recuerdo
de una lectura sobre Sócrates y su demonio, que le prohibió que se
defendiera; la mayéutica, literaturizada tanto en el diálogo con Besarión, como en el modo de reflexión acerca de
las acciones futuras del protagonista…
El diálogo del
protagonista con Besarión, hacia el final, resulta
especialmente ilustrativo: Lo malo [...] es que el ruido no me deja
hacer lo que quiero [...] no me permite existir. A lo que Besarión replica: Le permite vivir, aguántese.
Más adelante, ya en prisión, se lee: "Mártir de la pretensión de vivir
mi vida y no la vida ajena, la vida impuesta", clama la
justificación dentro de mí.
Resulta pues una lectura
estrechamente relacionada con el existencialismo, la novela existencialista
y la novela metafísica (en tanto cruce entre filosofía y literatura que
manifiesta, fabulados, aspectos de la existencia metafísica) dado que incluye todos
los clichés del existencialismo: las reminiscencias de la filosofía de Jean-Paul
Sartre y la literatura de Albert Camus; la recurrencia de la
narración en primera persona del singular; la disposición de una problemática
existencial en torno al protagonista y un mundo que le agobia.
Porque el ruido es la
raíz de todo, el motivo por el que el narrador se pierde. Según él, desde que
existe la civilización existe el ruido, todos los seres humanos han convivido
con él… Y, sin embargo, existe el arte, la literatura; por tanto, si él no
escribe, tiene que haber algo más; en él, ese motor creativo, esa
llamada a la acción, no es lo suficientemente. Las condiciones de vida en la
posguerra, sin olvidar cuándo y cómo se escribió la novela sin duda tienen
mucho que ver con ese pesimismo.
La escritura
La voz narrativa
quiere ser escritor, pero es incapaz de escribir su libro, del que solo tiene
el título, El techo. Encerrado en el cuarto, cercado por libros, con
cera en los oídos, no logra escribir una palabra. Por contra piensa, sueña,
imagina pequeños relatos como el de matar al presidente del club que organiza
los bailes frente a su casa; o, ante los ruidos de sus vecinos, reflexiona
acerca de la acción redentora del fuego que inicia el motivo del incendio del
taller sin que se narre lo sucedido. En la segunda parte, forma parte de su
propia trama:
No
me entiendo cuando regreso de una de esas imaginaciones bufas y ligeras. ¿Por
qué me entrego hasta ser yo también algo de su trama? ¿Por qué en ellas rebajo
o derivo mi amargura?
Ante el descontrolado
crecimiento urbano, Besarión dice que no hay
casa para el hombre sano y la casa que se menciona en el texto, no es
una casa que facilite el silencio sino una casa donde la cerrazón sea tan
hermética que no permita penetrar el ruido, de ese modo, la única casa posible
para el protagonista es una casa nómada. La pérdida del techo que cobija y que
protege resuena semióticamente en el título de la novela nunca escrita, «El
techo», y en el encierro del protagonista junto a un ladrón de sobrenombre
«el techista», por su habilidad de escurrirse por los techos; el techo
es el espacio elegido para espiar a los vecinos del taller y también espacio
sellado, techo de hierro, que impide la interferencia de las ondas de la radio
vecina, con el interruptor de bobina que construye su primo.
En fin, el
protagonista se muestra como un inepto que no puede escribir su novela, ni
suicidarse, ni tocar el piano, ni cortejar a su vecina, ni ocuparse de su madre
y de su familia… Hasta que, al final, ante la imposibilidad de resolver sus
conflictos con el ruido, toma la justicia por su mano (las pestañas y cejas
chamuscadas funcionan como sinécdoque del delito).
Y, en la cárcel, la
mosca (motivo que aparece en los textos de escritores y pensadores desde la
antigüedad) que ha revoloteado en torno a él y a Besarión,
a lo largo del texto, una vez muerta, no trasmuta en abeja dorada como la de Besarión, al contrario, la abeja deviene mosca.
¿Cómo entender esa trasmutación mosca/abeja-abeja/mosca, en El silenciero?
Acaso ese sea otro de los guiños del texto, una escritura que maniobra y
resuena sus motivos temáticos y formales, tanto en el anverso como en el
reverso.
Me siento tan lleno de nada...