«LA
VEGETARIANA»
Han Kang (2007)
«Yo ya no soy un animal—dijo Yeonghye muy bajito, escrutando la habitación vacía, como si estuviera revelando un importante secreto—. Ya no necesito comer. Puedo vivir sin alimentarme.»
Para
una mejor comprensión de LA VEGETARIANA (2007),
parece conveniente tener en cuenta cómo surge la idea motriz de la novela.
Parece ser que, mientras la escritora surcoreana Han Kang (Gwangju,
1970) estaba en la universidad, la lectura de un verso («Creo que las
personas han de ser plantas») del poeta surcoreano de inicios del siglo XX,
Yi Sang, le supuso una epifanía creativa muy en línea con una idea a la que
venía dando vueltas: Un día estaba revisando unos papeles y encontré una
nota mía que decía: ‘Que triste que el hombre tenga que comer carne’. Me
parecía que era un acto violento que nos remitía a nuestra condición más
animal. Luego, en la universidad, leí el verso de Yi Sang. La verdad es que, en
1997, 10 años antes de La vegetariana, había escrito un relato sobre una
mujer que se convierte en planta. Ahí encajaron las piezas para crear esta
novela.
Igualmente
conviene considerar la recepción que ha tenido esta tercera novela de Han Kang (HK).
Llega a nuestro país de la mano de la editorial Rata (2012), con
traducción de la surcoreana Sunme Yoon (hoy está disponible en la
publicación de Random House); y, en parte, por ese novedoso fenómeno de
expansión a través de las redes sociales; en parte, por la obtención (ya
traducida al inglés) del Man Booker International Prize en 2016 (nueve
años después de su publicación), se convirtió en novela de culto. Quizá
habría que añadir a las razones del éxito el desconocimiento general de la
cultura y la literatura orientales. Más allá de Murakami pocos autores son
conocidos y leídos en España; autores que muestran mundos que, aunque hoy sean
cercanos, resultan lo bastante exóticos (incluso extraños) como para producir
un sentimiento de curiosidad, contraste e incomodidad en nuestra mentalidad
occidental.
HK fue la primera sorprendida con la
resurrección de su novela, puesto que en 2007 apenas tuvo recepción y muchas de
las reseñas fueron especialmente duras debido a las incómodas emociones que provoca
(Hubo lectores que me dijeron abiertamente que el libro era demasiado
perturbador, que les molestaba). A todos los efectos la novela resultó
incómoda para un país socialmente muy conservador (aunque económicamente muy
liberal) y con un mundo literario dispuesto en torno a autores de la vieja
escuela. De ahí que la recepción de una novela protagonizada por una mujer que
se salía del molde tradicional se repartiese entre un silencio censor y un
rechazo visceral.
No
obstante, a las mujeres les fascinó: A las mujeres, en cambio, les gustó
aunque les impactase. Comprenden mejor los sentimientos de Yeonghye. Quizá
porque parecen comprender mejor los sentimientos de la protagonista; y los
comprenden porque su cuerpo, despojado de deseo, es la representación del atávico
cuerpo femenino: la belleza de la pasividad venerada en el arte, idealizada por
los poetas y deseada por los hombres; en suma, el cuerpo pasivo de la mujer
expuesto a los ojos y a los deseos masculinos.
NOVELA DE PERSONAJE
Para
escribir esta novela, HK ha recurrido a un
recurso típico de la narrativa: construir una trama en torno a un personaje
en una situación inusual: Mientras escribía mi tercera novela, entre 2003 y
2005, me rondaban por la cabeza algunas preguntas dolorosas: ¿Puede una persona
llegar a ser completamente inocente? ¿Hasta qué punto podemos rechazar la
violencia? ¿Qué le sucede a quien se niega a pertenecer a la especie llamada
humana? Para responder a estas y otras cuestiones que le fueron surgiendo
construye un personaje y lo sitúa en el eje de una trama que llevan estás
preguntas al extremo. Estamos pues ante una historia de personaje: Yeonghye.
Su
principal distintivo estriba en no destacar por nada especial, en resultar
anodina: siempre se ha ajustado a su papel de mujer sumisa y atenta para con su
marido; le prepara la cena y atiende sus exigencias sexuales cuando llega borracho
a casa, no porque esté enamorada, sino por obligación conyugal. Precisamente eso
parece ser el único motivo por el que él la eligió: porque no tiene ningún
atractivo en especial ni defecto en particular (resulta molesto el modo en
que habla de ella, casi despectivamente, como si se tratara de un mueble).
Pero,
un día, Yeonghye se despierta tras una
pesadilla y comienza a vaciar el congelador de su casa arrojando a la basura
todo alimento de origen animal: es la decisión inicial de su transformación. A
partir de ahí, su actitud pasa a verse como un ultraje vergonzoso e intolerable
para sus familiares: su decisión despierta feroces instintos en los hombres que
la rodean, quienes terminan solventando la preocupación por su bienestar mediante
el ataque físico. Estar dormida supone bregar contra su sombrío subconsciente,
pero despertar le supone enfrentarse a una lucha social tan o más demoledora.
Mientras las mujeres perciben con congoja su cuerpo cada vez más desnutrido y
consumido, los hombres deciden actuar directamente con su físico: bien para
forzarla a comer a golpes, bien para reducirla a un delicado objeto sexual.
A
continuación, pasa a desarrollar un proceso psicológico y espiritual, que se va
manifestando físicamente, y que contemplamos a través de la visión de quienes
la rodean, que lo perciben, reaccionando cada uno de distinta manera. Lo
interesante es que muchos la ven muy débil, pero yo la escribí como una mujer
fuerte y valiente. Es una mujer que se separa de la comunidad humana, de la
violencia y del canibalismo. Lo hace porque tiene sueños violentos, sus sueños
son casi lo único que rompe el silencio de Yeonghye, y cree que podrá dejar de
tener esos sueños si deja de comer carne y, finalmente, de comer.
En
este sentido, cabe destacar cómo casi toda la crítica literaria ha catalogado a
Yeonghye de antiheroína por sus rarezas. Al
perseverar en su decisión de no comer carne y, más tarde, en la de no probar
bocado en absoluto, la protagonista verá reducida su lucha, primero, a un
trastorno alimenticio y, después, a un problema psiquiátrico. Otro sector de la
crítica ha comparado La vegetariana con La
metamorfosis de Kafka, porque el sueño de la protagonista es
abandonar su cuerpo y todas las flaquezas que pervierten a la especie humana.
Su pretensión es desligarse de todo lo que implica el animal humano, su
violencia, su canibalismo y su intolerancia, hasta convertirse en un ser
enteramente vegetal.
LA MIRADA
DE LOS OTROS
La
trama se desarrolla en tres partes, con tres perspectivas bien
diferenciadas: el marido, el cuñado y la hermana. Los tres relatos de estos
personajes secundarios jalonan el descenso de la protagonista hacia un estado
de la existencia que poco a poco se aleja de la idea de lo humano hacia otra
cosa. Y la sutileza del cambio va
allanando el camino hacia un final sombrío y perturbador: desde que decide no
comer carne hasta que intenta convertirse en una planta; proceso a lo largo del
que p (asa por episodios de violencia, locura, deseo y engaño.
A
partir de tal estructura se desarrolla el argumento de la novela, la vida de Yeonghye, contado en tres grandes bloques, cada
uno de ellos con una perspectiva diferente (aunque ninguna de ellas narrada
desde la perspectiva de Yeonghye, que sólo
toma la palabra a través de los sueños) en un juego narrativo mediante el que
algunas escenas se cuentan desde diferentes perspectivas completando un cuadro
global, pero haciendo avanzar la narración de manera casi lineal. En paralelo
al modo en que el entorno de la protagonista le niega la voz, tratando de
forzar su decisión, HK hace lo mismo,
cediendo la voz a quienes la rodean.
Tres
personajes la describen y, en lugar de considerar su mente, su comportamiento,
la esencia humana del personaje, las tres visiones se concentran en su cuerpo,
en su físico: el cuerpo tiene una enorme presencia en la novela, y no siempre,
como se verá, de forma agradable. Cada uno de estos personajes presentan, desde
sus distintas perspectivas, episodios muy significativos, que avanzan en el
tiempo y muestran la voluntad inquebrantable y autodestructiva de Yeonghye.
La
primera parte, intitulada La vegetariana,
está contada en primera persona (narrador subjetivo) por el marido; personaje
que será quien inicialmente experimente el cambio y sus consecuencias. Un día,
por primera vez en su vida comienza el día sin su desayuno habitual, y a partir
de ahí las consecuencias irán sucediéndose. Acobardado, recurre a su familia
política para tratar de enderezar la situación. Asignar la voz narrativa a un personaje
tan confuso y prototípico, supuso optar por la opción más obvia, pero también
por la más complicada, pues HK corría el
riesgo que la lectura se centrase en la tensión psicológica que afecta al
marido, en lugar de considerar la transformación de Yeonghye.
En ningún momento hay equívocos, pues
HK consigue, desde la primera página, que el
marido se desvanezca prácticamente (casi hasta la invisibilidad), en beneficio
de la verdadera protagonista y su metamorfosis. Esta parte es la única en que
se manifiesta la voz narrativa en primera persona (narrador subjetivo) de Yeonghye, a través de la verbalización de seis de
sus extraños, sangrientos sueños. Lo que queda patente en esta parte es la
insensibilidad del padre y del marido.
La
segunda parte de la novela, intitulada La mancha
mongólica, está narrada en tercera persona (narrador objetivo) desde
la perspectiva del cuñado de Yeonghye, videoartista,
que se obsesionará con su cuñada por su mezcla de tenacidad y delicadeza, por
esa coherencia y firmeza de sus convicciones pese a todas las censuras y disputas.
Actitud que, desde su punto de vista, encaja con su vena artística, atenuada
por el tiempo, y le anima a recuperar el entusiasmo creativo. Esta es, sin
duda, la parte más poética e interesante de la novela; donde bajo un cierto
tono onírico se revela una nueva faceta (más libre y confiada) de la
protagonista que se muestra menos cerrada que en la anterior. Además, la
personalidad protectora y adaptada de su hermana mayor,
Inhye, sirven de contrapunto al silencio incomprendido de Yeonghye. El tono erótico, en algunos pasajes casi
pornográfico, aunque contrasta con el resto de la obra, encaja de manera
perfecta, convirtiéndose en el vértice narrativo de la trama: por una parte, el
cuerpo de Yeonghye asume el protagonismo, adquiriendo
un papel que supone un giro primordial a los temas que se abordan en la tercera
parte; por otra, es aquí donde se comienzan a vislumbrar y comprender sus motivos
y emociones, al abrirse sutilmente la coraza psicológica que sustentaba en la
parte anterior.
La
tercera parte, Los árboles en llamas,
también narrada en tercera persona, adopta el punto de vista de Inhye, quien en un principio se había alineado con
(los discrepantes) los que le reprochaban su tozudez (sin considerar,
paradójicamente, la suya propia) pero que se irá aproximándose poco a poco a su
hermana…
«Relatada
en tres voces, desde tres perspectivas diferentes, esta historia precisa,
inquietante y bien dispuesta novela trata el rechazo de la mujer a las
convenciones y suposiciones que la unen a su hogar, su familia y su sociedad.
En un estilo que es a la vez lírico y ofensivo, descubre el impacto de este
rechazo tanto en la protagonista como en quienes la rodean.» (Boyd
Tonkin, portavoz del jurado del Man Booker
International Prize). Contada así, se comprende la apreciación crítica
que relaciona a HK con la obra Kafka,
pues en la obra de ambos, un comienzo anodino, extravagante y escasamente
literario, desencadena consecuencias inesperadas en un mundo desligado de
nuestra realidad (a pesar de que el entorno sea estrictamente realista). Paralelismo
extensible, también, al estilo de ambos: tienen en común la crudeza sin
adornos, la descripción impasible y álgida de los hechos, una narración casi notarial
de sucesos inquietantes. Aunque, pese a ello, HK
introduce breves fragmentos líricos en forma de alusiones veladas,
descripciones o referencias a la naturaleza (como atracción fascinante en
ocasiones, siniestra en otras).
CUERPO Y LIBERTAD
La obra se ha interpretado como un acto de libertad por
parte de Yeonghye para
llevar sus decisiones hasta las últimas consecuencias. Se ha venido insistiendo en
que se trata de un acto voluntario, en que no está loca, por lo que cabría
pensar que se trata de una reflexión sobre la imposibilidad de eludir las
normas sociales y el enorme coste que supone; o una crítica del afán (e
injerencia indefectible) de la medicina por salvar la vida de quien no quiere
ya vivir.
La cuestión es si realmente Yeonghye obra con entera libertad o su conducta viene condicionada por el
tratamiento paterno desde su infancia y de su pareja después: ha sido una niña
intimidada y emocionalmente desatendida, una joven afectivamente desatendida
(menoscabada, incluso) que ejerce una violencia contra sí misma que la aboca a
un deseo letal. Ciertamente, se nos dice que la novela es
básicamente una condena de la violencia y, sin embargo, la violencia que Yeonghye ejerce sobre su propio cuerpo resulta
extrema y letal.
La
autodestrucción de un ser humano persiguiendo un ideal es algo que perturba (como
perturba al personaje de la hermana, Ingye,
cuya amoldada existencia empieza a parecerle vacía), pero que requiere una
revisión crítica. La inadaptación de Yeonghye
es extrema; desde niña ha sufrido los arranques de ira de su padre, que se
continúa al conocer su decisión; y, después, como joven casada sin
consideración ni cariño, sufre la incomprensión de su marido. Su respuesta, tal
y como ha venido aconteciendo con muchas mujeres en la literatura (y en la
historia), se concreta en una sistemática autoagresión; comportamiento que
suele atraer a ciertos hombres, como al cuñado que, fascinado por tal actitud,
tras su decisión de no comer carne. El no enfrentamiento, la pasividad llevada
al extremo, la negación del acto, incluso la paralización de cualquier
movimiento deliberado son los mecanismos que utiliza para dejar clara su postura.
Como
el resto de asuntos, la corporalidad explícita
se va incrementando a medida que se desarrolla la historia: el cuerpo está
presente a múltiples niveles (onírico, lóbrego, en movimiento, simbólico…): el
lenguaje corporal va sustituyendo paulatinamente al habla de Yeonghye, pues será a través de sus gestos y su
desnudez como intente relacionarse con ese mundo que nunca llega a
comprenderla. Si algo preconiza la novela es la reivindicación del cuerpo, que se
presenta en diversas situaciones. Desde una escena de sexo (casi pornográfico) que
difícilmente podría considerarse consentido, hasta el ingreso hospitalario y psiquiátrico:
violencia física, purgas, vómitos… se abaten sobre el cuerpo de la protagonista, que va siendo forzada de
todas las formas imaginables para finalizar acorazando su mente, el único reducto
inalcanzable para los demás. Porque ésta es además una historia de contrastes: la
protagonista gana a cada página en fuerza mental mientras que su cuerpo desnutrido
se descompone, mientras que resiste de forma pasiva, sin querer imponer su
opinión a los demás, pero sin entender por qué no le conceden a ella el mismo
derecho.
Las
reflexiones sobre el cuerpo son casi constantes, desde el uso que se le da
hasta la exposición y veneración que se hace de él. Indudablemente, siempre hay
un control ejercido por el otro sobre el cuerpo propio, pues estamos
expuestos, en menor o mayor medida, a sus opiniones y decisiones, que, en
líneas generales, determinan nuestra masa física, así como nuestro contacto con
el exterior. Eso (que no nos pertenece) es precisamente lo que pretende
recuperar Yeonghye: la historia cuenta cómo
quiere poner fin al desposeimiento padecido en su propio ser y cómo los demás
se lo niegan rotundamente: coaccionándola, primero; rechazándola y marginándola,
después, cuando los otros se dan cuenta de que no pueden hacerle cambiar
de parecer.
El
de Yeonghye es un cuerpo desnudo, sin propósito,
sin deseo, pero fascinador para los hombres. El único deseo de la protagonista radica
en su aspiración a la fusión vegetal que, aparentemente, le inspira su cuñado
cuando pinta flores de colores sobre su piel desnuda y ella deja esa noche de
tener sus recurrentes pesadillas. Potente metáfora de la sumisión femenina (que
recuerda la de la película The pillow book
–1996– de Peter Greenaway), de la heterodesignación expuesta por Simone
de Beauvoir en El segundo sexo
(1949): los hombres imponen a las mujeres la traba de que no asuman su
existencia como sujetos, sino que se identifiquen con la proyección que en
ellas hacen de sus deseos.
Un
aspecto colateral al tema aparece en dos momentos de la novela, episodios que
plantean la violación dentro del matrimonio, un tabú poco
frecuente en la literatura. La intención no era hacer un catálogo de las
violencias que hay en la sociedad. Me enfoqué en la sensibilidad de la
protagonista y todo lo que a ella le aberraba en el ser humano, como esos
encuentros sexuales forzados: el primero, muestra al marido borracho
forzando a una indolente Yeonghye; el
segundo, a su cuñado violando a su hermana, bañada en lágrimas, porque no puede
contener el deseo hacia otra mujer.
Otro
aspecto, no tan colateral en la trama, es la representación de la mujer como
enferma (Yeonghye será finalmente internada
en un hospital psiquiátrico como aquejada de anorexia; su rebeldía se
medicaliza como sucedía con la rebeldía de las histéricas en el siglo XIX), tan inscrita en el
imaginario colectivo, anclado en los estereotipos de un pasado-presente. Esto HK la relaciona más a más a Tolstoi (Ana Karenina) que a Melville (Bartleby, el escribiente); a Lars Von
Triers (Bailando en la oscuridad, Rompiendo las olas), que a Kafka. La
pasividad de los protagonistas kafkianos y melvilleanos es política, representa
el mundo y la lucha contra él, mientras que la negatividad de la mujer
representa solo la problemática femenina-singular.
La
historia acaba planteando nuevas preguntas y ofreciendo muy pocas respuestas.
De hecho, HK reconoce que entre 2003 y 2005,
mientras escribía la novela, se planteaba algunas desazonantes preguntas:
¿Hasta qué punto se puede rechazar la violencia? ¿Una persona puede llegar a
ser completamente inocente? ¿Qué le puede ocurrir a quien se niega a pertenecer
a la especie humana? Esto es lo que me atrae de este trabajo: la manera en
que puedo profundizar y detenerme en las preguntas que considero imperativas y
urgentes, hasta el punto de que decido aceptar el sacrificio. (…). De lo
que no cabe duda es que la novela exige una profunda reflexión sobre el papel
de la persona, como individuo y como integrante de una colectividad: sobre la
siempre difícil elección entre transigir y beneficiarse o disentir y dejar de
pertenecer. Abre preguntas sobre la violencia, la belleza y el amor; que van
desde la ruptura de los esquemas sociales tradicionales a los mínimos derechos
humanos; desde la figura de la mujer en la sociedad (aunque buena parte de lo
que plantea sea aplicable a cualquier sexo) al concepto de locura.
ESCRITURA MELODIOSA
Hay
libros (como los de Javier Marías o Luis Mateo Díez) que hacen
olvidar cómo se utiliza el lenguaje, hasta que al finalizar la lectura uno se
da cuenta de la enorme diferencia existente entre el habla de sus
comunicaciones habituales y el de las páginas de esos libros. Esta novela
relata un choque directo y radical contra el sistema, enfrentamiento que nunca
llega a verbalizarse, pues sucede a un nivel más profundo: en la superficie una
mujer decide dejar de comer carne, pero la fuerza de las palabras en manos de
la autora es la que permite que, sin mencionarlo expresamente, se transmita
toda una plétora de incómodos asuntos. La novela está narrada en una prosa
tersa y precisa, sin adornos poéticos (pese a que HK comenzara publicando poesía y muestra una
escritura muy poética en muchas de sus novelas). Una escritura ágil que atrapa desde el principio, es la que
determina que, aunque la incomodidad sea extrema, su muestre de una forma
melodiosa, dulce, característica de esa literatura oriental que a veces deja
que la acción fluya apaciblemente. Pero no nos engañemos, aunque está escrita
de manera bastante sencilla y accesible, contiene muchas capas de lectura y
profundidad.
Se
ha comparado, como se ha visto, a HK con Kafka, pues en la obra de ambos un comienzo trivial,
poco literario y casi absurdo, origina consecuencias imprevistas, conduciendo a
un mundo propio, desligado de nuestra realidad a pesar de que el contexto sea manifiestamente
realista. También el estilo de su prosa tiene en común esa crudeza exenta de
adornos, la descripción desapasionada y fría de los hechos, una narración casi
notarial de acontecimientos inquietantes. Pese a ello, aunque La vegetariana no llega al grado de poeticidad
de otras novelas (como La clase de griego
o Imposible decir adiós), contiene
descripciones muy simbólicas, como las de los sueños, y otras casi idílicas,
como la parte en que el cuñado pinta a la protagonista. Breves destellos
líricos en forma de descripciones, de alusiones veladas, y de continuas
referencias a la naturaleza, que ejerce una llamada constante a la
protagonista, un reclamo a veces siniestro y sugerente en otras ocasiones.
Pero,
más que poética, la escritura resulta contundente, dejando muchos vacíos
intencionados de sentido, para que el lector, a medida que lee, vaya rellenando.
Es una escritura que suministra poca información, pero que proporciona pistas
para que se entienda más allá de lo que se dice. Por eso, pese a que no se
escucha a la protagonista en ningún momento, salvo a través de sus sueños (del lenguaje
simbólico, por tanto), se puede apreciar lo que ella siente. La novelista
admite que recurrió a esos ensueños, que rozan el gore, con objeto de permitir
al lector empatizar con su compleja protagonista: Ella necesitaba, ya que no
tiene voz, mostrar qué era eso tan doloroso que le llevó a tomar una decisión
tan drástica. Las pesadillas son una feroz mirada en primera persona hacia
la carne, pero también a los instintos asesinos y al deseo de soledad. De
hecho, una de las principales habilidades de HK
radica en lograr transmitir sin llamar a las cosas por su nombre, con una
delicadeza que choca con lo brutal de la narración. Todo ello hace exquisito y
perturbador a este breve libro.
Quizá
su principal lacra radique en la posición extrema en la que se coloca al
personaje. No obstante, si el hilo narrativo no hubiese sido tan drástico, si la
protagonista, incitada por sus sangrientos sueños, se hubiese limitado a
postular una concienciación ecológica crítica y pugnase por lograr un
equilibrio con la naturaleza, el interés despertado por la novela seguramente no
hubiese sido el mismo.
En
el fondo, la novela condena la violencia de los seres humanos a través de Yeonghye que los ve como animales violentos, porque
así son los animales. Y eso no va a cambiar, por eso asume que lo único que puede
hacer es aspirar a convertirse en vegetal (árbol, planta).
Asumiendo
esto, lo cierto es que un punto ciertamente más endeble
estriba en el motivo que conduce a Yeonghye
a tan drástica decisión: cuando su marido le
pregunta por los motivos, le responde que
todo se debe a unos sueños que colman cada noche de cadáveres, ríos de sangre,
barbacoas y seres que le atraviesan los intestinos a dentelladas. Su entorno (y
posiblemente, buena parte de los lectores) no entiende el porqué de su decisión,
ni las consecuencias de este acto. Les aterra de un modo que no pueden
comprender cómo una persona tan normal y predecible puede tomar una decisión
tan inesperada y llevarla a cabo hasta sus últimas consecuencias.
Esa
es la (inicial y) única explicación de un proceso que la lleva a la
autodestrucción pues rechazar la vida y el mundo para rechazar la violencia
es una imposibilidad. Después de todo, no podemos convertirnos en plantas. Sin
embargo, tiene algo muy humano pues su opción ética resulta chocante,
subversiva, y totalmente alienada, pero ética, al fin y al cabo. Porque el potencialmente
trivial acto de alterar su alimentación, impelida por un sueño, pasa de ser algo
anecdótico a tomar significado ético de forma gradual. ¿A qué me estoy
enfrentando si decido…? ¿Qué estoy alterando para que todo el mundo se ponga
contra mí?
Pero
precisamente ese desajuste entre los deseos de Yeonghye con los de su
círculo es uno de los hilos de la novela: Cuento la historia
de incomprensión de una mujer que busca escapar de su actual condición humana
para ser mejor humano. La pregunta que quise formular no trata sobre la
historia de una desquiciada que no come carne, la pregunta fundamental es qué
es el ser humano y por qué anida la violencia en él. La novela pues no es
un canto a la mujer y a la reivindicación de su cuerpo como espacio propio,
tampoco es una crítica al heteropatriarcado, ni al neoliberalismo. La novela
trata realmente de aquellos temas que preocupan a quien la lee, volcando en
ella su propia interpretación: contra lo esperable, Yeonghye
encarna algo que interpela de alguna manera. Del mismo modo que el Joseph K. de Kafka
no representa la lucha contra la burocratización o la mujer del médico de Ensayo sobre la ceguera no representa la clarividencia
social (pues no dejan de ser creaciones literarias, aunque algunas, como esas,
sean capaces de convertirse en personajes simbólicos y trascender), HK habla de la violencia sorda y callada, de la
locura a que lleva la inmensa soledad que vivimos, del ansia de plantarnos como
árboles cabeza abajo para crecer libres, sin hablar de ello. Y justamente en
eso radica la fuerza del libro: comunicar sin decir expresamente.
En
este sentido es perfectamente entendible que la protagonista sea Yeonghye, y no su hermana Inhye,
puesto que el eje narrativo no podría ser la crisis de identidad de ésta, con
el perfil del eterno femenino: cuidadora, discreta, esposa fiel y madre y
hermana amantísima, porque la función femenina no deja de considerarse
literariamente tediosa. La mujer interesa cuando es autodestructiva, la
representación preponderante de la mujer sigue siendo casi siempre la mujer
psicopatológica (la mujer histérica en sus múltiples variantes). Hasta
los años 50, las chicas iban al manicomio sólo por desobedecer, dice Joyce
Carol Oates, y estamos hablando de Corea del Sur y no de Estados Unidos.
Personalmente
lo que más me ha gustado ha sido su propuesta controvertida e interesante: su
ambivalencia, su versatilidad, sus múltiples y contradictorias lecturas posibles.
Me parece interesante porque partiendo de la historia de una mujer joven y
aparentemente insustancial, cuando toma la decisión de dejar de comer carne
abre el camino a la reflexión y el análisis. Esa decisión que la llevará
progresivamente a la pasividad frente a los otros y frente al mundo, y a una
conducta autodestructiva vinculada a un deseo de unión con los árboles y la
naturaleza, de disolverse y hacerse una con la tierra. Y todo ello contado con
solvencia y encanto. Por otra parte, su vertiente controvertida no necesita
mayor explicación, la propia autora ha contado la mala recepción de La vegetariana en su país; los críticos la silenciaron
o la repudiaron, para ganar años después el Man Booker y ser traducida y
reconocida en todo el mundo. Lo que me ha gustado es precisamente su
ambivalencia, su versatilidad, sus múltiples y contradictorias lecturas posibles
y, sobre todo, su capacidad de asentar un mito: la mujer obstinada que defiende
su decisión a cualquier precio.
No
obstante, me parece que está lejos de ser una gran novela (algunas de las
posteriores de la autora están bastante por encima de ésta), me parece una
novela de idea (la ausencia de detalles de contexto y caracterización externa
de los personajes así lo reafirman) que se sustenta más en cómo se narra que en
la propia trama narrativa.

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