«LA LUZ DIFICIL»Tomás González
(2011)
«y sin dejar de extrañar la punzada, como la del amor, que se produce cuando uno siente que toca el infinito, capta la luz esquiva, la luz difícil, con un poco de aceite mezclado con polvillo de piedras o metales.»
El escritor colombiano Tomás
González (Medellín, 1950) habla en su triste y excelente novela LA LUZ DIFÍCIL (2011), de esos temas
trascendentales en la literatura que siguen siendo los mismos a través de los
siglos: el amor, el deseo y la muerte. Trata estas tres cuestiones a partir de
una de las experiencias límite en la vida: sobrevivir a la muerte de un hijo.
Asunto abordado por otros autores de lengua española, pues esta perturbación personal e íntima que significa la
pérdida de un hijo constituye el eje de varias novelas; entre otras, La hora violeta perdí (2013) de Sergio del Molino o El hijo que
perdí (2018) de la peruana Ana Izquierdo.
Tomás González (TG),
pese a llevar más de 40 años dedicado a la escritura y ser autor de una
veintena de libros ha sido un narrador casi completamente desconocido fuera de
Colombia (donde su notoriedad ha sido también muy limitada). Precisamente La luz difícil ha sido la obra que mayor
reconocimiento popular le ha dado (cuenta con más de 16 ediciones en su país),
recibiendo amplia publicidad y, a partir de ahí, sus obras han venido siendo
apreciadas por la crítica (Héctor Abad Faciolince, Elfriede Jelinek
o William Ospina han destacado su importancia), y han sido crecientemente
traducidas (inglés, francés, alemán, italiano o árabe).
Bajo la apariencia de una novela
esquematizada de forma simple, conformada por 148 páginas divididas en 33
capítulos cortos (no más de 3 páginas cada uno), la historia entremezcla dos realidades: (1) la de un pintor
jubilado que está perdiendo la vista mientras escribe sus memorias y (2) la de
sus recuerdos, décadas atrás, cuando su hijo mayor, parapléjico y aquejado de
terribles dolores a causa de un accidente, está a punto de recibir ayuda para
morir, en un momento y lugar en que la eutanasia no es legal. Con estos mimbres,
TG nos introduce en un mundo a través de
otro, y esos dos mundos se contienen a sí mismos, haciéndonos creer en lo que
leemos: logrando despertar nuestra compasión, pero también nuestra sonrisa.
TIEMPO Y ESPACIO DE LA MEMORIA
TG utiliza, como se explica más abajo, en el apartado UNA CIERTA MIRADA, la memoria como mirada para
conformar esta narración llena de gestos, de certezas y de zozobras en la que
el protagonista, David, rememora su vida antes y después de perder a su hijo
mayor, Jacobo. Y en esa trama marcada por la
memoria juega narrativamente con las coordenadas espacio-temporales.
Modula el espacio mediante una
dominante sensación de desplazamiento continuo.
Los escenarios donde suceden los acontecimientos se sitúan en dos países.
Estados Unidos, primero Miami, y luego Nueva York, donde el protagonista y su
familia pasan la mayor parte de su vida y tiene lugar el trágico accidente de
su hijo. Colombia, después, en La Mesa de Juan Díaz, el pueblo donde pasa sus
últimos días. En cada caso. el ambiente más recurrente es el domicilio
familiar: casi todo sucede en el interior de las residencias del protagonista
(y su familia). Las calles y un cementerio (Marble Cemetery) de Nueva York
completan el escenario.
En cuanto al tiempo, el mecanismo
narrativo de la novela (en la que se pueden rastrear algunos aspectos
autobiográficos de TG), es un ir y venir muy
clásico entre el pasado y el presente. Al presentarse la trama bajo la forma de
unas memorias, predomina el pasado, aunque en los momentos finales (hasta ese
momento) de la vida del narrador alternan el presente y el pasado. El presente
de la narración sucede mientras el narrador escribe y en su pasado (más o menos
remoto) están los hechos que tienen que ver con su vida (la creación de la
familia, la marcha a Estados Unidos…) mientras que lo que pasó la noche
anterior se registra como antecedente inmediato. En medio se desarrolla,
además, una prolongada línea de tiempo en pasado que transcurre en una sola
noche de insomnio desolador, a la espera de un desenlace que, aunque ya remoto
(han pasado 19 años), continúa doliendo. Esa duermevela sombría en torno a la
muerte asistida de Jacobo en Portland,
refleja el vaivén (¿se arrepentirá Jacobo o
consumará tan irreversible decisión?) de la espera. Mientras transcurren esas
últimas horas, el protagonista intenta acabar su último cuadro y captar la
luz más difícil: el reflejo de la luz en el agua, que metafóricamente
podría asociarse a la aspiración de aprehender el esplendor de la existencia. El
futuro no cuenta porque el futuro trajo la muerte, aunque, al mismo tiempo, hay
que contar con él, porque, pese a todo, la vida tiene un poder que se parece
a la locura
Así llega el final, donde la secuencia de episodios alterna entre sus días junto
a Ángela, la mujer que lo asiste, en su
declive, y su rememoración de la duermevela oscura (que no lúgubre) de aquella
noche sin fin en Nueva York. Insomnio dramático sobre el fondo de la muerte
latente, que lejos de resultar tétrico, deja resquicio a una tenue luz que
permite comprender que mientras la existencia se apaga, la vida sigue con toda
su efervescencia.
Esta delicada mezcla de memoria y
cotidianidad consolida la verosimilitud de la novela.
JUEGO METATEXTUAL
La otra estrategia narrativa de TG es la metatextualidad. Dado que el texto se corresponde
con las memorias que David escribe como
parte del argumento del libro, la narración de los hechos se hace desde lo que
escribe al recordar, de tal modo que la novela está construida como un texto
dentro de otro texto y que es, en sí mismo, el texto: el
protagonista, a los 78 años, ante la incapacidad de seguir pintando,
encuentra en la escritura una forma de transmitir lo que piensa y siente: como
artista, necesita crear y compartir el mundo que observa, es su forma de
mantenerse vivo: él escribe y los lectores leemos sus textos.
Visto así, se plantea la paradoja
de quién es el escritor de La luz difícil, TG o David, pues ambos figuran como autores, aunque uno
sea real y el otro ficticio. Ahondando en este juego, se podría plantear
también la propia naturaleza del texto (¿se trata de una novela, de unas
memorias o de dos libros fundidos en uno?), aunque, sin duda, lo más relevante
sea cuestionarse la razón de este doble juego. Parece evidente que esta
estrategia metatextual se utiliza precisamente para permitirnos a los lectores
acercarnos a un ámbito de vacío, de silencio, desde donde acceder a la tragedia
íntima de la muerte de un hijo. En este sentido, la escritura sustituye a la
pintura, pues ambas son formas de expresión para la sensibilidad artística.
Gracias a ello se establece un vínculo empático con el lector que nos permite
aproximarnos a lo inefable.
David, en el tiempo presente en que se
escribe la narración, ya no puede pintar, pero lo anhela.
Cuando habla del tipo de pintura que le gustaría seguir haciendo no piensa en
dimensiones pequeñas: sino cuadros grandes, como antes, en los que cabía el
mundo. Guiño que demuestra la consciencia que el narrador tiene del impacto
estético de su obra.
Pues bien, el primer
indicio de metatextualidad aparece ya al principio de la novela, al hablar del trabajo de David en Miami: …pude sumergirme a fondo en la
burbuja que a fin de cuentas es mi trabajo (o era mi trabajo, mejor dicho, pues
hace ya como año y medio, pasados los setenta y seis, se me empezó a dañar
demasiado la vista, dejé de pintar y me puse más bien a escribir con la ayuda
de una lupa). –pág. 18–
Recurso que se confirma, asimismo, hacia
el final de la novela: Ayer por la noche pensé, antes de dormirme, que
quería sentir el clima caliente de verdad, y decidí que saliéramos hoy para
Girardot, la ciudad que mencionaba antes y que es destartalada, muy caliente y
todavía bonita, a la orilla del río Magdalena. Y aquí estoy, en el cuarto del
hotel, a las seis y media de la tarde del 6 de julio de 2018, escribiendo unas
líneas en el escritorio, al que pegué ya mi lupa articulada. –107–
Pero la última sección donde se
puede apreciar la metatextualidad está al final del libro: David, acrecentada su pérdida de visión, tiene
cada vez más dificultades para escribir; entonces solicita la asistencia de Ángela (que realiza el servicio de los quehaceres
diarios y que poco a poco se convierte en una amiga, una cómplice de la vida);
le pide ayuda en su escritura y le dicta una única palabra. Ella se muestra
reticente, por su ortografía, dice David,
pero él la convence y ella escribe sin vacilar ¡Marabilloso!, la última
palabra que se lee en el libro; sin embargo, no es la última que escribe David; unos renglones arriba, indica lo siguiente:
Yo había dejado un espacio para lo que estoy escribiendo en este instante, y
había puesto los signos de exclamación. –148–
El propio recurso evita su manifestación
palmaria; se esconde en la propia lógica literaria; porque es más sencillo
pensar que el narrador (David) es un
personaje que solo monologa en pasado desde el consabido pacto de ficción
(acuerdo implícito entre el autor y los lectores en el que los lectores
aceptamos la narración de hechos ficticios como si fueran reales).
OTRAS ESTRATEGIAS DE ESTILO
Pero las estrategias de
TG no se agotan con el
uso de la metatextualidad y de las coordenadas espacio-temporales. Utiliza otras estrategias narrativas,
no tan relevantes, pero que contribuyen, sin duda, a consolidar el relato. Caso
del empleo de la écfrasis (representación
verbal de una figura visual) por parte del narrador: a raíz de una obra
pictórica, genera en la ambientación de lo narrado un vínculo con esa expresión
artística, pese a que las obras no sean reales. Por ejemplo: cuento con
ellos para que me acompañen y ayuden cuando la ceguera confunda del todo las
formas y sólo me quede la luz, y para que llamen después a mis hijos y me
lleven todos al cementerio de La Mesa de Juan Díaz cuando brille para mí la luz
perpetua, y me entierren junto a Sara al lado de algunas de esas palmas, que ya
se murieron en su mayoría, y por desidia municipal elevan sus altos troncos sin
penacho, como columnas de ruinas antiguas. –79–
Asimismo, al intuir que en una
pintura puede caber el mundo se muestra el procedimiento retórico de la sinécdoque (por medio de una parte se conoce el todo).
En este caso, además de referir la figura, TG
sondea la esencia de las cosas, porque el mundo, además de objetual, es también
espiritual. El mundo objetual y espiritual se puede mostrar en un cuadro por
medio de la técnica y sensibilidad poética del artista que contiene la esencia
de ese mundo y plasmada de tal modo que los espectadores acceden a la experiencia
estética. Además, este cuadro donde cabe el mundo está contenido en la novela,
y la novela, en las memorias del hombre que pintó el cuadro, así que, a través
de este juego de construcción, en La luz difícil
no sólo caben dos autores y dos libros, sino el mundo entero, al menos el que TG ha plasmado.
Desde el primer
capítulo, en que se perfila el mundo íntimo del protagonista, se establece el
tono, es decir, la
relación de tensión que existe entre personajes, situación y objetos. Pese a un
tema de fondo tan propicio, no presenta un tono melodramático (elude gritos y
ataques desgarrados de emocionalidad), sino que se decanta por un tono
reflexivo y, a veces, melancólico: el de la espera, como una angustia, una
emoción profunda e incómoda que aboca al silencio y la introspección,
preparando el acceso del lector a un mundo donde la muerte se muestra inexplicable.
Aunque TG
no escatima en expresiones delicadas para señalar la
fragilidad de su protagonista-narrador, el uso de la elipsis deja que el
lector llene con su experiencia o imaginación la parte emocional, eludiendo la
expresión sentimental explícita: por ejemplo, las varias conversaciones
telefónicas al borde de la muerte que TG
decide no contar. Incluso deja la muerte del hijo fuera de campo.
Para acceder a lo inefable, a ese
conocimiento casi espiritual de la experiencia por la que pasa David, se vale de la simbología de la luz y el
silencio, fenómenos naturales que se asocian al trabajo artístico del narrador.
Así ese complejo emocional, existencial y sensitivo que se asocia a la muerte
de un hijo (y al periodo de espera, tan terrible, de la misma), tiene cabida en
el arte, se observa a través de la pintura, primero, y de la escritura, después
(en realidad, desde el principio).
NOVELA DE ARTISTA
La novelade artista suele
presentar dos maneras de afrontar la creación artística: (1) como existencia
consagrada al arte que recluye al artista en una torre de marfil; o (2) como una
vida de experiencia, de recorrido, ligada al proceso artístico como sinónimo de
vida. Así pues, la relación entre artista y sociedad constituye una
característica clave para la comprensión y análisis de cualquier novela de
artista, porque en ella, lo que importa para la creación del arquetipo no
es la actividad del artista sino su actitud vital.
Partiendo de estas premisas y con
arreglo a estas consideraciones, La luz difícil
se inscribe sin duda dentro de esta tradición novelística, puesto que están
presentes en la novela las características del artista, sus conflictos
creativos, su angustia personal, su libertad o, simplemente, su halo de
excesiva confianza.
Otra característica en este tipo de
novela es la relación entre el artista y el amor, aspecto que también
aparece en La luz difícil: su
relación con la mujer de su vida, su esposa Sara,
se manifiesta como un elemento determinante. David,
pese a unas pocas infidelidades, ve en Sara
a una compañera que ama y desea; una mujer que sirve de apoyo en sus proyectos
artísticos; que detecta sus carencias, proporcionándole palabras de ánimo; que satisface
su sexualidad; que extraña, tras su muerte, en cada atardecer; y a quien
remplaza, por lo menos simbólicamente, en la figura de Ángela.
Porque para David, es necesaria la presencia
femenina (La Mujer), especialmente, en los terrenos en que su vida
parece inestable. La forma en referirse a Ángela,
quien lo cuida en la vejez, ejemplifica como la presencia femenina constituye
un elemento complementario en su vida personal y artística: Ángela, que es
ama de llaves y no es mi mujer, pero sí es La Mujer (sin Ella nada ha
funcionado jamás) –79–.
Pero sin duda lo más relevante en
este tipo de novela es la caracterización del artista. David se presenta como
un pintor contemporáneo que va recorriendo, en su vida profesional, etapas
desde el estatus de artista joven sin reconocimiento alguno hasta el de pintor
consagrado. En su juventud el efecto de la sociedad en su obra era mínimo,
mientras que el lugar de trabajo resultaba vital para el proceso creativo: el
encierro, el silencio, el espacio y la luz, condiciones que se fusionan a su
vez, con constantes cambios de ánimo que son reflejo del desarraigo al que el
artista al abandonar su patria, en la que no encontraba tranquilidad, en
busca del agua y de la luz –79–. La
vivienda del pintor (con tintes autobiográficos del tiempo que TG vivió en Nueva York y de su retiro en una zona
rural, en que alguna vez ha vivido) y su familia resultan mucho más
determinantes en su creación artística de tal modo que puede decirse que, pese
a ciertos rasgos egoístas y solitarios, encuentra en su vida familiar un apoyo
para configurar su obra.
En cuanto a la consagración de su
obra, David la asume como una necesidad para
su sustento y el de su familia (acrecentado cuando los gastos derivados de la
situación de Jacobo), mientras que la
crítica de su arte es algo que, tras el accidente del hijo, deja de tener
importancia para él.
Ciertamente la mirada del pintor,
cargada de matices y sentidos pictóricos, enriquece el libro y le permite al
autor aportar esa luz difícil cargada de plasticidad del título; como
cuando percibe que en el cielo el azul se puso casi negro, oportuna
referencia a esa tonalidad que nos recuerda que muchas las cosas no son
exactamente como las vemos. Esa idea de que, dependiendo bajo qué luz, cuál sea
la perspectiva o, incluso, con qué actitud se mire,
cambian los colores del mundo que nos rodea.
UNA CIERTA MIRADA
Porque queda claro que el quid de
este libro (como en todos, diría yo) es el punto de vista, en este caso el de
un personaje complejo: su edad, su ejercicio de la pintura y la escritura (como
manifestaciones íntimas de su individualidad personal y profesional), su
particular modo de observar y ponderar la existencia, así como sus experiencias
trágicas son rasgos que configura su caracterización poliédrica (desde
múltiples dimensiones)
Sabido es que cuanto más complejo
sea un personaje (de forma íntima) y más sencillo de comprender (de manera
superficial), más posibilidades tiene de generar un impacto emocional (y
estético) en el lector, como es el caso de David. Un padre de familia colombiano, pintor de éxito,
que abandonó su pueblo natal para buscarse un mejor futuro en Estados Unidos
junto a su esposa, Sara, y sus tres hijos, (Jacobo, Pablo y Arturo).
Allí llevarán una vida sin mayores sobresaltos hasta que, inesperadamente, un
violento accidente deja a Jacobo parapléjico
y víctima de frecuentes e intensos dolores musculares, lo que le lleva a tomar
la decisión de afrontar una muerte asistida.
La noche previa a la muerte de Jacobo, extremadamente angustiosa para David y Sara, él
intentó terminar una pintura que representaba la espuma que producen las
hélices de un ferry sobre las aguas del río Hudson, pues era incapaz de plasmar
la luz en las olas… Hasta la muerte de Jacobo,
cuando finalmente lo consigue.
Ya anciano, viudo y asentado de nuevo
en Colombia, ha tenido que dejar la pintura debido a una enfermedad que le está
dejando ciego. Con el fin de dejar su huella de una forma artística, decide
plasmar sus memorias por escrito, con ayuda de Ángela,
la asistenta, como amanuense, aunque no tenga buena ortografía.
Así, la voz del narrador-presenta
la historia en primera persona, de forma que todo lo que el lector puede
conocer lo hace s bajo la perspectiva de un personaje muy influenciado por su
manera de ver las cosas, pues al escribirlo a los 78 años adquiere una visión
muy distinta de las cosas que le sucedieron en el pasado: estamos pues ante la
mirada de un pintor (consagrado), un padre (que ha perdido a un
hijo y su esposa) y un viejo (que está perdiendo la vista).
La novela se cuenta desde la
perspectiva del padre, quien aguarda
en su apartamento el desenlace de la muerte programada de su hijo, acompañado
por un hermano, Pablo, que renunció a su
desarrollo profesional por acompañarlo en su enfermedad. Pero TG presenta también ese trance de enfrentarse,
pese al dolor interno, a la continuidad de la vida y ser responsable con el
arte, porque ese padre que se enfrenta a lo imposible es un pintor consagrado. David
es un artista a todas luces insatisfecho, como queda reflejado en los numerosos
recuerdos que van apareciendo en la narración. Una de sus herramientas de
creación es la luz: y por eso pierde lo que ilumina su vida (el hijo, primero;
su esposa, después). Además, el personaje en presente, el que narra, es un viejo
que está perdiendo la vista. TG le quita
todas las fuentes externas de luz, aunque le deja la que ilumina internamente,
la que mueve al personaje a seguir en el camino de la vida: la creación, la
compasión y la memoria.
Porque la mirada es la de la
memoria de un padre, pintor y viejo que escribe sus memorias, y que, además, es
ateo, lo que no deja de tener importancia, pues varias veces insiste en
que la muerte no es nada, que casi no existe: de hecho, nunca visita la tumba
de su venerada esposa porque no siente que allí haya nada más que unos
harapos y un montoncito de calcio…
SECUNDARIOS DE FONDO
En sus memorias, mientras rememora
su vida como pintor, David va contando cómo
se conformó la familia, quiénes son algunos allegados y cómo era su vida en el
extranjero y cómo conocieron a los otros personajes que aparecen en la obra.
De este modo, TG rodea a su protagonista de personajes buenos,
esperanzados, empáticos y con un toque de exotismo emocional que conmueven.
Caracterización blanca a tener en cuenta, en una novela esencialmente
vitalista. Todos estos personajes secundarios o episódicos, descritos con muy
pocos trazos, simbolizan el mundo alrededor del narrador.
En primer término, está el ámbito
familiar caracterizados como el soporte afectivo-emocional del protagonista. Sara, la esposa que
estuvo a su lado 50 años, hasta su muerte 2 años antes del presente en que David escribe sus
memorias: No conocí otras mujeres: ella fueron todas. Graduada en
socióloga, trabajó de consejera en un hospital. Además, es una madre
comprensiva, dulce, capaz de dar sosiego y confianza a sus hijos, como se
manifiesta en esas conversaciones telefónicas en voz baja, casi con la cadencia
de una nana. Y los tres hijos: Jacobo, el mayor
que, tras quedar parapléjico tras un accidente, decide que es preferible morir
que vivir con dolores insufribles. Curiosamente, siendo el vértice de la
historia, es quizá el hijo menos desarrollado: más allá de las referencias
indirectas a su decisión, sólo aparecen limitados apuntes más bien relacionados
con su padecimiento, como el desarrollo de la musculatura de espaldas y brazos,
mientras sus piernas se marchitaban; o la breve referencia a su sexualidad en
su relación con Venus… Pablo, el mediano, que desde el principio tomó la
decisión de cuidar a Jacobo: ha viajado poco
y su única libertad eran sus tatuajes y su cámara; y aunque ha tenido muchas novias
ninguna le había durado (aún no había encontrado a la persona que le estaba
destinada, su media manzana, el amor de su vida).
Arturo, el pequeño, que después de terminar el bachillerato, a los 19
años, se cogió un año sabático, y fue a Machu Picchu, a Tailandia y a otros
sitios. A su regreso, se tomó otro año libre para viajar con un grupo de rock
por Estados Unidos. Regresó otra vez y entró al college
a estudiar Arte…
Luego están los llegados, que
simbolizan la amistad y la importancia de las relaciones de acompañamiento
íntimo en los momentos cruciales de nuestras vidas. Ahí están Debrah y James, matrimonio gringo amigo de
la familia desde que Debrah fuera compañera
de Sara en el hospital Bellevue en Nueva
York. También las novias de los hijos que llegan al entorno familiar y que
simbolizan la inclusión mediante las relaciones de emparejamiento y que
determinan la (ampliación) admisión en nuestro círculo de personas hasta ese
momento extrañas y ajenas a nuestro mundo, para, a partir de ahí, acompañar esos
momentos cruciales de nuestras vidas. Caso de Ámbar
la novia de 18 años del Arturo de 24,
durante la época del accidente de Jacobo; y Venus, la fisioterapeuta que cuidando a Jacobo acaba haciéndose su novia y acompañando a
la familia durante y después de la decisión de su novio.
Este es un personaje que (junto a Pablo),
por su caracterización, simboliza también ese aspecto de las relaciones humanas
tan importante que es el de las cuidadoras (en femenino, porque suelen ser
ellas quienes más desempeñan estos cometidos).
También aparecen algunos personajes
episódicos que simbolizan el mundo, la sociedad fuera de las esferas íntimas.
Desde el plano más superficial, como ese único limpiabotass que quedaba en el ferry de Staten Island, Louis
Larrota (Luis Bancarrota, le decía yo para tomarle del pelo, aunque
él no entendiera el chiste, pues no hablaba español ni italiano). Hasta esos
personajes que simbolizan nuestra relación con alguna esfera específica de
nuestro propio mundo. Empezando por el de nuestras preocupaciones. Ahí se
inscriben dos personajes: Preet, el taxista
sikh del accidente de Jacobo, que había
dejado de visitarlo ni un sólo viernes desde entonces. Es decir, esas personas
completamente ajenas que, por determinadas circunstancias (como estar a nuestro
lado en un momento crítico), crean un vínculo en el que nos reconocemos. Caso
del joven Michael O’Neal, que había quedado
paralizado de la cintura para abajo por un procedimiento quirúrgico que se le
había complicado y hablaba siempre como médico. Aquí el vínculo es la cercanía
que produce el dolor (como podría ser compartir habitación en un hospital).
Siguiendo por quienes comparten nuestra esfera profesional, que está ahí en
todos los momentos de nuestra vida, como es el caso de Flora
o Fleur, la joven francesa que quería hacer
un documental sobre tres artistas plásticos latinoamericanos. Para llegar,
finalmente, a la esfera de los perfectos desconocidos que en el momento y lugar
precisos nos sirven de oyentes más o menos comprensivos de nuestras cuitas
(pues es bien sabido que vaciamos el alma con más facilidad ante los
desconocidos). Caso de une personaje tan peculiar como el ruso Anthony (Stravinsky),
vendedor y comprador de discos de acetato, que no se consideraba ruso, pues se
definía como estadounidense.
Y tras la primera mitad del libro,
aparece la descripción más minuciosa de las personas con las que convive David actualmente, perfectamente simbolizados en
esa otra categoría de cuidadores no familiares, ni íntimos, sino asalariados:
tengo a tres personas de planta en mi nómina laboral. La principal es Ángela, el ama de llaves de 45 años, que arregla la casa y prepara la comida de David en La Mesa, y que se convertirá en su
escribiente. Su hijo, José Luis, conversador
y dicharachero chofer; y su marido, Juan Pablo, el jardinero y manitas para todo.
Este personaje nos lleva a otro que, aunque completamente episódico, pues no
llega al conocimiento directo sino de oídas, introduce un guiño picaresco en la
obra: la jovencita del trifer, esa muchacha
que se lía con Juan Pablo y que tras irse a
vivir con el exmarido de Ángela le da una vida de perros: casi al
día siguiente de que se fueran a vivir juntos le puso cuernos, se le queda
con la plata, se burla de él en público, lo pone a trapear, no le da comida y
no se acuesta con él.
En suma, personajes que enriquecen
y puntúan la trama para completar la visión de David, aportando otros puntos de
vista, aunque de forma bastante esquemática, pues el punto de vista distintivo
es el del narrador protagonista.
ESPERA y VIDA
Ampliando el campo y antes de
entrar en la variada temática desplegada por TG,
quiero destacar el estilo con el que presenta las variadas referencias (imprescindibles
en cualquier novela a partir de los años sesenta). TG
eludiendo toda posible sombra de pedantería introduce la mayoría de sus
referencias no con un listado de nombres, sino expresando lo que esa referencia
aporta al texto: así no menciona a Francis Bacon (que el lector no tiene
por qué conocer), sino que habla del irlandés que pintaba obispos que
daban alaridos (109); así como tampoco nombra a Luca Brasi, el
personaje de El Padrino, sino que lo
referencia así: Me senté en una mesa que quedaba al frente de la barra en la
que estrangularon al gordo, que pataleó mucho (69); o esa humorística
mención al disco de los Rolling Stones, Get
Yer Ya-Ya’s Out! The Rolling Stones in Concert (1970), a través de
su carátula: y ahí estaban, en efecto, el burro con los tambores y el hombre
vestido de blanco saltando con las dos guitarras (117).
Dicho esto, en cuanto a la
temática, aunque la lectura de la solapa del libro lo pueda sugerir, La luz difícil no habla exactamente de la
desaparición ni de la ausencia. Están como telón de fondo, pero lo que se
impone es el presente, la percepción de cada día: el pasado, por traumático o
glorioso que sea, ha de relegarse ante las urgencias y las sorpresas del hoy, por
fútiles que puedan parecer. La novela nos deja ver que nada del hoy es menos
importante o significativo que nada del ayer.
Porque de lo que en realidad habla
es de las edades del hombre, de sus valores intrínsecos, de lo atemporal, de la
angustia de lo efímero, de dejar ir, del fulgor que dejan los seres queridos, de
la permanencia, del poder sanador del arte, de agarrarse a la vida por mucho
que nos golpee… Pero, sobre todo, logra reflejar lo relevante que puede ser
envejecer con la memoria intacta, para recordar a aquellos que han compartido
la vida y sentir algo de paz, en ese tramo final de la misma.
Aunque también, como se ha dicho,
es una novela de la espera con ese movimiento de vaivén que toda espera
conlleva. Espera que le permite al autor hablar del amor, del dolor, de la
frustración, del arrepentimiento, del paso de la edad y la soledad. No en vano,
la novela va puntuando el paso del tiempo,
pues el libro está escrito desde el presente recordando las edades por las que
va pasando el narrador, ubicando aquel trágico episodio. Y ese pasar del
tiempo, permite narrar otra ausencia, la de Sara
que muere de causas naturales pasados los años, aportando una perspectiva
diferente al tema de la muerte.
En este sentido, reseñar el valor
simbólico de los 33 capítulos que llevan a pensar en Jesús cuyo destino,
como el de Jacobo era la muerte y la redención
(en el sentido de replanteamiento vital) de sus allegados.
Lo simbólico llega, por cierto,
hasta el final, pues la novela no se cierra, como puede parecer, de manera
banal. Dado que la trama se centra en la muerte del hijo, la novela no tiene un
final emocionante, porque cuando ésta
acontece, en el capítulo 32, se alcanza el anticlímax. El último capítulo se
cierra contando el comienzo del dictado de las memorias a Ángela. con un simple error ortográfico (la
palabra ¡Marabilloso!) designa una amistad, una relación. Mediante una sola
palabra, con una forma alterada y con un sentido vacío si se desconoce el
contexto, TG expresa que lo importante no
son las cosas en sí, sino lo que las rodea y las hace brillar. Es lo mismo que
pasa con la espuma, el agua y la luz del cuadro que David
insistía en terminar la noche de la espera: La espuma había quedado bien
desde el principio, yo no la había vuelto a tocar, pero el contraste con el
agua había aumentado y la hacía relumbrar ahora con más intensidad –104–.
Esa «b» es el contraste del agua, lo que le faltaba a esa palabra trillada y
deslucida. TG le devuelve su esencia, le
proporciona fondo y sentido, la hace consciente; de igual modo que reformula la
idea de la muerte, la soledad, la vejez, la pareja, la dificultad, el arte y la
luz. En suma, la recomendación se sustancia en devolver al mundo su esencia,
que ha perdido.
En fin, la novela muestra un
ápice de esta experiencia inefable que es vivir; intenta exponer una emoción
que va más allá del dolor y la nostalgia: emoción profunda que tiene un posible
paralelismo en la luz que David no logra
plasmar en el cuadro que intenta terminar en los días en que su hijo ha
emprendido el viaje hacia su muerte (y su descanso). El viaje hacia la muerte
como el viaje creativo de un artista: La luz difícil en sentido
simbólico viene a ser la forma cómo va preparando su muerte, de una manera
tranquila, mientras nos recuerda cómo y cuánto hay que
cuidar, mientras podamos, a aquellos a quienes queremos. Porque…
«La
verdad no existe, además, y el mundo es sólo música.»
