miércoles, 20 de noviembre de 2024

BASILISCO

 

«BASILISCO»
Jon Bilbao (2020)



«dejaría de ser una «joven promesa de la literatura» que ya había pasado de los 40 y se convertiría en un «escritor personaje». Sería como un escritor en un relato de otra persona»

EL UNIVERSO BILBAO

Dado que en literatura está todo escrito, solo el desarrollo de una voz y un imaginario propios (lo que dista de resultar fácil) logra evitar la monotonía y la reiteración. Pues bien, Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) parece haber logrado ese objetivo de erigir un territorio propio. Consolidado como una figura destacada del cuento español contemporáneo, ha conseguido, al mismo tiempo algo extremadamente difícil, alcanzar igual maestría con sus novelas. En efecto, cuando publica BASILISCO (2020), aunque había abordado otros géneros, como la novela (la juvenil, incluida), y profesado como traductor literario, era reconocido sobre todo como cuentista, al que avalaban: Como una historia de terror (Premio Ojo Crítico 2008), Bajo el influjo del cometa (Premio Tigre Juan 2010), Física familiar (2014) y Estrómboli (2017). Por otra parte, con Shakespeare y la ballena blanca (2013) o El silencio y los crujidos (2018) había intentado una combinación de formatos que, intentando superar los límites del cuento, se abriera hacia la novela corta, la autobiografía y el ensayo, siguiendo una mecánica, un metabolismo particular de su concepto de relato.

Algo similar intenta (y consigue) en Basilisco, que, presentada como novela (a falta de otro apelativo, éste, que engloba desde el punto de vista editorial, lo comercial, raro o elástico, puede valer), aunque, en puridad, no lo sea, como tampoco es un libro de cuentos: se trata de una obra que fluctúa entre la sucesión de relatos, la novela y la revelación autobiográfica (fingida, pues en realidad es autoficción). Sea como fuere, se trata de una forma literaria original y heterogénea, que, retomando ciertos aspectos secundarios apuntados en textos anteriores, combina tradiciones y géneros, impregnados de referencias clásicas que se entremezclan con la cultura popular, lo que la convierte en una de sus obras más singulares. Asentado en la frontera entre géneros (y transitando entre varios) y bajo la carátula de la autoficción y el western, intercalados de forma tan original como inesperada, este ejercicio de ficción pone en entredicho la realidad.

La novela que se ha convertido en la primera entrega de una trilogía («Saga de John Dunbar») que continuó con Araña (2023) y que ha culminado con Matamonstruos (2024), se concibió, en un primer momento, como una obra independiente (y que, como tal, fue elogiada por su delicadeza y profundidad). Sin embargo, el deseo del autor de expandir el mundo que había creado llevó a que se transformara en el comienzo de dicha trilogía.

Basilisco se estructura en ocho capítulos autoconclusivos (caracterizados por tramas internas casi independientes del resto), alternando los que acontecen en el presente, en California, Ribadesella y Euskadi, y los que tienen lugar un siglo atrás (el pasado) en parajes del Oeste (Nevada, Idaho o Montana.). Precisamente, la alternancia de capítulos y relatos de dos líneas argumentales tan distintas puede parecer la mayor debilidad de este arriesgado proyecto, pues, al carecer de una trama que ensamble todo, algunos conflictos y ciertos personajes secundarios pueden parecer difuminarse o resultar intrascendentes. Sin embargo, como veremos, precisamente esto resulta ser su valor fundamental.

YO A RIBADESELLA…

El autor despliega espacios inhóspitos y escenas donde acumula toda la tensión de la novela en una suerte de juego literario, donde maneja a sus dos protagonistas como marionetas, superponiéndolos: Dunbar como el alter ego (resolutivo y macho) del personaje-autor (remiso y con una masculinidad dubitativa); y ambos (como queda patente en el capítulo quinto), a su vez, de Jon Bilbao (JB).

Pero el desdoblamiento no se limita a los protagonistas, algunos personajes secundarios, como la madre del autor y La Araña, también forman parte de ese juego de espejos. Juego que se amplía a sucesos y escenarios: las cuevas (la de Ribadesella y la de los mormones), las riadas, los cementerios… En fin, un juego especular presente-pasado, Norte de España-Lejano Oeste que genera una relatividad y una circularidad vitales y narrativas de enorme atractivo.

JB desdobla esas dos líneas temporales, con puntos de vista, registros y temáticas muy diferentes. La primera, una serie de relatos sobre las relaciones familiares (con patentes ingredientes de autoficción) de un escritor, residente en el norte de España. Retoma los textos protagonizados por un narrador subjetivo (en primera persona), que expone sus dudas existenciales y literarias, mientras sobrelleva su vida de pareja junto a su mujer, Katharina (personaje ya presente en otros libros), y sus dos hijos pequeños. Se trata de un protagonista sin nombre, hecho totalmente intencional, pues en el episodio de las abejas, cuando su jefe en la refinería le pregunta: Oye, ¿tú eres?, se recurre a los puntos suspensivos para escamotear el nombre. Este personaje, patente alter ego del autor (puede que él mismo en algunos pasajes), aunque guarde ciertas semejanzas con la vida del propio JB, no es él: No soy yo, no son narraciones autobiográficas. Por suerte para mí, no me ha sucedido todo lo que le ha sucedido a Jon, pero se ha convertido en una especie de alter ego mío. Esto no ha sido planificado, pero hace casi 20 años empecé a escribir sobre este personaje; no tenía nombre y estaba en primera persona, pero me habitué a utilizarlo como canal para reflexionar sobre algunas cosas que yo tenía en la cabeza y en ese recorrido le fui prestando algunos rasgos biográficos míos hasta el extremo que ya nos llamamos igual y vive en la misma casa que yo, ha estudiado lo mismo que yo y nos parecemos bastante.

Pues bien, este protagonista, insatisfecho con su trabajo como ingeniero, se traslada a California. Allí, conocerá a Katharina, una chica alemana que acabará convirtiéndose en su mujer y madre de sus dos hijos; y (por referencias) a John Dunbar, antepasado de la dueña del rancho donde está invitado, muerto hace un siglo, con quien entra en contacto a través de dos (quiméricas) narraciones orales proporcionadas por James, el marido de la anfitriona. A partir de ahí este protagonista, va adentrándose en un círculo de dolor, fracaso y melancolía, que lo llevan a rememorar momentos de su vida especialmente significativos. Lector de Vidas de los doce césares de Suetonio, vuelve a la casa de su infancia en Ribadesella: Siempre me he sentido de aquí; de la casa, no del pueblo. Y vuelve porque allí vivía cuando aún no existían Katharina y los niños, de forma que volver a esa casa (espacio telúrico y axial de la trilogía) supone para el personaje borrarlos y exorcizar el divorcio, la pérdida y la separación. Y junto a la casa, la cueva: Al cruzar la verja, lo primero que se ve es una cueva. (…). De niño, era uno de mis rincones de juego favoritos, aunque muy sucio. De aquí surgieron muchas de mis fantasías y miedos, así como parte de lo que he escrito.

…TÚ AL OESTE

A la vez despliega, en paralelo y mediante un narrador (no siempre) objetivo (en tercera persona), la segunda ficción situada en el Oeste americano, escenario ya frecuentado en otros títulos del autor, pero hasta aquí nunca desarrollado de forma tan directa y principal: las andanzas de John Dunbar, por un Oeste esquemático, arquetípico y, sorprendentemente, muy particular, que configura un wéstern no precisamente crepuscular, como a veces se le ha (erróneamente) calificado. Quizá por ello y contra todo pronóstico, la trama del Oeste no cae en la falta de naturalidad, ni resulta forzada. La presentación del personaje, que lleva muerto más de un siglo, tiene lugar, como se ha visto, en una visita a un rancho en Estados Unidos: así, JB entrelaza la historia del escritor-protagonista con la de Dunbar a través de capítulos autoconclusivos que van alternando la vida de uno y otro, el pasado y el presente, aunque con un lazo común.

Pese a lo que se pueda pensar, John Dunbar no debe su nombre al capitán de caballería protagonista de Bailando con lobos (1990), encarnado por Kevin Costner, sino a un individuo que, durante una estancia en Estados Unidos del autor, echó a JB de su propiedad, cuando movido por la curiosidad pretendía contemplar una casa que, situada al lado de la carretera por la que pasaba y aparentemente abandonada, llamó su atención, y cuyo nombre pudo leer en el clásico buzón americano de la propiedad cuando se iba. Así nominó a este errabundo, huraño y violento trampero, buscador de plata, veterano de la Guerra de Secesión y pistolero ocasional, que encarna lo más genuino del Lejano Oeste.

Presentado originalmente como un hombre de gran estatura, (se dice que mide siete pies, 2,13 m., como el juez Holden en Meridiano de sangre de Cormac McCarthy y Kurtz de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad), resistencia y valentía (rasgos similares al Hakan de A lo lejos, de Hernán Díaz, obra que tradujo precisamente JB); durante la fiebre del oro se establece en Virginia City, para, poco tiempo después, deambular por Arizona y Colorado, como guía de una expedición paleontológica que busca fósiles, hasta el territorio de los mormones (Utah); tras lo cual será capturado por una banda de asesinos que destroza los cadáveres de sus víctimas sin un motivo aparente; para, finalmente, aparecer instalado en una aislada cabaña en Idaho (guiño a un giro argumental de la segunda entrega: formaría parte de esos relatos incrustados en la trama, como el de isla griega). Sus únicos objetivos parecen ser la serenidad y la soledad.

EFECTO MATRIOSKA

Así, mediante estos dos hilos narrativos alternativos, entrelaza la historia de la vida de clase media del escritor en Ribadesella con las peripecias de Dunbar a través de capítulos independientes y sin relación evidente, hasta un capítulo culminante (el quinto: Hombres enfadados o sobre el insólito destino de los supervivientes de la expedición Drummond), donde todo se aclara a través de la metáfora. Tal revelación desplegada en unas páginas densas y precisas, trufadas de imágenes, en las que mediante la técnica formal de colocar una copia de una imagen dentro de sí misma (forma fractal de metaliteratura), de manera análoga a las muñecas rusas (matrioskas), propone una sugerente exposición del oficio de la escritura y sus implicaciones.

Si bien el primer hilo del argumento carece de la acción del segundo, la capacidad de JB para plantear, con tramas mínimas (una maqueta de avión que acaba en un cementerio; el regreso a la vieja casa familiar…), el uso de la narración subjetiva (primera persona) y el magistral empleo de la elipsis, los graves conflictos existenciales (desamor, cobardía. separación…), determina que esos relatos, junto a la áspera descripción de los errores e inseguridades del narrador, se constituyan, desde mi punto de vista, en lo mejor de la obra, por su poética naturalidad y la precisión en el manejo del lenguaje; pues, a partir de un trabajo artesanal de la palabra bosqueja esos temas con enorme atractivo (y, a veces, extrañeza).

Por las historias pasa un buen número de personajes secundarios: góticos, tramperos, antiguos profesores, buhoneros, padres y madres, maleantes, profesores universitarios, usureros, pistoleros, amigos de la infancia, exploradores y creyentes fanáticos… Entre ellos destaca el personaje de Clement, el dibujante de la expedición arqueológica de los hermanos Drummond, a quien se debe una aguda reflexión sobre las obras de Shakespeare donde los malos hablan mucho, mientras que los buenos suelen ser callados. Significativamente, en Basilisco el protagonista-narrador de la actualidad resulta ser un tipo callado (aunque ofrezca un prolongado soliloquio al lector), con muy poca conversación tanto con su mujer, como con los otros personajes; mientras Dunbar, el protagonista de la historia del pasado, es todavía más callado, aunque mucho más expeditivo.

Especial mención merece la pujante presencia la Araña, un personaje misterioso, de presunta maldad, que se erige como símbolo y como tótem: una figura aracniforme y aterradora en el relato del presente; una presencia humana y vandálica en el relato del pasado. Destaca, en este sentido, el brutal episodio del rito chamánico por el cual La Araña convierte a Dunbar en El Basilisco.

SOBRE EL OESTE DE JON BILBAO

Basilisco se ha calificado, sin serlo, como novela western con toques metaliterarios, quizá porque buena parte del éxito de público y crítica logrado se deba al personaje, ya icónico, de John Dunbar y a sus aventuras. Porque JB reúne los elementos prototípicos del wéstern (fiebre del oro, indios, emboscadas, Caballería…) a partir de una concienzuda documentación y un encomiable manejo de la acción, consiguiendo una narrativa dinámica y áspera, muy a tono con la trama. Además, introduce algunos ingredientes fantásticos y metaliterarios que enriquecen el texto, tanto por la sorpresa que generan, como por su encanto narrativo. No en vano, tradujo A lo lejos, la sorprendente novela del oeste y finalista del Pulitzer, con la que Basilisco comparte el intento de crear un protagonista nuevo, alejado del héroe del wéstern clásico o del antihéroe del spaghetti western o el wéstern moderno.

JB sintió desde muy pronto la atracción por este territorio narrativo, aunque tenía claro que deseaba evitar caer en la reproducción de los arquetipos de ese universo (principalmente el de la masculinidad idealizada). Para crear un universo narrativo posmoderno propio tuvo que documentarse y realizar algunos viajes al verdadero Far West. Así, a partir de la plantilla del western clásico, crear su propio Salvaje Oeste: He usado esa plantilla narrativa previa para hablar de los temas que a mí me interesaban. No he tratado de emular ni los westerns de John Ford ni los de Howard Hawks, sino escribir el salvaje oeste de Jon Bilbao. Su afición por el Oeste nació a través de los cómics que leía de niño. Su atracción por esos paisajes exóticos se fortaleció con las películas de John Ford y los clásicos cinematográficos del género, y se completó con las novelas que leyó siendo adulto: Muchos de los clásicos cinematográficos son adaptaciones literarias (…), y las obras originales, en muchos casos, eran superiores a las películas. Concretamente para esta obra, elige como referente dos clásicos literarios: El hombre que mató a Liberty Balance, de Dorothy M. Johnson, y Centauros del desierto, de Alan Le May (ambas llevadas al cine por John Ford). Sin obviar dos referencias que parecen estar en la base del personaje de Dunbar. Una, también literaria: El pistolero de Las tierras baldías, primera entrega de La Torre oscura, de Stephen King. La otra, fílmica: el Hombre sin nombre, encarnado por Clint Eastwood, en la Trilogía del Dólar, de Sergio Leone: Cuando apareció hace ya tres libros, era un personaje muy genérico, el típico protagonista masculino de este tipo de narración, muy físico, parco en palabras, resolutivo, violento, esquemático. Era intencionadamente arquetípico (…). Al principio de su recorrido era imposible empatizar con él porque era algo que lindaba con la abstracción…

EL NARRADOR QUE NARRA…

El resultado es que el universo Jon Bilbao es peculiar y reconocible, algo a lo que contribuye su estilo, caracterizado por una prosa poderosa, desnuda y perturbadora (muy anglosajona); potenciada por puntos y aparte muy calculados o diálogos sin marcar (sin rayas, ni comillas), que busca plasmar solapadamente una realidad objetiva en la que el narrador parece no involucrarse, pretendiendo ser simplemente un testigo o un espectador circunstancial.

Así, se narran en tercera persona acontecimientos de hace más de un siglo que tienen como protagonista a Dunbar, mientras en los otros momentos se vuelve al presente con el otro protagonista, quien narra en primera persona episodios de su vida. JB intercala ambos tipos de narradores para establecer una distancia con respecto a esa historia lejana, porque es otro quien la cuenta (desde una perspectiva general) para que el lector lea más allá (de las peripecias de Dunbar en el Oeste).

Los narradores desarrollan las descripciones y se adentran en la psicología de los diversos personajes, caracterizándolos con precisión. La utilización de frases telegráficas en la narración y los diálogos no impide el desarrollo en profundidad de la identidad de los dos protagonistas en este viaje literario en dos tiempos a través de varios espacios (Estados Unidos, Grecia, Bilbao, Asturias): sobre ambas líneas temporales circula el inexorable paso del tiempo en una villa asturiana y en el alma atormentada de un hombre.

Igualmente se muestran los diarios de algunos personajes y la religiosidad peculiar de algunos expedicionarios del pasado, buscadores de lo imposible. Una religión, además, arraigada y de prácticas muy ortodoxas. La prehistoria, la ciencia y la religión coinciden en una historia donde se moldean y adulteran leyendas cuando estas pasan de una boca a otra a través del espacio y el tiempo.

Aunque hay escenas que se cierran por sí solas (autoconclusivas), todas ellas se entrelazan para tejer la historia de esta novela casi circular, en la cual, al final, se unen los hilos.

DE LA DESAZÓN Y OTROS TEMAS

Por eso Basilisco es mucho más que un wéstern (muy poco convencional). Aquí las narraciones se entrelazan como matrioskas, con una historia albergando a otra en su interior. Las bandas de perseguidores por el Lejano Oeste se unen a la capacidad de lidiar con los hijos pequeños de la actualidad, creando una ligazón de dos épocas cruzadas y explorando de paso la paternidad y la responsabilidad de cada individuo con sus padres y con sus hijos. En efecto, la familia y las tensiones que se generan en ese núcleo íntimo es otro de los temas presentes, tanto en los relatos de Dunbar, como en los de su autor y alter ego en la actualidad. JB también indaga en la mente humana más allá de sus límites, así como en la conexión entre el pasado y el presente, tocando de manera sutil una especie de «ciencia ficción metaliteraria».

No obstante, el tema general de sus historias es la desazón, con dos posibles variantes: una, la que confronta al ser humano civilizado a las fuerzas indomables de la naturaleza, ante las que tiene mucho menos poder puede bastante menos del que presume su arrogancia (en los cuentos de JB abundan las personas  perdidas en páramos, excursionistas que enfrentan graves dificultades, maestras aisladas; y, aquí, encontramos a un padre a la deriva en el mar, que pierde el flotador de su hija); y otra, tal vez reverso o prolongación de la anterior, que opone al hombre cuerdo a los miedos que subyacen a su supuesta normalidad, los recuerdos soterrados, el pasado bordeado de simas, la pesadillesca periferia que se abre más allá de la cotidianeidad. De hecho, la maldad no es elemento determinante en esta historia, sino los tormentos que atenazan a algunos de los personajes principales, pues varios arden en su rabia sin llegar a consumirse.

Por todo esto, y mucho más que se podría añadir, cabe recomendar Basilisco como una excelente lectura y un original paso adelante de un autor en estado de gracia desplegando un territorio particular: aquel que el protagonista sin nombre del último relato acomete al adentrarse en la arcaica cueva de su infancia, ajeno a las maravillas que esperan tras el barro, la oscuridad y lo desconocido.

Sorprende que a estas alturas Jon Bilbao no goce de mayor prestigio, quizá se deba al tipo de ficción que practica, que a menudo (ya desde su novela inicial, El hermano de las moscas de 2008) se ha movido entre géneros y registros (fantasía, terror, ciencia ficción…) al margen de las líneas mayoritarias y convencionales de la narrativa actual, que le han valido unas críticas casi siempre comedidas y muy poco ajustables a la obra de uno de los mayores cuentistas y (ahora ya, sin duda) novelistas españoles, si no uno de los mayores escritores en general.

«Si John Dunbar no hubiera contado con la visión duplicada que le permitía ver a través de sus ojos a la vez que se contemplaba desde el exterior, nunca habría comprendido lo que sucedía. Ya no estaba dentro de un hombre, sino de dos, como en un juego de matrioskas»

martes, 12 de noviembre de 2024

ARAÑA

 

«ARAÑA»
Jon Bilbao (2023)

«En realidad, iba a decir que no me conoces.
Te conozco lo suficiente. He leído todos tus libros.
Yo no soy ese hombre
.»

QU’EST QUE C’EST?

ARAÑA (2023), la séptima novela de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), es la brillante continuación de Basilisco (2020) y, por tanto, segundo volumen de la (como se ha dado en llamar) saga de John Dunbar, que finaliza con una tercera entrega, Matamonstruos (2024). Y aunque pueda leerse de forma independiente, al formar parte de una trilogía, su autonomía no es completa: cada libro puede leerse suelto, pero es recomendable leerlos en orden de publicación porque entre ellos guardan relaciones informativas (de espacios, tiempos y personajes) y narrativas (de trasformación de tramas, personajes y acontecimientos). De modo que, si uno se centra sólo en Araña, adolece de referencias necesarias para comprender y apreciar plenamente el universo quimérico del autor: así, por ejemplo, la caracterización del personaje de John Dunbar (alias Basilisco) queda incompleta al hurtarse su presentación y primeras andanzas; y lo mismo ocurre con el otro protagonista, Jon, que en la entrega anterior incluso carecía (significativamente) de nombre.

Parece incuestionable que Jon Bilbao es uno de los mejores narradores de la actualidad, con una habilidad descriptiva única y, sobre todo, una enorme capacidad para el relato. Y precisamente en eso consisten estas obras: relatos autoconclusivos, pero paradójicamente dependientes y entretejidos entre sí. Las tres entregas (cuatro si incluimos Los extraños, como pieza aneja) bien podrían reducirse a dos: la historia familiar de Jon (ese quimérico alter ego del autor), con su Ribadesella natal como epicentro narrativo; y la de su homérico alter ego del lejano Oeste americano, John Dunbar; teniendo en cuenta que, entre ambos hilos narrativos se producen repeticiones y coincidencias formales y temáticas, incluidos espacios y personajes.

Araña, como Basilisco, tampoco es una novela, ni una colección de cuentos. Sin entrar en polémicas, digamos que se trata de una sucesión de diez textos sobre peripecias de distinta naturaleza. Bilbao, diestro en el relato corto y las frases cautivadoras, pergeña el libro hilvanando relatos donde la originalidad de la forma favorece el despliegue del ese universo suyo tan personal, donde, tras un aparente batiburrillo, sorprendentemente todo acaba por encajar: desde desastres naturales (riadas, lluvias de barro, inundaciones y corrimientos de laderas) como hilos conductores, a recuerdos de otros libros (sustancialmente, Los extraños) que unifican la narración. Porque su obra se está configurando como un dilatado proyecto conformado por pequeñas hebras que yuxtapuestas, cual teselas, conforman una madeja, una panorámica general. Leer esos pequeños detalles de las vidas de los personajes y comprobar cómo enlazan con otros textos y verlos desarrollarse, configura un universo literario, un territorio propio, al que vuelve tras Basilisco, ampliado y enriquecido.

ESTRUCTURA DUAL

Posiblemente las historias de Jon y Dunbar funcionarían perfectamente solas, sin necesidad de entrelazarlas, pudiendo haber sido libros independientes, pero lo cierto es que esta organización alternativa (y a veces confluyente), los saltos del pasado al presente, y de la ficción a la realidad (mejor dicho, lo que se expone como realidad, aunque no sea más que otra cara de la ficción) se lee con idéntico interés y además aporta un estimable añadido de abstracción y metaliteratura.

Con idéntica estructura narrativa que Basilisco, es decir una organización basada en la sucesión alternativa de dos tramas independientes situadas en dos líneas temporales (el presente de un alter ego literario del autor y el pasado del Lejano Oeste) que guardan entre sí algunos (pequeños) guiños o paralelismos. Fórmula arriesgada, pero que continúa funcionando, ya que logra armonizar historias tan distintas, (prácticamente antagónicas) trenzándolas mediante sutiles pero eficaces nexos narrativos, configurando un universo único. Es capaz de conseguir una vivacidad contagiosa tanto al universo de fingida autoficción, que emplea para enfocar con precisión diversas cuestiones y dar rigurosidad a la obra; como en ese western provisto de un poso conceptual tan atrayente como su expresión formal.

Las 10 narraciones intituladas que conforman Araña (ninguna se titula como el libro, porque la araña opera como símbolo) no pueden ser más dispares, tanto en tono como en argumento. Nuevamente los episodios (ficticiamente) biográficos de Jon se alternan con la trama de los personajes del Oeste, generando una ficción original, donde nada es mentira del todo. Pero no nos engañemos, sus dos líneas argumentales, aun generando interés, no dejan de ser el pretexto de una prosa en la que recae su valor real de la obra (pues la atractiva trama no es más que un dispositivo para su plasmación).

Ribadesella, el Far West, Disneyland París o el desierto de Nevada, espacios yuxtapuestos en el libro, escenifican la cualidad híbrida de la narrativa de Bilbao, donde la observación, lo fantaseado, lo alegórico y hasta lo metaliterario se combinan con naturalidad. Todo ello condimentado por la variedad formal de las historias y el modo de presentarlas: buenos ejemplos de ello son: la estructuración que hace que sendos textos del presente, relativos a Jon, interrumpan por dos veces el relato de los peregrinos, en el pasado, sin aparente motivo (pero consiguiendo dosificar e incrementar el interés por la trama); y el capítulo nueve (Muda), donde cada párrafo comienza con puntos suspensivos, creando una fuerte sensación de interrelación-elíptica destacable.

Mención aparte merece el narrador que con guiños significativos retrotrae al relato oral. Bien mediante la forma verbal en primera persona del plural (incluyendo al lector-oyente): Mientras tanto, nosotros retrocedamos sigilosamente entre las ruinas, (…), tratemos de guardar silencio y respetar el merecido momento de paz e intimidad de John y Lucrecia. Bien reforzar el uso verbal con la complicidad narrativa: (…). Pero demos su crónica por buena. Nos gusta pensar que sucedió así. Bien adelantando acontecimientos para enfatizar la construcción del relato: Será mejor que me lo lleve, dijo la chica, y Horacio se fue trotando con ella, para no molestar hasta el momento de su reaparición al final del relato.

REFERENCIAS DIVERSAS

Todo ello contado con una miscelánea de géneros que va desde la crónica al drama, del folletín al libro de aventuras, donde caben, asimismo, retazos de fantasía, ciencia ficción, surrealismo onírico o algunos detalles tétricos (como los cráneos y las cabezas del primer relato de Dunbar) y, por supuesto, la Araña y el Basilisco.

En este sentido, no deja de sorprender la capacidad del autor para adentrarse (y adentrarnos) en el terreno de la fantasía sin perder verosimilitud, facultad que unida a su capacidad para introducir elementos inquietantes (propensos a desencadenar una crisis en cualquier momento): en cada frase fluctúa un suspense, una tensión narrativa regulada.

Ni que decir tiene que, como otras obras del autor, Araña contiene multitud de referencias: entre tales influencias, la de Cervantes, tanto en la fórmula quijotesca del héroe que vive a la vez su vida y la de las novelas que sobre él se escriben, como en la existencia de, al menos, dos autores simultáneos; la de la literatura que ha producido el género (desde Zane Grey a Cormac McCarthy), y entre ellas  las colecciones de kiosco de Marcial Lafuente Estefanía; pasando por algunos relatos de Richard Ford, Las puertas del paraíso (ambientada durante la Cruzada de los niños) de Adam Andrzejewski o La torre oscura de Stephen King.

Influencias que no se limitan a la literatura, sino que incluye numerosas referencias cinematográficas, algunas ligadas al mundo del western, que van desde la explícita de Johnny Guitar de Nicholas Ray, al Hombre sin nombre, de la Trilogía del Dólar de Sergio Leone (además de citas explícitas a Sin Perdón de Clint Eastwood). Otras son de carácter más metafísico, como El hombre duplicado (Enemy), de Denis Villeneuve, donde las arañas juegan un papel simbólico inquietante (aunque distinto al del que utiliza Bilbao); o de carácter biográfico (y narrativo), caso de Arachnophobia de Frank Marshall. Sin olvidar además el uso de todos los estilemas cinematográficos (escenarios, líneas temporales, planos, contrapicados de los personajes, fundidos a negro, diálogos que se disuelven…) y los homenajes al cine mudo (un rasgo primordial de los cuentos de Bilbao es que se oyen y se ven).

Mención aparte merece el valor simbólico que se el otorga al cine en dos momentos alusivos de enorme relevancia: el primero, lo identifica con La Luz que dirige al profeta visionario hacia el Paraíso que persigue, dándole el valor de visión mística de orientación; mientras el segundo, identifica al cine con el rito chamánico, otorgándole el valor de la entrada en un mundo mágico y reparador que da respuestas a la cotidianidad.

Todo ello desarrollado con un estilo basado en una literatura fragmentada, con capítulos bien hilvanados y un vigor y una destreza rítmica, sobre todo en los episodios del western. Estilo que se sustenta en un análisis cercano al costumbrismo, la observación a través de un enfoque psicológico estricto que admite el determinismo (mental) genético (conexión subjetiva de John Dunbar-Elvira Coster y Jon-su madre) y la denuncia crítica de la vida íntima de las familias, junto a una visión pesimista del amor y una descripción mordaz de la pareja.

DE PERSONAJES ICÓNICOS Y ALTER EGOS

Jon Bilbao ha reconocido ser consciente de que la auténtica naturaleza de los personajes (y de las personas) aflora cuando se enfrentan a situaciones extraordinarias; develamiento que plasma narrativamente y el lector reconoce en la complejidad de la (su) vida.

En Araña, retornan los personajes y los escenarios de Basilisco a los que vuelven (y nosotros con ellos): John Dunbar y Lengua Azul, Jon y Katharina retrotraen a un Oeste americano, de desiertos y masas rocosas, y a una Ribadesella contemporánea, de inundaciones y temporales.

Por un lado, está Jon-personaje, que intentando reconducir su vida tras el divorcio, evoca su infancia en la casa de Ribadesella (referente espacial de innegable protagonismo telúrico) y acomete un accidentado viaje de documentación por el desierto de Nevada con sus hijos. Mientras, Katharina se halla en Disneyland París durante una tormenta de barro de talante bíblico y, en su hotel, se encuentra con un viejo conocido al que no esperaba volver a ver. Y, de nuevo, tanto los conflictos de Jon como el desaliento de Katharina están perfilados con maestría, graduando tiempos y tensiones.

Aquí conviene recordar que Bilbao insiste en que no escribe autoficción (mi intención es tomar esos aspectos para construir ficciones), pero el Jon de sus libros tiene mucho de alter ego, pues, desde sus comienzos, se ha venido incluyendo a sí mismo como un personaje más de sus relatos, eligiendo ciertas características o circunstancias personales para adjudicárselos a ese alter ego: toma su realidad para generar la ficción (no obras autobiográficas, insiste), como, por otra parte, hacen todos los escritores.

Por el otro, en un registro completamente diferente, John Dunbar, el huraño pistolero presentado en Basilisco, inicia el relato brutalmente maniatado por los indios y arrastrando tres cráneos de bisonte a través del desierto. Hipérbole e inverosimilitud para entroncar con la versión de la entrega anterior, que pronto deriva en un guiño metaliterario (Dunbar es famoso como personaje de novelas populares) de carácter casi humorístico. Pronto vuelve, sin embargo, a ejercer como guía de una mística peregrinación al Far West donde un predicador visionario (guiado por la Luz), Martin Grouard, pretende establecer el Paraíso de los Hombres (edén que excluye, como su propio nombre indica, a las mujeres).

El deseo del autor de poner al día el western literario, la épica de los caballos y los revólveres, a través de un personaje memorable y de un viaje de resonancias bíblicas, ha ido creando y haciendo crecer a este icónico personaje (uno de los más emblemáticos del panorama literario español reciente). El personaje esquemático (tan cercano al Hombre sin nombre o al Pistolero de las primeras entregas de La Torre Oscura) de la entrega anterior, va sumando matices y adensando su caracterización: de apenas esbozada bomba testosterónica (un mero arquetipo de masculinidad adusta) que mata sin parpadear cuando pierde la cabeza (de ahí su apodo: Basilisco) y al que todos temen, mediante un proceso de mutación se va humanizando a lo largo del libro, a través del contacto con el iluminado profeta y, sobre todo, con su hermana, Lucrecia, una mujer especial y única integrante femenina de la expedición, que lo hace verse de manera diferente, más humana, menos heroica (cuando, curiosamente, lee la Ilíada). Aquí el relato de aventuras se apacigua a través de la sentimentalidad, la ternura y la soledad: el propio autor dice que, aunque le resultó difícil escribir los libros precedentes, aquí se dejó llevar por sus sentimientos, resultando más emotivo.

Dunbar considera extraña la Ilíada, pues no cuenta ni el principio ni el final de la guerra: en Araña pasa lo mismo, no se explican ni el principio ni el fin de la vida del personaje. Porque lo importante no es eso, sino mostrarlo como versión renovada de un Aquiles sobre el que se tejen las leyendas o de un Ulises ansioso por eliminar sus recuerdos para evitar el dolor.

No hay que olvidar que Dunbar es el alter ego de su autor, Jon-personaje, y que la melancolía aflige, conforma y ahoga a ambos. Son personajes que no contemplan que la felicidad pueda entrar en sus vidas: aunque la tengan a mano, no la aferran. También se pone de manifiesto, a través suyo, cómo el ser humano suele idealizar objetivos y sublimar a otras personas: retrata las ilusiones humanas y cómo a veces se persiguen a ciegas y sin garantías, buscando la propia identidad y determinados sentimientos para sobrevivir, lo que lleva a los personajes a rupturas de relaciones y lazos sociales, a la «mudanza de los afectos», como puntualiza uno de ellos. Porque el ser humano tiende a imaginarse el paraíso individual, donde cree poder encontrar la paz, y aspira a conseguirlo, sin tener en cuenta que «lo difícil es quedarse», como dice otro personaje.

JUEGO DE DOBLES Y ESPEJOS

También la trama, como en Basilisco, se articula sobre (entre otros) dos ejes simbólicos: el mencionado alter ego, por una parte; y el espejo, por otra. En cuanto al simbolismo del alter ego término que describe situaciones en las que una persona (o personaje) parece ser un duplicado o un paralelo cercano de otra. Los ejemplos son evidentes. El más palmario, como se ha dicho, es el de Jon-personaje con Jon Bilbao: se trata de un alter ego metaliterario, establecido desde el momento en que Bilbao decide introducirse como personaje en sus escritos. Notorio, igualmente, es el personaje de John Bumble, el autor que escribe las novelas sobre el Basilisco, es el alter ego en el Oeste-Pasado del Jon en Ribadesella-Presente. Su presentación mediante la imagen paradigmática del hombre que camina por el desierto, arrastrando tras de sí las cabezas recién cortadas de su mujer y sus dos hijos, no deja de ser la referencia alegórica al Jon-autor divorciado de Katharina, con quien se han ido a vivir sus hijos.

Se mantiene, de la primera entrega, el alter ego de la madre de Jon-personaje, desdoblada como La Araña-madre de Basilisco (aquí Elvira Closter): ambas atacadas de melancolía-depresión (trasmitida a sus respectivos hijos: recordar la salvaje escena de transmisión ritual a través de la sangre en Basilisco) y separadas de sus respectivos esposos (el aita y James Closter).

Tan interesante como el juego de personajes desdoblados, es el juego de espejos narrativos, que van desde los personajes a las situaciones y escenarios. En dos capítulos se desarrolla una brillante muestra. En el capítulo quinto (Genuinas aventuras en el Lejano Oeste), Emilia, compañera de trabajo en la refinería del País Vasco y pareja de Jon tras el divorcio de Katharina, va con él y los hijos de éste por el desierto de Nevada, en un viaje nada romántico y no precisamente agradable para ella: su objetivo le es ajeno, pues responde al deseo de Jon de documentarse, y le resulta estresante, por cuanto no logra encajar con los niños. Mientras, en el séptimo capítulo (Sin ánimo de venganza), Katharina está en Disneyland París con los hijos de su nueva pareja, quien no solamente no aparece por el parque, sino que coge un vuelo con un cliente y deja a Katharina con esos niños bajo una apocalíptica lluvia de barro de la que se refugian en un hotel sin electricidad… El reflejo de dos mujeres desbordadas por el egoísmo y escamoteo de sus parejas es evidente.

Juego de espejos que, como se ha dicho, se amplía a sucesos y escenarios: la riada de 1985 del capítulo inicial en Asturias se refleja en el diluvio de tintes bíblicos que arruina el Paraíso de los Hombres; de igual modo que el agujero del tejado (ocasionado por la rama del eucalipto) de la casa de Ribadesella se ve reflejado en el espejo del agujero del techo de la casa señorial de La Tejera, por donde la Araña llega hasta Elvira Closter.  

Estas conexiones entre ambos universos que, en ocasiones, se muestran como meros guiños, y en otras son casi físicas, acentúan el carácter fabuloso (de fábula) del libro, propiciando un consistente marco metafísico, pues no hay que obviar que, tras las palabras y las anécdotas, se plantean algunas interrogantes básicas del ser humano.

TRAMA HOMÓLOGA: DE LA ARAÑA AL BASILISCO

Como se ha dicho, al igual que en Basilisco, hay dos líneas temporales: en una está Jon, viviendo en el presente en Ribadesella, escritor de relatos del Oeste con un pistolero protagonista, mientras su entorno se halla en plena mutación: su exmujer (se ha divorciado), su actual pareja, sus hijos, la relación con su aita...; en el otro está John Dunbar, el arisco pistolero que protagoniza el territorio fantástico de un Oeste creado por el Jon-escritor.

La actualidad de Jon, en este caso presenta también retazos del pasado, pues el libro se inicia con Jon-niño: arranca con una estampa familiar realista de su infancia, situada en Ribadesella. Jon es un niño y su padre continúa trabajando como supervisor en la mina. Un día vuelve a casa magullado y sin su coche habitual, puesto que una gran riada ha provocado serios destrozos en la zona de la mina. Más adelante en esa historia, sabemos de su matrimonio con Katharina, con la que ha tenido dos hijos y de la que se ha divorciado. Ha iniciado con Emilia, una compañera de trabajo, una nueva relación, que ella finaliza para volver con su expareja, mientas el abandonado Jon malvive en la casa de Ribadesella.

En el pasado del Oeste americano, John Dunbar, que se ha convertido en personaje emblemático de novelas de la conquista del Oeste, al comienzo de la historia arrastra, desnudo y maniatado, tres cráneos de bisonte por el desierto, junto a otro hombre en su misma situación (en lugar de los cráneos de bisonte, arrastra las cabezas de su mujer e hijos). Posteriormente, se enfrentará a su gran enemigo, el indio shoshone Lengua Azul, y descubrirá que en su interior tiene algo que él conoce como la araña, una especie de locura transitoria que lo posee y gracias a la cual su figura se ha convertido en mito. Durante parte del libro acompañará, por unos Estados Unidos desoladores, como guía a unos peregrinos en busca del Paraíso de los Hombres. Una única mujer, tan huraña como Dunbar, forma parte de la expedición, Lucrecia, la hermana del líder (al que dirige la Luz hacia el Paraíso) de la que se enamorará por ser diferente a todo lo que había conocido hasta entonces. Finalmente, John y Lucrecia acudirán a la llamada de James Closter, el verdadero padre de John, poseedor de una extensa finca, La Tejera, de la que quiere que Jon se haga cargo a pesar de la reticencia de doña Alejandra, la amante de su padre y administradora del rancho.

 Ambas historias están entrelazadas por los desastres naturales que asolan ambos universos, por la Araña del título, esa araña que acecha a todos los personajes: no es solo un animal amenazador, como tampoco lo eran las moscas o los roedores de otros textos de Jon Bilbao; sino y sobre todo un símbolo (de ese parásito que todos llevamos dentro y que a veces nos carcome), una imagen de la tristeza, la melancolía, la pesadumbre, el sentimiento de culpa. Aflicción que embarga de tristeza también a Jon, que trata de zafarse de ella escribiendo sus relatos… Pero ya no funciona. Cargo con ella a la espalda.

No obstante, aunque la literatura no sirva para aniquilarla, al menos puede hacerla aflorar, exponerla para observarla (saber que está ahí) y comprenderla mejor (o simplemente para aprender a vivir con ella a la espalda). Así, Jon Bilbao desvela literariamente el misterio de la alegórica araña y plantea cómo controlar el malestar y la desazón que inocula: a través de Lengua Azul (curioso guiño simbólico) sabremos que los fuertes pueden controlarla, buscando la paz, la soledad, o la compañía adecuada. Si no es así, los malos sentimientos se apelmazan y rezuman como ponzoña. Y el Basilisco se despereza.

CONTINUARÁ…

Jon Bilbao escribe con minuciosidad y precisión, con palabras que encajan con naturalidad, y así va creando un mundo único y personal. Con un sentido del humor que, pese a la intensidad de algunos personajes/pasajes, aparece de vez en cuando: el episodio de la banda de Los Que Ríen (cuyos dioses responden a Plomo y Pólvora) y el tiroteo donde las balas hacen lo que quieren, como si de un lance de dibujos animados se tratase, es una buena muestra.

Bilbao escribe bien sobre violencia, sexo y amor, tres aspectos tan comprometidos que una palabra mal empleada (un adjetivo, un verbo e incluso un adverbio) puede suscitar la vulgaridad o, incluso, la ridiculez, desbaratando un texto. Pero de lo que no hay duda, es que Bilbao es uno de los autores con mayor capacidad para narrar aventuras épicas: como ejemplos paradigmáticos, aquí, el periplo por el bosque arrasado; en Basilisco, el episodio de la cueva de los mormones.

Como sucede en obras precedentes, Araña rezuma un pesimismo contagioso, una seria apatía vital, que, precisamente por huir con éxito de teatrales dramatismos o piruetas argumentativas, resulta más doliente.

Pero si algo queda claro, tras su lectura es que Araña amplía el campo conceptual y estético iniciado en la primera entrega y que la narrativa de Bilbao cobra en un salto cualitativo que presagia seguir acrecentándose. Por eso solo se puede cerrar esta reseña con el clásico: CONTINUARÁ

 

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