El tema del doble (como alguien ajeno, pero íntimamente perturbador) es tan antiguo como el espejo, la sombra o el sueño. Pero la originalidad de Robert Louis Stevenson (Edimburgo 1850 - Vailima, Samoa, 1894) radicó en retomar la chispa dramática de Fausto y suscitar en el lector la sorpresa en el reconocimiento final, que provoca terror y piedad a un tiempo. El bueno del doctor Jekyll es un creador, como pudo serlo Frankenstein o Pigmalion, un hacedor que crea de sí (y para sí) otra vida.
Pero
si bien se ha dicho que Brodie fue el padre de Jekyll y Hyde, en realidad el
origen de esa doble personalidad hay que buscarlo en la lucha interna del
propio autor para afrontar el problema, para él acuciante, del mal que vive a
la sombra de la virtud y rectitud postuladas por el calvinismo; como buen
escocés, interiorizaba un dualismo profundo, la lucha entre la inclinación al
placer y al gozo de la vida contra el afán de perfección de las doctrinas
calvinistas.
Por
ello precisamente, el relato elude la moraleja. Es más, las ideas que expone
son más bien subversivas, o lo eran para la época: deja claro con la confesión
final de Jekyll su fascinación (codiciosa), como persona convencionalmente
buena, por sus posibilidades de maldad desaprovechadas. Es decir, el mal adopta
el aspecto atractivo de la liberación de una virtud sofocante e insostenible:
envidia la ligereza, la disponibilidad y la viveza juvenil de Hyde.
Incluso lleva su propuesta más allá: el mal absoluto de Hyde sale a la luz como consecuencia del empeño de Jekyll de ser correcto, honrado y perfecto en todos los aspectos, cuando el mismo declara haber ocultado su gusto por los placeres a lo largo de su vida en aras de su exagerada aspiración a «ganarse el respeto de las personas sanas y buenas.»
MATERIALIZACIÓN DE UNA OBSESIÓN
Sin
embargo, siete años después, en 1885, una fructífera pesadilla (tal como le
sucediera a Mary W. Shelley para su novela Frankenstein o el moderno
Prometeo) le proporcionó la clave para abordar la historia: al despertar tenía la idea para dos o tres escenas. Según
su esposa: «A altas horas de la mañana,
fui despertada por gritos de horror de
Louis. Pensando que tenía una pesadilla le desperté. Él me dijo, furioso:
"¿Por qué me has despertado? Estaba soñando un dulce cuento de terror."
Yo le había despertado en la escena de la primera transformación.» Como
resultado, una actividad febril le mantiene tres días seguidos pegado al
escritorio, cuando desaparece ha elaborado una descripción precisa de la
dualidad del alma: la duplicidad. La radiografía de la ambigüedad moral del ser
humano llevada a a los extremos del mito.
Sin embargo, como siempre, la señora Stevenson leyó aquel esbozo
anotando sus críticas en los márgenes. Como el autor estaba postrado entonces en
la cama por una hemorragia, ella dejó sus comentarios con el manuscrito en el
dormitorio. En ellos decía que la historia, aunque la escribiera como un cuento,
realmente era una alegoría. Stevenson la llamó al dormitorio y allí le mostró un
montón de cenizas: había quemado el manuscrito.
Se obligó a comenzar desde el principio a escribir una historia alegórica como su esposa había sugerido. Aún hoy se mantiene el debate académico sobre si realmente quemó o no el manuscrito. Sea como fuere, algunos especialistas en su obra sugieren que las críticas de su mujer no se centraban en torno a su espíritu alegórico, sino sobre el contenido sexual inadecuado que seguramente contendría aquella versión.
REGISTROS QUE GENERAN INTERPRETACIONES
De
ese afán de superación, con su indudable vena de orgullo e hipocresía, nace Mr,
Hyde. Y en esto, Stevenson se adelanta a teorías como la del inconsciente, la
lívido o la sombra (propuestas por Freud y Jung). En fin, lo que
atrae a Jekyll de Hyde es su repelente (pero inevitablemente atractivo) «amor
a la vida.»
Narración,
por tanto, con múltiples registros: misterio y terror, pero también moral y
filosofía: una lectura obvia se centra en el concepto de la
cultura occidental del conflicto interior del ser humano entre el bien y el
mal. A
lo que se añaden, además, sus contenidos psicológicos en los que se puede
rastrear un trasunto de los enfrentamientos de la época de su redacción entre
ciencia y religión.
Como
toda obra maestra, admite todo tipo de interpretaciones en función de las
resonancias que encuentra en el lector, pues está trufada de contenidos y
sugerencias.
Ha sido considerada como una de las mejores descripciones del período
victoriano: presentando la dicotomía fundamental decimonónica y su tendencia a
la hipocresía social, respetabilidad externa y lujuria interna.
Por otra parte, la división interna de Jekyll ha sido vista por cierto
sector de la crítica como un imagen de las divisiones existentes en la sociedad
británica: divisiones sociales de la clase, divisiones políticas entre
Inglaterra e Irlanda, y divisiones entre fuerzas religiosas y seculares.
Tampoco hay unanimidad en cuanto a su adjudicación a un determinado género
literario, aspecto tan caro a los críticos literarios, pues se ha calificado de
alegoría religiosa, literatura del doble
(doppelgänger), novela policiaca,
novela gótica, cuento diabólico escocés, o incluso se la ha tildado de novela
de ciencia ficción debido a la alteración provocada por las sales de la poción
que Jekyll descubre accidentalmente.
PUERTAS Y DISOCIACIÓN
La
trama, que trata acerca de un
abogado (Gabriel John Utterson)
que investiga la extraña relación
entre su viejo amigo el Dr. Henry
Jekyll y el misántropo Edward Hyde,
presenta la intriga de un relato policiaco, pues hasta el final no se descubre
el secreto que comparten ambos personajes, de identidades tan dispares. El Dr.
Jekyll consigue resolver un problema que le atormenta: sentirse movido por dos
tendencias opuestas, o más exactamente no ser una sino dos, bien y mal, en una
naturaleza.
Una
pócima inventada accidentalmente, le permite aislar el lado oscuro en estado
puro, hasta que llega un momento en que tal disociación rompe el equilibrio,
materializándose en dos personas cada día más difíciles de armonizar.
No
falta el ámbito metafórico: la casa tiene dos puertas; una trasera, que da a un
callejón sombrío que conduce a los arrabales; la otra, guardada por un
honorable mayordomo, Poole, pertenece a la fachada principal y da a una
noble y respetable plaza. Cada una de las puertas conduce a un ámbito distinto:
a la sociedad respetable y al placer nocturno. Obviamente Jekyll utiliza la
principal y Hyde la trasera desdoblando así el espacio en función de las dos
personas cuyo precario equilibrio acabará por romperse.
Otro aspecto destacable radica en que Stevenson nunca llega a decir cuáles
son exactamente los placeres que Hyde obtiene en sus incursiones: se limita a
decir que se trata de actos de naturaleza mala, lujuriosa y aborrecible para la
moral religiosa victoriana. Lo cual deja abierta a la imaginación del lector la
concreción de dichos prácticas.
FUNDIDO EN BLANCO Y NEGRO
Aunque
la historia se ubica en Londres, el escenario subyacente de la novela es, sin
duda, el Edimburgo de la época, escindido en la parte antigua, Old Town,
convertida en los peores bajos fondos de Europa; y la New Town, donde se
asentaba la gente honorable (que no en pocas ocasiones buscaba la
sordidez y los placeres prohibidos de la ciudad antigua).
Finalmente, merece la pena, destacar que supone una ruptura con la producción del autor, pues están ausente el mar y la aventura. El aire libre y la naturaleza de sus demás novelas se ve sustituido en esta por espacios cerrados, estrechos, sinuosos y fríos. Pocas veces se alude al cielo, casi siempre cubierto, o como fondo de estrellas de luz afilada sobre el aire húmedo. Quizá porque no es una historia de exteriores en color, sino de un intimista blanco y negro: el de la condición humana.
EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR JEKYLL Y MR. HYDE fue un éxito inmediato y uno de los más vendidos de Stevenson. Las adaptaciones teatrales comenzaron en Boston y Londres apenas un año después de su publicación y aún hoy continúa inspirando películas e interpretaciones múltiples: probablemente sea la historia que más veces se ha llevado a la pantalla (aunque, como suele ser común, nunca de forma fiel), lo que ha implicado y sigue implicando, una popularización inusual.
