jueves, 4 de diciembre de 2025

LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE

 

«LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE»
Brian Moore (1955)


«Acercó los pies desnudos a la estufa de gas para calentárselos y se recostó en el sillón esperando a que llegaran las largas horas de la noche, como un prisionero en su celda.»

La editorial Impedimenta, en su pretensión de publicar apreciables obras literarias poco conocidas para el lector español, ha recuperado la novela La pasión solitaria de Judith Hearne. Publicada en 1955, después de que su autor, Brian Moore (Belfast, 1921 - Malibú, 1999) abandonara Irlanda para residir en Canadá, fue rechazada por diez editoriales estadounidenses, para ser posteriormente aceptada por una editorial británica y obtener, tras su publicación, un éxito considerable. Brian Moore (BM) obtuvo con ella el premio a la mejor novela del Club de Autores y el premio Beta Sigma Phi, pese a no ser su primera novela (aunque así la considerase el escritor). Éxito que se ha prolongado en el tiempo, como demuestra el hecho de que, en noviembre de 2019, BBC Arts la incluyese en su lista de las 100 novelas más influyentes.

Originalmente titulada Judith Hearne, dicho título que ampliará tras el estreno de la película homónima, basada en la novela). Este nuevo y definitivo título, aparte del tirón comercial que en su momento pudo tener al rebufo de la popularidad de la película, aportará, según veremos, un deliberado matiz religioso, pues el proceso de padecimiento de la protagonista es un auténtico tormento del personaje en la Irlanda de postguerra: «Judith es una especie de Cristo femenino de la Irlanda del siglo XX» (Márgara Averbach, Clarín).

UN IRLANDÉS EMIGRANTE

Autor prácticamente desconocido en España, BM fue un escritor (de novelas, cuentos, textos de no ficción), guionista, reportero y profesor británico. Emigró a Canadá y luego vivió en Estados Unidos. Fue reconocido por las descripciones en sus novelas de la vida en Irlanda del Norte después de la Segunda Guerra Mundial, en particular por su examen de las divisiones intercomunales en el conflicto norirlandés. Fue galardonado con el premio conmemorativo James Tait Black, el del Gobernador General de Canadá y el Sunday Express libro del año, y fue preseleccionado tres veces para el Premio Booker.

BM nació y creció en Belfast con ocho hermanos en el seno de una gran familia católica. Su abuelo, un representante legal (solicitor) severo y autoritario, había sido un católico converso. Su padre, James Bernard Moore, fue un destacado cirujano y su madre, Eileen McFadden Moore, hija de un granjero del condado de Donegal, era enfermera. Su tío fue Eoin MacNeill, nacionalista irlandés fundador de la Liga Gaélica (organización que promueve el idioma irlandés) y profesor de irlandés en el University College Dublin.

Se educó en St Malachy's College, Belfast. Dejó la universidad en 1939 habiendo reprobado sus exámenes de último año. La descripción física de la escuela en The Feast of Lupercal se asemeja mucho a su alma mater y se considera que es un escenario ligeramente ficticio de la universidad tal como la recordaba.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue guardia voluntario de Air Raid Precautions (servicio de defensa civil). Luego cumplió servicio como civil en el Ejército Británico en África del Norte, Italia y Francia. Al término de la guerra, trabajó en Europa Oriental para la Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación.

En 1948 emigró a Canadá para trabajar como reportero en el diario Montreal Gazette y se convirtió en ciudadano canadiense. Allí escribió sus primeros libros, novelas de suspense publicadas con su nombre o con los seudónimos Bernard Mara o Michael Bryan. Las dos primeras, de estilo pulp, fueron Wreath for a Redhead y The Executioners publicadas, respectivamente, en marzo y julio de 1951: posteriormente las repudiaría.

Se casó dos veces. Su primer matrimonio tuvo lugar en 1952, con Jacqueline Scully, una francocanadiense y (compañera) periodista con quien, en 1953, tuvo un hijo, Michael (que se convertiría en fotógrafo profesional).

Judith Hearne fue su primera novela fuera del género de suspense. Basándose en el libro pero trasladando la historia de Belfast a Dublín, se filmó en 1987 la película The Lonely Passion of Judith Hearne, dirigida por Jack Clayton y protagonizada por Bob Hoskins y Maggie Smith. Otras obras suyas serían también adaptadas para la pantalla: Intent to Kill, The Luck of Ginger Coffey, Catholics, Black Robe, Cold Heaven y The Statement. Coescribió el guion de Torn Curtain (Cortina rasgada de Alfred Hitchcock) y escribió el guion de The Blood of Others, basado en la novela Le Sang des autres de Simone de Beauvoir.

Aunque su residencia principal estaba en California, continuó viviendo parte de cada año en Canadá hasta su muerte. En 1958 se mudó a Nueva York (donde obtendría una beca Guggenheim en 1959) y permaneció allí hasta su divorcio en 1967. En octubre de ese mismo año se casó con su segunda esposa, Jean Denney, excomentarista de la televisión canadiense, y se mudó a la costa oeste de los Estados Unidos, instalándose en Malibú, California, con su nueva esposa. Allí enseñó escritura creativa en la UCLA.

Su casa en la playa en Malibú fue inspiración para el poema de Seamus Heaney Remembering Malibu: su viuda vivió en ella hasta que la casa fue destruida por el incendio forestal de Woolsey en 2018. MB falleció allí de fibrosis pulmonar, a los 77 años, cuando estaba trabajando en una novela sobre el poeta simbolista francés Arthur Rimbaud.

Su último trabajo, publicado antes de su muerte, fue un ensayo titulado Going Home, una reflexión inspirada en una visita que hizo, en Connemara (Irlanda), a la tumba del amigo de la familia, el nacionalista irlandés Bulmer Hobson. El ensayo fue comisionado por la revista literaria Granta y publicado en The New York Times el 7 de febrero de 1999. A pesar de la actitud a menudo conflictiva de BM hacia Irlanda y su carácter irlandés, su reflexión final en este ensayo fue la del emigrante nostálgico: «El pasado está sepultado hasta que, en Connemara, la vista de la tumba de Bulmer Hobson me trae de vuelta esos rostros, esas escenas, esos sonidos y olores que ahora solo viven en mi memoria. Y en ese momento sé que cuando muera me gustaría volver a casa por fin para ser enterrado aquí en este lugar tranquilo entre las vacas pastando.»

TRAMA SENCILLA

La novela cuenta una historia sencilla, sin grandes alardes argumentales, pero plagada de personajes, apuntes y delicados análisis psicológicos. Relata las sucesivas pérdidas de su protagonista, así como las maniobras de compensación que utiliza para protegerse. Durante el breve plazo en que transcurre la historia, Judit Hearne pierde todo aquello que la sostenía: trabajo, independencia, dignidad e, incluso, su fe religiosa. En esta etapa de su vida, verá como la sociedad la va dejando de lado, acrecentando trágicamente su soledad.

La señorita Hearne (Judy), es una mujer solitaria de mediana edad (los cuarenta años) que ansía encontrar un hombre, más como tabla de salvación para la soltería en que se ha instalado su vida y así verificar los tradicionales esquemas irlandeses para la mujer de la década de los cincuenta, que por encontrar el amor. Si en el pasado vivió con una holgada tranquilidad económica bajo la tutela de su tiránica tía D’Arcy, en la actualidad se encuentra al borde de la ruina, lo que la obliga a ir buscando refugio por diferentes casas de huéspedes de la ciudad de Belfast, de las que acaba huyendo tras provocar incidentes lamentables. Con ella viajan el retrato de su difunta tía (instalado siempre sobre la repisa de la chimenea), una oleografía en color del Sagrado Corazón (puesto sobre el cabecero de la cama) y alguna botella de whisky (convenientemente oculta bajo candado), que va reemplazando conforme se acaba: Cuando están conmigo, velándome desde sus respectivos puestos, cualquier lugar nuevo se convierte en mi hogar.

Tras varias casas de huéspedes, acaba recalando en casa de la señora de Henry Rice, situada en Camden Street, un barrio universitario que, en otro tiempo, se consideraba una buena zona residencial, pero que ahora solo es una deteriorada zona de Belfast. En este escenario Judy inicia un tortuoso camino hacia un agónico final, junto a su alter ego masculino, el señor James Madden (Jim), hermano de la casera, quien se une a ella en esa derrota cuando ambos inician una relación sentimental, cargada de intereses encontrados: para Judy supone su última oportunidad de cumplir con sus objetivos como mujer tradicional y para Jim una vía de escape de la pobreza y miseria en la que ha vivido, ascendiendo socialmente gracias al dinero que supuestamente cree que tiene Judy. Cuando ambos descubren que sus intereses no son los mismos, su breve devaneo se desmorona y lleva a Judy a refugiarse en el alcohol. Ambos se revelan como las dos caras de una misma moneda: supervivientes de una madurez decrépita, rechazados por su entorno familiar y social. En suma, un par de fracasados.

PERSONAJES AUTÉNTICOS Y CREÍBLES

A estas alturas a nadie se le escapa que la esencia de la novela radica en la caracterización de sus personajes, tanto los protagonistas como los numerosos secundarios, creados con enorme ternura y precisión. No en vano la crítica ha venido considerándola una pequeña obra maestra por la construcción de los personajes. BM, pese al perfil poco novelesco de la grisura de sus vidas, sabe dotarlos de resonancias que los convierten en profundamente humanos e, integrados en la trama, ciertamente interesantes.

Sin ninguna duda, la dureza de la novela proviene de la personalidad y carácter de su protagonista: la señorita Hearne. Desde un primer momento, despierta en el lector una sensación de lástima, de ahogo que resulta imposible no sentir por este personaje repleto de humanidad y fragilidad, con el que se pasa rápidamente de la sonrisa (a veces mordaz) al drama: «El autor comunica su especificidad (es una mujer de mediana edad solitaria, dañada, necesitada, alcohólica y católica que anhela el amor) con enorme ternura y precisión» (Carlo Gèbler, Belfast Telegraph). Esta mujer triste, beata y alcohólica lleva una vida gris, sin apenas alicientes, situación que ella misma contempla (y reconoce) y de la que trata de evadirse en frecuentes ensoñaciones, autojustificaciones o desprecios soterrados (hacia quienes la rodean); pues como cualquier ser humano, tiene una enorme necesidad de cariño, comprensión y consuelo. El valor narrativo de BM reside precisamente en su capacidad para adentrarse en la mente de Judith, mostrando su patetismo, debilidades y la autodestrucción que la consume lentamente.

Ella, por supuesto, no es la única infortunada; a su alrededor, hay otros en el mismo camino. Junto con la señorita Hearne, el resto de personajes resultan igualmente auténticos y creíbles. Incluso cuando se trata de introducir a personajes secundarios (así como los meramente episódicos), BM despliega una habilidad magistral para dotarlos de una compleja personalidad que los hace más cercanos, de modo que su caracterización configura realmente la historia.

Como se ha dicho, la acción trascurre en una casa de huéspedes, la casa de la señora de Henry Rice (así se la presenta, como señora de…, y hasta bien avanzado el capítulo 2 no aparece su nombre, con el que se la designará en contadas ocasiones), donde reside un variado grupo de personajes : la propia casera, May Rice, viuda cotilla y avara; su hijo, Bernad Rice, aspirante a poeta/escritor, que vive bajo las faldas de su madre (que hace recordar al Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios); la señorita Friel, maestra de primaria en un colegio de pago y defensora de los valores tradicionales; el señor Lenahan, oficinista librepensador patriota y porfiador; el señor James Patrick Madden (Jim), hermano de la casera, hombre de mundo recién llegado de Nueva York, que se convertirá pronto en pretendiente interesado de la señorita Hearne; y, Mary, la joven sirvienta que será objeto de deseo de alguno de los hombres.

A ellos se une otros personajes externos a la casa, pero que ocupan un lugar destacado en la historia. Ahí están el padre Francis Xavier Quigley, cura católico de la parroquia del barrio y replica espiritual devastadora de la incrédula Judy; Moira o’Neill y su familia (su marido, el señor Owen O´Neill; y sus hijos: Shaun, Una, Kevin y Katy) a quienes considera sus amigos (y casi su familia) y con los que tiene una relación de apariencias que se irá desmoronando; su amiga de juventud y compañera de copas Edie Marrinan, que se configurará como una precursora de su destino.

Además, todo un tropel de personajes episódicos que ayudan con brío a crear la atmósfera de la historia: desde el comandante Gerald Mahaffy-Hyde, todo un mercenario de la conversación con el fin de gorronear copas en el pub; Kevin O’Kane, barman de tupe rojo y enorme cachaza; el señor Mick Malloy, cajero del Banco que es descrito (siempre entre paréntesis) en uno de las pocos pasajes hilarantes del libro como jugador clandestino, calavera, estudiante de antropología o filántropo filósofo; el señor William Creegan, comerciante en vinos y licores; y tantos otros que van apareciendo a lo largo de los veinte capítulos.

Todos irán desvelando, a ritmo escalonado y fragmentando tiempos, las heridas de sus vidas. Esta veta introspectiva (quizá lo más interesante de la novela) se va descubriendo a medida que avanzan los capítulos: una disección interior de seres anímicamente devastados que permanecen unidos por el rasgo común de la soledad.

Todos tienen en común el estar dotados de una sutil vulgaridad, como espíritus en estado de decadencia. A través de todos y cada uno de ellos, BM disecciona el alma humana a través de una narrativa dotada de un sentido tragicómico, en la que la protagonista se articula como arquetipo de las debilidades que nos hacen humanos.

ESTILO INADVERTIDO

A través de 311 páginas divididas en 20 capítulos de desigual longitud (oscilando entre las 6 y las 28 páginas), BM cuenta la historia adentrándose en los detalles sin caer en un lenguaje cursi o difícil. Partiendo de una narración en tercera persona y estilo indirecto, sondea en el alma de los personajes haciendo uso de una eficaz oscilación de tiempos, mediante la que va construyendo y deconstruyendo, con un tono determinista y decadente, el destino funesto de sus vidas.

Una de sus herramienta más eficaces consiste en partir de la tercera persona clásica para pasar de su protagonista a personajes secundarios que la ven a través del filtro de sus propios problemas; del retrato del pensamiento (una especie de flujo de conciencia silencioso) de alguien a quien se sigue, al flashback (interrupción de la acción presente para introducir una escena o episodio del pasado) para explicar la situación que se cuenta.

Muestra también un gran dominio de los diálogos que combina convenientemente con la narrativa en tercera persona, al tiempo que intercala ambos con el estilo indirecto y reflexiones dirigidas al lector: «combina la narrativa omnisciente en tercera persona con el flujo de conciencia en primera persona: al combinar ambas (y lo hace con destreza), Moore... narra su historia y nos permite un acceso sin restricciones al mundo interior privado de las personas sobre las que escribe» (Carlo Gèbler, Belfast Telegraph).

Su prosa, detallada y capaz de enganchar al lector y meterlo de lleno en la historia, ha motivado que se le haya comparado con Graham Greene (que le consideraba su «novelista vivo favorito») o con James Joyce (el libro «está lleno de momentos joyceanos... toma de 'Clay', la historia más misteriosa de Dublineses, la idea de una mujer soltera de mediana edad que visita a una familia y encuentra allí tanto consuelo como humillación»: Colm Tóibín), como literaturas turbadoras, desasosegantes que nos agitan por dentro y nos hacen ser conscientes de nuestras propias heridas.

Resultan especialmente eficaces para abrir la narración (válvula de escape a una excesiva presión de patetismo) el par de capítulos dedicados a que determinados personajes aporten su mirada sobre la protagonista, lo que supone un cambio del punto de vista que, además, resulta enriquecedor para la caracterización del personaje. Así en el capítulo 6, el señor Lenehal, la señorita Friel, una tal Mary McCloskey, la señora de Henry Rice y su hijo Bernie, a través de unos supuestos diálogos van a aportar su visión de vista sobre Judy. En el capítulo 15 vuelve a darse el recurso, pero en este caso con predominio de personajes episódicos como el empleado del banco Mick Malloy, el comerciante de licores William Creegan, o el recepcionista del Hotel Plaza, además de el señor Lenehan y la señorita Friel de nuevo. Mención aparte en el capítulo merece las conversaciones entre la señora de Henry Rice y su hijo Bernie, por una parte, y el comandante Mahaffy-Hyde y el barman Kevin O’Kane, por otra, pues en este caso su punto de vista no se refiere a Judy, sino al señor Madden. Capítulos tanto o más destacables por cuanto BM logra que cuando esos personajes exponen su punto de vista sobre la señora Hearne estén poniendo en evidencia su propia personalidad.

En cuanto al tono, ciertamente muy logrado, determina una obra profundamente patética y trágica, en la que la tristeza domina la historia desde su sombrío inicio (Cuando están conmigo, velándome desde sus respectivos puestos, cualquier lugar nuevo se convierte en mi hogar) hasta ese desesperanzado final (¡Qué raro lo de estos dos! Cuando están conmigo, velándome, cualquier lugar nuevo se convierte en mi hogar., casi circular, como si el relato negara una posibilidad de avance: cuando el proceso termina, frente a una vida sin horizontes, Judith vuelve a aferrarse a lo que le queda, que a esas alturas no es mucho más que el hueco y frágil cascarón de sus esperanzas anteriores.

Ese final en espiral (más que circular, dado que no se llega al mismo lugar sino a otro más degradado) repite el mismo mensaje: las personas como Judith Hearne no tienen salida. Su pasión es un sacrificio terrible que la novela convierte en un testimonio del crueldad de la sociedad, alegato tal vez inútil porque excepto el lector nadie parece darse cuenta.

IGLESIA Y SOCIEDAD CATÓLICA IRLANDESA

A través de la protagonista y su progresiva autodestrucción, BM hace un retrato de una parte de la sociedad católica irlandesa en la década de los años cincuenta del siglo pasado, no como invención sino como realidad. Una sociedad cerrada, en la que habita una protagonista que lo es aún más. Mujer solitaria, se enamora pero no es correspondida, tiene pocos amigos (considerados como tales, realmente ninguno), durante toda la novela no deja de rezar y beber. Este vivido retrato de la sociedad irlandesa católica de la posguerra, se constituye en oportuna excusa para hacer una crítica feroz de la hipocresía, la doble moral y los convencionalismos sociales que la dominaban y que a su vez sirve a BM para desplegar una compleja estructura narrativa a través de la que nos introducimos en el particular infierno de Judy, hasta acabar transformándola en un personaje totalmente diferente al del principio de la novela.

Para ello, BM describe a la sociedad de Belfast en toda su hipocresía, su indiferencia frente al sufrimiento humano, sus prejuicios, su capacidad para la crueldad. Salvo un personaje en particular (el doctor Bowe), quizás el único que el autor deja fuera de su visión amarga de la humanidad, en este Belfast, la moral católica (religión que BM profesó y después abandonó) es un barniz, una mentira. Está ahí solamente para cubrir apariencias, perseguir al diferente y defender intereses. El rezo, la iglesia, la misa son meras liturgias: el problema es que nadie quiere ver lo que hay debajo. Nadie tiene el valor necesario para hacerlo.

En efecto, ya en esta primera novela irlandesa, aparecen algunos de sus temas decididamente antidoctrinales y anticlericales y, en particular, el efecto de la Iglesia en la vida de su país, con un sutil manejo de los temas de fe. Un tema recurrente en sus novelas es el concepto del sacerdocio católico, aquí magistralmente expuesto a través del personaje del padre Quigley.

Presentado (capítulo 4) como un orador directo que ataca anatemiza la falta de asistencia a la iglesia en favor de la asiduidad a los lugares de pecado; vuelve (cap. 14) en el momento en que Judy pretende una confesión general que la ayude a rehabilitarse humana y moralmente. Aquí es donde se desvela su personalidad: conocemos su fastidio porque se haya metido en el tiempo dedicado a la confesión de los niños (¿Y no sabe que esta es la hora de confesión de los niños? De los niños. La confesión para adultos es a las seis y a las ocho. Pero no ahora), porque pretenda una confesión general (¡Que Dios nos asista! Una confesión general nada menos) y, sobre todo, por retrasar sus planes de jugar al golf (Y le había prometido al padre Feeny que iríamos a jugar al golf a la una y media…), lo que le lleva a salir pitando de la iglesia sin apenas arrodillarse ante el altar (Hizo una genuflexión al pasar a toda prisa ante el altar. Como si llegara tarde, pensó ella. Como si llegara tarde a alguna cita). Hecho que Judy asocia a la misma actitud presentada por el sacristán días antes y que le llevaron a cuestionar la presencia de Cristo en el sagrario, lo que la va a acrecentar su crisis de fe.

Su presencia se retoma (cap. 18) en el momento en que la protagonista en caída libre emocional, borracha y profundamente descreída (aunque quiere creer) vuelve a la iglesia a confesarse. El recibimiento de Quigley no deja duda alguna sobre su labor pastoral, más propia de un funcionario riguroso que de un pastor de almas: Váyase a casa, se recompone y hace examen de conciencia. No puede pensar adecuadamente en estas condiciones. Y mañana por la mañana yo confieso de seis a ocho. Viene a verme y tenemos una charla. Ese ajuste horario, ya evidente en la confesión de los niños, se reitera ahora de forma intencional. El sacerdote como servicio de acogimiento en horario y condiciones establecidas y sin querer (o poder) ver más allá y realizar esa labor pastoral que la Iglesia ha de ofrecer como él mismo presentaba en el sermón inicial. Es más, él mismo es consciente de ello: Ella subió al taxi, dejando al padre Quigley de pie en la puerta, preocupado, consciente de su fracaso.

Actitud esta de incapacidad para actuar adecuadamente ante los problemas y sufrimientos reales de sus feligreses, más allá del recurso a las buenas palabras, que resulta aún más evidente en su última aparición (cap. 19), donde dice a una Judy postrada: Yo muchas veces pienso en los descreídos, en esos pobres diablos ciegos y sin amigos en este mundo y en el otro. En los hombres solos que se apartan de la senda de Dios, cuando una simple oración, una palabra de arrepentimiento, podría salvarles. Cuando toda la iglesia militante se levantaría para ayudarles y servirles de guía. Con lo que lo único que consigue es que la señorita Hearne piense que le ha hecho una advertencia: me ha hecho una advertencia. Yo estoy sola, como esos descreídos, sin amigos. Sin ayuda. Sin nadie. No, no, ¿por qué tengo que sufrir todo esto?

Así aparece la idea, profundamente comprensiva y afirmativa, de las luchas de la fe y el compromiso religioso. Aparte de los pasajes citados, cabe destacar, en este sentido, los de la protagonista implorando a Dios, pidiéndole fuerzas para escapar de la tentación de beber. Toda una provocación para reflexionar sobre la etiología de la libertad (de la auténtica, de la interior) y sobre el poder aniquilador de la falta de moralidad que imprimimos a algunos de nuestros actos.

EMIGRACIÓN Y SOLEDAD

Otro de los temas literarios (y vitales, como se ve por su propia vida) claves de BM, la emigración, también está presente en la novela. La emigración, casi un rasgo nacional para los irlandeses, siempre ha supuesto un hito en su literatura y en sus vivencias. Aquí aparece perfectamente reflejado en James Madden, ese personaje tan perfectamente caracterizado: prototipo de emigrante que buscando mejorar su vida en Estados Unidos (la vida de los irlandeses en Estados Unidos es casi un género literario), no lo consigue, sintiéndose fracasado. Un emigrante, autoexiliado de las colinas húmedas y de los terrenos rocosos y yermos de su Donegal natal (como el propio autor) que, tras una estancia de treinta años en Nueva York, había vuelto a Irlanda (cuatro meses atrás), a una tierra donde los sueños eran calculables y donde lo único que te podía proporcionar una escandalosa fortuna eran las quinielas futbolísticas.

Es decir, un ʺindianoʺ que regresaba sin haber hecho fortuna. En Nueva York había tenido múltiples empleos (limpiador en el metro, portero en un estadio, camarero en una cafetería, conserje, vigilante de pasillo, portero en un club y portero en un hotel) y en poco tiempo había reunido más 300 dólares, había educado a su hija Sheila (huérfana de madre) en un colegio de monjas y tras un desdichado (afortunado) accidente había recibido diez mil dólares contantes y sonantes: el sueño de volver a casa.

Porque ese era el sueño inicial de todos los hombres de Donegal cuando cruzaban el charco: el sueño del ʺindianoʺ. Hacer fortuna para comprar un terreno en su tierra y pasar allí sus últimos años. No obstante, BM no se queda en el estereotipo, sino que postula a través del personaje el otro lado de la moneda del sueño del emigrante: la creciente adaptación. Porque en numerosas ocasiones ese sueño se olvida cuando las cosas van bien y se empieza a comprar cosas que lo atan a uno, dominan los sueños y acaban cambiándolos. El terrenito en el condado de Donegal se convierte en un descapotable bicolor. La pequeña granja que podría dejarnos el tío Sean se convierte en un pisito en Queens. Y «hacer fortuna» acaba por significar «hacer las paces con la tierra de acogida».

Tras el planteamiento de la doble cara de la psicología del emigrante, BM introduce, a efectos narrativos, la excusa del personaje para volver a casa: la inquina del yerno (Hunky) y la consiguiente distanciamiento de su hija. Regresa y a los cuatro meses ya decepcionado, porque aunque es cierto que resulta más barato vivir en Irlanda, la comparación con el mundo abandonado resulta desoladora. Este es otro de los sutiles análisis psicológicos de la mentalidad emigrante: en el extranjero se idealiza y añora la tierra natal; de vuelta en el país de origen se realza y evoca el mundo del que se vuelve, de tal forma que nunca se está conforme: ¿Qué eres, entonces? ¿Irlandés o americano? Cuando volviste de Estados Unidos no encontrabas nada bueno que decir de allí. Pero en cuanto alguien dice algo malo de ellos, saltas como un tigre, como le dice Bernie a su tío.

Lo cual le permite al autor platear, a través del personaje, el tema de las relaciones del emigrante que regresa con aquellos que no se han salido de su tierra: desde el absoluto rechazo de unos (Lenehan, por ejemplo) a la expectativa interesada de otros de obtener del yanki unas copas a costa de aguantarle su nostálgica conversación (que para nada les interesa), caso de los gorrones de Donegal o del comandante Mahaffy-Hyde, cuando en realidad ese pobre diablo les interesa bien poco, cuando no, simplemente, lo desprecian.

Finalmente, volvamos al título, porque La solitaria pasión de Judith Hearne es también, dentro del cauce argumental de la narración, una escrupulosa exploración del sentimiento de la soledad, que se muestra como aflicción secreta que padecen los seres humanos y que convierte la existencia en una denodada pugna por establecer los vínculos (de afecto, contacto y comunicación) que nos ensamblan con el mundo. Sólo hay que pensar que, hoy en día, mucho más que en la época de la novela, muchas personas en el mundo se debaten con ese estigma para salir a flote en situaciones límite.

Pero la novela va más allá de la soledad: articula un tratado devastador sobre las debilidades del ser humano y una reflexión sobre el patetismo y la soledad, a menudo enmascarados por la represión social, la religión y las adicciones. Hay mucha sutileza en la novela: la vida de esta mujer en un ambiente gris y represivo, en realidad supone una exploración de temas como la búsqueda de las relaciones (amor, amistad…), la fe y su pérdida, la apariencia social y los vicios (como el alcoholismo) como una vía de escape. Y es que, entregados a sus vicios, los personajes hallarán en el alcohol una falaz tabla de salvación para su decadencia, su debilidad y, en suma, su fracaso. Porque la historia, en una inexorable espiral de erosión emocional, permite al lector asistira al desmoronamiento de unas vidas que no logran acogerse al poder salvador  de la fe, ni al estoico recurso de la moral, ni al acogimiento anímico de una (inexistente) amistad. 

«Si uno no cree, hay muchas cosas que se ven de otra manera. Todo: las vidas, las esperanzas, las devociones, los pensamientos. Si uno no cree, está solo. Pero yo soy de Irlanda, estoy entre mi gente, soy un miembro de esta fe. Y, sin embargo, no tengo fe. Así que esta no es mi gente.»

LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE

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