viernes, 21 de marzo de 2025

PEQUEÑAS DESGRACIAS SIN IMPORTANCIA

 

«PEQUEÑAS DESGRACIAS SIN IMPORTANCIA»
Miriam Toews (2014)

«Ella quería morir y yo quería que viviera. Éramos enemigas que se amaban»


FICCIÓN O TESTIMONIO (Curriculum Vitae)

PEQUEÑAS DESGRACIAS SIN IMPORTANCIA (2014) es otro de los libros con los que Miriam Leslie Toews (Steinbach, Canadá, 1964) lleva décadas construyendo una atípica historia familiar en la que los mismos personajes adoptan nombres distintos y los lugares cambian de sitio. Aunque sin duda éste, que narra la historia de los meses que preceden al suicidio de su hermana, es el que vertebra la saga y el que ha obtenido mayor repercusión. Siendo, pues, una ficción autobiográfica en la que habla de su hermana y de su relación (de cómo eran) parece indispensable tener presente la vida de la autora.

Miriam Toews (MT), segunda hija de padres menonitas (rama trinitaria y pacifista del movimiento cristiano anabaptista, originado en el siglo XVI durante la Reforma protestante, concretamente dentro de la Reforma radical), creció en Steinbach (Manitoba) en el seno de una comunidad menonita, que llegó a Canadá a partir de 1873 como consecuencia de su persecución en la Rusia de Catalina II. Por parte de madre, Elvira Loewen, es nieta de C. T. Loewen, empresario fundador del negocio maderero Loewen Windows. Por parte de padre, Melvin C. Toews, es descendiente directa de uno de los primeros colonos de Steinbach, Klaas R. Reimer (1837-1906), que llegó a Manitoba en 1874 procedente de Ucrania. Su padre padeció trastorno bipolar gran parte de su vida. Fue un activo y respetado profesor de primaria que contribuyó a crear la primera biblioteca pública de Steinbach. Tras suicidarse arrojándose a las vías del tren, la Junta de la Biblioteca abrió el Jardín de Lectura Melvin C. Toews.

La mayor y única hermana de MT, Marjorie Toews, se suicidó en 2010, casi 12 años después que su padre: a esa parte de su vida remite Pequeñas desgracias sin importancia, cuya adaptación cinematográfica fue realizada por el cineasta canadiense Michael McGowan en 2021.

De adolescente, MT montaba a caballo, participaba en competiciones provinciales de doma y carreras de barriles y cursaba estudios secundarios en el Instituto Regional de Steinbach. A los dieciocho años dejó Steinbach y vivió en Montreal y Londres antes de instalarse en Winnipeg. Se licenció en Estudios Cinematográficos (Universidad de Manitoba) y en Periodismo (King's College de Halifax)

Escribió su primera novela, Summer of My Amazing Luck' (1996), mientras trabajaba como periodista independiente: la desarrolló a partir de un documental que MT estaba preparando para CBC Radio sobre el tema de las madres que viven de la asistencia social. Narra la evolución de la amistad entre dos madres solteras de un complejo de viviendas sociales de Winnipeg. Fue preseleccionada para la Medalla al Humor Stephen Leacock Memorial y el Premio McNally Robinson al Libro del Año. Premio que obtendría con su segunda novela, A Boy of Good Breeding (1998).

MT ha escrito para prensa (Canadian Geographic, The Guardian, The New York Times Magazine,), radio (CBC's WireTap) y televisión (Saturday Night). En 1999, ganó la Medalla de Oro al Humor del National Magazine Award. Es autora de The X Letters, una serie de cartas personales dirigidas al padre de su hijo que incluyeron en This American Life en un episodio sobre padres desaparecidos.

El suicidio de su padre en 1998 la llevó a escribir unas memorias con la voz de su padre, Swing Low: A Life, que fueron recibidas como un clásico de la literatura moderna sobre enfermedades mentales, y ganó el Premio Alexander Kennedy Isbister de No Ficción y el Premio McNally Robinson al Libro del Año.

Aparte de los mencionados ha ganado varios otros premios literarios y ha sido varias veces finalista de otros. Como actriz, tuvo un papel protagonista en el largometraje Silent Light, del cineasta mexicano Carlos Reygadas, y ganador del Premio del Jurado de Cannes 2007, una experiencia que le sirvió de base para su quinta novela, Irma Voth (2011). Su compañero sentimental, Erik Rutherford, fue guionista de la película Charlotte (2021) y sus hijos, Georgia y Owen Toews, son escritores.

LAS HERMANAS VAN RIESSEN (y Familia)

Las protagonistas son dos hermanas adultas, Elfrieda (Elf) y Yolandi (Yoli) Von Riessen, cuya historia familiar y sus vínculos narra y describe la novela. Historias originales con tintes biográficos y coprotagonizadas por personajes a los que se llega a coger cariño.

La historia arranca con la pérdida de la casa familiar construida por el padre con sus propias manos: el nido de una joven pareja para cobijar a los suyos. Por presiones de la comunidad, se ven obligados a venderla: la pérdida del cascarón como escena iniciática, (no es casualidad que la novela termine con la compra de una casa destartalada en Toronto). Los padres de Elf y Yoli no son bien vistos en esta sociedad conservadora, donde la tradición marca la pauta, pues ambos desentonan por diferentes motivos, cifrados en deseos de libertad, cultura y aire libre, que procuran transmitir a sus hijas. El pueblo perseguido tenía una extraordinaria capacidad de perseguir (sutil pero no metafóricamente) a sus fieles, especialmente a las mujeres que debían ajustarse a su papel de cristianas devotas y amas de casa.

Inicialmente la novela ofrece una visión positiva de las dos hermanas (están muy unidas) y sus padres. Son dos hermanas muy distintas, pero muy hermanas, con toda esa complejidad, esa telaraña de amor, admiración, influencias, complicidad, secretos, comparaciones, enfrentamientos y celos soterrados… Destaca la anécdota que cuenta como Elf pinta un diseño que titula Pequeñas desgracias sin importancia (PDSI), verso de un poema de Samuel Coleridge que da título al libro, que piensa pintar en distintos monumentos del pueblo.

La hermana mayor, Elf, pronto se convierte en una prodigiosa pianista (vocación descubierta desde niña) que viaja por todo el mundo y encuentra al compañero ideal, Nic. Proclive al arte y la cultura, es una mujer rebelde, inteligente y sensible. Pero no quiere vivir: el suicidio ha golpeado a la familia más de una vez. El eje principal de la historia es su deseo de quitarse la vida, su imposibilidad de seguir con lo que (para ella) no es más que un teatro, una farsa.

Yoli, la menor, narra la historia. Da voz a sus recuerdos de infancia y adolescencia, a través de los cuales se plasma el profundo amor que siempre ha habido entre las hermanas y consigna su vida, tan distinta a la de su hermana: escritora insatisfecha, madre de dos hijos de padres diferentes, separada dos veces y con problemas económicos, vive centrada en tratar de resolver el día a día. Y no se explica por qué a su hermana no le basta su vida perfecta para querer vivirla. Posiblemente esto es lo más conseguido: no la situación en la que encuentra ella, sino la exactitud con la que hace llegar al lector el estado en el que se encuentra Elf.

Esa fuerte tensión, entre dos maneras contrapuestas de sentir, de afrontar la vida constituye el hilo de la lectura. La disparidad de sus vidas es la clave, pues haber conseguido el éxito, haber visto cumplidos los sueños, no es suficiente para que Elf supere su angustia vital, para que una y otra vez intente quitarse la vida; mientras que, pese a los desastres y obstáculos que se va encontrando en el camino, Yoli se aferra a ella a traspiés e intenta salvar a su hermana por todos los medios. Es su aliada, su compañera de juegos, de aventuras, de alegrías y sinsabores. representan las caras y cruces de la infancia compartida.

Si bien la novela se articule alrededor de estas dos hermanas, está poblada por muchos otros personajes. Así, mientras el relato transcurre en hospitales canadienses, llenos de gente afectiva y curiosa, se ve salpicado de conversaciones a dos y a tres entre personajes de carne y hueso, imperfectos, que encuentran en la conversación íntima, en el apoyo mutuo, en compartir una cerveza, la forma de sobrellevar los embates de la vida (algo universal, por cierto): suenan tan reales que hasta da pudor leerlos.

Entre todos ellos, destaca un personaje memorable: la madre, Lottie, una mujer encantadora, divertida y con una gran capacidad de adaptación. Sin ser la protagonista, ni ocupar más espacio que el necesario, su presencia resulta determinante y significativa. Es quien ofrece una extraordinaria lección de supervivencia: sus viajes (escapadas para recuperar fuerzas), sus juegos de mesa por internet, su modesta apuesta por la vida, son otros tantos rasgos de una forma de vivir. La escena en el MOMA la define en pocas líneas, en el desconcierto de una performance ella lidera al grupo, ajena a cualquier esnobismo, ignorando la provocación, se mueve con autonomía y crea, sin ser consciente, un lenguaje propio: en fin, una vitalidad femenina que asombra, una energía imparable de esas mujeres, siempre listas para estar dónde la necesitan.

El recuerdo del padre, su manera tan especial de ser, sus decepciones, sus semejanzas con Elf, es también una constante que afecta de forma irremisible el devenir de una familia marcada por la sombra del suicidio, por una pena contenida en el tiempo.

Y están también hijos, amigas, amantes, parientes cercanos tan luminosos como la tía Tina (otra madre coraje, otra superviviente), también con sus pérdidas a cuestas, que pueblan la novela con diálogos naturales y acciones sencillas (que ayudan a sobrevivir).

ESTILO NATURAL

La historia se desarrolla a lo largo de 303 páginas y se estructura en 20 capítulos cortos, aunque de longitud variable (entre 2 y13 páginas): la mayoría oscilan entre las 6 y las 10 páginas. 

Uno de los encantos de esta ficción autobiográfica reside en el uso del lenguaje. En sus páginas hay mucha poesía: incluidos poemas como el de Coleridge que contiene el verso del título; o Días, el poema de Philip Larkin.

La naturalidad es una característica de MT, naturalidad que se plasma en un texto sin artificio ni trampas literarias. En todo momento parece el relato de una amiga cercana que, en una suerte de confidencia, no puede dejar de compartir lo que le ha tocado. En efecto, la novela está contada de manera fresca, con humor sutil y espontáneo y diálogos divertidos y cotidianos que acercan a los personajes. Por cierto, señalar como curiosidad, que vienen siempre indicados sin sus guiones correspondientes.

Un tejido muy sutil atraviesa todo el texto como una telaraña, casi invisible, que sostiene la trama y los personajes: un pequeño objeto de un personaje que vuelve a salir cien páginas después, una expresión de la abuela que se repite en otro capítulo, un diálogo entre las hermanas repartido por el libro en escenas y con una tensión creciente, unas cartas que buscan hacer reír a una hermana cargada de melancolía.

Destaca en la novela la ausencia de un planteamiento filosófico sobre el suicidio, más allá del dolor y la frustración de no poder ayudar a su hermana. La historia se sitúa en lo cotidiano: el día a día de una familia angustiada, las risas que aminoran la tensión, la ironía y el humor siempre templando.

Así, a pesar del drama, el ritmo marcado por unos diálogos chispeantes y ese tono cercano y risueño logran sobrellevar la situación y aligerar el peso de la tragedia. No es fácil lograr ese equilibrio en una novela con tanta carga emocional. Características y universo que comparte con Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan, con el suicidio de la madre incluido. Similitud al menos en dos puntos: por un lado, el tono vivaz y ligero; y por otro, los estrechos lazos presentes en unas familias con graves problemas emocionales.

Destaca, sobre todo, la aparición recurrente, por muy dura que sea la trama, de un humor muy peculiar, con puntos de sarcasmo (ese humor violento que responde a las situaciones límite) y tintes de desgarro.: Y nuestra relación era muy divertida. El humor es una herramienta para sobrevivir, es una forma de mirar al mundo, de verlo a través de su brillo y su luz. No era algo de lo que fuera consciente al escribir: es cómo soy. Para MT el mundo es un lugar de sufrimiento (difícil, duro y trágico), pero también divertido: No puedo imaginarme escribir o vivir sin abordar inmediatamente lo absurdo de la vida, la comedia de la vida.

Hay humor en las conversaciones entre las dos hermanas: (…) solo intento recordar cómo hablábamos mi hermana y yo. Y cómo siempre teníamos la intención de hacer reír a la otra. Perspectiva risible de la vida que sale de forma natural y se absorbe en la narración, en el diálogo, en la perspectiva, en todo.

Lo que hace MT podría calificarse de tragicómico, pero el calificativo se queda corto para esa manera de reflejar la vida a través de sus personajes, sus voces y sus acciones.

El doble final de la novela, en parte una larga carta, es luminoso, cargado de liberación, de ligereza. Como he dicho, no es casualidad que la novela termine con la compra de una casa destartalada en Toronto, gracias a la herencia de Elf, en donde Lottie, Yoli y su hija, Nora, vivirán después de arreglarla.

No puede dejarse de mencionar la excelente traducción de Julia Osuna Aguilar, que le supuso la obtención del XVIII Premio de Traducción Esther Benítez.

EN TIERRA DE PENUMBRA

El planteamiento de la novela, basado en la vida de la escritora, aparte de sumamente interesante, aborda temas y plantea dilemas que hacen la lectura altamente sugestiva. Presenta asuntos como la salud mental, la religión (el sometimiento bajo el que viven los fieles de la congregación menonita), el sufrimiento y el duelo, la esperanza y la resistencia, la lucha por la supervivencia y los lazos familiares, la maternidad, el sentido de la vida…

De esta plétora de temas, la novela se adentra en una cuestión autobiográfica y muy actual, que no se acaba de resolver bien: cómo es la vida cuando un ser querido no encuentra razones para vivir, cuando el dolor que le causa la vida supera su capacidad de resistencia y el suicidio se convierte en un acto casi terapéutico. MT, partidaria de la muerte asistida y critica con la estigmatización de las enfermedades mentales, habla del suicidio de manera inteligente, sin juzgar, buscar culpables o señalar a los pacientes. Dado que Elf, representación de su hermana Marjorie Toews (quien, como su padre, se quitó la vida en 2010), el libro refleja, con respeto y empatía tanto a las víctimas como a los familiares cuando sucede algo así; poniendo sobre la mesa un debate muy interesante: la muerte asistida.

MT, a través de Yoli (su sosias), no hace una reflexión filosófica sobre este tema tan difícil de abordar desde fuera. No pretende entender, ni excusar, ni cuestionar, el hecho de que su hermana quiera matarse. Su padre pasó por la misma experiencia y su prima también, está familiarizada con la situación, pero el dolor que le causan los intentos de su hermana la sobrepasan. Más aun, cuando le pide ayuda para morir. El compromiso es peligroso, e implica una complicidad que a Yoli le cuesta aceptar: comprende la agonía de Elf, pero ser ella quien le facilite el trámite, es una responsabilidad que no está lista para asumir. Siempre queda la esperanza de hallar otra salida: la música o el cariño (de Nic, de sus sobrinos, de ella misma y su madre, dispuestas siempre a cuidarla). Este es el cuerpo de la novela: ¿qué hacer para aliviar el dolor del suicida?

Todos los diálogos en donde las hermanas se exponen frente a frente constituyen el clímax de la novela. Hay falta de lógica en la depresión o la enfermedad mental, los datos objetivos no significan nada, no cuentan. El dolor que lleva al suicidio está fuera de cualquier explicación. Hay un momento en donde un amigo de Yoli le cuenta una actuación de Elf a la que asistió y cómo marcó su vida para siempre: esa descripción elucida el sentir de Elf, es la única voz de alguien fuera del círculo familiar ahondando en ese dolor (íntimo. Y con íntimo me refiero que era inabordable), pues ni siquiera Claudio, su representante, aporta nada en este sentido.

Así es como la novela ilumina esa zona tan sombría: todo lo que sucede alrededor del hecho, los efectos que provoca, el proceso por el que la hermana menor acaba entendiendo ese deseo y se plantea incluso ayudar a llevarlo a cabo. Ahí es donde la novela trasciende el marco concreto, íntimo, de la familia protagonista, para convertirse en algo que nos atañe como colectividad, porque las sociedades de la apariencia que habitamos intentan por todos los medios que no asome el sufrimiento, que no se piense en la muerte.

La lectura nos cuestiona con numerosas preguntas: ¿Hasta qué punto el tema del suicidio, de la muerte asistida, son asuntos a evitar? ¿Cuánto se sabe de las motivaciones del suicida? ¿Nuestra sociedad está dispuesta a comprender, a respetar, a asumir? Pero, sobre todo, la pregunta crucial que plantea directamente es: ¿Qué pasa con el talante que hay que tener para aceptar el don de la vida?

CANTO DE ESPERANZA

Otro de sus planteamientos medulares es esa corriente de neurosis que atraviesa el libro y que refleja el estado de Yoli, a la que se le está escapando otra de las personas más importantes de su vida, mientras tiene que seguir adelante con su propia vida, sus hijos, su escritura, sin dejar de bregar, al mismo tiempo, con el temor de que, si su padre y su hermana han mostrado tendencias suicidas, por qué no ella. Habla pues también de la manera en que nos llega a afectar el pasado, los traumas de quienes nos antecedieron, sus miedos, sus rendiciones, sus traiciones.

Pero, paralelamente, nos sitúa en un cruce de destinos, en una salvadora red de compañías, de afectos, de abrazos. El libro es un homenaje a la necesidad de los unos para con los otros, a la amistad, y la comunicación.  En efecto, otro aspecto pujante en ella es el vínculo familiar como relación inquebrantable. Se trata de una familia donde el cariño es importante y se expresa con naturalidad. Entre abuela y nieta, entre sobrina y tía. Y, por extensión, en familias unidas, la casa ejerce como un símbolo importante: es el espacio que acoge, en el que se concentran los recuerdos, se celebran hechos importantes, se convive y se disfruta gracias a tener tanto que compartir. Ese es el sentido de sanación al que se refiere MT.

En este sentido, el comienzo de El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, es una referencia clave, porque también es una novela con esa capacidad para explorar lo que duele, para profundizar en las heridas más profundas sin renunciar a la esperanza, sin cerrar las puertas al amor, la bondad, el optimismo y la fuerza, palabras de ánimo, de consuelo, cuando la existencia amenaza con convertirse en un lugar oscuro, utilizadas en ese orden por Lottie.

Pero no solo la obra de Lawrence, con su apelación a la resistencia, a la construcción de refugios, a la esperanza, articula fuertes hilos de complicidad entre las hermanas Von Riesen. Múltiples libros (que han leído o que leen) constituyen asideros, puentes de afinidad y compañía: la literatura como elemento esencial en el devenir de la narración. Pero también la música se muestra como un territorio capaz de expresar profundidades que las palabras no alcanzan, anhelos, emociones y pesares, difíciles de apresar, de compartir. Música y literatura se modulan para hablar de pérdidas, de adioses, de duelo y supervivencia, de volver sobre nuestros pasos en la oscuridad, que como supone la narradora, vendría a ser el sentido de la vida.

Ah, y la resistencia de las cuidadoras. Este es un libro sobre cuidados, sobre cuidadoras, custodias invisibles…; y un pero sobrentendido: ¿quién las cuida a ellas? Cuidados, aguante, resistencia tienen un eco femenino (el peso de la historia es incontestable).

TODOS TENEMOS AGUJEROS EN LA VIDA

MT cerca de sus 50 años decidió narrar los graves problemas a los que tuvo que enfrentarse cuando su hermana mayor decide suicidarse. La escritora había decidido entonces que no iba a volver a escribir. Y es que, diez años antes, también su padre se había suicidado, y ella se encontraba entumecida y llena de dolor. Pero pasó el tiempo y se dio cuenta de que necesitaba escribir: así empezó a redactar esta novela. No se puede saber hasta qué punto es ficción o testimonio, aunque poco importa, el impacto está ahí: la emoción, la ternura, la tristeza. La vida.

Novela valiente, sin duda, pues lleva a pensar en asuntos incómodos, pero que MT aborda desde diferentes ángulos y mediante delicados equilibrios, logrando ahondar en el tratamiento del sufrimiento. Sin obviar la crudeza, muestra el humor como eficaz herramienta de resistencia: bromas, chistes y guiños cómplices definen la relación entre los personajes.

Puede que, a lo largo de la historia, se muestren personajes y situaciones que poco o nada aportan a lo que se pretende narrar, entorpeciendo la fluidez del proceso de lectura, pero los personajes de las hermanas (Yoli-Elf, Lizzie-Tina) están tan bien caracterizados que a través de ellas aflora la experiencia de la vida.

Igualmente, puede no acabar de convencer el estilo, pues la introducción de toques humorísticos en el drama puede, a veces, romper el ritmo y tono de la historia con ese lenguaje por momentos desenfadado y ciertos contrapuntos exagerados y algo absurdos. También puede ocurrir que una dedicación excesiva a ciertos momentos o detalles y una inatención incomprensible a otros contribuya a ello. Incluso el hecho de que el clímax canónico de la historia se encuentre a varios capítulos del final, puede suponer una caída de tensión, ocasionando que lo que sigue no llegue a tener entidad suficiente…

Si hay que ponerle una pega, podría ser que las dos partes en las que se divide el libro son desiguales, ya que le cuesta centrar el tema (que se lo trata más profundamente en la segunda mitad) y no acaba de resolverse bien.

Pero lo cierto es que en la novela el peso dramático se combina con gran maestría en el uso del humor, con una hábil e inteligente mezcla de las emociones. Cuando perdemos a seres queridos, lloramos, pero también reímos al recordar determinados episodios de sus vidas, momentos compartidos, anécdotas, confidencias… MT ha conseguido transmitir ese contraste, logrando filtrar luz en las zonas sombrías; nos convence de que la fuerza de los afectos es una salida, un posible camino en los momentos más duros. Su gran mérito al traspasarlos a la ficción, al recrearlos y dotarlos de sentido, es haber conseguido reflejar los grandes contrastes de la existencia. La novela proclama que hay que asumir la tristeza, la angustia, la infelicidad como partes esenciales de la vida. Que, en ocasiones, ni terapias ni pastillas bastan para evitar el sufrimiento. Pero también, que la alegría consigue, de forma inesperada, abrirse paso en la aflicción. ¡Casi nada!

MT recuerda a Lucia Berlin y también a Dorothy Parker (a la que cita: a ver qué infierno toca hoy), tan representativa de un tipo de sarcasmo compartido. Coinciden en esa mezcla entre crudeza y suavidad, tristeza y alegría. En las tres se refleja de forma soberbia la tragedia y el absurdo de la existencia, con sus tintes grotescos, cómicos. Porque Todos tenemos agujeros en la vida, como dice una canción que Yolandi escucha interpretar a alguien en un parque.


«El suicidio es un acontecimiento de la naturaleza humana del que, por mucho que se haya hablado y tratado de él, incita a todo el mundo a tomar partido y hay que tratarlo de nuevo a cada época» (Goethe)

miércoles, 12 de marzo de 2025

EL TERCER PARAÍSO

 

«EL TERCER PARAÍSO»
Cristian Alarcón (2022)

«El sonido del Laberinto Patagonia es el de los paseantes anunciándose los caminos cerrados, las trampas internas, los dobleces equívocos, las esquinas obtusas, los bordes invisibles, las curvas.»


CHILENO EN ARGENTINA

Cristian Alarcón Casanova (La Unión, 1970), licenciado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNPL), desde principios de los años '90 se consagró al periodismo de investigación en diarios (como Clarín, Crítica o Página 12) y revistas (como Rolling Stone, TXT o Gatopardo). En sus libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (premio Samuel Chavkin a la Integridad Periodística en América Latina, otorgado por North American Congress of Latin American Authors, sobre un grupo de ladrones de Buenos Aires, y Si me querés, quereme transa, centrado en los narcos de la ciudad, se cruzan la literatura con la etnografía urbana. Un mar de castillos peronistas, en cambio, mezcla la crónica de viajes con perfiles de personajes disidentes y marginales. En la actualidad, dirige la revista digital de crónicas narrativas Anfibia de la Universidad Nacional de San Martín y coordina el sitio Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial, y es director del posgrado en Periodismo Cultural de la UNPL. Ha recibido diferentes premios por su trabajo, y además de ser profesor titular en la UNPL, ha realizado estancias académicas en Francia y Estados Unidos (profesor visitante en 2012 en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas, en Austin). En 2014 recibió el premio Konex - Diploma al Mérito en la categoría Crónicas y Testimonios. Sus últimos trabajos se centran en la relación entre el periodismo y el arte.

Teniendo en cuenta los buenos tiempos que vive la crónica, género a caballo entre la literatura y el periodismo que cuenta con una importante tradición, y una amplia nómina de autores y publicaciones en Hispanoamérica, y que Cristian Alarcón Casanova (CAC) es un periodista de investigación de largo recorrido y director de una publicación enfocada precisamente a la crónica y los ensayos narrativos, no resulta extraño que sea este precisamente el género que más ha frecuentado, hasta que, con EL TERCER PARAÍSO (2022), lo abandone para adentrarse en la ficción con un estilo híbrido que cabalga entre el ensayo y la poesía, estrenándose en el mundo de la novela, como puerta de entrada a su universo particular.

NOVELA-JARDÍN EN SOLEDAD

CAC ha contado que la novela surgió de la soledad y que la escribió enteramente durante la pandemia: primero en un retiro que me vi obligado a hacer en las afueras de la ciudad de Buenos Aires y luego, después de sobrevivir a una de las cepas más temibles del covid, refugiándome en el sur de Chile, donde ocurren estos acontecimientos. Asimismo, ha explicado su origen fue un ensayo escrito para un libro colectivo en los comienzos de la pandemia, donde un grupo de intelectuales se inquirían cómo sería el futuro después del Covid-19. En tal ensayo ya aparecían algunas historias relativas a su madre y su abuela y la idea del fin del mundo. Hilo del que siguió tirando: A partir de esas dos mujeres empecé a escribir sobre ellas, a alejarme de la ciudad y a irme al campo, y fui descubriendo que tenía tierra, que tenía agua, que tenía aire, que podía conseguir semillas, bulbos de dalias… Comencé una experiencia botánica real. La novela tiene muchísimo de real. No dejo de ser el cronista que soy por convertirme en un escritor de ficción. Creo además que esa es una frontera antigua, casi del siglo XX.

El libro parte, pues, de un deseo de neutralizar la inquietud provocada por la situación y el deseo de instalarse en un espacio de absolutas certezas: la naturaleza. Uno de sus temas principales y fuente de inspiración será pues la vida de las plantas y la relación de los humanos con ellas. A partir de ahí, CAC le confiere un sentido profundo al confinamiento y a sus traumas vitales; esa vida tranquila en el campo le permite rememorar la historia de su familia. A lo largo de la pandemia, sembrará y cuidará un jardín: su paraíso, mientras plantea muchos temas (flores) en un libro: el profundo amor hacia su hijo; el deseo de entender y asimilar la historia de su vida (desde su propia infancia en Chile y la Argentina hasta su estancia en su casa de campo en la Argentina durante la pandemia); la construcción de su jardín; la historia de sus padres y abuelos; el exilio de toda una familia a Argentina y su lucha contra la pobreza; la determinación de perdonar a sus padres que, maltratados de niños, reprodujeron el maltrato con su hijo homosexual; anécdotas y reflexiones sobre grandes figuras de la botánica…

RARO ARTEFACTO LITERARIO

El resultado es un libro fragmentario de un género poco ortodoxo, que da la impresión de ser una novela experimental escrita en tiempos inéditos y turbadores que obligaban a improvisar. Este raro artefacto literario sustraído a las clasificaciones genéricas, se sustenta en una escritura clara y concisa que utiliza la metáfora polisémica del jardín como eje vertebrador.

De neto y confeso corte autobiográfico (el cronista opta en esta ocasión por consignar su propia vida), se estructura sobre tres ejes temporales. Por un lado, un presente en el que el narrador regresa de visita al pueblo chileno de su infancia, y que incluye los años de pandemia, cuando decide erigir un hermoso jardín y cultivar flores y hortalizas. Presente marcado por la afición a la herbología, donde el autor despliega su conocimiento tanto histórico como botánico, al tiempo que relata la construcción de su propio jardín en Buenos Aires. Es un tejido muy personal en el que sobresalen los recuerdos (buenos y malos) de su infancia, incluyendo los relativos a las flores y plantas que su abuela cultivaba en el huerto de la casa familiar, como las humildes dalias (que se empeña en reproducir en su jardín). Aflora también aquí el amor por la naturaleza y por su tierra.

El segundo eje lo conforman las divagaciones de ese presente hacia el conocimiento y el orden que proporciona la ciencia, a las hazañas de los grandes naturalistas del pasado, aquellos que le dieron un nombre a casi todo.

Y, por último, un pasado marcado por su historia familiar (principalmente la historia de su madre). La de los ancestros del protagonista: sus abuelos maternos, Alba y Elías, la de sus padres, Nadia y Pedro, hasta su llegada al mundo. A partir de ahí, relata sus primeros años, el recuerdo de la abuela en la pequeña aldea de Daglipulli y los dos episodios que cambian sucesivamente la vida de su familia, el terremoto que los obliga a empezar de cero, y la dictadura chilena del general Augusto Pinochet que los lleva a emigrar al país vecino. De los tres planos de historia, según mi criterio, el más logrado es este sobre su infancia: describe muy bien un determinado tiempo y su gente.

DOBLE RECONOCIMIENTO

Pero, además de proponer una lectura en clave autobiográfica, supone un ejercicio existencial que se inicia en un doble reconocimiento. El primero, el de la mencionada historia familiar, que comienza en Chile y termina en la Argentina. Una historia de mujeres sufridas, silenciosas y fuertes; hombres autoritarios, altivos y débiles; hechos históricos traumáticos (el terremoto de Valdivia de 1969 y la dictadura chilena); fragmentación narrativa, leves anacronismos; una modesta épica familiar, deudora de cierta imagen asentada de Hispanoamérica en la que, sin mayor relación causal, no faltan la persecución política y el exilio. El segundo es el reconocimiento de la jardinería como pasión y arte: pasión botánica que comenzará con el acto de plantar un jazmín, la tarde en que celebra la ampliación del terreno original; una pasión que se acentuará y encauzará durante la pandemia, el encierro y la difusión de especialistas en las redes sociales.

El libro tiene una doble faz: una historia familiar latinoamericana en la que también honro a quienes considero mis maestros, los grandes escritores que leí siendo demasiado joven [...] y esta experiencia suburbana elegida; en la que, según ha relatado, después de muchos años escribiendo sobre capos de la droga o ladrones, me reencontré con algo que tiene que ver con mis ancestros, y que es la profunda relación que muchos y muchas necesitamos con la naturaleza. Un redescubrimiento de lo botánico, de la vida, más allá de nuestras urgencias y emergencias, que nos resulta un delirio, pero también una aventura de conocimiento, de aprendizaje vital ante las circunstancias en que nosotros mismos como humanos nos hemos puesto, (…).

Ambos hilos establecen una dinámica de alternancia: el familiar, más temporal que geográfico, comienza con los abuelos y se prolonga hasta la primera juventud del narrador; el segundo, más geográfico, cuenta las alternativas del diseño y la construcción del jardín, sumado a una suerte de breviario de la botánica, que recorre la actividad de sus grandes figuras. La voz narradora y un lenguaje que busca la transparencia pretenden dar unidad a una novela, que gira alrededor de una relectura o variante del mito del Edén, del que nadie será expulsado, porque se volverá refugio (terrenal y modesto). Paraíso en el que podría alcanzarse una felicidad pudorosa, clave para comprender el tono vindicativo de un relato que apuesta a la certidumbre más que a la duda.

Lo primero que llama la atención es que las 295 páginas de la novela se disponen en 157 capítulos muy cortos que alternan, como se ha dicho, entre tres hilos narrativos. Como los capítulos narrados en presente tienen lugar durante la pandemia, la estructura del libro encarna la dificultad de ubicarse en esa época de tanta incertidumbre y zozobra, al tiempo que pretende facilitar la lectura, que la pandemia recuperó socialmente.

Pero, a su vez, la novela se divide en tres partes nominadas Primero, Segundo y Tercer Jardín. Las remembranzas se encadenan con la elaboración de su propio jardín de pandemia. El Primer Jardín lo retrotrae a Daglipulli, donde el protagonista aprendió a cultivar, regar, podar y cosechar flores; por eso erigir un jardín para él supone acercarse al paraíso. Esta interacción entre su propia obra y sus memorias está complementado con lecturas de científicos naturalistas y enseñanzas de experimentados jardineros. También sigue clases de jardinería y hace aprendizajes autodidactas mediante Instagram. Contrasta su idea de jardín con el de la abuela y decide separar la huerta de las flores. Se fascina, al igual que ella con las dalias. Reconoce, al final de la sección de este primer jardín que fue formateado para apreciar la belleza inglesa y agrega que, todavía su deconstrucción botánica es precaria.

Podría decirse que el Segundo Jardín consiste en esta deconstrucción de sus ideas previamente formateadas por la estética inglesa. Así que aquí propone esa deconstrucción botánica a través de la lectura de los padres de la biología moderna, entre los cuales destaca el fundador de la taxonomía, el sueco Carlos Linneo y su Systema naturae. Igualmente, resalta la historia de Alexander von Humboldt, joven aristócrata prusiano, que no sólo realizó un impresionante trabajo científico, sino que proporcionó a los patriotas (entre ellos, Simón Bolívar) un modelo de naturaleza tropical a la altura de las obras refinadas y grandiosas de los europeos en una comparación, incluso ideológica, contra el colonialismo y la suntuosidad imperial. La cita de Mary Louise Pratt, autora del libro Ojos Imperiales, prueba que su deconstrucción avanza políticamente, mostrando cómo el sistema de clasificación de Linneo acaba con el conocimiento y la práctica de la vida campesina de América, e incluso de Europa. Pero el segundo paraíso concluye así: El pulso de Humboldt se desbocó al conocer al más guapo de los jóvenes ecuatorianos, Carlos Montúfar, quien se transformó en su nueva obsesión. Así, la deconstrucción botánica del protagonista revela otro aspecto significativo e íntimo: su vecina le ha comentado que su primer jardín es muy masculino, cuando varios indicios iniciales conducían a pensar que él es gay.

Es una toma de conciencia que lo incita, en el Tercer Jardín, a redefinir su idea de hacer un jardín que no sea tan masculino, en su modo primitivo, propiedad individual, posesión y cercado. A partir de ahí su jardín progresa con nuevas ideas que le permiten recuperar incluso la belleza de jardines silvestres que crecen sin ayuda al lado de muros de adobe. Sin duda las ideas de Jardín en Movimiento y Jardín Planetario del paisajista francés Gilles Clement, le llevan trabajar un jardín no estático, permitiendo que plantas no seleccionadas y malas yerbas lo rediseñen actuando conjuntamente con el resto, acoplando las ideas de globalización en la dinámica de la biodiversidad planetaria. Igualmente, le abre a apreciar las huertas orgánicas, comida, plantas y flores entremezcladas (lo que cree que se asemeja, aunque no sea igual, a la huerta de su abuela).

Conviene destacar, finalmente, que el libro se abre y se cierra en un cementerio (jardín de otro tipo), a la muerte del abuelo Elías. Aunque admira este jardín, extraña su propio paraíso, construido a las afueras de Buenos Aires, al lado de su container convertido en oficina.

LA FAMILIA (Y ALGUNOS MÁS)

El autor utiliza un narrador-protagonista (su alter ego) que adopta un punto de vista flemático: cuenta sin caer en sentimentalismos una historia donde los sentimientos podían estar a flor de piel. Sólo informa en tono pausado, en ocasiones reflexivo y con aparente distanciamiento: ni lamenta, ni culpa, ni reprocha…. El tono de alguien que parece haber hecho las paces con su pasado y que se aferra al presente (al paraíso construido junto a su hijo y su novio) para ser feliz. Talante que mantiene tanto en los episodios oscuros como en los más luminosos. Lejos de articular una historia lacrimógena, adopta la visión de quien sabe identificar y valorar los aspectos positivos en su vida actual, para construir con ellos su paraíso particular, un refugio ante el dolor y la tragedia.

No por ello, la historia deja de reconocer las heridas aún no cerradas de un abrupto pasado. El de un hombre que vivió una infancia difícil marcada por la ignorancia y falta de educación de sus abuelos, trufada de episodios de maltrato y agresiones; la ausencia y la falta de cariño de una madre, de por sí, inestable; la intolerancia de su entorno hacia la homosexualidad; la pervivencia de costumbres arcaicas; o el exilio forzado de su familia.

Los demás personajes principales configuran la genealogía del narrador, desde la historia de sus abuelos maternos a la de sus padres. Y, paralelamente, introduce, como se ha visto, algunas de las grandes figuras de Botánica Universal: desde Aristóteles, Trofrasto y Plinio el Viejo, hasta las aventuras de Carlos Linneo y Alexander Humboldt, Aimé Bonplant y José Celestino Mutis, así como las ideas del filósofo paisajista francés Gilles Clément.

Entre los personajes secundarios está Anders Dahl, alumno de Linneo, en honor a quien la dalia, originaria de México (de hecho, es la flor nacional), cambió su nombre autóctono (acocoxochitl). Y, sobre todo, destaca la presencia de Arcelia, bisabuela del narrador, reconocida como una más de esas indígenas a las que, parafraseando al autor, les cambiaron de nombres, cuando niñas eran regaladas a los patrones añosos hacendados, viéndose así desplazadas y abandonadas, para más tarde ser elegidas como esposas de hombres a los que nunca amaron. El personaje protagoniza una de las comparaciones más notables: Arcelia recolectaba murtas que almacenaba en su saya en expediciones a los cerros vecinos, y cuando regresaba a casa las murtas caían como si ella misma fuera un arbusto repleto de frutas maduras.

ESCRITURA-REFUGIO

En su estilo amable y sosegado, CAC no oculta aquello que causa aversión: la violencia de la realidad. Así, cuenta ese tiempo en el que las niñas indígenas eran ofrecidas a los hacendados, y cuando los hombres maltratan, pelean, matan y se embriagan para olvidar. Habla de cómo unos padres (Nadia y Pedro) someten a su hijo a una cruel terapia hormonal ante su homosexualidad. Pero también cuenta cómo, ahora desde su jardín, junto a su hijo y su pareja (Antonio), integra, comprende y perdona a sus padres.

En general, en el mundo de El tercer paraíso la gente no es de una pieza, la actitud del narrador ante el mundo le permite reconocer que los humanos somos complejos, que las personas son capaces de lo bueno y lo malo. Por mucho que quiera a su madre, el narrador no deja de contar que le pegaba de niño hasta el día en que, ya con doce años, le sujetó la mano alzada a punto de golpearle con una cuchara de palo. Quería muchísimo a su abuela Alba, pero tampoco omite que ella nunca denunció la violencia que su marido, Elías, ejerció contra ella y sus hijos; incluso cuenta un incidente en el que Alba lo violentó físicamente. También plantea lo desgarrador que es querer a una persona maltratadora, sobre todo si esa persona hurta su amor: cuando Nadia visita a Elías, mientras agoniza, éste no llega a pronunciar las palabras (te quiero) que ella tanto anhela. No obstante, aun contando la propia historia sin caer en sentimentalismos o en exaltaciones, resulta ser una narración bastante plana en muchos de esos episodios.

La alternancia entre los hilos temporales habilita que el presente, donde el autor va creando su jardín, se erija en el lugar seguro, a salvo de las dificultades y complicaciones que cuenta de un pasado marcado por el carácter violento de un abuelo, la inestabilidad de una madre, un contexto social complicado y una condición sexual repudiada en la época.

DE PREMIOS Y OPINIONES

Una constante en las reseñas del libro es la mención a la obtención del Premio Alfaguara de novela 2022., así como a la alusión a la apreciación recogida en el acta del jurado, según la cual, la novela «abre una puerta a la esperanza de hallar en lo pequeño un refugio frente a las tragedias colectivas» (que, por cierto, no faltan en la novela). Sin entrar en valoraciones, conviene precisar que hay dos tipos de premios literarios, los que se conceden a las obras publicadas durante el último año (como el Goncourt, Bookers, Pulitzer y el FILBA entre otros) y los que las editoriales adjudican a las inéditas (como el Planeta, el Clarín, el Herralde o este Alfaguara) que en ocasiones se otorgan a autores de sus catálogos, aportando un indiscutible impulso promocional.

Siempre me he resistido a leer novelas galardonadas con esos premios editoriales, y esta lectura no me ha convencido de lo contrario. No me enganché con los personajes ni con las historias que protagonizan, pues tanto unos como otras no me despertaron un mínimo interés (más bien aburrimiento): hacía mucho que no miraba, al acabar cada capítulo, cuánto me faltaba para terminar. Dudando de que tal vez la mía pudiera ser una apreciación caprichosa por no captar la sintonía, leí numerosas reseñas para constatar que otros muchos lectores mostraban opiniones del tipo: «le falta densidad y tensión narrativa», «pésimo», «sin interés», «sin profundidad»...

El libro contiene muchos aspectos que no me gustaron. Por ejemplo, el uso de la tercera persona para hablar de su vida de crío, cuando el resto lo hace en primera. No cabe duda de que supone una barrera más en el relato, porque la primera barrera es estilística: el autor parece decidido a adornarse, buscando metáforas inspiradoras en cada párrafo cayendo en una pretenciosa prosa poética casi nunca está justificada. Pero no solo se hermosea en las palabras, sino también en la historia, porque cuenta episodios de sus antepasados y de su infancia la mientras erige un jardín en un terreno de los suburbios de Buenos Aires y de paso se remonta a la historia de la botánica, intentando dotar a todo el engranaje de un jardín en movimiento, pero la reducción impuesta por el relato en capítulos cortos, que intercalan los tres planos de la historia lo complica todo.

Además, prácticamente todo se desarrolla a base de tópicos. Así, pretendiendo ser una reivindicación de la botánica y la relación con la naturaleza, las historias sobre un retorno a la naturaleza (en el caso del narrador, a los jardines de su infancia en Chile, que cuidaban su madre y abuela) rozan la evocación enfática a paraísos perdidos donde gentes sabias e íntegras vivían en armonía antes de la Caída (por supuesto, la Conquista). No obstante, el propio CAC parece no tomárselo muy en serio, pues reconoce, con humor, que su pasión por la jardinería, provocada durante la pandemia, es el nuevo hobby de todo el mundo, siendo consciente de que todo el mundo son los privilegiados. Igualmente, aunque el narrador plantea su ideología ambiental (considera que su jardín y el jardín planetario es un paraíso), difícilmente se puede asumir que peque de ingenuo, pues difícilmente podría abrigar una idea romántica de la naturaleza, porque conociendo desde su infancia la Patagonia sabe lo agreste e implacable que puede ser: terremotos, tsunamis, vientos e incendios… Naturaleza cruel, que perturbó toda la vida de su familia.

DE TÓPICOS Y REIVINDICACIONES

En efecto, no faltan tópicos. La sabiduría aborigen (en cuanto a la sanación) se cita en dos o tres ocasiones. Alba que sufre maltratos en el hospital (por una enfermera) durante su primer parto, para los posteriores recurre a una partera indígena. Aunque el ejemplo paradigmático es el episodio estereotipado del niño hospitalizado (el narrador) a quien los médicos son incapaces de proporcionar un diagnóstico. Desesperada, su madre lo lleva a una curandera mapuche, que lo cura con plantas medicinales.

La experiencia de cultivar un jardín en una parcela semi rural, implica para el protagonista recuperar una historia que se retrotrae sus ascendientes que vivieron en un paisaje semi inhóspito en la Patagonia. Seguramente no estarían muy de acuerdo con ello los indígenas del sur de Chile y parte de Argentina, que han vivido en unas tierras que les han intentado arrebatar desde los tiempos coloniales, a través de misiones, primero, y con expediciones militares, después. Muchos de ellos (mapuches o araucanos, particularmente) han sido empujados más hacia el sur y todavía defienden su territorio frente a un estado y una sociedad chilena para quienes la Patagonia es el fin del mundo (como a la propia Nadia).

Si bien el narrador no plantea rotundamente la figura del buen salvaje (solo la insinúa), sí se postula en contra de los impulsos imperialistas, colonialistas y sexistas encerrados en las maneras históricamente dominantes con que Occidente ha abordado la naturaleza, llegando incluso a afirmar que el mismo sistema de clasificación de la flora y la fauna de Linneo ha contribuido en la consolidación del poder europeo y burgués. Recalca la importancia de la labor de los enviados de Linneo (y otros mandados por los reyes europeos) al Nuevo Mundo en el proyecto imperial y colonial. Regresaron con especímenes que sirvieron para crear colecciones y modelar los dibujos difundidos en libros por toda Europa: porque el descubrimiento y el bautizo de lo relevado serán claves en la explotación de la riqueza de las colonias.

En efecto, estereotipo y superficialidad, van de la mano en la historia botánica. El narrador muestra admiración por Humboldt: Igual que con Linneo, lo que cuenta del alemán resulta breve y superficial (más esbozo que retrato). Su caracterización de Humboldt parece la antítesis de Linneo: lejos de mostrar una orientación imperialista (intelectual y empírica), Humboldt se muestra abierto a la experiencia, dondequiera que le lleve. La atracción del narrador se basa en la actitud del científico ante la vida y su afán por conocer el mundo e indagar en las claves que lo mantenían en movimiento perpetuo: No le temía a la incerteza, vivía tras ella como quien persigue una luz que se desvanece pero jamás se agota. Es más, cuando describe el viaje de Humboldt al volcán Chimborazo en el Ecuador, introduce el detalle llamativo de que llega a la misma conclusión que Goethe: «La naturaleza es interacción y reciprocidad». Ideas que concuerdan con las del narrador acerca no sólo del planeta sino de las relaciones con su familia.

Sin embargo, llama la atención un hecho que pone en entredicho esa visión de CAC respecto a Humboldt: pese a que Francisco José de Caldas compartió con él generosamente su sofisticado conocimiento sobre tierras ecuatoriales, y de su deseo ardiente de sumarse a sus expediciones científicas, éste no lo invitó.

En este sentido,  gualmente, tópico es el tratamiento implícito de la identidad (cómo no). Para introducirlo, utiliza un pequeño desvío (que, en realidad, no lo es): menciona, como un dato más, que Humboldt era homosexual, sin entrar en detalle sobre ese aspecto ni sobre las posibles repercusiones de haberse sabido públicamente. Y, con idéntica naturalidad se refiere a su propia orientación sexual, cuando, al comienzo de la novela, deja caer que su casita de campo es ideal para llevar a sus novios y a su hijo (adoptivo). Solo más adelante cobrará importancia ese dato mencionado de pasada. En los capítulos de la infancia, vemos al niño tomar conciencia de sus gustos: la atracción por la ropa femenina, la delicadeza, la inclinación a jugar con muñecas, la falta de habilidad atlética… Hasta el día en que Nadia lo encuentra solo en casa, vestido y maquillado como ella. Todo ello lleva a sus padres a llevarlo a una clínica (¿clandestina?) donde le ponen inyecciones de testosterona. Hasta llegar a la certeza, cuando el narrador, años después, informa a Nadia por teléfono que es gay, ella enmudeció dramáticamente del otro lado del teléfono y sólo atinó a decir con la voz entrecortada algo así como entonces nunca, nunca voy a ser abuela. Pero, acto seguido, muestra cómo sus padres ahora lo reciben a él y a su hijo sin prejuicios ni complejos, con toda la naturalidad.

Aspecto este de la identidad sexual que introduce el corolario, casi cómico, del narrador dejándose convencer de que el cerco de su jardín resulta discutible, cuando una amiga paisajista lo ve con maderas perfectamente alineadas… terminadas en punta y con una puertita como del País de las Maravillas, comenta qué masculino.

Tópica, en fin, resulta también la forma de referirse a la dictadura chilena… En este sentido, mientras leía pensaba en otro escritor chileno, Alejandro Zambra, que cuando habla sobre la dictadura y postdictadura chilena, lo hace siempre con un tono novedoso y sorprendente, en tanto que CAC cae en la misma gravedad de siempre.

LABERINTO BOTÁNICO

El libro es un laberinto en el cual el narrador va y viene en el tiempo y se pierde en sus reflexiones: mezcla tiempos (el ayer y el hoy), lugares, personajes; anticipa y entrecruza historias lo que no impide que, con el paso de las páginas, su desarrollo se vaya desinflando.

Por otra parte, intercalar los tres hilos argumentales tiene la gran desventaja de ponerle freno a cualquier impulso narrativo. A decir verdad, el libro no ofrece mayor tensión dramática ni grandes sorpresas. Los tres hilos resultan planos y enganchan poco. Sin duda, hay fragmentos estimables, como el inicio dedicado a las flores, pero la repetición e insistencia vuelven aburrido ese hilo narrativo. Posiblemente CAC no deseaba seguir las reglas corrientes de la novela; su propósito (que sólo se revela paulatinamente) parece ser establecer un ritmo paralelo a la paciente construcción de su jardín en movimiento y la búsqueda, obtención, siembra y desarrollo de las plantas, sobre todo de las flores, con que lo llena.

Esta actitud frente a la vida humana (una mezcla de amor y violencia, generosidad y mezquindad, placer y sufrimiento) se ve reflejada en las conclusiones que el protagonista saca, bajo la influencia de Clément, acerca de la naturaleza y el papel que el narrador juega en cultivar una parcelita como jardín. Porque abraza lo que Clément denomina el jardín en movimiento: se retracta de su jardín con su cerco delimitando lo cultivado y lo silvestre porque lo ve inspirado en una tradición europea, para acogerse al jardín en movimiento, que borra esos límites entre lo sembrado por el jardinero y lo sembrado por la naturaleza. Busca pues un jardín producido mediante la dinámica incesante de las plantas vagabundas capaces de colonizar terrenos baldíos, costados de camino, páramos abandonados a su suerte, pues los jardines en movimiento son las verdaderas reservas genéticas del planeta y, como tales, los espacios del futuro.

Pero el jardín en movimiento no tiene solo consecuencias materiales sino también mentales (e incluso espirituales). Lo que destaca el narrador de este último aspecto de la filosofía de Clément es el jardín planetario, o sea, un territorio mental de esperanza basado en la idea de que la tierra es el espacio verde y su contorno la biósfera. Al accionar o al no accionar, cada uno de nosotros es un jardinero, no hay quien no lo sea: toda la humanidad es la jardinera del planeta.

Una idea muy en la órbita del ecologismo caviar y que, en los momentos que vivimos, se muestra un tanto ingenua, por no decir vacía, pues ese mismo ecologismo es el mismo que está postulando, por otra parte, los jardines eólicos y de placas solares. 

Para estas reflexiones no hacía falta esta estructura laberíntica y alternante, ese lenguaje florido, esas informaciones de Instagram, esos bocetos históricos..., Voltaire llegó más lejos con una sola frase: «–Todo está muy bien –dijo Cándido–, pero cultivemos nuestro jardín.»

«La salida del laberinto se siente como una inhalación después del ahogo.»



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