«LA SOLITARIA
PASIÓN DE JUDITH HEARNE»
Brian Moore
(1955)
La editorial
Impedimenta, en su pretensión
de publicar apreciables obras literarias poco conocidas para el lector español,
ha recuperado la novela La pasión solitaria de
Judith Hearne. Publicada en 1955, después de que su autor, Brian
Moore (Belfast, 1921 - Malibú, 1999) abandonara Irlanda para residir en
Canadá, fue rechazada por diez editoriales estadounidenses, para ser
posteriormente aceptada por una editorial británica y obtener, tras su
publicación, un éxito considerable. Brian Moore
(BM) obtuvo con ella el premio a la mejor
novela del Club de Autores y el premio Beta Sigma Phi, pese a no ser su primera
novela (aunque así la considerase el escritor). Éxito que se ha prolongado en
el tiempo, como demuestra el hecho de que, en noviembre de 2019, BBC Arts la
incluyese en su lista de las 100 novelas más influyentes.
Originalmente titulada Judith Hearne, dicho título que ampliará tras el
estreno de la película homónima, basada en la novela). Este nuevo y definitivo título, aparte del tirón
comercial que en su momento pudo tener al rebufo de la popularidad de la
película, aportará, según veremos, un deliberado matiz religioso, pues el
proceso de padecimiento de la protagonista es un auténtico tormento del
personaje en la Irlanda de postguerra: «Judith es una especie de Cristo
femenino de la Irlanda del siglo XX» (Márgara Averbach, Clarín).
UN IRLANDÉS EMIGRANTE
Autor prácticamente desconocido en
España, BM fue
un escritor (de novelas, cuentos, textos de no ficción), guionista, reportero y
profesor británico. Emigró a Canadá y luego vivió en Estados Unidos. Fue
reconocido por las descripciones en sus novelas de la vida en Irlanda del Norte
después de la Segunda Guerra Mundial, en particular por su examen de las
divisiones intercomunales en el conflicto norirlandés. Fue galardonado con el
premio conmemorativo James Tait Black, el del Gobernador General de Canadá y el
Sunday Express libro del año, y fue preseleccionado tres veces para el Premio
Booker.
BM nació y creció en Belfast con ocho
hermanos en el seno de una gran familia católica. Su abuelo, un representante
legal (solicitor) severo y autoritario, había sido un católico converso.
Su padre, James Bernard Moore, fue un destacado cirujano y su madre, Eileen
McFadden Moore, hija de un granjero del condado de Donegal, era enfermera.
Su tío fue Eoin MacNeill, nacionalista irlandés fundador de la Liga
Gaélica (organización que promueve el idioma irlandés) y profesor de
irlandés en el University College Dublin.
Se
educó en St Malachy's College, Belfast. Dejó
la universidad en 1939 habiendo reprobado sus exámenes de último año. La
descripción física de la escuela en The Feast of
Lupercal se asemeja mucho a su alma
mater y se considera que es un escenario ligeramente ficticio de la
universidad tal como la recordaba.
Durante la Segunda Guerra Mundial
fue guardia voluntario de Air Raid Precautions (servicio de defensa civil).
Luego cumplió servicio como civil en el Ejército Británico en África del Norte,
Italia y Francia. Al término de la guerra, trabajó en Europa Oriental para la
Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación.
En 1948 emigró a Canadá para
trabajar como reportero en el diario Montreal
Gazette y se convirtió en ciudadano
canadiense. Allí escribió sus primeros libros, novelas de suspense publicadas
con su nombre o con los seudónimos Bernard Mara o Michael Bryan.
Las dos primeras, de estilo pulp, fueron Wreath
for a Redhead y The Executioners publicadas, respectivamente, en marzo y julio de
1951: posteriormente las repudiaría.
Se casó dos veces. Su primer
matrimonio tuvo lugar en 1952, con Jacqueline Scully, una
francocanadiense y (compañera) periodista con quien, en 1953, tuvo un hijo, Michael
(que se convertiría en fotógrafo profesional).
Judith Hearne fue su primera novela fuera del
género de suspense. Basándose en el libro pero trasladando la historia
de Belfast a Dublín, se filmó en 1987 la película The
Lonely Passion of Judith Hearne, dirigida por Jack Clayton y protagonizada
por Bob Hoskins y Maggie Smith. Otras obras suyas serían también
adaptadas para la pantalla: Intent to Kill,
The Luck of Ginger Coffey, Catholics, Black
Robe, Cold Heaven y The Statement. Coescribió el guion de Torn Curtain (Cortina
rasgada de Alfred Hitchcock)
y escribió el guion de The Blood of Others,
basado en la novela Le Sang des autres
de Simone de Beauvoir.
Aunque su residencia principal
estaba en California, continuó viviendo parte de cada año en Canadá hasta su
muerte. En 1958 se mudó a Nueva York (donde obtendría una beca Guggenheim en 1959)
y permaneció allí hasta su divorcio en 1967. En octubre de ese mismo año se
casó con su segunda esposa, Jean Denney, excomentarista de la televisión
canadiense, y se mudó a la costa oeste de los Estados Unidos, instalándose en
Malibú, California, con su nueva esposa. Allí enseñó escritura creativa en la
UCLA.
Su casa en la playa en Malibú fue
inspiración para el poema de Seamus Heaney Remembering
Malibu: su viuda vivió en ella hasta que la casa fue destruida por
el incendio forestal de Woolsey en 2018. MB falleció
allí de fibrosis pulmonar, a los 77 años, cuando estaba trabajando en una
novela sobre el poeta simbolista francés Arthur Rimbaud.
Su último trabajo, publicado antes
de su muerte, fue un ensayo titulado Going Home,
una reflexión inspirada en una visita que hizo, en Connemara (Irlanda), a la
tumba del amigo de la familia, el nacionalista irlandés Bulmer Hobson.
El ensayo fue comisionado por la revista literaria Granta y publicado en The
New York Times el 7 de febrero de
1999. A pesar de la actitud a menudo conflictiva de BM
hacia Irlanda y su carácter irlandés, su reflexión final en este ensayo fue la
del emigrante nostálgico: «El pasado está sepultado hasta que, en Connemara,
la vista de la tumba de Bulmer Hobson me trae de vuelta esos rostros, esas
escenas, esos sonidos y olores que ahora solo viven en mi memoria. Y en ese
momento sé que cuando muera me gustaría volver a casa por fin para ser
enterrado aquí en este lugar tranquilo entre las vacas pastando.»
TRAMA SENCILLA
La novela cuenta una historia
sencilla, sin grandes alardes argumentales, pero plagada de personajes, apuntes
y delicados análisis psicológicos. Relata las sucesivas pérdidas de su
protagonista, así como las maniobras de compensación que utiliza para protegerse.
Durante el breve plazo en que transcurre la historia, Judit
Hearne pierde todo aquello que la sostenía: trabajo, independencia,
dignidad e, incluso, su fe religiosa. En esta etapa de su vida, verá como la
sociedad la va dejando de lado, acrecentando trágicamente su soledad.
La señorita Hearne (Judy), es una mujer solitaria de mediana
edad (los cuarenta años) que ansía encontrar un hombre, más como tabla de
salvación para la soltería en que se ha instalado su vida y así verificar los tradicionales
esquemas irlandeses para la mujer de la década de los cincuenta, que por encontrar
el amor. Si en el pasado vivió con una holgada tranquilidad económica bajo la
tutela de su tiránica tía D’Arcy, en la
actualidad se encuentra al borde de la ruina, lo que la obliga a ir buscando
refugio por diferentes casas de huéspedes de la ciudad de Belfast, de las que
acaba huyendo tras provocar incidentes lamentables. Con ella viajan el retrato
de su difunta tía (instalado siempre sobre la repisa
de la chimenea), una oleografía en
color del Sagrado Corazón (puesto sobre el cabecero
de la cama) y alguna botella de whisky
(convenientemente oculta bajo candado), que va reemplazando conforme se acaba: Cuando
están conmigo, velándome desde sus respectivos puestos, cualquier lugar nuevo
se convierte en mi hogar.
Tras varias casas de huéspedes,
acaba recalando en casa de la señora de Henry Rice,
situada en Camden Street, un barrio
universitario que, en otro tiempo, se consideraba una buena zona residencial,
pero que ahora solo es una deteriorada zona de Belfast. En este
escenario Judy inicia un tortuoso camino hacia
un agónico final, junto a su alter ego masculino, el señor James Madden (Jim), hermano de la casera,
quien se une a ella en esa derrota cuando ambos inician una relación
sentimental, cargada de intereses encontrados: para Judy
supone su última oportunidad de cumplir con sus objetivos como mujer
tradicional y para Jim una vía de escape de
la pobreza y miseria en la que ha vivido, ascendiendo socialmente gracias al
dinero que supuestamente cree que tiene Judy.
Cuando ambos descubren que sus intereses no son los mismos, su breve devaneo se
desmorona y lleva a Judy a refugiarse en el
alcohol. Ambos se revelan como las dos caras de una misma moneda:
supervivientes de una madurez decrépita, rechazados por su entorno familiar y
social. En suma, un par de fracasados.
PERSONAJES AUTÉNTICOS Y CREÍBLES
A estas alturas a nadie se le
escapa que la esencia de la novela radica en la caracterización de sus
personajes, tanto los protagonistas como los numerosos secundarios, creados con
enorme ternura y precisión. No en vano la crítica ha venido considerándola una
pequeña obra maestra por la construcción de los personajes. BM, pese al perfil poco novelesco de la grisura de
sus vidas, sabe dotarlos de resonancias que los convierten en profundamente
humanos e, integrados en la trama, ciertamente interesantes.
Sin ninguna duda, la dureza de la
novela proviene de la personalidad y carácter de su protagonista: la señorita Hearne. Desde un primer momento,
despierta en el lector una sensación de lástima, de ahogo que resulta imposible
no sentir por este personaje repleto de humanidad y fragilidad, con el que se pasa
rápidamente de la sonrisa (a veces mordaz) al drama: «El autor comunica su
especificidad (es una mujer de mediana edad solitaria, dañada, necesitada,
alcohólica y católica que anhela el amor) con enorme ternura y precisión» (Carlo
Gèbler, Belfast Telegraph). Esta mujer triste, beata y alcohólica lleva una vida
gris, sin apenas alicientes, situación que ella misma contempla (y reconoce) y
de la que trata de evadirse en frecuentes ensoñaciones, autojustificaciones o desprecios
soterrados (hacia quienes la rodean); pues como cualquier ser humano, tiene una
enorme necesidad de cariño, comprensión y consuelo. El valor narrativo de BM reside precisamente en su capacidad para
adentrarse en la mente de Judith, mostrando
su patetismo, debilidades y la autodestrucción que la consume lentamente.
Ella, por supuesto, no es la única infortunada;
a su alrededor, hay otros en el mismo camino. Junto con la señorita Hearne, el resto de personajes resultan igualmente auténticos
y creíbles. Incluso cuando se trata de introducir a personajes secundarios (así
como los meramente episódicos), BM despliega
una habilidad magistral para dotarlos de una compleja personalidad que los hace
más cercanos, de modo que su caracterización configura realmente la historia.
Como se ha dicho, la acción trascurre en una casa de huéspedes, la casa de la señora de Henry Rice (así se la presenta, como señora de…, y hasta bien avanzado el capítulo 2 no aparece su nombre, con el que se la designará en contadas ocasiones), donde reside un variado grupo de personajes : la propia casera, May Rice, viuda cotilla y avara; su hijo, Bernad Rice, aspirante a poeta/escritor, que vive bajo las faldas de su madre (que hace recordar al Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios); la señorita Friel, maestra de primaria en un colegio de pago y defensora de los valores tradicionales; el señor Lenahan, oficinista librepensador patriota y porfiador; el señor James Patrick Madden (Jim), hermano de la casera, hombre de mundo recién llegado de Nueva York, que se convertirá pronto en pretendiente interesado de la señorita Hearne; y, Mary, la joven sirvienta que será objeto de deseo de alguno de los hombres.
A ellos se une otros personajes
externos a la casa, pero que ocupan un lugar destacado en la historia. Ahí
están el padre Francis Xavier Quigley, cura
católico de la parroquia del barrio y replica espiritual devastadora de la
incrédula Judy; Moira
o’Neill y su familia (su marido, el señor Owen O´Neill;
y sus hijos: Shaun, Una, Kevin y Katy) a
quienes considera sus amigos (y casi su familia) y con los que tiene una
relación de apariencias que se irá desmoronando; su amiga de juventud y
compañera de copas Edie Marrinan, que se
configurará como una precursora de su destino.
Además, todo un tropel de
personajes episódicos que ayudan con brío a crear la atmósfera de la historia:
desde el comandante Gerald Mahaffy-Hyde, todo
un mercenario de la conversación con el fin de gorronear copas en el pub; Kevin O’Kane, barman de tupe rojo y enorme cachaza;
el señor Mick Malloy, cajero del Banco que
es descrito (siempre entre paréntesis) en uno de las pocos pasajes hilarantes
del libro como jugador clandestino, calavera, estudiante de antropología o
filántropo filósofo; el señor William Creegan,
comerciante en vinos y licores; y tantos otros que van apareciendo a lo largo
de los veinte capítulos.
Todos irán desvelando,
a ritmo escalonado y fragmentando tiempos, las heridas de sus vidas. Esta veta
introspectiva (quizá lo más interesante de la novela) se va descubriendo a
medida que avanzan los capítulos: una disección interior de seres anímicamente
devastados que permanecen unidos por el rasgo común de la soledad.
Todos tienen en común el
estar dotados de una sutil vulgaridad, como espíritus en estado de decadencia. A través de todos y cada uno de
ellos, BM disecciona el alma humana a través
de una narrativa dotada de un sentido tragicómico, en la que la protagonista se
articula como arquetipo de las debilidades que nos hacen humanos.
ESTILO INADVERTIDO
A través de 311 páginas divididas en 20 capítulos de desigual longitud (oscilando entre las 6 y las 28 páginas), BM cuenta la historia adentrándose en los detalles sin caer en un lenguaje
cursi o difícil. Partiendo de una narración en tercera persona y estilo
indirecto, sondea en el alma de los personajes haciendo uso de una eficaz oscilación
de tiempos, mediante la que va construyendo y deconstruyendo, con un tono
determinista y decadente, el destino funesto de sus vidas.
Una de sus herramienta más eficaces
consiste en partir de la tercera persona clásica para pasar de su protagonista
a personajes secundarios que la ven a través del filtro de sus propios
problemas; del retrato del pensamiento (una especie de flujo de conciencia
silencioso) de alguien a quien se sigue, al flashback (interrupción de
la acción presente para introducir una escena o episodio del pasado) para
explicar la situación que se cuenta.
Muestra también un gran dominio de
los diálogos que combina convenientemente con la narrativa en tercera persona,
al tiempo que intercala ambos con el estilo indirecto y reflexiones dirigidas al
lector: «combina la narrativa omnisciente en tercera persona con el flujo de
conciencia en primera persona: al combinar ambas (y lo hace con destreza),
Moore... narra su historia y nos permite un acceso sin restricciones al mundo
interior privado de las personas sobre las que escribe» (Carlo Gèbler, Belfast Telegraph).
Su prosa, detallada y capaz de
enganchar al lector y meterlo de lleno en la historia, ha motivado que se le
haya comparado con Graham Greene (que le consideraba su «novelista
vivo favorito») o con
James Joyce (el libro «está lleno de momentos joyceanos... toma de 'Clay',
la historia más misteriosa de Dublineses, la idea de una mujer soltera de
mediana edad que visita a una familia y encuentra allí tanto consuelo como
humillación»: Colm Tóibín), como literaturas turbadoras,
desasosegantes que nos agitan por dentro y nos hacen ser conscientes de
nuestras propias heridas.
Resultan especialmente eficaces
para abrir la narración (válvula de escape a una excesiva presión de patetismo)
el par de capítulos dedicados a que determinados personajes aporten su mirada
sobre la protagonista, lo que supone un cambio del punto de vista que, además,
resulta enriquecedor para la caracterización del personaje. Así en el capítulo
6, el señor Lenehal, la señorita Friel, una tal Mary McCloskey,
la señora de Henry Rice y su hijo Bernie, a través de unos supuestos diálogos van a
aportar su visión de vista sobre Judy. En el capítulo 15 vuelve a darse el
recurso, pero en este caso con predominio de personajes episódicos como el
empleado del banco Mick Malloy, el
comerciante de licores William Creegan, o el recepcionista del Hotel Plaza, además de el señor Lenehan y la señorita
Friel de nuevo. Mención aparte en el capítulo merece las conversaciones
entre la señora de Henry Rice y su hijo Bernie, por una parte, y el comandante Mahaffy-Hyde y el barman Kevin
O’Kane, por otra, pues en este caso su punto de vista no se refiere a Judy, sino al señor
Madden. Capítulos tanto o más destacables por cuanto BM logra que cuando
esos personajes exponen su punto de vista sobre la
señora Hearne estén poniendo en
evidencia su propia personalidad.
En cuanto al tono, ciertamente muy
logrado, determina una obra profundamente patética y trágica, en la que la
tristeza domina la historia desde su sombrío inicio (Cuando están conmigo, velándome desde sus respectivos
puestos, cualquier lugar nuevo se convierte en mi hogar) hasta ese desesperanzado
final (¡Qué raro lo de estos dos! Cuando están conmigo, velándome,
cualquier lugar nuevo se convierte en mi hogar.,
casi circular, como si el relato negara una posibilidad de avance: cuando el
proceso termina, frente a una vida sin horizontes, Judith
vuelve a aferrarse a lo que le queda, que a esas alturas no es mucho más que el
hueco y frágil cascarón de sus esperanzas anteriores.
Ese final en espiral (más que circular,
dado que no se llega al mismo lugar sino a otro más degradado) repite el mismo
mensaje: las personas como Judith Hearne no
tienen salida. Su pasión es un sacrificio terrible que la novela
convierte en un testimonio del crueldad de la sociedad, alegato tal vez inútil
porque excepto el lector nadie parece darse cuenta.
IGLESIA Y SOCIEDAD CATÓLICA IRLANDESA
A través de la protagonista y su
progresiva autodestrucción, BM hace un retrato de una parte de la sociedad católica
irlandesa en la década de los años cincuenta del siglo pasado,
no como invención sino como realidad. Una sociedad cerrada, en la que habita una
protagonista que lo es aún más. Mujer solitaria, se enamora pero no es
correspondida, tiene pocos amigos (considerados como tales, realmente ninguno),
durante toda la novela no deja de rezar y beber. Este vivido retrato de la
sociedad irlandesa católica de la posguerra, se constituye en oportuna excusa
para hacer una crítica feroz de la hipocresía, la doble moral y los
convencionalismos sociales que la dominaban y que a su vez sirve a BM para desplegar una compleja estructura
narrativa a través de la que nos introducimos en el particular infierno de Judy, hasta acabar transformándola en un personaje
totalmente diferente al del principio de la novela.
Para ello,
BM describe a la sociedad de Belfast en toda su hipocresía, su
indiferencia frente al sufrimiento humano, sus prejuicios, su capacidad para la
crueldad. Salvo un personaje en particular (el
doctor Bowe), quizás el único que el autor deja fuera de su visión
amarga de la humanidad, en este Belfast, la moral católica (religión que
BM profesó y después abandonó) es un barniz,
una mentira. Está ahí solamente para cubrir apariencias, perseguir al diferente
y defender intereses. El rezo, la iglesia, la misa son meras liturgias: el
problema es que nadie quiere ver lo que hay debajo. Nadie tiene el valor
necesario para hacerlo.
En efecto, ya en esta primera
novela irlandesa, aparecen algunos de sus temas decididamente antidoctrinales y
anticlericales y, en particular, el efecto de la Iglesia en la vida de su país,
con un sutil manejo de los temas de fe. Un tema recurrente en sus novelas es el
concepto del sacerdocio católico, aquí magistralmente expuesto a través del
personaje del padre Quigley.
Presentado (capítulo 4) como un orador
directo que ataca anatemiza la falta de asistencia a la iglesia en favor de la asiduidad
a los lugares de pecado; vuelve (cap. 14) en el momento en que Judy pretende una confesión general que la ayude a
rehabilitarse humana y moralmente. Aquí es donde se desvela su personalidad:
conocemos su fastidio porque se haya metido en el tiempo dedicado a la
confesión de los niños (¿Y no sabe que esta es la hora de confesión de los
niños? De los niños. La confesión para adultos es a las seis y a las ocho. Pero
no ahora), porque pretenda una confesión general (¡Que Dios nos asista! Una
confesión general nada menos) y, sobre todo, por retrasar sus planes de jugar
al golf (Y le había prometido
al padre Feeny que iríamos a jugar al golf a la una y media…), lo
que le lleva a salir pitando de la iglesia sin apenas arrodillarse ante el
altar (Hizo una genuflexión al pasar a toda prisa ante el altar. Como si
llegara tarde, pensó ella. Como si llegara tarde a alguna cita). Hecho que Judy asocia a la misma actitud presentada por el
sacristán días antes y que le llevaron a cuestionar la presencia de Cristo en
el sagrario, lo que la va a acrecentar su crisis de fe.
Su presencia se retoma (cap. 18) en
el momento en que la protagonista en caída libre emocional, borracha y
profundamente descreída (aunque quiere creer) vuelve a la iglesia a confesarse.
El recibimiento de Quigley no deja duda
alguna sobre su labor pastoral, más propia de un funcionario riguroso que de un
pastor de almas: Váyase a casa, se recompone y hace examen de conciencia. No
puede pensar adecuadamente en estas condiciones. Y mañana por la mañana yo confieso
de seis a ocho. Viene a verme y tenemos una charla. Ese ajuste horario, ya
evidente en la confesión de los niños, se reitera ahora de forma intencional.
El sacerdote como servicio de acogimiento en horario y condiciones establecidas
y sin querer (o poder) ver más allá y realizar esa labor pastoral que la
Iglesia ha de ofrecer como él mismo presentaba en el sermón inicial. Es más, él
mismo es consciente de ello: Ella subió al taxi, dejando al padre Quigley de
pie en la puerta, preocupado, consciente de su fracaso.
Actitud esta de incapacidad para
actuar adecuadamente ante los problemas y sufrimientos reales de sus feligreses,
más allá del recurso a las buenas palabras, que resulta aún más evidente
en su última aparición (cap. 19), donde dice a una Judy
postrada: Yo muchas veces
pienso en los descreídos, en esos pobres diablos ciegos y sin amigos en este
mundo y en el otro. En los hombres solos que se apartan de la senda de Dios,
cuando una simple oración, una palabra de arrepentimiento, podría salvarles.
Cuando toda la iglesia militante se levantaría para ayudarles y servirles de
guía. Con lo que lo único que consigue es que la señorita Hearne piense que le ha hecho una
advertencia: me ha hecho una advertencia. Yo estoy sola, como esos
descreídos, sin amigos. Sin ayuda. Sin nadie. No, no, ¿por qué tengo que sufrir
todo esto?
Así aparece la idea, profundamente
comprensiva y afirmativa, de las luchas de la fe y el compromiso religioso. Aparte
de los pasajes citados, cabe destacar, en este sentido, los de la protagonista implorando a Dios, pidiéndole fuerzas para
escapar de la tentación de beber. Toda una provocación para reflexionar sobre
la etiología de la libertad (de la auténtica, de la interior) y sobre el poder
aniquilador de la falta de moralidad que imprimimos a algunos de nuestros
actos.
EMIGRACIÓN Y SOLEDAD
Otro de los temas literarios (y vitales, como se ve por su
propia vida) claves de BM,
la emigración, también está presente en la novela. La emigración, casi un rasgo
nacional para los irlandeses, siempre ha supuesto un hito en su literatura
y en sus vivencias. Aquí aparece perfectamente reflejado en James Madden, ese personaje tan perfectamente
caracterizado: prototipo de emigrante que
buscando mejorar su vida en Estados Unidos (la vida de los irlandeses en
Estados Unidos es casi un género literario), no lo consigue, sintiéndose
fracasado. Un emigrante, autoexiliado de
las colinas húmedas y de los terrenos rocosos y yermos de su Donegal natal (como
el propio autor) que, tras una estancia de treinta años en Nueva York, había
vuelto a Irlanda (cuatro meses atrás), a una tierra donde los sueños
eran calculables y donde lo único que te podía proporcionar una escandalosa
fortuna eran las quinielas futbolísticas.
Es decir, un ʺindianoʺ que
regresaba sin haber hecho fortuna. En Nueva York había tenido múltiples empleos (limpiador
en el metro, portero en un estadio, camarero en una cafetería, conserje,
vigilante de pasillo, portero en un club y portero en un hotel) y en poco
tiempo había reunido más 300 dólares, había educado a su hija Sheila (huérfana de madre) en un colegio de monjas y tras un desdichado (afortunado)
accidente había recibido diez mil dólares contantes y sonantes:
el sueño de volver a casa.
Porque ese era el sueño inicial de todos los hombres de Donegal cuando cruzaban el charco: el sueño del ʺindianoʺ. Hacer
fortuna para comprar un terreno en su tierra y pasar allí sus últimos años. No
obstante, BM
no se queda en el estereotipo, sino que postula a través del personaje el otro
lado de la moneda del sueño del emigrante: la creciente adaptación. Porque en
numerosas ocasiones ese sueño se olvida cuando las cosas van bien y se empieza
a comprar cosas que lo atan a uno, dominan los sueños y acaban
cambiándolos. El terrenito en el condado de Donegal se convierte en un descapotable
bicolor. La pequeña granja que podría dejarnos el tío Sean se convierte en un
pisito en Queens. Y «hacer fortuna» acaba por significar «hacer las paces con
la tierra de acogida».
Tras el planteamiento
de la doble cara de la psicología del emigrante, BM introduce, a efectos narrativos, la excusa del personaje para volver
a casa: la inquina del yerno (Hunky) y la consiguiente distanciamiento de su hija. Regresa y a los
cuatro meses ya decepcionado, porque aunque es cierto que resulta más barato
vivir en Irlanda, la comparación con el mundo abandonado resulta desoladora. Este
es otro de los sutiles análisis psicológicos de la mentalidad emigrante: en el
extranjero se idealiza y añora la tierra natal; de vuelta en el país de origen
se realza y evoca el mundo del que se vuelve, de tal forma que nunca se está
conforme: ¿Qué
eres, entonces? ¿Irlandés o americano? Cuando volviste de Estados Unidos no
encontrabas nada bueno que decir de allí. Pero en cuanto alguien dice algo malo
de ellos, saltas como un tigre, como le dice Bernie a su tío.
Lo cual le permite al
autor platear, a través del personaje, el tema de las relaciones del emigrante que
regresa con aquellos que no se han salido de su tierra: desde el absoluto
rechazo de unos (Lenehan, por ejemplo) a la expectativa interesada de otros de obtener del
yanki unas copas a costa de aguantarle su
nostálgica conversación (que para nada les interesa), caso de los gorrones de
Donegal o del comandante Mahaffy-Hyde, cuando en realidad ese pobre diablo les interesa bien
poco, cuando no, simplemente, lo desprecian.
Finalmente, volvamos al título, porque
La solitaria pasión de Judith Hearne
es también, dentro del cauce argumental de la narración, una escrupulosa
exploración del sentimiento de la soledad, que se muestra como aflicción
secreta que padecen los seres humanos y que convierte la existencia en una denodada
pugna por establecer los vínculos (de afecto, contacto y comunicación) que nos ensamblan
con el mundo. Sólo hay que pensar que, hoy en día, mucho más que en la época de
la novela, muchas personas en el mundo se debaten con ese estigma para salir a
flote en situaciones límite.
Pero la novela va más allá de la soledad: articula un tratado devastador sobre las debilidades del ser humano y una reflexión sobre el patetismo y la soledad, a menudo enmascarados por la represión social, la religión y las adicciones. Hay mucha sutileza en la novela: la vida de esta mujer en un ambiente gris y represivo, en realidad supone una exploración de temas como la búsqueda de las relaciones (amor, amistad…), la fe y su pérdida, la apariencia social y los vicios (como el alcoholismo) como una vía de escape. Y es que, entregados a sus vicios, los personajes hallarán en el alcohol una falaz tabla de salvación para su decadencia, su debilidad y, en suma, su fracaso. Porque la historia, en una inexorable espiral de erosión emocional, permite al lector asistira al desmoronamiento de unas vidas que no logran acogerse al poder salvador de la fe, ni al estoico recurso de la moral, ni al acogimiento anímico de una (inexistente) amistad.
«Si uno no cree, hay muchas cosas que se ven de otra manera. Todo: las vidas, las esperanzas, las devociones, los pensamientos. Si uno no cree, está solo. Pero yo soy de Irlanda, estoy entre mi gente, soy un miembro de esta fe. Y, sin embargo, no tengo fe. Así que esta no es mi gente.»

